«TRATADO QUE HIZO ALARCÓN», ALQUIMISTA DEL ARZOBISPO ...

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TRATADO •

DEALARCON

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PUBUCACIONES DEL SEMYR hojas secas

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Director Pedro M. Cátedra

Coordinación de p11blicacio11es Atfª Isabel de Páiz

}UJ\ífA DE GE.STIÓN DELSEAf)R (2001-2002)

Prdro AtL Cáttdra, di~rlor jl!Jtis D. Rodríguez. r-~r/01ro, roordi11ador genrral

Af•. Isabel de Páit; Jemlaria & roordinadora de p11blirado11rs J 11011 A 1 iglfel T/ akro A f ore110, ro1111111iradó11

Frands(o Ba11/Í.Jla Pir?ZJ rirrJe(rt/ana Afig11el M. Garda-Ben11efo Giner, tl()ft1I

Javier Gufja!T() Ceba/los, l'O(o/ Alefondro 1.J1ir Iglesias, tJO(o/

Geo¡gi110 Olivetlo, voctil Javier Sa11 José Lera, vocttl

A4a1111el A . Sá11chez .r á11chez, t'Ocol ]acabo Jºa11z Hen11ida, vocal

1\foria l1abel Toro Pa1roa, voral Pre1idr11/r dr la Sodedad E1f>a1iola de l-/istoria del Libro, tl()ral

Presiden/e dr lt1 Sociedad de E1111dios 1\fedie1•0/es )' Rr111utntislas, t'Oral

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<<TRATADO QUE HIZO ALARCÓN)>,

ALQUIMISTA DELARZOBISPO .,..___

ALONSO CARRILLO

edición y estudio de

PEDRO b1. CÁTEDRA

CA Seminario de Estudios Medievales y Renacentistas Sociedad de Estudios Medievales y Renacentistas

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© Pedro M. Cátedra l.S.BN 84-932346-1-3

D.L S. 1578-2001 Con¡p11eslo en SEMYR

ln¡preso en Grá.ficaJ Cerva11/es (Salan1anca)

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Para M;chel Garcia

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ESTUDIO

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ERCED a los desvelos de don Manuel Sánchez Mariana, director de la Bi­blioteca Histórica Marqués de V alde­

cilla, recientemente creada en la Universidad Complutense, está ahora al alcance de nuestra mano la mayoría de los fondos bibliográficos históricos de esa institución, convenientemente reunidos, catalogados y disponibles sin 1noles­tas dispersiones. Los investigadores tienen contraída una deuda, difícil de calibrar y pagar, con quien se ha empeñado en lievar a buen fin el proyecto de la Biblioteca Histórica.

Femando Bouza me llamó la atención sobre el manuscrito 248 ahora accesible, preci­samente, en esta biblioteca. Trátase de un volu­men in-4°., de 5 hojas, la última en blanco (1),

encuadernado en pergamino, con el siguiente ex-libris en el interior de la cubierta: <<Biblioteca

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Conpl11tense 1 Ildefonsina. 1 [manuscrito] Mss. Castellanos. 1 E. 1. C. 3. N. 13» (2). La prin1era obrecilla que contiene, El tratado que /Jizo Aiar­cón, está escrita por una mano que traza elegan­te cursiva de la primera mitad del siglo XVI,

con una inicial que quiere replicar las xilográfi­cas de imprenta. Las preguntas y consejos, que siguen a continuación del Tratado, están escritos por otra mano, también de principios del siglo A.'VI, que caligrafía con una letra gótica redonda.

Estas características gráficas nos certifican que, de tratarse de una rúbrica auténtica, este manL1scrito es copia varios decenios posterior a la muerte de su presunto autor, el famoso Fernando de Alarcón, criado de Alonso Carri­llo -el levantisco e inquieto arzobispo de Toledo- y complicado con él en no pocas aventuras políticas y 'científicas'. Alarcón, corno veremos, acabó su vida poco ejemplar en el curso de las justicias 'pacificadoras' de los Reyes Católicos a raíz de las cortes de Toledo de 1480. Si fuera auténtico el Tratado que aquí se publica, nos plantearíamos aún más pregun­tas de las que quedan por responder sobre el papel político real de este personaje, «agudo z cauteloso», según Pulgar, o por naturaleza «sceleratissirnum>>, al parecer de Palencia.

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1 SEMBLANZA DE ALARCÓN EN LA HISTO-•

RlA COETANEA.

Exceptuando la Crónica incompleta de /os Reyes Católicos, que se mueve exclusivamente en el ámbito de una aristocracia tan superior )' tersa como su prosa, las demás narraciones de los turbulentos primeros años del reinado de los Reyes Católicos nos presentan la figura de un obscuro, Fernando o Hernando de Alarcón, mayordomo o criado de Alonso Carrillo, como la causa eficiente, en n1ayor o menor grado, de la actitud recalcitrantemente y descaminada del Arzobispo de T oledo en sus bandazos políticos en relación con Enrique IV, su hija Juana o sus hermanos, los príncipes y futuros monarcas Isabel y Fernando.

Fue, sin duda, Alonso de Palencia el que construyó en sus Gesta hispaniensia la personali­dad de papel de un Alarcón de asendereada vida, despreciable, arribista, engañador, violen­to, ambicioso, rupócrita y fingidor de embele­cos espirituales y alquimistas por añadidura, en fin «cínico aventurero que cuenta entre los tipos más curiosos que nos ofrece el siglo XV

en su abigarrada fauna>> (3). Permítanos el lector citar por extenso la

semblanza Alarcón, co11 la que Palencia aban­dera los preliminares de la arribada al trono de

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los Reyes, de sus primeros actos y de la inme­diata guerra de sucesión (4):

Sed hoc in Joco 11idett1r haud ab re inserenda in1111merabili11111 1nalon1n1 origo eaden1 te11¡pestate oblata. F11it hon10 in¡probus genereque obscurus cogno­mento Alarcon diocesis Conchensis, q11i exteras prouin­cias adire curauit ut fal/aciis facili11s posset decipere quos ignaros et ge11eris et mor11m suon1m ojfenderet. Procax q11ippe et sin111/ator 11agabat11r peregre per i11s11/as S ici/ice, Rhodi et Cypri uictum et estitJ1ationen1 q11ceritans. Infartunia scepe, nonnunquam peritian1 alquimicce 11anitatis fingens, et ubicunque nouus ipse accedebat hospes prceter /enocinia fals11n1 aliquod co11nubi11m aucupabat11r, adeo uf n11//ibi aliquandiu pe17JJa11eret expers coni1¡galis thori d11n1 in proui11ciis !f1ultutn ab Hispania distantibus 1norareretur; sin autem Barchinona111 Valentiamq11e Hispanice Citerio­ris nobi/issitnas ti11itates adibat, monia/iu1n corruptela dedit11s sp11rcitiis i11te11debat. Et prcefer incesti i/lecebras montes a11reos pol/icebat11r se c11m11laturum, nen1inetn­que alium in orbe lapidis philosophalis secreta a t11u/tis cetatib11s attigisse prcedicabat, 11t 11a11itas illa 11anas a11res co1nn1oueret et reperet usque ad h11iusmodi delirame11ti pri11C1pes, q1111n1 n11/la experin1entorun1 ueritas potuen·t recte i11d11cere 11eritatis cognitionen1 i11 eon1n¡ n1entes q11i se1nel h11i11scen1odi morbo infici1111t11r, sed ubiqt1e terrarun1 sint hotnines egestate spontanea n1ise1i q11i so1n11iis fi1t11ran1m op111J1 se existi111e11t ioctJpletes.

Prcecipu11s inter Hispanos eral indigator opinatce ueritatis archipres11i Toletan11s, c11i11s 1nagni reddit11s

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parlim hac falsa indagit1c mi11uebat1tur, quun1 in cceteris diffusus nosceretur et prodigalitatem hac spe sen¡per extendebat, neque ajfligebatur it1opia quce no11nt1nq11am animos prodigon1m exagitat. Hinc To/etano n1uftce processerunt angustia ob ceris a/ieni summas perquisitas et crediton1m frequentiatr1 bono cuique uiro !!10/estam. S agax igitur Alarcon a Valenti­nis huic 11anitati studentibus iam reputatus tnagister in1111meris sin111fationibus a11toritatem augebat, et uel11t principum auan·cia1n prcecauens timores oppressionis fingebat euitare, orabatq11.e 11ouos familiares ne prode-rent ips11m potentib11s uin:r, quorun1 n1anus sape miracu/ose iam euasisset, neque se ampli11s crediturum c11ipiam potet1ti nisi To/etano, quem ab omnib11s laudatutn innatce lenitatis percepisset, neque i//i 11n­quam prius fidere q11am sacramento adigat. His auditis non defi1.en1nt delatores fer11id~ a quibus fiba1nenta prima fallacian1m Alarconis ceu furconis /enonisque Tofetanus arripuit ftruidior ad Ala1-conis 11ocationem. !taque legauit hon1inen1 11otun1 Valentinis, eique amplan1 dispe11dion1111 secun·tatisq11e facultatem largi­tur, hoc tantuH1modo curans) quod Afarcon aduet1iat. Lurco i//e fa/fax post confutatas primu111 preces tanden1 co11cessit. Auditur a To/eta110) laudat11r, acceptat11r

.fraus pro benefido ingenti ac exupera11tissimo. Nemo acceptabilior, nemo iocundior,· erga i/l111n eral e:>.i111ius a111or, conjdentia, ajfectus on1nes et be11i11oli et secreti.

Sed q1111m tam a11¡plas in¡pertiri opes pro libidine neq11iret s11niptibus exhaust11s archipres11.~ recum"t ad prit1cipen1 Helzsabeth quod repe11dat aliquid accepton1m ab ipso beneficion11n, saltetn in hoc, ut ex redditibus Sicifia quingentos ant1uatin1 a11reosArago11ice largiatur

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Alarconi. Obside11t latera principutn, 11t asso!et, a11riet1!an1:· itrfendunt a11res ad petita, perpendunt q11te exposcebat1ft1r; arguunt, confi1tant, detrah11nt, acc11sant, incusant admirantes magna11in1itatem To!etani, qui res magnas uni fatn pusi!ke expost1,¡fatiot1i adiungere 110/uisset. M11m111r a11gett1r in dies; subsequit11r dedig­natio, iurgia coa!escunt. Veruntamen it1 fine conuinci­tur Helzsabet/J p1inceps ad quantitatis largitionetn, nec 11011 complacitura To/etano conceditAlarconi saiutatio­nis quotidiante licentiam 11! fatni!iarissitno consz.lian·o. Hin e cum fratre Alfonso emtJ!atio hatJd paro a orla est, q11am facile q11is 11nqua111 tnitigare pot11erit, q11um

' asperritna intenperaton11n contentio it1ua!escat senper et alter alteru111 n1inime cof!¡patiatur. Sed han e duon1111 conflictanti11t11 !iten1 intercepit profectio principis Fer­na11di in Cata!oniam, t1bi conpertun1 habetur qt1anti 1non1enti esset ad ci11i11n1 Barchinonet1si11m qui rei censebantur !euanda111 pertinaciam si prit1ceps Barchi­no11te finititnas tJrbes adiret.

Esta semblanza la incorpora Palencia en su crónica entre hechos de 1472. Quizá sea la fecha de llegada de Alarcón a tierras del arzo­bispado. De esa vida novelesca anterior hemos sido incapaces de obtener más datos. Los Fernando de Alarcón más o menos levantiscos, como el que interviene en la revuelta de Alca­raz de 1458, estudiada por Angus MacKay (5), y los mejor situados, como el canónigo de Cuenca que solicita en 14 72 a la Reina el reco­nocimiento de una hija natural, no creemos puedan identificarse con el nuestro, no sólo

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por lo común del nombre, cuanto por el pro­pio carácter que se deriva de las historias. El conocimiento que del futuro consejero tenía Carrillo, sin embargo, bien le podía venir por compartir la naturaleza conquense, y en virtud de las relaciones que con esa ciudad tenía, donde un primo suyo era Arcediano. Las valencianas tan1bién son posibles ya q ue, como sobrino del Cardenal de San Eustaquio, pasó en Valencia algunos años educándose a su lado.

Pero la referencia de Palencia a la vitalidad alquimica de Valencia y la afirmación del papel importante que en ese ambiente desempeñó Alarcón no la poden1os ilustrar con más datos. Allí, en efecto, había muchos que tenían interés por la práctica de la alquimia, como el Pere Rossell, cura de la parroquia de san ] oan, que compilaba un hermoso códice con clásicos alquímicos del siglo anterior (6). Y la práctica venía estando relacionada desde tiempo atrás con posturas religiosas extremas -piénsese sólo en la figura de Joan de Rocatallada-, que cua­dran en parte con el diseño espiritual del Alarcón de Palencia, al que me referiré luego.

En 1473, Alarcón había sido introducido ya en la corte de la princesa Isabel por su protector Carrillo. Alonso de Palencia, enton­ces muy implicado en el consejo de la Princesa, era también parte, )', desde luego, con arte indisimulado trata en su historia aquellos tiempos de convivencia y competencia de grandes y chicos en el consejo de Isabel. Trató

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de porro a uno de sus competidores, el francis­cano Alfonso de BL1rgos, «fta)' .Lvíortero» de mote, pero agocó el repertorio de calificaciones negativas con Alarcón. Uno y otro representa­ban bandos opuestos, en nombre de sus pro­tectores. Palencia mismo narra cómo disuadió a Isabel de viajar a SevilJa para atajar el e11freo­tamiento ci,ril por luchas nobiliarias, con el que entonces ardía 12 región, aduciendo «discordia in do1110 eit1s ínter duos 11on1ines tu11c pariter sediciosos, fratrem Alfo11sum et Alarconem» Qib. A.'VIIl, cap. V). J..,a conft1sión en palacio por la cizaña de Alarcón, -<<callidior quidem impudentiorque>> qL1e su contrincante-, era tanta q t1e, en ti11, la Princesa resolvió intervenir. Cuando ambos cornparecían, acusándose recíprocamente, el fraile perdió los estribos )' co11virtió su báculo en arma, emprendiéndola a palos con el otro, que, tan1bién provisto de cayado, se defe11dió agrediendo. J..,a Prli1cesa desterró a los dos, pero más duramente al del toledano, lo que contribuyó, según Palencia, a acentuar su enemiga co11 I sabel )' Fernando.

Cuando en 147 4 moría el .i\Iaestre Pacheco, Alarcón debía estar ya en bonísimas relaciones con la casa de los marqueses de Villena, con a11uencia del Arzobispo. «Ex se11tentia Alarco­nís», consagró la alianza con el jo,ren heredero don Diego Téllez Pacheco, que también aspira­ba a suceder a su padre en el i11aestrazgo, )', consecuentemente, en la privanza del re)· don Enrique (lib. XX, cap. L) . Según Pale11cia, en

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estos manejos, negociaciones y consejos el 11ombre clave fue Alarcón. De estas buenas relaciones es indicio el 11echo de haber recibido de la casa de Villena la aldea de Zafra que le reportaba mil quinientos florines de re11ta. Debió de ser tru11bién por entot1ces cuando i\larcón se relacionó con el núster1oso Beato, al que nos referiremos más abajo. De la perso­nal inqui11a de Palencia 11ay muestras en sus propias palabras, cuando fue incapaz ele apartar a Carrillo del bando beltranejo y convencerle de la inflt1encia negativa que ejercía Alarcón, quie11, según él, tenía trastornado el ánimo y sorbido el seso del viejo prelado.

Entre Palencia y Alarcón 11abría, así, desde que a111bos compartían el círct1lo de Ja princesa Isabel, un enfrenta1nienco personal que llevaba al hjstoriador a c11lpabilizarlo de muchos de los errores o n1agtúnaciones de otros grandes más intocables. No tuvo, por ello, ningún empacho en n1ovilizar todo su genio histórico er1 velar­nos la realidad con el giueso ' 'iso de la invecti­"'la, que ha aprendido tan bien de los lústoria­dores clásicos, sL1s m odelos. Exagera, segura­mente, el ¡)oder de Alarcón )' lo presenta como on1ní111odo. J~os desti11atarios de sus consejos o so1netidos a sus caprichos, Carrillo )', en parte, E nrique I\T o su privaclo \Tillena, quedan, así, caracterizados en el n1is1no tono \rituperati­vo. Por eso aprovecl1ará cualquier ocasión para ridicuJizarlo e, ioclt1so, demonizarlo para la

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11istoria, dando su poquita de fan1a ta111bién a

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Carrillo. Además de la semblanza que le dedica, no deja de achacarle todas las acciones política­mente discutibles o desacertadas del Arzobis-

, po. El mismo se jactaba, dice, afirmando en público sin ningún recato que <<se posse quo uelit ducere Toletanum, etiam si iubeat exuere habitum archiprresule dignum et accipere uestem abiecti lenonis cum pelta gladioque succinto et galea sumpta ad aggrediendas infames quaslibet contention~s» (lib. XX, cap. X). Volaba incluso más alto, tomando decisio­nes por su señor y en connivencia con el mis­mo rey Enrique, como cuando, por ejemplo, cayó prisionero el joven Villena y no sólo fue él quien puso en marcha la máquina de la liber­tad, sino que también se atribuye el éxito por privilegiada relación con Dios, que oyó sus oraciones, como cuando por su virtud no llovió en noviembre y pudo tomarse la fortale­za de Canales.

En cualquier caso, la magnitud del poder que le atribuye Palencia o más tímidamente Pulgar es indicio del que, relativamente, pudo tener de hecho, pero también nos dará idea de su apreciable talla política o de intrigante en aquel ambiente tan propicio para que menu­dearan arribistas y se engrandecieran persona­jes de menor cuantía.

Quizá la influencia del privado empiece a mermar cuando, a la muerte de don Enrique, se proclamó a Isabel reina de Castilla. Habili­dosamente, Palencia representa la tensión pre-

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suntamente ejercida por Alarcón sobre Carrillo cuando llega el momento de tomar una deci­sión. En la crónica castellana, se detalla el to11r

de force psicológico del criado sobre el señor: <<En el qual tienpo Alarcón sin enpacho ni vergüen~a tentó al ar~obispo de Toledo a quál de las dos entendía de seguir, a doña Juana o a doña Y sabel, como fuese ~ierto de doña Y sabel no ser tanto amado quanto meres~ían los grandes servi~ios que él le avía fecho, de lo qual entre los suyos el ar~obispo algunas vezes se quexava, e tantas vezes Alarcón esto dixo que le fazía titubean> (7). Al fin, sin embargo, sacó pendones en Alcalá por los nuevos reyes Isabel y Fernando y se encaminó a Segovia sin Alarcón, por considerarlo «suspectum itineris comitem>> (lib. XX, cap. X).

Aunque la figura del nuestro es menos relevante en la crónica de Pulgar, también éste piensa que influyó para que el Arzobispo se embarcara en la aventura beltraneja a favor del Rey de Portugal. Dice que fue causa, o «a1ruda­va mucho», para que Carrillo tomara partido por don Alfonso, comprado por el Marqués de Villena (8). «Maguinadoo> de la rebeldía le llama Palencia (II, 219). Su papel en la decisión de Carrillo de abandonar a los Reyes y tomar partido por el portugués quedaría confirmado si, como dice V alera, fue Alarcón, en compañía de un tal Salazar, el encargado de representar a su dueño cuando Alfonso V entró en Plasencia y se proclamó rey de Castilla, desposándose

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con la princesa Juana (9). Los cronistas, sin embargo, silencian su

actividad durante la guerra; parece como si hubiera desaparecido del lado del Arzobispo durante sus andanzas en la guerra, desde la vergonzosa pleitesía rendida a doña Juana en Arévalo nada más estallar las hostilidades, hasta la participación en el sitio de Uclés, pasando por la de Toro o en el curso de la huida Portu­gal, para reintegrarse después a tierras del Tajo y permanecer, avanzada la guerra, en Alcalá. Cuando el Arzobispo declaró su partido por el portugués, siempre según Palencia, su herma­no, el Conde de Buendia, inte11tó apartarlo de ese camino, pero no logró nada; dándose cuenta de la influencia perniciosa de Alarcón, intentó hacerlo desaparecer, pero éste se escondió mientras que el Conde permaneció en Alcalá.

Es posible que la latencia durara más )' fuera de distinta calidad. Zurita, al 11ablar de las campañas de los nobles valencianos contra tierras del Marqués de Villena al final de la guerra, cuenta cómo durante el sitio del alcázar de Villena salieron Pedro Pacheco y Fernando de Alarcón a pactar con los sitiadores. Quizá sea el nuestro, en una relativamente segura retaguardia con sus protectores de siempre (10). No sabemos si un episodio, que narra Pulgar, es anterior o posterior a su posible retirada a tierras de Villena. Cuenta qt1e consiguió de nuevo torcer la voluntad de Carrillo cuando

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estuvo a punto de ser convencido por el envia­do de la Reina, el condestable Pedro Fernández de Velasco, para que cesara en su rebeldia (II, 112-113).

Pero la caída de Fernando de Alarcón fue rápida en 1478, cuando, casi resuelta ya la guerra civil, los Reyes Católicos pusieron sitio económico y militar a Carrillo, que estaba en una posición difícil ante sus mismos vasallos, muchos de ellos contrarios a la permanencia en el bando beltranejo. En ese mismo año y poco antes de la huida habrá que datar la letra VI de Pulgar (11) en la c.1ue arrecia sus críticas al entorno de Carrillo. Escribiendo a «un cavalle­ro criado del Ars;obispo de Toledo», al que debió defender en una carta anterior, se burla de los consejeros con una estrategia de des­prestigio y, hasta cierto punto, de demoniza­ción. Acepta al cavaffero las disculpas en pro del comportamiento de Carrillo, que reunía tropas en Alcalá, sólo si su decisión de ir contra sus príncipes naturales y en favor del invasor de Portugal se debió a que «el Beato y Alarcón le mandaron de parte de Dios que lo fiziese». Pues que, gracias a estos agentes del mal, Dios permitiría el error y que su Arzobispo se apar­tara del camino recto para demostrar que ni siquiera tal jerarquía podia ir contra sus desig­nios en favor de los Reyes de Castilla: todo se autorizaba <<con tal Moysén y Arón como el Beato y AJarcóru> (12). La ácida ironía exegética y c11rsada de Pulgar es mucho más festiva que la

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agria invectiva de Palencia en la construcción del Alarcón todopoderoso que domina a su

-senor. Las últin1as boqueadas del poder de Alar­

cón son actos de fuerza, con10 su actuación en la dlsidencía de Troilo Carrillo, supuesto 11ijo natural del Arzobispo, al que Alarcón inter1tó vanan1ente castigar (13).

Ya en contra parientes )' vasallos de Carri­llo, )7 hasta sus consejeros, leva11tadas las mili­cias popLliares de tierras de Castilla de Nueva, el final de Alarcón se acelera y, aunque algún historiador dice sólo que huyó a Francia (14), Palencia no deja de agotar el cáliz de su enemi­ga contra señor y criado, implicando a aquél en la 11uida y diciendo que fue una comedia: Carrillo habría procurado por todos los medios poner a salvo a su fiel criado, n1ientras que, habiéndole entregado generosa )' voluntaria­mente gran cantidad de dinero, publicaba la versión oficial de que huía habiéndole robado (lib. XXXIV, cap. IX). La salida del pri,rado debió ser defiruti,ra para que Carrillo \rolviera al redil de sus soberanos inmediatamente, o al menos coinciden uno y otro hecho.

Francia estaba entonces opuesta a Castilla y era favorable al portugt1és, aunque al año siguiente, en el curso de una solemne embaja­da, se hicieron las paces, a consecuencia de las cuales, quizá, fue devuelto nuestro Alarcón a tierras toledanas, si es que alguna vez salió de las fronteras de Castilla y no anduvo más bien

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sirviendo al Marqués de Villena en los últimos coletazos de su rebeldía (1 479) .

Sabe1nos, en todo caso, que acabó degolla­do en Toledo, en el curso de las justicias ejem­plares que siguieron a las cortes celebradas en esa ciudad en 1480, de donde arranca verdade­ramente todo el aparato j1.1clicial qt1e meterá en cintt1ra y organizará policial y penalment~ el reino de los Católicos. El final de Alarcón lo presentan los historjadores como un emblema de los nuevos tien1pos de orden, sobre todo Alonso de Palencia (15) , quien canda así de complaciente1nente la vida de su odiad.o con-

. trillcante:

J\Tec n11-1/to post a Godie/e p{rd11citt1r Alvan1s [sic] de Alarcon, om11i11111 fal/aciu111 fal/acissi1n1-1s1 c11i11s n1e11tio s1rpenº11s fa(fa es/, rec/11dilur in ergast11/o. Et i11;pelrata a11di1i a 1101111u//is regi11a: ca1is ho111inib11s, e:;...'1stin1a11s de111t1111 /11diflcare q11a11totie11s peri11rbaral reginatn. Ojferebat quippe se /oq11orib11s a.ffic11cissi111Ls 11itidam facier11 i//is diebt1s ob i11ventatt1 regi11a decoran1 11sqt1e ad q11i11q11agessi111un1 atatis an11u111 pan· nitore fenoreqt1e splendida ct1tis co11seroaf1.1ran1. Necnon 011111ia va.sa stanea in argenta redact11ru111. Derisit re.gi11a pe!lacia111 Ílfl}>11dentis dice11s in annos n111/tos tesfll110-11i11n1 Ji1tura p11lcbrist11di11is dijfe11-e A/arconen1. Et q11a ad exple11dat11 st1at11 avaritia111 11011 effecerit i11;pn1de11/er ojfe11e i11 iefan11a111 eor111J1 quod 11a11a nrpiditas a severitate ve/ de11iaJ1dos ve/ refardandos p11tabat, o:':/i1111it la1J1e11 n111/tis ar11bagibus ille sed11ctor s1,¡pplicit1111 1nili.11s qt1arr1 scelera expetebant. P/ertitt1r e11ir11 capite q11i laniand11s co1J1b11re11dtts­q11e e>..pectaba/1,¡r [lib. XJG'CVI, cap. 11].

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El Cura de Los Palacios añade que, por más baldón, <<lo degollaron en una espuerta de paja tendida>> (16).

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2 UNA INTRIGANTE Y TÍPICA PERSONALI­

DAD RELIGIOSA.

Nuestra apreciación, no sabemos si tam­bién la de los lectores, es que será difícil saber el verdadero carácter y espíritt.1 de este hombre tan odiado por Palencia y por sus contrincan­tes. Quizá fuera un perfecto desconocido, como lo es, documentalmente hablando, si no mediara la enemiga del historiador, que admi­nistró su arte histórica implacablemente.

Incluso su faceta más interesante, la de varón espiritual con intereses alquímicos y natu­ralistas, es también uno de los elementos con los que Palencia recarga su invecti,ra. Y, sin embargo, estos elementos del retrato y del carácter de Fernando de Alarcón resultan no sólo interesantes desde la perspectiva histórica, sino también literari~, a la vista del Tratado que aquí se publica y del contexto de ajustes espiri­tuales de la segunda mitad del siglo X\T.

Si distinguimos los datos objetivos que sobre su personalidad podemos obtener de los tendenciosos comentarios de Palencia, deduci­remos que éste se vale de un arte de la invecti­va personal aprovechando la general que orto­doxias u opiniones admitidas dedican a grupos emergentes revolucionaras de carácter político o religioso, como los que menudea.n durante el

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siglo A.'V por toda Europa, en especial los vinculados a las posturas reformistas extremas, como los fraticelli o cualquiera de las corrientes espirituales afines y tan difíciles de deslindar, más o menos oficiales u oficializadas (17).

Quizá se pueda distinguir la cal -carácter real­de las cargas de arena -deformación por i.t1vectiva- que nos suministra el historiador.

La acusación de vagat1cia, por «exteras pro­uincias», Sicilia, Rodas y Chipre, que Palencia utiliza en directa relación con el engaño y la simulación, esconde seguramente la condición itinerante de su formación y de su manifesta­ción pública, como la de quienes integraban grupos reformistas para-franciscanos. Pero además podríamos interpretar esa selección de plazas arriesgando una peregrinación a Tierra Santa, de por sí significativa en términos espiri­tuales, o por intereses extremistas de evangeli­zación misional y de cruzada, también inheren­tes a los reformismos mediterráneos extremos, relacionados con expectativas joaquinistas de la iglesia espiritual.

No es extraño, pues, que tras de la imagen de simulación que nos presenta Palencia, adi­vinemos una figura llamativa incluso por su hábito y aspecto, que, por ejemplo, se servía de un báculo -con el que se defendió de la agre­sión de fray Mortero- y no de las armas pro­pias de un laico. Su puesta en escena como religioso debía de ser inequívoca. El acto de violencia, por otro lado, no nos debe extrañar

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si la imaginamos en el ámbito del enfrenta­miento entre dos primos hermanos, en térmi­nos espirituales. D e esa intransigencia que derivaba en violencia contra los religiosos y el poder establecidos y de la que adolecían mu­chos heréticos, como los discípulos de Berbe­gal o los herejes de Durango, se hicieron eco los historiadores y los predicadores coetáneos, como Juan López de Salamanca cuando conde­naba )' detallaba la idiosincrasia de los <<herejes capuches», «que se dizen hijos de sant Francis­co».

Otro aspecto del carácter que diseña Palen­cia es la hipocresía y la simulación que ejercía en varios aspectos de la 'rida. Uno de ellos es especjalmente interesante, su presunta lujuria, que lo llevaba a casarse en cualquiera de los sitios en los que iba residiendo, o bien se entregaba a la corrupción de monjas en Valen­cia y Barcelona. Poligamia y sacrilegio proba­dos hubieran sido suficientes corno para que Alarcón hubiera desaparecido de la escena mucho antes de alcanzar a servir a Carrillo, si es que todo esto era verdad y del dominio público. Si lo miramos desde otra perspectiva, Palencia estaría deformando una actitud espiri­tual pareja a la de los beguinos, de desprecio o negación del matrimonio como sacramento, por un lado, y, por el otro, de relación estrecha con las integrantes femeninas del movimiento, las devotas o beatas, que será una marca específi­ca de manifestaciones relacionadas, como la de

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los alumbrados toledanos, precisamente, de principios del siglo XVI (18) . En la misma linea, habrá que juzgar las acusaciones de <<glotón abyecto», <<lurco», jugando una y otra vez con el apellido; «garg-antones» eran esos herejes tan1-bién para López de Salamanca. Y, completando la imagen, no sé si tras de la acusación con Ja que comenta Palencia la entrega a la alquimia de Alarcón en la que alude a la <<egestas sponta­nea>> hay, de hecho, una alusió11 a la pobreza voluntaria, que centraría aún más el personaje en el mundo de las corrientes afines a los

.fraticel/i. El interés de Carrillo por la alquimia parece

anterior a sus relaciones con Alarcón. Aunque éste fL1cra una nueva baza en sus intentos de transformación metálica, supónese que en virtud de un prestigio adquirido en Valencia, la asociación <le la pobreza con el arte de la alquimia por parte de Palencia quizá apunte también al ámbito del cultivo y al modo ). manera de proceder de Jos alqLumistas, muchos de ios cuales cornpartían con los movimientos reJjgiosos una concepción exige11te }' renovado­ra de la vida espiritual. El caso de Rocatallada ); de los secuaces lulianos, entre otros, deber1 ser valorados. Pero, además, Palencia cargaba las tintas no sc)lo por la común idiosi11crasia atribuida al alquin1ista, sino ta1nbién por la virn1alidad satír1ca y desprestigiadora de una dedicación como la alquimia o cualqwer otra a(:0\1idad ex.¡)crin1enral más o menos relaciona-

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da con prácticas esotéricas. Se ve bien en la semblanza de Carrillo gue traza Pulgar (19).

Nicholas G. RoLmd ha estudiado algunos de estos casos, entre ellos el de Carrillo, )' ha pL1esto de manifiesto cómo, cuando se daba una gra11 caída en la fortu11a política de ciertos personajes, es posible encontrar asociado el argumento de la dedicación 'científica' como una premisa de fracaso o de sueño irrealizable (20). Palencia manejará el mismo argumento, pero escorándolo haciaAlarcón y deslegitiman­do con el ridíct1lo la misma práctica de la 'cien­cia'.

Otros aspectos de la religiosidad de Alar­có11 se echan de ver cuando Palencia pone en escena interioridades domésticas de la corte de Carrillo. No puede ser n1ás significativa:

[ ... ] abiecto ia111 pudore respertuq11e religionis aut11n1abat sttperiorem esse /11n:one111 il/11111 0111nib11s uiris t1e/ sanctitate 11e/ doctrina /audatis. ]taque in11aiuit adeo t1anitas pen1iciosa 11t projiteret1,rr f.'<ceLriora secreta 11iden: _/J./arco11em qumr1 Paul11s 11idisset aposto/11s1 et qJ111111 i11doctt1s nosceretur Alarco11 prorst1sq11e sect1la1is1 cogebat do111esticos Toletantts 11/ alte11/issi1ne e11111 ri11rlirent prceditante1111 i1111110 qt1att1or 11el q11i11q11e horis ganif'nlem nttgas quas f.tagus per orben; co/legisse/. Deinde sfo1J11111 c1(111 arthipras11/e. loc1rt1rs pers11a­debal ei gralia1n i1?/itsa111 sihi esse doct1ince ret1elationesq11e rapt11111 se s1rpra lerr:itrm calu117 11i.disse ot1111i11111 fl1t11roro111. Q11at11 quide/11 archiprrest1lis det11entia111 a11xit Alarco11 111ultis aliis fig111e11tis. Conjiderat quidert1 ian1 crerlu/itati deceptm; igilt1r nebulonetn attt1111 ro11/f(be171io suo adiun>.:it, hebetiore111 ho111ine111 sed slrophar11111 ceu prestigia11-1n1

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sectatoreflJ qui cogno1nento Beat11s appel/abatur. lvf utt1a eo111n1 ap11d To/etanum at1ctoritas fide111 extenderat: dicebat Alarco11 se uidisse Beat11n1 post trid11a1111111 ieiunium e/e11a­t111n ari in oratione s11pplici, referebat Beat11s -im1110 Infae/ix- scire se quam graltts diuinitati esset Alarcon, qua111q11e s11b/in1es 11ideret re11e/atio11es. Addidere ins1per an1bo si11111/ pellaciam /enoci11ii co11i1111gendo sibi fallaciler ad1J/esce11t11/as s11b specie p11nºtatis p11dica tanqua111 deside­rantes fie1i participes il/ius sa11ctit11onia. Denºdicula hac et eius111odi faci11ora uniuersafll dom11111 archiepiscopi To/etani pen1erleranl 11el tabe 11e/ m11n1111ratio11e, el i11tegerrinn q11iq11e difftdenles correctioni excedeba11t, 11/ itifecti herebanl malis [lib. XX, cap. ll].

Predicador laico, sin estudios ni conoci­mientos teológicos, sermoneaba durante horas a los criados del Arzobispo en su residencia de Alcalá. Afirmaba haberle sido revelados más altos secretos que a san Pablo. En el curso de coloquios personales con Carrillo, lo convenció de tener ciencia infusa y capacidad profética. Se hacía acompañar de otro personaje ya conoci­do en la tierra que tenía arrobamientos y visio­nes, que a su vez autorizaba los do11es divinos de Alarcón. Ambos se relacionaban estrechamente con jóvenes beatas. Parece como si Palencia diseñara, avat1t la /ettre, muchos de los compor­tamientos sociales de los que luego iban a despuntar en Toledo acusados de alumbrados. Lástima que no sepamos más de las creencias reales de esta pareja y de sus discípulos, con otras circunstancias históricas que acaso nos permitieran dar un paso más atrás en la inves-

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tigación de los orígenes de la construcción inquisitorial del movimiento alumbrado (21),

CU)'º origen y afllÚdad con los movimientos pauperistas y para-franciscanos de raigambre oriental peninsular e italiana podríamos encla­var ya en este ambiente promovido por Carri­llo, bien es verdad que con otra finalidad.

No he sabido quién es ese Beato al que se refiere Palencia, ni tampoco cuándo empiezan sus relaciones con Alarcón y la influencia en el círculo de Carrillo. Quizá haya que verlas como un resultado de la ampliación del prestigio del privado en los medios que controlaba el Arzo­bispo, cuando el círculo empezara a devenir conventículo espiritual. Quiero identificarlo con el Salazar que antes hemos visto era envia­do con Alarcón a rendir pleitesía en Plasencia al rey de Portugal. No es, desde luego, nada impertinente una legación como la de éstos y q11izá cuadren también con las razones de Carrillo para elevar a un farsante o un espiritual como Alarcón. La inflación profética había alcanzado máximos de intensidad duran te estos años, llenos de anuncios, que, según el bando, se concretaban en unos hechos y en unos monarcas concretos. La puesta en escena de la entrada en Castilla de Alfonso de Portugal en 1475 fue impecable por lo que se refiere a su caracterización como el Emperador durmiente, el Rey escondido, el Encubierto de la tradición profética. Llegó a forzar incluso la entrada sobre unas andas para ajustarse al guión de la

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profecía isidoriana, que afirmaba que el En1pe­rador de los últimos días entraría en <<cauallo de madera>> (22). Ese clima densamente escatoló­gico explica bien las preferencias de Carrillo y quizá no desdiga del ambiente espiritual que, muy probablemente, alimentaba Alarcón en el círculo del Arzobispo de Toledo; clima que también, por cierto, será una de las marcas de la doctrina alumbrada durante todo el siglo XVI.

Alarcón sería uno más de los casos de personas 'religiosas' que no se quedaron enju­tos en el río revuelto de la política de esos años. Su pública enemistad con fray Alfonso de Burgos era, al fin y al cabo, un enfrentamiento entre posturas religiosas divergentes, más extremosas y violentas entre sí cuanto más cercanas en su origen. Como otros religiosos del momento que utilizaron su acción pastoral a favor de las causas políticas, en contra de Enrique IV, en su favor, en contra o por la causa del portugués, según los casos (23),

también este Alarcón haría de la influencia política una manifestación de la espiritualidad.

No sé si, acaso, desde esta perspectiva, quedará mejor perfilada también la enemiga contra Alarcón y su señor de parte de los historiadores isabelinos de ()rigen converso, que acaso no sólo se deba al hecho de que cada cual servía a uno de los partidos en liza y de que fue el ganador el que ordenó su historia y la de los demás.

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3 EL <<TRATADO» Y LOS «VERSÍCULOS».

Si el Tratado que el manuscrito de Madrid le atribuye es auténtico, habremos de convenir que será por 1479 o 1480 cuando Fernando de Alarcón lo escribiera. No sólo porque la rúbri­ca dice que lo hizo <<al tiempo de su muerte» (lin. 4), sino también porque, desde el punto de vista retórico, es en efecto una parte del testa­mento, la primera, que contenía las cláusulas piadosas (24). En este caso se trata de una ampliación de esa sección, que alcanza la categoría de verdadera pieza retórica indepen­diente -como aquí, por cierto se presenta- y que no sólo contribuía al embellecimiento de las últimas voluntades, sino también al mante­nimiento de su memoria y pervivencia. La transformación de una literatura gris, como la testamentaria, en bellas letras es un fenómeno vinculado a cambios intelectuales y a un mayor protagonismo de los escritores romancistas. La originalidad de esta sección empieza, precisa­mente, a procurarse en España coincidiendo con el paso del siglo XlV al XV. Conservamos algunos especialmente cuidados, como el del médico conquense Alonso Chirino. Tenemos noticias también de otros que ahora no conser­vamos, corno las que nos suministra Enrique de Villena sobre el testamento de su secretario

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Juan Fernández de Valera, en el que éste había esmerado su arte, incorporando materiales del propio Villena, como cierto et1xerto oratorio, y mimando con cuidado la invención y la dispo­sición de la pieza (25). Se trataría de uno de esos <<testamento embellecidos», a los que se referirá V ovelle y que desde luego eran el origen del testamento literario tout court.

Habrá que entender desde esa perspectiva genérica tanto el estilo como el sentido del Tratado presuntamente escrito por Fernando de Alarcón, puesto ya el pie en el estribo. Pero de ahi deduciríamos también que, además de un intrigante consejero, pudo haber sido un buen secretario, un escritor capaz, como otros de los del círculo de Carrillo, de manejarse bien con la cultura de Jos dictatores y con los florilegios de aucto1i!ates religiosas y profanas de las secreta-,

r1as. De ahi nace este testamento espiritual o

introducción a un testamento (ef. lin. 25) que mantiene en su brevedad una tensión entre tradición y originalidad. Nada de lo que ahí hay podría ser nuevo: ni las similitudines de la vida como sombra, viento, romería o camino~ Ja bienaventuranza humana como engaño, ni la muerte como vida o nacimiento, novia o felici­dad; ni el hombre como mareante que navega el piélago inseguro de la vida, para llegar al puerto de felicidad, que es el morir, etc., etc. Senten­cias, fragmentos penitenciales de los Salmos, citas de otros libros bíblicos, como el de Job,

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tal o cual versículo de la liturgia, lecturas del breviario y de las horas de difuntos, las senten­cias pseudo-senequianas, etc., etc. Sin embargo, el aire del texto es bastante fresco y, desde luego, no carece de ninguno de los elementos retóricos ni de los tópicos de la mejor auto­consolación.

Todo esto choca, sin duda, con el espíritu del Alarcón histórico o, si se quiere, del cons­truido por Palencia y apostillado por nosotros más arriba. Sería inverosímil que alguien a punto de ser degollado en un acto de justicia público redacte un texto como éste, en el que, por ejemplo, la muerte propia está indetermi­nada. Quizá hubiera sido compilado mucho antes de los días de prisión en Toledo. Si nos creemos a Palencia, hasta podríamos pensar que este esfuerzo literario -difícil de redactar sin medios en la prisión, caso de que no fuera un encargo a un verdadero secretario letraheri­do- era una más de las añagazas de Alarcón, viéndose abocado a un fin irremediable e intentando, por ejemplo, salvarse aduciendo sus capacidades para hacer afeites milagrosos que permitieran a la Reina disfrutar a los cin­cuenta años el mismo cutis juvenil, según cuenta Palencia.

Y, puestos en el terreno de las hipótesis, en la calidad dictatoria del Tratado podríamos encontrar también una razón más de la inquina de Palencia: la competencia literaria en el mundillo de la burocracia cortesana. Su obra,

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su estilo, nos demostraría, además, que Alar­cón aprendió por tierras italianas y aragonesas algo más que a embaucar y que su gusto litera­rio le permitiría también ejercer una cierta autoridad en el ambiente de Carrillo y de la corte.

Sin embargo, los aurea dicta que cierran el manuscrito y que, como ya he dicho más arriba, son escritos de otra mano, tienen un espíritu bien distinto, quizá porque ni formen parte del T1t1tado ni tampoco sean de Alarcón, caso de que éste lo fuera. Veinte preguntas y

. . respuestas que concentran una expenenc1a negativa de convivencia social y política, empe­zando por un biblioclasmo terminante (26).

Gustaría, en cualquier caso, poder atribuir a Alarcón estos veinte versículos, porque en ellos se esconde la experiencia de un espírjtu escéptico y hasta cínico más apropiado al Alarcón diseñado por Palencia, que al que escribiera las cláusulas introdt1ctivas de su testamento. Verdaderas muestras de un desen­gaño o instrucción políticos que actualizan, por lo que a la forma se refiere, las series de pre­guntas y respuestas breves de la literatura sapiencial más arcaica. El aire moral y escépti­co, sin embargo, devalúa la ingenuidad peda­gógica de esa tradición representada por la , Do11zeifa Theodor, la preguntas del infante Epi-tus, las de los filósofos helenísticos, y tantos otros en la tradición sapiencial (27). Aquí nos las habemos más bien con un pesimismo

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pragmático, cortesano y educativo. Cada par de pregunta y respuesta se puede convertir en un proverbio, o en w1a sentencia, y algunos tienen su corolario en otros tantos refranes documen­tados. Gustaría, incluso, pensar que este texto de desengaño vital y civil era el legado de Fernando de Alarcón, como quien dice la segunda parte de su testamento, la que conte­nía las mandas.

Pero, en fin, nada de la ideología que, presumiblemente, mantenía el n11estro se filtra por entre la tersura de la prosa del Tratado o en las preguntas y respuestas. Ni la más mínima disensión con lo establecido nos llama la atención. Tampoco sabemos de la capacidad de Alarcón para escribir un texto como ése. De ahí viene11 mis dudas sobre la autenticidad. He llegado a pensar que se trata de una falsifica­ción no demasiado tardía que se justificara en el ambiente de la recuperación y limpieza de la memoria de Carrillo, que parece evidente en la Alcalá de los primeros decenios del siglo A.'VI.

Es una pista, naturalmente, por comprobar y probar, con la que no quiero molestar al lector que ya andará algo cansado de esta peregrina-. ,

aon.

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NOTAS

(1) Con la sola excepción de una nota del siglo XVIII:

<<tiene este libro quatro ojas manuscciptas útiles».

(2) Me señala el director de la biblioteca que, sin duda, el manuscrito perteneció a la biblioteca del Colegio Mayor San Ildefonso de Alcalá, en donde se encontraba precedido del Tratado ... sobre la forma que avíe de tener en el ojr Missa, del Tostado, impreso en Alcalá, por Amao Guillén de Brocar, en 1511, y que ahora no se halla.

(3) Así lo llama en su biografía novelada Francisco Es teve Barba, Alfonso Canilla de Acuña, autor de la unidad de España, Barcelona: Amaltea, 1942, pág. 206.

(4) Cito por la edición de Roben Briao Tare y J eremy Lawrance, Madrid: Real Academia de la Historia, en prensa, a quienes agradezco el haberme facilitado los textos de su edición.

(5) «A Typical Example of Late Medieval Castilian Anarchy? The Affray of 1458 in Alcaraz>>, Medieval ond Renoissance Studies in Hono11r of Robert Brian Tate, ed. R. Cardwell & I. Michae~ Oxford: The Dolphin Books, 1986, págs. 81-93, en especial 84 y 90, donde aprendemos que un Fernando de Alarcón formaba parte de un grupo de desterrados de la ciudad, por malhechores, liderados por los hermanos Bustamante, que, sin embargo, parecen servir intereses de Alonso Fajardo contra el Rey; ésros tenían un gobierno ciudadanos para sustituir al legítimo, lo cual hicieron de hecho durante algún tiempo por medio de un golpe de mano; en ese equipo Alarcón, cnado de] uan de Bustamante, era alguacil.

(6) L. Thomdike, A History ofMagic and Experi111ental Science, IV, Columbia: University, 1934, págs. 345-346.

(7) Crónica a11óni!!1a de Enrique W de Castilla 14 54-14 74 (Crónica castellana), ed. M". Pilar Sánchez-Parra, Madrid: Ediciones de la Torre, 1991, págs. 478-479.

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(8) Hernando de Pulgar, Crónica de los ~es Católicos, ed. Juan de M. Carriazo, Madrid: Es pasa Cal pe, 1943, I, pág. 102.

(9) En Plasencia, «recibió enbaxadas de algunos grandes de Castilla, conque fué mucho alegre; mayormen­te por le venir del Arc;:obispo de Toledo dos prin~pales de quien él mucho confiava, llamados el uno Alarcón y el otro Salazao> (Diego de Valera, Crónica de los Rqes Católi­cos, ed. J uan de M. Carriazo, Madrid: Junta para la Ampliación de Estudios, 1927, pág. 13).

(10) Jerónimo Zurita, Anales de la corona deAragón, lib. XIX, cap. un.

(11) Acepto la datación de Gonzalo Pontón en La obra de Femando de PN/gar en su contexto histónco y literario, tesis doctoral leída en la Universidad Autónoma de Barcelona, 1998, págs. 190-198. La otra posibilidad es que la carta sea de 1475, cuando se rompen las hostilidades, pero entonces quedaría sin explicar la referencia que incluye sobre el '\'Íaje de la Reina a Córdoba.

(12) Hemando de Pulgar, Letras, ed cática de Paola Elia, Pisa: Giardini, 1982, págs. 49-50.

(13) Década IV, ed. José López de Toro, Madrid: Real Academia de la Historia, 1974, II, págs. 47-49.

(14) Así lo narra Pulgar: «E porque creyan que el arc;:obispo facía este nuevo escándalo por consejo de aquel Alarcón, a quien auemos dicho que daua entero crédito, e le rem.itía todos los nego~os que tocauan a su persona e de roda su casa, fué de tal manera amenazado por algunos criados z parientes del arc;:obispo, que creyendo que la voluntad z amor quel arc;:obispo le auía no serían bastantes para le librar del odio z malquerencia de los de su casa, acordó por saluar su vida, se avsentar e fuése para el reyno de Francia» (J . 'l.53-354). Ésta es la versión editada por Carriazo, sin embargo en otras acaso más cercanas al original de la Crónica se lee en térm.inos más moderados: «E porque creían quel Arc;:obispo fazían este nuebo escándalo por consejo de aquel Alarcón, a quien avernos dicho que clava gran crédito, fue de de tal manera amenazado, que, no creyendo que podría escapar

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de sus manos, acordó de absentarse e fue para el reigoo de Fran9ro>. Agradezco a M". Isabel de Páiz (oli111 H ernán­dez González) el haberme facilitado primicias de su edi-

. , , . . , aon cotJca, en preparaaon.

(15) Así lo cuenta Pulgar, que cito ahora por la edición cótica de M". I sabel de Páiz: «Mandaro11 asimis­mo fazer en aquella s:;ibdad justisia de muchos onbres criminosos e robadores que en los cien-pos pasados avían cometido delitos e crimines. E fue preso por su manda­do aquel Fernando de Alarcón -<1ue avernos dicho que estava con el Ars:obispo de Toledo- e traído alli; e fue degollado por justis:ia, porque confesó aver movido muchos escándalos ~'.J. el reino, y estorvava la paz por intereses que avía avido. E co11 estas justi9as que manda-

• • ron executar, ovo gran paz e sosiego comunmente en todo el reino, porque la justi9a que executavan engendra­va miedo y el miedo apartava los malos pensamientos y refrena va las malas obraS>>. Véase el pasaje diferente en la ed. de Carriazo, I, págs. 422-423.

(16) Andrés Bemáldez, M en1oria.r del reinado de los ~es Católicos, ed. M. Gómez-Moreno y Juan de M. Carriazo, Madrid: Real Academia de Ja Historia, 1962, pág. 46. La anécdota que transcobe Paz y Mélia a partir de una miscelánea debe ser apócrifa: (<Cuando los llevaban a degollar a los dos [a Beato y a Alarcón), toparon en el camino de Talavera a Madrid con el judío privado de la Reina, y diciéndoles ellos: 'Qué os parece, Fulano, cuál nos llevan', respondió el judío burlándose de las revela­ciones que decían tener: 'Para el Dio, que les diese una higa y me fuese al cielo'» (El cronista Alonso de Palencia, Nueva York: The Hispanic Society, 1914, pág. 347).

(17) Para el caso español, y en contextos cronológi­cos muy cercanos al nuestro, véase Manuel A. Sánchez Sánchez, «La represión de la disidencia ideológica en el discurso religioso medieval», en Dindentes, heterodoxos y marginados. Novenas Jornadas de Esflldios Históricos, Salaman­ca: Ediciones de La Universidad, 1999, págs. 86-108.

(18) Véase el juicio sobre esto de Antonio Márquez, Los al11n1brados, Madrid: Taurus, 1972, págs. 209-223.

42

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(19) «Plazíale saber esperiencias z propiedades de aguas z de yerbas z otros secrecos de natura. Proc::urava siempre aver grandes riquezas, no para fazer thesoro, mas para las dar z destribuir. E este deseo le fizo entender muchos años en el arte del alguimia. E como quier que della no veía efecto, pero creyendo sien pre alcanc;:arla para las grandes fazañas que imaginava fazer, sienpre la continuó, en la qual z en buscar thesoros z mineros const1m.ió mucho tienpo de su vida z grand parte de su renta, z todo quanto más podía aver de otras partes. E como veemos algunas vezes que Jos omnes, deseando ser ricos, se meten en tales necesidades gue los fazen ser pobres, este arc;:obispo, dando z gastando en el arte del alquimia, z en buscar mineros z thesoros pensando alcanc;:ar grandes riguezas para las dar z destrjbuir, sienpre estava en continuas necesidades» (I-J. de Pulgar, Claros varones de Castilla, ed. R. B. Tate, Oxford: Clarendon Press, 1971, págs. 63-64). Véase J. García Font, Histona de la alquimia en Espana, Madrid: E. N., 1976, págs. 97-99. En el estudio más serio sobre el asunto, de Mjchela Pereira, Arcona sapienza. L 'alchim1a dalle origini a }ling, Roma: Carocci, 2001, hay una nómina de personajes parecidos al nuestro (capítulo octavo).

(20) «Five Magicians, or de Use of Literacy», Modem Long11age Review, 64 (1969), págs. 793-805, ei1 especial 801.

(21) Aparte el trabajo citado de Márquez, véase el volun1en de Alastair Harnilton, Here.ry and Mysti.cism in Sixteenlh-Century Spain. The <<A.lu1nbrodos», Cambridge: James Clarke & Co, 1992, quien concentra ya la atención en los círculos espirituales anteriores. A otros anteceden­tes ha dedicado atención P. Santonja, <<Las doctrinas de los alumbrados españoles y sus posibles fuentes medieva­les», Dicenda, 18 (2000), págs. 353-392, entre otros trabajos.

(22) Véase Crónica i11co11¡pleta de los Rryes Católicos, ed. Julio Puyol, Madrid: Real Academia de la Historia, 1934, págs. 180-183. Remito a la bibliografía y a lo que expongo sobre el impacto la profecía en la historiografía coetánea en Lo hislonºogrofio en verso en lo época de los ~es Católicos.

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l 1

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]11an Barba y s11 «Consolatoria de Casti/l(J)>, Salamanca: Universidad, 1989.

(23) Véase mi «La modificación del discurso religioso con fines de invectiva. El sermón», en Atalqya, 5 (1994), págs. 101-122, en especial págs. 116-119, con un catálogo de piezas oratorias conservadas o aludidas de Alfonso de Burgos, de Antonio de Alcalá, Diego de Muros o Francis­co de Toledo.

(24) Véase, por ejemplo, Philippe Aries, El ho111bre ante la muerte, Madrid: Tauros, 1987, págs. 161-171.

(2S) «La ordina<;ión testamental que enbiastes venía bien e propia en la materia de última voluntad, e el calendario de aqud traslado mostrava que dura va mucho la memoria desto. E non pocos tomarán dello enxemplo, por iomita<;ión de lo qual varias añaderán ora<;iones e

• pomán ·en sus testamentos, directivas a la ordfua<;ión dellas e testificativas de propósito bueno. E non solamen­te d dicho enxerto oratorio me plago, mas toda la otdina<;ión dd nonbrado testamento pares<;ió bien: por él proveystes a la salud de vuestra ánima e non menos a la nombradía e buen testimonio que de vos quedase, a descargo vuestro, e<;itando a los conplidores de aquél con fermosas estimula<;iones. E non cuydo que se falla tal en los registros de los escrivanos deste tiempo» (Pedro M. Cátedra, Exégesis, ciencia, literatura. La «Exposición del saln10 'Q11oniaf!J videbo' de Enrique de Vi/lena, Madrid: El Crotalón, 1985, pág. 88).

(26) Véase ahora Femando Bauza, Com 111an11scrito. Una historia c11/t11ral del Siglo de Oro, Madrid: Marcial Pons, 2001,pág. 15.

(27) Agradezco a Marta Haro que haya atendido mis desvelos sobre estos versillos.

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-

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TRATADO I

1

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. . . . .. .

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1

i 1 •

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TRATADOQUEHIZOALARCÓN,CRIA­DO DEL SEÑOR DON ALONSO CARRI­LLO, AR[c;]OBISPO DE TOLEDO, AL

s TIEMPO DE SU MUERTE. ~ ~ ~

- ... N el nonbre de Dios todopoderoso e de la Virgen gloriosa, su Madre, e de todos

-- los sanctas )' sanctas de la corte celes-tial, porque la salud de los hombres e de todo

10 el humanal linage es en poder de Dios e no en poder ni en voluntad de persona alguna; e porque la muerte es cosa mui cierta e de la hora della cerca de nos es dudosa; e por quanto quier que honbre della se aluengue no la puede

is huir ni estorcer ni della escapar, por lo qual toda persona de buen j11izio deve velar las assechan[c;]as del enemigo antiguo e estar aparejado y apercebido a las cosas que cumplen al servicio de Dios e salvación de su alma,

47

'

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20 porque, quando nu.estro Señor Ihesú Christo enbiare por él, le vaya a dar qüenta e rrazón de las cosas que en este mundo hizo e obró; e como la muerte sea muy común e la vida pressente fallescedera, acordé yo, Alarcón,

25 criado del muy magrúfico señor don Alonso Carrillo, ar[c;] obispo de Toledo, de hazer esta escriptura> la qual es 111 v] testamento de mis postrimeros días, tomando por fundamento que la vida que bivo es una sonbra que passa e

30 viento que corre aquexosamente; y en el fin de aquesta romería lo que tengo de bien aventu­ranc;a se tornará de ningún valor. Porque la bien aventuranc;a de aquí es un engaño e aplazi­miento suave e perecedero e aquello que llamo

35 muerte es my vida verdadera e seguro nasci­miento e principio de mis días; e mi nascer en esta vida fue principio de mi verdadera muerte; e quanto más la vida procuro, tanto más me parto della e me quedo vezino de la muerte.

40 Porque soi en este mundo como mareante que corre fortuna, que, quanto más luengo es el viage, tanto mayor es el peligro, porque, sigún son las contrariedades deste mundo peligroso, es el puerto siguro, y temo que la muerte

45 salteada no me arrebate. Por tanto, el verdadero conocimiento es

apartarme de quien me dexa e buscar aquello que huyo e salir del pozo de tanta escuridad e pasarme donde nunca fueron tinieblas e tomar

50 alegría de la ¡ 12rJ muerte )' buen esfuerc;o. Pues forc;ado es que verná quando querr[á], pues

48

- -- - ------

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quiero dar de grado aquello que a mi pesar a de ser. Porque no sé quándo ni dónde, ni cómo seré preso de la muerte, mejor es pensar que

55 luego o mañana y apartarme de luenga esperan­c;a y no pesarme de lo que dexo, pues que mis bienes y yo somos agenos, y tornar al fin para que fuy criado y dexar aquello para que no fui nascido, porque las cosas presentes que veo,

60 quando más me parecen perdurables, más aína son caibles. Estas cosas que tengo prestadas algún día las demandará su dueño. E siquier morar en lo mío plázeme, mas ¿dónde lo hallaré? Estoi cativo en tierra agena y bivo por

65 mano de nuestro Señor. ¿Pues quién no dexa lo ageno por tomar aquello qu'es suyo? ¿E quál es aquél que quiere bivir porque nunca biva y no le plaze morirse porque nunca muera e le plaze dexar aquello que se seca como feno por tomar

10 lo que nunca fallescerá? Pues quiero huir los deleytes deste breve y

miserable mundo por cobrar ¡ 12vJ gozo sin medida e salir de la cárcel desta vida cuytada por entrar en la casa de Dios. E, ¡guay de mí!,

1s que en esta vida fallescedera fundé mis desseos e andando buscando con angustia lo que en este mundo no ay. Porque la arrebatada muerte no espera tiempo ninguno e los peccados se multiplican e las culpas crecen e la justicia de

so todo quiere derecho. E yo, si pienso bivir e me muero, llevaré

penar doblado, porque si pensase morirme no querría tanto la vida e no me pesaría la muerte.

49

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Pues quiero mirar mi daño tan grande quando s5 los mis males presentes son tan grandes y los

bienes tan pequeños, que conozco claramente la verdad de lo que devo hazer. Pues quiéreme llegar a mi naturaleza, dexando el mundo e cobrando a Dios. Porque aquél es llamado

90 sabio que se sabe salvar e necio el que se con­dena. Porque la sabiduría <leste mundo más daño trae que provecho.

Pues do los males son tan grandes y tan

claros, consejo verdadero es buscar lo más 95 provechosso, como las animalias hazen en el

tiempo del verano, ¡ 13rJ para los tiempos traba­josos acarreando mantenimiento, como haze la hormiga para con qué biva. E la cliscrición mía sotierra todos los bienes e busca todas las cosas

100 con que muera, aprovechándosse de cosas mortales, e de las cosas que biven no curando de día en día. Los peligros están luego e los vienes adelante e la fortuna siempre i lla folgan­~a tarde. E los deleites que tengo se passan e

105 corro tras el mundo e él se queda e yo me voi. E desque del mundo sea salido, en un momen­to seré olvidado.

Pues quiero pensar en lo que a de durar, huyendo lo que me daña, buscando lo que

110 aprovecha, yendo tras lo que bive, aborrescien­do lo que muere, deseando lo que dura, dexan­do lo que fallesce, quiriendo gloria, dexando pena, cobrar la vida por la muerte, trocar al cliablo por Dios, cobrar la libertad por cautive-

115 río, dar servidumbre por señorío, aborre~er

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este devaneo por gloria sin fm. Pues bienaventurado es el que bive aquí e

mora en el cielo e apareja para el passo de la muerte desd'el día en que nas<;ió. E no como

120 yo, que tomo los días de la vegez por míos y me tengo por 1 l3vJ falles<;ido.

Y por eso me quiero casar con la muerte, pues la muerte anda conmigo, e nunca pensar en la vida, pues luego se va con la muerte. Bivo

12s quando la vida busco; e la vida me halla quan­do la aborrezco. Pues, ¡o, deieites cuytados, o, mundo que no te veo y eres pasado! ¿qu'es de lo que passó por mí que no paresca? ¿Qué me queda salvo el cuento passado? Todo peres<;ió

130 en mi pressens;ia; e gasté los días qt1e terúa e fue como sueño lo que passó. Mis males toman en cuenta; los bienes están en Dios. Quédanme los sospiros. Todo me desamparó. Mis días se passaron e de cada parte me cercaron los

1Js dolores. Los bienes tengo lexos e los males tengo muy cierto y cerca. Pássome desta vida e búscame la justicia de Dios. De todo lo que fue no veo nada. Pues- 1 l4rl to soi en sus manos. Acaban los días de aquel que mucho le pessa

140 de todo lo que a Dios offenclió en este mundo cuytado. Demando la misericordia e perdó11 de mis peccados. Llegado soi a plazo de la muerte. El mundo quiero dexar. Partir sse quiere mi ánima de las carnes.

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NOTAS TEXTUALES

3 arcobispo [~01~0 en los casos sig11ientes las: entre pan!ntesi.r cuando falta] 50 querre 70 huir añadido entre línea.s 80 si añadido e11tre línea.s 89 sabio n!ilera 143 indicación de final de esta sección del texto por 111edio de rf!)'a.s dobles e11 fon11a de cn1zy otra.s probaciones pennae

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VERSÍCULOS

'

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- .....

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¿Queréis nunca saber nada? (1] Leé n1uchos libros.

¿ Queré)'S nL1nca tener salud? (2] Comé muchos ma11íares.

s ¿Queréys l1azer por no na)rde? (3] Hazé por com(1t1.

¿Queréis perder los an1igos? [4] Prestalde clineros.

¿Queréis ser sospechoso? [51 10 Loá en prescnc;ia.

¿Queré)'S nunca exect1tar nada? [6] J\menazá mucho.

¿Queréis no tener ánimo ei1 el hecl10? [7] Gastá la ft1ria en las palabras.

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is ¿Queréis que os tengan por (8] hombre que sabe poco?

Dezid todo lo que sabéis.

¿ Querés cansanc_;:io y pobreza [9] sin provecho?

:?o Sed 11on1bre de pt1eblo.

¿Queréys vida desasosegada? [10] Sed amigo de novedades.

¿Queré)'S nunca estar contento? íl 1 J 25 Pensá que ay contentamiento.

¿Queréys perder la honrra? [12] Ponelda en muchas cosas.

¿Queré)'S qüistiones con vuestros (13] amigos?

30 Porfiá en lo que no·s va nada.

¿Queréis ser tenido por hombre [14] de poco ánimo?

Descobrí lo que os dixeron en secreto.

¿Queréis perder los negoc_;:ios? (15] 35 Tené poca pac;ienc_;:ia.

¿Queríeys [sic] echar en poco cargo [16] aventurando mucl10?

Saly por fiador.

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' . I

¿Queré)'S ser poco creído? (17] 40 Jurad mU)' amenudo.

¿Queréis perder el avtoridad? [18] Hablá mucho.

¿Queréys ser mal servido? fl 9] Burlá con los vuestros .

.is ¿Queréys tener muchos trabajos? [20] Conocé muchos hombres.

Fin.

57

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. .

NOTAS TEXTUALES

15 1111a segunda 111a110 conige añadiendo la i perder los negoc;ios repite)' tacha

58

34 quereys

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I

, INDICES

' .

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, ,

INDICE ONOMASTICO

Aarón Alarcón, Fernando de ALCA LA

Alcalá, Antonio de ALCARAZ

Alfonso de Burgos, fray Alfonso V de Portugal ARÉVALO

Arjes, Philippe

Barba, Juan BARCELONA

Beato Berbegal, Felipe de Bernáldez, Andrés Bouza, Fernando Buendia, Conde de Burgos, fray Alfonso de

Bustan1ante, Juan de

C1\NALES

Cardwell, R. Carriazo, Juan de M.

61

23 passin1 21,22,23,32,39,40, 44 44 16, 38 15, 17-18,28,34,44 21, 23, 33-34 22 44

43-44 13, 16,29 19, 23, 32-34 29 26,42 11, 44 22 véase 'Alfonso de Bur­gos' 40

20 40 41,42

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Carrillo, Alfonso, Cardenal de San Eustaquio

CarriJlo de Acuña, AJonso Carrillo, Juan, Arcediano

de Cuenca Carrillo, Troilo Cátedra, Pedro :rvf. CHIPRE

Chirino, AJonso CÓRDOBA

Crónica castellana de Enri­q11c IV

Cró11ica incon¡pleta de los ~es Católicos

CUENCA

D e Páiz, M1. Isabel Donzella Theodor DURANGO

Elia, Paola Encubierto, rey EnriqL1e IV Esteve Barba, Francisco

Fajardo, Alonso Fcrnández de V al era, Juan Fernández de Velasco, P. Fernando V FRANCIA

Garcia, Michel García Font, Juan Gómez-Moreno, M. Guillén de Brocar. A. ,

62

17 passin1

16 24 42,43,44 14,28 34 42

21,40

13, 33-34, 42 16

42 38 29

41 33-34 13, 18, 19,20,34,38 40

40 36 23 15 23

7 43 42 40

-

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Hamilton, Alastair Haro, Marta Historia del Itifante Epitus

Isabel I de Castilla

Juana, princesa, la 'Beltra­neja'

Lawrance, J eremy Libro de Job López de Salamanca, Juan López de T oro, José

MacKay, Angus Madrigal, Alfonso de Márquez, Antonio Michael, I. Moisés Muros, Diego de

Pablo, santo Pacheco, Diego,

Marqués de Villena Pacheco, J uan,Margués

de Villena Pacheco, Pedro Palencia, Alonso de Paz y Mélia, J. Pereira, Ivfichela PLASENCIA

Pontón, Gonzalo Pulgar, Hernando de

Puyol, Julio

63

43 44 38

passin1

13, 22

40 36 29 41

16,40 40 42,43 40 23 44

32

18, 19,20,21,22

17 21 12, 13-26,passini 42 43 21, 33, 41 41 12,21,22,23,31,41-43 43

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Reyes Católicos Roca tallada, J oan de R ODAS

Rossell, P ere Rouod, Nicholas G .

Salazar, tal de

Salmos

Sáncl1ez Mariana, Ñfanuel Sánchez-Parra, Mª. Pilar Sánchez Sánchez, M . A. Santonja, Pedro SEGO\TIA

Ps.Séneca SEVILLA

SICILlA

Tate, Robert B. Thorndike, Lynn TOLEDO Toledo, Francisco de TORO

UCLÉS

VALENCIA

Valera, Diego de VILLENA

Villena, Enrique de Vovelle, M.

ZAFRA

Zurita, Jerónimo

64

12 y passi111 17,30 14, 28 17 31,43

21, 33, 41 (véase tam­

bién 'Beato') 36 11, 40 40 41 43 21 37 18 14, 28

40,43 40 12,25,32,37 44 22

22

16,29,30 21, 41 22 35-36, 44 36

19 22,41

__ _.. ,

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TABLA

Dedicatoria . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . 7

Estudio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

13-26 Se111blanza deAlarcón en la histona coetánea.

27-34 Una intngantey típica personalidad religiosa.

35-39 El «Tratado» y los «Ver.ríc11los». 4044 Notas.

<<Tratado que hizo Alarcó11>> • • • • • • • • • • • • •

47-51 Texto. 52 Notas texl11ales.

11- 44

45-52

Versíet1fos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53-58

55-57 Texto. 58 Notas texl11ales.

, Indices . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61-65

61-64 Índice ono111ásfico. 65 Tabla

65

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De eite libro ie han inlj>reio ciento cincuenta eje111j>lares, iin n11111erar. Acaboie de im­

pri111ir el día de Jan Francisco pobre del aiio lrÍ!le do! nnl y do!.

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