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    El positivismo político y losó co que durante más de tres décadas –en el crucedel siglo XIX al siglo XX– animó el pensamiento social mayoritario en Latinoa-mérica, encierra la más recurrente paradoja de todo pensar, o mejor, de casi todopensamiento sin más. Está inhibido de pensarse a sí mismo, por el temor a refutarsu característica central, que es la certeza en la certeza. En cambio, todas las

    reacciones al positivismo a las que asistimos desde las primeras décadas del sigloXX, postulaban que el rechazo a la autorre exión impedía el verdadero pensar,que debería siempre tener una renuncia interna, un foco de incomprensión sobresí mismo que de este modo lo liberaba. No es lo que quiso para sí el positivismo;quiso liberar sin un pensamiento liberado. De ahí su atractivo y su fracaso.No es fácil hoy decir a quién se le ocurrió ese nombre. Podemos evocar a unComte, que dejó su máxima en la bandera de Brasil, pues lo autoriza el modoen que fue leído su pensamiento, sobre todo en ese país, y en México por lospor ristas. Pero no deja de ser un desafío encontrar un sentido único a unapalabra que imantó a una franja mayoritaria de políticos, cientí cos e intelec-tuales en nuestro continente. La paradoja consiste en que si por positivismo seentendía una historia evolutiva capaz por su propia fuerza inmanente de dejarde lado los estorbos del pasado, la irracionalidad, el caudillismo y “las fuerzasdel espíritu”, ese pasado no sólo estaba a disposición de los positivistas en sucondición de fantasía secreta que retornaba, sino que el fervor por encontrar “lapotencia del dato” en una ética de la superioridad biológica, en el rechazo de la“psicología del cacique” y en apología del “gobierno cientí co” –que Comte seanimó a llamar “sociocracia”–, llevaba a menudo a explorar las zonas secretascontrapuestas. Éstas fueron las que en de nitiva forjaron el regazo enigmático enque se refugió el positivismo tardío. Al principio fue la atracción por la doctrinade Blavatsky, la doctrina secreta del cuerpo místico, que recorrió toda América y tuvo en Ingenieros un temprano exponente, como en Lugones un discípuloerrante que nunca abandonó el esoterismo bajo el nombre de fatalismo, y lo hizo

    una variante extrema del ocultismo heroico y la fantasía cósmica.No es adecuado ni justo con el modo mutuamente resonante en que se dan lasideas pensar el positivismo argentino ligado solamente al homenaje metafísicodel mundo fáctico, sus leyes a ser develadas, y al laboratorio del químico o delmatemático que le quita a la naturaleza uno más de sus velos. Es cierto quebuena parte de lo que conocemos como positivismo tuvo el clima que le dio ungobierno que lanza la unidad territorial cual ley cientí ca (“Roca, el generalpositivista”, proclamó Viñas), y es correcto ver el despliegue cientí co no sólo enlas revistas de Ingenieros o del psiquiatra Veyga, sino fundamentalmente en laobra de Ameghino, que era un evolucionismo de cuño darwinista con una fuertebase matemática. Tanto Darwin como Nietzsche, en tanto lecturas populares,convivían curiosamente en un ataque del positivismo metafísico a la metafísicade las ideas. Pero éstas se las arreglaban para sobrevivir en el seno del propio

    El positivismo,rareza losóca

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    positivismo, y cuando Ingenieros dice fuerzas morales u hombre mediocre, estáponiendo un poder espiritual en el mismo lugar en que los cientí cos de otroorden podrían estudiar los secretos de la naturaleza.Si el positivismo ingenuo pre rió un programa lineal donde la idea de materialidadfáctica subordinaba al mundo social, empobreciendo su dimensión sociológica y la idea de autonomía de la voluntad, las simultáneas lecturas de Le Bon y losteóricos de la “degenerescencia”, como Lombroso y Max Nordau, más la exacer-bación del concepto de “simulación” (y de toda la lingüística del momento, quedaría paso muy pronto al neopositivismo), hicieron virar al sector más literariodel positivismo argentino (Ingenieros, J. M. Ramos Mejía) hacia un esteticismode la risa, la que incluso tenía valor terapéutico, y también hacia una sigilosaapología de la locura y a una renovación general del esoterismo como ciencia

    oculta con valor de aristocracia cognoscitiva y de “nueva lengua conjurada”.De alguna manera, un Macedonio Fernández o un Xul Solar son los herederosultrautópicos de esos juegos pospositivistas con el lenguaje. Este panorama generómuchas alarmas, que llegaron al joven Arlt, que expresa su contrariedad en sucélebre artículo “Las ciencias ocultas de Buenos Aires”, pero saluda a todas estas“extravagancias” –así le parecían– en el magní co folletín “Los 7 locos”. A suvez, en una cuerda totalmente separada, de aquel “ejército positivista” en el queconvivían a la distancia estos escritores, un joven capitán irá subrayando un librode Le Bon que se refería a la psicología de masas y a la estructura atomística dela materia. Era ésa una lectura de “psiquiatras positivistas”. Faltaban algunasdécadas para que surgiera el peronismo, que en su idea de “multitud” no dejabade tener el rastro de aquellas bibliotecas que parecían olvidadas.

    Horacio GonzálezDirector de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno

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    Una bibliotecapositivista argentinaAl imaginar el contenido de una biblioteca positivista uno se ve tentado en dete-nerse y recorrer la biblioteca de saberes que se puede rastrear, cual baqueanos, através de los textos de alguno de los autores paradigmáticos del positivismo. Porsuerte, este emprendimiento fue realizado por José Ingenieros en una célebreelegía a quien considerara su maestro. Nos referimos, claro está, a la reseña de las

    fuentes que nutrieron en sus escritos a José M. Ramos Mejía. La elegía realizadapor Ingenieros dice así: “En Las neurosis de los hombres célebres, sus fuentes psiquiátri-cas son francesas y el mayor in ujo corresponde a Moreau de Tours; sus fuentes

    losó cas remontan a Comte, Darwin y Spencer; sus fuentes históricas argentinasson V. F. López y Sarmiento. En su Patología nerviosa y mental se percibe el rastromédico de Charcot y Claudio Bernard, correspondiendo a Renán la orientacióncultural. En La locura en la historia se advierten lecturas nuevas de historiadoresingleses que ilustraron la degeneración de los Habsburgos españoles. En Lasmultitudes argentinas se mezclan corrientes sociológicas contemporáneas, de cepaspenceriana, girando en torno de sugestiones directas de Le Bon. En Los simula-dores del talento, con ser de índole tan personal y localista, nótase la asimilación dela corriente psicológica de Ribot. El modelo ideal de Rosas y su época fue Taine”.Podríamos completar estas lecturas señalando también la in uencia de Haeckel y Lamarck. Agregar a esta biblioteca ideal las fuentes de la tradición paleontoló-gica y museológica de Burmeister y Ameghino: los naturalistas que recorrieronnuestra Pampa y que tuvieron a Lynneo, padre de la taxonomía, como modelodescriptivo y clasi catorio. Sumar entonces la literatura de Guillermo Hudson y otros. O ser todavía un poco más exigentes y reconocer, quizás, la in uenciadel enciclopedismo francés del siglo XVIII. Como sea, el texto de Ingenierosnos da un panorama bien de nido de los autores clásicos y contemporáneos aRamos Mejía, así como de la sucesión de hegemonías disciplinares que atravesó y se tradujo a diversos lenguajes dentro del campo de intelectuales positivistas (labiología, la historia, la sociología y la psicología signan, además de los recursos

    metafóricos, una trama de temáticas y enfoques a ser desplegados en los análisisde las cuestiones problemáticas para la sociedad argentina).El término “biblioteca” puede aludir, además, a la posibilidad de dejar un legadoo testimonio, un regalo a la posteridad. Así, por ejemplo, la biblioteca personal de José Ingenieros, que pasó a enriquecer los anaqueles de la Biblioteca Nacional yque ahora el visitante de esta muestra podrá apreciar al recorrer las vitrinas de laSala Leopoldo Marechal. Encontrará allí no sólo varios de los volúmenes leídospor el famoso criminólogo argentino, con lo cual podrá reconstruir su campo dein uencias, sino también libros obsequiados a él con valiosas dedicatorias de losmás reconocidos investigadores de la época, como la que le escribiera, justamente,Ramos Mejía en un ejemplar de Los simuladores del talento. Este doble registro delconcepto “biblioteca”, que se inscribe en una historia de la circulación de libros ylecturas, abre junto a la pregunta por el legado un interrogante aún más general:

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    ¿Qué nos dejó el positivismo en su paso hegemónico por nuestra historia nacional?¿Cómo logró ese lugar preponderante en el campo intelectual argentino entre nesdel siglo XIX y principios del XX? Lo hizo gracias a su economía de recursos ex-plicativos: el positivismo usó la teoría evolutiva de Darwin y su expansión, graciasa las lecturas de Spencer, hacia el mundo social (el llamado darwinismo social).Es decir, el positivismo redujo y uni có los métodos de estudios de las cienciashumanísticas bajo el criterio de Progreso y los presupuestos de la biología. Estofue posible por la e cacia discursiva que implicaba analizar a la sociedad como unorganismo. Individuos, sociedades simples y complejas, instituciones y estructuras,serán tratados como organismos y, en consonancia, serán “tratados” a la maneraen que la biología y la medicina pensaron el problema sanitario: discriminando alos organismos sanos de los enfermos. En de nitiva, la hegemonía ideológica del

    positivismo, en detrimento de otras corrientes de pensamiento niseculares queigualmente tuvieron in uencias considerables entre los autores cienti cistas (comoel simbolismo, el vitalismo, el decadentismo o el espiritualismo), se puede explicarpor: 1) su capacidad descriptiva y 2) por su inscripción en el proyecto roquista y suarticulación con las instituciones del Estado. Este enquistamiento estatal es, dentrode las variables, quizás la más importante para entender, en todo caso, por qué elpositivismo argentino abordó como temas prioritarios: a) los efectos no deseados delproceso acelerado de modernización y b) la (re)invención de una nación imbuidade la novedosa problemática de la inmigración masiva.Eduardo Rinesi propone1 retomar las re exiones que Jorge Salessi realizara en Médicos, maleantes y maricas sobre La ebre amarilla, el célebre cuadro de Juan ManuelBlanes, para rastrear el pasaje que va de la “vieja dicotomía sarmientina civiliza-ción/barbarie” al “par de opuestos salubridad/insalubridad” y así comprender,por un lado, el grado de autopercepción que el Estado empieza a tener sobre sunuevo rol en la vida cotidiana de la sociedad y, por el otro, el necesario papelque deberán comenzar a jugar las instituciones de control en esta rede nicióndel espectro nacional hacia nes del siglo XIX. Recordemos junto a Salessi queen el cuadro “el espectador, ubicado en el interior de una oscura habitación deun conventillo de Buenos Aires, miraba hacia la puerta doble de la habitaciónsúbitamente abierta de par en par. En el vano de la puerta, parados a contraluz,dos hombres vestidos con levita negra con la galera en la mano, al lado de unmuchacho de pueblo que tímidamente contemplaba la escena desde un costadode la apertura, observaban serios el cuerpo de una mujer muerta que yacía boca

    arriba en medio de la habitación. Blanes representó a esa mujer como una madre ya su lado su hijo de pocos meses posaba una mano en un pecho materno tratandode alimentarse”. Completa la imagen Rinesi señalando que quienes están ingre-sando a la pieza son el presidente de la Comisión Popular, Roque Pérez, y uno desus médicos, Manuel Argerich. No familiares, no ciudadanos, sino funcionarios,hombres de Estado. ¿Y cuál es la actitud del funcionario? Observar. No conjetu-rar, sino observar loshechos. Esa será la condición de las nuevas atribuciones delEstado argentino: observar para poder intervenir con conocimiento, valiéndose

    1 En “Las formas del orden (apuntes para una historia de la mirada)”, estudio estético-político publicado enGonzález, H.; Riseni, E. y Martínez, F., La nación subrepticia, Buenos Aires, El Astillero, 1997.

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    Positivismo Argentino

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    Un episodio de la ebre amarillaen Buenos Aires , Juan Manuel Blanes,1871. Óleo sobre tela, 230 x 180 cm.

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    de la ciencia y de las nuevas instituciones que se formarán bajo los cimientosde la experimentación metódica y rigurosa. Por ello, para pensar la bibliotecaideal positivista en ese doble registro de lecturas y legado o testimonio cultural,es importante no sólo recorrer las obras de los autores destacados, sino tambiénsus roles y actuaciones en las instituciones estatales. Analizar, para seguir connuestro ejemplo, el paso de Ramos Mejía por el Departamento Nacional de Hi-giene en 1892, o su labor reformista en el Consejo Nacional de Educación haciael cumplimiento del Centenario patrio, etc.Ahora bien, ¿qué signi ca “observar” desde la mirada del cientí co estatal? Estapregunta remite a los dos niveles que coexisten –por lo menos desde que así loseñalara Aristóteles en suÓptica – en todamirada o percepción: el sujeto que observa y el sujeto-objeto observado. El positivismo servirá, como armazón conceptual,

    de medio y arquitectura para ese encuentro desde la visión del Estado argentino.¿Y cómo se observa a ese sujeto-objeto? No es menor que en todos los autores deeste período se conjuguen repetidamente los tópicos de la mezcla, la promiscui-dad, del sinsentido. En todos estos términos, el sujeto observado es uno, aunquecolectivo: la multitud o “plebe ultramarina” –al decir de Leopoldo Lugones– deinmigrantes que para el n de siglo modi ca para siempre la sonomía de estastierras, al punto de reabrir los pasionales debates sobre el sentido del ser y de laformación de la lengua nacional.Dijimos antes que el positivismo fue e caz especialmente al problematizar los“efectos no deseados” del proceso de crecimiento acelerado de nes de siglo XIX.Las olas inmigratorias suscitaron, en ese sentido, un corrimiento discursivo: lo quepara aquellos años setenta se señalaba como peligroso para el ciudadano eran las“mezclas de uidos” insalubres. Para la siguiente década, la preocupación será lasalud pública, y el discurso estatal abogará para prevenir sobre aquellas “mezclassociales” que ponen en riesgo el tejido de esecuerpo orgánicoque es la Nación. Eldiscurso higienista, emitido por el sujeto-Estado, ahora observará a ese sujeto-in-migrante que es impredecible y que pone en riesgo la tranquilidad de la elite. Enpalabras de Salessi, esta nueva orientación gracias a la novedosa metáfora higienista –luego criminológica– implicó: “la identi cación de la bacteria y el microbio con elinmigrante extranjero primero y, cuando los inmigrantes ya estaban establecidos enel nuevo país, con una población de ‘delincuentes’ que vivía dentro de las fronterasnacionales y debían ser identi cados y controlados o reformados”.En este contexto, la búsqueda de tranquilidad explicará, en parte, la obsesión

    positivista con el concepto desimulacro. Porque el simulador aspira, en su astucia,al emular (pues “simular” es un emular en forma desplazada) aquello que enverdad no es, a lograr una vía de escape, a sostenerse en la opacidad. El simulacroes el intento de quedar ajeno al control de un Estado que entiende que clasi car y reformar son las condiciones de posibilidad de la inclusión de los individuos enuna comunidad, aunque eso implique la exclusión de las singularidades dentrodel entramado colectivo político. Porque el Estado busca recorrer con su mira-da vertical, como en el cuadro de Blanes, todo su territorio. Si hay peligro deinsalubridad, entrará a la habitación para determinar causa de muerte y plan aseguir. Si hay huelga, deberá con nar o reprimir. Si hay delincuencia, castigaro deportar. Frente a ese accionar, las estrategias de ocultamiento del sujeto queno quiere ser observado, quedar “in fraganti ”: simular para –sin ir más lejos, porejemplo– poder así evitar el Servicio Militar Obligatorio. O simular talentos para

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    no evidenciar la mediocridad, todos ellos tópicos analizados por Ingenieros. Perotambién tendrá el Estado una estrategia propositiva: al hombre inferior habráque educarlo, y entonces la Escuela será la herramienta de nacionalización pre-ponderante. De allí el tono pedagógico y la enorme injerencia en las institucioneseducativas del discurso positivista.En todo caso, la biblioteca positivista debe leerse signada por esta defensa de laseguridad social, eufemismo utilizado en la disputa por la conservación del lugarde la elite gobernante que, acechada, ya sea material ya sea simbólicamente,se arrojó a pensar desde y hacia el Estado como si este “teatro de operaciones”fuera su personal laboratorio experimental. Y debe leerse, también, como la es-trategia de garantizar por una elite intelectual las condiciones de posibilidad dela formación y consolidación del Estado-Nación. En ese recorrido, el positivismo

    argentino expresó y resguardó la autopercepción del Estado, que se reconocenecesariamente en su encuentro con aquello otro de sí. Un “otro” (antes el indio,luego el gaucho, ahora el inmigrante) que, sin embargo, persiste en su interior, yasea simbólicamente (por ejemplo, la miti cación del gaucho realiza por Lugones).Un “otro” negado pero que es potencia, como lo dicta la dialéctica hegeliana delAmo-Esclavo. Es así entonces, como el positivismo encarnó un discurso nacional y perdurable, gracias a la e cacia de una mirada omnicomprensiva quesimuló racionalidad en su proyección institucional sobre el caos.

    Gustavo Ignacio Míguez y Nicolás Reydó

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    Cráneo de un Mastodon , Adolph Methfessel (bajo la dirección de Carlos Burmeister). La ilustración fue publicadaen Los caballos fósiles de la pampa argentina de Burmeister, en su edición de 1889.

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    “Systême guré des connoissances humaines”, en D’Alembert y Diderot (eds.), L’Encyclopédie. Recueil de planches, surles sciences, les arts libéraux, et les arts méchaniques, Paris, 1762.

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    Raíces del árbol positivistaEl positivismo, como toda corriente de pensamiento, cuenta con más de un origen.Se puede, sin embargo, hablar de una raíz muy fuerte: la Ilustración. Son muchaslas características que el pensamiento positivista tomará de la Ilustración, tantoa nivel mundial como nacional. En las siguientes líneas explicaremos cómo hain uido la Ilustración en el pensamiento positivista y de qué manera se ha dadoeste proceso en nuestro país. En el territorio argentino, la relación con el mundoilustrado tendrá sus inicios en los viajes ultramarinos, continuando luego con la

    importación de obras, y concluyendo en producciones de la propia intelectualidadlocal, que serán nutrientes esenciales del futuro positivismo.Cándido, de Voltaire;Cartas persas, de Montesquieu, e incluso la L’Encyclopédie ou

    Dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers,son ejemplos de cómo los dife-rentes viajes de carácter cientí co no sólo in uyeron, sino que resultaron funda-mentales para la existencia de la Ilustración. En lo que será la Argentina, existenvarios ejemplos similares, como los de Thomas Falkner y Félix de Azara, quienes,aun siendo posteriores a la mayoría, realizaron minuciosas descripciones de susviajes por la actual Argentina, manteniendo en sus textos las formas y prácticastípicas de la Ilustración en sus relatos. Esta tradición se caracteriza por detalladasdescripciones sistemáticas y explicaciones pormenorizadas, y resulta funcional ala ciencia europea, que intenta apropiarse de la naturaleza y la sociedad de loslugares que visita, tomados a veces como un todo asimilable. Esta apropiación del“otro”, tanto natural como social, fue fundamental para la conformación acabadade la Ilustración, como se observa en la Encyclopédie, y posteriormente in uyó en elpensamiento occidental para dejar una fuerte impronta en el positivismo.En la actualidad, la mayor parte de los historiadores critican la visión queconsidera a la Ilustración como factor fundamental para la revolución francesa,pero la elite criolla del siglo XIX, en cambio, consideraba las ideas ilustradascomo parte fundamental para desencadenar la revolución. Es por esto que,con la revolución en la cabeza, los diferentes ilustrados americanos decidieronimportar este pensamiento a través de diferentes textos. ElTeatro de la agricultura

    y cultivo de los campos, obra de Olivier de Serres publicada por primera vez en

    el año 1600 es uno de estos casos: escrita en Francia, se considera uno de losprimeros cursos de agricultura y de economía rural y cientí ca, y muestra unmundo que podía ser catalogado y analizado funcionalmente a través de unconcepto fundamental: la razón y la ciencia aplicada.Más allá de este ejemplo, es claro el lugar central que ocupa la traducción de

    Del contrato social ó principios del derecho político de Rousseau hecha por MarianoMoreno, que no sólo fue una traducción, sino que resulta un claro testimoniode un pensamiento original que se plasmaba en las modi caciones y omisionesque el miembro de la primera junta realizó en la obra. Además, este libro es lamuestra del verdadero poder de la razón, que no se conforma con apropiarsede la realidad y pretende actuar sobre ella conformando el rol del intelectual: elpensador al servicio de la transformación racional de la sociedad. Un rol troncalque trascenderá la Ilustración.

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    El rol activo del intelectual permitió que la Ilustración rioplatense, al igual quesu contraparte europea un siglo atrás, se de na más por la circulación de ideasque por las ideas en sí. Esto último lo vemos con las múltiples publicaciones querecorrerán las calles de las ciudades del Río de la Plata, como elCorreo de Comercio;elSemanario de Agricultura, Industria y Comercio; elTelégrafo Mercantil: rural, político,económico e historiógrafo del Río de la Plata y laGazeta de Buenos Ayres, variando sustemáticas uidamente entre física, matemática, agricultura, economía y política.Estas misma técnicas entrelazadas vuelven a marcar una fuerte racionalizaciónde la sociedad para su apropiación y transformación.Es así como las raíces ilustradas se asentaron en el suelo argentino. Desde los iniciosde nuestra historia o incluso antes, este pensamiento caló hondo en la sociedad de laregión. Esta raíz nutrió al positivismo argentino de múltiples conceptos y formas de

    pensar. En principio, como muestran los diferentes ejemplos, la Ilustración se basaráen una apropiación de la naturaleza y sociedades ajenas de una forma indistinta y sistematizada, dos métodos que el positivismo heredará y re nará. En segundolugar, encontramos el rol del intelectual, un rol que el pensamiento ilustrado de-nió claramente y volvió protagonista. Este rol va a seguir siendo importante en lamayoría de los pensamientos a venir, pero el acento en la transformación conscientede la realidad será central en el movimiento positivista. Por último y como concep-to fundamental encontramos el imperio de la razón, uno que abarca la forma deapropiarse de la realidad y la forma en la que el intelectual la transforma. Muchospensamientos en el pasado y a posterior intentarán transformar la realidad de laque se apropian pero sólo algunos como la Ilustración y el positivismo ponen talenfoque en la razón como valor absolutamente central. Con estos tres nutrientesprincipales, las raíces del árbol positivista in uyeron a un pensamiento que creceráfuerte pocos años después del inicio de nuestra historia.

    Federico Angelomé

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    The Evolution of Man: A Popular Exposition of the Principal Points of Human Ontogeny and Phylogeny , Ernst Haeckel, Nueva York, 1896. Descripción metafórica del “patrón de descendencia común universal” según lateoría postulada por Darwin en El origen de las especies.

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    Lengua de las cienciasCiencia de las lenguas

    Sarmiento y Darwin , Rodolfo Fucile, en La Nación, 2011.

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    so” e introducir el rechazo a “los menos aptos” en

    las grandes instituciones educativas entendidas comoescenarios de lucha por la supervivencia.Este es apenas un recorte posible: la lista de trabajosespecí camente literarios atravesados por la idea posi-tivista podría acrecentarse. La posterior y progresivapérdida de legitimidad de los principales preceptoscientí cos del período también se re ejará en la lite-ratura. Sin embargo, algunas de las improntas temá-ticas y estéticas del idioma literario del positivismopersisten, aunque resigni cadas al calor de nuevoscontextos. De este modo en Los siete locos de RobertoArlt, las nociones comteanas pasan a ser pilares node la verdad cientí ca sino del alucinado discurso del

    Astrólogo. EnTinieblas y Larvas ya no hay lugar para

    explicar la miseria en términos de herencia genética,pero la prosa truculenta de Elías Castelnuovo se con-forma como una exacta y mejorada continuación dela estética naturalista. Serán losrestos de una improntaque fue hegemónica y que aún en su declive seguirádestellando en la serie literaria nacional.

    Emiliano Ruiz Díaz y Eugenia Santana Goitia

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    Hospital Rivadavia, c. 1888. Archivo General de la Nación (AGN).

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    sofocar en su corazón contra la memoria de su pa-dre, del viejo crápula, causa de su desgracia.” ( Enla sangre, de Eugenio Cambaceres.)

    Calles del pecado“Era una de tantas casas en que se alquilan ester-coleros para que se revuelque la podredumbre quefatalmente guardan en su seno las grandes ciudades.El vicio hipócrita, contenido en la calle por temora la represión de la ley y a la opinión pública, acudeallí a satisfacer sus innobles apetitos.Los libertinos conocen estas pocilgas inmundas y

    saben el precio que se cobra en cada una de ellas.Penetran con desenfado, pero prontamente, y luegollaman golpeando las manos. Entonces acude unhombre o una mujer, con más generalidad una deéstas –tratan el cuarto, le pagan adelantado, y yadespués a la salida, nadie los incomoda ni ve.[...] Es un vaivén continuo en que se repite siemprela misma escena con sólo el cambio de actores [...]” ( ¿Inocentes o culpables? , de Antonio Argerich.)

    Herencia de los males“Había algo más aún, que contribuía a explicar eldesesperante estado de José, y era la herencia sio-lógica recibida de sus padres.Tanto Dorotea y Dagiore como sus respectivas fa-milias no habían ejercitado sus cerebros en muchasgeneraciones, y por lo tanto, no podían trasmitirninguna buena predisposición para el franco vuelodel pensamiento.La naturaleza no da saltos. Es preciso repetirlo unavez más. Todo se produce por eslabones graduales.La historia misma del hombre comprueba esta ver-dad. Por esto, un cretino nunca procreará un ser

    inteligente. Cuando se ha dicho que de las clasesinferiores han surgido muchos grandes hombresha sucedido indubitablemente que los progenitoreshan trabajado sus cerebros aplicando su fuerza ainvestigaciones humildes, pero no por eso menosfecundas para el progreso físico-moral de la espe-cie humana [...] hora bien: ¿no está perfectamentecomprobado que los hijos se resienten de la situaciónen que se encuentran sus padres en el momento deconcebirlos? Si el temor domina a los progenitoresen ese instante o uno de ellos se encuentra borracho,resultará seguramente un ser débil y predispuestoa in nidad de enfermedades.

    Fisonomía del inmigrante“De cabeza grande, de facciones chatas, ganchudala nariz, saliente el labio inferior, en la expresiónaviesa de sus ojos chicos y sumidos, una rapacidadde buitre se acusaba.Llevaba un traje raído de pana gris, un sombreroredondo de alas anchas, un aro de oro en la oreja;la doble suela claveteada de sus zapatos marcabael ritmo de su andar pesado y trabajoso sobre laspiedras desiguales de la calle.De vez en cuando, lentamente paseaba la mirada entorno suyo, daba un golpe –uno solo– al llamador de

    alguna puerta y, encorvado bajo el peso de la cargaque soportaban sus hombros: ‘tachero’... gritabacon voz gangosa, ‘componi calderi, tachi, siñora?’.Un momento, alargando el cuello, hundía la vistaen el zaguán. Continuaba luego su camino entreruidos de latón y erro viejo. Había en su paso unaresignación de buey.Alguna mulata zarrapastrosa, desgreñada, solíaasomar; lo chistaba, regateaba, por aba, ‘alega-ba’, acababa por ajustarse con él.” ( En la sangre, deEugenio Cambaceres.)

    El imperio de la sangre“Y víctima de las sugestiones imperiosas de la sangre,de la irresistible in uencia hereditaria, del patrimoniode la raza que fatalmente con la vida, al ver la luz, lefuera transmitido, las malas, las bajas pasiones de lahumanidad hicieron de pronto explosión en su alma.¿Por qué el desdén al nombre de su padre recaía sobreél, por qué había sido arrojado al mundo marcado deantemano por el dedo de la fatalidad, condenado a sermenos que los demás, nacido de un ente despreciable,de un napolitano degradado y ruin?

    ¿Qué culpa tenía él de que le hubiese tocado esoen suerte para que así lo deprimieran los otros,para que se gozasen en estarlo zahiriendo, repro-chándole su origen como un acto ignominioso,enrostrándole la vergüenza y el ridículo de serhijo de un tachero?¿Le sería dado, acaso, quitarse alguna vez de encimaesa mancha, borrar el recuerdo del pasado, veríaseirremediablemente destinado a ser un objeto de mofa ymenosprecio, entre sus compañeros ahora, entre hom-bres después, cuando llegara a ser hombre también él?Un sentimiento de odio lo invadía, de odio arrai-gado y profundo, que no podía, que no hacía por

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    Lengua de las ciencias. Ciencia de las lenguas

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    Dorotea asustada y Dagiore rendido por la fatiga, aldarle la vida a José, le trasmitieron esa debilidad quepodríamos llamar del momento funcional, agrega-da a la debilidad congénita de sus cerebros toscos.” ( ¿Inocentes o culpables? , de Antonio Argerich.)

    Hospital psiquiátrico“Describir en detalle el resto del hospital, sería ha-cer la historia de las miserias y de los dolores quese encerraban en sus cuatro paredes. Aquello erapobre, desaseado, antihigiénico, inculto.De noche, era imponente, lúgubre, pavoroso; los

    grandes patios que servían de salas a los enfermos,estaban envueltos en sombras siniestras, y la escasa luzde algunos mecheros de gas, les daba un aspecto fan-tástico; los locos vagaban por los canteros del jardín,moviéndose lentamente, cabizbajos, hablando soloso dando gritos como aullidos de un animal extraño;hubieran hecho retroceder al más despreocupado.

    En los meses de invierno, nublados, tristes, aquellasoledad, aquel silencio, tenían algo de cementerio.Los árboles desnudos, mostrando el esqueleto de susramas secas, heladas; uno que otro enfermo que seatrevía a cruzar rápidamente aquel descampado [...] esta repetición sucesiva de las mismas cosas, de losmismos toques, del mismo ambiente, de los mismosdolores; los heridos, los moribundos, las mismas im-presiones, los mismos padecimientos, las mismasquejas, todo aquel conjunto triste, abrumador, paraun espíritu débil y re exivo, acababa por engendrar

    la nostalgia, y nos hacía desear la libertad, la calle,las horas fuera del hospital, como a los internos delos colegios que cuentan día por día y minuto porminuto la época de salida.Había, sin embargo, cierta vanidad oculta en serpracticante interno, en vivir al lado de los enfermos,en estar a la mano con todos los sufrimientos y contodas las lacras, y por esto se veía en las puertas de lashabitaciones el nombre de cada practicante, esculpi-do pacientemente, como un anticipo de gloria, en esemonumento en ruina, del que hoy no quedan sinolos escombros.” ( Irresponsable, de Manuel Podestá.)

    El judío“El que hablaba masticando las palabras francesascon dientes alemanes, y no de los más puros, por cier-to, era un hombre pálido, rubio, linfático, de medianaestatura, y en cuya cara antipática y afeminada seobservaba esa expresión de hipócrita humildad quela costumbre de un largo servilismo ha hecho comoel sello típico de la raza judía. Tenía los ojos peque-ños, estriados de lamentos rojos, que denuncian alos descendientes de la tribu de Zabulón, y la narizencorvada propia de la tribu de Ephraim. Vestíacon el lujo charro del judío, el cual nunca puedellegar a adquirir la noble distinción que caracterizaal hombre de raza aria, su antagonista. LlamábaseFiliberto Mackser y tenía el título de barón que ha-bía comprado en Alemania creyendo que así dabaimportancia a su obscuro apellido.Iba acompañado de un joven, compatriota y corre-ligionario suyo, que ejercía el comercio de mujeres,abasteciendo los serrallos porteños de todas las bellezasque proporcionan los mercados alemanes y orientales.También escribía en un diario de la tarde en cuyas

    columnas prestaba importantes servicios a los intereses judíos, consiguiendo muchas veces dirigir la opinión enfavor de éstos. Era, además, presidente de un club detra cantes de carne humana, que tenía su local en lasinmediaciones de una comisaría, y al cual la policía nose había permitido molestar nunca. Pero la profesiónostensible de aquel innoble personaje, era la de comer-ciante de alhajas, que le servía para encubrir su infametrá co y dar un pretexto decente a sus continuos viajesal extranjero. Pálido, rubio, enclenque y de reducidaestatura, sabe Dios qué extraños lazos le unían con elbarón de Mackser, al que parecía tratar con exageradosmiramientos.” ( La bolsa, de Julián Martel.)

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    Huelga en un conventillo de Buenos Aires por aumento del precio de losalquileres, 1907. AGN.

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    estrecha y deprimida, en raras ocasiones y a largosintervalos, como suele entreverse el vago fondo delmar, cuando una ola violenta absorbe en un instanteun enorme caudal de agua para levantarlo en el espa-cio. Las cejas formaban un cuerpo unido y compactocon las pestañas ralas y gruesas, como si hubieran sidoafeitadas desde la infancia. La palabra mejilla era unser de razón para el infeliz, que estoy seguro jamásconoció aquella sección de su cara, oculta bajo unabarba, cuyo tupido, orescencia y frutos nos traía ala memoria un ombú frondoso.El cuerpo, cómo he dicho, era enjuto; pero un vien-tre enorme despertaba compasión hacia las débilespiernas por las que se hacía conducir sin piedad.El equilibrio se conservaba gracias a la previsiónmaterna que lo había dotado de dos andenes deferrocarril, a guisa de pies, cuyo envoltorio, a nodudarlo, consumía un cuero de baqueta entero. Undía nos con ó en un momento de abandono, quenunca encontraba alpargatas hechas, y que las queobtenía, fabricadas a medida, excedían siempre losprecios corrientes.[...] Cuando le retaban, o el doctor Quinche, médi-

    co del Colegio, le decía que era un animal, lo queocurría con regularidad y justicia todos los días, suúnico consuelo era, así que la borrasca se ausentababajo la forma del doctor Quinche, entonar su eterno einocente estribillo. Como prototipo de torpeza, nuncahe encontrado unspecimen más completo que nuestroenfermero. Su escasa cantidad de sesos se petri cabacon la presencia del doctor, a quien había tomadoun miedo feroz y de cuya ciencia médica hablabapestes en sus ratos de con dencia. Cuando el médicole indicaba un tratamiento para un enfermo, incli-naba la cabeza en silencio, y se daba por enterado.”( Juvenilia, de Miguel Cané.)

    Causerie del maestro querido“En ciertos momentos se olvidaba [M. Jacques], ynos hablaba en francés, que todos entendíamos en-tonces. ¡Qué pintura inimitable de ese maravillosofenómeno de la vegetación, de aquellas plantas concorazón de madre, absorbiendo el letal carbonode la atmósfera, y esparciendo a raudales el oxí-geno, la esencia de la vida! ¡Cómo nos hablaba dela bajeza miserable del hombre que pisotea unaplanta, o abate un árbol para coger un fruto! ¡Aunsuena en mis oídos su palabra, y, al recordarla, aúnse apodera de mi alma aquella emoción nueva einexplicable entonces para mí!Cuando empezó a dictar el curso de losofía, quedebía concluir tan brillantemente Pedro Goyena,dio como texto el manual en colaboración con Si-món y Saisset. En la primera conferencia dijo bienclaro que aquella era la losofía ecléctica; más tardeañadió a algunos compañeros: ‘el día que yo escribami losofía, comenzaré por quemar ese manual’.No ha dejado nada al respecto; pero si es posible reha-cer sus ideas personales con el estudio de su naturalezaintelectual y sus opiniones cientí cas, no es arriesgado

    a rmar que, discípulo directo de Bacon, pertenecíaa la escuela positivista, que hasta entonces no habíatenido divulgadores como Littré, pero que antes dehaberla formulado Augusto Comte, ha sido la losofíade los hombres de ciencia, realmente superiores, entodos los tiempos.” ( Juvenilia, de Miguel Cané.)

    El enfermero“Nuestro enfermero tenía esa peculiarísima con-dición. Empezaba su individuo por una mata depelo formidable que nos traía a la idea la confusa yentremezclada vegetación de los bosques primitivosdel Paraguay, de que habla Azara; veíamos su frente,

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    Eugenio Cambaceres Julián Martel Carlos María Ocantos Miguel Cané

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    Espectros de la losofía positivista Así, el verdadero espíritu positivo consiste, ante todo, en ver para prever, en estudiar lo que es, a nde concluir de ello lo que será, según el dogma general de la invariabilidad de las leyes naturales.

    Auguste Comte, Discurso sobre el espíritu positivoBuenos Aires, Aguilar, 1953.

    Pensar el positivismo argentino en tanto corrientelosó ca es una tarea ardua. Se podría comenzar

    señalando que fue una fórmula de ruptura respectode las lecturas losó cas que hubo durante el do-minio hispano, atravesado por la tradición escolás-tica. Pero el acercamiento al objeto “positivismo”que nos interesa es el de las signi caciones veladas,emuladas, quizás, bajo la simpleza de la siguienteecuación paradigmática:ciencia = losofía. La ecua-ción, a su vez, puede complejizarse a partir de unsegundo nivel de equivalencias:ciencia social= ciencianatural . La lectura global e inferencial que se puederealizar de ambas es que, si fue posible trasladar lospresupuestos –en principio, metodológicos– de lasdenominadas ciencias duras a las ciencias sociales,esto se debió a una primaria interpretación unilateral y omniabarcativa de la realidad desde el positivismo.La e cacia de estas fórmulas, por otra parte, debe,a su vez, ser considerada en función de la necesi-dad que tuvieron las elites gobernantes de recurrira un arsenal losó co que les diera autoridad paralegitimar sus propias discusiones sobre el sistema

    nacional de educación, las reformas civiles y penales,la legislación obrera, la situación del inmigrante, laley electoral, etcétera. En ese sentido, el positivismoen Argentina asumió un particular semblante, quepodemos formular mediante una tercera ecuación:

    positivismo = ciencia de Estado.En Las vetas del texto (1990), libro de inestimable valorque seguiremos de cerca, el lósofo argentino JorgeDotti logra expresar este mismo andamiaje lógicoen un fragmento sintético y clari cador sobre la con-cepción de la Ciencia en nuestro país. Vale la penacitarlo: “La ciencia es sólida, propone [José] Inge-nieros, porque respeta la objetividad, la realidad que

    está allí, incontaminada de distorsiones subjetivas,como tribunal irrecusable de toda teoría. Lo objetivoen su pura facticidad es el censor insobornable decualquier especulación no adherible a los hechos, yla biología es la disciplina que,liberándose de rémorasmetafísicas,ha sabido desentrañar el riguroso determinis-mo que preside todo cuanto acontece en el universoanimado” (el subrayado es nuestro).Permítasenos que, en una suerte economía textual,Ingenieros nos sirva como caso testigo para pensarlos rasgos generales del positivismo argentino. Pre-sentemos ahora, muy brevemente, los postuladosque nutrieron la argamasa conceptual positivista:1) la legalidad absoluta de la realidadmaterial ; 2) sutransparencia, es decir, su captación inmediata porel método cientí co, que implica, a su vez, que lacomprensión cientí ca puede retratar “lo que es”sin interferencias ideológico-políticas; 3) la biología(spencereana, principalmente) como nueva fuentede metaforización; 4) la reducción de los actos dela voluntad práctica –la conducta moral, por ejem-plo– a epifenómenos conductuales (es decir, la re-

    ducción de la subjetividad a los impulsos naturales,siológicos y/o biológicos); 5) la historia y lo socialasimiladas a –y por– la Naturaleza.Explicitados estos elementos, aquí nuestra hipótesisde lectura: pareciera que, en el afán por negar lometafísico, los autores de cuño positivista no pu-dieron evitar elaborar, en todo caso, metafísicasalternativas. Esto se revela ya en el presupuesto nadamenor de la transparencia de la realidad, que aca-rrea la posibilidad de captar “lo material” en sudinámica intrínseca y en su legalidad absoluta. Deser así, llegaríamos nada más y nada menos a unfundamento inmanente, material, un basamento

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    miento “serio”; un ideal moral, en otras palabras.Como señala Dotti en el libro ya citado, se trata enestos ejemplos de ideales ético-epistemológicos quese inmiscuyen sin ser invitados. Pero como diría elpsicoanálisisel retorno de lo reprimido es, en de nitiva,signo de la irreductibilidad metafísica del ser.

    Ahora bien, con esto no queremos sino remarcar elalto grado de elasticidad del paradigma positivista.La ética, la moral, lo subjetivo, lejos de anularse,

    parecería que se sostienen como elementos no pací-camente conciliables y ayudan a resquebrajar, ende nitiva, la fachada de homogeneidad de esta co-rriente losó ca. ¿Cómo entender, por otra parte, laincursión de varios de los más eminentes positivistasen los misterios –revelados “cientí camente”– de Ladoctrina secreta, de Helena Blavatsky y Henry SteelOlcott, fundadores de la Sociedad Teosó ca? ¿O lasfascinaciones ocultistas de miembros prominentesdel campo intelectual argentino de principios desiglo? Sin ir más lejos, Leopoldo Lugones, que enesa “hermosa obra” (como la denominara Rober-to Arlt) titulada Las fuerzas extrañasse plantea, en

    alternativo –desde ya– respecto de las especulacio-nes trascendentales y “espirituales” ante las que seirguió el positivismo, pero constructo metafísico porsu carácter esencialista, al n y al cabo. Detengámo-nos un poco más en este punto. El movimiento deautoa rmación del positivismo como corriente depensamiento dominante durante la etapa de gobier-no roquista se apoyó y sostuvo en la generalizaciónde dicotomías obturadas y excluyentes.1 En estareducción había un término de cada binomio quedebía ser o asimilado o excluido. No es de sorpren-der (sino más bien sintomático) que Carlos Octavio

    Bunge, por dar un ejemplo, en su esfuerzo analítico y descriptivo de América tuviera que apoyarse enideas netamente esencialistas como las de Patria,Religión o A nidades étnicas al momento de pen-sar la relación –excluyente– entre la cuestión de lonacional y los inmigrantes.Asimismo, el positivismo tuvo serios problemaspara explicar en qué sentido la Naturaleza podíadeterminar la libertad de voluntad y las conductasmorales, especulativas, de los individuos. O másbien, problemas para llevar a cabo esta tarea sin re-currir a la postulación de unaesencia del hombre –seaque se tratara de una esencia humana, particular,o de una orgánica, general–. En ese sentido, estuvodesde su origen condicionado por la coexistenciapoco pací ca del polo que se presumió descriptivo(neutral, desdogmatizado) y un polo prescriptivo, quese pretendía en armonía con aquél sobre la base dela legalidad determinante de la biología (o del “cos-mos”, en palabras de Augusto Bunge, hermano deCarlos). Pese a los esfuerzos conciliatorios quedaríasiempre una tensión irresuelta entreser y deber ser .Pensemos, sin ir más lejos, en el imaginario social

    acerca de la rigurosidad experimental y el correctoaccionar de un cientí co, sinónimos del comporta-

    1 Se ha mencionado ya la oposición “arbitrariedad de la Metaf ísicaversus la neutralidad y la objetividad de la Ciencia sin dogmas”.Podrían sumarse, entre otros: trascendentalidad de las ontologíasversus trasparencia en la captación de lo real; Individuo (alma)versus organismo; epifenómenos (como el caso de la ética) versusfenómenos; monismo metodológico, homogeneidad versus on-tologías especulativas; adquiridoversus innato; moralidadversussaber; ilusión de libertad versus causalidad natural, determinismo(biológico, psicológico, económico); progreso (como idea dogmá-tica del racionalismo)versus evolución y progreso cientí co (por

    comprobación); prescripción ( juicios valorativos)versus descripción(juicios lógicos, verdaderos o falsos); idealismosversus empiria.

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    Ezechia Marco Lombroso, mejor conocido como Cesare Lombroso. Médico y criminólogo italiano, fundador de la Escuela Ita liana de Posit ivismoCriminológico.

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    palabras de María Pia López, “el problema de loslímites de la racionalidad y la ciencia, y el media-dor adopta la gura deldivulgador ”, y vincula a laciencia “oscuramente con la aventura, la soledad,la locura o la muerte”.2La vinculación entre ciencia y muerte es un pro-blema interesante de vasta historia y profundas sig -ni cancias losó cas. Quisiéramos, al retomarlo,tensionar un poco más la re exión que hemos estadollevando a cabo para detenernos en un momentoespecial de la historia de las ciencias: las repercusio-nes que generaron hacia el interior del positivismo

    las experiencias espiritistas del criminólogo italianoCesare Lombroso –de enorme in uencia entre loscriminólogos argentinos–. La pregunta que nosharemos entonces es si se trató, sin más, de unaverdadera traición al paradigma cienti cista o sieste viraje respecto de experimentos caracteriza-dos por el propio Lombroso durante años comopseudocientí cos podría ser comprendido, no de-cimos justi cado, dentro del propio andamiaje depresupuestos positivistas del cual partimos. En unartículo bastante reciente3 encontramos una suge-rente hipótesis de lectura. Se resalta allí la denodadavocación cientí ca de quienes, como el italiano, selanzaron a estudiar las experiencias con el mundode la muerte y lo espectral. Y se propone que Lom-broso, al arrojarse con ahínco a este tipo de estudiosnunca renegó del positivismo: por el contrario, loque buscó, justamente, fue trazar “una suerte de panóptico de las cosas muertas, unavisión total de sustrazas o improntas” (el subrayado es nuestro). Y esinteresante señalarlo: ¿no trabajó, acaso, el italiano,con el mismoleitmotiv indiciario de las ciencias du-ras? Indiciario, decimos, porqueel positivismo siempre

    ha buscado la materialización de lo oculto, de lo aún norevelado por las limitaciones técnicas, quizás sio-lógicas. Lombroso, sin dudas, se abocó a estudiaral espiritismo como el cientí co experimental selanza a trabajar sobre cuerpos materiales que sonfotogra ados, medidos y examinados hasta el últimodetalle. Y las sesiones espiritistas lombrosistas seconvirtieron, al acumular aparatos radiométricos,

    2 María Pia López, Lugones: ent re la aventura y la Cruza da, BuenosAires, Colihue, 2004. Subrayado de la autora.3

    Alessandra Violi, “Lombroso y los fantasmas de la ciencia”, enSans Soleil . Estudios de la imagen, n.˚ 4, 2012.

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    Macrocosm, microcosm (the inner man), microcosm

    (the physical man) , Helena Petrovna Blavatsky, enThe E.S.T. instructions, Nueva York, The Aryan Press, 1888-1891.

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    dinamómetros y placas fotográ cas, en algo análogoa los laboratorios experimentales.Para concluir. La epistemología positivista se pensó alservicio del acceso de aquello otrora inalcanzable al co-

    mún de los hombres. El caso de Lombroso (podríamoscitar también las fascinaciones ocultistas de la época, ola irrupción de Logias teosó cas, que dejaremos paraotro análisis) abre la siguiente pregunta: ¿no será quela máxima ambición del proyecto positivista, cruzadade “panoptistas” –como en la actualidad de genetis-tas–, fue nalmente el completar una “ sionomía delo invisible”4, alcanzar la materialidad subyacente a loinmaterial?Ciencia = visibilizar lo invisible. Esta nueva

    4 El término lo acuña Eduardo Rinesi en “Las formas del orden

    (Apuntes para una historia de la mirada)”, en González, H.; Rinesi, E. y Martínez, F., La nación subrepticia, Buenos Aires, El Asti llero, 1997.

    formulación bien podría ser el corolario de la cadenalógica de equivalencias que inició nuestra re exión. Deser así, entonces, habría que considerar seriamente siLombroso no fue un pionero al aventurarse con franca

    honestidad hacia las mayores incógnitas que la Ciencia y la Filosofía, de acuerdo a Heidegger, pueden plan-tearnos: ¿cómo hacer asequible a nuestra comprensiónla lógica del ser, de lo eterno, de la muerte (y lo que hay“más allá” de ella)?; de lo que, alejado de lo mundano,no deja de ser, no obstante, lo más seguro y cercanoal ser humano.

    Gustavo Ignacio Míguez y Nicolás Reydó

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    Helena Petrovna Blavatsky y Henry Steel Olcott, cofundadores en 1875 de la Sociedad Teosó ca. La Sociedad profesaba la posibilidad de alcanzarla sabiduría divina a través del autodesarrollo espiritual gracias a ciertas verdades olvidadas y hoy sólo rastreables en los textos sagrados religiosos,en las losofías occidentales y orientales y en los propios desarrollos de la ciencia moderna.

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    El socialismo argentino: Ciencia de laHistoria, lucha por la vida y la tentacióndel agenciamiento estatal

    ra de la vida humana, en el sentido de mejorarintegralmente la existencia de los individuos enlas sociedades donde trabajan y luchan, tendencia

    determinada por las condiciones materiales propiasde este momento histórico, que oculta arriba decerrazones y nubes multiformes, un porvenir deventura colectiva. Consecuencia de esta novísimaorientación de la vida ha sido la renovación cientí-

    ca contemporánea, pues las ideas siguen el cursode los hechos y tienen su origen en la realidad delas cosas, como las ondas de luz ruedan por el éteragitadas por el primer impulso de la energía solar y necesitan un complicado aparato siológico paradarnos las imágenes de los cuerpos y la visión desus formas, movimientos y colores.La renovación de los métodos de estudio, que hain uido de manera extraordinaria sobre el desarrollode la cultura, ha penetrado en los dominios de laHistoria, ciencia y arte para los escritores apegadostodavía el clasicismo; y sólo la ciencia, positiva, con-creta, de investigación, de análisis, de observaciónde la experiencia acumulada por los siglos, de re-construcción sintética de los hechos pasados con uncriterio lógico, relativo, exacto, para los sociólogosinspirados en modernos sistemas, que explican porsus causas y motivos verdaderos el desenvolvimiento

    de las naciones […]Hasta ahora, señores, hemos hecho en la Repúblicala historia de los héroes y de los grandes personajes;pero es necesario que en adelante procuremos es-cribir su historia cientí ca, y sólo lo conseguiremoscuando empleemos el método señalado por el ma-terialismo histórico: es posible que con ese sistemareduzcamos la magnitud de ciertos cuadros y deciertos hombres; pero en cambio, aparecerá con másrelieve una entidad anónima que hizo la Revolución y creará la grandeza de la República: el Pueblo.”Quisiéramos, a continuación, decir algunas palabrassobre un autor que dio una impronta propia y única

    Uno de los objetivos primarios de la irrupciónsocialista en el campo intelectual argentino fue elrefundar la ciencia histórica encumbrada a partir

    de los grandes textos mitristas de las décadaspredecesoras a las crisis de nes de siglo. La llamadaRevolución de 1890, que puso en cuestionamientoel modelo político y puso en jaque el crecimientoeconómico acelerado de la década anterior porla gran miseria y la pobreza que trajo consigo entérminos sociales, dio a lugar a la aparición delsocialismo organizado en un partido político. JuanBautista Justo organizó e impulsó la creación delPartido Socialista de la Argentina en 1896, luegode militar y difundir las ideas socialistas desde elperiódico La Vanguardia, que había fundado tan sólodos años antes. La in uencia del socialismo en lavida política del país llegaría, al menos en lo quere ere a esta primera generación de autores, a unpunto culminante con la elección como senadorde Enrique del Valle Iberlucea en 1913, siendo elprimer socialista en toda América en ocupar uncargo de esas características.Había sido el propio Del Valle, algunos años antesde su salto legislativo, uno de los encargados desistematizar los lineamientos generales de laconcepción materialista de la Historia en Argentina

    (“Historia” que Justo se empecinó siempre enescribir con mayúscula, y que los socialistas, engeneral, diferenciaron de la crónica, la novela y la

    losofía por entender que estos géneros propiciabanespeculaciones ajenas al conocimiento histórico-cientí co, el único pasible de ser utilizado en laacción práctica revolucionaria). El 4 de agosto de1906 dictó una reconocida conferencia titulada“Teoría materialista de la historia” en la bibliotecade la recientemente inaugurada UniversidadNacional de La Plata. Las primeras páginas de suexposición nos ponen de lleno en el tema: “Nótaseen el mundo moderno una tendencia renovado-

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    Positivismo argentino. Simuladores de la razón

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    a esta conjunción entre positivismo y marxismo.Hablamos, claro está, de José Ingenieros, quien apesar de mantenerse alejado del partido de Justodesde principios de siglo fue siempre, en sus pala-bras, un votante el al socialismo.Ya en sus escritos de juventud publicados en La

    Montaña, el periódico “socialista revolucionario”que fundó en 1897 junto a Leopoldo Lugones, In-genieros plasmó y moldeó un entrecruzamientodel pensamiento evolucionista y la imaginaciónhistórica y reformista del socialismo. Sus artículospresentaban como tesis central que el progresoeconómico y material no equivalía a progreso so-cial y a una mejora en las condiciones de vida delas mayorías; menos aún, a un progreso moral.De esta manera, quedaba evidenciado que preo-cupación social y moral se autoimplicaban. Y enefecto, en esta temprana etapa a Ingenieros no

    le interesó tanto denunciar al capitalismo comosistema de producción en crisis sino remarcaraquellos elementos miserables y parasitarios queeran consecuencia directa de tal sistema. El ca-pitalista, el burgués, fueron vistos en La Montaña como parásitos chupa sangre del único productorposible de riqueza (y por tal entiéndase, nuevamen-te, riqueza moral también), el hombre trabajador.Atravesado inevitablemente por postulados deldarwinismo spenceriano, lugar común para la épo-ca, Ingenieros invertía, no obstante, los términosque tradicionalmente se habían adoptado en lavisión elitista-clasista: no eran los pobres sino los

    burgueses, al enriquecerse a costas de los demás,los parásitos del sistema y, por lo tanto, los menosaptos en la ontológica “lucha por la vida”.¿Cuál era la meta desde la perspectiva del socialismocienti cista? La unión material entre intelectuales y trabajadores, que no podía sino ser, a la vez, unaunión moral en la lucha contra la acumulación dela riqueza por parte de la burguesía en el poder.Unión en la lucha colectiva por la vida, podríamoscompletar a partir de lo que sugiere Omar Acha ensu Historia crítica de la historiografía argentina. Pues laconcepción socialista en estos autores puso especial

    énfasis en que esa lucha no podía ser nalmente deindividuos, de átomos chocando contra átomos,como sí lo era en el caso de autores más bien aso-ciados a la ideología liberal conservadora, sino quese tenía que de nir por la idea, también provenientede la física, de “agregados”.Donde más profundamente se desarrolló esta co-rrección a los postulados spencerianos es en la pro-puesta cooperativista que Justo expuso en suTeoría

    y práctica de la historia. Allí, desde cierta perspectivailuminista, tecnocrática si se desea, también a rmaque si el desarrollo histórico de la modernización ydivisión del trabajo son momentos necesarios parala evolución social, lo son en pos de la convivenciademocrática, que es la única meta y ámbito superiorde la política. En ese sentido, la mecanización yparcialización de las tareas, al simpli car las ope-raciones manuales, favorecería la organización delobrero moderno, que al tener más tiempo disponiblepuede luego instruirse cívica y políticamente y, conello, desarrollar una conciencia de clase.La diferencia, en todo caso, de Ingenieros con Justo la encontramos en el entroncamiento ra-

    cial del primero al pensar la cuestión nacional.Para el momento de escribirSociología argentina,el análisis de la adaptación a los disímiles medios y la degradación racial son elementos claves enla constelación conceptual de Ingenieros. Eso sí,cabe aclarar, la lucha por la vida, que él entiendees la lucha de razas contra razas, sigue por ellomismo siendo pensada en términos colectivos. Dehecho, la psicología individual, aun en sus últimosescritos, nunca dejará de ser un epifenómeno, esdecir, de estar condicionada por la psicología so-cial; psicología social que, como basamento, estádeterminada necesariamente por la in uencia del

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    Retrato de José Ingenieros, s. d.

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    cientí ca de Ingenieros, lo que explicará su desem-barco en ese lugar privilegiado de la intervencióncientí ca hacia esos años: los organismos e institu-ciones estatales de control social, únicos espacioscapaces de materializar los proyectos prescriptivosde reformas en todo el territorio. Recordemos queIngenieros ocupará el rol de jefe del Servicio deObservación de Alienados de la Policía de la Capital y será también director del Instituto de Criminolo-gía de la Penitenciaría Nacional de Buenos Aires.La crítica de aquel joven socialista a la burguesíaperderá relevancia y las cuestiones del crimen, del

    delito, de la simulación y de la locura serán ahorasus temas predilectos en este segundo período de suproducción intelectual. Asumida su responsabilidadcomo agente estatal, el interés por lo social dejarápaulatinamente lugar al problema de la Nación; losintereses revolucionarios, al análisis de los proble-mas que no podían sino preocupar a quien, comootros en su generación, se autopercibió como veedorde la salud social de los argentinos.

    Gustavo Ignacio Míguez

    medio; basamento que, a su vez, siempre es con-secuencia de una determinada evolución social,conformándose de esta manera un círculo de de-terminaciones materiales.Desde el enfoque sociológico de Ingenieros queahora estamos analizando, alejado largamente desus intereses juveniles, el problema ya no es la mo-dernización sino, por el contrario, la insu cientemodernización: la herencia negativa de la coloni-zación española, que produjo en nuestras tierras uncapitalismo disímil al desarrollado en las coloniasanglosajonas. Y a estos fenómenos patológicos de

    las desviaciones modernizantes del capitalismo sevinculan, nalmente, al papel primario que jugarála mezcla con lo indígena. A partir de estos nuevoselementos de análisis, Ingenieros se abocará a con-cebir una cura, en clave reformista, para los maleshistóricos americanos.Sólo resta añadir, para nalizar, que esta búsque-da medicalizante irá acompañada de una profun-dización higienista y criminológica en la mirada

    “Socialismo: Estos dos personajes [el obrero yla República Argentina] viven en demasiadabuena inteligencia, para que pueda yo, romperla armonía que existe entre ellos.” El Mosquito,Buenos Aires, 28 de abril de 1889.

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    Portada delAlmanaque socialista , La Vanguardia, Buenos Aires, 1899.

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    En el cruce entre la adscripción positivista y el afáneducador propios del socialismo argentino en susalbores, tuvieron lugar toda una serie de iniciativas

    para difundir entre los sectores populares las verda-des suministradas por la ciencia. Sin lugar a dudas,una de sus principales estrategias radicó en el cam-po editorial. En el marco de una década del veintesignada por la incorporación masiva de la poblacióna la cultura letrada, proliferarán las publicacionesdestinadas a un público advenedizo pero ávido de losconocimientos que en ese entonces supieron manteneruna relación directa con el sueño del ascenso social.En el año 1924, la Editorial Claridad lanza al mer-cado una de las colecciones más ilustrativas del

    agenciamiento ciencia-educación como estrategiasocialista de transformación social: la BibliotecaCientí ca. Se trata fundamentalmente de textos

    extranjeros, y en su mayoría, referidos a temáticascomprendidas dentro de lo que podríamos consi-derar dos de las principales teorías pertenecientesal universo positivista: la eugenesia y el higienismo.No es de extrañar, entonces, que una abrumadoracantidad de textos re eran a la cuestión de la crianza y el cuidado de los niños; a la mujer en su carácterprocreador; a las di cultades y desafíos del mante-nimiento de un buen matrimonio en tanto unidadfundamental y reproductora del cuerpo social; a laprevención de enfermedades venéreas o atribuidas ala ignorancia y la falta de higiene como la sí lis y latuberculosis; a las diferencias de origen “natural” yanatómico entre los sexos y a otras temáticas a nes.Las características del corpus de textos de divul-gación promovidos por el socialismo a través deeditoriales como Claridad, dan cuenta del exitosomaridaje entre el programa de reformas socialespropuesto por él y el paradigma positivista. La mayorparte de los textos adscriben a la línea lamarckianade la teoría evolucionista que atribuye una mayorimportancia en el desarrollo de los seres humanosa las in uencias del ambiente por sobre los caracte-

    res heredados. Como es de esperar, el concepto de“raza” no suele tener demasiado protagonismo enninguna de las obras, a pesar de la centralidad ana-lítica que ostenta en las teorías sociales de la época.En contraste con una línea eugenésica que construyesus propuestas sobre una matriz proscriptiva, comoser la castración de los inválidos o la prohibición dedeterminadas uniones matrimoniales, las respuestasen este caso giran en torno a la optimización de lascondiciones ambientales de las madres y sus hijos entanto garantes de la correcta reproducción y desarro-llo de la especie. De esta manera, el propio discursocientí co pasaría a respaldar las reivindicaciones

    Ciencia para la vida:la difusión de la eugenesia y elhigienismo en clave socialista

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    Detalle de la portada deClaridad , n.º 149, Buenos Aires, 1927.

    Positivismo argentino. Simuladores de la razón

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    esgrimidas por los socialistas: el mejoramiento dela calidad de vida de las familias trabajadoras y laextensión de la educación, no sólo en tanto preven-ción de enfermedades asociadas con la ignorancia

    y la pobreza, sino también como herramienta dedifusión de los conocimientos necesarios para man-tener una vida sexual favorable a la procreación deniños sanos. Allí donde algunos postulan la respuestarepresiva como cura de los males sociales y principalgarantía del orden, el socialismo invierte la ecuación y se posiciona como el único espacio político conla voluntad y la razón para lograr la quimera delprogreso nacional en un marco de armonía.Como aditamento, pese al rechazo profesado porel socialismo hacia las instituciones eclesiásticas,el problema de la moral en lo referido al sexo y susinmediaciones es eje fundamental de gran número

    de obras de difusión más no sea en un formato secu-larizado. Generalmente se intenta descorrer el velode ignorancia sobre todo fenómeno sexual sin dejarde señalar el n exclusivamente reproductivo que

    debe originar todo acto carnal. Paradójicamente, elfactor placer (sobre todo en la mujer) pasa a ocuparun rol novedoso y utilitario, en tanto garante deuna buena procreación y del sostenimiento de unprovechoso matrimonio. De esta idea se desprendeque en más de un texto se ponga especial énfasis enlos derechos pero también en las obligaciones delhombre para con la mujer, no sólo en tanto pro-veedor del sustento sino también como marido, ypor ende, partener sexual responsable de un actosexual satisfactorio.

    Florencia Paine Ubertalli Steinberg

    Lengua de las ciencias Ciencia de las lenguas31

    31

    Sin pan y sin trabajo , Ernesto de la Cárcova, 1894. Óleo sobre tela, 125,5 x 216 cm. MNBA.

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    Biologizaciónde las culturas

    La nacionalización del Museo de Buenos Aires , en El Mosquito, Buenos Aires, 10 de febrero de 1884.

    La ilustración presenta a Mitre junto a Carlos Burmeister recorriendo el museo. El epígrafe de la ilustración es un diálogo entre Mitre y una de las momias eexhibición: “Mitre: Su colección de fósiles es admirable, Dr. [Burmeister]. Una momia egipcia: Pero, General [a Mitre], Ud. también hace parte de ella.”

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    La escena ha sido narrada muchas veces. El hombreemite un antiguo cántico, el torso desnudo, la voztrémula, mirando hacia el poniente, y cae inánimepor la escalera de mármol. El ciclo de su destinose ha cerrado. Aquel que fuera el jefe de su puebloen las heladas estepas patagónicas moría de unamanera digna y brutal. Había visto desagregarse

    a los suyos, derrotados por el ejército roquista; loshabía visto perecer fusilados, esclavizados o reclui-dos como animales en el campo de concentraciónde Valcheta o en la isla Martín García. A muchoslos vio morir como perros inoculados por la viruela y la sí lis. Vio a las mujeres regaladas como chinaspara el servicio doméstico de las casas señorialestras ser trasladadas en caballos de hierro hacia esainfernal máquina de daños, la ciudad. Centenares deniños fueron separados de sus madres y entregadosa los misioneros salesianos, en el más vasto plansistemático de apropiación de la historia argentinaejecutado por la iglesia católica que acompañó cada

    paso de la labor de los fusiles civilizadores. Sin tie-rra, asesinados, desplazados, vueltos mano de obraesclava en los ingenios azucareros de Tucumán oenviados como curiosidades exóticas para ser ex-hibidas en los zoológicos humanos europeos, losgrupos humanos que habitaban la Patagonia desdetiempos inmemoriales asistían al nal de una etapa

    de su desarrollo histórico. A su jefe le tocaría unasuerte no menos aciaga.Capturado junto a su familia sufrió un largo periplode humillaciones y acabó sus días como esclavo en elMuseo de Ciencias Naturales de La Plata. Expuestocomo ejemplar de una raza desaparecida, trabajadorgratuito, viviendo melancolizado en los sótanos,entregado al alcohol, sin el respeto de los suyos, sevolvió objeto de estudio de los nuevos saberes quepretendían registrar su ocaso. Sus mujeres e hijaspadecieron similar suerte. El cacique Inacayal, quede él se trata, será fotogra ado con una cámaraBertillon por el aventurero norteamericano TenKate, quien, con Florentino Ameghino, EstanislaoZeballos, Francisco P. Moreno y Roberto LehmannNitsche, entre otros, construiría un relato museográ-

    co en el que a las razas animales extintas sucedíansin solución de continuidad los grupos humanosexterminados y se coronaba con ejemplares vivientesque eran obligados a actuar sus rutinas de vida antela mirada curiosa de los visitantes.La vasta operación de apropiación humana fueacompañada del afán positivista de clasi cación

    con el auxilio de las ciencias y tecnologías de la épo-ca. La destrucción de la subjetividad fue ejecutadamediante un movimiento conceptual de taxonomi-zación de sus rasgos raciales y la recopilación de susmarcas étnicas. Así, la craneología y demás cienciasadscriptas a la antropología física eran los saberesaplicados tanto sobre cuerpos vivos como muertos:cazadores de trofeos de guerra, profanadores deenterramientos sagrados, los sabios del museo tra-ducían a códigos neutros el botín humano al quepretendían testimonio del triunfo de la civilización.El famoso perito Moreno, muy dado a la profana-ción de cementerios, dotó a la colección del museo

    Conjurar al subalterno

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    Huesos en la azotea del Museo Nacional, actual Museo Argentino deCiencias Naturales “Bernardino Rivadavia”, Buenos Aires, 1904. AGN.

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    con un millar de cráneos, entre los cuales gurabael de Sam Slick, niño tehuelche apropiado por losingleses, que había sido su guía en Chubut. En unade sus cartas Moreno ironiza sobre su destino: re ereque Slick descon aba de él porque, conocedor de supasión de coleccionista, temía que le robara la cabe-za. Cosa que, dice el perito, terminó sucediendo: trasel asesinato de aquel en una pelea su cabeza acabótransformada en patrimonio nacional.Algunos de los indígenas capturados procedían aldescarnado de cadáveres de sus pares, que, vueltosesqueletos, eran exhibidos en vitrinas de a miles oinvestigados como curiosidades raciales. El casoemblemático de la indiecita Damiana Kryygi, apro-piada durante una expedición punitiva al Chaco,resulta ejemplar: entregada al lósofo AlejandroKorn, fue derivada debido a su inadaptación ‒al-gunos dicen a su liberalidad sexual‒ a un hospicio,donde contrajo una enfermedad que la llevó a lamuerte. Su cráneo será expuesto como caso por

    Lehmann Nitsche en un congreso en Alemania,de donde sería repatriada y entregada a su grupode pertenencia ‒los aché‒ sólo décadas más tarde.Objetos de laboratorio, los indígenas fueron consi-derados parte del patrimonio del museo. De hecho,los miembros de GUIAS (Grupo Universitario deInvestigación en Antropología Social), encabeza-dos por Fernando Pepe, que pusieron en debate laconstrucción museográ ca del genocidio indígena,dieron una fuerte batalla en pleno siglo XXI paraque los restos de Inacayal, Foyel y Damiana, entreotros, hasta entonces inventariados y catalogadoscomo “piezas”, fueran restituidos a sus deudos.

    La Revista del Museo de La Plata recoge sin eufemis-mos buena parte de las atrocidades cometidas ennombre de la ciencia positiva; el registro antropomé-trico que sustentaba teorías raciales aparece allírefrendado por la fotografía ‒cerca de unas 10.000tomas fueron efectuadas sobre el grupo de cautivos,de frente, per l, desnudos, etc. Incluso el artistaitaliano Reynaldo Giudici ‒socialista, autor de Lasopa de los pobres ‒ realizó unos frescos en la entradadel museo donde se ve a Inacayal y a su familia junto a dinosaurios... El sueño utópico del dameroracionalista y masónico de la ciudad tenía su co-rrelato en la dominación cientí ca de ese otro alque se visualizaba como peligroso. O, en todo caso,como testigo de la barbarie cometida en nombre delprogreso y la civilización. Tras la limpieza étnica, eldispositivo de asimilación ‒la ciencia antropológica,la ciudad de diseño, la modernización de la estepa,la ciudadanización del bárbaro‒ tendría la funciónexplícita de conjurar las diferencias.

    En ese sentido, similar, pero un tanto más com-pleja, fue la suerte corrida por el gaucho, gura detransacción en la que se hibridaba el indio con elcriollo dando un tipo humano campero que veníade protagonizar en el siglo anterior las revueltas einsurgencias que conmovieron la región y que ahoraeran materia social disponible. Devenido emblemade algo así como una sustancia nacional puesta enriesgo por el aluvión inmigratorio, el incipiente na-cionalismo alarmado hizo del gaucho otrora rebeldeun modelo épico pasteurizado y folclorizado, acordeal nuevo modo de producción dominante. El opera-dor de esa deriva simbólica fue Leopoldo Lugones

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    Mujeres aborígenes, capturadas y obligadas a vivir en el Museo de La Plata, exhibidas como parte de las “colecciones vivientes” y trabajadoras en las obras deconstrucción de la institución. De izquierda a derecha: la esposa del cacique Modesto Inacayal, Sakak, hijas de Inacayal, hija del cacique Sayhueque y Trakel.

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    en sus famosas conferencias del Teatro Odeón ‒alas que asistió el propio Roca‒ que serían reunidasen 1916 bajo el título de El Payador . Magní co cantode cisne de una Argentina geórgica que languide-cía en sus formatos antiguos bajo los embates dela modernización propinada por la generación delochenta, en sus páginas se propone, clásicamente, laimagen del gaucho como entidad emblemática de laargentinidad, surgido –construido‒ en el centro delsistema literario decimonónico bajo la forma de unpoema épico, el Martín Fierro. El por entonces consi-derado nuestro vate mayor –recuérdese que habla enel momento epifánico de la república moderna‒ seesfuerza en rescatar la gura simbólica del gauchosin menoscabar a sus sepultureros. La oligarquíatuvo la inteligencia y patriotismo de preparar la de-mocracia contra su propio interés en nombre de lafutura grandeza de la nación –sostiene, inverosímil.Aunque ‒trata de matizar‒, ello no disculpa ningunode sus errores, entre los cuales gura la destrucción

    del gaucho. Si la salvación y la libertad fueron obradel gaucho ‒vencida la revolución, sólo los hom-bres de Güemes, cuyas hazañas cantara en La GuerraGaucha, resistieron, a rma‒ el destino le jugó unamala pasada. “La política que tanto lo explotó, nadahizo para mejorarlo”. “Él, como hijo de la tierra,tuvo todos los deberes, pero ni un solo derecho, apesar de las leyes democráticas”. Paria en su tierra,fue pospuesto por el inmigrante que valorizaba latierra para la burguesía. “Ya no necesitaba de él lapatria injusta, entonces se fue el generoso. Herido alalma, ahogó varonilmente su gemido en canciones.” Aunque menos lírico, el destino del gaucho no resultó

    menos aciago. El alambrado había acabado con suerrancia, la intemperie ahora tenía dueño y su peri-cia en los o cios rurales era requerida apenas paraabastecer frigorí cos en los arrabales de la ciudad.El ejército, a través del servicio militar obligatorio,había domeñado su cuerpo acorde a las disciplinasfabriles que demandaban mano de obra dócil; suantiguo rol de matador en las guerras civiles erareformulado en las policías bravas encargadas demantener el nuevo orden social. Sobre todo ante laemergencia de las multitudes como actor históricoque descalabraban la ciudad señorial reclamandoderechos. Así, el discurso positivista, en un doble mo-vimiento, a la vez que construía la emblematizaciónde la imagen del gaucho en la literatura abonaba lahipótesis punitiva al volver visibles a guras comoHormiga Negra o Juan Moreira. El “gaucho malo”del Facundo volvía amenazante, y se prodigaba encasos policiales, desprovistos ya de épica, arrojando ya no héroes sino sujetos de control carcelario.

    Macedonio Fernández resumió el dilema abiertopor Lugones en un chiste con aires de zen criollo:“Los gauchos son un invento de los estancieros paraentretener a los caballos”. Aquella creación ccionalde un estanciero federal, que fue el gaucho MartínFierro, proclamada su extinción como gura históricaen la escena oligárquica para poder devenir gurasimbólica, emblema que anuda naturaleza y cultura,daría con la suerte de todo mito: sus transmutaciones,sus encarnaciones históricas sucesivas, aún cifraránel destino patrio. Pero esa es parte de otra historia.

    Guillermo David

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    Jinetes en la Pampa, nes del siglo XIX. AGN.

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    El Mosquito, 19 de marzo de 1882. Caricatura de época sobre el efecto civil izatorio del progreso industrial sobre los sujetos (en este caso, sobre el gaucho).

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    Florentino Ameghino en su depósito arqueológico, 1902. AGN.

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    Admirado por Sarmiento, Lugones y Ramos Mejía,entre muchos otros, Florentino Ameghino, etique-tado por la posteridad como el primer cientí co ar-gentino, fue una de guras centrales de la corrientepositivista argentina hacia nes del siglo XIX y lasprimeras décadas del siglo XX. Geólogo, paleon-tólogo, arqueólogo, zoólogo –naturalista sin más‒de formación autodidacta, entre sus in uencias, senutrió de las obras de Lamarck, Darwin, Cuvier,Blainville, Owen, Gervais y de Burmeister.Su fama como naturalista trascendió más allá de laArgentina ‒muchas de sus obras fueron traducidas porél mismo al francés‒ fundamentalmente en el área pa-leontológica al descubrir y fundar, conjuntamente consu hermano y compañero de trabajo Carlos Ameghino,

    más de 6.000 especies distintas de fósiles mamíferosen la Pampa. Esta sociedad familiar se completabacon el menor de los hermanos, Juan, encargado de lalibrería familiar con la que se reunían fondos para lasexpediciones. Así, Florentino organiza la vida econó-mica de la familia, con una empresa literaria dedicadatambién a la compra y venta de fósiles.En pos de construirse a sí mismo y legitimarse comouna gura pública, Florentino comienza publicandoen la prensa local de Mercedes artículos sobre ha-llazgos arqueológicos y paleontológicos, y empiezaa formar sus primeras colecciones de fósiles. Sinembargo, hombre más teórico que de terreno, elmétodo con el que Florentino Ameghino guió susinvestigaciones naturalistas fue expuesto en su pri-mera gran obra, Filogenia (1884) –libro de clasi ca-ción de vertebrados y mamíferos ubicado dentro del“transformismo evolucionista” que dominaba comonueva corriente de la época‒ como “zoología mate-mática”. La zoología matemática complementabael trabajo de la “zoología descriptiva”. Es decir, elmétodo aseguraba que conociendo el “resultado” delas especies existentes o actuales, que proporcionaba

    por medio de “hechos observables” la zoología des-

    criptiva, se deduciera entonces ‒siguiendo la cadenaevolutiva‒ los “factores” intermedios y anteriores,representados por las especies extinguidas. De esemodo, la zoología matemática se presenta comoun método en donde el investigador asume un rolneutral, ya que, en su labor clasi catoria, operandocon su razón calculadora, sólo se limita a adicionar y sustraer en la cadena evolutiva de las especiesformando “la verdadera clasi cación natural”.Ese afán como ideal o supuesto positivista de la neu-tralidad cientí ca será lo que Ameghino plantarácomo estandarte en su disputa “contra el dogma-tismo teológico y eclesiástico” ‒hecho rescatadopor Lugones en su faceta más anticlerical‒ en suconcepción del “Universo”. Así lo explicita, ya en

    su vejez, en su disertación de 1906 en la esta con-memorativa de la Sociedad Cientí ca Argentina,luego reproducida en su obra Mi credo. Allí, escritoen un tono de misticismo-cientí co, de ne cuálesfueron y son los supuestos teóricos de los que él par-tió en sus investigaciones: “De no al universo como:constituido por un in nito tangible, la materia; y tresin nitos inmateriales, espacio, tiempo y movimien-tos”. Ameghino, deja así establecido la base de loque llamó “una religión más próxima a la verdad”.Sin embargo, historizando un poco, la labor ame-ghiniana está inscripta en un contexto institucionalmuy pobre. El Estado argentino en formación no ga-rantiza la reproducción del campo de investigaciónde la historial natural, no existe aún un proyectoen ese sentido. Los museos públicos no tienen in-ventariado su patrimonio: sus colecciones y gruposde objetos no se encuentran aún catalogados. Almismo tiempo coexisten una multiplicidad de disci-plinas y dispositivos poco homogéneos en la cienciade nales del siglo XIX: teñida por el espectáculo,los museos ambulantes de “charlatanes”, las feriasuniversales. Es por ello que será una familia de as-

    cendencia italiana ‒los Ameghino‒ quienes bajo la

    Ameghino:la antigüedad de la “ciencia”en el Río de la Plata

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    Biologización de las culturas

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    sosteniendo que no corresponden a la era terciaria

    sino a la posterior –cuaternaria‒ y que muchos deesos fósiles no eran de humanos sino de felinos, yque, además, tenían “tan sólo” una antigüedad deaproximadamente 10.000 años.Aún e incluso más allá de estos “deslices” conscien-tes o no ‒extremados luego por su hermano Carlosen el llamado “fraude de Miramar”1 ‒ la moral lai-ca ‒aunque de resabios escolásticos‒ de FlorentinoAmeghino fortalece lo que serán luego los discursosnormalizadores pedagógicos del Estado-Nación enformación. En efecto, Torcelli, quien fue luego demuerto Florentino el editor de sus obras completas,fue un maestro sordo mudo socialista, que editó y ta-mizó la obra de Ameghino desde una cultura escolar y una moral socialista anticlerical. Es también, enese mismo sentido, la tarea de apropiación que trasla muerte de Florentino en 1911 realizan Lugonescon su Elogio de Ameghino (1915) e Ingenieros con Lasdoctrinas de Ameghino: la tierra, la vida y el hombre (1919).Apropiación que tiene por objeto, por un lado, unmodo de reconocimiento y de homenaje al cientí coAmeghino. Pero, por otro lado, también un modo deinscripción y legimitación de los propios discursos, en

    lo que fue también un dispositivo de construcción deuna tradición intelectual nacional heredada. Tradi-ción ligada a una corriente de pensamiento, la cienciapositiva, en donde Ingenieros y Lugones mismos, nosin ambagues, se reconocían. Tarea realizada, todaella, bajo el contexto del auge de los discursos delCentenario, y de sus años próximos, que derivó enla formación de un pensamiento nacional, de matrizlaica, en donde se equipara la metodología utilizadapor las ciencias de la biología y la ciencias humanaso sociales. En efecto, citando a Ingenieros en la obra ya mencionada Ameghino utilizó en las ciencias dela biología “el mismo método genético que nosotrosaplicamos en las ciencias sociales”.

    Javier Barrio y Nicolás Reydó

    1 Carlos “encuentra” las evidencias de la actividad de un homínidofósil sudamericano, de un millón de años de antigüedad, en unacantilado de Miramar. Se trataba del fémur de un toxodonte e-chado por un Prothomo en una estratigraf ía de un millón de años.El Hombre de Miramar se termina de con gurar con el hallazgo de

    unas boleadoras de piedra en las cercanías del fósil. Tiempo despuésse descubre el fraude consciente de esos hallazgos.

    batuta de Florentino ‒aisladamente, en un primer

    momento‒ se encargarán de organizar, en parte, loque los museos y entidades cientí cas no pudierono no tenían el propósito de llevar a cabo. (Reciénen 1886 Francisco Moreno nombrará a Florentinosecretario y vicerrector del Museo de La Plata.)A la luz de todo lo dicho, se insiste, Florentino legiti-ma su tarea intelectual pionera. Así por ejemplo, sepuede mencionar también que entre sus actividades,Ameghino fue el gran iniciador de la geología es-tratigrá ca del suelo argentino, que hasta entoncesno había sido clasi cado en capas ni se conocía suantigüedad, ni tampoco los restos fósiles encontra-dos en cada una de ellas. Con lo que logró datartemporalmente los distintos fósiles que encontrabaen las distintas capas que él mismo nombró comoPampeana, Araucana, Entrerriana, Guaranítica,Chubutense, entre otras.Y más también, en La antigüedad del hombre en el Río dela Plata (1878) Ameghino presenta su original teoríade la existencia del hombre en el terciario en nuestraspampas, es decir, en la escala temporal geológicaque recorre el período temporal que comenzó hace23,03 millones de años y terminó hace 5.332 millones.

    Con lo que la antigüedad del Prothomo (homo pam- paeus ), habría convivido con los “mega-mamíferos”extinguidos de la formación pampeana. Ameghino justi cará tal teoría en los restos de homínidos por élhallados. Años más tarde ‒muerto Ameghino‒ otronaturalista como Alex Hrdlička, de origen checo-es-tadounidense, refutará la veracidad de tales hallazgos

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    Positivismo argentino. Simuladores de la razón

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    “Todo resultado reconoce una causa, tiene sus facto-res. Si conocemos el resultado y uno o más factores,¿cómo no poder descubrir los demás? En Aritmética,conociendo los resultados se determinan los factores.En zoología, conocemos el resultado, que es el admi-rable conjunto de los seres actuales, y conocemos unsin n de factores, que son lo extinguidos. Con ayudade unos y otros ¿cómo no hemos de poder a arribar

    a un resultado satisfactorio?” (Florentino Ameghino, Filogenia. Principios de clasi cación transfo