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Vivir para vers.o.s.© Ricardo Riverón Rojas

Sobre la presente edición:© Ricardo Riverón Rojas, 2020© DECO Mc Pherson S.A., 2020

Diseño: DECO Mc Pherson S.A.Edición: DECO Mc Pherson S.A.

Todos los derechos reservados.Queda rigurosamente prohibida, sin autorización escritade los titulares del copyright,la reproducción total o parcial de esta obra.

D´Mc Pherson LLC5040 NW 7TH ST Suite 705 Miami, FL 33126

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Para mi nieto Noah, en su total estado de pureza, que espero perdure todo el tiempo de su vida

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La poesía es sagrada.José Martí

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Versos en peligro de extinción

Pensar siempre en la poesía, vivir para ella, nos conduce a un estado de zozo-

bra permanente. Ninguna seguridad nos acompaña; la duda es nuestro pan

diario y, si algo logramos al publicar lo escrito, con sorprendente rapidez el

embelesamiento desaparece metabolizado por la inconformidad obsesiva que

el oficio inocula: algún adjetivo chueco, cierta construcción manida, cual-

quier idea confusa (que siempre se escapan) destruye el éxtasis.

Pero vivir, día por día y durante décadas con la poesía como brújula

nos pone, en los balances a largo plazo, frente a un autorretrato con el cual

quedamos más conformes. A diferencia de Dorian Gray, la poesía nos hace

más jóvenes y limpios por dentro aunque el rostro, y el esqueleto total se nos

descomponga. La poesía sintetiza brotes energéticos en la sangre y pone el

entorno a nuestro servicio; convierte al tiempo pasado en una especie de filme

donde se pueden recomponer las tomas defectuosas. La vida se reinventa.

Quienes vivimos confiándole las riendas a la poesía, sin embargo, somos

una especie en peligro de extinción. El fetichismo de las tecnologías seductoras,

unido al individualismo acérrimo que se impone como sicología colectiva del

mundo globalizado convierten lo contemplativo, y lo reflexivo profundo, en

actitud demodé. Se erige patrimonio esmirriado y privativo de los «bichos

raros» que a duras penas sobrevivimos a expensas suyas. En sintonía con

esas razones, el título del presente conjunto termina en un S.O.S. mestizado

con la última sílaba de la palabra versos; lo que debuta en la zona de

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peligro no es el poeta sino la poesía misma, el verso movilizador que tantas

veces ha conducido al corazón hasta los espacios donde la vida es la que viven

los seres humanos, no los objetos que la secuestran.

Escribir sobre poesía es un vicio que nos cautiva solo después de haberla

abordado por todas partes, con mayor o menor éxito, porque cada tropie-

zo, cada iluminación, si no nos conmina al laboratorio, se expone al golpe

tozudo de lo no suavizado por la inteligencia. Acto de madurez humana,

más que de pericia artística, puede no obstante devenir arte siempre que la

sustancia base de esa reacción química sea el alma. De esa forma poesía y

razonamiento analítico pueden hermanarse y erigirse, cada uno, bote salva-

dor del otro, aunque el sitio adonde arriben sea una isla poblada solamente

por especies endémicas.

Estas voluntades me animaron a organizar en forma de libro un conjunto

de textos donde razono sobre la poesía. Algunos de ellos ya habían abordado

nave en El verso para más (Editorial Capiro, 2016),pero son solo cuatro

de los veinticinco que en total seleccioné. No me pareció justo con aquellos

limitarlos solo al viaje en la nave inicial debido a que –según veo ahora– se

hermanan mejor con estos que con los otros.

Se razona aquí sobre la poesía misma, sobre los poetas; sobre tópicos poé-

ticos; sobre las grandezas de la poesía considerada menor (la popular); sobre

los vínculos de la poesía con el devenir social; sobre lenguaje; sobre la relación

entre música y poesía. Todos estos enfoques, a mi modo de ver, se erigen tablas

para paliar el naufragio hasta tanto alguna nave poderosa —que confío nos

llegue—, comandada con altruismo por seres humanos de magnitud aún no

vista, nos salve y nos reintegre lo que hayamos podido perder en la dolorosa

confusión de los siglos.

Ricardo Riverón Rojas, Santa Clara,

26 de septiembre de 2019

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La poesía es rentable

No tengo duda: los ingresos superan a los gastos. No argumento a

favor de los libros de poemas, sino de la Poesía, y cuando me refiero

a ingresos, no pienso en dinero sino en epifanías que nutren las arcas

recónditas de nuestra intimidad. Poetizar, supremo acto creativo, no

tiene costo. Vivir en estado poético puede que lo tenga, pero vale la

pena pagar los tributos que nos cobran por el aparente embeleso y

las hondas cavilaciones.

Las letras son patrimonio intangible y ecuménico: se regalan al

bulto, no piden boleto para ocupar palco o platea. Te sientas frente

a la computadora, o a la página en blanco, y no has gastado nada, y

si logras aunque sea un verso, o una simple frase, ya creaste un bien

que, al menos en tu subjetividad, y en la del posible lector, resar-

cirá cualquier costo. ¿Cuánto demoramos en leer este verso: Hoy es

siempre todavía? ¿Acaso dos segundos? Todo el oro del idioma en un

simple parpadeo. ¿Qué negocio registra balance más alentador?

Si el concepto de renta en su tercera acepción, según el DRAE,

es «Ingreso, caudal, aumento de la riqueza de una persona», ceñir

el concepto de rentabilidad solo al incremento del componente

monetario es, cuando menos, reduccionista. No obstante, desde la

más remota antigüedad el diferendo de priorizar las finanzas opera

de oficio cuando de riqueza hablamos. Quizás por eso Confucio

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sentenció: «No puede ser bueno quien solo piensa en acumular

riquezas; no puede ser rico quien solo piensa en practicar el bien».1

Leyendo la poesía de Samuel Feijóo terminé afiliado a un modo

de sentirme rico pensando en el bien, aunque con ello contradiga la

sabiduría milenaria. En uno de los pasajes de Beth-el expresó el gran

estoico-panteísta cubano:

Solitario, en el último camino

miro a lo alto lejanos ojos de oro,

y, lento, caigo,

sobre la hierba, a oír

mi vida, a sentir qué quiero

para ser cierto y sin memoria oscura.2

Y muchos años después, en El pensador silvestre:

Mi Bolsa de Valores

siempre anda bien:

ahí tengo la mente

llena de pájaros;

ahí tengo el monte

lleno de arroyos;

ahí tengo los mares,

islas, distancias:

ahí tengo las noches

de estrellas misteriosas.

¿Cómo puedo quebrar?3

1 Confucio: Cuarto libro clásico (Meng-Tse o Libro de Mencio), [en línea]. Disponible en ˂https://clubkendovigo.com/textos/los-cuatro-libros-clasicos-confucio/˃ [fecha de consulta 25 de octubre de 2017].2 Samuel Feijóo: «Beth-el», en Ser fiel (Edición definitiva 1948-1962), Editora del Consejo Nacional de Universidades, Universidad Central de Las Villas, 1964, Santa Clara, Cuba, p. 19.3 Samuel Feijóo: «Valores fieles», en El pensador silvestre, Editorial Letras Cubanas, 2007, La Habana, p. 92.

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Henry David Thoreau, con cuyo pensamiento nuestro coterráneo

seguramente fertilizó sus letras, dejó dichas en el siglo xix, entre

otras, dos frases de las que me sirvo: «Antes que el amor, el dinero,

la fe, la fama y la justicia, dadme la verdad»; y «El más rico es aquel

cuyos placeres son los más baratos».

Sin poesía no tuviéramos país ni barrio ni conuco ni nada. Ahora

mismo pudiéramos ser una comunidad de fantasmas hablando sim-

plezas por IMO. Un buen por ciento del PIB espiritual se construye

con la materia prima y las herramientas de la poesía: la manita blan-

ca que te dice adiós, la arena donde el inocente escribió sus palabras,

el tiempo (dorado por el Nilo y tejido por Dánae), esa otra parte

consciente del crepúsculo donde no duele morir y que te olviden,

sino morir y no tener memoria, son productos concebidos con ma-

teriales de bajo costo y altísima eficacia. Cada persona que consume

esos bienes los degusta con su historia personal de respaldo, y le in-

corpora a cada palabra su manera de sentir la pulsación del universo.

Un ejemplo más: El chileno Gonzalo Rojas, valiéndose de insó-

litas connotaciones, compuso su inmejorable contracanto a la falsa

riqueza, y lo tituló «El dinero»:

Yo me refiero al río donde todos los ríos desembocan,

al gran río podrido,

donde vienen a dar nuestros pulmones que hemos criado para el aire,

al río coagulado que lleva en su corriente sanguínea los despojos

de nuestra libertad: todas las rosas

en sus alcantarillas comerciales,

las rosas del placer y de la dicha, las rosas de una noche

que se abrieron a todos los sentidos

depositadas hoy en las aguas viscosas, donde las siete plagas

nos manchan y nos muelen, nos consumen y nos comen

con sus dientes inmundos bajo el beso de la risa y el encanto.4

4 Gonzalo Rojas: «El dinero», en Contra la muerte y otras visiones, Fondo editorial Casa de las

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Una de las grandes ganancias que nos reporta la poesía es el di-

seño invisible, pero palpable, de ese espacio humano que llamamos

Patria, donde las complicidades se dan sin cuota y sin costo y hasta

los disensos pueden comulgar con los consensos, siempre que ello

no implique negación de las esencias. La Patria es gratuita, pero ha

costado mucho. Los bolsillos vacíos y el alma rebosante tipifican un

estado particular de solvencia.

El diferendo «poesía versus dinero» alimenta el consabido dile-

ma entre las filosofías del ser y el tener. Si digo que la poesía es

rentable no es porque aspire a usurparle territorios de bienestar al

pragmatismo sino para atraer a los pragmáticos a esa otra zona de

ganancias que tantas veces pierden de vista halados por la tiranía

de los objetos.

Es cierto, la poesía no llena bolsillos (salvo excepciones), pero

genera bienestar. En mi caso específico, durante décadas viví para

ella, y hace apenas una década todo lo que escribo (que no siempre es

poesía) me permite vivir. Los primeros honorarios que recibí en mi

vida ascendían a $8.40 y los cobré en 1980 por un poema publicado

en una antología de talleres literarios en la que me cotizaron a 0.40

ctvs. el verso. Recuerdo que enmarqué el cheque, porque le atribuí

magnitudes simbólicas. Así lo mantuve durante años, hasta que se

puso demasiado achacoso y desleído y, más que un símbolo, parecía

un canto a la condición miserable del poeta. Entonces lo saqué de su

encierro y ya ni sé si existe o fue devorado por el implacable devenir

o por la desidia.

Con el tiempo alcancé mejores tarifas, pero estas nunca con-

dicionaron mi entrega, no solo a la creación sino también a la

lectura (digamos la aventura) de la poesía. Y, curiosamente, cada

día valoro mejor la más pobre: esa de los bardos populares. Consu-

mo en grandes cantidades suculentas décimas olvidadas por donde

Américas, 2007, La Habana, pp. 232-233.

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desfilan, bañadas de ingenuidad, todas las glorias y excesos de la

historia del arte.

Bastarían, quizás, estos ejemplos: del tan mal visto Premio 26 de

Julio en décimas de la década del setenta, me sobrecoge la vivacidad

plástica (graciosamente tremendista en un caso) de dos espinelas:

Del libro Estampas en blanco y negro (premio 1973) de Bernardo

Cárdenas:

Me gusta ver cuando toma

la tarde un color trigueño

pasar pintona de sueño

la flecha de una paloma.

Y observar desde la loma

el sol —enorme diadema—

a las seis, cuando no quema

y da, allá en el infinito

la impresión de un huevo frito

que muestra solo la yema.5

De libro Recordando, comparando (premio 1976) de Pablo Marrero

Cabello:

He visto el río arrancar

los árboles de la orilla

y llevar fango y arcilla

hasta el corazón del mar.

He visto el río temblar

con furias de terremoto

cuando por un alboroto

5 Bernardo Cárdenas Ríos: «Sencillas», en Estampas en blanco y negro, Editorial Arte y Literatura, La Habana, 1974, p. 77.

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de ciclón y lluvia nueva

sobre las espaldas lleva

los huesos de un puente roto.6

Aclaro que mi preferencia por este tipo de composiciones no im-

plica que desdeñe las joyas de los que consideramos clásicos, bien

sean románticos, surrealistas, vanguardistas, trascendentalistas, co-

loquiales o del Siglo de Oro; ni las de quienes ahora mismo emergen

a la vida literaria con propuestas experimentales y de mayor com-

plejidad discursiva. Pero ya que hablamos de valores, aseguro que

si tuviera que pagar estaría dispuesto a desembolsar, por alguna de

esas décimas, lo mismo que por cualquier otro libro.

Con el dinero se construye, pero también se destruye. El dinero

se autoconsume: un peso comido por la polilla pierde todo su va-

lor, pero un poema igualmente depauperado, como no depende del

soporte material, sigue valiendo lo mismo, y muchas veces más. La

buena poesía transita intacta por el tiempo, y aunque este es tan

relativo que sus oscilaciones por momentos la sepultan para luego

rescatarla, sus valores se equiparan cuando confirmamos que ambos

comparten (aquel como dueño y esta como beneficiaria) la misma

cuota de eternidad.

Santa Clara, 25 de octubre de 2017

6 Pablo Marrero Cabello: «El río», en Recordando, comparando, incluido en el volumen Décimas, edición compartida con Amado Raúl García Gómez para el premio y primera mención del concurso 26 de Julio de 1976, Editorial Arte y Literatura, 1977, La Habana, p. 35.

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Después del corazón comiendo rosas7

Café. Música instrumental. Ambiente de silencio y luz. Provisiones

en la despensa. Computadora…

Todo en orden. ¡A escribir se ha dicho!

Pero no. Porque para escribir —advierta que no digo transcribir—

lo primero que hace falta es un raro combustible, autogenerado en

la sangre y la memoria, para enrolarnos en la aventura de sumar con-

notaciones que solo después de orondas y largas suspicacias, acaso

acepten las Academias.

La lógica de la creación, en el terreno literario, disuelve la tra-

ducción de los vocablos en otras músicas menos comprensibles,

identificadas con una suerte de lenguaje gestual donde se valida un

«código» capaz de remitirnos a dulzuras cadenciosas de la palabra

«mango», o a crepitantes aromas del verbo «llover».

La palabra en conflicto consigo misma: esa es la brújula. Enreve-

sada y a la vez natural, con las costuras sosegadas y ocultas. Se sienta

uno a decir con Borges: «La noche es una fiesta larga y sola» y ya

se escuchan grillos viajando en la estridencia musical de una noche

blanca, a la par que se aprende que la desolación tiene puntos de

contacto con el aura gentil de los astros parlantes.

7 Vicente Huidobro :«Altazor o el viaje en paracaídas (Canto III)», Universidad de Chile [en línea] [fecha de consulta, 24 septiembre 2016]. Disponible en: ˂http://www.vicentehuidobro.uchile.cl/altazor_canto3.htm˃.

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De todas las definiciones que he leído sobre la obsesión de en-

samblar la palabra con arte, me sobresalta de manera especial la ex-

presada por Carlos Bousoño: «Escribir “bien” es […] escribir “mal”,

desdeñar el “orden recibido” a que se nos conmina, y rondar los

barrios bajos del idioma, allende las murallas de la ciudad, e incurrir

en la delincuencia expresiva. Poetizar es delinquir».8

La palabra se nutre del olvido, casi tanto como del recuerdo, y

para sondear la poesía no hay como desentenderse, en cierto mo-

mento, del perfume almibarado de los jazmines y descubrir, en la

pasmosa oscuridad del subconsciente, que aromas como el del maíz

tierno, bullente y milenario, se apropian de la sangre con ánimos

de reestrenar elementalidades mutables. Somos pasto de las con-

venciones, y el acto creativo auténtico parte de una trifulca donde

Palas Atenea, sin salir ilesa ella misma, le compone el rostro, con

trompadas, a Erato, Calíope, Clío y Afrodita. La creación es pugna,

claro está, por eso César Vallejo pudo vestir ayer el traje de mañana

y Martí descubrir cómo acechan, desde el ojo tan negro del canario

amarillo, insondables premoniciones para escamotearle relieve a la

ingenuidad y la inocencia con que el mundo, trepidante, distribuye

la luz.

Un simple adjetivo: «desgarrado» no genera igual temblor cuan-

do se lo arrimamos a un objeto —se nos presenta «roto, rasgado»—

que al atribuírselo a una persona, pues aunque el Diccionario enciclo-

pédico Grijalbo concluya que se refiere a alguien «que se comporta

públicamente de manera amoral»,9 todos preferimos sentirlo como

atributo de una persona picada en tiras por la angustia. Nadie olvide

que vivimos en una época donde el «corazón partido» acusa dimen-

siones de pandemia.

8 Carlos Bousoño: «Una crítica diferente», en ABC Literario, Madrid, 1990, p. 65.9 Grijalbo. Diccionario enciclopédico: “Prefacio de Jorge Luis Borges”, Ediciones Grijalbo S. A., Vol. 1, Barcelona, 1995, p. 605.

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Y así llegamos al laberinto, a la ensalada de pasadizos donde mu-chos se pierden y le arriman a las ideas paparruchas suspicaces que tienen que ver con lo que se impone como regla del pensar domi-nante. Es el dogma, la tiranía de lo establecido, la hegemonía de la lógica, pese a que, como se sabe, raras veces le dibujan un buen rostro a la verdad. Y nadie se llame a engaño: así ocurre desde antes de que Diógenes de Sinope decidiera encerrarse, con sus monstruos, en el tonel.

Al ser humano se le escurren del alma muchos ríos donde podría bañarse dos veces. Y todo porque Heráclito de Efeso acuñó que las igualdades solo resultan factibles en el orden molecular. ¡Cuántas veces nos bañamos, yo y todos los que he sido, en el río de nuestra niñez a la caza de aromas y ternuras que dejamos sumergidas para hoy! El que escribe tiene ante sus antenas un conjunto de signos con significados que se les han prendido como lapas; tal vez su misión más importante no sea despegar estas de aquellos, sino incorporar-les nuevas proteínas semánticas. Si Dulce María Loynaz sentenció: «las cosas que se mueren no se deben tocar»10 es porque trataba de imponer respeto hacia la persistencia de un mundo subconsciente donde todo debe prevalecer intacto, con aire de recién nacido, sin que importe mucho su estado de corrosión física o desgarbo, en la opaca magnitud de las cotidianeidades. El buen espíritu conserva-dor, que sacraliza las cosas, no por lo que son, sino por la manera en que, a través de ellas, se escurre la vida.

Con mayor frecuencia de lo que se supone, el rumiar metafórico entra en contradicción con el pragmatismo idiomático de las políticas, la diplomacia y los negocios, cuyas estrategias lingüísticas no se basan en la invención sino en la dosificación (¿qué decimos, qué callamos?) y con la ubicación en tiempo y espacio (¿cuándo lo decimos?,

¿dónde lo revelamos?). Como resultado de ello, reiteradamente, el

10 Dulce María Loynaz: «Eternidad», en Poesía. 2da. Ed., prólogo de César López, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2011, p. [3]

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hacedor de discursos —tribunas, micrófonos, cámaras y periódicos

mediante— piensa al creador como un extraño en su reino y le

atribuye, suspicazmente, intenciones que no han estado nunca en sus

desasosiegos. El diálogo del creador, pocas veces, se le revela ontológico

al resto de los discursos, porque estos le llevan ventaja en crédito de

especificidad. Nadie pretende comprender cuando los cibernéticos

chapurrean su slang numérico-alfabético, ni cuando los biotecnólogos

de las plantas dicen «toti-potencia» como si dijeran «arroz con pollo».

Pero al creador, al poeta, como utiliza las palabras de andar por

casa enlazándolas a través de ideas que aparentan lógica común, se le

solicitan los pronunciamientos rotundos de una matemática literal

donde cuatro más dos siempre estarán obligados a juntar seis objetos.

Pero el decir del creador también se tensa cuando es analizado

por el «somatón» de la Teoría Literaria. Los especialistas de esta úl-

tima disciplina han tratado de ceñirlo con los fórceps de la Ciencia

Exacta, valiéndose de un alto volumen de convenciones cartesianas,

todas distantes de la música visceral, que a expensas de su peripaté-

tica eufonía, paradójicamente, nos instan a minimizarlo en beneficio

de las conceptualizaciones. El «aparato categorial» —insólita tabla de

logaritmos sintácticos— va camino a proclamarse nuevo acto crea-

tivo engendrado a la saga de una especie de «esperanto» arrítmico

donde el sabio manejo de un sinfín de términos horripilantes defi-

nen el do de pecho y el sí bemol.

El «lenguaje de hablar» es también la herramienta de los que

informan, propagandizan y conducen procesos —periodistas, pu-

blicistas, bussinesman,gerentes y líderes de todo tipo— solo que para

ellos el mundo está ceñido a sus tres (o cuatro) dimensiones y la

lengua, tal como está, lo define todo directamente, obviando lo su-

bliminal. Las cosas, los sentimientos, las más agudas resonancias del

paisaje y la noche estrellada no son lo que son sino sus nombres.

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Pero me interesa seguir marcando diferencias, pues no por gusto

el lenguaje del creador ha sido confundido tantas veces con la es-

quizofrenia. Y tampoco se me escapa que el buceo en esa dimensión

inefable, concebida para la suma de significados, ha despachado a

algunos hacia la estación indeseable del «nunca-jamás» lógico. Dis-

tintas son las sinapsis que conforman el pensamiento del creador:

distintas después de ser las mismas, pues primero se advierten y des-

pués se subvierten (y hasta se pervierten) las esencias que aspiramos

a enriquecer. De la misma manera que no entendemos el lenguaje

de un loco, así ha sucedido tantas veces en períodos de cambio de la

Historia de la Literatura. Cuántos no pensaron que Mayakovski solo

daba fe de su locura cuando escribió La nube en pantalones.

Al don de cambiarle la entraña y el rostro a las palabras muchos le

llaman inspiración, y es un término que me gusta, no importa cuán-

tos pragmáticos del decir afirmen que no existe, que el secreto es ma-

chacar sobre la página blanca. A la inspiración la veo como un globo

de luz, como un estado especial de los sentidos que, en muchos casos,

casi nunca es previo a haber escrito dos o tres vocablos. Por tal razón,

creo que no pocos podrían suscribir, con las siguientes enmiendas, la

famosa máxima: «La inspiración existe. Y me sorprende trabajando».

No se ven ni se describen igual las cosas cuando los diablillos que

hemos amaestrado en las boscosas llanuras de lo irracional nos dictan

travesuras. De ahí el acto lúdico, la relativa autonomía del vocablo

en relación con el concepto al que aluden. De ahí el sobrecogimiento

emocional que nos provocan —son solo ejemplos escogidos al azar—

estos versos de Emilio Ballagas: «Dile que soy la rama de un naran-

jo, / la sencilla veleta de una torre».11 O estos otros de EzraPound:

«Voy a cantar a los pájaros blancos / en las aguas azules del cielo, / a

las nubes que son como la espuma al mar».12

11 Emilio Ballagas: «Nocturno y elegía», en Órbita de Emilio Ballagas, Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1972, p. 140. En lo adelante todas las citas de este poema provienen de esta fuente, por lo que solo se consignará el número de la página, entre corchetes, al final de la cita.12 Ezra Pound: «Cino», en Disfraces, Grijalbo Mondadori S.A., Madrid, 1999, pp. 67-69.

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Soy devoto también del concepto intuición, tal vez porque

genera positivas actitudes premonitorias hacia los sueños que «nos

dictan». Lo que es no lo sé, pero dentro de nosotros habitan estados

de inquietud que reclaman su canto fuera de los límites del sentido

común. La poesía debe estrenar esos estados, proponerlos como

una nueva convención lógica, extraerlos del reino de lo ignoto.

Eso tratamos de hacer. Y así nos vamos acercando, con el guiño

cómplice de Huidobro, a esa fisiología astral que, de seguirla a

pie juntillas, acabaría proclamándonos pequeños dioses... Vamos

llegando... Hasta que descubrimos el llamado intransigente de los

objetos entrañables, la telúrica aprehensión de los cariños comunes,

el rugiente calor con que nos nutre la tierra... y se rompe el hechizo:

regresamos, «bajo la sombra de aeroplanos vivos»,13 a inventarle

desde cero un corazón a la memoria.

Santa Clara, 3 de mayo de 2003-revisado en abril de 2015

13 Vicente Huidobro: ob. cit.

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¿Te bendigo, verso amigo?

¿La letra salva? Cierta vez el sabio poeta Roberto Manzano me confe-

só: «escribir poesía es nuestra única forma de desatar los nudos de la

angustia». La sinuosa metáfora, la esquiva imagen, el insoluble sím-

bolo: cargas que se liberan en alas de aprehender lo nunca visto. Paso

a paso, sílaba a sílaba, representación imaginaria tras representación

ordinaria nos vamos desgastando en el intento de añadirle cuerpo a

las ideas que, solo poesía mediante, atinamos a traducir.

¿Socializar la angustia a través del verso? Es posible. Ya Martí lo

trataba como cómplice y paliativo:

Yo te quiero, verso amigo,

Porque cuando siento el pecho

Ya muy cargado y deshecho,

Parto la carga contigo.

Tú me sufres, tú aposentas

En tu regazo amoroso,

Todo mi amor doloroso,

Todas mis ansias y afrentas.14

14 José Martí: «XLVI», Versos sencillos, en Obras completas. Edición crítica, t. 14, Poesía I, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2007, pp. 352-353.

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Existe la poesía del júbilo, pero la que se afinca en las incer-

tidumbres y el dolor cala territorios más hondos. Por otra parte,

escribir para prender la risa, la sonrisa o la alegría en el receptor es,

también, un proceso agónico y, no por estimulante, menos tenso.

Probablemente esa angustia de la página blanca, ansiosa de ora-

ciones, llevó a Cszeslaw Milosz a asegurar: «Escribir es una voca-

ción, pero muchos escritores lo experimentan como una maldición y

una carga. En cierto modo, se sienten como si le sirvieran de instru-

mentos a una fuerza ajena a ellos».15 Todo lo que engendra felicidad

está precedido o seguido por la angustia. Angustia previa: lo no

creado; angustia posterior: el miedo a la pérdida del hallazgo o a su

caducidad; o al olvido.

Lo que sí está claro es que la adicción al verso es un mal sin

posible retracción. Otro ser, que es uno mismo en condición de asi-

lamiento, trata de reconstruirse dictándonos sentencias. Jorge Luis

Borges, tan dado a no verse a sí mismo como protagonista de sus

aciertos y errores, lo expresó quizás como pocos, y de paso dejó cons-

tancia de la tiranía de los temas sobre el subconsciente del portador:

Yo siento que hay algo que quiere que yo lo escriba, y yo trato

de disuadirlo. Pero si hay un tema que vuelve, un argumento

de un cuento o un poema que vuelve, entonces lo escribo. Me

parece un error buscar temas, hay que dejar que los temas lo

busquen y lo encuentren a uno.16

Se ha dicho reiteradamente que la magia de la poesía rebasa a

la masa lingüística que la contiene. En esa línea comulgo con el

auto de fe de Roque Dalton cuando le pedía perdón a la poesía por

ayudarle a comprender que no está hecha solo de palabras; y con la

15 Cszeslaw Milosz:Citado de “Cinco poemas de Wislawa Szymborska comentados por Czeslaw Milosz”, en Nexos, cultura y vida cotidiana, 2 de febrero de 2012 , [en línea]. Disponible en ˂ https://cultura.nexos.com.mx/?p=2864˃, [fecha de consulta, 26 de marzo de 2018].16 Jorge Luis Borges: «No estoy entre mis admiradores», citado por Cubasí.cu [en línea], disponible en ˂http://cubasi.cu/cubasi-noticias-cuba-mundo-ultima-hora/item/52331-jorge-luis-borges-no-estoy-entre-mis-admiradores˃ [fecha de consulta, 26 de marzo de 2018].

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exhortación de León Felipe cuando insta a deshacer el verso, quitarle

los caireles de la rima, el metro la cadencia y hasta la idea misma

para, después aventar las palabras y ver si queda algo: a su juicio: la

poesía.

Otro que expresó magistralmente la independencia del verso,

devenido expresión fantasmagórica de los enrevesados recodos y an-

gustias íntimos, fue Lezama Lima. Como sabemos, el creador de

«Muerte de Narciso» se deleitaba arrimándole inusitados parentes-

cos al espíritu poético: «En un momento dado todo poeta empieza a

sentir el peso de sus visiones y su poema se convierte en una sala de

baile, en un escaparate mágico».17

Los más lúcidos poetas del Asia milenaria, afiliados a la filosofía

del zen, realizan su subjetividad, paradójicamente, en la objetividad de

un paisaje idílico, pero real, y alternando descripciones con senten-

cias testimonian sobre ese alter ego construido con los vaporosos

materiales de la contemplación. Parecen no sufrir. Tu Fu (China

712-770), asegura: «Para entrenar la naturaleza moral / nada mejor

que la poesía; / la escribes, la adornas y la cantas».18 Sus imágenes,

aunque denotan una quietud de espíritu, son también hijas con-

notativas de la inquietud que implica organizar emocionalmente,

como en un puzle cosmogónico, las piezas de un entorno de caos

creciente: «Esa nube que ha flotado todo el día en el cielo / quizá

no vuelva nunca como un vagabundo»:19 la paz, inducida por la

plasticidad.

Han Shan (China 771-853) asegura que «Hay un sentimiento

inmortal en la niebla», y tras esa afirmación nos insta a alejarnos de

«los asuntos mundanos», pues asegura vivir «en una choza al pie del

17 José Lezama Lima: «Conversaciones con José Lezama Lima», en Artes poéticas, recopilación de artes poéticas en castellano, [en línea], disponible en ˂http://artespoeticas.librodenotas.com/artes/1544/conversaciones-con-jose-lezama-lima˃, [fecha de consulta, 26 de marzo de 2018].18 Tu Fu: «Despejando las inquietudes 2», en Poesía Zen, antología de la poesía Zen de China Corea y Japón, Comp. y Pról. de Juan W. Bahk), Editorial Verbum, Madrid, 2001, p. 63.19 Ibídem, p. 62.