Relatos Magicos Del Peru (Spani - Innocenzi, Javier Zapata

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RELATOS MÁGICOS DEL PERÚ© 2012, Javier Zapata InnocenziPRIMERA EDICIÓN:Mayo, 2012. Lima, PerúCOMPILADOR: Javier Zapata InnocenziILUSTRACIONES: Diego Rondón Almuelle y Víctor Sanjinéz GarcíaCORRECIÓN DE ESTILO: Kusi Ruiz VelásquezCARATULA: Karen Hoces, con ilustraciones de Rudy Ascué Yendo, Victor Sanjinéz

García y Diego Rondón AlmuelleEDICIÓN:

de Javier Zapata [email protected] ISBN: 9786124588730TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS.PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL

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DedicatoriaA todos los fantasmas, duendes, hadas y demás fuerzas desconocidas que tuvieron la

gentileza de manifestarse dentro del territorio nacional.

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Introducción

UbicacióndelosRelatosMágicosdelPerú

Amazonas

Elajutap

Ancash

Lajaqueca

Apurimac

Lascalaverasdefuego

Lasombraextraña

Arequipa

Almasenpena

NuestroViajedepromoción

Porquéapareceelcondenado

Ayacucho

Lamanodiabólica

Elespíritumalo

Elchinchilico,aliaslagringa

Laspiedrascomegente

Cajamarca

Lavisitaalacasademistíos

La Cuda

Lamadredelestanque

Elmocmo

Cusco

Noinvoquessunombre

Alosduendeslesgustaelchocolate

Por el cementerio, durante un aguacero

El kepke

Huánuco

La tinja tinja

El oculto guardián del bosque

Ica

La voz del viejo ronco

La Cuda, dama de la noche

Mi abuela y la sirena de la laguna

El duende de la higuera

Misterioso perro negro conocido como cadejo

El fantasma que te acaricia mientras duermes

Junín

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El niño nakaq

La amenaza del condenado

El enojo del Amaru

La visita del jarjacha

La Libertad

El niño de la mina

Misterios que esconde nuestra casa

Lambayeque

El cura sin cabeza

Mi abuelo y el hombre de la casa vecina

Lima

El ser de humo

Guardián de la memoria

La llorona

Fantasma del jardín

Duende rockero

Higófago

Espíritus chocarreros

El duende

El Observador

Damas

Duende sobre la tele

Benavides 212

El duende que me quería llevar

El niño tímido

El duende del estanque

La sombra del tercer piso

Apariciones

Encuentro inesperado

Muñeco navideño

La aparición del mamahuarmi

Loreto

El Yacuruna

Ayaymama

Encuentro con el tunche

Madre de Dios

La Marilia

Moquegua

Los chinchilícos en el túnel del ferrocarril

Pasco

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Al lado del demonio azul

Piura

El mal y los tapiaos

Aullidos

Ojos de fuego

Puno

Misterio del condenado

Tacna

Extraño de medianoche

Tumbes

El jinete del caballo blanco

El ceibo del diablo

Provincia Constitucional del Callao

La viuda en el Callao

Glosario

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Introducción

Una de las múltiples satisfacciones que obtuvimos al presentar el compendio SeresMágicos del Perú, hace año y medio, fue el hecho de ser recibidos en las librerías con ununánime: “hace tiempo que estaba faltando este libro”. Esto nos impulsó a seguir creciendoy a desarrollar otros contenidos, siempre tratando de identificar cuáles serían esos otroslibros que “estaban faltando” en nuestro entorno. Así comenzó la historia de RelatosMágicos del Perú, proyecto editorial con el que intentamos seguir aportando con elmantenimiento de la tradición oral fantástica en nuestro país.

El papel de las nuevas tecnologías de información y comunicación ha sido determinanteen este desarrollo, tanto para la difusión del proyecto como para la recepción de lashistorias que componen este volumen, pues estas han sido seleccionadas entre setenta yseis relatos enviados mediante un formulario web por diferentes autores de prácticamentetodo el Perú. Para la mayoría de ellos, es la primera experiencia de publicación de unrelato de forma impresa, lo que nos da un ejemplo del empoderamiento que puedenbrindarnos las tecnologías mencionadas. Por nuestra parte, el trabajo de la editorial se hacentrado en la selección, edición, ilustración y corrección de estilo, buscando armonizar lasdiferentes características de todos los textos que forman parte de la obra.

Para Malabares, el presente volumen significa una primera experiencia de recopilacióny creación colectiva, pero es también una ventana que al abrirse nos ofrece una direcciónhacia la cual avanzar. Imagínense ustedes — si son tan amables — las posibilidades quese presentan para próximas obras en cuya creación tengan los lectores la oportunidad departicipar activamente. Estamos seguros de que obtendremos resultados muy valiosos einteresantes. Por lo pronto, mientras trabajamos en ello, esperamos que disfrutenenormemente de la lectura de este libro.

Javier Zapata InnocenziLima, Abril de 2012

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UbicacióndelosRelatosMágicosdelPerú

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Elajutap

En el año 2002 se nos notificó la ocurrencia de un brote de psicosis colectiva en unacomunidad nativa de la etnia Wampis, muy cerca a la frontera entre Perú y Ecuador.Nuestra brigada médica se desplazó a la zona para hacer la investigación epidemiológicade los casos; sin embargo, ocurrió un incidente muy extraño, del que doy cuenta acontinuación.

En la última noche de la visita, ya nos íbamos a descansar cuando recibimos lainvitación de los nativos para acompañarlos y compartir algunos alimentos. Estábamos enuna choza muy grande con muchas personas en cuyo centro había trozos de yucas que secocinaban en las leñas, mientras unas vasijas de barro llenas de masato circulaban demano en mano.

Ya habíamos perdido la noción del tiempo, hasta que alguien se acercó para alertarnosde que al otro lado de la choza un joven estaba experimentando una visión. Corrí a verlo ytraté de acercarme a examinarlo, pero no pude. El muchacho estaba de pie y caminaba deun lado a otro haciendo movimientos lentos y rápidos. Sus ojos tenían una mirada profundaque seguían los gestos de su rostro.

Nuevamente intenté acercarme a él, pero era imposible, nadie se atrevía a sujetarlo ytodos lo miraban con respeto. Las personas que me acompañaban huyeron del lugar. Depronto, el muchacho empezó a conversar con alguien, al parecer un ser que nosotros noveíamos, al cual le hacía preguntas y luego él repetía algunas de las respuestas querecibía.

Su voz era firme, resuelta y resonaba en toda la choza; yo traté de sujetarlo, pero dioun salto hasta el techo de la choza. Saltó quizás unos tres o cuatro metros y se quedó depie sobre unos palos que cruzaban de un lado a otro todo el lugar. El muchacho siguió sudiálogo y de pronto se presentó en su visión una mujer que lo seducía y él corría de un ladoa otro rechazando su engaño. Hasta que saltó otra vez y cayó de pie al piso de tierra. Enese momento, aproveché para acercarme, pero hizo un movimiento rápido y su cuerpo diotres volantines en el aire sobre el mismo lugar, sin necesidad de tomar impulso y sin laayuda de nadie. Luego siguió su diálogo y ni siquiera se alertó de mi presencia.

Perdí la noción del tiempo, quizás pasaron unos treinta minutos. Poco después, elmuchacho se echó a descansar. Al levantarse se mostró algo aturdido, así que lointerrogué pero no recordaba nada. Lo examiné pero no encontré nada extraño. Díasdespués, ya de retorno, aproveché para conversar en el camino con algunos técnicossanitarios que son nativos de la zona y entonces supe que el Ajutap es la visión queprepara a los hombres para la guerra. Mucho después aprendí que el Ajutap es el espíritutodopoderoso de la selva, es el espíritu del guerrero muerto que infunde conocimiento ypoder al que lo ve.

Pedro Josué Ypanaqué LuyoComunidad Nativa de la etnia WampisCondorcanqui, Amazonas, 2002

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Lajaqueca

Una de las tantas creencias que hay en el norte del Perú indica que una buena forma deproteger el hogar es con un cráneo humano. Éste debe ser velado, y la persona que seapropió del mismo puede pedir protección para su hogar rezándole. Muchos creen quefunciona y algunos lo saben muy bien. Mi abuela Francisca era una de estas personas.Quién sabe cómo, el hecho es que se consiguió uno. Lo situó en un ambiente acogedor ensu habitación. Y este se iluminaba cada noche cuando Francisca le prendía una vela ypedía protección para su casa.

Como ya era costumbre, al llegar las vacaciones escolares, la nieta de Francisca llegóde visita. Lili, la joven nieta, tuvo una desagradable sorpresa al intentar ingresar a la casa.

– No puedo entrar – decía – ¡No puedo! – sobresaltada al no entender lo que pasaba.– Ya sé; espérate un ratito – repuso Francisca, metiéndose a la casa y dejándola fuera.La sorpresa de la niña se hizo más desagradable al ver regresar a su abuela con un

cráneo humano en sus manos.– Esta es mi nieta. Déjala entrar.Con una expresión que era mitad de miedo y mitad de asco, Lili logró entrar a la casa y

pasar unas placenteras vacaciones, excepto por aquellas ocasiones en las que veía lo quereposaba en el cuarto de su abuela.

Las cosas marchaban bien. Era un trato justo; una vela se prendía por la noche y lacasa se mantenía segura. ¡Qué maravilla! Quizá todos deberíamos tener una. Después detodo, debe haber más muertos que vivos en el mundo.

Ahora vienen las letras pequeñas del acuerdo. Fue por ese tiempo que una fuertejaqueca invadió a Francisca. Un dolor tan penetrante que ninguna pastilla lograba mitigarlo.Los días pasaban y la cosa se tornó preocupante. Los dedos de Francisca recorrían sufrente; en parte para ayudarse a pensar, en parte para tratar de aliviar el dolor que laatormentaba, que en realidad se ubicaba más por la base de la cabeza, en la conexión conla columna.

Los días transcurrían y el dolor no se desvanecía. Estaba harta de que la medicina nole dijera lo que tenía, por lo que decidió acudir a un chamán. Le contó su dolencia alhechicero norteño a lo que este contestó:

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– Usted tiene una calavera en casa, ¿verdad?Los ojos de Francisca, que eran de rasgos orientales, expresaron su asombro.– ¿Y usted cómo sabe?- preguntó conmocionada.– ¿Duerme sola? – repuso el brujo– Sí, mi esposo se ha ido a trabajar fuera.– Usted tiene que deshacerse de esa calavera señora.Esa calavera fue de un hombre, un hombre que está enamorado de usted. El muerto se

está echando a su costado y el frío del muerto le sube por la espalda. Por eso le duele lacabeza.

Así, Francisca se dirigió a uno de los tantos desiertos que rodean Chimbote y arrojó elcráneo tan lejos como pudo. Se lo entregó a la arena, para que el viento se encargara deenterrarlo. El malestar se fue y ninguna nueva visita tuvo problema para ser recibida porFrancisca.

Jean Paul López FrancoBarrio de San JuanChimbote, Ancash, 1986

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Lascalaverasdefuego

Cuenta mi madre que allá por el año 1930 mi abuelo Juan Bedia se dedicaba altransporte de licor, léase contrabando de aguardiente de caña. La antigua hacienda SanIgnacio, que todavía existe y está ubicada en el departamento de Apurímac camino alcomplejo arqueológico de Choquequirao, fabricaba este licor en sus alambiques. Mi abuelotrasladaba el licor desde dicha hacienda hasta la ciudad del Cusco.

Para ello, tenía que llevar, junto con otros hombres, muchas bestias de carga portandoel aguardiente. Eran varios días a caballo, cruzando el indomable río Apurímac ysoportando las inclemencias del frío y de lo agreste de la geografía apurimeña.

Una de esas noches oscuras en la soledad de la serranía, mientras descansaban de loque habían arreado a las bestias y conversaban para distraerse antes de dormir, vieronestupefactos que unas cabezas de cabellos muy largos; calaveras de fuego los perseguíany los asustaban. Solo flotaban veloces, echando fuego por los ojos, con sus cabellosespeluznantes, horribles, lanzando aullidos demoniacos.

Mi abuelo y los peones se echaron a correr despavoridos, con el corazón latiendo a mil.Huyendo y tratando de protegerse llegaron hasta unos tunales y se metieron allí tratandode esconderse de las calaveras de fuego. Las pencas los lastimaban, pero aguantaban porel miedo que sentían. Las calaveras de fuego se atoraron, se quedaron enmarañadasentre las espinas de las pencas porque sus largos cabellos se enredaron.

Eso les dio tiempo de volver al campamento, montar en sus caballos y seguir arreandoa las bestias de carga. Estaban más apurados que nunca en llegar al Cusco.

Mi abuelo decía que estos eran unos condenados, unas almas sin descanso. Estahistoria siempre se la contaba mi abuelo a mi madre, mi madre me la contó a mí y yo ya sela conté a mi hija.

Flor Fernández BediaCamino desde la hacienda San Ignacio hacia CuscoAbancay, Apurimac, 1930

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Lasombraextraña

Mi abuelita Olga estaba recolectando leña de madrugada cuando vio acercarse unacosa en forma de pelota rebotando hacia ella. Mi abuelita empezó a persignarse y a rezarpero la cosa extraña saltaba y saltaba más rápido. Cuando mi abuelita se desesperó, lecomenzó a lanzar piedras y la cosa extraña no se movía, solo seguía rebotando. Miabuelita se persignó otra vez y la cosa extraña finalmente se alejó hacia las montañas.

Xz TruenoEn la sierra de Apurimac, 1991

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Almasenpena

Hace años, una prima hermana a quien casi no conocíamos, vino de visita y se quedóunos meses con nosotros. En cuanto llegó, empezaron a pasar cosas realmente extrañasen la casa.

Por las noches se escuchaban pasos en el techo. Al principio pensamos que se tratabade ladrones, pero con mis hermanos y mi papá subíamos a ver y nunca había nada. Se noshacía raro; pensábamos que tal vez la persona que había estado allí se iba rápidamentesin que nos diéramos cuenta. Hasta que un día mi hermano mayor, que estaba en sucuarto en el primer piso, nos despertó a todos con un silbido leve que solo nosotrosconocíamos. Cuando nos asomamos a la ventana nos hizo señas de que alguien estabaarriba, y cuando prestamos atención se escucharon pasos como si hubiese una pelea.Entonces, un poco temerosos, con palos y fierros, nos asomamos todos los hombres de lacasa. En el momento en que nos disponíamos a subir todo se callaba repentinamente.Sabíamos que algo andaba mal.

Luego de soportar estas cosas tan extrañas, mi prima se decidió a hablar. Nos contóque ella de pequeña, en un tonto acto de juego, había practicado la ouija en el lugar dondevivía junto a su hermana. Desde esa vez, en su casa solían escucharse pasos y lamentos,y algunos días hasta cadenas arrastrándose. Eso nos asustó a todos aún más; ya no eraun problema leve si no algo grave.

En otra ocasión, estábamos en el primer piso con mi prima y mi hermano cuando yaeran las once o doce de la noche. Yo quería subir a mi cuarto del segundo piso a dormir.Se escuchaba como que estuviesen haciendo rodar las piedras de construcción queteníamos en el techo. Fue espantoso, porque era realmente claro lo que escuchaba y noquise subir hasta que me acompañaron mi prima y mi hermano. Una vez arriba me asoméal techo y con terror vi que las piedras estaban en su lugar. Era como si todo estuviesetranquilo y nunca hubiese pasado nada. Eso me daba miedo porque no podía entender quéera lo que escuchaba.

Mis padres no sabían qué hacer hasta que una vecina, serrana y conocedora de estascosas, nos recomendó a un conocido suyo que solía espantar estos espíritus para quedejen en paz nuestra casa. Con su consejo vino un señor muy viejo y a mí me ordenaron

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que subiese a mi cuarto. Los demás miembros de la familia se quedaron en el comedor ehicieron una especie de rito con velas y hojas de coca en la oscuridad; lo cual yo no mequedé a ver. Después de eso y con la visita de un sacerdote de mi iglesia local quederramó agua bendita en mi casa, gracias a Dios se acabó esta pesadilla que tenía a todami familia inquieta. Por fin regresó la calma y la paz que tanto extrañábamos.

Jean Pierre Arenas TalaveraDistrito José Luis Bustamante y Rivero

Arequipa, Arequipa, 2005

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NuestroViajedepromoción

Cuando terminamos la secundaria decidimos viajar a Arequipa como viaje depromoción. En esa ciudad el guía nos contó, para amenizar el viaje, la leyenda de la noviasin cabeza. Trataba de una mujer que antes de su matrimonio sufrió un accidente y casiperdió la cabeza; por eso salía a deambular por las calles de la ciudad, con un vestidoblanco manchado de sangre y con su cabeza entre las manos, asustando y capturando acualquier persona con la que se encontrara. Al principio ninguno de nosotros hizo caso,creímos que era cuento y tuvimos nuestro viaje de promoción de lo más normal, salvo porla última noche.

Por supuesto, la última noche era la despedida; así que nos llevaron a una discotecacercana al hotel. Yo no soy de andar mucho en lugares como ese, así que decidí volvertemprano y una amiga me siguió. El profesor nos acompañó y nos dejó en nuestro cuarto.Pasó un rato y mi amiga me dijo que sería un desperdicio si nos quedábamos allí la últimanoche; entonces decidimos salir.

Paseamos por la plaza con mucha cautela, por si nos encontrábamos con algúnmalandrín, pero no encontramos nada. Decidimos perdernos un rato más por esashermosas calles. Cruzando una esquina escuchamos los lamentos de alguien.

Al principio pensamos que era algún borracho, así que decidimos retroceder porprecaución y volver al hotel, pero cada vez que nos acercábamos a nuestro destino, elgemido se hacía más cercano y fuerte.

Mi amiga me cogió del brazo y, a una cuadra del hotel, en una esquina un poco oscura,divisamos con dificultad a una mujer que nos daba la espalda y llevaba un vestido. Cuandopoco a poco nos acercamos, nos dimos cuenta de que su vestido era de color blanco y ellano tenía cabeza. Lo peor fue que se había vuelto para vernos y se nos estaba acercando.

Cargaba con su cabeza y tenía una mancha roja en su vestido. Mi amiga se pusodetrás de mí. Yo iba retrocediendo y salí corriendo cogida de la mano de ella y grité: “¡Lanovia sin cabeza!”. ¿Cómo diablos se supone que sea verdad?, pensé mientras corría conella.

De pronto, mi amiga se paró y me dijo que la podíamos ahuyentar con algo sagradocomo nos dijo el guía. Yo la miré con cara de: “¿cómo te puedes acordar de eso en estemomento?”. La mujer se acercaba y mi amiga sacó de su pecho un pequeño crucifijo quesu mamá le regaló en su primera comunión, y se lo mostró con mucho miedo.

La novia retrocedió y empezó a gemir de manera estridente y dolorosa. Nosotrasaprovechamos eso para huir de ella y así llegar sanas y salvas al hotel. No pudimos dormiren toda la noche por miedo a que ella volviera por nosotras. Deseábamos que llegue la luzsolar. Nunca le dijimos a ningún profesor lo que nos pasó.De todas formas, nosotrassabemos que algún día tendremos que regresar y enfrentar nuestro miedo.

LiliumFrente a la plaza, entre las Avenidas San Fancisco y Moral,Arequipa, Arequipa, 2009

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Porquéapareceelcondenado

Yo regresaba de la parroquia con mi madre a eso de las nueve de la noche cuando senos presentó una lechuza y mi madre empezó a arrojarle piedras. Entonces me dijo: “estalechuza está cantando para que se muera alguien”. El ave cantó un par de noches así,cerca de mi casa, y siempre mi madre trataba de espantarla.

Un día, mis hermanos mayores llegaron de viaje. Cuando todos nos disponíamos aalmorzar escuchamos una voz que pedía auxilio. Entonces miré tras la pared de mi casa yvi que los vecinos corrían al cerro con barretas, combas y martillos. Lo que había sucedidoera que a mi tío Toribio Aréstegui, que venía trabajando en la cantera de piedra, lo habíaaplastado una gran roca. Mi tío pedía agua pero nadie se la alcanzaba porque no tenían.También recuerdo que al momento de sacarlo la roca le había cortado medio cuerpo, lasextremidades inferiores; se lo llevaron de emergencia al hospital Goyeneche.

Todo ese día mi madre estuvo angustiada y preocupada. En la noche nos dieron lamala noticia de que mi tío había dejado de existir. Lo trajeron a velar a la casa de suhermana Luisa. Recuerdo que le decían a la señora que no vea al muerto porque que le ibaa dar erijo, ya que la señora se encontraba embarazada, pero ella no hizo caso a esto.

Al día siguiente todos se alistaban para el entierro, que fue en el cementerio deMiraflores. Cuando llegaron allá y lo sepultaron se apareció de la nada un perro rottweiler yse acercó a tomar el agua de las flores que habían dejado. Casi nadie le prestó atención alsuceso. Ya más tarde, de regreso, se dieron con la sorpresa de que el perro seencontraba justo en el lugar donde había tenido el accidente mi tío.

El papá de mi hermano decía que era el espíritu de mi tío y así cuando llegó la nocheempezó a aullar y lamentarse. Al día siguiente, los vecinos decían que mi tío se habíacondenado porque había guardado dinero. Es así que los vecinos, llevados por la avaricia,empezaron a buscar el dinero, pero no hallaron nada en su cantera.

Así pasaron los días y los vecinos compadecidos del animal le llevaban comida y agua.El perro solo tomaba agua y no comía nada.

Como nunca falta la gente mala, un día descubrimos que habían degollado al animal. Josef Jobani Cruz Camacho

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Distrito de Miraflores, cerca al pueblo Juan XXIII,Arequipa, Arequipa,1991

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Lamanodiabólica

En el pueblo de Canrara, provincia de Huanta, Ayacucho moraba la familia Cabezas.Uno de los chicos era alumno mío en la escuela rural. Ellos tenían como costumbre cenar aoscuras formando un semicírculo al lado del fogón, sentados en el suelo sobre pellejos.

Una noche, en una de estas cenas a oscuras, al momento de agarrar uno de lospotajes, el padre sintió una mano aún más grande que la suya y, pensando lo peor,comenzó a buscar e increparle a su mujer por lo que había sucedido.

La mujer confundida no sabía explicar los hechos; el hombre al borde de la locura pedíaexplicaciones. Se le había metido en la cabeza la idea de que su pareja le era infiel. Comodicen: “una mujer bonita es el infierno del alma del hombre”. Estaba segurísimo de que enlas comidas nocturnas, compartía con ellos algún intruso, quien agazapado en la oscuridadse confundía con los comensales. La razón era que, toda vez que ponía la mano sobre elmate para tomar el mote o las papas cocidas, tropezaba con otra, que a su entender, noera ni de su señora ni de sus hijos. Era una mano extraña, dura, peluda y hasta magra. Dehecho, allí había otro hombre entrometido entre ellos.

Se apartó de sus familiares por unos días para reflexionar solitariamente. Dialogandocon su mente tomó la decisión de atrapar al intruso, cueste lo que cueste. Planeó al mínimodetalle la acción a seguir. Consiguió un mataburro (caña dura de la selva) y una reata(soga hecha de cuero de res). El primero para darle una tunda y el segundo, para atarle ydarle un escarmiento ante la presencia de los vecinos y amigos.

Fijó como fecha un viernes de la semana. Con mucha prudencia instruyó a su hijo mayora que recogiera pajas secas y las almacenara cerca de la cocina. El hombre celoso estabalisto para atrapar al rufián. La señora sirvió los potajes y empezaron a degustarlos.Tomando un valor inusitado, extendió su mano para sacar del plato un puñado de mote, enel preciso momento en que la extraña mano hacía lo mismo.

En ese instante lo asió de la muñeca, con mucha fuerza. El intruso pugnó con fuerza pordeshacerse de su captor. Ordenó al hijo avivar el tizón con las pajas acumuladas. Laoscuridad había sido derrotada por la luz. La luminosidad hizo que la mano singular,fuertemente apretada con fuerza se zafase; era de un ser extravagante, colorado, brillante,jamás visto, que huyó a grandes trancos, dejando un hedor a sulfuro y se esfumó entre losmatorrales.

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A todos, pasmados de miedo, se les había trabado la lengua. No podían pronunciarpalabra alguna. Después de mucho rato apenas pudieron expresar “Jesús, María y José”.Tenían los pelos en punta y tiritaban de frío. El perrito aullaba tratando de esconderseentre sus dueños. Los animales del corral, pugnaban por escaparse. Después de un brevetiempo de confusión familiar, el esposo declaró que se sentía muy celoso y aclaró larealidad de los sucesos acontecidos. Él y su mujer se abrazaron y la vida retornó a lanormalidad.

Saturnino Ayala ApontePueblo de Canrara,Huanta, Ayacucho, 1956

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Elespíritumalo

Cuando mi hermana era adolescente y vivía con mis padres, una de sus laboresconsistía en regar la chacra. El agua estaba racionada, por lo cual, el riego solo se dabapor turnos a cada familia. Las horas designadas a nuestra familia eran de 6:00 pm a 6:00am. Normalmente mi mamá acompañaba a mi hermana en esta labor, pero ese día seencontraba un poco enferma y se decidió que mi hermano la acompañara.

En ese entonces mi hermano era un poco desobediente, por lo que, momentos despuésde que se pusieran en labor, decidió dejar sola a mi hermana e irse a dormir, sin que ella lonote. Mi hermana dice que llegó a escuchar voces mientras regaba y que ella creyó queera mi hermano conversando con algún vecino.

Después de acabar con el riego, ella decidió ir a buscar a mi hermano y no lo encontró.En su camino se topó con un extraño bulto negro. Le fue fácil diferenciarlo del resto dematorrales ya que ese día justo había luna llena. Pensó que se trataba de un perro u otroanimal durmiendo, hasta que empezó a oír un murmullo proveniente del lugar donde seencontraba el bulto, y notó además que este se movía, lo que hizo que se le escarapelarael cuerpo. Decidió dar media vuelta en dirección a la casa. Mientras caminaba de regreso,escuchó los murmullos más y más fuerte, lo que hizo que comenzara a correr. En una deesas se volteó para ver si estaba el bulto y se dio cuenta de que este había crecido,alcanzando una medida mayor a la de una persona. Espantada corrió aún más rápido haciala casa.

Cuando llegó a la puerta, ya bastante agitada, sintió que un aire caliente y muy fuerte lesopló por la espalda y nuca. Esto hizo que pegara un grito muy fuerte y que despuéscayera desmayada en el piso de la entrada. Todos los que dormían en ese momento, sedespertaron al oír tal grito y acudieron en su ayuda. Cuando ella logró reaccionar, no podíahablar.

Mi mamá, después de regañar muy fuerte a mi hermano, le pidió que traiga agua del riopara curarla del susto. Le indicó además que tuviera mucho cuidado de recogerla, ya quedebía de ser en la misma dirección en la que corría el río, jamás en dirección contraria.

Mi hermano se dirigió al río tratando de recordar las indicaciones de mi mamá pero,justo cuando iba a recoger el agua, tuvo una sensación extraña: sintió que el cuerpo se le

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escarapeló y los pelos se le erizaron, a manera de presentir que algo malo había ocurridoen aquel lugar. Se apresuró en llegar a casa con el agua. Después y solo después debeberla, mi hermana pudo hablar sobre lo ocurrido.

Existe la creencia de que este tipo de apariciones representan a espíritus malos quebuscan llevarse al más allá a cualquier persona con la que se topen; y que muy pocos hanpodido escaparse de ellos.

EniHuantachaca

Huanta, Ayacucho, 1976

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Elchinchilico,aliaslagringa

Debido a circunstancias personales, me vi en la necesidad de trabajar en la mineríainformal. No tuve ningún problema ya que mi padre es natural del lugar, un pueblito llamadoSanta Cruz. Ahí hay una mina de plata que data de la época de los incas. Nunca habíaentrado a una mina pero me aventuré a trabajar.La primera vez que ingresé tuve muchomiedo porque no pensé que era tan grande, con galerías, niveles y precipicios. Provocabatemor para alguien nuevo como yo.

Mis primos me recomendaron no tener miedo, no hablar de mujeres y no llevar ajos nicebollas dentro de la mina porque sino el duende se enoja mucho y nos puede castigar conun accidente o algo así. Yo, como limeño que soy, no creía en esas cosas pero un día mepasó algo.

Mi madre siempre nos enviaba frutas y agua en nuestras mochilas, ya que salir de lamina suponía recorrer un tramo demasiado largo. Una mañana, ya dentro de la mina, nosaprestábamos a trabajar cuando empezaron a suceder cosas extrañas. Yo picaba la rocapara extraer la veta cuando de pronto prácticamente se redujo, quedando solo un hilo en laroca. A mi primo Nilton, que estaba cerca, también picando la roca, le cayó una plancha deltecho que, menos mal, no era muy alto, y se lastimó la rodilla. Mi otro compañero, Carlos,fue a prender el generador eléctrico pero no llegó a funcionar (algo inexplicable ya que lamáquina era nueva).

A raíz de esto, fui a ver lo que pasaba con la máquina, que se encontraba como a cienmetros de distancia. Efectivamente no funcionaba. Cansado de todo esto, me quedésentado, como esperando a ver si funcionaba. De pronto vi al frente mío, como a cincuentametros, salir de un hueco pequeño a un hombrecillo de unos cincuenta centímetros, conuna lámpara de carburo. Tenía puesto un overol marrón y un casco pequeño de minero.Me quedó mirando un rato y movió la cabeza y los dedos como diciéndome que no. Yo mequede inmóvil de la impresión y el miedo, hasta que vinieron mis compañeros. Les conté loque había pasado y mi primo me dijo que era el espíritu de la mina, el chinchilico, a quienmuy pocos habían visto.

Cuenta un vecino del pueblo que una noche, trabajando solo, se le acercó undesconocido con traje marrón y su lámpara de carburo, pidiéndole que le invitara coca, a lo

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que él no se rehusó. Este se tomó todo su trago y consumió sus hojas de coca. Alretirarse, le indicó que debía picar en cierto lugar y se fue. El vecino hizo caso y encontróuna gran veta de plata.

Regresando a mi caso aquel día: un poco decaídos por las circunstancias, decidimostomar el refrigerio y al sacar nuestras frutas encontramos... ¡dos cebollas! Accidentalmentemi madre las había puesto, pensando que eran manzanas. Entonces entendí lo que estapersonita de la mina me quiso decir.

No fuimos los únicos afectados, otros compañeros de otras labores también sufrieronpercances como nosotros. Bastó que rociáramos una botella de vino al día siguiente ennuestra labor y todo volvió a la normalidad.

Eduardo Adolfo Pauca ChoroSanta cruz de Pichigua,

Lucanas, Ayacucho, 2008

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Laspiedrascomegente

Se dice que hay espíritus condenados a vagar eternamente por el mundo, pero tambiénhay de los que no les gusta estar solos y condenan a personas inocentes a acompañarlos.

Esta historia transcurre en la sierra ayacuchana, donde siempre hay alguna personaque te aconseja: no pasar por un lugar, no mirar tal cosa en determinada hora, entre otras.También está el consejo de no acercarte jamás a una gran fiesta repleta de gente y conmucha comida en medio de las pampas ayacuchanas.

Estaban María y Fernando, dos primos de aproximadamente seis y siete años de edad,jugando un día cualquiera en las laderas de una montaña. Se divertían tanto, que no sepercataron de que se habían adentrado bastante en la colina; más de lo que normalmenteacostumbraban.

De pronto, Fernando le dijo a María:– ¿Oyes eso?– No – respondió ella.– Se oye como voces de muchas personas. Vamos a ver – dijo él.– No – dijo María – mejor ya vamos a la casa.Fernando no le hizo caso y siguió el bullicio que lo intrigaba, y que al avanzar se oía con

más claridad. María, sin saber qué hacer, siguió a su primo. Cruzaron dos pequeñascolinas y, a lo lejos, divisaron una gran ceremonia. Al acercarse más, pudieron observaruna veintena de personas que estaban bailando, riéndose, divirtiéndose y que además losestaban llamando; los invitaban a la gran mesa repleta de comida. Todos eran gentiles; losllamaban por sus nombres y muy amablemente.

Fernando, deslumbrado por tal ceremonia, se comenzó a acercar. María, por su parte,lo llamaba y le pedía desesperadamente que ya se fueran, que regresen a casa. Fernandono hizo caso; siguió acercándose más a aquel lugar, donde lo esperaba una señora muybella, ella extendía su mano para cogerlo y hacerle degustar los sabrosos y abundantesmanjares.

María, aterrada, solo se quedó mirando. Fernando por su parte se acercaba más ymás, hasta el punto que estaba a solo tres pasos de la dama que lo llamaba. Fernandoavanzó, y en el preciso instante que cogió la mano de la dama, todo desapareció: la gente,la mesa, la bulla, la ceremonia. No quedó nada, ni Fernando.

María corrió todo lo que pudo hacia su casa para contar lo sucedido a sus padres.Estos a su vez fueron, desesperados, con varias personas más del pueblo al lugar dondeocurrió todo esto. Al llegar allí, solo encontraron una piedra del tamaño de un perropequeño, nada más.

Nunca más se supo de Fernando, solo de María, que es la abuela de mi amiga. Ellahasta el día de hoy no ha vuelto a ver a su primo.

Moisés Edgardo Rocha Gushiken

Lucanas, Ayacucho, 1932

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Lavisitaalacasademistíos

Mi familia y yo fuimos de viaje a Cajamarca y nos hospedamos en la casa de unos tíos,todos en cuartos separados. La primera noche que nos quedamos a dormir ocurrió algomuy extraño.

Pasada la medianoche, a pesar de tener todas las ventanas y la puerta cerradas, soplóun aire frío que me despertó. Al abrir los ojos vi algo parecido a una sombra con formahumana y con un velo blanco que comenzaba a llamarme con la mano. Estaba al fondo dela sala y comenzaba a acercarse lentamente, cuando se escuchó el llanto de un niño – erael hijo más pequeño de mi tía, de once meses de nacido – y la sombra desapareció.

El bebé comenzó a llorar y todas las luces se prendieron mientras salían de sus cuartosmis tíos y mi mamá para verlo. Él estaba con calentura y sus ojos se querían voltear. Mimamá sugirió que le pasaran huevo y una vela de apagón. Mis tíos lo intentaron y alquemar la vela, salió una imagen como de un monstruo humano casi igual al espectro que vien la sala y al partir el huevo la yema estaba sancochada y roja. El bebé dejó de llorar poresa noche, pero cada noche que estuve ahí comenzaba a llorar siempre a la misma hora, alas dos de la mañana.

Benji José Hurtado TomayllaCajamarca, 2009

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La Cuda

Mi pueblo, San Andrés, está en el centro del Parque Nacional de Cutervo, en unhermoso valle rodeado por la cordillera de Tarros, cuyas cumbres casi siempre estánenvueltas en un manto de niebla. También hay casitas esparcidas caprichosamente sobrelomas y pampas y, en la falda de los pajonales, enormes palmeras de tallo blanco seyerguen majestuosas, agrupándose poco a poco hasta ser parte del vestido azul de loscerros.

Cuando era niña no había carretera ni carros, para ir al siguiente pueblo teníamos queascender por un sinuoso camino a través del bosque hasta llegar a la cima del cerro y deallí descender a Mangalpa y Sócota. A mitad del ascenso, el camino se anchaba en unclaro, donde las copas de robles centenarios formaban una especie de cúpula sobre él,creando un tranquilo remanso. Allí, entre flores silvestres y palmas, nacía una fuente deagua cristalina que reflejaba los pedacitos de cielo, visibles arriba.

Llamábamos a este lugar “el agua fría”, donde los viajeros paraban durante el día adescansar y saciar su sed, pero durante la noche nadie en su sano juicio lo hacía, pormiedo a “la Cuda”. Esta era una aparición misteriosa en forma de mujer con un pie humanoy el otro recubierto de escamas con cuatro dedos, tres de ellos dirigidos hacia delante yuno hacia atrás, como la pata de la gallina. Ella, sentada junto a la fuente, hechizaba con subelleza al hombre que pasara por el lugar.

Abuela Andrea contaba que cierto día su vecina Timotea, viuda que vivía con sus doshijos, veía como su hijo mayor se internaba noche tras noche en el monte para regresarmuy tarde. Cuando el sol se perdía detrás de los cerros y las gallinas comenzaban a subiral gallinero, él desaparecía. Ni los sollozos de su madre ni los ruegos de su hermanolograban detenerlo. No hablaba y cada día estaba más delgado y pálido.

Finalmente, su madre, desesperada, lo siguió sigilosamente. El joven caminó hasta “elagua fría” donde se detuvo, como esperando. De pronto se oyó un canto suave, dulce, casiun susurro. Entonces, el cuerpo flaco y débil del hijo cobró vitalidad y corrió hacia unahermosa mujer. Ella, sentada junto a la fuente le extendía los brazos, con su largo cabellorubio cubriéndole el cuerpo. Ambos se abrazaron y la horrorizada madre vio el pie garrudo.

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Timotea avisó a sus vecinos y cuando el joven regresó fue atado a la cama. Élforcejeaba y parecía implorar con los ojos que lo soltaran. Al anochecer se escuchaba uncanto etéreo a lo lejos, mientras él convulsionaba. Ni la limpia con el cuy ni las pócimas losalvaron.

“Al fin descansa”, dijeron bajando el ataúd a la tierra. La madre lloraba.“Te queda tu otro hijo”, la consolaban mientras rezaban. Finalmente todos se fueron a

sus casas.No pasó mucho tiempo hasta que, un anochecer, al trepar las gallinas al gallinero, el hijo

menor se encaminó hacia el bosque. Enma DiazSan Andrés de Cutervo,

Cutervo, Cajamarca, década de 1960

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Lamadredelestanque

Era ya casi tan tarde como para notarlo. Allí en la montaña, muy lejos del pueblo, el fríoy la niebla se habían convertido en todo un suplicio. El abuelo, que en aquellos tiemposgozaba de una vitalidad de mil toros, trabajaba como leñador llevando del bosque almercado pesados maderos tirados por una yunta de robustos bueyes. La montaña solíalucir tan lúgubre como siniestra.

Este era el lugar más profanado por cazadores y el preferido por los leñadores. Aquíellos descubrían en cada recoveco atractivos ejemplares de fina madera y animalessalvajes de suculentas carnes. Los magníficos patos salvajes y los ágiles venados sehabían convertido en los preferidos por los cazadores. El abuelo ya había visto unos pocosen el lugar en donde se hallaba trabajando y muchos otros sobrevolando cerca al sendero.Pero nada comparado a lo que pudo ver enseguida. Silentes y cercanos al pobre abuelo,fueron desfilando un pequeño grupo de grises patos en una procesión inacabable hasta daral fondo de un estanque cercano.

El abuelo estaba maravillado con aquella visión y no dudó un instante en capturar aalguno. Fijó su mirada en el último de la fila, que estaba más próximo a desaparecer en lasoscuras aguas del estanque y, segundos antes de que lo hiciera, cogió un saco grande yse abalanzó hacia el animal. Este se tendió en el piso sin ofrecer resistencia y sin hacerruido alguno. Esto le pareció extraño y empezó a cuestionarse lo que había hecho.Comenzó a sentir miedo y prontamente se arrepintió.

Todo estaba envuelto en el silencio, hasta el momento en que las aguas del estanqueempezaron a burbujear, estremecerse y arremeter por todos lados. Del fondo surgió unafigura gigantesca. El encantamiento del bosque había tomado la forma abrumadora de unpato gigante de ojos color rojo encendido, que al salir de las aguas empezó a perseguir alabuelo exigiéndole la devolución de su cría. El abuelo no podía dar crédito a lo que veíansus ojos y presa del miedo intentó escapar por entre el denso boscaje.

La gran criatura no dejaba de lanzar terribles graznidos, volando en ocasiones y enotras corriendo ligero detrás del abuelo y amenazándolo con sus terribles ojos del color delfuego. El abuelo cayó de pronto al piso e intentó liberarse del saco, pero extrañamenteeste se le había pegado fuertemente a las ropas. Para poderse liberar tuvo quedespojarse de ellas y correr lo más que pudo, arrojándolo todo muy lejos. En ese instantese escuchó un último y gran graznido y pareció que el ruido se convertía en calma una vezmás.

En cuanto cayó la noche y el abuelo se hubo recuperado de semejante susto, buscó alos bueyes y se los llevó al pueblo, abandonando la madera, sus ropas, el oficio de leñadory los temibles recuerdos de las criaturas que cuidaban los bosques. Y así seguirán,cuidándolos hasta que los tiempos cambien y su recuerdo se haya borrado de la mente delmundo.

Fuente oral: Fernando Collazos SalazarAdaptación: Carlos Mera ChuquicahuaValle Conday

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Cutervo, Cajamarca, 1934

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Elmocmo

Cuando mueren las abuelitas dejan un vacío que no se puede llenar con nada. Yotendría unos diez años cuando falleció mama Andrea, que así la llamábamos. Al recordarlala veo sentada sobre su camita detrás de un cobertizo cerca al fogón, en casa de mi tíaTeófila, la shulca (la última hija), para que estuviera abrigada. Tenía el rostro delicado y elcabello todavía negro, que peinaba con un peine hecho de chonta. Yo le llevaba algo ricode comer que mi madre preparaba. Era algo así como la caperucita roja y su abuelita, soloque yo no usaba caperuza sino mi cabello enmarañado y no me demoraba juntando floresporque si lo hacía me jalaban la oreja. Tampoco había lobo, a no ser por el Gitano, unadefesio de perro que en más de una ocasión, si no me pongo valiente y grito más fuertede lo que él ladraba, me hubiera mordido.

A todos sus nietos nos gustaban las historias que contaba mama Andrea, aunque aveces la escuchábamos con los pelos de punta y queriendo taparnos las orejas. Aldespedirme siempre me decía: “Tomarás agua antes de irte a dormir no sea que tu cabezase haga el Mocmo.”

Nos contaba que en Ninabamba, su pueblo natal, cierta noche la había despertado unruido. “Parecía que alguien tomaba agua del perol en el suelo de la cocina, como cuandobebe un perro,” nos decía. Nos continuaba narrando cómo se levantó despacito y alasomarse vio, a la luz de la luna que se filtraba por la salida para el humo en el techo, algoredondo con cabello largo que iba saltando hasta salir de la casa. Mama Andrea no tuvomiedo. “Esa parece la cabeza de mi comadre Matilde” pensó.

Por la mañana contó lo sucedido. Fueron a ver a la viejita Matilde que vivía solita acorta distancia y vieron que tenía su cabeza bien puesta. Mis tías se persignaron.

– Ha soñado mamita – le dijo Antonio, su hijo mayor.Ella estaba segura. Efectivamente, por la noche, el Mocmo volvió. Mi abuela, que

aguardaba oculta en un rincón, vio que era su comadre, pero no le habló ni la tocó.

La tercera noche (bien dicen que a la tercera es la vencida) tío Antonio se ocultó bajounos costales, preparado con un pedazo de carbón. A las doce de la noche el Mocmoentró rebotando, bebió agua del perol y ya regresaba a la puerta cuando mi tío de un saltolo agarró por el pelo marcándole la cara con el carbón.

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– ¡Así, mañana sabremos quién es! – exclamó.– ¡No! – gritó mama Andrea.Demasiado tarde; el mal estaba hecho.Al amanecer encontraron a Matilde acostada en su cama, sin cabeza; no había sangre

ni desgarros, solo un corte liso como del jamón. Nunca hallaron la cabeza.Decía mama Andrea que cuando al Mocmo lo tocan, ya no vuelve al cuerpo.Por eso nosotros bebíamos mucha agua antes de ir a dormir, sobre todo cuando

nuestra hermana preparaba frijoles muy salados. Enma DiazNinabamba

Santa Cruz, Cajamarca, década de 1950

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Noinvoquessunombre

Yo tenía diecinueve años y trabajaba en la marina mercante como tercer operador deradiotelegrafía. Una mañana, en el Callao, desperté sintiendo una terrible angustia. A vecesme sentía así cuando pasaba algo malo, así que pedí permiso al capitán para ir a Lima aoír misa.

Ya en Lima, por la plaza San Martín, había unos avisos publicitarios luminosos quecomenzaron a pasar noticias: “Terremoto en Cusco, no se sabe cuántos muertos.Desapareció Cusco”. Con razón tenía esa sensación tan desagradable. Mi familia estabaallá y en esa época no había forma de comunicarse, así que debía ir para ver qué habíapasado.

Estaba prohibido ir al Cusco, pero me contacté con un paisano que tenía una camionetade carga, una Ford 300; él tenía permiso para ir. Tuve que ponerme un overol todograsoso para viajar como su ayudante. Llevaba un maletín con mi uniforme, mi ropa, mislentes Ray Ban y unos setecientos soles; un montón de plata en esa época.

Mi paisano se venía desde Trujillo sin descansar y, como en la subida de Puquio seestaba durmiendo, me dejó manejar un rato. Pero no me avisó que los abigeos en esazona se subían al camión y comenzaban a arrojar la mercadería. Cuando nos dimoscuenta, ya habían desaparecido varios paquetes de mercadería y el maletín con mi dinero.

La imagen de Cusco era terrible. Todo se derrumbó; solo quedaron los muros incas yalgunos portales que construyeron los españoles sobre las bases de piedra. Nadie dabarazón de nada. Era un caos horrible, todos estaban desesperados por el terremoto, elhambre, los muertos. Mi casa estaba hecha escombros, con el tejado completamentecaído. Mi familia no estaba. De un salto me subí al tejado y grité. De una huerta al fondo,de repente, aparecieron mamá y mis hermanitos. Casi me morí de la emoción; miedo,angustia, dolor y alegría, todo junto.

Yo era el hijo mayor, así que mi mamá me dijo que buscara trabajo. Ella se fue con mihermanito menor a Yanaoca, donde habían trasladado a mi padrastro.

El gobierno nos había dado una carpa grande. Ahí vivíamos todos; cocina, comedor,dormitorio, todo en un solo ambiente. Era desesperante, no había agua ni comida. Yoestaba con el mismo overol todos los días. Como la plata faltaba y yo no conseguíatrabajo, una noche peleamos con mi hermana mayor, preocupados por no saber qué hacer.

– Yo voy a construir la casa – dije.– No vas a hacer nada. Trabaja – insistía ella.Todos los hermanos estaban de su lado, contra mí, desesperados.Comencé a gritar:– ¡Cállense! Ustedes no saben nada.Mi hermana mayor, la más devota, me dijo:– El diablo está contigo por eso estás gritando asíYo siempre he sido algo explosivo y, más exasperado, seguí gritando:– ¡Qué diablo ni qué diablo! ¡Que venga el diablo conmigo!Tras mis palabras cayó un silencio abrumador. Sentimos unos aletazos como de alas

enormes encima de la carpa y un golpe seco delante de la única pared que quedaba en

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pie. Mi hermanita que estaba durmiendo se puso pálida y comenzó a temblar muy fuerte;parecía que querían poseerla. Toda la carpa temblaba y mis hermanos lloraban. Yo memoría de miedo, pero atiné a agarrar la imagen del Corazón de Jesús que guardaba mimadre y salí de la carpa gritando:

– Inmundo espíritu, yo te ordeno en nombre de Jesús: ¡Fuera! ¡Vete y no vuelvas más!Se sintió una cosa tremenda, los aletazos otra vez; y se fue y quedó todo tranquilo.– ¿Ya ves lo que hiciste? ¿Ya ves? – me decían llorando mis hermanos.– No voy a decirlo más – contesté – Pero es que ustedes me levantan en peso. ¿No

ven que voy a buscar trabajo y no hay?Y todos nos pusimos a rezar.Los siguientes días, entre mi hermanito y yo derrumbamos lo que quedaba de la casa.

Conseguí madera, hice las cajas, pisamos barro, acomodamos la paja e hicimos ladrillosde adobe. Finalmente reconstruimos la casa familiar, que hasta ahora sigue en pie.

César Augusto

Cusco, Cusco, 1950

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Alosduendeslesgustaelchocolate

En Espinar la vida es muy tranquila y la gente muy amable; es uno de esos sitios dondetodos se conocen y se comparten las cosas. Muchos trabajan en el campo; lo hacen desdemuy temprano y también descansan muy temprano. Por eso en la noche las calles suelenser poco transitadas y todo eso genera un poco de misterio.

Allí hay una sola iglesia, que puede verse desde las afueras de la ciudad. Justamenteme asignaron como misionero a Espinar con un gran amigo para poder conocer a la gente,así que llegamos a vivir a una pequeña casita a espaldas de esa iglesia. El techo era tanbajo que al caminar por ahí mi cabeza casi lo rozaba. El piso era de madera. El dormitorioy la sala de estudio estaban divididos por una tabla que improvisamos. Teníamos solo doscamas, una mesita al lado de cada cama y una gran ventana en medio de ellas.

Una vez, a mitad de la noche mientras dormía, escuché algo de ruido. Al abrir mis ojosvi como un personaje de tamaño pequeño ingresó al cuarto. Él miraba el cuarto comobuscando algo. Yo sólo lo observaba, inmóvil pero con gran atención. Este personaje seacercó a la cama de mi amigo y buscó entre sus cosas. Estuvo un rato allí, como sihubiese encontrado algo con que entretenerse; cuando de pronto volteó y se acercó haciamí.

Solo cerré los ojos fuertemente y escuché cómo buscaba entre mis cosas. El sonidoterminó y con mucho miedo abrí los ojos y este pequeño ser estaba en medio del cuarto yde espaldas a mí.

Me quedé observándolo por un momento, luego me senté rápidamente y encendí la luz.Vi al personaje asustarse y correr hacia la salida y perderse entre la poca oscuridad quequedaba en el cuarto. Mi amigo se despertó y pensó que yo estaba soñando. Hasta yopensé que soñaba. Volví a apagar la luz e intenté dormir.

Cuando amaneció conté a mi amigo lo ocurrido. Él pensó que me burlaba de él o quesolo había sido un sueño, pero cuando le dije que este personaje estuvo buscando entresus cosas, mi amigo recordó la caja de chocolates que tenía guardada en un cajón de sumesa. Al revisarla descubrimos que faltaban algunos chocolates y que otros estabanabiertos.

Nos miramos con algo de asombro y luego sonreímos. Fue una prueba más que

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suficiente para creer que los duendes si existen. Bautizamos a este como “el Duende alque le gustó el chocolate”.

Desde esa vez procuramos no dejar ningún dulce escondido para evitar la visita de estepequeño amigo.

Óscar Arnaldo Zapata ReyesPueblo de Yauri

Espinar, Cusco, 2007

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Por el cementerio, durante un aguacero

Fue mi papá quien me contó esta historia:A principios de la década de los sesenta administré una hacienda de 87,000 hectáreas

llamada Lauramarca, en las serranías cuzqueñas. Aunque en sus tierras vivían unos cincomil indios, yo vivía prácticamente solo en la casa hacienda. Fumaba unas dos cajetillasdiarias y cierto atardecer, estando casi sin cigarrillos, decidí ir en búsqueda de unoscuantos para pasar la noche. Ya ubicado en mi Mercury rojo, se desató un aguacero recio.Debía apurarme pues el grupo electrógeno se apagaba a las nueve y aún debía cerrar lascuentas del día. De pronto me sorprendí al observar sobre la derecha a un hombrecaminando. Me apiadé de él y lo recogí.

– ¿Para dónde va, amigo, con esta lluvia tan condenada? –Le pregunté cuando el carroya estuvo en marcha.

– ¿Cómo dice usted? – Dijo con una voz aguda y engolada, como de muñeco deventrílocuo, haciendo al mismo tiempo un mohín.

Desvié la mirada del camino para observarlo. Vestía un abrigo largo y llevaba unsombrero negro, como el resto de su atuendo y, cosa del demonio, la lluvia no lo habíamojado. Y yo que pensaba haber recogido a un cristiano.

Sus ojos no parecían humanos, me hicieron recordar a los de una llama atropellada. Supiel tenía ese tono pálido verdoso del moho que crece en las paredes húmedas. Sentía sumirada encima de mí pero, como si la cosa no fuera conmigo, yo sólo miraba el camino.Aunque la visibilidad era dificultosa alcancé a darme cuenta cuándo pasábamos por elcementerio. Si me dice: “bajo aquí” me da un infarto – pensé.

Un trueno me volvió a la realidad y pisé el acelerador a fondo y no me detuve hasta quepor fin apareció el bendito tambo. Dos hombres conversaban bajo el tejado protegiéndosede la lluvia. Yo estacioné mi Mercury haciendo coincidir la puerta de éste con la del tambo.

Me apeé de un brinco y llamé a Condori, el tendero.– Ven, mira a este hombre – dije– ¿Qué hombre doctor? – preguntó.– Oigan muchachos, ustedes vieron bajar un hombre de mi carro, ¿verdad? – me dirigí

a los otros dos.– No doctor, si justo comentábamos: “Qué raro, ¿qué hará el doctor Calderón solo por

acá a esta hora y con este aguacero?” – contestó uno de ellos.Cuando llegué a la casa hacienda, la servidumbre ya se había retirado a las cuadras.

No pude concentrarme en las cuentas. Estando ya todo oscuro, echado sobre mi cama,mientras fumaba sin cesar, la imagen fantasmagórica se repetía en mi mente como un ecosin final. Recordaba su gesto burlón y nostálgico. ¿Por qué se me había aparecido?¿Existían los fantasmas o era solo mi imaginación?

Estas cavilaciones me atormentaron muchísimas noches. Decidí no volver a tocar eltema para que no anduvieran diciendo: “el doctor tiene miedo”. En alguna ocasión escuchéa la servidumbre refiriéndose al aparecido del cementerio. Contaban historias, decían queera un desbarrancado que murió solo y que buscaba el regreso a casa. Lo llamaban connombres que ya no recuerdo.

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Cincuenta años han pasado y lo que siempre recuerdo es su voz, el tono cadavérico desu piel y sus ojos de auquénido muerto, indescifrables.

A. Fernando Calderón GarcíaHacienda de Lauramarca

Quispicanchis, Cusco, 1960

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El kepke

La cabeza del brujo después de medianoche sale volando por las calles del pueblo ypor los campos cercanos. Esta cabeza se llama kepke porque cuando vuela emite elsonido: “kep, kep, kep”.

Cuando una persona la escuchaba pasar debía persignarse y decir: “lunesta, martesta,uchuyman, kachiyman jamunki”, que significa: el lunes, el martes, por mi ají, por mi salvendrás.

Entonces el siguiente lunes o martes, siempre se aparecía una persona en la casa delque había dicho el conjuro, pidiendo que le presten o vendan sal o ají. Para ese momentose debía tener un cuero negro donde se esparcían flores de nabo; entonces se invitaba atomar asiento al visitante, que era el brujo. Una vez sentado ya no podía levantarse. Deesa manera se reconocía al brujo, cuya cabeza había volado por la noche.

Esto me pasó una noche de luna hace muchos años – fue lo que me dijo la señoraAugusta Masías – y te lo cuento para que te cuides de la cabeza voladora.

José Carlos Olazábal CastilloOllantaytambo

Urubamba, Cusco, entre 1945 y 1955

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La tinja tinja

La estación fría y seca había llegado entre los meses de julio y agosto. Aquellasmañanas, a razón de cuidar las acémilas y las cosechas del acecho de los ladronesfurtivos, se preparaban carpas para pernoctar. Al día siguiente había que cerciorarse deque no hubiera pasado nada. Es así que mi bisabuelo, sin darle importancia a la densaneblina de esa mañana, se encaminó a buscar sus acémilas. Sintió un poco de calor en lanuca, aunque en un comienzo pensó que era por el cansancio. Ya más cerca a la colina, alllegar al despeñadero abajo, se encontró con la tinja tinja o círculo iris. No es un arco iris;es un círculo que aparece alrededor del Sol.

Él estuvo un tanto asombrado con aquella forma y con las imágenes caprichosas que seformaban en el centro. Lo atraía; comenzó a escuchar en su mente como si le hablaran enforma pausada, una voz aguda desaparecía hacia un fondo, como dejando espacio.

- Mírame, ven aquí, ¿qué ves? Estás conmigo, ¡ven!, mírame.Sentía un sonido armonioso muy profundo que le generaba tranquilidad y sosiego al

cuerpo, a la vez una somnolencia, y así se dejaba llevar poco a poco.Del mismo círculo surgió una mujer bellísima, de ojos brillantes a tornasol, el pelo

dorado y liso. Vestía un traje con cintas de diversos colores muy ceñido al cuerpo y congestos de amabilidad danzaba alrededor. Era tal esa visión, que mientras más hablaba lamujer más se sentía la quietud:

– ¿Qué ves? Estás conmigo.La melodía en lo lejos se sentía por todo el cuerpo.La dama por fin se dirigió hacia este círculo y de ahí, le llamaba:– Ven, ven hacia mí, ven.

Entonces sintió las piernas moverse para caminar. Al dar el paso para ingresar alcírculo, uno de sus pies tropezó con una roca, llevándolo hacia el suelo. Sus ojosdespertaron y, mirando hacia arriba, en el centro del círculo estaba la figura de un gatoabriendo la boca. Pies para que te quiero, se puso a correr, pero las piernas no le daban.Por más pasos que daba avanzaba unos cuantos metros. El cansancio era tal, y seguía,sentía que el círculo lo perseguía. Espuma blanca comenzó a salir de su boca, dio unavuelta en sí, y el cuerpo se desplomó. Solo ahí pudo ver un rostro borroso que se le

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acercaba a él, era mi abuelo, adolescente en aquel entonces, que lo llamaba al oído:“Papá, ¿qué pasa?, papá”.

Muy apurado cabalgó el muchacho con el cuerpo de su padre hacia a casa.El bisabuelo estuvo en cama con una fiebre incesante. La curandera le pasaba por el

cuerpo ungüentos preparados de muchas hierbas y pañitos fríos con manzanilla; así estuvopor tres largos días. Despertó un poco aturdido pero en sí. Le dijeron que él tenía que vivir.Un poco más y hubiese muerto o enloquecido, ya que el calor que despliega esta tinja tinjapuede secar el cerebro.

Antonio Huaman AnticonaCentro poblado de Conchas, Distrito de San Rafael

Ambo, Huánuco, 1911

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El oculto guardián del bosque

Fue un viernes de setiembre cuando fui con mi abuelo a un paseo de fotografía encompañía de su amigo. Fuimos a Tingo María, lugar que yo conocía por primera vez.Nadie podría imaginarse que un lugar tan hermoso escondía misteriosos seres ocultos,usados como advertencia para los turistas que no sabían de su existencia o, peor aún, nocreían en su presencia.

En la tarde, mi abuelo y su amigo se pusieron a discutir. Después de unos minutos,ambos se separaron y el amigo de mi abuelo decidió irse por el bosque. Estaba muymolesto y se desquitaba con cada cosa que se le cruzaba en su camino. Yo lo seguí paradetenerlo y pedirle que regrese porque ya estaba por anochecer. No me escuchó. Solologré ver su sombra desvanecerse y ahí me detuve; preferí regresar.

Poco después escuché:– Hijo ven, vamos a seguirlo. Se puede perder.No logré ver bien quién fue, pero era alguien parecido a mi abuelo. La única diferencia

eran sus manos muy arrugadas y de un color pálido. Era muy delgado y tenía esos ojos tanprofundos que al verlos parecía que dentro de ellos encerraba muchos gritos de silencio.Según algunas personas del pueblo escuché que no debías mirarlo a los ojos, pero eso nolo supe hasta después de haberlo hecho. Afortunadamente lo hice rápido porque no pudedetenerme a verlo, me invadió el miedo y preferí correr.

Antes de eso, agaché la mirada y vi un pie de él, deformado. Por lo poco que pude ver,no sabría decir si era de un animal o de un humano, pero si era de este último no tenía losdedos completos. Estaba muy oscuro y no podía distinguirlo bien. Definitivamente, no eraun hombre común. Eso sí puedo asegurarlo.

Corrí asustado, me puse a gritar a toda costa hasta que felizmente vi a mi abuelo. Sentíuna calma profunda y preferí no mirar atrás. Mi abuelo me preguntó por su amigo. Le contélo que sucedió y se preocupó.

Al día siguiente encontramos a su amigo tirado en medio del arenal del bosque. Estabainconsciente y en algunos momentos hablaba incoherencias. Lo llevamos de inmediato a lacasa y ahí la gente del pueblo ayudó llamando a un curandero, porque las medicinas noeran de gran ayuda. Después de varias horas de sesión con el curandero, el amigo de miabuelo se recuperó.

El curandero del lugar nos pidió que lo lleváramos por el camino que estuvo. Lo guié poresa ruta donde nos percatamos que había extrañas huellas. Él las miró detenidamente yme dijo:

– El chullachaqui aún no lo quiere, amigo. Tengan cuidado con él porque aún siguebuscando su presa.

Según cuentan en el pueblo, el chullachaqui, es un duende de pies disímiles. Siempre sedisfraza de diferentes personas para despistar a sus víctimas. Algunos dicen que se dedicaa capturar almas viajeras para sacrificarlas y otros afirman que lo hace por defender elbosque. No se sabe aún la causa real. Yo logré verlo una vez, pero no pude conseguir queel amigo de mi abuelo me cuente el final de esta historia.

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Carlos Ramos NapuriEn Tingo María,

Leoncio Prado, Huánuco, 1981

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La voz del viejo ronco

Esto ocurrió hace nueve años aproximadamente; yo era pequeño, pero recuerdo bien loque pasó. Eran alrededor de las seis de la tarde cuando mis padres salieron, dejándonossolos a mis dos hermanos y a mí. Yo estaba con ellos en la sala jugando casino. Las horaspasaban y fue cayendo la noche; seguíamos pegados jugando porque no había nada másque hacer.

En un momento mi hermana comenzó a discutir con mi hermano. Ellos tenían trece yquince años aproximadamente. Mi hermana, por piconería, comenzó a cantar una canciónmedio diabólica que había escuchado en una película porque sabía que mi hermano era unmiedoso.

Estábamos de lo más normal, las luces del fondo de la casa estaban apagadas. Mihermana seguía cantando cuando, de pronto, escuchamos una voz que provenía de uncuarto que quedaba al fondo, que estaba en desuso. Había algunas cosas guardadas ahí ynadie entraba a ese cuarto porque era oscuro y había pulgas. Entonces, esa voz gruesa yronca comenzó a remedar a mi hermana desde lo más tenue hasta lo más fuerte.Nosotros, aterrados y sorprendidos, dijimos:

–¿Qué pasa? ¿Quién está cantando con esa voz tan fea?Asustados, nos dimos cuenta de que la voz provenía de ese cuarto.Mis hermanos y yo, llorando del susto, comenzamos a orar. Salimos como locos de la

casa, aterrados. Estuvimos afuera como tres horas, esperando a que llegaran nuestrospadres.

Cuando nuestros padres regresaron les dijimos lo que había pasado y ellos entraronpero no encontraron nada. Después nos dijeron que seguramente eso había ocurridoporque mi madre encontró en la playa de Marcona un cráneo y se lo trajo a la casa comoamuleto, pero se perdió cuando lo dejó en ese cuarto oscuro y pulgoso.

Josué Abel Escriba GamboaUrbanización Sol de Ica

Ica, Ica, entre el 2001 y 2002

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La Cuda, dama de la noche

Era una noche de feria llena de música, fuegos de artificio y globos de papel que seelevaban en el cielo, durante las acostumbradas fiestas de la Virgen de la Asunción, enagosto. Los amigos más cercanos que tenía en aquel entonces andaban planeando susacostumbradas travesuras mientras yo, por mi parte, contemplaba el trayecto de losluminosos globos de papel que cada vez parecían alejarse más y más del pueblo. A decirverdad, los encontraba muy atractivos y empezaban a convertirse, sin duda, en lo másbonito que había visto.

Era sabido que si uno perseguía los globos, con suerte podía encontrarlos solo un pocoestropeados y así se podían volver a usar. Les propuse esta idea a dos de mis amigos yellos aceptaron con gusto, de manera que así lo hicimos.

Recorrimos un gran tramo hasta perder de vista el pueblo. No negaré que sentíamos unmiedo especial por hacer esta excursión de medianoche en el campo. Sin embargo la lunaen su plenitud ofrecía la suficiente visión para andar sin tropiezos.

Avanzamos por el monte en una extenuante caminata y de repente sentimos emoción alver un globo descender muy cerca de donde nos encontrábamos. Era el más brillante detodos. En ese momento el aire se volvió denso y pesado y sentí que el frío nos podía helarla piel. Pude también escuchar en el viento la lúgubre canción de un ave que decía “cudacuda”, que por segundos se repetía hasta sentirse más cercana.

Ya a pocos pasos, el globo reposó en el suelo y pude considerarme afortunado, mas eldébil manto comenzó a brillar con luz propia cuando pretendí tocarlo y el papel empezó aelevarse del piso y a retorcerse de mil formas hasta tomar la apariencia de una mujerdesnuda. Era muy alta e inquietantemente delgada, de tez pálida y demacrada, concabellos blancos y resplandecientes que danzaban enmarañados al viento y de ojos hondoscomo abismos. Era terriblemente horrenda. Su rasgo más asombroso era que poseía unalarga pierna exactamente igual a la de un ave.

De pronto, la sangre se me heló y tenía el cuerpo totalmente paralizado. Me percaté deque mis amigos se habían desvanecido y me encontraba solo. El huesudo ser avanzóflotando hacia mí, profiriendo los más incomprensibles y devastadores alaridos. En uninstante sentí cómo me iba desvaneciendo hasta ya no recodar más de lo que pasó.

Mis amigos me encontraron momentos después y me ayudaron a llegar a casa. Elencantamiento duró varias semanas, en las que estuve al borde de la muerte, pero mehicieron una “limpia” con diferentes métodos, tales como el uso de alumbre, el cuy, elhuevo, el ruido de un machete acompañado con conjuros desafiantes. Fue así comoconsiguieron salvarme.

Fuente oral: Vicente Salazar FloresAdaptación: Carlos Darwin Mera ChuquicahuaEn un hermoso valle llamado Conday, en las afueras de

Cutervo, Cajamarca, 1940

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Mi abuela y la sirena de la laguna

La laguna de Huacachina es un hermoso oasis en medio del desierto iqueño cuyaformación se atribuye a una mujer que, abandonada por su amado, se volvió sirena.Cuando mi abuela era muy joven se pasó toda una tarde pensando en la orilla de esalaguna. Estaba muy triste porque su novio de aquella época se había ido de Ica. De pronto,se percató de que había pasado mucho tiempo y ya no había luz de sol sino de luna.

A unos metros de distancia divisó a una mujer toda vestida de blanco que la observaba.Mi abuela no le prestó mucha atención, pues estaba más preocupada por cómo regresar acasa que por aquella mujer. Cuando comenzó a acercarse, mi abuela se asustó un pocoporque tenía un aire fantasmal. Trató de hacerse la desentendida; sin embargo, cuando lamujer ya estaba a menos de un metro de distancia pudo verle la cara. Era una mujerhermosa. Mi abuela no supo qué hacer, solo se quedó inmóvil ante esa figura parada frentea ella.

La mujer le dijo a mi abuela que sabía por lo que estaba pasando por que ella habíasufrido lo mismo. Aún estaba esperando a su amado que se había ido lejos. Hizo unapausa y mi abuela pensó: “ella debe ser la sirena de quien tanto hablan”, pero no se atrevióa decirle nada.

La mujer le contó que su amado le había prometido volver, pero había pasado muchotiempo y ya no quería esperar más. Por eso cuando una persona que no era lugareñoentraba a la laguna, ella lo jalaba al fondo, pero nunca era su hombre. Triste por ello, miabuela le dijo que a veces el amor es ingrato y que si su amado no había regresado, él noera su destino. La mujer la quedó mirando y asintió con la cabeza. En ese momento miabuela se sintió reconfortada porque se dio cuenta que ese consejo le servía a ellatambién.

La mujer miró a mi abuela como si le hubiese leído la mente, le sonrió y le dijo “siempreescucha a tu corazón que este ya tiene la respuesta”, y se fue internando lentamente en lalaguna hasta que las negras aguas la cubrieron del todo. De pronto, mi abuela vio la largacola de la sirena alumbrada por la luna llena.

Julissa Alexandra Hernández Sotomayor

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Laguna de Huacachina,Ica, Ica, 1950

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El duende de la higuera

Aquel verano me encontraba de vacaciones y decidí visitar a mi abuela. Ella tiene unacasa de adobe en el pueblo de Guadalupe, en el campo, en las afueras de Ica. Allí secuentan historias como las de las brujas de Guadalupe, que engañan a las personas y lasdesvían, y aparecen por los cerros; o la del patito de oro; o la más asombrosa, la deldiablo del cerro de Guadalupe.

Llegué a las tres de la tarde, luego de cuatro horas de viaje y saludé a mi abuela, peromis tíos y mis primos no se encontraban. De inmediato me instalé en una de lashabitaciones.

Ya en la noche, como a las diez, me dirigí al jardín de mi abuela. Era un huerto grandedonde tenía plantas de todo tipo: uvas, papayas, naranjas, pero lo que resaltaba más erala inmensa higuera. Bajo ella había una hamaca, perfecto lugar para descansar ycontemplar la linda noche de luna. Me recosté, y al poco tiempo vi que los higos caían alsuelo. “Qué raro”, pensé.

Poco después miré hacia arriba y las ramas comenzaron a moverse muy fuerte. En esemomento tuve miedo y corrí a mi habitación; entré y de inmediato me acosté. Estando solono pude calmarme.

No pasó mucho tiempo hasta que escuché pequeños ruidos. No eran de pisadas ninada de eso, eran sonidos indescriptibles; nunca antes los había escuchado. Perturbadopor los ruidos, me cubrí con las sábanas. Es entonces cuando sentí que algo subió a micama y comenzó a caminar por ella. Me destapé y solo alcancé a distinguir una figurapequeña del tamaño de un niño, pero con la cara arrugada.

Di un salto y dije una grosería. Salí de mi habitación y llegué a la de mi abuela. Ladesperté y le conté lo que me había pasado. Ella me dijo que lo que había visto era unduende y que era la planta de higo la que los atraía. Me contó que ella echaba aguabendita para que no se acercasen los duendes a su habitación; ya que sus cosas semovían de un lado a otro o desaparecían. Una vecina le había sugerido que corte lahiguera para que no atraiga más a estos seres pero ella desistió ya que esta le dabamuchos frutos que después vendía.

Cada vez que regreso a su casa ya no voy a esa habitación. Me da miedo el solo hecho

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de recordar ese día. ArlesDistrito de Salas,

Guadalupe, Ica, 2003

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Misterioso perro negro conocido como cadejo

Tenía diez años cuando me ocurrió lo siguiente. Eran como las diez y treinta de lanoche, yo volvía de un concurso interescolar en Nazca y mis papás se demoraban pararecogerme en la agencia de buses. Mi profesora se ofreció a llevarme hasta mi casa, yaque la suya estaba cerca. Al llegar a su casa, ella dijo que yo avanzara sola y que ella meestaría vigilando, lo cual hizo pero solo por escasos segundos.

Entre su casa y la mía había un parque infantil algo extenso y semi abandonado. Conmucho miedo empecé a caminar por ahí hasta que vi venir un perro totalmente negro demediana estatura en dirección contraria a mí. En ningún momento pude quitarle la miradaporque me daba mucho miedo y, cuando estuvo a un metro de distancia, pude verclaramente cómo su cuerpo se transformaba en una especie de serpiente o sombra largaque se metió entre unas rocas en las que estaba parado. El perro no corrió, no se fue;realmente cambió de forma. Yo lo vi claramente, aunque parezca insólito. El susto fue tangrande que me fui corriendo a mi casa y nunca les conté de eso a mis padres.

Años más tarde, buscando en internet, encontré varias historias parecidas a la mía. Sedice que el perro negro o Cadejo se les presenta a las personas que caminan solas por lanoche (con excepción de los niños, que son personas inocentes) y suelen ser muyagresivos mostrando sus horribles ojos rojos. Quienes lo han visto y han logrado huir convida, dicen que este animal es capaz de coger la forma de cualquier otro animal y provocarmucho miedo.

Realmente no sé si fue un cadejo o no lo que vi aquella noche, pero estoycompletamente segura de que ese no era un perro común y corriente. Han pasado muchosaños y he podido olvidar muchas cosas de esa noche, pero no lo que hizo ese perro ya quefue algo muy impactante.

KayokeSan Juan de Marcona

Nazca, Ica, 1991

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El fantasma que te acaricia mientras duermes

Una noche como cualquier otra regresé a mi casa después de jugar con mis amigos delbarrio. Ingresé, abrí la puerta de la sala y ahí estaba. Era una sombra negra con la figurade un hombre. Se notaba que tenía el cabello corto y pantalones porque estos se movíancon el viento de la noche. Solo me miró y volteó la cabeza para verme correr como un locohacia mi cuarto. Entró mi prima a la sala y también lo vio. Ella prendió la luz y la sombradesapareció.

Luego mi prima me sacó de mi cuarto y me llevó a su casa para dormir donde mi primoPercy. Ya acostado junto a mi primo se escuchaban pasos afuera del cuarto. Miré la hora;eran las dos y yo aún no conciliaba el sueño. Cogí la sábana y me tapé todo el cuerpo,estaba temblando de frío. Cuando ya me sentía cansado, dejé de lado todo. Ya me estabaquedando dormido cuando en eso sentí el frío más intenso. Fue entonces que ocurrió algoque no he podido sacar de mi mente desde hace tres años; sentí que me acariciaban lacabeza, como cuando una madre tiene un hijo en su regazo para que duerma. Tuve unasensación muy tenebrosa y escalofriante esa noche. Lo peor de todo es que no podíahablar, no sé si sería por el miedo que tenía.

Pero eso no fue todo; después de unos tres minutos aproximadamente dejó de tocarmela cabeza y se puso al costado de la cama mirándome fijamente. Yo lo único que hice fuetaparme los ojos con la sábana y de repente sentí que se sentó en la cama y acarició mispies durante unos cinco minutos y luego se levantó de la cama y se marchó susurrando ami oído: “¡Perdón!”. Esa noche no pude dormir por tal encuentro.

Después de dos años, cuando ya estaba en la universidad, mi prima me llamó un día yaque había consultado con una persona que sabía sobre estas cosas y le contó todo sobreese día como si hubiera estado ahí. Mi prima me dijo que aquella persona que estuvotocándome esa noche era mi tío, quien había fallecido por esos días.

TrokersSanta Rosita,

Pisco, Ica, 2008

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El niño nakaq

En mi niñez, en un viaje a Jauja fuimos con mis tías a visitar a la familia de la hermanade mi abuelo. De casa humilde pero bonita, al estilo serrano, aquella familia estabaintegrada por la hermana de mi abuelo, una anciana muy buena; su esposo, postrado encama debido a la vejez; sus hijos y sus nietos, de quienes me hice amigo rápidamente.

Todos vestían de negro, inclusive los nietos. Mientras los adultos conversaban,nosotros jugábamos. En una ocasión, la nieta, muy triste me dijo:

– El abuelo va a morirVeía a los adultos tan preocupados y veía de reojo que la abuela no dejaba de llorar.La casa estaba arreglada. Por la tarde llegó la lluvia. Entonces sonó el timbre; abrimos

la puerta y era un hombre con barba y cabellera larga, con un poncho y un bolso. Saludó atodos mientras chacchaba su coca. Cuando este hombre se sentó a conversar con lafamilia, me llevaron a un cuarto en donde me cambiaron la ropa por una de luto, de uno delos nietos. Así me llevaron junto con los demás niños que estaban en el cuarto donde seencontraba el abuelo, nos formaron en fila al costado de la cama y mis tías al otroextremo.

Aquel recién llegado era una especie de chamán; inclinado junto a la cabeza del ancianole susurraba rezos. De pronto entró la familia; las mujeres lloraban a mares y llevabanconsigo una caja muy bonita de madera tallada y pintada de color dorado. Al acercarse ala cama abrieron la caja, tenía una puerta similar a la de un retablo ayacuchano, era comoun pequeño altar. Dentro de la caja, echado sobre un mantel rojo, se encontraba unhermoso Niño Manuelito hecho de yeso y con un roponcito tejido y adornado conincrustaciones brillantes; pero este niño llevaba en su brazo un pequeño cuchillo.

Acercaron la pequeña caja a los pies del anciano, parecía que se la mostraban, aunqueel abuelo tenía los ojos cerrados. El chamán inició el ritual diciendo unas plegarias que eranrepetidas por los demás. Empezó a cantar en quechua una canción muy triste suplicando ala Wawita Nakaq. En eso el abuelo empezó a toser, lanzó una tos muy fuerte y ronca. Asíacabo el ritual, todos le dieron un beso en la frente y la mejilla al anciano.

Mientras bebían café, el chamán contaba que el Niño Nakaq se desprendía de laestatuilla y saltaba a la cama donde estaba el anciano y que corría por encima hasta

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pararse encima de su pecho y con su cuchillo le asestaba puñales en el corazónproduciendo con cada golpe que el anciano pierda más y más fuerza, logrando que mueramás rápido y deje de sufrir.

Por la madrugada, de pronto, desperté al escuchar la bulla fuera del cuarto donde yodormía con los demás niños. Curiosos nosotros, entreabrimos la puerta para observar loque pasaba. De ahí podíamos ver el cuarto del anciano. Su esposa lloraba a su costado ytoda la familia se quebraba ante el lecho de muerte; el Niño Nakaq había cumplido con sutrabajo.

Henry James Orellana SantanaYauyos

Jauja, Junín, 1996

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La amenaza del condenado

Cuenta mi abuelo que cuando trabajaba como guardián en una hacienda presenciócómo el condenado se llevó consigo a su patrón. El malhumorado hacendado trataba condesdén a los obreros que laboraban en su hacienda. Mi abuelo tenía el cargo de guardián yera el hombre de confianza del patrón, aunque no coincidía con los malos tratos a lostrabajadores.

En una ocasión murió uno de los trabajadores debido a un accidente en la hacienda; sele había incrustado un tridente. Al día siguiente iba a ser el velorio y luego el entierro. Lostrabajadores pidieron permiso al patrón para que los deje ir a despedirse, pero el patrónmuy ofuscado los negó. Debido a que los obreros temían que los trate mal o que no lespague, eran muy cuidadosos en no hacerle reclamos. Incluso pidieron a mi abuelo queinterceda por ellos. Aún así, el hacendado prohibió que salgan, castigándolos y haciéndolestrabajar más horas pero con pagos reducidos.

Luego de unos días, mi abuelo al llegar a la hacienda, vio trabajar a los obreros, pero lacasa del patrón estaba cerrada. Al entrar vio que el hacendado estaba aterrado dentro desu oscura casa, pues no había luz eléctrica y, peor aún, no ingresaba la luz del día. Elhacendado le contó que había tenido una pesadilla: veía que su hacienda estabaabandonada y sus cosechas muertas, era un día gris y sus ganados eran esqueletos. Depronto, personas vestidas de negro enterraban un ataúd en su chacra. Al despertar vio queal pie de su cama estaba el espectro del trabajador muerto. Este le preguntó: “¿Por qué nodejaste que fueran a mi entierro?” y luego le dijo que se iba a morir.

Fue así que el hacendado no salió de su tenebrosa casa todo el día. Al siguiente díatampoco salió de casa. Al tercer día tampoco lo hizo, y era el día de pago a los obreros,labor que hizo mi abuelo por órdenes del aterrado patrón. Cuando mi abuelo le preguntó alhacendado que por qué no salía, él le decía que siempre tenía la misma pesadilla y que nosaldría pues temía que se cumpla la amenaza del condenado. Se sentía más seguro en sucasa.

Así pasó más de una semana sin salir de su casa. Molesto por la actitud delhacendado, llegó su hermano y junto a mi abuelo lo forzaron a salir, aunque el patrón senegó. Luego de tanto tiempo y, ante la presión, el hacendado aceptó ir de a pocos afuera.Solo daría un vistazo desde su balcón del tercer piso, como un primer paso. Fue así quesalió al pequeño balcón. De repente los rayos solares opacaron la vista del hacendado,cegándolo y provocándole dolor. Entonces comenzó a desesperarse y repentinamentetropezó del balcón cayendo aparatosamente al suelo y muriendo en el acto.

Maria Elena Orellana AmbrosioDistrito de San LorenzoJauja, Junín, 1916

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El enojo del Amaru

Mis tíos tenían una casa que miraba a los sembradíos y a los verdes campos, yafueran tierras suyas o de sus vecinos, donde el paisaje era hermoso. La rodeabangigantescos árboles y a lo lejos se veían hermosas montañas. Cuando era niña íbamos avisitarlos frecuentemente.

Casi siempre me pasaba las horas jugando por el campo junto a mis primos hastadonde mis tíos nos permitían alejarnos, pues decían que más allá habitaba el monstruo.Cuando llovía con mucha fuerza me decían: “el Amaru está lloviendo”.

Yo ya tenía una idea de aquel monstruo, pues mis abuelos y mis tíos me explicabancómo era y que siempre que llovía fuerte y granizaba, este volaba entre las nubes. Cuandoocurría esto siempre me paraba a mirar al cielo, pero siempre me molestaban para que nome moje la ropa, así que entraba a la casa para evitar el castigo.

Hubo una ocasión en que llevamos de paseo al perro y junto a mis primos corríamospor todo el campo. Decidimos ir por las montañas pues, a pesar de lo que nos contaban,no nos tenían prohibido ir allá. Además, no era la primera vez que transitábamos por eselugar. Claro que no nos adentrábamos más de la cuenta.

Aquella montaña tenía dos cuevas, las cuales siguen hasta hoy. Siempre que iba porahí las miraba pero nunca ingresaba, pues tenía miedo. Aquel día pasamos por ahí cuandoel cielo empezó a nublarse. Supe entonces que el Amaru aparecería. Y comenzó la garúa.Con mis primos nos acercamos a la cueva y nos asustamos al ver que de ahí salían cincoovejas manchadas con sangre. Pensamos que quizás eran de algún pastor, pero no habíaninguno por ahí.

De pronto, la lluvia se hizo más fuerte; era momento de volver a casa. Antes de irnosseguimos viendo la entrada de la cueva un rato más y lanzamos unas piedras. Cuandoestábamos a punto de irnos, de pronto, un gruñido como de un monstruo se escuchó deadentro de la cueva. Lo escuchamos muy claro, tanto así que corrimos aterrados sin miraratrás.

Al salir de la montaña y volviendo al campo, de pronto comenzó a granizar, pero muyfuerte. Al llegar a casa contamos nuestra experiencia a mis tíos. Ellos, muy molestos

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porque estábamos mojados, nos gritaron: “¿ya ven? Ya molestaron al amaru! Maria Elena Orellana AmbrosioDistrito de Paca

Jauja, Junín, 1974

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La visita del jarjacha

Aquella vez yo tenía como dieciséis años y fui con mi primo y mi tía de visita a la casade su cuñada, . En esa época vivía en la Oroya, y la cuñada tenía su chacra atrás de sucasa, cercada por un viejo muro de adobe que ya estaba desmoronándose y que soloservía como cerco. Pero ahí en los bordes era donde crecían más los arbustos poradentro y el ichu por afuera. Alrededor de toda la chacra había un pequeño canal deregadío de agua barrosa.

Al caer la noche, se hacía más oscuro el lugar y solo la sala tenía un foco. Lo demásera oscuro. Cuando salía al baño por detrás de la casa divisaba la chacra oscura. La lunailuminaba de forma tenue; en eso escuché un ruido y me adentré. Sonó como un chasquido,me incliné para tratar de ver entre la penumbra. De pronto sonaron las hojas de losmatorrales. Acercándome más podía escuchar el agua correr en el riachuelo de la chacra.Trataba de mirar en la oscuridad. Ahí, entre los matorrales, cerca del brillo que producía laluna en el riachuelo, pude ver la silueta de una llama. Era imponente, pero estaba quietamirándome; me preguntaba si esa llama pertenecía a esta familia. Volví adentro ycomuniqué lo que había visto.

Inmediatamente la cuñada y su esposo supusieron que se había metido un animal a lachacra para comerse las cosechas, entonces el señor de la casa salió con una soga,nosotros con escobas. Mi primo y yo salimos a la chacra pero no ubicábamos al animal. Enel silencio sobresalía el sonido del riachuelo. Los esposos silbaban y hacían ademanespara espantar a lo que estuviera ahí. Arrojamos piedras entre los arbustos, en eso seescuchó que algo se movía.

– ¡Ahí está! - gritaron.Entonces saltó una llama muy esbelta. Inmediatamente otra llama saltó detrás de esta,

resbalando en el riachuelo, pero se repuso. Dada la oscuridad, no logramos ver bien a losanimales. Entonces el señor tronó la soga al piso como si fuera una honda y las llamas seespantaron, en eso se oyó el grito del señor:

– ¡Carajo, jarjacha, jarjacha!Yo estaba sorprendido. Mientras el señor las espantaba, su esposa gritaba para que

las bote. Mi tía aterrada se metió a la casa. Las llamas se alejaban pero luego sedetenían. Cuando se hacían notar a la luz de la luna, trataba de ver si eran jarjachas.Quería ver sus otras cabezas, pero por lo que alcancé a ver tenían algo que les colgabadel cuello, parecido a una larga cola. No sabría decir qué era pues no se veía muy bien;quizás era algo que los campesinos ponían a sus animales para reconocerlos o quizás sieran sus segundas cabezas, aunque estas parecían salir de cuellos muertos debido a queestaban colgadas.

El señor corrió hacia las llamas hondeando su soga, haciendo que estas se espanten.Dando un salto en el muro huyeron las llamas; el señor se asomó al muro y aunque no seveía nada trataba de calmarnos diciendo que ya se habían escapado. El señor estabaagitado y muy enojado; cuando ingresamos en la casa, el señor maldecía incesantemente:

– ¡Malditos jarjachas! Alguien está haciendo porquerías.

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Henry James Orellana SantanaUrb. Chulec, distrito la Oroya

Yauli, Junín, 2005

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El niño de la mina

Esto es lo que contó mi abuelo, José Morales:La noche llegó demasiado pronto y no habíamos terminado el trabajo. Jacinto, Felipe y

yo decidimos quedarnos a avanzar un poco más. Los demás se iban nada más a las diezde la noche y nos miraban mientras se retiraban. Nosotros seguíamos con la ropa detrabajo, trabajando. Al vernos hablaban entre ellos y se reían; qué extraño era todo.

Pasaron las horas y nos adentramos más en la mina. Ya casi era medianoche así queJacinto sacó de entre sus cosas una botella de chicha de jora y empezamos a tomar, peroestábamos demasiado cansados; así que decidimos dormir ahí, dentro de la mina.Mientras dormíamos, comenzaron unos ruidos como de golpe de metal y risas de niño queno me dejaron seguir durmiendo. Levanté la mirada hacia el interior de la mina y vi unresplandor amarillento.

Mi curiosidad pudo más que mi miedo. Di unos cuantos pasos y los ruidos se hacíanmás fuertes. Distinguí a un niño en ropas doradas: vestía solo un overol y su cabello eratan dorado como el oro. El color de su piel era blanco, sus mejillas chaposas y su tamañocreo que llegaría a ser como el de mi pierna. Se encontraba jugando con metales que nohabíamos visto antes con mis amigos. Estaba riéndose mientras tenía en sus manos oro,tanto oro que no podía sujetarlo con sus manitas.

Me quedé impávido por un momento, pero de alguna forma, no sé cómo, reaccioné.Comencé a decirle: “Niño, qué haces aquí, ¡niño!”, pero no se inmutaba. Entonces decidíacercarme a paso lento y, cuando estuve muy cerca de él, le tomé del brazo y le dije “¿quéhaces aquí?”. De pronto levantó su rostro hacia el mío y pude ver su mirada. No era la deun niño, era la de alguien viejo; su cara estaba arrugada y sus ojos cambiaron totalmente.Transmitían furia, enojo, y me respondió casi de inmediato con una voz latosa: “¿ustedesqué hacen aquí? Esta es mi casa”.

Quise soltarlo pero con su otra mano tomó mi brazo. Su mano era muy pequeña, perotenía uñas grandes y gruesas que empezaron a lastimarme el brazo. Lo único que atiné ahacer fue sacar a “lenora” – así es como llamaba a mi puñal – y le hice un corte en elbrazo. Me soltó. Empecé a correr hacia donde estaban mis amigos y comencé adespertarlos.

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Mientras lo hacía, el resplandor seguía. No sabía cómo despertarlos así que agarré lapoca chicha que quedaba y se las eché en la cara. Cuando despertaron no atiné a decirnada. Solo les señalaba con mi mano hacia dónde mirar y cuando lo hacían vi como elresplandor desaparecía. Al ver mi puñal, donde supuestamente debía haber sangre por elcorte que hice, no había nada. Solo noté que la navaja brillaba más.

Jan Carlos Morales Acuña

Pataz, La Libertad, 1960

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Misterios que esconde nuestra casa

Mis padres compraron un terreno en el jirón Ayacucho y construyeron una casita de trespisos. Cuenta mi papá que un día, mientras estaba haciendo los cimientos de la casa, viouna especie de baúl, sepultado en la tierra. Agarró una pala y empezó a sacar la tierra y,faltando poco para conseguir el baúl, escuchó pasos, como si alguien se acercase. Almismo tiempo la tierra empezó como a tragarse lo que había, él siguió intentando, pero nopudo sacarlo. Lo que sí encontró fue una vieja cuchara de plata.

Años más tarde, mi tía María se mudó con nosotros. Ella vivía en un cuarto del tercerpiso. Se levantaba temprano cada mañana a preparar el desayuno hasta que un día, alregresar de la cocina, vio un esqueleto, como de un niño, en la escalera cerca de suhabitación. No le dio importancia pues pensó que era parte de su imaginación. Así, pasaronlos días y no lo volvió a ver.

Mi madre era vendedora de sánguches y cada noche le gustaba ver sus novelasmientras desmenuzaba el pollo. Yo tenía alrededor de cinco u ocho años, así que mesacaba de ahí y me llevaba a la habitación de mi hermana mayor, pues decía que lasnovelas no eran para mí. Así ocurría todas las noches. Me dejaban sola en el cuarto deCarmen, cuya cama estaba al lado de la ventana.

Recuerdo que yo siempre terminaba sentada jugando con tres niños. Uno de ellos sesentaba en la ventana y dos en mi cama, y me buscaban las manos para jugar. A mí measustaba el que se sentaba en la ventana pero poco a poco le fui perdiendo el miedo.Había otro que en las noches lloraba, y cuando me levantaba a verlo lo encontraba sentadoen mi escalera, que daba del primer al segundo piso. Cuando yo le preguntaba por quélloraba, tan solo me miraba y se quedaba sentado.

A la mañana siguiente para mí todo había sido un sueño, pero casi siempre sucedía lomismo. Y si le decía a mi mamá, me decía que era parte de mi imaginación.

Una madrugada, al despertar, vi la figura de una mujer apoyada cerca de la cómoda demi cuarto. Yo pensé que era mi mamá y la llamé, pero no me respondió.

Le volví a preguntar: “¿mamá?” y pronto escuché que mi mamá había bajado al primerpiso a preparar el desayuno para la venta. En ese momento sentí miedo, me tapé con la

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sabana y me quedé dormida.Poco a poco, con el paso de los años, fui olvidándome de estas cosas. Hasta que un

día, en la otra casa de mis padres, sentí un escalofrío. Fue un miedo que me trajo todoslos recuerdos de ese entonces además de una sensación de pesadez en el cuerpo, sinentender por qué. Al contarle a mi hermano Joseph, él me dijo que olvidara todo, pues deseguir pensando en ello esas sensaciones no se irían.

Años más tarde mi hermana Sole tuvo a su hijo y este, a los dos años, lloraba muchotodas las noches. Así que lo llevó ante una señora para que le pase el alumbre, y entoncessalió que una mujer encadenada asustaba a mi sobrino. En ese momento me di cuenta deque todo lo que viví no era parte de mi imaginación; más aún, cuando yo tuve mi hijo y estele contó a sus abuelos que vio a una mujer cerca de la cómoda de la habitación, en elmismo lugar donde yo la vi cuando era niña.

NathyCasa ubicada en el centro cívico

Trujillo, La Libertad, desde 1976 hasta 2006

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El cura sin cabeza

Al lado de la Iglesia Católica, del distrito de Mochumi en la provincia de Lambayeque; afines de los setenta y principios de los ochenta, existía una plataforma deportiva, llamadapor los lugareños la canchita deportiva. Eran tiempos en los que el servicio eléctrico erabastante restringido. Recuerdo claramente el grito en las calles de los niños en elatardecer:

– La luz, la luz – coreaban a viva voz, al llegar dicho paupérrimo servicio.En esos tiempos, cursaba la primaria en una escuela estatal cerca de mi casa y de la

Iglesia. Los niños de mi generación: James, Will, Llen, Tulio, Garbel y yo, teníamos queesperar que oscureciera para poder jugar fulbito en la canchita deportiva de la iglesia. Eracuando los más grandes la desocupaban por no poder ver bien la pelota. Alguien ideópintar la pelota con color fluorescente, como el que usaban los cirqueros para algunaspresentaciones. Así recién podíamos jugar unos quince minutos, o como decíamos, “mediahora en dos tiempos”.

Lo cierto es que cuando alguno de nosotros pateaba muy fuerte la pelota y el porterono la detenía, nadie quería ir solo a buscarla. Todos sabíamos que salía un cura sincabeza con su túnica dominica. El tema es que en una oportunidad fue mi pelota la quetuve que buscar. No fui solo por ella, me acompañó James, otro niño, quien la divisóprimero, la recogió y, al levantarla del suelo, escuché que gritó:

– ¡Corre Lito!No entendí por qué tendría que correr, hasta ver como se acercaba de forma muy

silenciosa y escalofriante el cura sin cabeza. Realmente había gritado muy fuerte James,pues en unos segundos todos estábamos en la calle.

– Falta alguien – murmuraban.– Lo vieron, lo vieron - decía el ahora finado hermano de James.– Sí, lo vimos respondimos varios.

Producto de esa experiencia, regalé la pelota y dejé de jugar fulbito. Pasó el tiempo yen la secundaria decidí practicar otros deportes como el basquetbol y el fulbito de mesa.

En la actualidad tengo cuarenta años y vivo en Lima, ahora que regresé de México. EnMochumi construyeron una iglesia nueva y la famosa canchita deportiva no existe más. Aún

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al reunirnos los de mi generación, en las oportunidades en que viajo para allá, recordamosnuestra niñez. Y no falta algún amigo que siempre mencione:

– ¿Se acuerdan muchachos del cura sin cabeza? Carlos David Campos PaicoDistrito de Mochumi

Lambayeque, Lambayeque, 1980

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Mi abuelo y el hombre de la casa vecina

Mis abuelos se habían casado hacía poco. En esos tiempos, el alumbrado eléctrico aúnno llegaba a todas las casas y se alumbraban con candiles. Un día estaba mi abuelaafanada en sus tareas diarias en la cocina cuando le pareció ver que un hombre entraba enel patio de la casa vecina, la cual estaba deshabitada desde hacía buen tiempo.

La abuela esperó ansiosa al abuelo Cirilo, que era policía, para contarle sobre lo quehabía visto. Cuando él llegó, ella empezó con su relato. Apenas si logró concluirlo, porqueel abuelo dio media vuelta y se fue en busca del sujeto, pero cuando llegó a dicha casa noencontró a nadie. Tal vez la abuela se había equivocado.

Después de algunos días y cuando ya todos en la casa de mi madre habían olvidadoesa historia y el abuelo Cirilo disfrutaba de su día de franco, la abuela comenzó a gritar:“¡Cirilo, el hombre de nuevo está en el patio!”.

El abuelo se puso de pie de un solo golpe, se colocó sus botas y, con arma en manosalió en busca del dichoso individuo. Esta vez sí logró verlo. Y con la voz de mando, quesaben sacar de sus gargantas los policías, le gritó que se detuviera. El sujeto no hizo casoy comenzó a correr. Se dio inicio a una persecución intensa. La gente del pueblo alentabaal abuelo y le gritaban: “Por allí va, detrás del muro” y cosas por el estilo. Sin embargo,cuando el abuelo Cirilo creyó halarlo por la camisa, el hombrecillo se le desvaneció entrelas manos por unos matorrales de los límites del pueblo.

Fue así como el viejo Jacinto propuso que tal vez lo que el abuelo había perseguido noera una persona de carne y hueso sino un ánima en pena. Se ofreció como voluntario paradormir en la casa vecina y así lo hizo. Llegó cargando su cama y se instaló por semanas enuna esquina de la cocina desde donde podía verse el patio.

El viejo Jacinto era un hombre paciente, así que esperó sin perturbarse por variasnoches hasta que el hombre regresó. Apareció en el mismo lugar donde la abuela lo habíavisto la primera vez y avanzó hacia la cocina, pasó junto a Jacinto sin mirarlo, caminó hastauna loseta mal puesta y desapareció. Hizo esto una y otra vez, siempre con Jacinto comoobservador.

Cuando Jacinto contó aquello, el pueblo y mi abuelo decidieron remover todas laslosetas de dicha cocina. Grande fue su sorpresa al descubrir el esqueleto casi completo deun niño. Solo le faltaban los huesitos de uno de sus dedos meñiques. Lo velaron, le hicieronla misa respectiva y el hombre de la casa de al lado nunca más volvió a visitarlos.

Giselle Gabriela Fernández del RíoMotupe

Lambayeque, Lambayeque, 1940

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El ser de humo

Una noche, regresando desde Huanchaco a Lima, el bus en que veníamos se averió.Teníamos que esperar resignados a que lo repararan. Mientras estaba detenido, yo estabacon la mirada fija hacia el exterior, en medio de la carretera, donde todo era muy oscuro.De pronto, vi que en la berma central de la carretera, a unos veinte metros delante denosotros, había una especie de humo blanco. Al fijarme bien, supe que no era humo; erauna figura humana. Se distinguía la cabeza y estaba moviendo los brazos, peropermanecía fijo en el mismo lugar. No tenía pies, solo acababa en punta.

No estaba muy segura de lo que veía. Además, la imagen era tenue y cuando veníancarros en dirección contraria las luces me cegaban, y dejaba de verse la figura.

Después de dudarlo un rato, pregunté a mis compañeras de asiento si también lo veían,pero no. No quise insistirles para que no pensaran mal de mí, pero yo lo veía muy claro. Notenía sentido; parecía la representación típica de un fantasma, pero no podría decir si erahumo, polvo blanco o qué, solo que sí, era la figura clarísima de un ser humano. Así quetraté de concentrarme en otra cosa porque pensé que podría estar alucinando. De cuandoen cuando volteaba a mirar y lo seguía viendo, en el mismo sitio.

Luego de casi una hora que estuvo detenido el bus, este al fin comenzó a andar. Yodecidí mirar bien a medida que nos acercábamos al lugar donde estaba aquella imagenpara entender de qué se trataba.

Cuando el bus pasó por el lugar y pude verlo a unos tres metros, ya no había ningúnser. En su lugar vi en el suelo, en donde había estado suspendido este ente, una casitatípica con una cruz. Era de esas que se encuentran en las carreteras, indicando que justoallí alguien había fallecido en algún accidente de tránsito. Sentí mucho miedo al ver esto, ysolo atiné a ponerme a rezar.

AnyEn la carretera Panamericana Norte

Barranca, Lima, 1990

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Guardián de la memoria

Don Indalecio había nacido en Santo Domingo de los Olleros, un pueblito entre unabismo infinito y cerros escarpados en las alturas inmediatas a Huarochirí y desde dondese tiene una vista inmejorable del valle de Chilca. Mi abuelo materno lo conoció.

Él contaba que en Chilca, en el cerro la Estrella, había un lugar de culto para losantiguos, una especie de colca junto a un matorral. A un costado había una especie depromontorio de piedras muy bien puestas, salpicadas de pedernales y, en medio, unagujero. Era un pucará, un lugar de culto prehispánico, donde cada cierto tiempo sedepositaban ofrendas de chicha y de maíz blanco para reverenciar y venerar al espíritu delos ancestros. Este espíritu seguía residiendo en esa estructura de piedras donde encarnóy todavía era invocado frecuentemente. Era un ser que de alguna manera seguía vivo y quellevaba una existencia paralela a la de los hombres.

Don Indalecio había perpetuado los relatos de la comunidad y la tradición oral más alláde su casa y de ese pucará. Más allá del sentido común y aún más allá de la realidad, unavez cernida la verdad de la mentira.

De niño fue tocado por un rayo y no murió. Sobrevivió a este accidente del destino unanoche en que tenía que llover, y llovía. Y fue entonces que todos concluyeron que habíanacido para servir a la comunidad y que era un emisario de los apus, capaz tanto decastigar como de dar recompensa, dotado de poder y voluntad. Luego, con el paso deltiempo, cuando otros hablaban de él, siempre mencionaban cómo había sobrevivido a latriple descarga del rayo, relámpago y trueno.

Le conocían con un nombre antiguo: el illapu. Otros preferían llamarlo el paqu, porqueera distinto, porque él podía mirar en los parajes así no hablara con ellos, porque ahoraera un paqu, un ser mágico.

Él representaba las voces e imágenes que daban forma a esa otra parte de la historiade la que también estaba formado este país. Una promesa de nación y espíritu, superior almundo tangible, a todos los avatares de la vida cotidiana y a todas las fuerzas rectoras dela naturaleza. Fue el verdadero maestro del arte inacabado de contar las tradicionesandinas. Él adquirió de sus mayores el arte de narrarlas a fuerza de imitaciones yrepresentaciones. Aquellas narraciones que ellos le enseñaron, a veces maravillosas y aveces extrañas, le fueron contadas a cualquier hora del día o de la noche.

Fue el guardián de la memoria de Chilca, del pasado anterior y del pasado reciente.Fue también el guardián de la identidad local y las tradiciones orales.

Pero también sabía que a veces es mejor callarse, guardar silencio, ser como cualquierotro, uno más. Otros, antes que él, habían confundido tiempo e historia y él no deseabaser como aquellos. No había por qué juntar o enlazar a los muertos y heridos de tantas ytantas batallas por la condición humana.

Dante Alberto Queirolo DefilippiComunidad Campesina de Chilca

Cañete, Lima, 1950

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La llorona

Una noche de neblina, mi cuñada y yo estábamos conversando en la puerta de sudepartamento mientras esperábamos a un amigo y, de pronto, vimos a una mujer que seacercaba hacia nosotras llorando y gritando. En ese momento pensamos que se trataba deuna vecina que solía llegar embriagada de alcohol y a veces haciendo bulla. Al principio nole prestamos atención pero, al acercarse, yo me percaté de que no tenía pies. Almencionarle esto a mi cuñada, ella confirmó lo que yo acababa de ver. Nos metimos en eldepartamento, apuradas y ya con miedo por lo que estábamos presenciando.

Estando dentro del departamento, como no escuchamos ruido alguno durante un par deminutos, nos asomamos por la ventana para constatar si la mujer había desaparecido. Alabrir la cortina nos dimos de cara con ella, que estaba llorando. Su aspecto era como sihubiera sido quemada y, sin embargo su única reacción fue sonreírnos. Gritamos tan fuerteque al instante salió nuestro amigo, quien vivía en el departamento de al lado y él, desdeafuera, nos dijo que no había sentido grito ni llanto alguno; solamente los nuestros.

Ana MaríaChaclacayo

Lima, Lima, 1997

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Fantasma del jardín

Esto ocurrió hace unos años, cuando todavía estaba en el colegio. En mi cuarto, que dapara el jardín, cada noche desde las doce hasta las dos de la madrugada se escuchabacomo si alguien estuviera orinando. Yo siempre salía para ver quién era pero no habíanadie. Cuando regresaba al cuarto y me echaba a dormir, se escuchaba otra vez el mismosonido.

Un día se lo conté a mi abuela y ella me dijo que debía agarrar un balde con orines yque la próxima vez que escuchara el sonido, lo tiré hacia el jardín, cierre todas misventanas con seguro y apagué la luz. Además, me recalcó que pase lo que pase no salierade mi cama hasta el día siguiente. Eso hice; esperé despierto hasta la medianoche yagarré el balde con orina y la aventé fuera de mi cuarto. Cerré rápido mi puerta con llave,después salté a mi cama y me tapé con la frazada. De pronto, alguien comenzó a llamar ami puerta y quería forzarla. Luego, comenzaron a tocar mis ventanas al mismo tiempo. Nopude dormir en toda la noche.

Al amanecer, comencé a cavar en el jardín en un lugar en donde las plantas parecíandesenterradas y encontré una bolsita llena de canicas y monedas antiguas. La puse en laventana de mi cuarto pero durante la noche algo o alguien se las llevó.

Nunca más vi esa bolsita ni tampoco volví a escuchar esos sonidos a la medianoche. Benji José Hurtado TomayllaCercado de lima

Lima, Lima, 2009

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Duende rockero

Yo tenía en la pared de mi cuarto pósters de grupos de rock y heavy metal. Tendríaveinte o veintiún años de edad.

Una noche cualquiera desperté, pero lo raro fue que estaba muy lúcido, como si yahubiera amanecido. Ya no tenía sueño y yo mismo me dije “¡Qué raro! Desperté pero sigueoscuro. ¿Por qué no hay sol?”. Solo entraba un poco de luz por la ventana a través de lascortinas, que eran muy transparentes. Cuando miré el reloj de la pared era recién las tresde la mañana.

Estaba cien por ciento lúcido, así que me quedé mirando el techo, las paredes y todo.En eso vi a una persona chiquita que flotaba en el aire. Nunca me olvidaré de eso; teníablue jeans y llevaba una casaca de cuero, también tenía en la cabeza una pañoleta blancacon puntos negros o rojos. Lo más raro fue que no llevaba zapatos porque… ¡no teníapies!

Yo lo miraba y no lo podía creer. Estaba ahí, en el aire, flotando de espaldas a mí yparecía conversar con los integrantes de un póster. Era una imagen grande del grupo IronMaiden.

Mi cama estaba junto a la pared y los pósters estaban pegados a ese lado de la cama,así que lo podía ver medio de perfil. Decidí sentarme para verlo más de cerca. Pareceque se asustó al ver que yo me sentaba porque de pronto se hizo chiquito hastadesaparecer en un punto. Simplemente se desvaneció.

Yo me asusté, me volví a echar y me tapé. Recuerdo que recé y me quedé dormidodespués de un buen rato.

Al día siguiente lo comenté durante el desayuno. Mis hermanas se asustaron y mimadre me dijo que era por culpa de esos pósters que atraen a esas cosas satánicas.

Moisés Damián EsquivelBreña

Lima, Lima, 1993

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Higófago

La única vez que me pasó algo tan extraño como ver un duende fue hace treinta añosmás o menos. Yo tenía siete años y medio; todavía era pequeña y no entendía de esascosas.

Era de mañana y, como siempre, mi madre se iba a trabajar y yo me quedaba sola conmi abuela, en un cuarto cerca al jardín. Pero esta vez me pude escapar de mi abuela sinque ella se de cuenta. Me fui derecho al jardín. Tenía curiosidad, pues nunca me dejaban irallá sola porque temían que arruinara las plantas; es que a mí me gustaba sacar los frutosde esos arbolillos de chirimoyas, higos y otros de los que ya no me acuerdo.

La higuera, que se encontraba al fondo del jardín era la que me gustaba más. Era alta ybonita, y los higos que caían del árbol, ya maduros, sabían riquísimo. Me puse a buscaralgunos en el pasto, cuando me di cuenta que justo al pie de esa higuera había un niño bienchiquito que se estaba comiendo todos mis higos. Bueno, al menos esa era la definiciónque una niña de siete años podía dar, mejor dicho la única que podía darle a mi madre yabuela cuando me preguntaron por qué volvía tan enojada y asustada diciendo que alguiense robaba nuestros higos.

Al ver al niño chiquito devorando los higos, en toda mi inocencia yo le dije:– Niño malo, le voy a decir a mi mamá que te robas nuestros higos.Al escucharme, volteó lentamente la cabeza y me miró. Sus ojos eran chiquitos y feos,

y sonrió maliciosamente. Antes de que ese niño pudiera articular palabra, yo me fuicorriendo a buscar a mi abuela, medio asustada por su fealdad, medio con rabia porquesolo sonrió cuando le dije que lo acusaría.

Desperté a mi abuela chapuceando palabras como: “higos, niño malo, robando”. Miabuela, sorprendida, me dijo que no entendía y yo le dije que me siguiera mientras ibacorriendo al jardín para acusar a ese ladrón. Me siguió confundida y quejándose de que yaestaba vieja para estar corriendo detrás de mí. Cuando llegamos a la higuera le señalé ellugar donde antes había estado el niño y le dije que ahí había un niño chiquito y feo que serobaba nuestros higos.

Ella irritada me dijo:– Niña mentirosa, ¡todo lo que haces por un poco de atención, eh!

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Me dio un pequeño jalón en la oreja y se fue refunfuñando al cuarto cerca del jardínpara volverse a dormir.

De todas maneras yo seguía insistiendo en que había un niño chiquito y feo que serobaba nuestros higos. Lo único que conseguí fueron otros jalones de oreja, por mentirosa,y uno que otro sermón. Resignada, dejé de intentar convencerla. También dejé de ir aljardín.

Cuando, años después, supe que los seres pequeños y feos con ojos hundidos ydiminutos eran duendes que se llevaban a los niños, solté una risita nerviosa y dije que nocreía en eso. Pero lo primero que me vino a la mente fue la higuera que había en la casade mis padres. Hubiera preferido seguir pensando que lo que había al pie de aquel árbolera un niño feo y pequeño que se robaba los frutos. A propósito, ya no me gustan loshigos.

Esther Mery Ruiz ZeladaSan Juan de Lurigancho

Lima, Lima, 1980

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Espíritus chocarreros

Estaba en casa de la abuela, en una de mis escapadas sin permiso, unos doce añosatrás. Mi tía accedió a que me quedara esa noche en el cuarto de la abuela Adita, fallecidahacía unos años. Solo tenía como compañía un libro; lo estuve hojeando hasta que meempezó a dar sueño, pero no estaba tranquilo. Tenía una rara sensación y un zumbido enlos oídos.

Mi cansancio iba en aumento. Me recosté y, de pronto, un fuerte golpe a mi lado, en elcolchón, llamó mi atención. Pensé: “el viejo Corazón de Jesús de la pared se ha caído”.Pero no, seguía en su sitio. “Rayos”, me inquieté más. No podía con mi cansancio, fueentonces cuando cerré los ojos para dormir. Entré en trance, como medio despierto ymedio dormido. Un grito recorrió todo el pasillo desde la puerta de la calle hasta mi cuartoal final de la casa; se abrió la puerta del cuarto y saltaron sobre mí, que estaba en lacama. No podía moverme ni gritar, me sacudían con furia, como en una película de terror.Hice un esfuerzo por librarme, y lo logré. Estaba sudando frío y ese zumbido extraño enmis orejas continuaba. Traté de dormir nuevamente pero ni bien cerraba los ojos volvían asacudirme. La verdad, me moría de miedo. Tuve que ir al cuarto de mis tíos. Toc toc...

Mi tía abrió la puerta:- ¿Qué pasa Hernán? ¿Adita no te deja dormir?– Sí – dije, y me acosté en la cama y al fin pude dormir.Al otro día: “Bueno ya pasó, que gran anécdota, nadie me va a creer”, pensé. Y así

fue.Ya en casa, luego de unas semanas, empecé a sentir ese zumbido que poco a poco se

apoderaba de mis noches. Una semana entera no podía dormir; veía tele toda la noche. Alas seis, cuando ya todos se levantaban, recién me atrevía a dormir. Después de unasemana así estaba débil. Creo que eso busca: debilitarte. Bueno, la última noche, elsábado, me armé de valor y lo reté diciendo groserías y que se largue.

De pronto el zumbido desapareció. “Qué fácil”, pensé. ¡Error! esa noche el sueño meganó. Me quedé dormido sobre mi cama con las ventanas abiertas. Desperté con elzumbido en mis orejas, con un poco de miedo. Entonces apareció una figura en la ventanacaminando hacia adentro de mi casa. Era como un fraile franciscano con túnica marrón ycapucha grande.

No le pude ver el rostro. Se paró frente a mi ventana y me dijo: “ábreme la puerta”. Lepregunté: “¿quién eres?”. Respondió: “Yo soy tu mamá”. “Tú no eres mi mama”, le dije y élcorrió a mi puerta y empezó a tocarla fuerte, pero no como nosotros tocamos. Eran unasvibraciones, parecía que se caía la puerta esa noche. No salí del cuarto, ni al baño, hastael amanecer.

Esto se repitió una vez más en esa semana. En verdad paró cuando me di cuenta deque ellos se alimentan de tu miedo, de tu cansancio, cuando dejé de temerle, se hizomenos frecuente hasta que ya dejó de molestarme.

Ahora que estoy casado duermo acompañado. Mi esposa ya lo conoce, solo la fastidiacuando está sola.

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Julio Hernán Mondragón RamosMaranga, San Miguel

Lima, Lima,1995

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El duende

Cuando era niña, solía visitar con mi madre a una tía solterona que vivía en la unidadvecinal de Mirones. No me gustaba ir allá porque mi tía era una amargada y era difícilconversar con ella. Un día que nos íbamos a quedar a almorzar, me mandó a comprarfósforos. Yo no quería ir pero no pude rehusarme.

Al salir de la casa crucé el parque infantil, que estaba cerrado, como siempre. Mequedé mirándolo un momento, cuando de pronto apareció un niño a mi lado y me dijo:

– ¿No quieres jugar?Tenía una voz extraña, parecía que la forzaba para sonar más aguda.– No puedo – respondí.– Un ratito nomás – insistió.– La puerta tiene candado – le contesté.– No, mira bien, el candado está suelto.Me fijé otra vez y comprobé que el candado estaba suelto y la puerta medio abierta.

“Un ratito nomás” me dije a mí misma y fui a los columpios, luego al sube y baja yfinalmente terminé en la resbaladera. En ese momento no pensaba en nada, solamente mesentía muy feliz, y como una nebulosa me llegaban pensamientos lejanos.

Al bajar por tercera vez de la resbaladera me acordé de los fósforos.–¡Tengo que irme! – grité, y salí corriendo.–No - me dijo el niño – quédate un ratito más, ¿ya?–No puedo, pero regreso más tardecito – le respondí, pensando que volvería después

de almorzar.

Cuando salí de los juegos, me quedé asombrada porque estaba oscureciendo y paramí solo habían pasado unos minutos. Me quedé pasmada mirando el cielo cuando noté quealgo brillaba en el suelo; eran muchas moneditas regadas a mis pies. Recogí las que pudey volteé para avisarle al niño de mi hallazgo, pero ya no estaba.

Regresé a casa de mi tía para contarle a mi madre lo sucedido y, entonces, la viconversando en la entrada con dos policías. Ella lloraba. Cuando me vieron, mi madre meabrazó fuertemente y me preguntó que ¿qué había pasado?, mientras mi tía me regañabadiciendo que me había portado muy mal.

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Les expliqué lo sucedido, y cuando hablé del niño mi madre se asustó aún más. Lospolicías me preguntaron por el niño, y cuando les conté del parque infantil mi tía dijo queestaba mintiendo, porque el lugar siempre estaba cerrado.

–No – dije – cuando yo fui estaba abierto. Pero mira mamá, mira las monedas queencontré.

Pensé que eso calmaría los ánimos pero, por el contrario, no hizo más que aumentar suangustia.

Me llevaron nuevamente al parque infantil y, efectivamente, vieron el candado abierto,pero no estaban ni el niño ni las monedas. Mi madre pensó que todo era producto de

mi imaginación, pero el tema de las monedas la aterrorizó, pensando algo muchísimomás escabroso. Por eso no me dejó salir sola desde entonces.

Para mí no hubo nada raro y no le daba importancia, hasta que hace poco unos amigosme comentaron que una mañana, casi de madrugada, salieron a correr por ese parque yvieron a un niño esconderse entre unos arbustos. Tenía la cara muy arrugada, como la deun viejo.

Corrieron a alcanzarlo, pero no encontraron nada más que unas moneditas muybrillantes en el piso.

UrpichallayUnidad vecinal Mirones, Cercado de Lima

Lima, Lima, 1991

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El Observador

Cada vez que llego a casa por las noches tengo que cruzar un callejón oscuro. Esto notiene nada de malo, ahora que han iluminado las pistas. Pero antes sí, sobre todo despuésde que una anciana muriera luego de que un tractor la impactara al no darse cuenta de supresencia. La dejaron ahí tendida, para terror de los vecinos, quienes no supieron cómosocorrer a la pobre mujer cuando todavía seguía con vida.

Su historia se sigue contando, con la voracidad de los que quieren infundir un miedo queya no es necesario. La mujer había sido una persona maravillosa y no tendría la necesidadde aparecerse por las noches cuando todo está oscuro y asustar al menos precavido.

Sin embargo, no entiendo por qué cada vez que cruzo el callejón siento que alguien estáobservándome a mis espaldas, y cuando volteo no encuentro a nadie. Me hubiera sucedidocon frecuencia hace muchos años, cuando todavía era un niño y aún tenía el recuerdo dela mujer tirada en el suelo. Pero me ocurre ahora que ya tengo mayoría de edad, un hijo, ypor sobre todo, poca necesidad de asustarme yo mismo por cosas que me dibuja lamente.

Algunas veces he llegado a casa con unas copas de más, tambaleándome o inclusoapoyándome contra las paredes del callejón y, al cruzar el callejón, he volteado a ver quiénes la persona que me observa, pero evidentemente nunca me he visto frente a frente conmi observador. En mi estado de ebriedad, he lanzado injurias e improperios para espantara los malos espíritus. Esto lo he escuchado recomendar de boca de mi abuela, ya que losancianos conocen las mejores defensas en situaciones como éstas.

Muy a mi pesar, todavía se me escarapela el cuerpo cada vez que cruzo el callejón,pero mi madurez no me permite excusarme con mi mujer o con mi mamá y decirles quetengo miedo de cruzarlo, que me esperen por las noches cuando regreso del trabajo.

Sea un alma buena o mala, igual no dejo que mi sobrino se vaya a jugar por las tardesal callejón, porque un par de veces al verlo sentado con sus juguetes lo he oído hablar conalguien. Cuando se lo pregunto me dice que “el chato está molesto”, o “ya no quiere jugarconmigo”. Mi mujer dice que así son los niños. De todas maneras no voy a dejar que mihijo, cuando ya pueda caminar y quiera salir a jugar con sus amiguitos, recorra el callejónsolo. Me resisto a creer que la acosadora presencia de mis noches sea la mujermaravillosa que murió embestida por el inefable tractor. No, en ese callejón hay algo más.

Lucio Alberto Vargas SalazarDistrito de Ate

Lima, Lima, desde el 2005 hasta hoy

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Damas

Era un día normal de primavera y aquí en Lima hacia el frío de costumbre. Esa mañaname levanté muy temprano con mareos. A veces tenía este malestar por mis alergias perolo hice de lado y me puse a realizar las labores domésticas.

Vivo en un segundo piso, en casa de mis suegros. En la parte posterior está la cocina,que colinda con el patio de mi casa y este a su vez con el patio interno del primer piso, endonde hay una escalera que sube al segundo piso.

Llegado el mediodía continuaba el mareo, que era constante. Estaba en la cocinapreparando los alimentos cuando divisé de reojo a dos mujeres delgadas, de tamañomediano, piel clara pero no blanca, de cabello castaño claro, ondulado y corto. Una deellas vestía de color celeste y la otra de crema. Estas dos mujeres se encontraban en mipatio, había un pequeño desacuerdo; una quería entrar y la otra no se lo permitía. No seescuchaban sus voces.

En ese momento no imaginé nada extraño y lo relacioné con mis sobrinas. “¡Oh! Yallegaron y vienen a saludarme y hacerme travesuras. Pucha y yo con este mareo que noaguanto”, pensé.

Me quedé a la expectativa de que las dos niñas se me acercaran. Fue entonces cuandopercibí que entraron a mi cocina y se detuvieron detrás de mí y en ese momento sentícómo una energía se deslizaba por debajo de mis pies y me levantaba. Serían unos cinco osiete centímetros. Me elevó del piso y se fue extendiendo hasta cubrirme por completo.

Tuve la sensación de estar envuelta en una burbuja de energía cálida, tibia y muyagradable, porque ese día hacía frío. Pero mi reacción en ese momento fue de “rayos¿qué sucede?”. Me sujeté con fuerza del borde del repostero que tenia frente a mí porqueperdí el equilibrio al ser levitada. Todo terminó rápidamente, hasta el mareo, y pensé“¡rayos! Qué fuerte es esto. ¿Habré alucinado todo? Que mal estoy”. De pronto vi subir ami sobrinita Nicole corriendo muy apurada, entró a mi cocina y me dijo:

– ¡Tía!, ¡Tía! ¿Quiénes eran esas personas que entraron? ¿Dónde están?Entró a buscarlas. Me sorprendió mucho porque yo pensaba que era una alucinación

por el mareo, pero no; había sido real. Ella también las vio desde el patio de abajo, dondeestaba jugando.

Después indagué sobre esto y logré una respuesta. Estas señoras eran sílfides,elementales de aire, según me explicó una persona que estudia estos extraños sucesosparanormales. Además me dijo que me debía sentir muy privilegiada porque ellas habíanvenido a darme protección.

VeritoDistrito de ComasLima, Lima, 2008

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Duende sobre la tele

Parece que todos estos sucesos, se manifiestan cuando empieza la primavera.Haciendo memoria, casi todas mis experiencias fueron entre setiembre y marzo.

Esto pasó una noche. Creo que era sábado, a las nueve o un poco más tarde. Estabaviendo televisión y de pronto hubo un apagón. Inmediatamente me acerqué al televisor,porque está en el mismo mueble donde guardo las velas, inciensos y demás cosas. Saquéla vela y los fósforos y seguía de pie frente al mueble. Estaría como a unos treintacentímetros de distancia de la televisión. Esta es algo grande y el borde superior me quedaa la altura de la barbilla. Cogí los fósforos y prendí uno.

Cuando la llama hace el chasquido la iluminación es más fuerte y fue en ese precisoinstante que vi a un ser pequeño sentado en cuclillas, en el borde superior izquierdo de latele. Era como de treinta centímetros de alto, del color del barro húmedo y de orejitaspuntiagudas. Sus facciones eran grotescas, delineadas en el barro y no tenía ropa. Estabamirándome.

Fueron fracciones de segundo, pero lo suficiente como para haber visto lo que cuento.Se apagó el fósforo e inmediatamente cogí otro para continuar viéndolo.

Podía distinguir la silueta de su cuerpo en la oscuridad. Cuando encendí el segundofosforo ya no estaba, se había ido.

Creo que es él a quien a veces veo correr en la sala, escondiéndose entre los muebles,asomándose, y aguaitándome, escondiéndome cosas y tirando las piedritas de cuarzo quetengo sobre el televisor. Lo hace en cualquier momento del día, hasta hoy.

VeritoDistrito de Comas

Lima, Lima, 2009

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Benavides 212

La mamá de Carlitos venía diciendo que se quería mudar de la casa. Luego delterremoto de 1974, la casa, ubicada en el antiguo Miraflores, quedó bastante rajada; perola verdadera razón era porque en los últimos tiempos se venían escuchando ruidosextraños, nada normales. Ella los describía como “las ánimas que penan”. Hoy sé que sellaman “fenómenos paranormales”.

Aquella noche había una reunión en el departamento de Nena, así que familiares yamigos estábamos allí. Carlos y yo, que frisábamos los catorce años, esa mañana noscompramos unas motos de juguete que habían salido de moda en el mercado. Eran losaños del Motocross. Ambos las compramos y nos engañamos el uno al otro diciendo quelas queríamos para tenerlas de adorno, pero la verdad era que en nuestro interior lascompramos para jugar. Ya estábamos creciendo pero cada uno jugaba aún a escondidas.

Pasado un rato, nos miramos y nos dijimos la verdad: no eran adorno, ni colección, sinopara jugar. Como hubiera sido ridículo que nos vean jugar allí como niños, nos propusimosir a Benavides 212 a jugar sin que nadie se riera de nosotros.

Nos fuimos a Benavides y cogimos nuestras motos. Como en esa época estaba demoda el circuito de Manchay, Carlitos se había preparado una pista de Motocross conarcilla que había comprado días antes. Estuvimos como una hora; las motos hacíancaballitos. Estábamos en el cuarto que había sido de Nena pero que ahora era de Carlitos.

Íbamos por la segunda hora de juego, cuando de pronto se escucharon unos ruidoscomo pasos que venían del cuarto donde estaba el escritorio. Las pisadas se acercabancada vez más hacia nosotros y de pronto, Paola, una perra chusca, cruzada sabe Dios dequé razas, pero más brava que un pitbull actual, salió ladrando fuerte de manera valiente,decidida a atacar. Pero luego regresó llorando al cuarto muy asustada y con el rabo entrelas patas.

Recordamos ambos lo que nuestros padres provincianos decían: “cuando un perro llorao aúlla es porque ve a los muertos”. Nos miramos, nos pusimos blancos, dejamos nuestrasmotos “de adorno”, nuestro circuito de Manchay, nuestro barro, todo.Corrimos y corrimossin parar hasta llegar al departamento de Nena, a donde llegamos asustados.

Se notaría el miedo en nuestras caras, ya que todos preguntaban qué había pasado.Contamos lo sucedido y luego los amigos de Micky fueron con palos y cuchillos a dar unvistazo. Nosotros también fuimos pero nos quedamos afuera.

Ya no importó que vieran y supieran que nuestras motos no eran de adorno, que aún noéramos adolescentes aunque exigíamos trago, que aún teníamos algo de niños.

Como niños o como adolescentes, igual nos dimos el susto de nuestras vidas Juan Antonio Cornejo la RosaEn una casa antigua de Miraflores

Lima, Lima, 1974

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El duende que me quería llevar

Cuando tenía seis meses de nacido, mientras dormía con mis padres, a medianoche,mi mamá sintió un ruido como de un saco de papas cayéndose. Se despertó asustada y vioque yo no estaba a su lado en la cama. Me vio en el piso, acurrucado durmiendo. Seasustó tanto y dio un grito tan fuerte que yo me asusté y lloré. Mi mamá saltó de la cama yllorando me llevo a su pecho. Creía que toda mi cara estaba lastimada pues el piso eratosco y de cemento. Temía lo peor, pero nada me había pasado, solo un pequeño arañónen mi dedito.

Unos meses después, también a medianoche, yo dormía en mi cuna cuando mi mamáescuchó un golpe. Se despertó y yo estaba llorando en el piso y esta vez tenía un raspónen la frente. Mi madre no podía creer cómo me había caído de la cuna si la baranda eramuy alta. ¿Cómo era posible esto?

Mi abuelita le contó que cuando los niños no están bautizados, los duendes se los llevany le dijo que me echaran mi agüita de socorro, pero mi mamá no creía en esas cosas.Después le dijeron que en esa casa hacía muchos años había un árbol de higo y que a losduendes les gusta jugar ahí y hasta que les parecía haberlos escuchado.

Mi madre, ya un poco asustada, decidió traer agua bendita y se consiguió una rosa. Mitío Beto y mi tía China, con un rezo y una bendición, me echaron mi agua de socorro. Peroen el momento en que mi tía pasaba la rosa en señal de la cruz por mi frente, de mi cuartose escuchó un ruido que paralizó a todos en la sala. Era extraño; no había nadie en elcuarto. El ruido provenía de un perro de peluche, el cual ladraba cuando le dabas un golpeen la cabeza.

Asustados, todos entraron al cuarto. El perrito estaba sobre la cama mirando hacia lapuerta, fue tétrico. Todos lo miramos y cerramos la puerta. Uno podía pensar que se cayódel estante, pero no.

Después de eso mi mamá estuvo más tranquila pues le decían que mi duende se habíaido. Quizás el duende no pudo llevarme y por eso se quedó a jugar conmigo. Claro que deesto no recuerdo nada, pero me gusta escuchar este relato.

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CheloEn una casa en Villa el Salvador

Lima, Lima, 2004

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El niño tímido

Hacía dos semanas que había comenzado una relación con la mejor mujer que heconocido y andaba con toda la emoción del nuevo romance. Como en las últimas semanas,una de las primeras cosas que hacía al llegar a la oficina era llamar a Claudia, mienamorada, para saber cómo estaba, alegrarme el día y recibir mi dosis de buen humor dela mañana. Ese día ella estaba enferma y no había ido a trabajar, así que me ofrecí avisitarla durante el almuerzo y llevarle algo de comer.

Llegó el mediodía y enrumbé hacia la casa de Claudia. Era la primera vez que entrabaa su casa. Subí las escaleras que dan al segundo piso, pasé una salita y de ahí a la salaque estaba al fondo. Me senté en un sofá de tres cuerpos en el extremo más cercano a lapared, casi en la esquina de la habitación. Desde chico, siempre me ha gustado sentarmeen las partes más alejadas y esquinadas para poder tener una visión completa de todo loque pasa alrededor. De esta manera estoy alerta por si alguien entra o algo pasa dentrode la habitación. Desde ese sitio podía ver el comedor que estaba enfrente, la salita queestaba al lado de la escalera, un corredor que daba de la salita hacia los cuartos y, detrásmío, el balcón.

Claudia se sentó en un sofá de un solo cuerpo a mi derecha y estuvimos conversandoun rato. Saqué la comida, que eran unos sándwiches que a ella le gustaban, y seguimosconversando. Ella fue a la cocina a traer unos platos y yo me quedé en la sala observandotodo. En eso, vi que del corredor salió un niño y se paró justo en la entrada de la sala.Volteó, me vio y se quedó parado. Yo lo saludé con la mano y no me contestó. Le dije:

– Hola ¿cómo estás?Se me quedó viendo, pero no dijo nada. En eso Claudia me preguntó:– ¿Qué dices?

A lo que yo le contesté que nada. En ese momento, distraje mi mirada hacia elcomedor, por donde venía ella, y cuando volví hacia el pasillo el niño ya no estaba.Terminamos de comer un poco a la volada porque tenía que hacer el viaje de regreso a laMolina.

En la noche hablé por teléfono con Claudia y me invitó a su casa a almorzar el sábado,para conocer a su papá y a su hermano. Le dije que a su hermano ya lo había conocido en

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la tarde en su casa, solo que era un poco tímido y no me había hablado. Ella me dijo:– ¿Estás seguro? A esa hora mi hermano estaba en el colegio. Es imposible que lo

hayas visto – pero siguió – ¿Qué es lo que viste?– Un niño como de diez años; estaba en short, polo y zapatillas.– Ese no es mi hermano. Sí, tiene la misma edad, pero no es él. Es un niño que se

aparece en la casa, es uno de los espíritus que se aparecen.– ¿Qué? ¡Pero el niño que yo vi parecía muy real!Tan real me había parecido ese niño que traté de entablar conversación con él, pero no

me contestó. Pensé que era un niño tímido, así que no le di mucha importancia a eso. Síme sorprendió que se fuera tan rápido y sin hacer ruido, pero en ese momento no se mepodía ocurrir que fuese un espíritu.

Guillermo Alfredo Girau BaigorriaAv Brasil, Breña

Lima, Lima, 2005

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El duende del estanque

Lucho es mi hermano mayor y ahora tiene veinticuatro años. Me contaron que cuando éltenía tres añitos, se iba siempre a jugar en un estanque que quedaba cerca de mi casa. Mipadre trabajaba, mi madre se ocupaba de las cosas del hogar. Un día, mi madre y mipadre espiaron a Lucho y se quedaron sorprendidos al ver cómo, sentado a la orilla,lanzaba piedritas y se echaba una profunda carcajada. Mis padres nunca pensaron que mihermano jugaba con un duende.

Por cosas del destino, mi familia vino al distrito de los Olivos a buscar terreno, ya quede aquí era más fácil para mi padre movilizarse a su trabajo. Se quedaron en los Olivos portres meses, de allí regresaron a Ancón. Llegaron a eso de las diez de la noche. En eso, mipadre estaba abriendo la puerta de la casa y allí fue donde mi hermano Lucho dio un grangrito acompañado con lágrimas desesperadas. Mi madre volteó asustada a ver qué lehabía pasado a mi hermano.

Adentro de la casa, ya calmado, mi hermano le contó a mi madre que su amiguito conquien siempre jugaba en el estanque, se había quitado la cabeza y comenzó a saltar y ahacerle muecas bien feas. Desde entonces se mudaron definitivamente a los Olivos;después nací yo. A mis cuatro años mi padre me invitaba higos de la planta que teníamosen nuestro jardín.

Por lo que tengo memoria, yo siempre escuchaba ruidos en el jardín por las noches.Escuchaba revoloteo y correteo, como si alguien jugara en mi jardín, pero lo más curiosoes que mi madre todas las noches me abrazaba fuerte, como si alguien fuera a llevarme.Yo no me explicaba esa acción de mi madre. Y ahora que ya estoy grande me contaron dela existencia de los duendes. Hasta vinieron a mi casa para llevarme, pero mi padre cortóla planta del higo que teníamos en el jardín.

Ya más grandecita me llevaron a la iglesia y ni más supe de los duendes. MuñequitaAncón

Lima, Lima, 1991

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La sombra del tercer piso

Éramos una familia muy unida, niñas alegres a quienes les gustaba jugar. Pero habíaalgo que no sabíamos; en la casa que habitábamos sucedían cosas extrañas. Todas lasnoches se oía que bailaban a la espalda de la casa. Se escuchaba música fuerte y la fiestaduraba toda la noche. Se escuchaba que caía una pelotita por las escaleras, quezapateaban; cuando mi mami fue a ver qué casa era la que hacía demasiado ruido en lasnoches, se dio con la sorpresa de que el ruido venía de un pampón.

Nadie vivía ahí, estaba desolado. Tampoco había casa alguna; era un gran terrenovacío. Mami dijo que seguro era otra casa. Ahora sé que lo hizo para que nosotras no nosasustemos, pero cada vez que llegaba la noche se escuchaba lo mismo y no podíamosdormir. Hasta que un día no se escuchó el baile de la vuelta de la casa. Esta vez seescuchó un silbido largo y muy triste. Se notaba que era en la ventana de la casa, pero eraalgo imposible porque nosotras vivíamos en el departamento del tercer piso. Pero maminos había dicho que nunca abriéramos la ventana por las noches.

Un día, mis hermanas y yo nos quedamos jugando y no teníamos sueño. En eso,sentimos que alguien golpeaba la ventana de la habitación. Mis hermanas y yo recordamoslo que mi mami había dicho de no abrir la ventana, pero los golpes persistían, así que nosasomamos para ver qué era y nos asustamos porque vimos algo horrible. Había como unaespecie de mono golpeando la ventana y nos enseñaba sus enormes dientes. Obvio quegritamos pidiendo ayuda. Cuando mami llegó no había nada. Mi mami decía que lohabíamos soñado, que no había pasado nada, pero todas lo habíamos visto.

Al día siguiente lo volvimos a ver. Mami se dio cuenta de que no era normal eso, asíque nos dejaba una luz prendida en la habitación, pero ese ser seguía apareciéndose todaslas noches. No solo golpeaba la ventana, sino también la puerta de la habitación.

La casa se puso tan pesada que ni al baño queríamos ir solas. Se sentía un miedoprofundo, ese miedo que te recorre y escarapela todo tu cuerpo. Cuando la casa estaba aoscuras, escuchábamos cosas raras, ruidos extraños; se sentía un aire helado. Es por esoque mi mami decidió mudarnos de ahí porque no se podía seguir viviendo con ese tipo detemor.

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Aún sigue sucediendo lo mismo en esa casa. Los vecinos dicen que se siguenescuchando los ruidos por las noches. Esto no es una fantasía, es un caso que realmentesucede. A pesar de los años aún está ahí, perturbando a los nuevos inquilinos.

CollaUrbanización el Manzano, Rimac

Lima, Lima, 1985

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Apariciones

Esa tarde no salí de la oficina para almorzar. Estaba meditando callado y serio,combinación rara en mí. Violentamente regresé al mundo real al sentir la voz de laasistente de gerencia avisándome que tenía una llamada.

Otra voz me sacó de ese estupor, de querer saber lo que había sucedido la nocheanterior.

– Leo, soy Olga.– Dime ¿qué ha pasado? – como si intuyera la razón de su llamada.– Tienes que ir a la casa y ver a mi mamá. Ha pasado algo; háblale, que no se ponga

nerviosa.– ¿Qué? ¿Por qué?– Me acaban de llamar de Trujillo. Mi Abuelito murió.La noticia, apagó todo pensamiento, nubló toda idea, detuvo toda razón. Lo que estaba

preguntándome, había sido respondido.Había sido una noche templada de marzo; cansancio alrededor, tanto por nuestros

trabajos, como por la atención a nuestro hijo. Habíamos cenado alrededor de la mesa,contándonos cada suceso, con risas salpicadas de ese humor único que logran los niños aedad temprana.

Desperté entrada la noche pero destapado y con las luces prendidas. Me levantéperezosamente, no queriendo perder el abrigo de la cama.

Había un leve vaho en el ambiente, muy raro que sucediese tal efecto estando dentrode la habitación. El frío era muy intenso.

Al incorporarme sentí una mirada inquisidora, penetrante, que no ubicaba, pero sentíacercana. Escudriñé todo el espacio que la luz de la habitación me permitía y estaba ahí,pero no veía a otra persona, solo a mi familia que dormía. Divisé el interruptor de luz alotro extremo de la habitación. Tenía que recorrer esa distancia, dar la vuelta y regresar,sabiendo que podría ver algo más.

Apagué las luces, el frío era perturbador, el temblor en mi cuerpo justificado. Sentíacomo el frío aumentaba, mi respiración se agitaba, me di cuenta que el vaho percibido erapor la respiración que exhalaba.

Me volví resuelto a terminar esta angustia; caminé directo hacia la cama y al dar dos otres pasos, por el rabillo del ojo hacia mi derecha, cual reflejo de un espejo cuando le da laluz lunar, pude verlo. Estaba ahí parado, estrechando su mano hacia mí, tenía formahumana, difusa, plateada, tranquila, pacífica; seguí un par de pasos más adelante y medejé caer en la cama. Estaba sentado, paralizado, solo atiné a decir:

– Descansa en pazMe sentí aliviado, el calor aumentó, me recosté en la cama tapándome vigorosamente,

abrazando a la que fue en su momento mi pareja. Sentí dulcemente una mano, comocuando acariciamos a nuestros hijos cuando duermen, sobre mis cabellos:

– Buenas Noches, hijo. Ahora estoy tranquilo, descansa.Vagamente esbocé una sonrisa, quedando profundamente dormido.Dos días después, en su entierro, después de haber viajado de emergencia a Trujillo,

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supe que no solo se había despedido de mí; sino de todo ser querido que no pudo estarcerca de él.

Leo Frank Zanelli RodriguezEn la Avenida Arica, distrito de Breña

Lima, Lima, 1995

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Encuentro inesperado

Tengo la suerte de vivir en uno de los distritos más enigmáticos de lima. Barrancosiempre ha sido protagonista de innumerables recuerdos, buenos y malos, y también desucesos inexplicables.

En mi adolescencia, albergada en casa de mi abuela y con la necesidad de tener unasmonedas extras en el bolsillo, tomé la decisión de empezar a trabajar en algún lugar dentrode los límites del distrito. Fue así como, por medio de mi abuela, conocí a Don IsmaelRose, dueño de un restaurante ubicado en la bajada hacia el mar barranquino. El lugardonde trabajaba era muy agradable a toda vista; el puente de los suspiros a espaldas míasrealzaba aquel mágico lugar. Los fines de semana era la primera en llegar y casi la últimaen salir.

De noche Barranco muestra un encanto especial. En aquella etapa escolar, Daniel, mienamorado, iba por mí a la salida y nos íbamos juntos hasta mi casa ubicada unas cuadrasmás arriba.

Una noche, Daniel, agitado y totalmente empapado en sudor, irrumpió en el restauranteque para su suerte estaba vacío. Me acerqué a él contrariada y le pregunté qué cosa lehabía pasado, imaginando que había sido asaltado por algunos delincuentes quecircundaban el lugar.

Don Ismael oportunamente se acercó con un vaso de agua que Daniel bebió contorpeza. Le tomé las manos, las tenía frías. Él me miró un poco más calmado y procedió arelatarnos:

– Como de costumbre, venía camino al restaurante pero, al ver que había llegado mástemprano de lo usual, decidí caminar un poco más en dirección a la playa. Se oía ruido yconfiado seguí caminando, sumido en la curiosidad de saber quiénes estaban ahí riendo yhablando. Seguí caminando pero no hallaba nada. Llegué hasta el punto donde uno dobla ydivisa el camino al puente; lo vi totalmente vacío y el miedo empezó a apoderarse de míporque esas risas y conversaciones ya no se percibían frente mío, sino que se oían ahoradetrás. Me quedé totalmente pasmado mirando al mar, pero el miedo hizo que gire y corrade regreso. La luna alumbraba débilmente el camino, pero vi en frente mío algo parecido aun niño que no pasaba los tres años. Estaba sin zapatos, los pies y las manos los teníatotalmente arrugados. Se trepó con avidez a un árbol y se perdió en el ramaje. Yo nopodía creer lo que estaba viendo, no me quedaban más fuerzas que para seguir corriendoy llegar hasta aquí.

Don Ismael precisó que él también los había visto pero que con el tiempo habíaaprendido a no tenerles miedo. De alguna manera ellos cuidaban los locales dedelincuentes mientras permanecían cerrados.

Desde aquel día no he vuelto a presentarme en aquel trabajo y, para ser sincera,pasada la medianoche no he vuelto a pisar aquel lugar.

Lissete León GuillénBajada de los baños, Barranco

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Lima, Lima, 1980

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Muñeco navideño

Era el mes de diciembre del 2006, una tarde de fin de semana como cualquier otra. Enmi casa se ambienta todo con los motivos navideños, desde la puerta hasta las camas.Desde el fallecimiento de mi madre, dos años antes, conservamos un juguete que era sufavorito: un Papá Noel a pilas que cuando es activado canta y baila al compás del “¡Jo! ¡Jo!¡Jo! ¡Feliz Navidad!”.

Siempre lo ponemos sobre una de las mesas que hay entre la sala y el comedor. Con eltiempo el juguete se ha visto afectado y una de las piernas está rota, por lo cual ya nopuede bailar; pero igual lo dejamos como recuerdo sobre la mesa, sin pilas.

Esa tarde estaba con Claudia, en esa época mi enamorada, viendo películas en micuarto, pero teníamos una reunión más tarde. Cuando nos disponíamos a salir para lareunión, Claudia bajó primero las escaleras y yo salí unos metros detrás. Cuando ellaestaba a la mitad de camino en las escaleras, se despide de mi hermana y grita “¡ChaoNancita!”. Con el grito de despedida, de manera inexplicable, el Papá Noel empezó acantar y bailar; Claudia casi se rodó las escaleras del susto.

Llegamos al primer piso y el muñeco seguía cantando y bailando. Los dos lo vimos y,además, mi hermana y mi papá lo escucharon.

No entendíamos como el muñeco podía funcionar si nadie lo había activado, con elasombro de toda la familia nos encontramos en el primer piso observando al muñeco.

Cuando terminó de cantar y bailar lo revisamos y la pata seguía rota; pero, además,¡no tenía pilas!

En ese momento mi papá bromeó con Claudia porque mi madre también se llamabaNancy, y le dijo: “Te está devolviendo el saludo”.

El 24 diciembre, antes de la cena navideña, estábamos en la casa con mi papá, mihermana, unos tíos que viven con nosotros y mi primo. Conversábamos en la sala máscercana al comedor, ya partir de las once y treinta de la noche el Papá Noel, sin pilas y conla pata rota, comenzó a cantar y bailar hasta pocos minutos después de la medianoche.Tomamos este acontecimiento extraño como una despedida que nos hacía mi madre enesa navidad.

Creo que mi padre aún conserva el muñeco, pero ya no ha vuelto a manifestarse.

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Guillermo Alfredo Girau BaigorriaLince

Lima, Lima, 2006

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La aparición del mamahuarmi

Mi madre me contó esta historia. En una tarde apacible y muy silenciosa, un señorllamado Román fue a una poza de Churín a bañarse. El señor Román se estaba bañandocuando en eso vio a una mujer blanca de muy hermosa cabellera rubia, tan larga que lellegaba por lo menos hasta los talones. El señor Román se quedó sorprendido por lahermosura de aquella mujer.

Ella lo llamaba con movimientos muy suaves de sus manos, al final de la poza. El señorno se contuvo por tanta belleza que admiraban sus ojos y la siguió.

Pasaron varios días hasta que el señor Román apareció por Sayán; pero lo encontraronciego. Luego lo llevaron al chamán para que no le pasara nada malo. Después de loocurrido, el señor Román le contó su historia a mi madre.

Aquel señor murió años más tarde y ya por razones naturales. KarenChurín

Oyón, Lima, 1970

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El Yacuruna

Corría el año de 1950; yo tenía 6 años y nos habíamos ido a pasar una temporada enYurimaguas. Fuimos a vivir a la casa de nuestra abuela, que quedaba a la espalda delcamal, como a tres cuadras de la plaza de armas. Cosas nuevas para mi hermano y paramí, dos niños de ciudad a quienes todo les sorprendía y mucho más ese hablar cantandode los yurimaguinos.

La huerta de la abuela nos parecía inmensa y era un gozo tener en ella árboles frutalesy contar con una hermosa vaca. De su rabo se prendía mi hermano de tres años, lograndocon esta travesura hacer gritar a nuestra mamá.

La abuela era una de las matronas de la región, tenía muchísimos ahijados y, por tanto,comadres y compadres por doquier. Siempre la estaban invitando para cualquier actividad.

Un domingo fuimos todos a pasar el día a la isla de Sanango, muy cerca deYurimaguas, donde unos compadres de la abuela tenían su chacra. Muy temprano,prácticamente a la salida del sol, fuimos al puerto a embarcarnos en la canoa y enrumbarpor el río Huallaga hacia la isla.

Pasamos un día muy agradable comiendo las delicias preparadas especialmente paranosotros, pero ya cuando caía la tarde emprendimos el regreso río abajo. Íbamos en lacanoa mi abuela, mis padres, mis tíos, nosotros los niños y dos peones que remaban oempujaban la canoa con unos remos muy altos.

Ya estaba casi oscuro cuando a lo lejos los peones divisaron una figura que se elevabay se hundía en el río, causando pánico entre ellos. Se pusieron a gritar:

– ¡Yacuruna! ¡Yacuruna! – y no querían remar más.

Dentro del pumacari la abuela rezaba, mi madre nos abrazaba, la tía lloraba y todo eraun caos de gritos. El hermano de mi madre tomó la escopeta y quiso disparar a esasombra humana que subía y se hundía en el río. Los peones saltaron al agua y huyeronaterrorizados, mientras que mi padre les gritaba “¡cobardes!” y trataba de controlar alexaltado tío que quería disparar.

No sé cuánto tiempo duró esto. En mi mente de niña fueron minutos interminables. Sehizo un silencio terrible; el pánico se apoderaba de cada uno de nosotros mientras la

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sombra se acercaba a nuestra canoa. De pronto, escuchamos un “buenas noches” queprovenía de la canoa que en ese momento pasó por nuestro lado. Era un pescador con sured, quien en la penumbra de la noche nos hizo pensar que era el temido Yacuruna, el quehabita en los ríos de la selva y se lleva a sus víctimas a las profundidades de los ríos.

Mi padre nos calmó a todos explicándonos esta creencia y, ya sin los peones, entre él ymi tío nos regresaron a Yurimaguas.

Sonia Guzman EderyRío Huallaga, Ciudad Yurimaguas

Alto Amazonas, Loreto, 1950

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Ayaymama

Era la primera noche de Marco en el campamento petrolero Andoas, de la OccidentalPetroleum Corporation. Había arribado esa mañana de 1991, cuando la epidemia delcólera afectaba al país. Los trabajadores del campamento, que dormían en su barraca,fueron despertados por unos gritos lastimeros. Éstos clamaban con desesperación:“¡Mamá! ¡Mamá!”. Al dejar la barraca y acercarse a los árboles de donde provenían losquejidos, éstos se acallaron. Minutos después los gemidos resurgieron. Los trabajadoresabandonaron su recinto y sus linternas iluminaron sobre las ramas altas de los robles a dosfiguras indefinidas.

Al día siguiente, al comentar el incidente, una lugareña les narró esta historia: “Haceaños, una mujer, queriendo salvar a sus hijas gemelas de una epidemia que diezmaba a supueblo huambisa, las dejó en un refugio en el bosque, rodeado de árboles frutales. Ellas sealimentaron y jugaron todo el día.

Al anochecer, se internaron en la selva buscando a su madre, vagando sin rumbo pordías. El espíritu del bosque, que surgía cuando ocurría algo inusual, se compadeció deellas y las transformó en aves. Así volaron hacia su pueblo. Su pesar fue grande cuando noencontraron sobrevivientes, su angustia fue aún mayor al no hallar a su madre entre losmuertos. Desde entonces, por las noches, se escuchan sus voces “Ayaymama”“Ayaymama”.

Esa medianoche los gritos se repitieron. Al salir los trabajadores petroleros a campoabierto, éstos se detuvieron. Veían, posados sobre las ramas bajas de un roble, a dosseres que parecían de otro mundo: cuerpo de ave y pelaje gris muy largo. Su apariencialos sobresaltó y retrocedieron.

Cuando unas empleadas del campamento aparecieron, los gemidos se reanudaron yMarco pudo ver sus labios casi humanos en movimiento.

Una de las mujeres avanzó hacia los árboles y extendió los brazos. Las dos criaturasvolaron posándose sobre ellos. Entonces se acurrucaron tras su cuello, mientras ella lescanturreaba alguna canción de cuna.

– ¿Siempre la visitan? – preguntó Marco a la mujer.– Cuando hay enfermedad, como ahora que ronda el cólera.– ¿Y cómo lo saben?– Huelen el olor a muerte.– ¿Buscan a su madre?– Su madre soy yo.Días después, estábamos en el cementerio durante el entierro de la hija menor de un

empleado del campamento, víctima del cólera. Mientras descendía el ataúd hacia el nicho,su madre, en estado de gestación, prorrumpió en súplicas desgarradoras:

– ¡Misericordia, Señor! ¡Llévame a mí contigo; a mi pequeña, no!La mujer se desvaneció. Se escucharon clamores de auxilio; una enfermera se acercó.

Luego de minutos de expectación estallaron llantos de bebés.– ¡Qué hermosas gemelas! – exclamaron algunas voces.

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El terror se dibujó en los ojos de los asistentes al sepelio, cuando dos siluetas aladassurcaron los aires y sus gritos “Ayaymama, Ayaymama” invadieron el lugar. Entonces seposaron sobre un arbusto cercano a la parturienta. Al ver a las recién nacidas los seresenmudecieron.

Dagoberto Máximo Fonseca ToledoCampamento petrolero en la localidad de Andoas

Datem del Marañón, Loreto, 1991

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Encuentro con el tunche

A los dieciocho años quise conocer la selva, así que decidí visitar a unos tíos quetrabajaban en una maderera en Iquitos y me habían invitado a una expedición para buscarárboles para talar. Fuimos siete en total: mis tíos, mis tres primos, un amigo guía y yo.

Partimos en barco y luego caminamos, adentrándonos cada vez más en la espesura.Siempre se debe seguir el margen del río pues, en caso de extravío, lo más adecuado esencontrarse cerca del agua. En el monte oscurece a las seis de la tarde, por lo que desdelas cinco se debe buscar un lugar adecuado para acampar. Amanece a partir de las cincode la mañana, con una luz muy intensa.

Tras dos días de caminata, noté que estábamos muy alejados del río. Al parecer elguía estaba confundido, pero no nos decía nada. Al dar las seis, entramos todos en lacarpa y acomodamos nuestras bolsas de dormir, mientras mi tía preparaba unos panescon atún y mi tío colgaba una lámpara del techo de la carpa.

Al rato, escuchamos un silbido lejano, a treinta minutos de la carpa aproximadamente.Era extraño, profundo e intenso. No parecía animal y era perturbador porque irrumpía entoda la selva.

Conforme iban pasando los minutos, el sonido iba acercándose más. Todos cambiaronde gesto, de serios a asustados. Mi prima se puso pálida. Yo no entendía lo que ocurría.Mi tío sacó un cigarro negro de su mochila y lo encendió lanzando bocanadas a lasesquinas de la carpa, llenándolas de humo. Mi tía nos controlaba muy seria con la miradapara que no hiciéramos ruido. El silbido se situó entonces a pocos metros de distancia.Pasó un minuto más.

Tras un silencio imperante, de pronto escuchamos el silbido de algo que estaba fuerade la carpa. Inmediatamente sentimos un bufido tan fuerte que las paredes de la carpatemblaron. Mi prima sollozó y gritó: “¡Es el tunche!”. Mi tía, de la desesperación le dio unmanotazo en la pierna y le gritó: “¡Cállate!”. Yo entré en pánico y podía sentir el sonido demis latidos y mi respiración, pero muchísimo más fuertes, eran el silbido y la respiración delo que estaba allá afuera.

Entonces, mi tío se sacó la correa y empezó a golpear las paredes de la carpa,mientras fumaba y lanzaba insultos para ahuyentarlo. El guía hizo lo mismo, intentando

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alejar “eso”, mientras mi tía nos calmaba. Luego de unos minutos eternos, se disolvieronlos respiros y el silbido, y fue como si nada hubiera pasado. Sentimos entonces el sonidode algunos pájaros nocturnos.

Yo casi no dormí y, mi tío y el guía no durmieron en absoluto, porque conversaron todala madrugada sobre el cambio de ruta y el regreso, pero sobre todo decían que “estuvimosmuy cerca”.

Al día siguiente nos levantamos, cambiamos y lavamos sin hablar. Caminamos mudoshasta que sentimos el rumor del río. Todos sonreímos con alivio, y regresamos a Iquitosinmediatamente. No hablamos del tema hasta que llegamos a la ciudad y ahí mi prima meexplicó lo que era el tunche, un ser maligno que protege a la selva de su deforestación, yque es implacable.

UrpichallayÁrea de Conservación Alto Nanay

Maynas, Loreto, 2000

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La Marilia

En Puerto Maldonado, durante el servicio militar, los Grumetes Zavala y Huamánestaban en plan de diversión. Entonces se dieron cuenta de que las chicas no andaban conmisios como ellos. Zavala dijo: “La única forma de hacer plata acá, es hacer guardias porotros y cobrar”. En la quinta semana de guardia, Huamán regresó de la flotilla, y le dijo aZavala: “No sabes promoción, me he enamorado. Ayer conocí a la mujer más hermosa delmundo”. Zavala sorprendido preguntó: “¿Cómo, no estabas de guardia en la flotilla?”Huamán le contestó: “Sí, ahí la conocí, me fue a ver y se quedó conmigo desde la una dela mañana hasta el cambio de guardia”.

Zavala no creyó nada, pero después de algunos días se preocupó porque Huamánquería hacer todas las guardias de la Flotilla, casi por nada, malogrando su plan inicial.Entonces, esperó a la noche y fue a buscarlo. Huamán: “aquí me encuentro con la Marilia,ahora que venga te la presento”. “Piensa en mí, promoción, y compártela; como dice la leydel marino: no te enamores, no seas celoso, no te la lleves y espera tu turno”.

Pasaron toda la guardia esperando y nadie llegó, entonces Zavala se rió de él y se fue.Esa tarde, Zavala contó a los demás grumetes lo que había pasado y juntos hicieron mofade Huamán.

Acabado el rancho, Huamán hizo a un lado a Zavala para aclararle las cosas e insistióen decir que la Marilia si existía. “Nadie la ha visto” respondió Zavala. Se rompieron losturnos y Huamán se aferraba diariamente a la guardia de la flotilla, rompiendo el plan quetenía con Zavala.

La noche siguiente, Huamán regresó a la flotilla para hacer una nueva guardia y a la unaapareció Marilia. Él le dijo: “¿por qué no viniste ayer?” La Marilia le respondió: “porque yote quiero a ti, no al otro”. “Entonces ¿nos viste?”. La Marilia cambió; le dijo “yo siempre tevisito, ahora te toca a ti visitarme. Vamos a mi casa para que conozcas a los míos”. Ellasolo se podía escapar por las noches.

En la cuadra, Huamán andaba más perdido que nunca y confundido, porque seacercaba su cumpleaños y tenía la opción de ir a Juliaca a ver a su familia, pero él noquería dejar de verla, obsesionado. Zavala lo fue a buscar y le dijo: “no seas loco, estásdejando pasar una oportunidad que cualquiera quisiera”. Llegó el cumpleaños y él optó porhacer guardia. La mañana siguiente el Grumete Pérez bajó a la flotilla para el cambio deguardia y encontró un uniforme perfectamente limpio y doblado con el gorro encima, perono a Huamán. Reportó esto al técnico Robles, el mismo que fue por Zavala, por sercómplice de deserción.

Zavala fue llevado al calabozo e interrogado fuertemente. Él, sorprendido, alegó nosaber nada. No le creyeron y lo castigaron por dos semanas, en las cuales buscaron aHuamán por la ciudad, pero parecía que se lo había tragado el río.

Hasta el día de hoy no se sabe nada de Huamán, pero se dice que la Marilia, la sirena,sigue apareciéndose en la flotilla a los marineros nuevos.

Critobase capitanía puerto Madre de Dios, Reserva Tambopata

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Puerto Maldonado, Madre de Dios, 1982

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Los chinchilícos en el túnel del ferrocarril

Esto ocurrió muchos años atrás, cuando recién empezaba la construcción de la mina deCuajone, allá en la sierra de Moquegua. Caminaba mi padre con su compañero luego deltrabajo, saliendo a la medianoche para regresar a casa.

– ¡Corre! ¡Corre! ¡Son los Chinchilícos! – comenzó a gritar mi viejo y solo se veían unasluces al fondo del túnel. No sabía por qué había dos luces más que revoloteaban alrededorde la linterna de su amigo; y seguía corriendo.

– ¡Tomás! ¡Tomás! ¡Espera! – gritaba su amigo, y mi viejo dejó de correr y se encontrócon él.

Los dos, armados de valor, esperaron a las otras luces. Mi viejo y su compañero yahabían escuchado algunas historias, pero esta vez se iban a enfrentar en persona. Lesdaba miedo pero sabían qué hacer. Se abrazaron los dos. Eran solo sus linternas contra laoscuridad debajo del túnel. Se escuchaban pisadas de piedras cascajo, de rato en rato untropezón como una caída y las pequeñas luces se iban haciendo un poco más grandes; yde pronto percibieron un olor fuerte a azufre.

Los dos hombrecitos aparecieron, con la luz pequeña empezaron a balbucear palabras.Estaban borrachos; empezaron a reír y cantar.

Mi viejo y su amigo estaban sorprendidos por su estatura. Cayeron en cuenta de queeran los chinchilícos del túnel, esos duendecillos de las minas que les gusta molestar,bromear y a veces asustar a los mineros. Estos chinchilícos eran especiales; les gustabareír, tomar y timbear, pero eso sí, siempre y cuando recibieran un regalo de sus nuevosconocidos.

Mi viejo empezó a observarlos; eran enanitos rechonchos que al parecer habían robadoel mameluco de algún trabajador y se lo acomodaron a su tamaño. Llevaban unas botasmuy grandes para ellos y unos cascos pegados curiosamente a sus cabezas. Loschinchilícos eran muy arrugados, de ojos chinitos. Su piel era oscura, quemada por el frío ysus manos siempre cargaban una chata de ron. Les ofrecieron tomar y jugar con ellos. Miviejo y su amigo aceptaron.

– ¡a apuestas! – gritó uno de ellos.

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Sacaron sus cartas y más chatas de ron.Jugaron golpeado por un buen rato; apostaban monedas, linternas y cascos. Ya

entendieron los hombres de dónde sacaban toda su ropa los enanos. Compartieron laschatas de ron hasta que se acabó el juego.

Mi viejo y su amigo se quedaron sin monedas. Los chinchilícos seguían riendo ybailando, festejando su nueva victoria. Era tanta la euforia que ni siquiera se despidieron yse perdieron al fondo del túnel con sus pequeñas lucecitas.

Estaban asustados, porque sabían que si no hubieran jugado y compartido el trago conlos chinchilícos, estos podían haber lanzado sus maldiciones contra ellos y dejarlos mudoso paralíticos. Así dicen que terminó otro compañero de trabajo por no aceptar jugar conellos.

Por eso, cada vez que vean un chinchilíco salúdenlo, rían con él, jueguen y compartansu trago. Eso los hace más dóciles.

Rojo25Mina de Cuajone

Mariscal Nieto, Moquegua, 1976

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Al lado del demonio azul

No recuerdo bien la fecha. Trato de olvidar ese momento pues me trae demasiadosescalofríos, pero sí recuerdo el día. Habíamos llegado a Oxapampa por razones deestudios, pero para entonces ya habíamos terminado. Nos quedamos hospedados en lacasa de un amigo que es de allá. La casa es totalmente de madera y no se encuentra en laciudad, sino en el monte.

Para llegar a la ciudad, había que recorrer un camino de diez minutos, el cual solo teníaun poste de luz a la mitad de un pequeño puente. Eran las siete u ocho de la noche y misamigas y yo teníamos hambre, así que decidimos ir a la ciudad. Mi amiga Susana, teníauna pequeña linterna, que alumbraba poco pero era mejor que nada. Cabe resaltar que miamigo nos había dejado solos y, aunque ya sabíamos el camino, tuvimos que ir sin su guía.

Salimos de la casa y empezamos a caminar. Yo estaba con la linternita, alumbrando elcamino oscuro y pedregoso. Mi amiga Jhonaly estaba hablando sobre jarjachas yfantasmas, pero no hacíamos caso a sus historias y tratábamos de cambiar de tema. A losseis minutos de caminar, vimos a un señor que caminaba delante de nosotros. Como nospareció raro, decidimos pausar el paso para que el señor siguiera delante. Pero algo rarosucedió; el señor se detuvo. Vestía ropa normal, con una camisa. Nosotros nosasombramos, pero seguimos caminando, lentamente. Poco a poco nos acercábamos alseñor; él seguía parado, sin mirar a ningún lado. Quien debía pasar a su lado era yo, parami mala suerte.

Cuando estábamos a dos pasos de aquel misterioso señor yo apunté hacia su cara conla linterna y no podía creer lo que vi. Su rostro era de un color azul blanquecino, conpresencia de escamas. Pero algo que se quedó impregnado tanto en mi memoria como enla de mis amigas fue su mirada, de color azul. Sus ojos solo eran dos bolas azules que nosobservaban fijamente.

Decidimos acelerar el paso, sin mirar atrás, con miedo de que pudiera seguirnos yhacernos algo. Llegamos a la ciudad y empezamos a correr. Era algo que no nos habíapasado nunca antes, pues en la ciudad de Lima no se suelen escuchar estas historias.Comentamos lo sucedido durante el trayecto hacia la plaza y decidimos regresar a la casade mi amigo en una mototaxi. De regreso revisamos todo el camino que antes habíamosrecorrido. No volvimos a ver al señor, ni supimos nada más de él.

Cuando llegamos a la casa de mi amigo, él nos contó que años antes su hermano sehabía suicidado cerca del puente, justo por donde habíamos visto a ese señor misterioso.

No puedo olvidar su rostro, sobre todo su mirada azul, profunda y llena de odio. Parecíaun demonio azul y así lo denominamos, pues era la mejor descripción para ese ser.

Pronto regresaré a Oxapampa; espero no volver a encontrármelo. Álvaro Sebastian Claros CanalesVivero Medrano

Oxapampa, Pasco, 2010

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El mal y los tapiaos

Mi familia se instaló en Santiago, campiña de Chalaco en la sierra de Piura. Mi padrehabía sido nombrado maestro de la escuela del pequeño caserío. Su gente era cariñosapero supersticiosa. Yo, siendo niño, recibía esa influencia en los cuentos, en lasconversaciones con los otros niños de la escuela y por los hechos que viví.

Santiago está situado en una loma arenosa y en esos años carecía de agua limpia parauso doméstico; por ello los pobladores acudían diariamente a una cueva oscura de unaquebrada donde manaba un arroyo de aguas cristalinas, llamada quebrada del Pozo. Esaquebrada, por donde atraviesa el camino de herradura, es un lugar de lo más tenebroso.Allí, dicen, se aparecía el “mal” (almas en pena) en apariencia de aves fantásticas,animales o fieras horrorosas para “tapiar” (posesionarse o desquiciar) el alma de los vivos.

Una noche, a los gritos de auxilio, sacaron de entre los cañaverales cerca al Pozo aErnesto Barreto. Según él, había sido arrastrado por el “cau” (el “mal” en forma de ave).Este quedó “tapiao” para toda la vida. Gustaba arrancar las orejas de las personas amordidas.

Otra noche, Dionisio Ramírez pasaba por el lugar, cuando sintió un peso inexplicablesobre su espalda, que lo empujaba fuera del camino, hacia el Pozo. Desmayado y echandoespuma por la boca fue llevado a la aldea, donde contó lo sucedido. Desde entonces lollamaron “pesadilla”.

En ambos casos mi padre dijo que era delirium tremens porque los dos estabanborrachos. Pero también sucedió conmigo.

Cuando tenía ocho años llegó de visita mi padrino de bautizo. El mulo, que habíacabalgado desde Tambogrande, estaba hambriento. Eran como las siete de la noche y encompañía de Abimel, mi coetáneo y amigo, hijo de Abraham Ramírez, nos mandaron atrasladarlo a la Quina, propiedad de éste último, para que los peones lo lleven a lainverna. La Quina quedaba a unos tres kilómetros pasando por la Quebrada del Pozo. Yocon una mano jalaba y con un candil en la otra alumbraba el camino; Abimel, junto a superro Viernes, lo arreaba.

Llegando a la quebrada del Pozo, Viernes se adelantó y empezó a ladrar

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desesperadamente hacia la sombra. El mulo, resollando fuertemente, se paró en dospatas; en esos instantes alcanzamos a ver cruzando el camino a un animal como una perraflaca. Volteó la cabeza, nos miró y abrió su hocico mostrándonos los colmillos. El mulovenció mis fuerzas y corrió de regreso. Yo solté el candil, se apagó y me desvanecí. Alvolver en mí, mis pantalones estaban húmedos. Viernes ya no ladraba, solo aullabadébilmente junto a mi amigo.

Cuando regresábamos temerosos, encontramos al mulo detenido comiendo hojas decaña que sobresalían al camino. Lo cogimos, jalando yo, Abimel arreando. Pasamos laquebrada a la carrera, no hubo ladridos ni resistencia; había pasado el peligro. El “mal” nonos “tapió”. Nuestros padres no se enteraron.

Germán Alfonso López JiménezDistrito de Chalaco

Morropón, Piura1938

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Aullidos

Esto ocurrió en la ciudad de Piura cuando éramos chicos, en la época en que todo eratranquilo y no se cerraban las puertas de las casas. Yo tenía aproximadamente ocho añosy esa tarde nos encontrábamos jugando en la pista con mis hermanos, mis primos yalgunos amigos de barrio, como todos los días. Estábamos cerca de mi casa y justo alfrente quedaba la casa de mis primos.

En cierto momento nos llamó la atención el aullido de un perro, era más fuerte que lonormal. Inmediatamente fue secundado con muchos ladridos y aullidos del resto de perrosde la cuadra. Nosotros dejamos de jugar, impresionados y algo confundidos por ese inusualalboroto.

Un señor del pueblo que justo pasaba por ahí nos dijo: “cuando aúllan así es porquealguien se está muriendo”. Al minuto, y sin que el ruido cese, otra de mis primas saliócorriendo de su casa. Nos dijo que su papá acababa de morir. Se trataba de mi tío César,que estaba enfermo hacía un tiempo.

Los perros siguieron ladrando un poco más y luego se callaron. Don PacoEn la calle Libertad, a media cuadra de la plaza de Armas

Piura, Piura, 1945

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Ojos de fuego

Hace muchos años mi padre solía refrescar sus tardes de verano en un caserío a lasafueras de la ciudad. Estaba acostumbrado a pasar el tiempo en compañía de sus amigos,bebiendo la espumosa chicha de jora, jugando cartas y comentando los encuentros defútbol, ya que el equipo de sus amores, el Huáscar, era inalcanzable y siempre salíavictorioso.

Una noche, de la que no recuerdo el día, llegó él muy tarde en compañía de su mejoramigo y compañero de andanzas. Mi padre estaba pálido, y eso que él es moreno.Temblaba y sentía cómo su voz era débil. Su compañero tiritaba y no hacía frío, eso sí lorecuerdo. Habían llegado y sentí que la puerta se estremecía de tanto golpe. Me levanté ylo vi; estaba sentado esperando que mi madre le alcanzara una manta y su amigo, sinpronunciar palabra, solo movía la cabeza en señal de aprobación a lo que le preguntaban.

Empezó por contar que habían estado en el encuentro del Huáscar, y que al término deeste se habían sentado junto con su compadre y otros amigos más a tomar un balde dechicha. Se habían entretenido tanto que poco a poco se extendía la conversa y los baldesde chicha, tanto así que llegaron a ser casi las doce de la noche. Viendo los dos loavanzado de la hora, se retiraron del lugar aún con la protesta de los demás compadres.

De camino a casa se hallaron en medio de unas parcelas, ya que en ese entonces nohabía movilidad a altas horas de la noche y tenían que caminar de regreso. Cuenta mipadre que encontraron en medio de la oscuridad una luz muy brillante que salía por detrásde un algarrobo grueso que, a juzgar por el tamaño del tronco, era ya muy viejo. Esto lesllamó la atención. Caminaron en dirección de la luz y encontraron un caballo del doble detamaño de uno normal, con ojos tan brillantes que parecían lanzar fuego. Su jinete estabavestido de negro, con un sombrero de ala ancha y un poncho que llegaba hasta el suelo.No se le veía el rostro, pero se escuchaba su voz que era como el trueno. “Nos quería”,dijo, y su amigo se encogía del miedo. Al parecer aún no salía del shock.

Mamá al parecer no le creyó; ella creía que había sido producto de tanta chicha quehabían tomado, o que tal vez solo lo habían alucinado. Después de aquella historia mipadre estuvo sin ir a tomar chicha por casi un mes, y cuando por fin empezó a ir regresabatemprano.

Yo me quedé con ese cuento en la memoria, y eso que solo tenía cinco años. Mi padredecía que si no se los llevó fue porque él era fuerte de espíritu.

Minerva

Piura, 1990

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Misterio del condenado

Acababa de llegar de un largo viaje que había tenido desde Lima, pasando porArequipa, en el que acompañé a la mamá de mi amigo para que hiciera su tratamientocontra el cáncer, y llevaba ya un par de días acostumbrándome al clima de Puno en lacasa de mi amigo. Tenía entendido que mi amigo por esas fechas trabajaba en Juliaca yregresaba a las diez de la noche.

Estaba descansando plácidamente cuando de pronto los perros de mi amigoempezaron a ladrar desesperadamente. Cuando me levanté para ver lo que pasaba noencontré mis zapatos, así que salí descalzo.

Para mi sorpresa, me encontré con un ser que era más una sombra. Esta sombra saliópor el traspatio corriendo. Me acuerdo que salté al techo del vecino para ver el callejón, enel cual no había nada.

Cuando llegó mi amigo le pregunté:– ¿Alguna vez han robado en tu casa?– No, ¿por qué? – contestó.Le conté lo que me había sucedido minutos antes y él me dijo que si lo hubiera visto me

lamentaría.– ¿Alguna vez alguien lo ha visto? – le pregunté.– Sí, mi madre – respondió,– ¿De qué tendría que lamentarse? – le dije yo.– Mi madre no creía en eso, por eso es el castigo que padece – fue su respuesta.Entonces él me indicó que la casa estaba habitada por ese ser y que siempre vendría.

Me recomendó que la siguiente vez no saliera como hice esa noche. Además me explicóque este ser tomaba la forma física del ser querido al que uno más estimaba.

Desde ese día no volví a ver nada parecido a lo ocurrido esa noche. Josef Jobani Cruz CamachoBarrio Bellavista

Puno, Puno, 2007

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Extraño de medianoche

Mi familia retornaba de un viaje a Tacna. Yo apenas tenía un año de vida, por eso losverdaderos testigos fueron mi madre, mi padre y mis hermanos. Todos yacían en el interiordel auto en plena carretera. Nadie sabía qué hora era, ni a qué distancia se encontrabande su destino. Los niños dormían acurrucados en el asiento de atrás y los padresconversaban sobre lo sucedido en el viaje y lo qué harían el día siguiente al llegar a casa.De pronto, mi madre levantó la mirada y alcanzó a ver en la lejanía, al lado del haz de luzde los faros del vehículo, la silueta de un hombre.

El sujeto estaba de espaldas. Llevaba un abrigo muy largo que le cubría las piernas. Enla inmensa oscuridad no era posible distinguir el color de su atuendo. Su rostro estabaescondido en la negrura de un enorme sombrero. Recostado en su hombro derecho llevabaun saco de grandes dimensiones, cuyo traslado sin duda agobiaría a cualquier mortal.

A medida que el vehículo se acercaba al extraño, la mujer divisó junto a él lo queparecía ser un perro de color negro, tan negro que incluso la oscuridad de la nochecontrastaba con su pelaje. Al sentir compasión por aquel extraño, decidieron parar elvehículo para acomodarlo en el auto y ayudarlo a cumplir su cometido.

Cuando el vehículo se aprestaba a detenerse, mi madre centró su mirada en la parteinferior del sujeto. Él, al percatarse de su presencia, hizo un ligero giro y quedó mirando defrente al vidrio lateral del auto, justo hacia ella.

En ese momento el terror la invadió en lo más profundo de sus fibras nerviosas. Lo quedistinguió en ese instante fue tan espeluznante que se quedó sin palabras mientras unagélida sensación recorría su cuerpo. Su corazón latía tan intensamente que no escuchó elsonido de la frenada del auto. No atinó más que a abrazar al niño que traía en brazos.

Mientras su esposo frenaba el auto, en un último y desesperado esfuerzo de la mujerpara que huyeran de aquella pesadilla, le dijo a su esposo que acelerara con un ligerogolpe sobre su hombro. Sin embargo este hizo caso omiso a la advertencia y detuvo elauto pocos metros delante del sujeto. Algo fastidiado por el proceder de su esposa, elhombre bajó del auto a buscar al extraño; oteó sobre el techo del auto hasta que decidiópor fin retornar al lado de su familia.

No había encontrado a nadie; el extraño parecía haberse esfumado de pronto al ladode la carretera. Cuando el padre encendió el auto se escuchó a lo lejos el terrible ydoloroso aullar de un perro que parecía correr y alejarse de ese lugar. Después de estonadie más volvió a hablar de lo sucedido y retomaron el camino hacia el refugio de suhogar.

Muchos años han pasado y cuando se le pregunta a mi madre sobre lo que ocurrióaquella noche, ella afirma haber visto que aquel sujeto no tenía piernas sobre las cualesdescansar su inmensa humanidad.

JoselCamiara, en la carretera de Tacna a Moquegua

Tacna, 1988

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El jinete del caballo blanco

Esto le ocurrió a mi papá cuando regresaba de su trabajo hacia mi antigua casa, entrelas dos y las cuatro de la mañana. Al pasar cerca al cementerio, que quedaba de camino,vio a un hombre vestido de blanco montado en su enorme caballo de igual color, galopandoa casi un metro del suelo. Ese señor era grande y de contextura atlética. Llevabasombrero, sus ojos brillaban como los de un gato y su boca estaba cubierta con unapañoleta. El caballo era grande y tenía la crin larga. Sus grandes ojos brillaban igual quelos de su jinete. Sus dientes eran de oro al igual que las riendas y la silla en la cual ibamontado este señor. Su cola era igualmente larga. A pesar de que la melena y la cola eranmuy largas estas nunca tocaban el suelo.

Cuenta mi papá que este señor llevaba consigo una guitarra, entonando canciones ycumananas, las cuales eran de pena y tristeza; algunas maldiciendo a personas, otrascomo si llamara a alguien. Al ver esto mi papá comenzó a llamar a gritos al panteonero.Este, al oír los gritos, salió y dijo: “¿Qué pasa?”. Mi papá le dijo: “¿Qué es eso?”. Estetambién se quedo sorprendido pero le dijo: “No le tema, de seguro no hace daño. Ustednada más acérquese hacia mí y no diga nada, que solo se aleja”. Tras escuchar lo que ledijo el panteonero, mi papá se le acercó. Mientras tanto, el jinete se alejaba junto con sucaballo, entonando cumananas; algunas de tristeza, otras de odio y otras en las cualesllamaba a alguien.

Lo raro fue que nunca tocaba el suelo, siempre permaneció en el aire y, cuando sealejaba, sus cánticos y cumananas se escuchaban tan cerca como si aún permanecieraahí.

Después de un rato, el jinete y su caballo blanco desaparecieron en una intensa ygruesa neblina; la cual era totalmente fuera de lo común en esa zona. Después de eso, mipapá cambió su ruta de llegada a casa por una más larga.

Al tiempo se encontró con el panteonero y éste le contó que volvió a ver al jinetedespués de cuatro meses y otras personas también lo habían visto. Ahora ya no seaparece; sería raro porque el lugar está totalmente habitado. Algunos escuchan aún esoscánticos y cumananas pero nadie sabe de dónde provienen.

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Di GonzyCementerio San Carlos

Zarumilla, Tumbes, 1976

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El ceibo del diablo

Cuentan los antiguos que cerca del caserío de Uña de Gato se encuentra un hermoso yfrondoso ceibo (planta muy típica de la región) al que se le conoce con el nombre de ceibodel diablo. En ese lugar a partir de las doce de la noche surge un personaje endemoniadodesde el fondo del árbol. Es como si se abriera un portal desde su tronco por el cual saleel demonio.

Algunos cuentan que se presenta de forma normal, como un hombre de rostrocarismático, estatura alta, de traje negro y de muy buen vestir. A otros se les presentacomo el mismo demonio, con garras en las manos y hasta con cola. Dicen que se lleva alinfierno a toda persona que se encuentra vagando por tal sitio.

Se afirma que son muchas las personas que han sido víctimas de este maleficio. Lacredulidad popular es tan arraigada que mucha gente antes de pasar por este sitio sesantigua con mucho respeto y recogimiento.

Di GonzyPor el camino que va de Zarumilla a Uña de Gato

Zarumilla, Tumbes, entre 1920 y 1930

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La viuda en el Callao

En nuestro primer puerto la relación entre los habitantes chalacos era realmentefraternal. En 1956 yo contaba con siete años de edad y vivía en la Unidad Modelo que,como su nombre lo dice, fue la primera unidad vecinal construida durante el Gobierno deManuel A. Odría. Ubicada a regular distancia de la Mar Brava, contaba con un centrocomunal, botiquín, puesto policial y un reservorio de agua que sirvió de pre-escolar paranuestra primera infancia.

Aquella noche de un día que no recuerdo; mis padres y muchos vecinos acompañabana una inconsolable familia que velaba los restos de su menor hijo en el block G. Mi padre,como era debido, se quedó hasta el día siguiente, pero mi madre y yo nos retiramospasada la medianoche y cruzamos hacia el block A, donde vivíamos.

Estábamos subiendo las escaleras hacia el segundo piso, cuando observé a una señorasentada en la jardinera del centro comunal, que quedaba al lado del block A. Me inquietóno poder verle el rostro, restregué mis ojos y pregunté a mi madre: “¿quién es esaseñora?”. Ella se detuvo un instante, preciso momento en que la mujer se movió, aunque yono veía sus pies.

Mi madre me jaló del brazo, aceleró los últimos escalones y abrió la puerta muynerviosa. Me envió a mi cuarto y con una correa en la mano (cosa que me asustó ya quepensé que era para mí) empezó a dar de correazos al piso diciendo groserías. Yo nopregunté más. Al día siguiente le conté a mi padre y escuché detalles de este suceso y elporqué de los actos de mi madre.

Años más tarde al casarme, alquilé una casa en el block H, a dos blocks del A. Estabamás cerca a un pampón que circundaba la Unidad. Cierta noche mi esposo, porencontrarse de servicio, me dejó sola con mi bebé. Pasada la medianoche yo aúnplanchaba la ropa cuando escuché unas lamentaciones afuera. Preocupada, me asomé a laventana que daba a la parte posterior y no vi a nadie. Regresé a mi labor y los lamentos,que eran de mujer, se escuchaban más próximos.

De pronto, un frío intenso se apoderó de mí; mis cabellos y vellos se erizaron. Fui alcuarto de mi bebé como una autómata y recordé aquel día y los comentarios de mispadres respecto a hechos semejantes. Mamá dijo que si había un niño presente se lepellizcara para que la viuda no se acerque. Contemplé a mi nenay recordaba las palabrasde mi madre, pero no la pude pellizcar. Únicamente la apreté a mi pecho y me metí a lacama. Intenté rezar pero de mi boca no salía oración alguna. Mi mente estaba nublada ysolo con las palabras – Dios mío, Dios mío – acallé los horribles lamentos queacrecentaban mi miedo, hasta que me quedé dormida.

María Graciela Salinas ÁlvarezUnidad Modelo

Callao, desde 1956 a 1971

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Glosario

Abigeos - ladrones de ganado (tomado de RAE)Colca - depósito o almacénCumanana - improvisado cantar compuesto en cuartetas o décimas que suele

entonarse al son de arpas o guitarras, propio de los pueblos mulatos y mestizos de lacosta norte del Perú (Tomado de Wikipedia)

Inverna - lugar de pastoreoPaqu - chamán o curanderoPucará - fortificación construida por los aborígenes de las culturas andinas centrales

(Tomado de Wikipedia)Pumacari - techo de paja que llevan las canoasTambo - tienda rural pequeña (tomado de RAE)