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    ELIAS S ANBAR 

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    ÍndiceSanbar, ElíasFiguras del Palestino : identidad de los orígenes, identidad en devenir . -1a ed. - Buenos Aires : Editorial Canaán, 2012.

    360 p. ; 21x16 cm. - (Política / Chedid Saad)

    ISBN 978-987-1643-12-71. Ciencias Políticas. I. Título

    CDD 320

    Fecha de catalogación 12/9/2012

     Traducción:Diseño de tapa: Miguel Gramajo.

    © 2013. Editorial Canaán. Buenos Aires. Argentina. [email protected]

    Quedan rigurosamente prohibidas, sinla autorización escrita de los titulares del“Copyright”, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcialo total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos lareprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ellamediante alquiler o préstamo público.

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    “Habría que estudiar en primer lugar cómo la coloniza-ción trabaja para descivilizar al colonizador, para embru-tecerlo en el sentido literal de la palabra, para degradarlo,

    para despertar sus recónditos instintos en pos de la codicia,la violencia, el odio racial, el relativismo cultural…

    …“Si, valdría la pena estudiar, clínicamente, con detalle,

    las formas de actuar de Hitler y del hitlerismo, y revelarleal muy distinguido, muy humanista, muy cristiano burguésdel siglo XX, que lleva consigo a un Hitler y que lo ignora,que Hitler lo habita, que Hitler es su demonio, que, si lo

     vitupera, es por falta de lógica, y que en el fondo lo queno le perdona a Hitler no es el crimen en sí, el crimen contra

    el hombre, no es la humillación del hombre en sí, sino el crimencontra el hombre blanco, es la humillación del hombreblanco, y haber aplicado en Europa procedimientos colo-nialistas que hasta ahora sólo concernían a los árabes de

     Argelia, a los coolies de la India y a los negros de áfrica.”

     Aimé Césaire *

    Prólogo

    Uno y el otro; aquí,allá y en todas partes

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    * Aimé Césa ire, Discurso sobre el colonialismo, AKAL, Madrid, 2006, p. 15.

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    europea del pueblo judío que se organizó en el movimientosionista y luego en el Estado de Israel. Pero lo hace yendomucho más allá de los simples acontecimientos “histórico-

    políticos”, y, sobre todo, abandonando la perspectiva de lapolítica de Estado, de la guerra (lo que no quiere decir queno trate también los aspectos guerreros de la tragedia). Sanbarelije una vía distinta. Histórica, política, pero también geo-gráfica y económica, y, más aún, de hermenéutica cultural y filosófico-antropológica. Allí, busca razones, no sólo hechos.

     Y al decirrazones, me refiero no solamente a explicaciones ,sino a algo opuesto a las racionalizaciones y las justifica-ciones, que tanto se les parecen y que han tomado su lugaren una proporción que excede en mucho lo aceptable.

    Razones, entonces, pero que se alimenten de hechos, esosí; y que expliquen procesos. Por eso denuncia sistemáti-camente lo que considera con buenos fundamentos comoinvenciones y fantasías cuya única función es justificar posi-ciones ya tomadas.

    Esa voluntad de distinción y ponderación, nunca neutralpero siempre abierta a la comprensión y esforzada en elintento de escuchar y mirar más allá de sí misma, atraviesatodo el libro. Como ese casi angustioso preguntarse, encada caso, a cada paso, en relación con todos los aspectosde la historia que reconstruye: ¿por qué?, ¿cómo fue posi-

    ble?, ¿qué puede explicarlo? Así, su libro puede vivirse como una “visita guiada”,

    pero para nada turística. Una visita por el tiempo y el dramahistóricos conducidos de la mano de quien ya hizo el cami-no y conoce todas sus estaciones y sus recovecos. Un reco-rrido siempre informado y minucioso. Porque en la revisiónde la historia Sanbar busca la cifra genética de una “iden-tidad” presente; de un ser en curso. Y de un posible futuro.En alguna medida, los suyos propios. Con lo cual, el libroes también un libro escrito desde la perplejidad y el dolor.

    Un lector, entonces, el que esto escribe, que fue inter-

    1. Universalidad de un drama singular 

    Lo que el lector encara es el prólogo de otro lector (no el

    de un experto). No cualquier lector, es cierto. Un lector queintimó con el texto porque lo tradujo. También alguien quelo recibió no tanto desde la historia como desde la filosofía; y desde el drama ético-político como dimensión fundamentalde su existencia personal. Alguien que hubo padecido elexilio y la persecución, que vio desaparecer amigos y cono-cidos; que sufrió, como muchos de sus contemporáneos, laangustia de sentir que se lo repudiaba, se lo despreciaba y se lo consideraba extranjero en su propia patria. La angustiade saber que sus formas de pensar o aún de ser no eran vistas

    como humanamente legítimas por muchos de sus compa-triotas. Y que, en el límite, eso podía costarle la vida. Alguienque contempló, también, en su propio país y como cifra desu época, la destrucción social de muchos de los logros, lasconquistas y las construcciones en las que sus antepasadoshabían comprometido e invertido sus vidas.

    Pero, escribo su propio país. ¿Qué país? Un país de laperiferia del sistema mundial. Un país pos-colonial. Unatierra “secundaria”, considerada recurso apropiable porquienes no son sus habitantes ni conforman su pueblo(pero también por una pequeña y elitesca minoría de supropia población). Entonces, ¿hasta qué punto propio, esepaís? Una pregunta que aún no termina de contestar eselector que, así presentado, podría confundirse con una delas víctimas del drama desplegado en este libro.

    Por eso empiezo así. Es una de las razones por las cualespienso que a muchos otros lectores de habla hispana, enespecial latinoamericanos, el libro de Elías Sanbar tieneque resultarles necesario. Cercano. Importante y, si sepuede decir así, atractivo (de hecho, está muy bien escrito).

    Se trata de un texto que explora el drama palestino, esa

    resultante del conflicto del pueblo palestino con la parte

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    pelado por un relato de dolor y de injusticia. Doble dolor,porque de modos diferentes lo comparten los perseguidos-perseguidores, los dominados-dominadores (o víctimas-vic-

    timarias) de esta historia –los judíos sionistas- y los perse-guidos desplazados –los palestinos, sean ellos musulmanes,cristianos o aun judíos-. Y por eso doble injusticia: con unpueblo, el palestino, y –por otra mano, en buena medida lapropia- con sus victimarios ocasionales, los miembros delmovimiento sionista. Un dolor, entonces, doblemente huma-no. La tragedia de un enfrentamiento entre humillados y ofendidos, entre perseguidos y dominados.1 Y de una impo-sible comprensión y una improbable convivencia.

     Ahora bien, ¿cómo se produjo?, ¿qué motivó esta tra-

    gedia? Y también ¿qué estatuto le corresponde? Aquí elcentro de la cuestión y el corazón del libro.Empecemos por el final, el tema del estatuto. Es uno

    de los ejes conductores del texto de Sanbar, porque es moti- vo de una lucha simbólica enconada. ¿Se trata, como pre-tende el discurso sionista, de la recuperación de una tierraoriginariamente judía, semivacía, desocupada y mal apro- vechada por unos pocos beduinos? ¿Se trata de la invasión,por parte de los europeos, cristianos y judíos, de una tierrapoblada por sus legítimos habitantes y propietarios, lospalestinos –musulmanes, judíos y cristianos-, luego expul-

    sados, perseguidos y en parte martirizados? ¿Se trata deun conflicto de raíz religiosa o, más vale, de la realizaciónde un proyecto colonial? ¿Se trata de una ocupación “reden-tora”, entonces, o bien de un ejercicio de dominación colo-nial, o de la proyección y la reconstrucción del etnocen-trismo de Europa en la creación de una nación (judía) europeaen medio (de) oriente? A todo ello se refiere el libro de Sanbar

     y deshoja cada una de esas perspectivas a lo largo de surelato histórico, mostrando cómo se constituyeron y dequé modo se configuraron –todas y cada una- como ima-

    ginario de estos o aquellos grupos. Es decir, buscando lashuellas que permiten reconocer y reconstruir los procesossociales, políticos y culturales que puedan aclarar el estatutode este conflicto paradigmático. Lo hace a medida queexplora los caminos que tomó la historia y los modos quele fueron propios.

    Es decir, a medida que se interroga acerca del cómo seprodujo el drama. Sobre ello, el libro de Sanbar construyeun relato pormenorizado, casi una crónica que parte de laúltima fase de la dominación otomana, con todas sus con-secuencias, y llega hasta la fundación del Estado de Israel. Acerca de ello no voy a decir más. Me voy a concentrar,en cambio, en algunos de los temas que, desde una pers-pectiva político-filosófica y sudamericana, pueden des-prenderse como ejes centrales del argumento construidopor el autor para tratar de explicarse los por qué de la tra-gedia. Sus razones de ser.

    Elijo este camino porque, para mi sorpresa, a medidaque progresaba en la lectura me encontraba con fenómenos y dinámicas que, lejos de expresar la singularidad de unhecho aislado, de un conflicto específico –el palestino-

    israelí-, se alzaban como paradigmas que permitían com-prender qué estructuras dominaron este drama, pero nosólo él: se mostraban comunes a muchos otros, ajenos, perode igual período histórico, que comprometieron los des-tinos de otros pueblos del mundo, relegados, negados y oprimidos como los palestinos, organizando las estrategiasde dominación y explotación que pusieron en obra otrasnaciones y grupos humanos, todos ellos de filiación euro-pea. Es decir, el libro de Elías Sanbar viene a alimentar lalista de títulos que ponen en cuestión –en este caso indi-

    rectamente- algunos de los rasgos más insistentes y des-

    1 El dominador no dominado, el “puro” victimario permanece fuera, cen-

    tral, británico, estadounidense.

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    tructivos de la “civilización occidental”. Rasgos que, sinembargo, nos hemos empeñado –e insistimos- en negar,ocultar, considerar marginales y excepcionales, o pasar por

    alto y olvidar (supremo peligro, se diría, porque veda cual-quier posibilidad de aprendizaje).Esta lectura que propongo, entonces, está condicionada

    por una especie de “vocación de universalidad” que, sin duda,puede ser cuestionada. No es la única, y es claramente parciale interpretativa. Además, está geográfica e históricamentesituada: es la lectura de un sudamericano. Más específica-mente, una lectura argentina. Pero sospecho que, como sos-tenía Tolstoi, si pintar el drama palestino y buscar sus razonesde ser, como lo hace Sanbar, es –al menos desde mi puntode vista- encontrar estructuras y procesos en los que muchospodemos reconocer elementos de nuestra realidad local, así también, delinear esta lectura específica quizás sea proponerun enfoque que a otros quepa y resulte fecundo.

    Lo haré pautando el recorrido –breve recorrido- conalgunos subtítulos temáticos que indiquen cuál es la estruc-tura que propongo subrayar como “general” o “paradig-mática”. Editaré para exponerlas (no se me escapa el efectode apropiación y transformación de sentido que generaesta operación de cortar y pegar) fragmentos más o menosextensos de la magnífica prosa de Sanbar (para qué para-

    frasear lo que está dicho con solvencia y precisión). A modode contrapunto, propondré unos pocos subrayados propios.

    2. La fantasía y el ideal como fundamentos inamoviblesde una identidad sustancial: el delirio etnocéntrico.

    “ En el plano regional, Palestina es, como escribe Pierre Aubé,“una línea de falla entre Bizancio, Medio Oriente y Egipto;es decir, entre Europa, Asia y África (…), una zona de tránsito

     y de conflicto en un sitio de encuentros privilegiados entre los 

    tres viejos continentes”. Línea de falla, zona de tránsito, Palestina

    es así el epicentro de una región. Pero no es todo. Prometida,está por ello cargada de perspectivas escatológicas y, sobre todo,dotada de virtudes redentoras. Cualidad única que, de las cru-

     zadas a nuestros días, hizo padecer al país toda clase de codicia y peregrinajes armados de todo tipo. Esta supuesta capacidad para gratificar a los penitentes con

    el perdón de sus pecados queda redoblada, pronto, muy pronto, por una segunda convicción, esta vez cristiana. Manchada por la presencia del Islam, Palestina esperaría ella misma ser redi-mida..

    Podemos imaginar con que perplejidad, irritación y decepciónlos primeros visitantes, pronto seguidos por olas de peregrinos 

     y turistas, descubren el país real, un muy bello país, y como, unavez superada la desagradable sorpresa, van a empeñarse en

     fabricar pieza por pieza una tierra conforme a la imagen quede antemano habían decidido aplicarle.

     Algunos, sin embargo, de los sabios alemanes o de cultura germánica, como Seetzen o Burckhardt, o británicos como Buc-kingham, estudiaron la civilización islámica y, en algunos casos,conocen el árabe. Pero todos siguen obnubilados por el postuladode que la Biblia es un texto histórico y que se trata de lograr 

     su autentificación.Tras las mediciones y las misiones geológicas, tocó el turno

    a los estudios de usos y costumbres, el inventario de la fauna

    humana. “Así como las excavaciones (…) nos permitieron admi-rar las bellezas y maravillas (…) de las ciudades antiguas, las costumbres eternas del Oriente nos conducen al conocimiento

     preciso y satisfactorio de las más importantes de todas las épocas,las épocas pasadas”. Afirmaciones de W.M. Thomson, un pastor residente en Palestina entre 1833 y 1879 y autor de The Landand the Book , el libro más vendido de Estados Unidos después de La cabaña del Tío Tom. Fundada en una cantidad ver-tiginosa de detalles y de observaciones, la obra defiende una tesis,estrictamente hablando, delirante: en Palestina todo está todavía

    en el mismo estado en que estaba en los tiempos bíblicos, y si esa

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    realidad pasa desapercibida al visitante moderno, es porque noconoce las costumbres locales ¡y porque los palestinos no se expresan

     sino con metáforas! ”

    Estos párrafos de Sanbar indican lo que a mi juicio es unode los ejes interpretativos más perturbadores del libro: loseuropeos que llegan a Palestina –todos los europeos, nosólo los judíos- no ven una tierra real, histórica, social, cul-turalmente actual, con gente real y concreta, diferente deuna diferencia cuyo sentido, como toda genuina diferencia,en principio se les escapa. Ven, por el contrario, lo queesperan ver a partir de su imaginario bíblico y su memoriahistórico-mítica (las cruzadas, la cristiandad, el progresode la razón y la libertad como hijos del catolicismo, únicareligión racional, y de su hijo el protestantismo). Quieren y buscan una sola cosa: verse confirmados en esa otra tierra,en esa otra gente, en esas otras costumbres; ver confirmadosen ellos la imagen que se han hecho de sí mismos, de lahumanidad y de la historia. Ninguna pregunta los guía,ninguna verdadera y abierta curiosidad los mueve. Saben ya, esencial, ontológicamente hablando, todo lo que tienenque saber sobre sí mismos y sobre los demás, sobre Europa y Oriente, sobre ellos y losOtros . Su proyecto no es su pro- yecto: es decir, no es vivido como legítimo pero meramente

    suyo, ni como un proyecto, sino como la realización de lahistoria humana. Con lo cual, todo lo que no quepa en élserá necesariamente contrario a lo humano, o contrario ala historia. Ambas cosas aparecen, como veremos más ade-lante, en la actitud de los europeos, judíos y no, ante lospalestinos y ante Palestina. Y ya se ve una de las constantesque nos hace decir que, tal como lo piensa Sanbar, el casopalestino es paradigmático: esta estructura no es una pecu-liaridad del enfrentamiento de los europeos con los pales-tinos; es una constante en la relación que los europeos –

     y lo europeo- mantiene con los otros y con lo otro.

    Etnocentrismo, se dirá. Ciertamente, pero no cualquieretnocentrismo: su virulencia está lejos de ser común, comotambién veremos.

    3 Toda tierra es un recurso vacío: el proyecto colonial

    “ Entonces, para escapar al insoportable espectáculo el viajero se lanza de cabeza en dos tipos de actividades: el viaje de explo-ración física por una parte y las excavaciones arqueológicas por otra. Siendo que el país inmediato, el verdadero, el que está al alcance de la vista, tal como se muestra, no corresponde a lo que

     se espera de él, los recién llegados se hunden profundamente enlos estratos geológicos en busca de huellas por fin legibles. Es por lo que, desde el nacimiento de la “arqueología bíblica”, en el 

     siglo XIX, los arqueólogos intentaron encontrar huellas de esaconquista de Tierra Santa (…). Se esperaba que Palestina fuerauna nueva “biblia de piedra”, en la que se pudiera leer con más claridad que en el Libro la historia de la conquista de la Tierra

     prometida por el Pueblo de Dios. El sionismo, que nacerá ciertamente en las específicas circuns-

    tancias que representan las persecuciones de judíos en Europa, apro-vechará sin embargo ese cruce entre un Libro y una conquista.

    Será ésta la tarea del Palestine Exploration Fund. Réplicainglesa de la expedición de Bonaparte a Egipto, el Fund nació 

    en 1865. Tiene por misión probar con herramientas arqueológicas “la historia política interna de los judíos (…) y encontrar enPalestina las huellas que confirmen el lazo entre los vestigios de

     Egipto y los de Asiria”. Orden de misión asombroso hoy, cuandoconocemos el papel capital que jugó Gran Bretaña en la emergenciadel sionismo político, por una parte, y, por otra, sabemos del interés estratégico que tenían las posesiones coloniales británicas” .

    Si la tierra que recién pisan no tiene entidad propia, no tieneuna identidad legítima que brote de su relación con la

    gente que la habita, si su valor no es el que sus propios

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    habitantes le dan, si su realidad no está en lo que activa y creativamente es en acto, ahora, sino en un pasado escritoen un libro cuya clave detenta el recién llegado y cuyo con-

    tenido sólo él ha realizadohistóricamente –no así los habitantesdel lugar, aunque se reivindiquen herederos del mismolibro-, entonces esa tierra habitada y cultivada, construida y disfrutada por otros seres humanos no tiene sentido másque en función del recién llegado, esa tierra adquiere todosu valor y su sentido solamente cuando Europa y los euro-peos por fin llegan a ella. Es un recurso para los europeos,es un pedazo hasta ahora virgen del mundo –quién sabepor qué, en virtud de qué arbitrario azar, de qué sinsentidohabitada por otros seres humanos-, cuyo único sentidoconsiste en incorporarse al plan del invasor, al proyectooccidental, al “progreso” “racional” y europeo. A la “civi-lización” en su única acepción aceptable y lógica, la europea.He ahí latiendo el nervio cultural del proyecto colonial.

     Todo proyecto colonial tiene, claro está, lo hemosaprendido, motivaciones económicas, pero así como nin-gún gobierno, por coactivo que sea, persiste durantemucho tiempo si no logra ser vivido por sus súbditoscomo legítimo –y hasta como necesario— (Maquiavelodixit), no bastan, se diría, las motivaciones puramente“económicas” –si por ello entendemos lo práctico mate-

    rial— para impulsar una gesta histórica y conmover a susagentes. El nervio colonial aparece en el libro de Sanbaren su dimensión cultural desnuda. Terrible. Dominar paraexplotar, sí, cosa que también hicieron los romanos, losárabes, los otomanos, pero algo más: porque se puedeexplotar a quienes se reconoce como seres humanos conintereses y fines propios, legítimos, diferentes, con cre-encias y costumbres también legítimas y distintas; se pue-de dominar y explotar, en el límite, respetando –respe-tando cínicamente, pero, al fin, respetando— a quien se

    domina y se explota. Europa no procede así, como no

    procederá así Estados Unidos: Europa y Estados Unidosdesprecian, menoscaban, niegan a quienes se disponen aexplotar y dominar. Justifican de ese modo sus actos ante

    una “razón” y una “tradición” –razón moderna, tradicióncristiana— con la que están identificados y que promue- ven la igualdad, la libertad y la fraternidad. ¿Solución?Reducir al que se explota y se somete a la condición demenos que hombre, o de humano de segunda, de perver-sión de lo humano, de versión enferma y degradada delo humano, necesitada de corrección o llamada a la des-aparición. Operación de suprema crueldad y destructi- vidad. Y, Sartre dirá, de extraordinaria mala conciencia; o,en el lenguaje de Freud esta vez, de hipocresía sin límite.2

    4. El modelo yanqui, o el “ascenso a los extremos”:exterminar y repoblar 

    “Toda dominación constituye una relación desequilibrada. Sinembargo, no es nunca ilimitada, no porque no tienda a ello por 

     su lógica interna, sino porque los dominadores deben detenerseen el límite que amenazaría la existencia misma de los domi-nados. Siendo que toda relación de explotación requiere de esos dos términos, y que la desaparición de uno de ellos traería consigola abolición de la relación misma, la dominación colonial, cada

    vez que alcanzó esos límites, se empeñó en hacerlos retroceder.Sin embargo, son esos mismos límites aquello que el “ameri-canismo”, la ideología constitutiva de Estados Unidos, nuncaaceptó respetar. Y es en ese terreno de desbordamiento de las reglas donde el sionismo se reúne con él. Tierra prometida colo-

    2 Sartre, Jean Paul, “Prefacio” –pp. 7-29, en Fanon, Frantz, Los condenados de la tierra. Fondo de Cultura Económica, México, 1963. Freud, Sig-mund; El malestar en la Cultura, en Obras Completas , Tomo III, p. 3017

     y ss.; Editorial Biblioteca Nueva, Madrid, 1973; y también en Blaustein,Néstor, “A medio siglo de El Malestar en la Cultura, de Sigmund Freud”,

    pp. 13-116, Siglo XXI, México, 1981.

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    nizada, “América” –Estados Unidos se apropió muy pronto del nombre de todo el continente3, como lo señala Jean Luc God-dard— es el escenario de una experiencia única. Nacida de una

    inmigración masiva, su sociedad llevará la idea de reemplazode los habitantes autóctonos hasta e l punto de importar literal-mente sus propias clases explotadas: los esclavos negros. Haciendoesto, se daba el lujo de no adaptar las relaciones coloniales a la

     situación propia de un continente conquistado, sino de aplicarlas hasta su grado último, haciendo tabla rasa del universo pre-existente. Así pues, aunque naciera como cualquier otra colonia,

     Estados Unidos se convierte rápidamente en una tierra de inmi- gración, vacía y disponible, a la espera de redención, presta aacoger un movimiento humano formidable hecho de todos los desechos, persecuciones, rebeldías también, que sobrevinieron enla vieja Europa. En esto serán percibidos, tanto como Palestinadespués, como una Meca.Colonización por poblamiento-desplazamiento, idea de que latierra codiciada, vaciada, es repoblada en vistas de su redención,convicción de que se puede hacer tabla rasa de una sociedad y

     su historia, son otras tantas constataciones que permiten afirmar el profundo parentesco entre el sionismo y el “americanismo” estadounidense, y permiten calificar de “conquista del Este” a

    la conquista de Palestina, así como llamar “indianización” al  proceso que apuntó a hacer de los palestinos otros pieles-rojas.”

    Note el lector argentino que esta situación puede trans-ponerse punto por punto al discurso, también proyecto y acción político-militar, que puso en obra la generación del80 del siglo XIX en nuestro país. Sarmiento, Alberdi, Mitre,luego Roca, identificados con la cultura del dominadoreuropeo, que consideraban propia, hicieron un análisissimilar de la situación interna de nuestro recién indepen-dizado país y llevaron a cabo una política racista de exter-minio y desplazamiento sistemático del indio y del gauchaje–del criollaje-, a los que juzgaban salvajes arteros incapacesde civilización, vagos y mal entretenidos. Una vez “vaciado”el territorio, lo repoblaron (precisamente, y como habíanproyectado) con inmigrantes europeos. Estas “coinciden-cias” son dignas de un estudio más profundo, porque sugie-ren, como venimos señalando, la existencia de una matrizideológica, conceptual y cultural común. Matriz que com-promete al autodenominado “hombre blanco” y “civiliza-do”, por una parte; probablemente a la lógica capitalista y 

    “racional”, y —en tercer ¿o primer? término- a una cierta y determinada “recepción” y elaboración, europea por suorigen, de la tradición y pensamiento monoteístas, que tuvosu primera manifestación en los alrededores del milenio,cuando la salvaje conquista de Jerusalén por los cruzados.Quizás valga la pena comentar que en los cuatro casos quecitamos: los cruzados europeos del año mil, los sionistas,los pioneros yanquis de la conquista del oeste y nuestros“próceres de la construcción nacional”, parece tratarse desectores que habían sido víctima y que se encuentran “en

    los márgenes” del poder central (Bizancio y el Islam eran

    3 No sin la activa complicidad del resto del mundo (agregamos nosotros),que acepta de buen grado el juego confusional de asimilar la grande y 

     variada América -bautizada así, dicho sea de paso, por una nación ibéri-ca- con una sola de sus naciones; anglosajona. La más poderosa económica

     y militarmente, pero no por eso necesariamente la principal. Claramente,no la única. De allí que en este libro, como en otros textos de nuestraeditorial, ejerzamos una única libertad “arbitraria” como traductores, y,salvo que lo contrario sea absolutamente necesario, traduzcamos siemprela expresión “amérique” o “america”, cuando ésta se refiere a la naciónestadounidense, por “ Estados Unidos ”, y escribamos “estadounidense” cada

     vez que dice “américain” o “american” para referirse a ello. Creemos quese trata de un deber de precisión conceptual y autoafirmación culturalante este hecho político-lingüístico, tan lúcidamente señalado por God-dard y subrayado por Elías Sanba, pero reproducido en sus prácticas.Nótese que perpetuar el uso instalado por Estados Unidos es tanto comoprivarnos, en tanto americanos del sur, de nuestro propio nombre, y acep-tar de entrada que, al calificarnos como sudamericanos porque formamosparte de Sudamérica, declaramos nuestra subordinación.Algo inaceptable

    desde todo punto de vista. (Nota del Editor).

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    imperios más importantes que cualquier reino europeo;Estados Unidos del siglo XIX no era una potencia), aunquelo suficientemente identificados con él como para querer

    emularlo. Distinta es la situación de la Conquista del Nuevo Mundo por parte de España, a la que se refiere enseguidael autor. Pero las analogías tampoco son, en ese caso, tangenerales: no hubo despoblamiento –aunque si usurpación y explotación- y hubo, en cambio, mestizaje. El hecho colo-nial y el racismo –también la voluntad genocida- muestranasí lo complejo de su imbricación. Y si hay algo que expresa la densidad contradictoria delfenómeno, la vigencia del “nervio” racista y eurocéntrico,de la voluntad de dominación transformada en voluntadde exterminio y destrucción, ese algo puede encontrarseen la voz de un turista. Un turista famoso, famoso escritor y mentado “humanista”. Un contemporáneo de Lincoln y del universal y fraterno Walt Whitman. Leamos a Sanbar:

    “ En 1867 tiene lugar el primer pleasure trip, crucero de placer, proveniente de los Estados Unidos. Mark Twain está entre los viajeros y escribirá en The Innocent Abroad:

    “Uno de los grandes inconvenientes del paísreside en esos nombres desesperantes, que

    nadie puede retener. Bien se puede tratar depronunciarlos, pero un cristiano sufrirá mucho

    tratando de deletrearlos. Pienso que si pudiera

    simplificarse la nomenclatura de este país, sería

    de gran utilidad para los americanos que ven-

    gan aquí en el futuro”.

    Tratándose de los palestinos con que se cruza, Twain agrega:

    “Por su manera de observar con grosería e indis-

    creción el más mínimo de los movimientos del

     viajero, me recuerdan mucho a los indios, lo

    que pone al hombre blanco nervioso e incómo-

    do, e incluso promueve en él las ganas de exter-

    minar a toda la tribu. Las más lindas escenasorientales son las que vemos en los cuadros”.

     El libro de Twain, enormemente difundido en su momento,quebraba también un tabú. Hasta entonces autorizados a volcar 

     su desprecio sobre los nativos, el viajero puede de ahora en más expre- sar su antipatía por la Tierra Santa. Como si Twain fuera expresiónde la diferencia muy moderna entre peregrino y turista” 

    No vale la pena agregar demasiado a esta asombrosa y demo-ledora cita. Asombra y descoloca el espectáculo, si podemosllamarlo así, del carácter espontáneamente asesino de laintolerancia ante el Otro. Intolerancia criminal ante la dife-rencia y ante la expresión de igualdad, del respeto por sí mismo y de falta de sometimiento que ese otro, ¡impúdi-camente!, manifiesta. Confieso que cuando leí este testimo-nio me sentí conmovido y perturbado: ¿de dónde sale tantoodio? Es una pregunta que no puedo contestar. Y que nopuedo olvidar, porque se trata del mismo odio racista y cla-sista que anima muchos de los conflictos históricos y sociales,políticos, que vivimos todavía, en nuestro país –la Argenti-

    na— y en el mundo. ¿A qué se debe tanto odio?... Una pre-gunta que el planteo de Sanbar pone a flor de piel y que,según entiendo, deberíamos todos asumir como propia.

    El libro del autor está plagado de referencias parecidas,en las que los “árabes” –nunca los palestinos, a los que jamás se interpela por su propio patronímico, que tambiénes negado— son presentados como “de naturaleza traidora(…) superficialmente inteligentes y perspicaces (…),corruptos e ineficaces (…) deshonestos, rapaces, pocopatrióticos” (son todas referencias de un mismo párrafo,

    que le debemos a Karl Weizmann, esta vez). En honor al

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    lector y al autor, sin embargo, resistiré la tentación y nocitaré aquí ninguna más. Ahora bien, si Sanbar destaca estos aspectos y estos para-

    lelismos, es porque sostiene una tesis atrevida:“En su encuentro con el sionismo –Estados Unidos lo conocía ya, pero esta vez, en el contexto de la Segunda Guerra Mun-dial, cuando se dispone a tomar el liderazgo del mundo occi-dental, se plantea las cuestiones de alianza en términos fun-damentalmente nuevos—, Estados Unidos se topa como algoasí como el reflejo de sus propios rasgos en ese espejo.Su nuevo aliado no representa solamente una ventaja estra-tégica potencial en Medio Oriente. Es como un hermano siamés, hasta tal punto son numerosos los rasgos compartidos íntimamente entre los dos procesos de conquista que dieronnacimiento a Estados Unidos, por un lado, y al Estado de Israel por otro. Misma inspiración bíblica, mismo discursode la Tierra Prometida y el nuevo edén —¿no se considerabanacaso los colonos de lo que sería después Estados Unidos comolos nuevos hebreos que entraban a una nueva Tierra Pro-metida?—, misma relación con los habitantes originarios,que no se trata de dominar ni de explotar sino que se esperaexpulsar para que cedan su lugar,4 misma certeza de queel Nuevo Mundo y el Estado judío nacerán a partir de hacer 

    tabla rasa de la historia de los espacios codiciados.”

     Y agrega el autor un dato histórico clave, que da que pensara cualquiera que se interese por la filosofía política o la socio-logía política: “Las dos historias, americana e israelí, debutaron sin embargo como búsquedas de refugio para grupos perseguidos. Así, conviene plantearse la cuestión acerca de saber ¿cómo es quela búsqueda de una tierra de asilo se transformó en presencia exclu-

     siva en ella mediante la expulsión forzada de los principales pro-tagonistas, los habitantes anteriores a la colonización? ”

    5. Mitre y Ben Gurión, o la reescritura “identitaria” y“auto-exculpatoria” de la historia.

    “ Las aspiraciones, los deseos, los planes para edificar un Estado vaciado de palestinos no datan, por cierto, de ese famoso congreso (el Congreso Sionista de 1937 –nota del  prologuista—), pero es en el marco del mismo cuando la política de reemplazo, practicada sin desfallecimientos, fueen cierto modo oficialmente asumida por el movimiento, y cuando la colonización, vestida hasta entonces con los ropajes de las conquistas clásicas, adopta decididamente el aspecto de las guerras indias al modo estadounidense. Perodado que una orientación semejante no puede ser mostradaa cara descubierta ante “el mundo exterior”, el Congresohará que el concepto de reparto se transforme en el término presentable para decir “expulsión”: de modo que los infor-mes finales serán limpiados de toda alusión explícita a latransferencia de población palestina.

     En su intento por conservar una imagen impoluta de sí mismos -escribe Benni Morris-, ocurre que ciertos Esta-dos o movimientos políticos reescriben su historia, yendo

    hasta falsificar los documentos que servirán de base para su historiografía. El movimiento sionista fue quizás el más hábil entre los que se entregaron a esta extraña acti-vidad. En su caso, la falsificación se aplicó al tema más  sensible de la historia del sionismo: su conflicto con los ára-bes. Esta falsificación se ocupó, más específicamente, deciertos acontecimientos en los que el sionismo se implicó de un modo que algunos podrían juzgar inmoral. (…) La idea de reparto, que comprometía el principio de la“integridad de la tierra” (los sionistas pretendían obtener 

    toda Palestina), había provocado un disenso mayor en el 4 Y llegado el caso, se trata de aniquilar físicamente: exterminar.

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     seno del Yishuv. La idea de transferencia, en cambio, fuecasi unánimemente aprobada. (…) Pero el procedimiento fue considerado moralmente dudoso. Ben Gurión, Chaïm

    Weizmann y otros dirigentes sionistas aspiraban a latransferencia de las poblaciones árabes, pero no expresaban su opinión sobre ese tema más que en círculos íntimos,como la dirección de la Agencia judía. Cuando hablabande ello ante auditorios más amplios, se esforzaban a con-tinuación por censurar la publicación de sus dichos.” 

    Una vez más nos encontramos aquí ante un fenómeno que noes sólo local. En la Argentina, como sabemos, Bartolomé Mitre(y sus herederos en el campo de la historiografía) realiza unaoperación parecida de reescritura “interesadamente distorsiva”(bien podríamos decir “decididamente ideológica”) de la his-toria, a la que le atribuye, con cínica lucidez, la función de crearun cierto imaginario nacional: no el que deriva de la búsquedade la verdad, por elusiva que ésta sea, sino el que resulta de la voluntad estratégica de afirmar la ideología personal —y degrupo, claro está— y el programa social y político de quienesla escriben. Ese mismo protocolo es el que sigue, a fin del siglo XX, el discurso “neo-liberal”: distorsionando no sólo —y notanto— la reconstrucción de la historia como, esta vez, la historiade las ciencias y el discurso de la economía.

    En efecto, Bartolomé Mitre considera, como sus con-temporáneos y compatriotas Domingo Faustino Sarmien-to, Juan Bautista Alberdi, Dalmacio Vélez Sarfield, o Justo José de Urquiza, que hay que fundar la nación. Y fundarlaes darle unidad e identidad, pero, en el caso de Mitre y Sarmiento, y a diferencia de los otros nombres citados,esta unidad y aquella identidad sólo pueden ser legítimas y progresistas, sólo pueden encarnar lo civilizado y deseable,si son anti-populares y elitescas. Si se realizan bajo la éjidade la provincia de Buenos Aires, según las condiciones

    impuestas por la oligarquía porteña. Porque la nación que

    quieren fundar Mitre y Sarmiento es compleja, heterogé-nea, conflictiva, plagada de contradicciones violentas, frag-mentada social y étnicamente, dividida por intereses, posi-

    ciones y concepciones no sólo diversas, sino hasta opuestas,como lo manifiestan con crudeza no sólo las guerras fede-rales, sino también episodios como el asesinato de FacundoQuiroga y del Chacho Peñaloza, el exilio paraguayo –antes— de José Gervasio Artigas, que nunca participó dela componenda cesionista que desplegó la burguesía delpuerto de Buenos Aires para sacarse de encima a su rivalde aguas profundas, Montevideo, o el fusilamiento –trasel primer golpe de Estado de la historia nacional— de Manuel Dorrego, pero también las palabras de Sarmientoen ocasión de la Guerra de la Triple Alianza, que justificabacasi hasta el festejo el derramamiento de sangre gaucha.

    Nada de todo esto es recogido de este modo por la his-toriografía iconográfica de Mitre. Esa Nación que Mitre dicequerer fundar no es, a sus ojos, la que puede brotar de la con- vención constituyente convocada en 1853 por Justo José deUrquiza, de la que participan todas las provincias y que sepensaba ya a sí misma como “federal”. Semejante modelo,que ponía en pie de relativa igualdad a los sectores del interior y a la burguesía del puerto de Buenos Aires le parece a Mitreinaceptable. De allí que lidere la secesión de la Provincia de

    Buenos Aires y su aduana. De allí, también, que su obra his-tórica, importantísima (“ninguna biblioteca de documentosoriginales de la Argentina colonial y del siglo XIX supera laque formó el propio Mitre”, escribe un autor insospechablede participar en la polémica interna de la historiografía argen-tina: el estadounidense Nicolas Shumway),5 esté construidapara servir a un doble objetivo:

    5 Shumway, Nicolas, La invención de la Argentina, Emecé, Buenos Aires,1993, cuyos capítulos 7 y 8 recomiendo al lector interesado en este

    aspecto de mi desarrollo.

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    • producir un relato ejemplar a partir de la exposición delas vidas de los “grandes hombres”, cuya gloria, comoescribe Mitre en la introducción a la compilaciónGalería

    de Celebridades , “es la más rica herencia del pueblo argentino”, ya que “en esas vidas encontrará la generación actual modelos dignos de imitarse”,6

    • y, por otra parte, legitimar sus intereses personales, polí-ticos y de clase, “sus aspiraciones como líder nacional y el dominio de Buenos Aires sobre el interior.”7 Loque consigue seleccionando cuidadosamente las “cele-bridades” a festejar y aquellas a denostar, y practicandoun (mal)intencionado uso del juicio de valor destinadoa justificar las acciones de algunos –Juan Lavalle, porejemplo, asesino de Dorrego, y en general todas lasfiguras que apoyaron el proyecto de supremacía delPuerto de Buenos Aires- y desvalorizar las acciones (y aun las virtudes) de otros –el mismo Dorrego, y engeneral todos los caudillos del interior, sensibles a lasdemandas y necesidades del pueblo llano, que Mitretrata siempre como “barbarie”-.

     Así, sus principales obras históricas, las biografías de ManuelBelgrano y de José de San Martín, reconstruyen la gestaindependentistas como la producción de algunos héroes

    individuales, hombres salvíficos que explican la fundaciónde la patria como resultado de la voluntad, inteligencia y  virtudes de las minorías ilustradas a las que pertenecieron. Visión claramente aristocrática que ignora intencionada-mente el papel de las contradicciones y las acciones socialesen la articulación de la nación, así como el valor y la impor-tancia de las masas populares, a las que invariablemente

    trata como “masas desenfrenadas que de un extremo a otro dela República hacían estremecer a los pueblos ”, movidas, comoestaban, por “el espíritu salvaje de la plebe” . Algo a lo que sólo

    se pueden oponer “los esfuerzos de la civilización armada”.Frase acuñada por los autores de la biografía de Juan Lavallepublicada en la Galería de Celebridades para justificar el golpede Estado dado por Lavalle a Dorrego, gobernador electo, y el posterior fusilamiento de Dorrego, en un esquema que,como el propio Shumway deplora en el magnífico capítulo8 de su libro, ha servido de matriz para justificar durantemás de un siglo cada uno de los golpes de Estado que vio-lentaron la vida política y social de la Nación argentina.8

    Por otra parte, Mitre participa de una posición com-partida con otros miembros de la élite bonaerense: fundarla Patria quiere decir también modernizar, es decir euro-peizar, la sociedad. Y esto sólo el posible cortando con latradición hispánica y colonial, es decir, con la cultura popu-lar, “salvaje”, “menor de edad”, “incivilizada”, y reconstru- yendo la naturaleza de esa sociedad y esa Nación a la luzde otras tradiciones: francesa –dicen algunos— o nortea-mericana –prefieren otros—. Y, si es necesario, echandomano de la “civilización armada”.

    Según este punto de vista eurocéntrico,9 expresión de loque Aníbal Quijano llamó “la distancia colonial interior”

     y “la colonialidad del poder”, el país que empieza es unpaís que le debemos a las élites portuarias, iluministas,“modernas”, que supieron –es el mensaje de Mitre— insu-flar y sostener valores liberales, los únicos válidos , contra laresistencia de la barbarie popular del interior tradicionalista.

    6 Citado en Shumway,N., op.cit., p.. 212.

    7 Shumway, op.cit., p. 212.

    8 Ver: Shumway, op.cit. pp.221-223.9 Para el concepto de “eurocentrismo” y de “colonialidad del poder”, ver,

    por ejemplo: “Anibal Quijano, Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina”; en: Lander, Edgardo, La colonialidad del saber , Clac-

    so-Unesco, Buenos Aires, 2003

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    Esto, en cuanto a lo cultural. Pero, como ya dijimosantes, también se trató de reconstruir “étnica y socialmente”el país. Lo que se hizo, como señalamos, a sangre y fuego,

    liquidando a los “indios” y al gauchaje, importando inmi-grantes europeos y negando sistemáticamente el carácterde país mestizo que pese a todo conservó la Argentina.

    Lo curioso de esta operación es que el ejercicio siste-mático de la violencia –y de la violencia de Estado— quesirvió de instrumento de afirmación al proyecto liberal-portuario de inserción subordinada, neocolonial, en el sis-tema mundial –proyecto eminentemente antipopular quefundaba en la materialidad de lo económico-político el espí-ritu eurocéntrico, pero enseñaba lo contrario-, esa violenciaaparece siempre tratada como la no deseada pero obligatoriarespuesta de la civilización ante la barbarie salvaje que la cerca,la ataca y amenaza con destruirla. Se trata del argumentoque una y otra vez las élites oligárquicas 10 enarbolaron – y que todavía enarbolan— para ejercer la violencia estatalsobre los sectores subordinados de la población o contracualquiera que pretenda, desde la política y la funciónpública, atender seriamente esos intereses.

    Es decir, en la historia argentina contada por Mitre y por sus descendientes, que fue hasta hace muy poco, digá-moslo de una vez, la única historia oficial, la violencia des-

    tructiva y extorsiva siempre es la de los otros  , la de las masaspopulares, la de la gente anónima. La propia (y elitesca),por extrema que sea, es siempre una inevitable reacción

    salvífica, a la que quien la despliega se ve obligado en nom-bre no de intereses personales o de grupo, sino de los másaltos intereses del progreso y de la civilización. Que, casual-

    mente, se identifican con los intereses de nuestro grupo–la elite— y son contradictorios –también casualmente—con los de las mayorías populares. Se trata, entonces, desostener como “identidad nacional”, como identidad “delconjunto”, del “todo”, lo que es sólo una construcción uni-lateral, excluyente, minoritaria, organizada por la violentaexclusión (de fundamento racista) de las mayorías subor-dinadas, populares e indígenas. Pero una construcción quetoma el lugar de lo universalmente “bueno”, “deseable”,“civilizado”, “pacífico”, “justo”. No lo defendemos, enton-ces, de modo egoísta (aun legítimamente egoísta), porquees “nuestro interés”, sino (de modo altruista) por su valor“trascendente”, por su carácter universalmente “justo”.

     Al respecto, Aníbal Quijano hace un señalamiento quenos interesa, porque tiene el mismo formato que la reduc-ción de los “palestinos” a simples “árabes”: “en el momentoen que los ibéricos conquistaron, nombraron y colonizaron América(…) hallaron un gran número de diferentes pueblos, cada unocon su propia historia, lenguaje, descubrimientos y productos cul-turales, memoria e identidad.(…) Trescientos años más tardetodos ellos quedaban reunidos en una sola identidad: indios. Esta

    nueva identidad era racial, colonial y negativa. Así también suce-dió con las gentes traídas forzadamente desde la futura Áfricacomo esclavos: shantis, yorubas, zulús, congos, bacongos, etc. Enel lapso de trescientos años todos ellos no eran ya sino negros.”11

    Como en el caso de Mitre y el conjunto del pueblo argen-tino (conjunto diverso que la historia oficial producida porla élite porteña y oligárquica reduce al “gauchaje” o “la india-da” y más tarde, a mediados del siglo XX, “los cabecitas

    10 Esta categorización no es metafórica, en el artículo de Quijano citadomás arriba el propio autor peruano califica a la democracia argentinanacida de las guerras de independencia y del proceso de constitucio-nalización como una democracia “oligárquica”, aunque parece desco-nocer y, a nuestro juicio, malinterpretar el tipo de integración nacionalque protagonizaron los inmigrantes europeos, así como ignora com-pletamente la naturaleza, la dinámica los efectos del peronismo, al que

    ni siquiera nombra. Ver Quijano, op.cit., pp. 231, 232.. 11 Quijano, Op.cit. p. 221.

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    negras”), se trata de negar la identidad diferencial y autónomaa los verdaderos y reales grupos y sujetos sociales, reducién-dolos a una masa más o menos homogénea y amorfa que

    toma la posición de “lo otro amenazante” respecto de la únicaidentidad válida, positiva, matizada, constructiva y real: lapropia y dominante. Que, de paso, y como quien no quierela cosa, resulta así idealizada –es decir, también irreal izada,en una maniobra que acompañó sistemáticamente la expan-sión europea y la dominación capitalista, pero que fue inven-tada, con indudable éxito de público y crítica, por las grandesreligiones monoteístas, y cuya más elaborada versión “uni- versalista” le debemos sin duda al catolicismo—.

    Se desdibuja así la figura (al decir de Sanbar) real, en sumultiplicidad concreta y temporal de determinaciones, y se

    la suplanta por una borrosa y fantasmática entidad abstractacuyo nombre, además, el propio dominador produjo, y quepor eso puede llenar con los contenidos que mejor le parez-can. De ese modo, no se escribe ni se pronuncia la historiade “lo que fue” sino la de lo que “debió haber sido” o, si seprefiere, la de lo que “queremos que haya sido”.

    Esta estrategia discursiva, cognitiva y política, de carác-ter neo-colonial y eurocéntrico, es la misma que despliegan,por otra parte (si hacemos caso a los análisis de Immanuel Wallerstein,12 Aníbal Quijano, Santiago Castro Gómez13

     y tantos otros),14 las ciencias sociales cuando hacen su apa-rición a fin del siglo XIX; y la que renueva el discurso neo-liberal globalizador, el de la “economía de mercado” comola única economía posible. Es también, según creo que sedesprende de las páginas del libro de Sanbar, la que explica,

    como suelo común, tanto la reconstrucción “histórica” quede Palestina/Israel hace el sionismo, como el discurso auto-exculpatorio (y alter-acusatorio) posterior que el mismo

    desarrolla y sigue practicando. Antes de cerrar este apartado, que por sí solo podría justificar un estudio completo, es interesante compartir laconclusión que saca Shumway de su propia investigaciónsobre la construcción historiográfica de Mitre. Dice así:

    “Separar las ambiciones de Mitre de su patriotismo es especial-mente difícil por su ubicua retórica liberal. (…) Con elocuencialiberal atacó los planes de Urquiza de unificar el país bajo un

     gobierno igualmente representativo de Buenos Aires y de las  provinc ias; con e locuenc ia liberal llamó a su periódi co Los

    Debates, aunque siempre reflejó un solo punto de vista; conelocuencia liberal llamó a su siguiente periódico La Nación,nombre que disfraza su inflexible prejuicio porteñista; con elo-cuencia liberal condujo a la Argentina al borde de una desastrosa

     guerra civil que fue evitada sólo porque Urquiza se negó a com-batir; con elocuencia liberal colaboró en una vergonzosa guerracontra el Paraguay; y con elocuencia liberal intentó un golpecontra un presidente constitucional, Nicolás Avellaneda, cuyamayor ofensa había sido derrotarlo en su segunda postulacióna la presidencia.” 15

     Y termina: “Y si sus palabras flaqueaban, sus descendientes seapresuraban a salir en su ayuda. Durante décadas, la familia Mitre fue dueña y editora de La Nación, el gran diario de lacapital y en temas culturales el más importante del país. De ahí que La Nación pudo ejercer una influencia tácita sobre la vidaintelectual argentina mediante el simple expediente de controlar quién y qué se publicaba o reseñaba en sus páginas .”

    12 Wallerstien, Immanuel, Impensar las ciencias sociales , Siglo XXI, México,1998.

    13 Lander, Edgardo, Op. cit.14 Por ejemplo: González Casanova, Pablo, Las nuevas ciencias y las huma-

    nidades , Anthropos, Barcelona 2004; De Sousa Santos, Boaventura, Una

    epistemología del Sur , Clacso-Siglo XXI, Buenos Aires, 2009. 15 Shumway, Op.cit. p. 219.

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    Una vez más, muy largos plazos, plazos histórico-estruc-turales articulando la cultura y la política en el seno de lahistoria del sistema mundial. Plazos y relaciones sistémicas,

    sin embargo, que quedan ocultas, invisibilizadas por laconstrucción discursiva que hace de la naturaleza de ese“otro” inexplicablemente salvaje, i racundo, destructivo,terrorista,16 la raíz de todos nuestros males y la fuente últimade la necesidad de ejercer la violencia que al mismo tiempoque desplegamos, como es lógico, deploramos.

    7. El lenguaje del neoliberalismo,la globalización y la antipolítica

    “Doble discurso que ya había asumido Ben Gurión cuando,

    comentando las conclusiones del informe Peel, escribe a su hijo Amos el 27 de julio de 1937:

    “La propuesta de la transferencia (haavara) de losárabes fuera de nuestros valles es una propuestaque no tenemos derecho de hacer por nuestracuenta, porque nunca quisimos expoliar a los árabes(sic). Pero si Inglaterra ofrece a un Estado árabeuna parte del país que nos fue prometido, sería

     justo que los árabes de nuestro Estado fuera trans-

    feridos al Estado árabe.” 

    Tres meses más tarde, en otra carta a Amos, escribe:

    “Si soy un adepto entusiasta de la creación de unEstado judío de inmediato, aunque haya que acep-tar para ello el reparto de la tierra, es porque estoy 

    convencido de que un Estado judío parcial no esun fin sino un comienzo. (…) Porque sabemos quela adquisición que acabamos de hacer es importanteno solamente en sí misma sino también porquenos permite acrecentar nuestra fuerza, y todo cre-cimiento de nuestra fuerza nos acerca a la adqui-sición del país entero. La creación de un Estado,aun parcial, significaría hoy un crecimiento mayorde nuestras fuerzas, constituyendo una potentepalanca en nuestro esfuerzo histórico para redimirel país entero.”

     Estas citas muestran el lazo indisociable, en el espíritu deBen Gurion, entre reparto y transferencia. Es el turno de los 

     pasajes censurados en ocasión del congreso de 1937, y luegoexhumados por Benni Morris gracias a la comparación entreel Diario del Congreso (las minutas propiamente dichas) ylos debates y la resolución finales publicados bajo la dirección de

     Leo Lauterbach.Primero Weizmann. Siendo inhallables los pasajes de su

    discurso relativos a la transferencia, Benni Morris deducirá la posición de Weizmann a partir de las respuestas y los comentarios de otros congresistas que se dirigen a él. Así, el 9 de agosto,

     Moshe Glikson, uno de los fundadores del partido sionista demo-

    crático y futuro redactor en jefe del diario Haaretz: La cuestión de la transferencia está rodeada de una espesaniebla. Con lo cual, no es sorprendente que entre nosotros hayaquienes se han entusiasmado con el tema, creyendo que será 

     posible sacar a cientos de miles de árabes del Estado judío en dos tiempos, tres movimientos y sin ninguna dificultad. (…) El doctor Weizmann nos habló del proyecto de creación de un gran

     fondo para lograr su instalación (fuera del Estado), al que los  judíos aportarán tres millones (…). Pienso que no encontraremos muchos fellahs árabes dispuestos a dejar el Estado judío. No

     podremos forzarlos a partir contra su voluntad.

    16 Recordemos una vez más, ejemplo más reciente, las declaraciones delprimer ministro británico David Cameron en relación a las causas de

    los levantamientos populares londinenses: “pura delincuencia”.

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     Moshe Oussishkin, otro adepto de la transferencia, declarael 10 de agosto:

    “Cuando escuché las consideraciones desarrolladaspor el jefe de nuestro movimiento, el doctor Weiz-mann, que habló de la transferencia de 300.000árabes fuera del Estado judío (…), me dije: “¡Diosmío que estás en los cielos, ese delirio se extendióentonces hasta alcanzar a los hombres más eleva-dos!” (…) Así, Mahoma abandonaría de prontonuestro Estado, ¿y por qué razón? (…) ¿Existe aca-so la menor esperanza de que los árabes que vivenen nuestro país acepten de buena gana dejarnosmillones de dunums?”

    Y Golda Meir:

    “Se nos habla del desplazamiento de los árabeshacia otros territorios, agregando que las tierrasque pasarán a nuestras manos como consecuenciade la transferencia serían las más fértiles. Pero nodebemos olvidar que también los árabes saben quese trata de las mejores tierras. (…) Todas estas pala-bras no son más que palabras vacías. Por supuesto

    que sería justo que los árabes, que poseen tantastierras y países abandonen Eretz Israel a favor nues-tro. (…) ¿Pero podemos siquiera imaginar que unárabe de Rehovot nos venda su bien de buena gana,nos diga adiós y parta hacia lo de Abdallah (el emirde Transjordania), al desierto?”.

     El premio a la claridad corresponderá, como de costumbre, a BenGurión. He aquí algunos pasajes tachados de su discurso del 7 de agosto. Hablando con propiedad, un discurso delirante y con-

    tradictorio, que intenta explicar cómo actuar de modo moralmente

    reprensible sin perder por eso la propia reputación moral:

    “Es nuestro deber examinar bien esta cuestión: latransferencia (haavara) ¿es necesaria, es moral, esútil? No queremos expoliar. El desplazamiento depoblaciones es un fenómeno que ya existe en los

     valles, en el Sharon y en otras regiones. Conocenustedes las actividades del Fondo Nacional en eseámbito. Pero hoy se trata de una transferencia aescala sin precedentes. En muchas regiones delpaís no será posible instalar judíos más que si losfellahs árabes son transferidos. La comisión bri-tánica (Peel) se ocupó seriamente de ese problema,

     y es bueno que el plan resultante emane de ella y 

    no de nosotros. (…) La transferencia de poblaciónes el elemento que hace posible una gran coloni-zación judía. Para nuestra felicidad, el pueblo árabedispone de inmensas tierras vacías. La fuerza judíacrece y reforzará, de este modo, las posibilidadesque tenemos de realizar la transferencia a granescala. No olviden que este método está en com-pleto acuerdo con un importante principio humano

     y sionista, ya que se trata de transferir una partede un pueblo hacia su propio país para traer nue-

     vamente a la vida tierras desertizadas.”

     Muestras más que suficientes de un modo de proceder queha colonizado los medios de comunicación hegemónicos,que ha hecho escuela a escala global. Ejercicio sistemáticode un discurso doble, que oculta a la vez que muestra, queconfiesa a la vez que desmiente. Un discurso a la vez estra-tégico y exculpatorio, programático y expresivo de unafatalidad a la que no cabe más que someterse. Agresivo ensus fines y presentándolos como un acto de resignación

    inevitable y forzada ante las exigencias de la “realidad”.

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    Que avanza una serie de decisiones de hecho, al mismotiempo que las niega en cuanto intenciones y fines últimos.¿No recuerda todo esto la estrategia discursiva desplegadapor los gobiernos conservadores y los organismos multi-laterales de crédito a la hora de exigir medidas de ajuste,de achicamiento del gasto público, de flexibilización labo-ral? Se trata, en mi opinión, de la misma matriz discursivaque podríamos llamar, como si fuera un género nuevo,“drama programático-autoexculpatorio”. Una vez más el juego de una “razón” y una “identidad” que afirman comopropios principios trascendentales que desmienten siste-máticamente en la práctica y por las acciones. Hipocresíafundamental de una cultura y un régimen socio-económico y político enteros.

    8. El miedo al otro como última expresión del terror a“lo otro”: los fundamentos del asco y del odio.

    “No contentos con traer los primeros helados y los primeros clavos,los colonos traen un bien infinitamente precioso en el fondo de

     sus valijas. Definiéndose como “judía”, la colonización sionistade Palestina no afirma solamente su identidad comunitaria reli-

     giosa. Anuncia también el cumplimiento de una promesa hechaa un pueblo. Y el atributo religioso —que nadie pone en discusión,

     ya que toda comunidad puede, si ese es su deseo, definirse por sureligión— muda, lo que por el contrario sí es discutible, en derechoexclusivo sobre el pasado y el porvenir de un lugar. Los palestinos 

     se convierten, desde ese momento, y de golpe, en una comunidad que no está en el lugar que le corresponde.

     Los colonos que dicen estar volviendo traen consigo también su lengua. Pero ¿cómo traer consigo de vuelta la propia lenguacuando los propios hijos – con la elocuente excepción de la comu-nidad palestina judía…— ya no la hablan?

    Un hombre será el artesano de e sa proeza, alguien que, con

    Ben Gurión, podría ser considerado el otro padre fundador del 

     Estado de los judíos: Eliezer Ben Yehouda, instalado en 1881en Palestina.

     La cuestión de la resurrección –el término no es demasiado fuerte- del hebreo –no haremos aquí su crónica, que no forma parte de los objetivos de este libro— confirma, a través de algunos episodios del Diario de Ben Yehouda, la tesis de Amnon Raz

     Krakotzkin acerca del “palestino real y el “nuevo judío”.Septiembre de 1881. Acercándose a las costas, Ben Yehouda,

    lituano judío que, tras un pasaje por París, decidió instalarseen Palestina, es presa de un miedo pánico:

    “En las primeras escolleras sirias empezaron aembarcar viajeros árabes. Más nos aproximábamosa la rada de Jaffa, más aumentaba su número. La

    mayor parte de ellos eran hombres delgados, vigo-rosos, que vestían según la tradición del país, conricas ropas ornamentadas. Todos se mostraban ale-gres y jocosos, hacían bromas, se divertían y pasa-ban bien el rato. Tengo que confesar que mi primerencuentro con nuestros primos en Ismael fue pocoreconfortante. Un deprimente sentimiento de mie-do me invadió el alma, como si me encontrara fren-te a una muralla amenazante. Me dí cuenta de quese sentían ciudadanos de ese país, de la tierra de

    mis ancestros, y yo, su descendiente, volvía a esatierra como un extranjero, hijo de una tierra extran- jera. (…) No estaba preparado para sentimientossemejantes y no había previsto sentirlos cuandome encontrara con mi hermano Esaú. (…) ¡Lo real,lo concreto, helo ahí! Los ciudadanos de ese paíseran ellos, los que en él vivían. (…) Mi última nocheantes de tomar costa en Jaffa fue de insomnio. (…) He ahí que en el horizonte apareció una líneaque se iba agrandando. ¡Sí! ¡La ribera de la tierra

    ancestral! Y el sentimiento de terror volvió a crecer

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    en mí. Ningún otro sentimiento. Ningún otro pen-samiento. ¡El espanto! (…) Mi pie tocó Tierra San-ta. ¡Sí! ¡Mi pie andaba sobre la Tierra Santa, la tierrade los padres, y mi corazón se encontraba vacío dealegría alguna, mi cabeza sin pensamientos, huecade toda inspiración! Mi cerebro estaba como vacío,congelado, inmóvil. No estaba henchido sino deuna cosa: el espanto. No rasgué mis vestiduras, nocaí cara a tierra, no abracé las rocas, no besé la arena.Estaba ahí, parado, capturado. ¡Espanto! ¡Espanto!(Los viajeros ponen pie a tierra y se dirigen a unalbergue judío de la ciudad) Nuevamente, lo queno había previsto se produjo. En pocos minutos,bajo el techo de esa hostería judía, el miedo que me

    había deprimido durante esos últimos días se disipó.(…) Tras el desayuno, salimos. (…) El sentimientode miedo me invadió nuevamente y la duda torturómi alma. Jaffa era entonces una ciudad enteramenteárabe. No encontramos en la calle judío alguno.”

    “Así, desde el comienzo, que es también aquí una llegada, el afuera17 es sinónimo de espanto y la salvación no puede llegar más que del encierro. Reacción tanto más interesante por cuantoel episodio Ben Yehouda tiene lugar casi medio siglo antes de

    que se precipitara la barbarie nazi, con los miedos que acarreará, y que el hombre que no huye de persecusión alguna no puede,de entrada, sentirse sereno más que solo, no en solitario sinoexclusivamente con los suyos, en el seno de una lengua que lolibera y lo encierra, que libera encerrando.

     La significación del mito es aquí transparente: el encuentrode su otro, de su semejante, de su imagen especular encarnada.

    (…) ¡Extraño que habiendo tantos analistas que sostienen – con razón- que el “inconciente freudiano está estructurado comoun lenguaje”, no hayan prestado ninguna atención a un acon-tecimiento tan masivo en el campo de la Alteridad como es el retorno al hebreo! Señalamiento capital, hasta tal punto describela agitación y la perturbación interior que, desde la orilla, seapoderan de los que vuelven a una tierra para reemplazar a

     sus dobles.” 

    Una vez más, nos encontramos en el corazón de un dramaque late todavía en el fondo, en el corazón de la agitaciónhistórica de todas las sociedades de raíz “occidental” ( por lo menos en ellas: véanse si no los rebrotes de racismo y  xenofobia que están teniendo lugar en todas ellas, pero

    también las manifestaciones de odio de clases –“a esosnegros hay que matarlos a todos”- y de odio al otro, al dife-rente, al que no comprendo –como cuando, para referirsea una presidenta, se la trata, y a menudo y como cosa coti-diana, de “esa yegua conchuda”—).

    Un “corazón delator”, sin embargo, el de este drama –como en el cuento de Edgar Alan Poe-. Que, según sugiereen mi lectura el libro de Sanbar, está hecho a la vez demiedo y de odio. Pero ¿qué clase de miedo?

    Intento, modestamente, una aproximación: Miedo a la

    incertidumbre y la interrogación que respecto a la propiaidentidad y al propio valor “absoluto”, a la propia condiciónontológica, hacen pesar sobre cada uno el encuentro conotras formas de ser persona, de sentir, de pensar y de vivir. Miedo a encontrarse con otros hombres, con otras mujeres,con otras personas ¿“mejores”?, ¿tan distintos que, si losconsidero mis iguales , tengo a la fuerza que preguntarme:pero entonces, ¿qué soy en tanto ser humano: qué valortienen esas creencias mías, propias, que creí últimas, eternas,universales, fundamentales, y según las cuales modelé mi vida, a las que rendí sacrificio? Qué pasa con “las caídas

    17 Permítasenos comentar: el afuera sí, pero sobre todo —y primero quetodo— los Otros. Los diferentes. Los “primos”: esos hombres alegres

     y vigorosos (¡!) (Nota del prologuista).

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    hondas de esos cristos del alma que el destino blasfema”,como supo escribir César Vallejo.

     Terror, entonces. Miedo a esos hombres y mujerescuyas potencias, desconocidas para mí, ignoro y no sé cómoenfrentar. Potencias ocultas para mí y que quizás dejen lasmías en ridículo. Potencias que, si los mido con mi propiopatrón, según mi propio deseo de ser único, primero, supe-rior, amenazan con someterme, con tornarme insignifi-cante, con hacerme desaparecer ante mis propios ojos comoparadigma de lo humano.

    Entonces, abismo: un límite y un vacío muy parecidosa los de la muerte. En efecto: si mi ser no es absoluto,entonces ¿qué esperanza puedo albergar frente a la muerte?

    Esa muerte de la que me creí, al menos metafísicamente,

    al menos espiritualmente a salvo, me alcanza. Flecha elcorazón de lo que creí ser  y me arrebata ese núcleo de eter-nidad. Me toma, también allí donde creí haberla burlado:soy también espiritualmente, culturalmente, uno más. Unoentre otros: tan insignificante, o al menos tan singular, y tan mortal y transitorio como cualquiera.

     Algo insoportable. Y ¿quién me obliga a verme y sentirme de ese modo:

    tan sola y modestamente humano; sin la garantía de sal- vación que aportaba el ser (el haber creído ser) “único y 

    especial” –o, en todo caso, de formar parte de la comunidadde aquellos que lo son? Es el Otro. Ese otro que emergede pronto, que me impone su existencia, y cuya sonrisaconfiada, cuyo gesto amable se transforman, cuando así los veo, cuando así me enfrentan, orgullosos de su dife-rencia, en la mueca socarrona de mi propia mortalidad.

    Frente a un registro como éste, que aquí trato de recons-truir, de parafrasear, de imaginar o dramatizar, lo que que-dan son dos caminos: aceptar la propia relatividad, la propiaintrascendencia como modo de lo humano, el propio carác-

    ter de “puro ser vivo cualquiera” (Vallejo), de uno más

    entre los hombres y no más que eso; o negar violenta, total-mente, enconadamente a ese otro: odiarlo. Y entoncessometerlo, reducirlo, humillarlo, o, si no lo consiente, sino acepta “mi” propia (tranquilizadora) superioridad,entonces ¡exterminarlo!… Como quiere hacer Mark Twain.Borrarlo de la faz de la tierra. Convertirlo, en todo caso,en una dócil sombra cuya existencia se puede tolerar concondescendencia.

    Hasta que, y esto es lo que condena al fracaso semejanteestrategia cultural –milenaria, pero una y otra vez fraca-sada-, hasta que una vez más aparezca y me encare, conotro rostro, con otras creencias, con otras diferencias, conotros gestos —¿los de mi hijo, los de mi hermano, los demi vecino, los de mi compatriota?—.

     A LEJANDRO R OMERO

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    Preliminar ¿De dónde proviene este libro?

    Durante mucho tiempo, como atravesado por un río, nutrí el deseo de este libro, reuní sus elementos, concebí sus par-tes, pensé su forma. Pero tardaba en darle cuerpo. Esperabaa encontrarle un título, a saber nombrarlo.

    Esto advino por el juego del azar, por la conjunción,como la de los planetas, de un antiguo y decisivo recuerdo y de una visita, más reciente, a un museo.

    Recuerdo de una película de Joseph Losey. Consideradafallida, ausente de las fi lmografías de su realizador, Figures in a Landscape –que yo traducía como Siluetas en un paisa-

     ge- muestra a “dos ingleses que huyen de un campo de pri-sioneros no identificado (…). La dirección de actores esun sorprendente ejemplo de pura puesta en escena, cadauna de cuyas secuencias fue perfectamente calculada paraencuadrar el tema de dos siluetas cautivas de un paisaje”.Dos siluetas de las que Losey dirá: “Uno de ellos tenía su vida delante de él, el otro, detrás. Pero no creo que hayahabido modo de distinguirlos.”

     Visita a la Tate Modern, en Londres, donde un cuadropintado en 1945 por Francis Bacon y llamado Figure in

    a Landscape (¡!) -¿lo conocía Losey?- me hizo el efecto

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    IDENTIDAD DE LOS ORÍGENES, IDENTIDAD EN DEVENIR 

    Para Gilles Deleuze,en homenaje y con indefectible amistad 

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    del revelador que del líquido transparente hace surgir lasimágenes en las cubetas de los cuartos oscuros.. “Baco-niana” si las hay, la pintura representaba un hombre conel rostro literalmente borrado, absolutamente anónimo y distinto, reconocible entre todos, sentado a horcajadas,con los brazos apoyados en el respaldo de una silla colo-cada en el centro de un decorado de muros blancuzcos y de vegetación salvaje.

    Es cierto que hacía un tiempo que venía dándole vuel-tas a esta idea de la figura, pero el lazo entre esa película y esa pintura reafirmó mi sensación de haber por fin atra-pado el hilo de la cuestión, tanto individual como colec-tiva, tanto general como particular, de la identidad. Unapregunta que me taladra desde siempre, a mí, palestino,

    a la vez “nacido en alguna parte” y en los límites de todaslas fronteras.

    Hay que decir que, niño expulsado, luego adulto exi-liado, muy pronto padecí la insoportable cantilena israelí,sufrí las consecuencias del enunciado literalmente totali-tario que, no pudiendo ver desvanecerse a un pueblo, sos-tuvo su inexistencia: “There is no such a thing as the Palesti-nians ”, “No hay tal cosa como los palestinos”. Y que así fue como, antes de unirme a la resistencia de los míos, desalir en busca de mi historia y mis huellas, de darme los

    medios para enfocar de modo crítico el exil io, tuve el sen-timiento literalmente físico de no estar “en mi lugar”.En cuanto a saber dónde estaba ese lugar, pasé mi vida

    tratando de contestar esa pregunta para descubrir final-mente, de modo intuitivo-obstinado primero, conscientemás tarde, que, erróneamente confundida con la determi-nación de los orígenes, la identidad proviene en realidaddel devenir, que la inquietud identitaria no aparece másque cuando, individuos o grupos, nos vemos confrontadoscon lo que nos espera. Lejos de estar en los orígenes, nuestrasraíces están delante nuestro. Es para responder a la pregunta

    por “¿quiénes seremos?” que preguntamos “¿de dónde venimos?”, en la esperanza de dominar así los tiempos por venir a golpes de continuidad reaseguradora, de linajespuros, continuos sobre todo, que atravesando los siglos y los milenios confirmarían la existencia de pueblos, paísese identidades eternos .

     Ahora bien, ocurre que yo y los míos (cerca de un millón y medio de personas en 1948, más de nueve millones hoy)éramos víctimas de ese postulado de una identidad que sesupone eterna e inmutable. ¿No padecíamos que se nosnegara la existencia fundándose en una pretendida ante-rioridad en el tiempo y en los lugares , reivindicada por aquellosmismos que habían tomado nuestro espacio, en el tiempo y el lugar ? Así dada vuelta, la anterioridad se tornaba fuente

    de legitimidad y presencia exclusivas. Así, la cuestión desaber si los palestinos podían reivindicar un derecho a supaís era reemplazada por otra: “¿Quién de entre los judíos y los árabes –nótese el reemplazo de palestinos por árabes-estaba aquí antes que los otros?” Pregunta sesgada, quedesembocaba forzosamente en su corolario aparentementehistórico, el de la determinación del instante original, unaespecie de fecha cero de toda identidad.

    Los palestinos combatieron durante muchos años esenegacionismo. Sin evitar con ello la trampa que consistía

    en aceptar el desafío en el terreno que sus adversariosprivilegiaban, sin darse cuenta de que salir de ese mododel campo de lo real histórico llevaba aguas al molinode las tesis israelíes. A la denegación que caía sobre ellos,respondieron lanzándose a un loco remontar los tiemposdestinado a probar que estaban allí, en Palestina, desdela noche de los tiempos. ¡Y florecieron tesis fantasiosassobre una cultura y una identidad nacional palestinasque se remontan a… los cananeos; quienes, como todossabemos, estaban presentes en Palestina antes que loshebreos!

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    En cuanto a la reivindicación de la anterioridad de lapresencia, traicioné pronto a los míos, reemplazando el“¿De dónde somos?” por un “¿En dónde  somos ?”.1

    ¿Se trataba de un hallazgo cómodo para desviar las difi-cultades reemplazando el tiempo por el lugar, la Historiapor la inmediatez del instante, y así abordar nuestro pasadocomo una sucesión de presentes? De ninguna manera.

    Sacarme de encima el mito del instante cero de las iden-tidades, librarme de la idea de que tendrían fechas de naci-miento a partir de las cuales debutaría su continuidad,rechazar el concepto de génesis en tanto instante que suce-de al caos, eran y siguen siendo las constantes de mi accio-nar, mi manera de alimentar una “contemporaneidad”, deleer cada momento histórico en lo que fue “su” instante

    presente. El postulado que defiendo, el método que hagomío, se colocan así exactamente en las antípodas de los quesostienen la eternidad de las identidades. Y si mi tono es“personal”, si uso a veces el yoen lugar del nosotros , si mezclolo privado con lo público, el recuerdo con el análisis, mispropias vivencias con los hechos, es que hago mía esta res-puesta de Gilles Deleuze, que, criticado por su uso parti-cular del “yo”, decía: “Es Nietzsche, a quien leí tardíamente,el que me sacó de todo eso. (…) Le ofrece a uno un gustoperverso (que ni Marx ni Freud ofrecieron nunca a nadie),

    el gusto propio de decir cosas simples a título personal, en

    nombre de uno mismo;2 el gusto de hablar por afectos,intensidades, experiencias, experimentaciones. Decir algoa título personal es algo muy curioso: porque no es de nin-guna manera en el momento en que uno se considera un yo, una persona o un sujeto cuando se habla a título per-sonal, en nombre de uno mismo. Al contrario, un individuoadquiere un verdadero nombre propio y personal al cabodel más severo ejercicio de despersonalización, cuando seabre a las multiplicidades que lo atraviesan de parte a parte,a las intensidades que lo recorren”.

    ¿Por qué “figuras”?

    Si el comienzo de la Historia nunca tuvo lugar, si las iden-

    tidades no tienen fecha de nacimiento y si nuestras raícesestán delante nuestro, es que sólo existen flujos identitarios,inapresables si no es en su movilidad de líneas que atra- viesan t iempos y lugares y que conviene aprehender enciertos períodos, de alguna manera privilegiados, de surecorrido, a ciertas alturas de su proceso de circulación.

    En cuanto a determinar cuáles son esos momentos pri- vilegiados, conviene, como el viajero en el tren, asomarsea su ventana para precisar las estancias precisas del trayectoen que, convergiendo a toda velocidad, varios rieles se cru-

    zan y constituyen una figura de líneas antes de separarse

    1 La traducción correcta al español es “¿En dónde estamos?” o aun “¿Dón-de estamos?”, pero preferimos esta fórmula “incorrecta” porque lasconnotaciones cambian. En el original francés el verbo ser, esencial aquí,se conserva, no existiendo el “estar”. Con lo cual, la traducción palabrapor palabra — “¿En dónde somos?” — agrega a ese “dónde” presente(y no originario) en el que habitamos (por eso el “en”) un matiz de cons-titución ontológica de la identidad que en francés forma parte esencialde la connotación, que se pierde por completo en la traducción máscorrecta -“¿Dónde estamos?”- y que, como el lector podrá constatar,es relevante en la argumentación del autor (N. del T.).

    2 Aquí también recurro a una “libertad” en la traducción, originada enel mismo uso doble de la denotación y la connotación que se produceen el original francés. “Dire des choses simples (decir cosas simples) en son

     propre nom” (es decir, en nombre de uno mismo) no es otra cosa, en el len-guaje coloquial que usa el autor, que decir cosas simples “a título personal”.Pero más adelante el argumento versa sobre las condiciones en que sepuede llegar a tener un “nombre propio”. Implícitamente, versa tambiénsobre no hablar “en nombre de otros”. Intentando conservar el doble

     juego de coloquialidad y connotación filosófica, hice explícitas las dosdimensiones (N. del T.).

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    para, más lejos y más tarde, converger otra vez, rehacerfigura, separarse nuevamente, y así en más…

    Decir una identidad, decir la propia identidad consistiría,entonces, en identificar y anotar las posiciones-figuras conel fin de trazar un recorrido, un trayecto permanentementecinético. Los recortes sucesivos de esos vectores de flujoforman entonces una sucesión, una cadena de figuras deintensidades deformables , y es a través de esas figuras comola identidad toma su consistencia. Esta cadena de identi-dades, la llamo identidad de devenir , por oposición a la iden-tidad lógica o la identificación definida por su relación fijacon un Estado-nación. Porque lo que resulta constante enla identidad de Estado es el principio de fijeza, el caráctersupuestamente inalterado y continuo, mientras que la cons-

    tante de la identidad de devenir nace de su capacidad dereproducirse en otras figuras. Como se ve, la permanenciade una identidad no deriva ya de su inmovilidad sino alcontario, de su movimiento, de su cadena de figuras sincesar diferentes pero siempre identificables .

    Identificables permanentemente. Es allí donde se pro-duce el reconocimiento, allí donde adviene la visibilidadde un individuo o de un pueblo. Un pueblo que devienees diferente de un Estado político en marcha porque laidentidad de devenir no se produce entre dos Estados, sino

    que pasa por debajo de los Estados ; y su continuidad, es decireso mismo que, a través de la sucesión de figuras diferentespermite decir “Tal es el pueblo cual”, es indisociable de sucapacidad para dar nacimiento a signos de reconocimientodiferentes, pero que sin embargo remiten a ella. Así pues,la identidad palestina, como la identidad judía o cualquierotra, puede ser permanente y no inmutable, real y nodependiente de la presencia o la ausencia de un Estado,incluso si la emergencia de éste último constituye, en ciertaetapa, una figura en la cadena.

    ¿Cuáles son las condiciones de formación de una figura?

    ¿Con qué vectores está constituida? A la vez de una fisio-nomía, de un rostro de rasgos cambiantes y sin embargoreconocibles, de un timbre de voz, del retrato y la silueta,de una configuración de mundo como las de los mapasgeográficos llamados “figuras de la tierra”, de una estructurageométrica, de una coreografía, figuras de baile, en unmomento preciso en escena en un país, de una tipología(figura del sublevado, figura del refugiado), de símbolospor fin, figuras de estilo o retóricas.

    Este libro corresponde por derecho a estas preguntas.¿Cómo, de figura en figura, nos convertimos en otras figu-ras? ¿Cómo, así, viajeros móviles, portadores y portados,logramos retener un rostro sin conocer jamás los rasgosde nuestros rostros venideros? ¿Cómo seguimos siendo

    identificables, reconocibles en el hilo del tiempo? ¿Cuálesfueron nuestros paisajes, aquellos nacidos de nuestras suce-sivas figuras?

    Las figuras que componen este libro fueron arbitraria-mente elegidas, según criterios por cierto objetivos, perotambién subjetivos, en función de la importancia de losperíodos que las vieron constituirse, de mi interés, de migusto por esos mismos períodos también.

    Deslastrado de las fechas y horarios de partida, tomaréasí el tren hacia el siglo XIX. Desde mi ventana, al filo del

     viaje y de los cruces y separaciones de los rieles, diré lasfiguras palestinas del fin del imperio otomano, luego la quetoma forma durante el mandato británico; por fin, aquellade la ausencia tras la desaparición de Palestina en 1948. A la altura del día de hoy, saltaré de mi vagón en marcha paramirar desde el andén cómo el tren sigue su camino.

     Y para cerrar, uniré mi voz a la de mi lejano compatriota Muqaddasi, gran geógrafo palestino del año mil, quien,evocando su extrañamiento del país natal al cabo de largosaños de ausencia, daba esta definición de la patria: “Mequedé veinte años en Jerusalén, y siempre dormí en casa”.

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    En su sitio. Como lo estaba tras siglos, no de conquista árabesino de arabidad , habiendo sido precedidos siglos antes, losconquistadores que venían de Arabia, por su lengua. “Se

    encuentran en Palestina signos de la presencia de poblacionesárabes, con sus numerosas ramificaciones, tan lejos comonos remontemos en la historia. Es más significativa la infil-tración progresiva de la lengua árabe en el Medio-Orientea partir de los siglos III y IV de la era cristiana (…). Dehecho, la lengua árabe fue más veloz en sus conquistas quelo que fue la religión islámica. Es así como la conversiónlingüística era un hecho consumado desde fines del siglo VII, mientras que el Islam no se convirtió en religión mayo-ritaria en Palestina sino hacia fines del siglo X.”

     Así pues, Palestina está en su sitio, es decir en sus lugares,en su identidad y su lengua. Ahora bien, este es uno de losprimeros puntos en litigio, hasta tal punto estas evidencias–como la posición sobre un mapa de los sitios en cuestión,la afirmación de la existencia de un territorio poblado porgente conciente de ser “gente de aquí”, incluso si todavíano hay allí ningún Estado que legitime con su imprimatur esa serena afirmación— son a la vez evidentes  y sujetas a prueba. Paradoja que percibió perfectamente el alemánSchwöbel en 1914: “Hay una sola Palestina y cada unosabe dónde está. Se podría pensar que la determinación

    FIGURA I

    Gente de Tierra Santa

    ¿Dónde está Palestina en el siglo XIX?

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    Uniré mi voz a la suya pero para decir, como millonesde otros palestinos hoy: cincuenta y seis años pasaron, y nunca dormí en casa.

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