Quevedo, Francisco de - Historia y Vida Del Buscon

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HISTORIA DE LA VIDA DEL BUSCÓN

LLAMADO DON PABLOS, EJEMPLODE VAGAMUNDOS Y ESPEJO DE

TACAÑOS

FRANCISCO DE QUEVEDOVILLEGAS

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LIBRO PRIMERO

CAPITULO I En que cuenta quién es el BuscónYo, señora, soy de Segovia; mi padre s

llamó Clemente Pablo, natural del mismpueblo (Dios le tenga en el cielo). Fue, tacomo todos dicen, de oficio barbero, aunqueran tan altos sus pensamientos que se corríde que le llamasen así, diciendo que él er

tundidor de mejillas y sastre de barbas. Diceque era de muy buena cepa y, según él bebía, es cosa para creer. Estuvo casado coAldonza de San Pedro, hija de Diego de SaJuan y nieta de Andrés de San Cristóbal. Sos

pechábase en el pueblo que no era cristianvieja (aun viéndola con canas y rota), aunquella, por los nombres y sobrenombres de supasados, quiso esforzar que era decendientde la gloria. Tuvo muy buen parecer para le

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trado; mujer de amigas y cuadrilla, y de pocos enemigos, porque hasta los tres del almno los tuvo por tales; persona de valor y co

nocida por quien era. Padeció grandes trabajos recién casada, y aun después, porque malas lenguas daban en decir que mi padre metía el dos de bastos para sacar el as de orosProbósele que a todos los que hacía la barba navaja, mientras les daba con el agua, levantándoles la cara para el lavatorio, un mhermanico de siete años les sacaba muy a ssalvo los tuétanos de las faldriqueras. Muriel angelico de unos azotes que le dieron en lcárcel. Sintiólo mucho mi padre, por ser ta

que robaba a todos (las voluntades). Por estas y otras niñerías estuvo preso,

rigores de Justicia (de que hombre no spuede defender) le sacaron por las calles. Elo que toca de medio abajo tratáronle aque

llos señores regaladamente. Iba a la brida, ebestia segura y de buen paso, con mesura buen día. Mas de medio arriba, ecétera, quno hay más que decir, para quien sabe lo quhace un pintor de suela en unas costillas. Dié

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ronle docientos escogidos, que de allí a seaños se le contaban por encima de la ropillaMás se movía el que se los daba, que él, cos

que pareció muy bien. Divirtióse algo con laalabanzas que iba oyendo de sus buenas carnes, que le estaba de perlas lo colorado. 

Mi madre, pues, ¿no tuvo calamidades? Udía, alabándomela una vieja que me crió, decía que era tal su agrado, que hechizaba cuantos la trataban. Y decía (no sin sentmiento):

-En su tiempo, hijo, eran los virgos comsoles, unos amanecidos y otros puestos, y lomás, en un día mismo amanecidos y puestos

Hubo fama que reedificada doncellas, resuscitaba cabellos, encubriendo canas; empreñaba piernas con pantorrillas postizas. Y cono tratarla nadie que se le cubriese pelo, solas las calvas se la cubría, porque hacía cabe

lleras; poblaba quijadas con dientes; al fivivía de adornar hombres, y era remendonde cuerpos. Unos la llamaban zurcidora dgustos; otros, algebrista de voluntades desconcertadas; otros, juntona; cuál la llamab

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enflautadora de miembros y cuál tejedora dcarnes, y por mal nombre alcagüeta. Parunos era tercera, primera para otros, y flu

para los dineros de todos. Ver, pues, con lcara de risa que ella oía esto de todos, erpara dar mil gracias a Dios. 

Hubo grandes diferencias entre mis padresobre a quién había de imitar en el oficiomas yo, que siempre tuve pensamientos dcaballero desde chiquito, nunca me apliqué uno ni a otro. Decíame mi padre: 

-Hijo, esto de ser ladrón no es arte mecánca sino liberal. 

Y de allí a un rato, habiendo suspirado, de

cía, de manos: -Quien no hurta en el mundo, no vive. ¿Po

qué piensas que los alguaciles y jueces noaborrecen tanto? Unas veces nos destierranotras nos azotan y otras nos cuelgan. (No l

puedo decir sin lágrimas, lloraba como un nño el buen viejo, acordándose de las que lhabían batanado las costillas). Porque nquerrían que, donde están, hubiese otros ladrones sino ellos y sus ministros. Mas de tod

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nos libró la buena astucia. En mi mocedadsiempre andaba por las iglesias, y no de purbuen cristiano. Muchas veces me hubiera

llorado en el asno, si hubiera cantado en epotro. Nunca confesé sino cuando lo mandabla Santa Madre Iglesia. Preso estuve por pedigüeño en caminos, y a pique de que me esteraran el tragar, y de acabar todos mis negocios con diez y seis maravedís: diez de soga y seis de cáñamo. Mas de todo me ha sacado el punto en boca, el chitón y los nonesY, con esto y mi oficio, he sustentado a tmadre lo más honradamente que he podido. 

-¿Cómo a mí sustentado? -dijo ella co

grande cólera. Yo os he sustentado a vos, sacádoos de las cárceles con industria, mantenídoos en ellas con dinero. Si no confesábades, ¿era por vuestro ánimo? o ¿por labebidas que yo os daba? ¡Gracias a mis bo

tes! Y si no temiera que me habían de oír ela calle, yo dijera lo de cuando entré por lchimenea y os saqué por el tejado. 

Metílos en paz, diciendo que yo queríaprender virtud resueltamente, y ir con m

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buenos pensamientos adelante; y que paresto me pusiesen a la escuela, pues sin leeni escribir no se podía hacer nada. Parecióle

bien lo que decía, aunque lo gruñeron un ratentre los dos. Mi madre se entró a dentro, mi padre fue a rapar a uno (así lo dijo él) nsé si la barba o la bolsa, lo más ordinario eruno y otro. Yo me quedé solo, dando graciaa Dios porque me hizo hijo de padres tan celosos de mi bien. 

CAPITULO II De cómo fue a la escuela y lo que e

ella le sucedió

A otro día, ya estaba comprada la cartilla hablado el maestro. Fui, señora, a la escuelarecibióme muy alegre, diciendo que tenía cara de hombre agudo y de buen entendimiento. Yo, con esto, por no desmentirle, di mu

bien la lición aquella mañana. Sentábame emaestro junto a sí, ganaba la palmatoria lomás días por venir antes, y íbame el postrerpor hacer algunos recados a la Señora (quasí llamábamos la mujer del maestro). Tenía

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los a todos con semejantes caricias obligados; favorecíanme demasiado, y con esto creció la envidia en los demás niños. LLegába

me, de todos, a los hijos de caballeros y personas principales, y particularmente a un hijde don Alonso Coronel de Zúñiga, con el cuajuntaba meriendas. Ibame a su casa a jugalos días de fiesta, y acompañábale cada díaLos otros, o que porque no les hablaba o quporque les parecía demasiado punto el míosiempre andaban poniéndome nombres tocantes al oficio de mi padre. Unos me llamaban don Navaja, otros don Ventosa; cuál decía, por disculpar la invidia, que me querí

mal porque mi madre le había chupado dohermanitas pequeñas, de noche; otro decíque a mi padre le habían llevado a su caspara que la limpiase de ratones (por llamarlgato). Unos me decían "zape" cuando pasaba

y otros "miz". Cuál decía: -Yo la tiré dos berenjenas a su madre cuan

do fue obispa. Al fin, con todo cuanto andaban royéndom

los zancajos, nunca me faltaron, gloria

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Dios. Y aunque yo me corría, disimulaba; todo lo sufría, hasta que un día un muchacho satrevió a decirme a voces hijo de una puta

hechicera; lo cual, como me lo dijo tan clar(que aun si lo dijera turbio no me diera poentendido) agarré una piedra y descalabréleFuime a mi madre corriendo que me escondiese; contéla el caso; díjome: 

-Muy bien hiciste: bien muestras quiéeres; sólo anduviste errado en no preguntarlquién se lo dijo. 

Cuando yo oí esto, como siempre tuve altopensamientos, volvíme a ella y roguéla mdeclarase si le podía desmentir con verdad

que me dijese si me había concebido a escotentre muchos o si era hijo de mi padre. Riósy dijo: 

-Ah, noramaza, ¿eso sabes decir? No serábobo: gracia tienes. Muy bien hiciste en que

brarle la cabeza, que esas cosas, aunqusean verdad, no se han de decir. 

Yo, con esto, quedé como muerto, y dimpor novillo de legítimo matrimonio, determnado de coger lo que pudiese en breves días

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y salirme de en casa de mi padre, tanto pudconmigo la vergüenza. Disimulé, fue mi padre, curó al muchacho, apaciguólo y volvióm

a la escuela, adonde el maestro me recibicon ira, hasta que, oyendo la causa de la rña, se le aplacó el enojo, considerando la razón que había tenido. 

En todo esto, siempre me visitaba aquehijo de don Alonso de Zúñiga, que se llamabdon Diego, porque me quería bien naturamente. Que yo trocaba con él los peones eran mejores los míos, dábale de lo que amorzaba y no le pedía de lo que él comíacomprábale estampas, enseñábale a lucha

jugaba con él al toro, y entreteníale siempreAsí que, los más días, sus padres del caballerito, viendo cuánto le regocijaba mi compañía, rogaban a los míos que me dejasen coél a comer y cenar y aun a dormir los má

días. Sucedió, pues, uno de los primeros qu

hubo escuela por Navidad, que viniendo pola calle un hombre que se llamaba Poncio d

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Aguire (el cual tenía fama de confeso) que edon Dieguito me dijo: 

-Hola, llámale Poncio Pilato y echa a correr

Yo, por darle gusto a mi amigo, llamélPoncio Pilato. Corrióse tanto el hombre, qudio a correr tras mí con un cuchillo desnudpara matarme, de suerte que fue forzoso meterme huyendo en casa de mi maestro, dandgritos. Entró el hombre tras mí, y defendiómel maestro de que no me matase, asigurándole de castigarme. Y así luego (aunque Señora le rogó por mí, movida de lo que yo lservía, no aprovechó), mandóme desatacay, azotándome, decía tras cada azote: 

-¿Diréis más Poncio Pilato?. Yo respondía: -No, señor. Y respondílo veinte veces, a otros tanto

azotes que me dio. Quedé tan escarmentad

de decir Poncio Pilato, y con tal miedo, quemandándome el día siguiente decir (como solía) las oraciones a los otros, llegando al Credo (advierta V. Md. la inocente malicia), atiempo de decir "padeció so el poder de Pon

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cio Pilato", acordándome que no había de decir más Pilatos, dije: "padeció so el poder dPoncio de Aguirre". Dióle al maestro tant

risa de oír mi simplicidad y de ver el miedque le había tenido, que me abrazó y dio unfirma en que me perdonaba de azotes las doprimeras veces que los mereciese. Con estfui yo muy contento. 

En estas niñeces pasé algún tiempo aprendiendo a leer y escrebir. Llegó (por no enfadar) el de unas Carnestolendas, y, trazandel maestro de que se holgasen sus muchachos, ordenó que hubiese rey de gallosEchamos suertes entre doce señalados por é

y cúpome a mí. Avisé a mis padres que mbuscasen galas. 

LLegó el día, y salí en uno como caballomejor dijera en un cofre vivo, que no anduven peores pasos Roberto del diablo, segú

andaba. êl era rucio, y rodado el que iba encima por lo que caía en todo. La edad no haque tratar, biznietos tenía en tahonas. De sraza no sé más de que sospecho era de judío

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según era medroso y desdichado. Iban tramí los demás niños todos aderezados. 

Pasamos por la plaza (aun de acordarm

tengo miedo), y llegando cerca de las mesade las verduras (Dios nos libre), agarró mcaballo un repollo a una, y ni fue visto ni oídcuando lo despachó a las tripas, a las cualescomo iba rodando por el gaznate, no llegó emucho tiempo. La bercera (que siempre sodesvergonzadas) empezó a dar voces; llegáronse otras y, con ellas, pícaros, y alzandzanorias garrofales, nabos frisones, tronchoy otras legumbres, empiezan a dar tras el pobre rey. Yo, viendo que era batalla nabal,

que no se había de hacer a caballo, comenca apearme; mas tal golpe me le dieron al caballo en la cara, que, yendo a empinarse, cayó conmigo en una (hablando con perdónprivada. Púseme cual V. Md. puede imagina

Ya mis muchachos se habían armado de piedras, y daban tras las revendederas, y descalabraron dos. 

Yo, a todo esto, después que caí en la prvada, era la persona más necesaria de la riña

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Vino la justicia, comenzó a hacer informaciónprendió a berceras y muchachos, mirando todos qué armas tenían y quitándoselas, por

que habían sacado algunos dagas de las qutraían por gala, y otros espadas pequeñasLLegó a mí, y, viendo que no tenía ningunasporque me las habían quitado y metídolas euna casa a secar con la capa y sombrero, pdióme, como digo, las armas, al cual respondí, todo sucio, que, si no eran ofensivas contra las narices, que yo no tenía otras. Quierconfesar a V. Md. que, cuando me empezaroa tirar los tronchos, nabos, etcétera, quecomo yo llevaba plumas en el sombrero, en

tendiendo que me habían tenido por mi madre y que la tiraban, como habían hecho otraveces, como necio y muchacho, empecé a decir: -"Hermanas, aunque llevo plumas, no soAldonza de San Pedro, mi madre" (como s

ellas no lo echaran de ver por el talle y rostro). El miedo me disculpó la ignorancia, y esucederme la desgracia tan de repente. 

Pero, volviendo al alguacil, quísome llevar la cárcel, y no me llevó porque no hallaba po

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donde asirme (tal me había puesto del lodoUnos se fueron por una parte y otros por otray yo me vine a mi casa desde la plaza, mart

rizando cuantas narices topaba en el caminoEntré en ella, conté a mis padres el suceso, corriéronse tanto de verme de la manera quvenía, que me quisieron maltratar. Yo echabla culpa a las dos leguas de rocín esprimidque me dieron. Procuraba satisfacerlos, yviendo que no bastaba, salíme de su casa fuime a ver a mi amigo don Diego, al cuahallé en la suya descalabrado, y a sus padreresueltos por ello de no inviarle más a la escuela. Allí tuve nuevas de cómo mi rocín

viéndose en aprieto, se esforzó a tirar dos coces, y, de puro flaco, se le desgajaron las dopiernas, y se quedó sembrado para otro añen el lodo, bien cerca de espirar. 

Viéndome, pues, con una fiesta revuelta, u

pueblo escandalizado, los padres corridos, mamigo descalabrado y el caballo muerto, determinéme de no volver más a la escuela ni casa de mis padres, sino de quedarme a servir a don Diego o, por mejor decir, en s

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compañía, y esto con gran gusto de los suyos, por el que daba mi amistad al niño. Escribí a mi casa que yo no había menester má

ir a la escuela porque, aunque no sabía bieescribir, para mi intento de ser caballero lque se requería era escribir mal, y que asdesde luego, renunciaba la escuela por ndarles gasto, y su casa para ahorrarlos de pesadumbre. Avisé, de dónde y cómo quedabay que hasta que me diesen licencia no los vería. 

CAPITULO III De cómo fue a un pupilaje por criado d

don Diego CoronelDeterminó, pues, don Alonso de poner a s

hijo en pupilaje, lo uno por apartarle de sregalo, y lo otro por ahorrar de cuidado. Supque había en Segovia un licenciado Cabra

que tenía por oficio el criar hijos de caballeros, y envió allá el suyo, y a mí para que lacompañase y sirviese. 

Entramos, primero domingo después dCuaresma, en poder de la hambre viva, por

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que tal laceria no admite encarecimiento. êera un clérigo cerbatana, largo sólo en el talle, una cabeza pequeña, los ojos avecindado

en el cogote, que parecía que miraba pocuévanos, tan hundidos y escuros, que erbuen sitio el suyo para tiendas de mercaderes; la nariz, de cuerpo de santo, comido epico, entre Roma y Francia, porque se lhabía comido de unas búas de resfriado, quaun no fueron de vicio porque cuestan dinerolas barbas descoloridas de miedo de la bocvecina, que, de pura hambre, parecía quamenazaba a comérselas; los dientes, le fataban no sé cuántos, y pienso que por holga

zanes y vagamundos se los habían desterrado; el gaznate largo como de avestruz, couna nuez tan salida, que parecía se iba buscar de comer forzada de la necesidad; lobrazos secos; las manos como un manojo d

sarmientos cada una. Mirado de medio abajoparecía tenedor o compás, con dos piernalargas y flacas. Su andar muy espacioso; si sdescomponía algo, le sonaban los güesos como tablillas de San Lázaro. La habla ética; l

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barba grande, que nunca se la cortaba por ngastar, y él decía que era tanto el asco que ldaba ver la mano del barbero por su cara

que antes se dejaría matar que tal permitiese. Cortábale los cabellos un muchacho dnosotros. Traía un bonete los días de sol, ratonado con mil gateras y guarniciones de grasa; era de cosa que fue paño, con los fondoen caspa. La sotana, según decían algunosera milagrosa, porque no se sabía de qué color era. Unos, viéndola tan sin pelo, la teníapor de cuero de rana; otros decían que erilusión; desde cerca parecía negra, y desdlejos entre azul. Llevábala sin ceñidor; no tra

ía cuello ni puños. Parecía, con esto y los cabellos largos y la sotana y el bonetón, teatinlanudo. Cada zapato podía ser tumba de ufilisteo. Pues ¿su aposento? Aun arañas nhabía en él. Conjuraba los ratones de mied

que no le royesen algunos mendrugos quguardaba. La cama tenía en el suelo, y dormía siempre de un lado por no gastar las sábanas. Al fin, él era archipobre y protomiseria. 

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A poder déste, pues, vine, y en su poder estuve con don Diego, y la noche que llegamonos señaló nuestro aposento y nos hizo un

plática corta, que aun por no gastar tiempno duró más. Díjonos lo que habíamos dhacer. Estuvimos ocupados en esto hasta lhora de comer. Fuimos allá; comían los amoprimero, y servíamos los criados. 

El refitorio era un aposento como medio celemín. Sentábanse a una mesa hasta cinccaballeros. Yo miré lo primero por los gatosy, como no los vi, pregunté que cómo no lohabía a un criado antiguo, el cual, de flacestaba ya con la marca del pupilaje. Comenz

a enternecerse, y dijo: -¿Cómo gatos? Pues ¿quien os ha dicho

vos que los gatos son amigos de ayunos penitencias? En lo gordo se os echa de veque sois nuevo. ¿Qué tiene esto de refitori

de Gerónimos para que se críen aquí? Yo, con esto, me comencé a afligir; y má

me susté cuando advertí que todos los quvivían en el pupilaje de antes estaban comleznas, con unas caras que parecía se afeita

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ban con diaquilón. Sentóse el licenciado Cabra y echó la bendición. Comieron una comda eterna, sin principio ni fin. Trujeron cald

en unas escudillas de madera, tan claro, quen comer una dellas peligrara Narciso máque en la fuente. Noté con la ansia que lomacilentos dedos se echaban a nado tras ugarbanzo güérfano y solo que estaba en esuelo. Decía Cabra a cada sorbo: 

-Cierto que no hay tal cosa como la olla, dgan lo que dijeren; todo lo demás es vicio gula. 

Y, sacando la lengua, la paseaba por los bgotes, lamiéndoselos, con que dejaba la bar

ba pavonada de caldo. Acabando de decirloechóse su escudilla a pechos, diciendo: 

-Todo esto es salud, y otro tanto ingenio. -¡Mal ingenio te acabe!, decía yo entre m

cuando vi un mozo medio espíritu y tan flaco

con un plato de carne en las manos, que parecía que la había quitado de sí mismo. Veníun nabo aventurero a vueltas de la carn(apenas), y dijo el maestro en viéndole: 

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-¿Nabo hay? No hay perdiz para mí que sle iguale. Coman, que me huelgo de verlocomer. 

Y, tomando el cuchillo por el cuerno, picólcon la punta y asomándole a las narices, trayéndole en procesión por la portada de la cara, meciendo la cabeza dos veces, dijo: 

-Conforta realmente, y son cordiales. Que era grande adulador de las legumbres

Repartió a cada uno tan poco carnero, queentre lo que se les pegó en las uñas y se lequedó entre los dientes, pienso que se consumió todo, dejando descomulgadas las trpas de participantes. Cabra los miraba y de

cía: -Coman, que mozos son y me huelgo de ve

sus buenas ganas. (¡Mire V. Md. qué aliño para los que boste

zaban de hambre!). Acabaron de comer

quedaron unos mendrugos en la mesa y, eel plato, dos pellejos y unos güesos; y dijo epupilero: 

-Quede esto para los criados, que tambiéhan de comer; no lo queramos todo. 

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-¡Mal te haga Dios y lo que has comido, lacerado -decía yo-, que tal amenaza has hecha mis tripas! 

Echó la bendición, y dijo: -Ea, demos lugar a la gentecilla que se repapile, y váyanse hasta las dos a hacer ejercicio, no les haga mal lo que han comido. 

Entonces yo no pude tener la risa, abriendtoda la boca. Enojóse mucho, y díjome quaprendiese modestia, y tres o cuatro sentencias viejas, y fuese. 

Sentámonos nosotros, y yo, que vi el negocio malparado y que mis tripas pedían justcia, como más sano y más fuerte que lo

otros, arremetí al plato, como arremetierotodos, y emboquéme de tres mendrugos lodos, y el un pellejo. Comenzaron los otros gruñir; al ruido entró Cabra, diciendo: 

-Coman como hermanos, pues Dios les d

con qué. No riñan, que para todos hay. Volvióse al sol y dejónos solos. Certifico a V

Md. que vi al uno dellos, que se llamaba Jurre, vizcaíno, tan olvidado ya de cómo y podónde se comía, que una cortecilla que le cu

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po la llevó dos veces a los ojos, y entre treno le acertaban a encaminar las manos a lboca. Pedí yo de beber, que los otros, por es

tar casi en ayunas, no lo hacían, y diéronmun vaso con agua; y no le hube bien llegado la boca, cuando, como si fuera lavatorio dcomunión, me le quitó el mozo espiritado qudije. Levantéme con grande dolor de mi almaviendo que estaba en casa donde se brindaba las tripas y no hacían la razón. Dióme gande descomer (aunque no había comido), digode proveerme, y pregunté por las necesariaa un antiguo, y díjome: 

-Como no lo son en esta casa, no las hay

Para una vez que os proveeréis mientras aquestuviéredes, dondequiera podréis; que aquestoy dos meses ha, y no he hecho tal cossino el día que entré, como agora vos, de lque cené en mi casa la noche antes. 

¿Como encareceré yo mi tristeza y penaFue tanta, que, considerando lo poco quhabía de entrar en mi cuerpo, no osé, aunqutenía gana, echar nada de dél. Entretuvímonos hasta la noche. Decíame don Diego qu

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qué haría él para persuadir a las tripas quhabían comido, porque no lo querían creeAndaban váguidos en aquella casa como e

otras ahítos. LLegó la hora de cenar; pasóse la merienden blanco, y la cena ya que no se pasó eblanco, se pasó en moreno: pasas y almendras, y candil y dos bendiciones, porque sdijese que cenábamos con bendición. "Es cossaludable (decía) cenar poco, para tener eestómago desocupado", y citaba una arretahla de médicos infernales. Decía alabanzas dla dieta, y que se ahorraba un hombre dsueños pesados, sabiendo que, en su casa, n

se podía soñar otra cosa sino que comíanCenaron y cenamos todos, y no cenó ninguno. 

Fuímonos a acostar, y en toda la noche pudimos yo ni don Diego dormir, él trazando d

quejarse a su padre y pedir que le sacase dallí, y yo aconsejándole que lo hiciese; aunque últimamente le dije: 

-Señor, ¿sabéis de cierto si estamos vivosPorque yo imagino que, en la pendencia d

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las berceras, nos mataron, y que somos ánmas que estamos en el Purgatorio. Y así, epor demás decir que nos saque vuestro pa

dre, si alguno no nos reza en alguna cuentde perdones y nos saca de penas con algunmisa en altar previlegiado. 

Entre estas pláticas, y un poco que dormmos, se llegó la hora de levantar. Dieron laseis, y llamó Cabra a lición; fuimos y oímosltodos. Mandáronme leer el primer nominativa los otros, y era de manera mi hambre, qume dasayuné con la mitad de las razonescomiéndomelas. Y todo esto creerá quien supiere lo que me contó el mozo de Cabra, d

ciendo que una Cuaresma, topó muchohombres, unos metiendo los pies, otros lamanos y otros todo el cuerpo, en el portal dsu casa, y esto por muy gran rato, y muchgente que venía a sólo aquello de fuera;

preguntando a uno un día que qué sería (porque Cabra se enojó de que se lo preguntaserespondió que los unos tenían sarna y lootros sabañones, y que, en metiéndolos eaquella casa, morían de hambre, de maner

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que no comían desde allí adelante. Certificóme que era verdad, y yo, que conocí la casalo creo. Dígolo porque no parezca encarec

miento lo que dije. Y volviendo a la lición, dola y decorámosla. Y prosiguió siempre eaquel modo de vivir que he contado. Sólañadió a la comida tocino en la olla, por no squé que le dijeron, un día, de hidalguía, allfuera. Y así, tenía una ceja de hierro, todagujerada como salvadera; abríala, y metíun pedazo de tocino en ella, que la llenase, tornábala a cerrar, y metíala colgando de ucordel en la olla, para que la diese algún zumo por los agujeros, y quedase para otro dí

el tocino. Parecióle después que, en esto, sgastaba mucho, y dio en sólo asomar el tocno a la olla. Dábase la olla por entendida detocino y nosotros comíamos algunas sospechas de pernil. 

Pasábamoslo con estas cosas como se puede imaginar. Don Diego y yo nos vimos tan acabo, que, ya que para comer, al cabo de umes, no hallábamos remedio, le buscamopara no levantarnos de mañana; y así, tra

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zamos de decir que teníamos algún mal. Nosamos decir calentura, porque, no la teniendo, era fácil de conocer el enredo. Dolor d

cabeza u muelas era poco estorbo. Dijimos, afin, que nos dolían las tripas, y que estábamos muy malos de achaque de no habehecho de nuestras personas en tres días, fiados en que, a trueque de no gastar dos cuartos en una melecina, no buscaría el remedioMas ordenólo el diablo de otra suerte, porqutenía una que había heredado de su padreque fue boticario. Supo el mal, y tomóla aderezó una melecina, y haciendo llamar unvieja de setenta años, tía suya, que le serví

de enfermera, dijo que nos echase sendagaitas. Empezaron por don Diego; el desventurado atajóse, y la vieja, en vez de echárseldentro, disparósela por entre la camisa y eespinazo, y diole con ella en el cogote, y vin

a servir por defuera de guarnición la que dentro había de ser aforro. Quedó el mozo dando gritos; vino Cabra y, viéndolo, dijo que mechasen a mí la otra, que luego tornarían don Diego. Yo me resistía, pero no me valió

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porque, teniéndome Cabra y otros, me lechó la vieja, a la cual, de retorno, di con ellen toda la cara. Enojóse Cabra conmigo,

dijo que él me echaría de su casa, que biese echaba de ver que era bellaquería todo. Yrogaba a Dios que se enojase tanto que mdespidiese, mas no lo quiso mi ventura. 

Quejábamonos nosotros a don Alonso, y eCabra le hacía creer que lo hacíamos por nasistir al estudio. Con esto, no nos valían plegarias. 

Metió en casa la vieja por ama, para quguisase de comer y sirviese a los pupilos, despidió al criado porque le halló, un vierne

a la mañana, con unas migajas de pan en lropilla. Lo que pasamos con la vieja, Dios lsabe. Era tan sorda, que no oía nada; entendía por señas; ciega, y tan gran rezadora quun día se le desensartó el rosario sobre la oll

y nos la trujo con el caldo más devoto que hcomido. Unos decían: -"¡Garbanzos negrosSin duda son de Etiopía". Otro decía: "¡Garbanzos con luto! ¿Quién se les habrmuerto?" Mi amo fue el primero que se enca

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jó una cuenta, y al mascarla se quebró udiente. Los viernes solía inviar unos güevoscon tantas barbas a fuerza de pelos y cana

suyas, que pudieran pretender corregimientu abogacía. Pues meter el badil por el cucharón, y inviar una escudilla de caldo empedrada, era ordinario. Mil veces topé yo sabandjas, palos y estopa de la que hilaba, en lolla. Y todo lo metía para que hiciese presencia en las tripas y abultase. 

Pasamos en este trabajo hasta la Cuaresma; vino, y a la entrada della estuvo malo ucompañero. Cabra, por no gastar, detuvo ellamar médico hasta que ya él pedía confisió

más que otra cosa. Llamó entonces un platcante, el cual le tomó el pulso y dijo que lhambre le había ganado por la mano en matar aquel hombre. Diéronle el Sacramento, el pobre, cuando le vio (que había un día qu

no hablaba), dijo: -Señor mío Jesucristo, necesario ha sido e

veros entrar en esta casa para persuadirmque no es el infierno. 

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Imprimiéronseme estas razones en el corazón. Murió el pobre mozo, enterrámosle mupobremente por ser forastero, y quedamo

todos asombrados. Divulgóse por el pueblo ecaso atroz; llegó a oídos de don Alonso Coronel y, como no tenía otro hijo, desengañósde los embustes de Cabra, y comenzó a damás crédito a las razones de dos sombrasque ya estábamos reducidos a tan miserablestado. Vino a sacarnos del pupilaje y, teniéndonos delante, nos preguntaba por nosotros. Y tales nos vio, que, sin aguardar a mástratando muy mal de palabra al licenciadVigilia, nos mandó llevar en dos sillas a casa

Despedímonos de los compañeros, que noseguían con los deseos y con los ojoshaciendo las lástimas que hace el que queden Argel, viendo venir rescatados por la Trindad sus compañeros. 

CAPITULO IV De la convalecencia y ida a estudiar

Alcalá de Henares

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Entramos en casa de don Alonso, y echáronnos en dos camas con mucho tiento, porque no se nos desparramasen los huesos d

puros roídos de la hambre. Trujeron esploradores que nos buscasen los ojos por toda lcara, y a mí, como había sido mi trabajo mayor y la hambre imperial, que al fin me trataban como a criado, en buen rato no me lohallaron. Trujeron médicos y mandaron qunos limpiasen con zorras el polvo de las bocas, como a retablos, y bien lo éramos dduelos. Ordenaron que nos diesen sustanciay pistos. ¿Quién podrá contar, a la primeralmendrada y a la primera ave, las luminaria

que pusieron las tripas de contento? Todo lehacía novedad. Mandaron los dotores quepor nueve días, no hablase nadie recio enuestro aposento porque, como estaban güecos los estómagos, sonaba en ellos el eco d

cualquiera palabra. Con estas y otras prevenciones, comenza

mos a volver y cobrar algún aliento, pernunca podían las quijadas desdoblarse, questaban magras y alforzadas; y así, se di

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orden que cada día nos las ahormasen con lmano del almirez. Levantábamonos a hacepinicos dentro de cuarenta días, y aún pare

cíamos sombras de otros hombres y, en lamarillo y flaco, simiente de los Padres deyermo. Todo el día gastábamos en dar graciaa Dios por habernos rescatado de la captivdad del fierísimo Cabra, y rogábamos al Señor que ningún cristiano cayese en sus manocrueles. Si acaso, comiendo, alguna vez, noacordábamos de las mesas del mal pupilerose nos aumentaba la hambre tanto, que acrecentábamos la costa aquel día. Solíamos contar a don Alonso cómo, al sentarse en la me

sa, nos decía males de la gula (no habiéndolél conocido en su vida). Y reíase muchcuando le contábamos que, en el mandamiento deNo matarás, metía perdices y capones, gallinas y todas las cosas que no querí

darnos, y, por el consiguiente, la hambrepues parecía que tenía por pecado el matarlay aun el herirla, según regateaba el comer. 

Pasáronsenos tres meses en esto, y, al cabo, trató don Alonso de inviar a su hijo a A

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calá, a estudiar lo que le faltaba de la Gramática. Díjome a mí si quería ir, y yo, que ndeseaba otra cosa sino salir de tierra dond

se oyese el nombre de aquel malvado perseguidor de estómagos, ofrecí de servir a shijo como vería. Y, con esto, diole un criadpara ayo, que le gobernase la casa y tuviescuenta del dinero del gasto, que nos dabremitido en cédulas para un hombre que sllamaba Julián Merluza. Pusimos el hato en ecarro de un Diego Monje; era una media camita, y otra de cordeles con ruedas para meterla debajo de la otra mía y del mayordomoque se llamaba Baranda, cinco colchones

ocho sábanas, ocho almohadas, cuatro tapces, un cofre con ropa blanca, y las demázarandajas de casa. Nosotros nos metimos eun coche, salimos a la tardecica, una horantes de anochecer, y llegamos a la medi

noche, poco más, a la siempre maldita ventde Viveros. 

El ventero era morisco y ladrón, que en mvida vi perro y gato juntos con la paz quaquel día. Hízonos gran fiesta, y, como él

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los ministros del carretero iban horros (quya había llegado también con el hato antesporque nosotros veníamos de espacio), pegó

se al coche, diome a mí la mano para salir deestribo, y díjome si iba a estudiar. Yo le respondí que sí; metióme adentro, y estaban dorufianes con unas mujercillas, un cura rezando al olor, un viejo mercader y avariento procurando olvidarse de cenar; andaba esforzando sus ojos, que se durmiesen en ayunasarremedaba los bostezos, diciendo: -"Más mengorda un poco de sueño que cuantos faisanes tiene el mundo". Dos estudiantes fregones, de los de mantellina, panzas al trote

andaban aparecidos por la venta para engullir. Mi amo, pues, como más nuevo en lventa y muchacho, dijo: 

-Señor güésped, deme lo que hubiere parmí y mis criados. 

-Todos los somos de V. Md. -dijeron al punto los rufianes-, y le hemos de servir. Holagüésped, mirad que este caballero os agradecerá lo que hiciéredes. Vaciad la dispensa. 

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Y, diciendo esto, llegóse el uno y quitóle lcapa, y dijo: 

-Descanse V. Md., mi señor. 

Y púsola en un poyo. Estaba yo con estdesvanecido y hecho dueño de la venta. Dijuna de las mujeres: 

-¡Qué buen talle de caballero! ¿Y va a estudiar? ¿Es V. Md. su criado?. 

Yo respondí, creyendo que era así como ldecían, que yo y el otro lo éramos. Preguntáronme su nombre, y no bien lo dije, cuando euno de los estudiantes se llegó a él medio llorando, y, dándole un abrazo apretadísimodijo: 

-Oh, mi señor don Diego, ¿quién me dijera mí, agora diez años, que había de ver yo V. Md. desta manera? ¡Desdichado de mí, questoy tal que no me conocerá V. Md!. 

êl se quedó admirado, y yo también, qu

juráramos entrambos no haberle visto enuestra vida. El otro compañero andaba mrando a don Diego a la cara, y dijo a su amgo: 

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-¿Es este señor de cuyo padre me dijistevos tantas cosas? ¡Gran dicha ha sido nuestrconocelle según está de grande! ¡Dios

guarde! Y empezó a santiguarse.(¿Quién no creyerque se habían criado con nosotros?) Don Diego se le ofreció mucho, y, preguntándole snombre, salió el ventero y puso los mantelesy, oliendo la estafa, dijo: 

-Dejen eso, que después de cenar se hablará, que se enfría. 

LLegó un rufián y puso asientos para todoy una silla para don Diego, y el otro trujo uplato. Los estudiantes dijeron: 

-Cene V. Md., que, entre tanto que a nosotros nos aderezan lo que hubiere, le serviremos a la mesa. 

-¡Jesús! -dijo don Diego-; V. Mds. se sienten, si son servidos. 

Y a esto respondieron los rufianes (nhablando con ellos): 

-Luego, mi señor, que aún no está todo punto. 

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Yo, cuando vi a los unos convidados y a lootros que se convidaban, afligíme, y temí lque sucedió. Porque los estudiantes tomaro

la ensalada, que era un razonable plato, ymirando a mi amo, dijeron: -No es razón que, donde está un caballer

tan principal, se queden estas damas sin comer. Mande V. Md. que alcancen un bocado. 

êl, haciendo del galán, convidólas. Sentáronse, y, entre los dos estudiantes y ellas ndejaron sino un cogollo, en cuatro bocados, ecual se comió don Diego. Y, al dársele, aquemaldito estudiante le dijo: 

-Un agüelo tuvo V. Md., tío de mi padre

que jamás comió lechugas; y son malas parla memoria, y más de noche, y éstas no sotan buenas. 

Y, diciendo esto, sepultó un panecillo, y eotro, otro. Pues ¿las mujeres? Ya daban cuen

ta de un pan, y el que más comía era el curacon el mirar sólo. Sentáronse los rufianes comedio cabrito asado y dos lonjas de tocino un par de palomas cocidas, y dijeron: 

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-Pues padre, ¿ahí se está? Llegue y alcanceque mi señor don Diego nos hace merced todos. Pesia diez, la Iglesia ha de ser la pr

mera. No bien se lo dijeron, cuando se sentó. Yacuando vio mi amo que todos se le habíaencajado, comenzóse a afligir. Repartiéronltodo, y a don Diego dieron no se qué güesoy alones diciendo que "del cabrito el güesecto y del ave el aloncito" y que el refrán lo decía. Con lo cual nosotros comimos refranes ellos aves. Lo demás se engulleron el cura los otros. 

Decían los rufianes: 

-No cene mucho, señor, que le hará mal. Y replicaba el maldito estudiante: -Y más, que es menester hacerse a come

poco para la vida de Alcalá. Yo y el otro criado estábamos rogando

Dios que les pusiese en corazón que dejasealgo. Y ya que lo hubieron comido todo, y quel cura repasaba los güesos de los otros, vovió el un rufián y dijo: 

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-Oh, pecador de mí, no habemos dejadnada a los criados. Vengan aquí V. Mds. Ahseñor güésped, déles todo lo que hubiere

vea aquí un doblón. Tan presto saltó el descomulgado parientde mi amo (digo el estudiantón) y dijo: 

-Aunque V. Md. me perdone, señor hidalgodebe de saber poco de cortesía. ¿Conoce, podicha, a mi señor primo? êl dará a sus criados, y aun a los nuestros si los tuviéramoscomo nos ha dado a nosotros. 

Y volviéndose a don Diego, que estabpasmado, dijo: 

-No se enoje V. Md., que no le conocían. 

Maldiciones le eché cuando vi tan gran dsimulación, que no pensé acabar. 

Levantaron las mesas, y todos dijeron a doDiego que se acostase. êl quería pagar la cena, y replicáronle que no lo hiciese, que a l

mañana habría lugar. Estuviéronse un ratparlando; preguntóle su nombre al estudiante, y él dijo que se llamaba tal Coronel. (Elos infiernos descanse, dondequiera que está). Vio al avariento que dormía, y dijo: 

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-¿V. Md. quiere reír? Pues hagamos algunburla a este mal viejo, que no ha comido sinun pero en todo el camino, y es riquísimo. 

Los rufianes dijeron: -Bien haya el licenciado; hágalo, que es razón. 

Con esto, se llegó y sacó al pobre viejo, qudormía, de debajo de los pies unas alforjasy, desenvolviéndolas, halló una caja, y, comsi fuera de guerra hizo gente. Llegáronse todos, y, abriéndola, vio ser de alcorzas. Sactodas cuantas había y, en su lugar, puso piedras, palos y lo que halló; y, encima, dos tres yesones y un tarazón de teja. Cerró l

caja y púsola donde estaba, y dijo: -Pues aún no basta, que bota tiene el viejoSacóla el vino y, desenfundando una almo

hada de nuestro coche, después de habeechado un poco de vino debajo, se la llenó d

lana y estopa, y la cerró. Con esto, se fuerotodos a acostar para una hora que quedaba media, y el estudiante lo puso todo en las aforjas, y en la capilla del gabán le echó ungran piedra, y fuese a dormir. 

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LLegó la hora de caminar; despertaron todos, y el viejo todavía dormía. Llamáronle, yal levantarse, no podía levantar la capilla de

gabán. Miró lo que era, y el mesonero adredle riñó, diciendo: -Cuerpo de Dios, ¿no halló otra cosa qu

llevarse, padre, sino esa piedra? ¿Qué les parece a V. Mds., si yo no lo hubiera visto? Coses que estimo en más de cien ducados, porque es contra el dolor de estómago. 

Juraba y perjuraba, diciendo que no habímetido él tal en la capilla. 

Los rufianes hicieron la cuenta, y vino montar de cena sólo treinta reales, que n

entendiera Juan de Leganés la suma. Decíalos estudiantes: 

-¿No pide más un ochavo? Y respondió un rufián: -No, si no burlárase con este caballero de

lante de nosotros; aunque ventero, sabe lque ha de hacer. Déjese V. Md. gobernar, quen mano está. 

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Y tosiendo, cogió el dinero, contólo y, dijosobrando del que sacó mi amo cuatro realeslos asió, diciendo: 

-êstos le daré de posada, que a estos pícaros con cuatro reales se les tapa la boca. Quedamos sustados con el gasto. Almorza

mos un bocado, y el viejo tomó sus alforjas yporque no viésemos lo que sacaba y no partcon nadie, desatólas a escuras debajo del gabán; y agarrando un yesón, echósele en lboca y fuele a hincar una muela y medidiente que tenía, y por poco los perdieraComenzó a escupir y hacer gestos de asco de dolor; llegamos todos a él, y el cura e

primero, diciéndole que qué tenía. Empezósa ofrecer a Satanás; dejó caer las alforjasllegóse a él el estudiante, y dijo: 

-¡Arriedro vayas, cata la cruz! Otro abrió un breviario; hiciéronle creer qu

estaba endemoniado, hasta que él mismo dijlo que era, y pidió que le dejasen enjaguar lboca con un poco de vino, que él traía botaDejáronle y, sacándola, abrióla; y, echanden un vaso un poco de vino, salió con la lan

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y estopa un vino salvaje, tan barbado y velloso, que no se podía beber ni colar. Entonceacabó de perder la paciencia el viejo, pero

viendo las descompuestas carcajadas de risatuvo por bien el callar y subir en el carro colos rufianes y las mujeres. Los estudiantes el cura se ensartaron en dos borricos, y nosotros nos subimos en el coche; y no bien comenzó a caminar, cuando unos y otros nocomenzaron a dar vaya, declarando la burlaEl ventero decía: 

-Señor nuevo, a pocas estrenas como éstaenvejecerá. 

El cura decía: 

-Sacerdote soy; allá se lo diré de misas. Y el estudiante maldito voceaba: -Señor primo, otra vez rásquese cuándo l

coman y no después. El otro decía: 

-Sarna de V. Md., señor don Diego. Nosotros dimos en no hacer caso; Dios sab

cuán corridos íbamos. Con estas y otras cosas, llegamos a la villa; apeámonos en umesón, y en todo el día, que llegamos a la

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nueve, acabamos de contar la cena pasada, nunca pudimos en limpio sacar el gasto. 

CAPITULO V De la entrada de Alcalá, patente y burlas que le hicieron por nuevo

Antes que anocheciese, salimos del mesón la casa que nos tenían alquilada, que estabfuera la puerta de Santiago, patio de estudiantes donde hay muchos juntos, aunquésta teníamos entre tres moradores diferentes no más. Era el dueño y güésped de loque creen en Dios por cortesía o sobre falsomoriscos los llaman en el pueblo. Recibióme

pues, el güésped con peor cara que si yo fuera el Santísimo Sacramento. Ni sé si lo hizporque le comenzásemos a tener respeto, por ser natural suyo dellos, que no es muchque tenga mala condición quien no tiene bue

na ley. Pusimos nuestro hatillo, acomodamolas camas y lo demás, y dormimos aquellnoche. 

Amaneció, y helos aquí en camisa a todolos estudiantes de la posada a pedir la paten

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te a mi amo. êl, que no sabía lo que era, preguntóme que qué querían, y yo, entre tantopor lo que podía suceder, me acomodé entr

dos colchones, y sólo tenía la media cabezfuera, que parecía tortuga. Pidieron dos docenas de reales; diéronselos, y con tanto comenzaron una grita del diablo, diciendo: 

-Viva el compañero, y sea admitido enuestra amistad. Goce de las preeminenciade antiguo. Pueda tener sarna, andar manchado y padecer la hambre que todos. 

Y con esto (¡mire V. Md. qué previlegiosvolaron por la escalera, y al momento novestimos nosotros y tomamos el camino par

escuelas. A mi amo, apadrináronle unos colegiales conocidos de su padre y entró en sgeneral; pero yo, que había de entrar en otrdiferente y fui solo, comencé a temblar. Entren el patio, y no hube metido bien un pie

cuando me encararon y comenzaron a decir: "¡Nuevo!". Yo, por disimular di en reír, comque no hacía caso; mas no bastó, porque, llegándose a mí ocho o nueve, comenzaron reírse. Púseme colorado; nunca Dios lo per

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mitiera, pues, al instante, se puso uno questaba a mi lado las manos en las narices yapartándose, dijo: 

-Por resucitar está este Lázaro, según olisca. Y con esto todos se apartaron tapándose la

narices. Yo, que me pensé escapar, puse lamanos también y dije: 

-V. Mds. tienen razón, que huele muy mal. Dioles mucha risa y, apartándose, ya esta

ban juntos hasta ciento. Comenzaron a escarrar y tocar al arma, y en las toses y abrir cerrar de las bocas, vi que se me aparejabagargajos. En esto, un manchegazo acatarrad

hízome alarde de uno terrible, diciendo: -Esto hago. Yo entonces, que me vi perdido, dije: -¡Juro a Dios que ma...! Iba a decirte, pero fue tal la batería y lluvi

que cayó sobre mí, que no pude acabar la razón. Yo estaba cubierto el rostro con la capay tan blanco, que todos tiraban a mí; y era dver cómo tomaban la puntería. Estaba ya nevado de pies a cabeza, pero un bellaco, vién

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dome cubierto y que no tenía en la cara cosaarrancó hacia mí diciendo con gran cólera: 

-¡Baste, no le déis con el palo! 

Que yo, según me trataban, creí dellos qulo harían. Destapéme por ver lo que era, y, amismo tiempo, el que daba las voces me enclavó un gargajo en los dos ojos. Aquí se hade considerar mis angustias. Levantó la infernal gente una grita que me aturdieron. Y yosegún lo que echaron sobre mí de sus estómagos, pensé que por ahorrar de médicos boticas aguardan nuevos para purgarse. Qusieron tras esto darme de pescozones, perno había dónde sin llevarse en las manos l

mitad del afeite de mi negra capa, ya blancpor mis pecados. Dejáronme, y iba hecho zufaina de viejo a pura saliva. Fuime a casaque apenas acerté, y fue ventura el ser dmañana, pues sólo topé dos o tres mucha

chos, que debían de ser bien inclinados, porque no me tiraron más de cuatro o seis trapajos, y luego me dejaron. 

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Entré en casa, y el morisco que me vio, comenzóse a reír y a hacer como que queríescupirme. Yo, que temí que lo hiciese, dije: 

-Tené, güésped, que no soyEcce-Homo. Nunca lo dijera, porque me dio dos libras dporrazos, dándome sobre los hombros con lapesas que tenía. Con esta ayuda de costamedio derrengado, subí arriba; y en buscapor dónde asir la sotana y el manteo parquitármelos, se pasó mucho rato. Al fin, lquité y me eché en la cama, y colguélo euna azutea. Vino mi amo y, como me halldurmiendo y no sabía la asquerosa aventuraenojóse y comenzó a darme repelones, co

tanta prisa, que, a dos más, despierto calvoLevantéme dando voces y quejándome, y écon más cólera, dijo: 

-¿Es buen modo de servir ése, Pablos? Ya eotra vida. 

Yo, cuando oí decir "otra vida", entendí quera ya muerto, y dije: 

-Bien me anima V. Md. en mis trabajos. Vecuál está aquella sotana y manteo, que hservido de pañizuelo a las mayores narice

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que se han visto jamás en paso, y mire estacostillas. 

Y con esto, empecé a llorar. êl, viendo m

llanto, creyólo, y, buscando la sotana y viéndola, compadecióse de mí y dijo: -Pablo, abre el ojo que asan carne. Mira po

ti, que aquí no tienes otro padre ni madre. Contéle todo lo que había pasado, y man

dóme desnudar y llevar a mi aposento (quera donde dormían cuatro criados de logüéspedes de casa). Acostéme y dormí; y coesto, a la noche, después de haber comido cenado bien, me hallé fuerte y ya como si nhubiera pasado por mí nada. Pero, cuand

comienzan desgracias en uno, parece qununca se han de acabar, que andan encadenadas, y unas traían a otras. Viniéronse acostar los otros criados y, saludándome todos, me preguntaron si estaba malo y cóm

estaba en la cama. Yo les conté el caso y, apunto, como si en ellos no hubiera mal ninguno, se empezaron a santiguar, diciendo: 

-No se hiciera entre luteranos. ¿Hay tamaldad?. 

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Otro decía: -El retor tiene la culpa en no poner remedio

¿Conocerá los que eran?. 

Yo respondí que no, y agradecíles la merceque me mostraban hacer. Con esto se acabaron de desnudar, acostáronse, mataron la luzy dormíme yo, que me parecía que estabcon mi padre y mis hermanos. 

Debían de ser las doce, cuando el uno dellome despertó a puros gritos, diciendo: 

-¡Ay, que me matan! ¡Ladrones!. Sonaban en su cama, entre estas voces

unos golpazos de látigo. Yo levanté la cabezy dije: 

-¿Qué es eso?. Y apenas la descubrí, cuando con una ma

roma me asentaron un azote con hijos en todas las espaldas. Comencé a quejarme; quseme levantar; quejábase el otro también

dábanme a mí sólo. Yo comencé a decir: -¡Justicia de Dios!. Pero menudeaban tanto los azotes sobre m

que ya no me quedó (por haberme tirado lafrazadas abajo) otro remedio sino el de me

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terme debajo de la cama. Hícelo así, y, apunto, los tres que dormían empezaron a dagritos también. Y como sonaban los azotes

yo creí que alguno de fuera nos daba a todosEntre tanto, aquel maldito que estaba junto mí se pasó a mi cama y proveyó en ella, cubrióla volviéndose a la suya. Cesaron loazotes, y levantáronse con grandes gritos todos cuatro, diciendo: 

-¡Es gran bellaquería, y no ha de quedaasí!. 

Yo todavía me estaba debajo de la camaquejándome como perro cogido entre puertas, tan encogido que parecía galgo con ca

lambre. Hicieron los otros que cerraban lpuerta , y yo entonces salí de donde estaba, subíme a mi cama, preguntando si acaso lehabían hecho mal. Todos se quejaban dmuerte. 

Acostéme y cubríme y torné a dormir; como, entre sueños, me revolcase, cuanddesperté halléme proveído y hecho una necesaria. Levantáronse todos, y yo tomé poachaque los azotes para no vestirme. N

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había diablos que me moviesen de un ladoEstaba confuso, considerando si acaso, con emiedo y la turbación, sin sentirlo, habí

hecho aquella vileza, o si entre sueños. Al finyo me hallaba inocente y culpado, y no sabícómo disculparme.

Los compañerons se llegaron a mí, quejándose y muy disimulados, a preguntarme cómo estaba; yo les dije que muy malo, porqume habían dado muchos azotes. Preguntábales yo que qué podía haber sido, y ellos decan: 

-A fee que no se escape, que el matemáticnos lo dirá. Pero, dejando esto, veamos si es

táis herido, que os quejábades mucho. Y diciendo esto, fueron a levantar la rop

con deseo de afrentarme. En esto, mi amentró diciendo: 

-¿Es posible, Pablos, que no he de pode

contigo? Son las ocho ¿y estáste en la cama¡Levántate enhoramala!. 

Los otros, por asegurarme, contaron a doDiego el caso todo, y pidiéronle que me dejase dormir. Y decía uno: 

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-Y si V. Md. no lo cree, levantá, amigo. Y agarraba de la ropa. Yo la tenía asida co

los dientes por no mostrar la caca. Y cuand

ellos vieron que no había remedio por aquecamino, dijo uno: -¡Cuerpo de Dios, y cómo hiede!. Don Diego dijo lo mismo, porque era ver

dad, y luego, tras él, todos comenzaron a mrar si había en el aposento algún servicio. Decían que no se podía estar allí. Dijo uno: 

-¡Pues es muy bueno esto para haber de estudiar!. 

Miraron las camas, y quitáronlas para vedebajo, y dijeron: 

-Sin duda debajo de la de Pablos hay algopasémosle a una de las nuestras, y miremodebajo della. 

Yo, que veía poco remedio en el negocio que me iban a echar la garra, fingí que m

había dado mal de corazón: agarréme a lopalos, hice visajes... Ellos, que sabían el misterio, apretaron conmigo, diciendo: 

-¡Gran lástima!. 

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Don Diego me tomó el dedo del corazón yal fin, entre los cinco me levantaron. Y al azar las sábanas, fue tanta la risa de todo

(viendo los recientes no ya palominos sinpalomos grandes) que se hundía el aposento-¡Pobre dél! - decían los bellacos (yo hací

del desmayado)-; tírele V. Md. mucho de esdedo del corazón. 

Y mi amo, entendiendo hacerme bien, tanttiró que me le desconcertó. Los otros tratarode darme un garrote en los muslos, y decían

-El pobrecito agora sin duda se ensuciócuando le dio el mal. 

¡Quién dirá lo que yo sentía, lo uno con l

vergüenza, descoyuntado un dedo, y a peligrde que me diesen garrote! Al fin, de miedo dque me le diesen (que ya me tenían los cordeles en los muslos), hice que había vuelto, por presto que lo hice (como los bellacos iba

con malicia), ya me habían hecho dos dedode señal en cada pierna. Dejáronme diciendo

-¡Jesús, y que flaco sois!. Yo lloraba de enojo, y ellos decían adrede: 

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-Más va en vuestra salud que en haberoensuciado. Callá. 

Y con esto me pusieron en la cama, despué

de haberme lavado, y se fueron. Yo no hacía a solas sino considerar cómcasi era peor lo que había pasado en Alcalen un día, que todo lo que me sucedió coCabra. A mediodía me vestí, limpié la sotanlo mejor que pude, lavándola como gualdrapa, y aguardé a mi amo que, en llegando, mpreguntó cómo estaba. Comieron todos los dla casa y yo, aunque poco y de mala gana. después, juntándonos todos a parlar en ecorredor, los otros criados, después de darm

vaya, declararon la burla. Riéronla todos, doblóse mi afrenta, y dije entre mí: -"AvisónPablos, alerta". Propuse de hacer nueva viday con esto, hechos amigos, vivimos de aadelante todos los de la casa como hermanos

y en las escuelas y patios nadie me inquietmás. 

CAPITULO VI 

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De las crueldades de la ama, y travesuras que hizo

"Haz como vieres" dice el refrán, y dic

bien. De puro considerar en él, vine a resoverme de ser bellaco con los bellacos, y mássi pudiese, que todos. No sé si salí con ellopero yo aseguro a V. Md. que hice todas ladiligencias posibles. 

Lo primero, yo puse pena de la vida a todolos cochinos que se entrasen en casa, y a lopollos de la ama que del corral pasasen a maposento. Sucedió que, un día, entraron dopuercos del mejor garbo que vi en mi vida. Yestaba jugando con los otros criados, y oílo

gruñir, y dije al uno: -Vaya y vea quién gruñe en nuestra casa. Fue, y dijo que dos marranos. Yo que lo o

me enojé tanto que salí allá diciendo que ermucha bellaquería y atrevimiento venir

gruñir a casa ajena. Y diciendo esto, envásola cada uno a puerta cerrada la espada por lopechos, y luego los acogotamos. Porque no soyese el ruido que hacían, todos a la par dábamos grandísimos gritos como que cantá

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bamos, y así espiraron en nuestras manosSacamos los vientres, recogimos la sangre, a puros jergones los medio chamuscamos e

el corral, de suerte que, cuando vinieron loamos, ya estaba todo hecho aunque mal, sno eran los vientres, que aún no estabaacabadas de hacer las morcillas. Y no por fata de prisa, en verdad, que, por no detenernos, las habíamos dejado la mitad de lo quellas se tenían dentro, y nos las comimos lamás como se las traía hechas el cochino en lbarriga. 

Supo, pues, don Diego el caso, y enojósconmigo de manera que obligó a los huéspe

des (que de risa no se podían valer) a volvepor mí. Preguntábame don Diego que quhabía de decir si me acusaban y me prendíla justicia. A lo cual respondí yo que me llamaría a hambre, que es el sagrado de los es

tudiantes; y que, si no me valiese, diría quecomo se entraron sin llamar a la puerta comen su casa, que entendí que eran nuestrosRiéronse todos de las disculpas. Dijo don Diego: 

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-A fee, Pablos, que os hacéis a las armas. Era de notar ver a mi amo tan quieto y rel

gioso, y a mí tan travieso, que el uno exage

raba al otro o la virtud o el vicio. No cabía el ama de contento conmigo, porque éramos dos al mohíno: habíamonos conjurado contra la despensa. Yo era el despensero Judas, de botas a bolsa, que desde entonces hereda no sé qué amor a la sisa estoficio. La carne no guardaba en manos de lama la orden retórica, porque siempre iba dmás a menos; no era nada carnal, antes, dpuro penitente estaba en los güesos. Y la veque podía echar cabra u oveja, no echab

carnero, y si había güesos, no entraba cosmagra. Era cercenadora de porciones comde moneda, y así hacía unas ollas éticas dpuro flacas, unos caldos que, a estar cuajados, se pudieran hacer sartas de cristal de

llos. Las Pascuas, por diferenciar, para questuviese gorda la olla, solía echar cabos dvela de sebo y así decía que estaban sus ollagordas por el cabo. Y era verdad según me l

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parló un pabilo que yo masqué un día. Elldecía, cuando yo estaba delante: 

-Mi amo, por cierto que no hay servicio co

mo el de Pablicos, si él no fuese traviesoconsérvele V. Md., que bien se le puede sufrel ser bellaquillo por la fidelidad; lo mejor dla plaza tray. 

Yo, por el consiguiente, decía della lo mismo, y así teníamos engañada la casa. Si scompraba aceite de por junto, carbón o tocno, escondíamos la mitad, y cuando nos parecía, decíamos el ama y yo: 

-Modérese V. Md. en el gasto, que en verdad que, si se dan tanta prisa, no baste l

hacienda del Rey. Ya se ha acabado el aceito el carbón. Pero tal prisa le han dado. MandV. Md. comprar más, y a fee que se ha de lucir de otra manera. Denle dineros a Pablicos.

Dábanmelos y vendíamosles la mitad sisa

da, y, de lo que comprábamos, sisábamos lotra mitad; y esto era en todo. Y si algunvez compraba yo algo en la plaza por lo quvalía, reñíamos adrede el ama y yo. Ella decía: 

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-No me digas a mí, Pablicos, que estos sodos cuartos de ensalada. 

Yo hacía que lloraba, daba voces, íbame

quejar a mi señor, y apretábale para que inviase al mayordomo a sabello, para que callase la ama, que adrede porfiaba. Iban y sabanlo, y con esto asegurábamos al amo y amayordomo, y quedaban agradecidos, en ma las obras, y en el ama al celo de su bienDecíale don Diego, muy satisfecho de mí: 

-¡Así fuese Pablicos aplicado a virtud comes de fiar! ¿Toda esta es la lealtad que mdecís vos dél?. 

Tuvímoslos desta manera, chupándolos co

mo sanguijuelas. Yo apostaré que V. Md. sespanta de la suma de dinero que montaba acabo del año. Ello mucho debió de ser, perno debía obligar a restitución, porque el amconfesaba y comulgaba de ocho a ocho días

y nunca la vi rastro de imaginación de volvenada ni hacer escrúpulo, con ser, como digouna santa. 

Traía un rosario al cuello siempre, tan grande, que era más barato llevar un haz de leñ

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a cuestas. Dél colgaban muchos manojos dimágines, cruces y cuentas de perdones quhacían ruido de sonajas. Bendecía las ollas

al espumar hacía cruces con el cucharón. Ypienso que las conjuraba por sacarles los espíritus ya que no tenían carne. En todas laimágines decía que rezaba cada noche posus bienhechores; contaba ciento y tantosantos abogados suyos, y en verdad quhabía menester todas estas ayudas para desquitarse de lo que pecaba. Acostábase en uaposento encima del de mi amo, y rezabmas oraciones que un ciego. Entraba por eJusto Juez  y acababa en elConquibules, qu

ella decía, y en laSalve Rehína. Decía las oraciones en latín, adrede, por fingirse inocentede suerte que nos despedazábamos de ristodos. Tenía otras habilidades; era conquerdora de voluntades y corchete de gustos, qu

es lo mismo que alcagüeta; pero disculpábasconmigo diciendo que le venía de casta, comal rey de Francia sanar lamparones. 

¿Pensará V. Md. que siempre estuvimos epaz? Pues ¿quién ignora que dos amigos, co

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mo sean cudiciosos, si están juntos, se hade procurar engañar el uno al otro? "êsta hde ser ruin conmigo, pues lo es con su amo

decía yo entre mí; ella debía de decir lo mismo porque chocamos de embuste el uno coel otro, y por poco se descubriera la hilazaQuedamos enemigos como gatos, y gatosque en despensa es peor que gatos y perros.

Yo, que me vi ya mal con el ama, y que nla podía burlar, busqué nuevas trazas de hogarme, y di en lo que llaman los estudiantecorrer o arrebatar. En esto me sucedieron cosas graciosísimas, porque yendo una noche las nueve (que anda poca gente) por la cal

Mayor, vi una confitería, y en ella un cofín dpasas sobre el tablero, y, tomando vuelo, vne a agarrarle y di a correr. El confitero ditras mí, y otros criados y vecinos. Yo, comiba cargado, vi que, aunque les llevaba ven

taja, me habían de alcanzar, y, al volver unesquina, sentéme sobre él, y envolví la capa la pierna de presto, y empecé a decir, cola pierna en la mano, fingiéndome pobre: 

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-¡Ay! ¡Dios se lo perdone, que me ha pisado!. 

Oyéronme esto y, en llegando, empecé

decir: "Por tan alta Señora", y lo ordinario dla hora menguada y aire corrupto. Ellos svenían desgañifando, y dijéronme: 

-¿Va por aquí un hombre, hermano? -Ahí adelante, que aquí me pisó, loado se

el Señor. Arrancaron con esto, y fuéronse; quedé so

lo, llevéme el cofín a casa, conté la burla, no quisieron creer que había sucedido asaunque lo celebraron mucho. Por lo cual, loconvidé para otra noche a verme correr cajas

Vinieron, y advirtiendo ellos que estaban lacajas dentro la tienda, y que no las podía tomar con la mano, tuviéronlo por imposible, más por estar el confitero, por lo que sucedial otro de las pasas, alerta. Vine, pues, y me

tiendo doce pasos atrás de la tienda mano la espada, que era un estoque recio, partí corriendo, y, en llegando a la tienda, dije: "¡Muera!". Y tiré una estocada por delante deconfitero. êl se dejó caer pidiendo confesión

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y yo di la estocada en una caja, y la pasé saqué en la espada, y me fui con ella. Quedáronse espantados de ver la traza, y muerto

de risa de que el confitero decía que le mirasen, que sin duda le había herido, y que erun hombre con quien él había tenido palabras. Pero, volviendo los ojos, como quedarodesbaratas, al salir de la caja, las que estaban alrededor, echó de ver la burla, y empeza santiguarse que no pensó acabar. Confiesque nunca me supo cosa tan bien. 

Decían los compañeros que yo solo podísustentar la casa con lo que corría, que es lmismo que hurtar, en nombre revesado. Yo

como era muchacho y oía que me alababan eingenio con que salía destas travesuras, anmábame para hacer muchas más. Cada dítraía la pretina llena de jarras de monjas, qules pedía para beber y me venía con ellas

introduje que no diesen nada sin prenda prmero. 

Y así, prometí a don Diego y a todos locompañeros, de quitar una noche las espadaa la mesma ronda. Señalóse cúal había d

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ser, y fuimos juntos, yo delante, y en columbrando la justicia, lleguéme con otro de locriados de casa, muy alborotado, y dije: 

-¿Justicia? Respondieron: -Sí. -¿Es el corregidor? Dijeron que sí. Hínqueme de rodillas y dije:-Señor, en sus manos de V. Md. está m

remedio y mi venganza, y mucho provecho dla república; mande V Md. oírme dos palabraa solas, si quiere una gran prisión. 

Apartóse; ya los corchetes estaban empuñando las espadas y los alguaciles poniend

mano a las varitas. Yo le dije: -Señor, yo he venido desde Sevilla siguien

do seis hombres los más facinorosos demundo, todos ladrones y matadores de hombres, y entre ellos viene uno que mató a m

madre y a un hermano mío por saltearlos, le está probado esto; y vienen acompañandosegún los he oído decir, a una espía francesay aun sospecho por lo que les he oído, ques...(y bajando más la voz dije) Antonio Pé

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rez. Con esto, el corregidor dio un salto haciarriba, y dijo: 

-¿Y dónde están? 

-Señor, en la casa pública; no se detenga VMd., que las ánimas de mi madre y hermanse lo pagarán en oraciones, y el rey acá. 

-¡Jesús! -dijo-, no nos detengamos. ¡Holaseguidme todos! Dadme una rodela. 

Yo entonces le dije, tornándole a apartar: -Señor, perderse ha V. Md. si hace eso

porque antes importa que todos V. Mds. entren sin espadas, y uno a uno, que ellos estáen los aposentos y traen pistoletes, y eviendo entrar con espadas, como saben qu

no la puede traer sino la justicia, dispararánCon dagas es mejor, y cogerlos por detrás lobrazos, que demasiados vamos. 

Cuadróle al corregidor la traza, con la cudcia de la prisión. En esto llegamos cerca, y e

corregidor, advertido, mandó que debajo dunas yerbas pusiesen todos las espadas escondidas en un campo que está enfrente cade la casa; pusiéronlas y caminaron. Yo, quhabía avisado al otro que ellos dejarlas y é

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tomarlas y pescarse a casa fuese todo unohízolo así; y, al entrar todos, quedéme atráel postrero; y, en entrando ellos mezclado

con otra gente que entraba, di cantonada emboquéme por una callejuela que va a dar la Vitoria, que no me alcanzara un galgo. 

Ellos que entraron y no vieron nada, porquno había sino estudiantes y pícaros (que etodo uno), comenzaron a buscarme, y, nhallándome, sospecharon lo que fue; y yenda buscar sus espadas, no hallaron media¿Quién contara las diligencias que hizo con eretor el corregidor? Aquella noche anduvierotodos los patios, reconociendo las caras y m

rando las armas. LLegaron a casa, y yo, porque no me conociesen, estaba echado en lcama con un tocador y con una vela en lmano y un Cristo en la otra, y un compañerclérigo ayudándome a morir, y los demás re

zando las letanías. Llegó el retor y la justiciay viendo el espectáculo, se salieron, no persuadiéndose que allí pudiera haber habidlugar para cosa. No miraron nada, antes eretor me dijo un responso; preguntó si estab

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ya sin habla, y dijéronle que sí; y con tantose fueron desesperados de hallar rastro, jurando el retor de remitirle si le topasen, y e

corregidor de ahorcarle fuese quien fueseLevantéme de la cama, y hasta hoy no se hacabado de solenizar la burla en Alcalá. 

Y por no se largo, dejo de contar cómhacía monte la plaza del pueblo, pues de cajones de tundidores y plateros y mesas dfruteras (que nunca se me olvidará la afrentde cuando fui rey de gallos) sustentaba lchimenea de casa todo el año. Callo las pinsiones que tenía sobre los habares, viñas güertos, en todo aquello de alrededor. Co

estas y otras cosas, comencé a cobrar famde travieso y agudo entre todos. Favorecíanme los caballeros, y apenas me dejaban servir a don Diego, a quien siempre tuve el respeto que era razón por el mucho amor qu

me tenía. 

CAPITULO VII De la ida de don Diego, y nuevas de l

muerte de su padre y madre, y la resolu

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ción que tomó en sus cosas para adelante.

En este tiempo, vino a don Diego una cart

de su padre, en cuyo pliego venía otra de utío mío llamado Alonso Ramplón, hombrallegado a toda virtud y muy conocido en Segovia por lo que era allegado a la justiciapues cuantas allí se habían hecho, de cuarenta años a esta parte, han pasado por sus manos. Verdugo era, si va a decir la verdad, pero una águila en el oficio; vérsele hacer dabgana a uno de dejarse ahorcar. êste, puesme escribió una carta a Alcalá, desde Segovia, en esta forma: 

"Hijo Pablos (que por el mucho amor qume tenía me llamaba así), las ocupacionegrandes desta plaza en que me tiene ocupadSu Majestad, no me han dado lugar a haceesto; que si algo tiene malo el servir al Rey

es el trabajo, aunque se desquita con estnegra honrilla de ser sus criados. 

Pésame de daros nuevas de poco gustoVuestro padre murió ocho días ha, con el mayor valor que ha muerto hombre en el mun

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do; dígolo como quien lo guindó. Subió en easno sin poner pie en el estribo; veníale esayo vaquero que parecía haberse hecho par

él, y, como tenía aquella presencia, nadie lveía con los cristos delante, que no le juzgaspor ahorcado. Iba con gran desenfado, mrando a las ventanas y haciendo cortesías los que dejaban sus oficios por mirarle; hízose dos veces los bigotes; mandaba descansaa los confesores, y íbales alabando lo que decían bueno. 

Llegó a la N de palo, puso el un pie en lescalera, no subió a gatas ni despacio yviendo un escalón hendido, volvióse a la jus

ticia, y dijo que mandase aderezar aquél parotro, que no todos tenían su hígado. No osabré encarecer cuán bien pareció a todos. 

Sentóse arriba, tiró las arrugas de la ropatrás, tomó la soga y púsola en la nuez.

viendo que el teatino le quería predicar, vueto a él, le dijo: -"Padre, yo lo doy por predcado; vaya un poco de Credo, y acabemopresto, que no querría parecer prolijo". Hízosasí; encomendóme que le pusiese la caperuz

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de lado y que le limpiase las barbas. Yo lhice así. Cayó sin encoger las piernas ni hacegesto; quedó con una gravedad que no habí

más que pedir. Hícele cuartos, y dile por sepoltura los caminos. Dios sabe lo que a mí mpesa de verle en ellos, haciendo mesa franca los grajos. Pero yo entiendo que los pasteleros desta tierra nos consolarán, acomodándole en los de a cuatro. 

De vuestra madre, aunque está viva agoracasi os puedo decir lo mismo, porque estpresa en la Inquisición de Toledo, porqudesenterraba los muertos sin ser murmuradora. Halláronla en su casa más piernas, brazo

y cabezas que en una capilla de milagros. Y lmenos que hacía era sobrevirgos y contrahacer doncellas. Dicen que representará en uauto el día de la Trinidad, con cuatrocientode muerte. Pésame que nos deshonra a to

dos, y a mi principalmente, que, al fin, soministro del Rey, y me están mal estos parentescos. 

Hijo, aquí ha quedado no sé qué haciendescondida de vuestros padres; será en tod

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hasta cuatrocientos ducados. Vuestro tío soyy lo que tengo ha de ser para vos. Vista éstaos podéis venir aquí, que, con lo que vos sa

béis de latín y retórica, seréis singular en earte de verdugo. Respondedme luego, y, entre tanto, Dios os guarde" 

No puedo negar que sentí mucho la nuevafrenta, pero holguéme en parte (tanto pueden los vicios en los padres, que consuela[nde sus desgracias, por grandes que sean, los hijos). Fuime corriendo a don Diego, questaba leyendo la carta de su padre, en qule mandaba que se fuese y que no me llevasen su compañía, movido de las travesura

mías que había oído decir. Díjome que se determinaba ir, y todo lo que le mandaba spadre, que a él le pesaba de dejarme, y a mmás; díjome que me acomodaría con otro caballero amigo suyo, para que le sirviese. Yo

en esto, riéndome, le dije: -Señor, ya soy otro, y otros mis pensamien

tos; más alto pico, y más autoridad me importa tener. Porque, si hasta agora tenía co

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mo cada cual mi piedra en el rollo, agora tengo mi padre. 

[Declaréle] cómo había muerto tan honra

damente como el más estirado, cómo le trincharon y le hicieron moneda, cómo me habíescrito mi señor tío, el verdugo, desto y de lprisioncilla de mama, que a él, como a quiesabía quien yo soy, me pude descubrir sivergüenza. Lastimóse mucho y preguntómque qué pensaba hacer. Dile cuenta de mdeterminaciones; y con tanto, al otro día, ése fue a Segovia harto triste, y yo me queden la casa disimulando mi desventura. 

Quemé la carta porque, perdiéndosem

acaso, no la leyese alguien, y comencé a disponer mi partida para Segovia, con fin de cobrar mi hacienda y conocer mis parientespara huir dellos. 

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LIBRO SEGUNDO

CAPITULO I 

Del camino de Alcalá para Segovia, y dlo que le sucedió en él hasta Rejas donddurmió aquella noche

LLegó el día de apartarme de la mejor vidque hallo haber pasado. Dios sabe lo que sentí el dejar tantos amigos y apasionados, queran sin número. Vendí lo poco que tenía, dsecreto, para el camino, y, con ayuda de unoembustes, hice hasta seiscientos reales. Aquilé una mula y salíme de la posada, adondya no tenía que sacar más de mi sombra

¿Quién contara las angustias del zapatero polo fiado, las solicitudes del ama por el salariolas voces del güésped de la casa por el arrendamiento? Uno decía: -"¡Siempre me lo dijel corazón!"; otro: -"¡Bien me decían a m

que éste era un trampista!". Al fin, yo salí tabienquisto del pueblo, que dejé con mi ausencia a la mitad dél llorando, y a la otra mtad riéndose de los que lloraban. 

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Yo me iba entretiniendo por el camino, considerando en estas cosas, cuando, pasado Torote, encontré con un hombre en un mach

de albarda, el cual iba hablando entre sí comuy gran prisa, y tan embebecido, que, auestando a su lado, no me vía. Saludéle y saludóme; preguntéle dónde iba, y después qunos pagamos las respuestas, comenzamoluego a tratar de si bajaba el turco y de lafuerzas del Rey. Comenzó a decir de qué manera se podía conquistar la Tierra Santa, cómo se ganaría Argel, en los cuales discursos eché de ver que era loco repúblico y dgobierno. 

Proseguimos en la conversación (propia dpícaros), y venimos a dar, de una cosa eotra, en Flandes. Aquí fue ello, que empezó suspirar y a decir: 

-Más me cuestan a mí esos estados que a

Rey, porque ha catorce años que ando con uarbitrio que, si como es imposible no lo fueraya estuviera todo sosegado. 

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-¿Qué cosa puede ser -le dije yo- que, conviniendo tanto, sea imposible y no se puedhacer?. 

-¿Quién le dice a V. Md. -dijo luego- que nse puede hacer?; hacerse puede, que ser imposible es otra cosa. Y si no fuera por dar pesadumbre, le contara a V. Md. lo que es; perallá se verá, que agora lo pienso imprimir cootros trabajillos, entre los cuales le doy al Remodo de ganar a Ostende por dos caminos. 

Roguéle que me los dijese, y, al punto, sacando de las faldriqueras un gran papel, mmostró pintado el fuerte del enemigo y enuestro, y dijo: 

-Bien ve V. Md. que la dificultad de todo está en este pedazo de mar; pues yo doy ordede chuparle todo con esponjas, y quitarle dallí. 

Di yo con este desatino una gran risada,

él entonces, mirándome a la cara, me dijo: -A nadie se lo he dicho que no haya hech

otro tanto, que a todos les da gran contento.-Ese tengo yo, por cierto -le dije-, de oír co

sa tan nueva y tan bien fundada, pero advier

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ta V. Md. que ya que chupe el agua quhubiere entonces, tornará luego la mar echar más. 

-No hará la mar tal cosa, que lo tengo yeso muy apurado -me respondió-, y no haque tratar; fuera de que yo tengo pensaduna invención para hundir la mar por aquellparte doce estados. 

No le osé replicar de miedo que me dijesque tenía arbitrio para tirar el cielo acá bajoNo vi en mi vida tan gran orate. Decíame quJoanelo no había hecho nada, que él trazabagora de subir toda el agua de Tajo a Toledde otra manera más fácil. Y sabido lo que era

dijo que por ensalmo: ¡Mire V. Md. quién taoyó en el mundo! Y, al cabo, me dijo: 

-Y no lo pienso poner en ejecución, si prmero el Rey no me da una encomienda, qula puedo tener muy bien, y tengo una ejecu

toria muy honrada. Con estas pláticas y desconciertos, llegamo

a Torrejón, donde se quedó, que venía a veuna parienta suya. 

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Yo pasé adelante, pereciéndome de risa dlos arbitrios en que ocupaba el tiempo, cuando, Dios y enhorabuena, desde lejos, vi un

mula suelta, y un hombre junto a ella a pieque, mirando a un libro, hacía unas rayas qumedía con un compás. Daba vueltas y saltoa un lado y a otro, y de rato en rato, poniendo un dedo encima de otro, hacía con ellomil cosas saltando. Yo confieso que entendpor gran rato (que me paré desde lejos a vello) que era encantador, y casi no me determinaba a pasar. Al fin, me determiné, y, llegando cerca, sintióme, cerró el libro, y, al poner el pie en el estribo, resbalósele y cayó

Levantéle, y dijome: -No tomé bien el medio de proporción par

hacer la circunferencia al subir. Yo no le entendí lo que me dijo y luego tem

lo que era, porque más desatinado hombre n

ha nacido de las mujeres. Preguntóme si iba Madrid por línea recta, o si iba por camincircunflejo. Yo, aunque no lo entendí, le dijque circunflejo. Preguntóme cúya era la es

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pada que llevaba al lado. Respondíle que míay, mirándola, dijo: 

-Esos gavilanes habían de ser más largos

para reparar los tajos que se forman sobre ecentro de las estocadas. Y empezó a meter una parola tan grande

que me forzó a preguntarle qué materia profesaba. Díjome que él era diestro verdaderoy que lo haría bueno en cualquiera parte. Yomovido a risa, le dije: 

-Pues, en verdad, que por lo que yo vi hacea V. Md. en el campo denantes, que más ltenía por encantador, viendo los círculos. 

-Eso -me dijo- era que se me ofreció un

treta por el cuarto cículo con el compás mayor, continuando la espada para matar siconfesión al contrario, porque no diga quiélo hizo, y estaba poniéndolo en términos dmatemática. 

-¿Es posible -le dije yo- que hay matemátca en eso? 

-No solamente matemática -dijo-, mas teología, filosofía, música y medicina. 

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-Esa postrera no lo dudo, pues se trata dmatar en esa arte. 

-No os burleis -me dijo-, que agora aprend

yo la limpiadera contra la espada, haciendlos tajos mayores, que comprehenden en las aspirales de la espada. 

-No entiendo cosa de cuantas me decís, chca ni grande. 

-Pues este libro las dice -me respondióque se llamaGrandezas de la espada, y emuy bueno y dice milagros; y, para que lcreáis, en Rejas que dormiremos esta nochecon dos asadores me veréis hacer maravillasY no dudéis que cualquiera que leyere en est

libro, matará a todos los que quisiere. -U ese libro enseña a ser pestes a los hom

bres, u le compuso algún dotor. -¿Cómo dotor? Bien lo entiende -me dijo-

es un gran sabio, y aun, estoy por deci

más". En estas pláticas, llegamos a Rejas. Apeá

monos en una posada y, al apearnos, me advirtió con grandes voces que hiciese un ángulo obtuso con las piernas, y que, reduciéndo

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las a líneas paralelas, me pusiese perpendicular en el suelo. El güésped, que me vio reír le vio, preguntóme que si era indio aquel ca

ballero, que hablaba de aquella suerte. Penscon esto perder el juicio. LLegóse luego agüésped, y díjole: 

-Señor, déme dos asadores para dos o treángulos, que al momento se los volveré. 

-¡Jesús! -dijo el güésped-, déme V. Md. aclos ángulos, que mi mujer los asará; aunquaves son que no las he oído nombrar. 

-¡Qué! ¡No son aves!"; dijo volviéndose mí: Mire V. Md. lo que es no saber. Déme loasadores, que no los quiero sino para esgr

mir; que quizá le valdrá más lo que me vierhacer hoy, que todo lo que ha ganado en svida. 

En fin, las asadores estaban ocupados, hubimos de tomar dos cucharones. No se h

visto cosa tan digna de risa en el mundo. Daba un salto y decía: 

-Con este compás alcanzo más, y gano logrados del perfil. Ahora me aprovecho de

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movimiento remiso para matar el naturaêsta había de ser cuchillada, y éste tajo. 

No llegaba a mí desde una legua, y andab

alrededor con el cucharón, y, como yo me estaba quedo, parecían tretas contra olla que ssale. Díjome al fin: 

-Esto es lo bueno, y no las borracherías quenseñan estos bellacos maestros de esgrimaque no saben sino beber. 

No lo había acabado de decir, cuando de uaposento salió un mulatazo mostrando lapresas, con un sombrero enjerto en guardasol, y un coleto de ante debajo de una ropillsuelta y llena de cintas, zambo de piernas

lo águila imperial, la cara con un per signumcrucis de inimicis suis, la barba de ganchoscon unos bigotes de guardamano, y una dagcon más rejas que un locutorio de monjas. Ymirando al suelo, dijo: 

-Yo soy examinado y traigo la carta, y, poel sol que calienta los panes, que haga pedazos a quien tratare mal a tanto buen hijo como profesa la destreza. 

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Yo que vi la ocasión, metíme en medio, dije que no hablaba con él, y que así no tenípor qué picarse. 

-Meta mano a la blanca si la trai, y apuremos cuál es verdadera destreza, y déjese dcucharones. 

El pobre de mi compañero abrió el libro, dijo en altas voces: 

-Este libro lo dice, y está impreso con licencia del Rey, y yo sustentaré que es verdad lque dice, con el cucharón y sin el cucharónaquí y en otra parte, y, si no, midámoslo. 

Y sacó el compás, y empezó a decir: -Este ángulo es obtuso. 

Y entonces, el maestro sacó la daga, y dijo-Yo no sé quién es Angulo ni Obtuso, ni e

mi vida oí decir tales hombres; pero, con ésten la mano, le haré yo pedazos. 

Acometió al pobre diablo, el cual empezó

huir, dando saltos por la casa, diciendo: -No me puede dar, que le he ganado lo

grados del perfil. 

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Metímoslos en paz el güésped y yo y otrgente que había, aunque de risa no me podímover. 

Metieron al buen hombre en su aposento, a mí con él; cenamos, y acostámonos todolos de la casa. Y, a las dos de la mañana, levántase en camisa, y empieza a andar a escuras por el aposento, dando saltos y diciendo en lengua matemática mil disparatesDespertóme a mí, y, no contento con estobajó al güésped para que le diese luz, diciendo que había hallado objeto fijo a la estocadsagita por la cuerda. El güésped se daba a lodiablos de que lo despertase, y tanto le mo

lestó, que le llamó loco. Y con esto, se subió me dijo que, si me quería levantar, vería ltreta tan famosa que había hallado contra eturco y sus alfanjes. Y decía que luego se lquería ir a enseñar al Rey, por ser en favor d

los católicos. En esto, amaneció; vestímonos todos, pa

gamos la posada, hicímoslos amigos a él y amaestro, el cual se apartó diciendo que el lbro que alegaba mi compañero era bueno

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pero que hacía más locos que diestros, porque los más no le entendían. 

CAPITULO II De lo que le sucedió hasta llegar a Madrid, con un poeta

Yo tomé mi camino para Madrid, y él sdespidió de mí por ir diferente jornada. Y yque estaba apartado, volvió con gran prisa, yllamándome a voces, estando en el campdonde no nos oía nadie, me dijo al oído: 

-Por vida de V. Md., que no diga nada dtodos los altísimos secretos que le he comunicado en materia de destreza, y guárdel

para sí, pues tiene buen entendimiento. Yo le prometí de hacerlo; tornóse a partir d

mí, y yo empecé a reírme del secreto tan gracioso. 

Con esto, caminé más de una legua que n

topé persona. Iba yo entre mí pensando elas muchas dificultades que tenía para profesar honra y virtud, pues había menester tapaprimero la poca de mis padres, y luego tenetanta, que me desconociesen por ella. Y pare

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cíanme a mí tan bien estos pensamientohonrados, que yo me los agradecía a mí mismo. Decía a solas: "Más se me ha de agrade

cer a mí, que no he tenido de quien aprendevirtud, ni a quien parecer en ella, que al qula hereda de sus agüelos". 

En esta razones y discursos iba, cuando topé un clérigo muy viejo en una mula, que ibcamino de Madrid. Trabamos plática, y luegme preguntó que de dónde venía; yo le dijque de Alcalá. 

-Maldiga Dios -dijo él- tan mala gente comhay en ese pueblo, pues falta entre todos uhombre de discurso. 

Preguntéle que cómo o por qué se podía decir tal de lugar donde asistían tantos doctovarones. Y él, muy enojado dijo: 

-¿Doctos? Yo le diré a V. Md. que tan doctos, que habiendo más de catorce años qu

hago yo en Majalahonda (donde he sido sacristán) las chanzonetas al Corpus y al Nacmiento, no me premiaron en el cartel unocantarcicos; y porque vea V. Md. la sinrazónse los he de leer, que yo sé que se holgará. 

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Y diciendo y haciendo, desenvainó una retahíla de coplas pestilenciales, y por la primera, que era ésta, se conocerán las demás: 

Pastores, ¿no es lindo chiste, que es hoy el señor san Corpus Criste?  Hoy es el día de las danzas en que el Cordero sin mancilla tanto se humilla, que visita nuestras panzas, y entre estas bienaventuranzas entra en el humano buche. Suene el lindo sacabuche, 

 pues nuestro bien consiste. Pastores, ¿no es lindo chiste?  

-¿Qué pudiera decir más -me dijo- el misminventor de los chistes? Mire qué misterioencierra aquella palabra  pastores: más mcostó de un mes de estudio. 

Yo no pude con esto tener la risa, que

borbollones se me salía por los ojos y naricesy, dando una gran carcajada, dije: 

-¡Cosa admirable! Pero sólo reparo en qullama V. Md. señor san Corpus Criste. Y Cor

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pus Christi no es santo, sino el día de la insttución del Sacramento. 

-¡Qué lindo es eso! -me respondió, haciend

burla-; yo le daré en el calendario, y está canonizado, y apostaré a ello la cabeza. No pude porfiar, perdido de risa de ver l

suma inorancia; antes le dije cierto que eradignas de cualquier premio, y que no habíoído cosa tan graciosa en mi vida. 

-¿No? -dijo al mismo punto-; pues oya VMd. un pedacito de un librillo que tenghecho a las once mil vírgines, adonde a caduna he compuesto cincuenta otavas, cosa rca. 

Yo, por escusarme de oír tanto millón dotavas, le supliqué que no me dijese cosa a ldivino. Y así, me comenzó a recitar una comedia que tenía más jornadas que el caminde Jerusalén. Decíame: 

-Hícela en dos días, y éste es el borrador. Y sería hasta cinco manos de papel. El títul

eraEl arca de Noé. Hacíase toda entre gallos ratones, jumentos, raposas, lobos y jabalíes

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como fábulas de Isopo. Yo le alabé la traza la invención, a lo cual me respondió: 

-Ello cosa mía es, pero no se ha hecho otr

tal en el mundo, y la novedad es más que todo; y, si yo salgo con hacerla representaserá cosa famosa. 

-¿Cómo se podrá representar -le dije yo-, han de entrar los mismos animales, y ellos nhablan? 

-Esa es la dificultad, que a no haber ésa¿había cosa más alta? Pero yo tengo pensadde hacerla toda de papagayos, tordos y picazas, que hablan, y meter para el entremémonas. 

-Por cierto, alta cosa es ésa. -Otras más altas he hecho yo -dijo- por un

mujer a quien amo. Y vea aquí novecientos un sonetos y doce redondillas (que parecíque contaba escudos por maravedís) hecho

a la piernas de mi dama. Yo le dije que si se las había visto él, y d

jome que no había hecho tal por las órdeneque tenía, pero que iban en profecía los concetos. Yo confieso la verdad, que aunque m

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holgaba de oírle, tuve miedo a tantos versomalos, y así, comencé a echar la plática otras cosas. Decíale que veía liebres, y él sa

taba: -Pues empezaré por uno donde la compara ese animal. 

Y empezaba luego; y yo, por divertirle, decía: 

-¿No ve V. Md. aquella estrella que se ve ddía? 

A lo cual, dijo: -En acabando éste, le diré el soneto treinta

en que la llamo estrella, que no parece sinque sabe los intentos dellos. 

Afligíme tanto, con ver que no podía nombrar cosa a [que él] no hubiese hecho algúdisparate, que, cuando vi que llegábamos Madrid, no cabía de contento, entendiendque de vergüenza callaría; pero fue al revés

porque, por mostrar lo que era, alzó la voentrando por la calle. Yo le supliqué que ldejase, poniéndole por delante que, si los nños olían poeta, no quedaría troncho que nse viniese por sus pies tras nosotros, por es

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tar declarados por locos en una premáticque había salido contra ellos, de uno que lfue y se recogió a buen vivir. Pidióme que s

la leyese si la tenía, muy congojado. Promede hacerlo en la posada. Fuímonos a unadonde él se acostumbraba apear, y hallamoa la puerta más de doce ciegos. Unos le conocieron por el olor, y otros por la voz. Diéronluna barahúnda de bienvenido; abrazólos todos, y luego empezaron unos a pedirle oración para el Justo Juez en verso grave y sonoro, tal que provocase a gestos; otros pidierode las ánimas; y por aquí discurrió, recibiendo ocho reales de señal de cada uno. Desp

diólos, y díjome: -Más me han de valer de trecientos reale

los ciegos; y así, con licencia de V. Md., mrecogeré agora un poco, para hacer algundellas, y, en acabando de comer, oiremos l

premática. ¡Oh vida miserable! Pues ninguna lo es má

que la de los locos que ganan de comer colos que lo son. 

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CAPITULO III De lo que hizo en Madrid, y lo que le su

cedió hasta llegar a Cercedilla, dond

durmióRecogióse un rato a estudiar herejías y necedades para los ciegos. Entre tanto, se hizhora de comer; comimos, y luego pidiómque le leyese la premática. Yo, por no habeotra cosa que hacer, la saqué y se la leí. Lcual pongo aquí, por haberme parecido agudy conveniente a lo que se quiso reprehendeen ella. Decía en este tenor: 

Premática del desengaño contra lopoetas güeros, chirles y hebenes 

Diole al sacristán la mayor risa del mundoy dijo: 

-¡Hablara yo para mañana! Por Dios, quentendí que hablaba conmigo, y es sólo contra los poetas hebenes. 

Cayóme a mí muy en gracia oírle decir estocomo si él fuera muy albillo o moscatel. Dejel prólogo y comencé el primer capítulo qudecía: 

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"Atendiendo a que este género de sabandjas que llaman poetas son nuestros prójimosy cristianos aunque malos; viendo que todo e

año adoran cejas, dientes, listones y zapatlla[s], haciendo otros pecados más inormesmandamos que la Semana Santa recojan todos los poetas públicos y cantoneros, coma malas mujeres, y que los prediquen sacando Cristos para convertirlos. Y para esto señalamos casas de arrepentidos. 

Item, advirtiendo los grandes buchornoque hay en las caniculares y nunca anochecdas coplas de los poetas de sol, como pasas fuerza de los soles y estrellas que gastan e

hacerlas, les ponemos perpetuo silencio elas cosas del cielo, señalando meses vedadoa las musas, como a la caza y pesca, porquno se agoten con la prisa que las dan. 

Item, habiendo considerado que esta set

infernal de hombres condenados a perpetuconceto, despedazadores del vocablo y voteadores de razones, han pegado el dichachaque de poesía a las mujeres, declaramoque nos tenemos por desquitados con est

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mal que las hemos hecho, del que nos hicieron en la manzana. Y por cuanto el siglo estpobre y necesitado, mandamos quemar la

coplas de los poetas, como franjas viejas, para sacar el oro, plata y perlas, pues en lomás versos hacen sus damas de todos metales, como estatuas de Nabucho". 

Aquí no lo pudo sufrir el sacristán y, levantándose en pie, dijo: 

-¡Mas no, sino quitarnos las haciendas! Npase V. Md. adelante, que sobre eso pienso al Papa, y gastar lo que tengo. Bueno es quyo, que soy eclesiástico, había de padecer esagravio. Yo probaré que las coplas del poet

clérigo no están sujetas a tal premática, luego quiero irlo a averiguar ante la justicia. 

En parte me dio gana de reír, pero, por ndetenerme, que se me hacía tarde, le dije: 

-Señor, esta premática es hecha por gracia

que no tiene fuerza ni apremia, por estar faltde autoridad. 

-¡Pecador de mí! -dijo muy alborotado-, avsara V. Md. y hubiérame ahorrado la mayopesadumbre del mundo. ¿Sabe V. Md. lo qu

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es hallarse un hombre con ochocientas mcoplas de contado, y oír eso? Prosiga V. Mdy Dios le perdone el susto que me dio. 

Proseguí diciendo: "Item, advirtiendo que después que dejarode ser moros (aunque todavía conservan agunas reliquias) se han metido a pastorespor lo cual andan los ganados flacos de bebesus lágrimas, chamuscados con sus ánimaencendidas, y tan embebecidos en su músicaque no pacen, mandamos que dejen el taoficio, señalando ermitas a los amigos de soledad. Y a los demás, por ser oficio alegre de pullas, que se acomoden en mozos de mu

las". -¡Algún puto, cornudo, bujarrón y judío

dijo en altas voces- ordenó tal cosa! Y si supiera quién era, yo le hiciera una sátira, cotales coplas que le pesara a él y a todo

cuantos las vieran, de verlas. ¡Miren qué biele estaría a un hombre lampiño como yo lermita! ¡O a un hombre vinajeroso y sacristando, ser mozo de mulas! Ea, señor, que sograndes pesadumbres esas. 

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-Ya le he dicho a V. Md. -repliqué- que soburlas, y que las oiga como tales. 

Proseguí diciendo que por estorbar lo

grandes hurtos, mandábamos que no se pasasen coplas de Aragón a Castilla, ni de Italia España, so pena de andar bien vestido epoeta que tal hiciese, y, si reincidiese, de andar limpio un hora. 

Esto le cayó muy en gracia, porque traía éuna sotana con canas, de puro vieja, y cotantas cazcarrias que, para enterrarle, no ermenester más de estregársela encima. Emanteo, se podían estercolar con él dos heredades. 

Y así, medio riendo, le dije que mandabatambién tener entre los desesperados que sahorcan y despeñan, y que, como a tales, nlas enterrasen en sagrado, a las mujeres quse enamoran de poeta a secas. Y que, advir

tiendo a la gran cosecha de redondillas, canciones y sonetos que había habido en estoaños fértiles, mandaban que los legajos qupor sus deméritos escapaban de las especeras, fuesen a las necesarias sin apelación. 

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Y, por acabar, llegué al postrer capítulo, qudecía así: 

"Pero advirtiendo, con ojos de piedad, a qu

hay tres géneros de gentes en la repúblictan sumamente miserables, que no puedevivir sin los tales poetas como son farsantesciegos y sacristanes, mandamos que puedhaber algunos oficiales públicos desta artecon tal que puedan tener carta de examen dlos caciques de los poetas que fueren eaquellas partes. Limitando a los poetas dfarsantes que no acaben los entremeses copalos ni diablos, ni las comedias en casamientos, ni hagan las trazas con papeles

cintas. Y a los de ciegos, que no sucedan eTetuán los casos, desterrándoles estos vocablos:cristián, amada,humanal y pundonores; mandándoles que, para decir la presente obrano digan zozobra. Y a los de sacristanes, qu

no hagan los villancicos conGil ni Pascual , quno jueguen del vocablo, ni hagan los pensamientos de tornillo, que, mudándoles el nombre, se vuelvan a cada fiesta. 

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Y, finalmente, mandamos a todos los poetaen común que se descarten de Júpiter, VenusApolo y otros dioses, so pena de que los ten

drán por abogados a la hora de su muerte". A todos los que oyeron la premática parecicuanto bien se puede decir, y todos me pidieron traslado de ella. Sólo el sacristanejo empezó a jurar por vida de las vísperas solenes,introibo yChiries, que era sátira contra épor lo que decía de los ciegos, y que él sabímejor lo que había de hacer que naide. Y útimamente dijo: 

-Hombre soy yo que he estado en un aposento con Liñán, y he comido más de dos ve

ces con Espinel. Y que había estado en Madritan cerca de Lope de Vega como lo estaba dmí, y que había visto a don Alonso de Ercillmil veces, y que tenía en su casa un retratdel divino Figueroa, y que había comprado lo

gregüescos que dejó Padilla cuando se metifraile, y que hoy día los traía, y malos. Enseñólos, y dioles esto a todos tanta risa, que nquerían salir de la posada. 

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Al fin, ya eran las dos, y como era forzoso ecamino, salimos de Madrid. Yo me despeddél, aunque me pesaba, y comencé a camina

para el puerto. Quiso Dios que, porque nfuese pensando en mal, me topase con usoldado. Iba en cuerpo y en alma, el cuello eel sombrero, los calzones vueltos, la camisen la espada, la espada al hombro, los zapatos en la [faldriquera], alpargates, y mediade lienzo, sus frascos en la pretina y un pocde órgano en cajas de hoja de lata para papeles. Luego trabamos plática; preguntóme venía de la Corte; dije que de paso había estado en ella. 

-No está para más -dijo luego- que es pueblo para gente ruin. Más quiero, ¡voto a Cristo!, estar en un sitio, la nieve a la cintahecho un reloj, comiendo madera, que sufriendo las supercherías que se hacen a u

hombre de bien. Y en llegando a ese lugarcitdel diablo nos remiten a la sopa y al coche dlos pobres en San Felipe donde cada día ecorrillos se hace consejo de estado, y guerren pie, y desabrigada. Y en vida nos hace

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soldados en pena por los cimenterios, y si pedimos entretenimiento, nos envían a la comedia, y, si ventajas, a los jugadores. Y co

esto, comidos de piojos y güéspedas, nos vovemos en este pelo a rogar a los moros herejes con nuestros cuerpos. 

A esto le dije yo que advirtiese que en lCorte había de todo, y que estimaban mucha cualquier hombre de suerte. 

-¿Qué estiman -dijo muy enojado- si he estado yo ahí seis meses pretendiendo unbandera, tras veinte años de servicios y habeperdido mi sangre en servicio del Rey, comlo dicen estas heridas? 

Y quiso desatacarse. Y dije: -Señor mío, desatacarse más es brindar

puto que enseñar heridas. Creo que pretendía introducir en picazos a

gunas almorranas. Luego, en los calcañares

me enseñó otras dos señales, y dijo que erabalas, y yo saqué, por otras dos mías qutengo, que habían sido sabañones. Y las balapocas veces se andan a roer zancajos. Estabderrengado de algún palo que le dieron por

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que se dormía haciendo guarda, y decía quera de un astillazo. Quitóse el sombrero mostróme el rostro; calzaba dieciséis punto

de cara, que tantos tenía en [una] cuchilladque le partía las narices. Tenía otros tres chirlos, que se la volvían mapa a puras líneas. 

-Estas me dieron -dijo- defendiendo a Parísen servicio de Dios y del Rey, por quien vetrinchado mi gesto, y no he recibido sinbuenas palabras, que agora tienen lugar dmalas obras. Lea estos papeles -me dijo-, povida del licenciado, que no ha salido en campaña, ¡voto a Cristo!, hombre, ¡vive Diostan señalado. 

Y decía verdad, porque lo estaba a purogolpes. Comenzó a sacar cañones de hoja dlata y a enseñarme papeles, que debían dser de otro a quien había tomado el nombreYo los leí, y dije mil cosas en su alabanza,

que el Cid ni Bernardo no habían hecho lque él. Saltó en esto, y dijo: 

-¿Cómo lo que yo? ¡Voto a Dios!, ni lo quGarcía de Paredes, Julián Romero y otrohombres de bien, ¡pese al diablo! Sé que en

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tonces no había artillería, ¡voto a Dios!, quno hubiera Bernardo para un hora en esttiempo. Pregunte V. Md. en Flandes por l

hazaña del Mellado, y verá lo que le dicen. -¿Es V. Md. acaso? -le dije yo. Y él respondió: -¿Pues qué otro? ¿No me ve la mella qu

tengo en los dientes? No tratemos desto, quparece mal alabarse el hombre. 

Yendo en estas conversaciones, topamos eun borrico un ermitaño, con una barba talarga, que hacía lodos con ella, macilento vestido de paño pardo. Saludamos con el Degracias acostumbrado, y empezó a alabar lo

trigos y, en ellos, la misericordia del SeñoSaltó el soldado, y dijo: 

-¡Ah, padre!, más espesas he visto yo lapicas sobre mí, y, ¡voto a Cristo!, que hice eel saco de Amberes lo que pude; sí, ¡juro

Dios!. El ermitaño le reprehendió que no juras

tanto, a lo cual dijo: -Padre, bien se echa de ver que no es so

dado, pues me reprehende mi propio oficio. 

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Diome a mí gran risa de ver en lo que poníla soldadesca, y eché de ver que era algúpicarón gallina, porque ya entre soldados n

hay costumbre más aborrecida de los de máimportancia, cuando no de todos. El ermitañle dijo: 

-Y ¿dónde dejó V. Md. el saco de Amberesque ése me parece de las Navas, y que seríde más abrigo el de Amberes? 

Riose mucho el soldado de la pregunta, y eermitaño de su desnudez, y con tanto llegamos a la falda del puerto; el ermitaño rezando el rosario en una carga de leña hecha bolas, de manera que, a cada avemaría, sonab

un cabe; el soldado iba comparando las peñas a los castillos que había visto, y mirandcuál lugar era fuerte y adónde se había dplantar la artillería. Yo iba mirando tanto erosariazo del ermitaño, con las cuentas friso

nas, como la espada del soldado. -¡Oh, cómo volaría yo con pólvora gran par

te deste puerto -decía-, y hiciera buena obra los caminantes!. 

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-No hay tal como hacer buenas obras -decíel santero. Y pujaba un suspiro por remateIba entre sí rezando a silbos oraciones de cu

lebra. En estas cosas divertidos, llegamos a Cercedilla. Entramos en la posada todos tres juntos, ya anochecido; mandamos aderezar lcena -era viernes-, y, entre tanto, el ermitañdijo: 

-Entretengámonos un rato, que la ociosidaes madre de los vicios; juguemos avemarías.

Y dejó caer de la manga el descuadernadoDiome a mí gran risa el ver aquello, considerando en las cuentas. El soldado dijo: 

-No, sino juguemos hasta cien reales que ytraigo, en amistad. 

Yo, cudicioso, dije que jugaría otros tantosy el ermitaño, por no hacer mal tercio, acetóy dijo que allí llevaba el aceite de la lámpara

que eran hasta ducientos reales. Yo confiesque pensé ser su lechuza y bebérsele, peransí le sucedan todos sus intentos al turco. 

Fue el juego al parar, y lo bueno fue que djo que no sabía el juego, y hizo que se le en

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señásemos. Dejónos el bienaventurado hacedos manos, y luego nos la dio tal, que no dejblanca en la mesa. Heredónos en vida; retira

ba el ladrón con las ancas de la mano que erlástima. Perdía una sencilla, y acertaba docmaliciosas. El soldado echaba a cada suertdoce votos y otros tantos peses, aforrados enpor vidas. Yo me comí las uñas, y el frailocupaba las suyas en mi moneda. No dejabsanto que no llamaba; nuestras cartas eracomo el Mesías, que nunca venían y laaguardábamos siempre. 

Acabó de pelarnos; quísimosle jugar sobrprendas, y él, tras haberme ganado a m

seiscientoa reales, que era lo que llevaba, y asoldado los ciento, dijo que aquello era entretenimiento, y que éramos prójimos, y que nhabía de tratar de otra cosa. 

-No juren -decía-, que a mí, porque me en

comendaba a Dios, me ha sucedido bien. Y como nosotros no sabíamos la habilida

que tenía de los dedos a la muñeca, creímoslo, y el soldado juró de no jurar más, y yo dla misma suerte. 

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-¡Pesia tal! -decía el pobre alférez (que éme dijo entonces que lo era)-, entre luteranoy moros me he visto, pero no he padecido ta

despojo. êl se reía a todo esto. Tornó a sacar el rosario para rezar. Yo, que no tenía ya blancapedíle que me diese de cenar, y que pagashasta Segovia la posada por los dos, quíbamosin puribus. Prometió hacerlo. Metióssesenta güevos, ¡no vi tal en mi vida!. Dijque se iba a acostar. 

Dormimos todos en una sala con otra gentque estaba allí, porque los aposentos estabatomados para otros. Yo me acosté con hart

tristeza; y el soldado llamó al güésped, y lencomendó sus papeles en las cajas de latque los traía, y un envoltorio de camisas jubladas. Acostámonos; el padre se persinó, nosotros nos santiguamos dél. Durmió; y

estuve desvelado, trazando cómo quitarle edinero. El soldado hablaba entre sueños dlos cien reales, como si no estuvieran sin remedio. 

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Hízose hora de levantar. Pedí yo luz muaprisa; trujéronla, y el güésped el envoltorial soldado, y olvidáronsele los papeles. El po

bre alférez hundió la casa a gritos, pidiendque le diese los servicios. El güésped se turbó, y, como todos decíamos que se los diesefue corriendo y trujo tres bacines, diciendo: 

-He ahí para cada uno el suyo. ¿Quieremás servicios? 

Que él entendió que nos habían dado cámaras. Aquí fue ella, que se levantó el soldadcon la espada tras el güésped, en camisa, jurando que le había de matar porque hacíburla dél, que se había hallado en la Nava

San Quintín y otras, trayendo servicios en lugar de los papeles que le había dado. Todosalimos tras él a tenerle, y aun no podíamosDecía el güésped: 

-Señor, su merced pidió servicios; yo no es

toy obligado a saber que, en lengua soldadase llaman así los papeles de las hazañas. 

Apaciguámoslos, y tornamos al aposento. Eermitaño, receloso, se quedó en la cama, dciendo que le había hecho mal el susto. Pag

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por nosotros, y salímonos del pueblo para epuerto, enfadados del término del ermitaño, de ver que no le habíamos podido quitar e

dinero. Topamos con un ginovés, digo con uno destos antecristos de las monedas de Españaque subía el puerto con un paje detrás, y écon su guardasol, muy a lo dineroso. Trabamos conversación con él; todo lo llevaba materia de maravedís, que es gente que naturalmente nació para bolsas. Comenzó nombrar a Visanzón, y si era bien dar dineroo no a Visanzón, tanto que el soldado y yo lpreguntamos que quién era aquel caballero.

lo cual respondió, riéndose: -Es un pueblo de Italia, donde se juntan lo

hombres de negocios, que acá llamamos fulleros de pluma, a poner los precios por donde se gobierna la moneda. 

De lo cual sacamos que, en Visanzón, slleva el compás a los músicos de uña. Entretúvonos el camino contando que estaba perdido porque había quebrado un cambio, qule tenía más de sesenta mil escudos. Y todo l

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juraba por su conciencia; aunque yo piensque conciencia en mercader es como virgo ecantonera, que se vende sin haberle. Nadie

casi, tiene conciencia, de todos los deste trato; porque, como oyen decir que muerde pomuy poco, han dado en dejarla con el omblgo en naciendo. 

En estas pláticas, vimos los muros de Segovia, y a mí se me alegraron los ojos, a pesade la memoria, que, con los sucesos de Cabra, me contradecía el contento. Llegué apueblo y, a la entrada, vi a mi padre en ecamino, aguardando ir en bolsas, hecho cuartos, a Josafad. Enternecíme, y entré algo des

conocido de como salí, con punta de barbabien vestido. 

Dejé la compañia; y, considerando en quiéconocería a mi tío -fuera del rollo- mejor en epueblo, no hallé nadie de quien echar mano

Lleguéme a mucha gente a preguntar poAlonso Ramplón, y nadie me daba razón dédiciendo que no le conocían. Holgué muchde ver tantos hombres de bien en mi pueblocuando, estando en esto, oí al precursor de l

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penca hacer de garganta, y a mi tío de lasuyas. Venía una procesión de desnudos, todos descaperuzados, delante de mi tío, y é

muy haciéndose de pencas, con una en lmano, tocando un pasacalles públicas en lacostillas de cinco laúdes, sino que llevaba sogas por cuerdas. Yo, que estaba notando estcon un hombre a quien había dicho, preguntando por él, que era yo un gran caballeroveo a mi buen tío que, echando en mí los ojo(por pasar cerca), arremetió a abrazarmellamándome sobrino. Penséme morir de vergüenza; no volví a despedirme de aquél coquién estaba. Fuime con él, y díjome: 

-Aquí te podrás ir, mientras cumplo con esta gente; que ya vamos de vuelta, y hoy comerás conmigo. 

Yo, que me vi a caballo, y que en aquellsarta parecería punto menos de azotado, dij

que le aguardaría allí; y así, me aparté taavergonzado, que, a no depender dél la cobranza de mi hacienda, no lo hablara más emi vida ni pareciera entre gentes. Acabó d

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repasarles las espaldas, volvió y llevóme a scasa, donde me apeé y comimos. 

CAPITULO IV Del hospedaje de su tío, y visitas, la cobranza de su hacienda y vuelta a la corte

Tenía mi buen tío su alojamiento junto amatadero, en casa de un aguador. Entramoen ella, y díjome: 

-No es alcázar la posada, pero yo os prometo, sobrino, que es a propósito para dar expediente a mis nogocios. 

Subimos por una escalera, que sólo aguarda ver lo que me sucedía en lo alto, para si s

diferenciaba en algo de la horca. Entramos eun aposento tan bajo, que andábamos por écomo quién recibe bendiciones, con las cabezas bajas. Colgó la penca en un clavo, questaba con otros de que colgaban cordeles

lazos, cuchillos, escarpias y otras herramientas del oficio. Díjome que por qué no me qutaba el manteo y me sentaba; yo le dije quno lo tenía de costumbre. Dios sabe cuál estaba de ver la infamia de mi tío, el cual m

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dijo que había tenido ventura en topar con éen tan buena ocasión, porque comería bienque tenía convidados unos amigos. 

En esto, entró por la puerta, con una rop(hasta los pies) morada, uno de los que pidepara las ánimas, y haciendo son con la cajitadijo: 

-Tanto me han valido a mí las ánimas hoycomo a ti los azotados: encaja. 

Hiciéronse la mamona el uno al otro. Arremangóse el desalmado animero el sayazo, quedó con unas piernas zambas en gregüescos de lienzo, y empezó a bailar y decir que shabía venido Clemente. Dijo mi tío que no

cuando, Dios y enhorabuena, devanado en utrapo, y con unos zuecos, entró un chirimíde la bellota, digo, un porquero. Conocíle poel (hablando con perdón) cuerno que traía ela mano. Salúdonos a su manera, y tras é

entró un mulato zurdo y bizco, un sombrercon más falda que un monte y más copa quun nogal, la espada con más gavilanes que lcaza del Rey, un coleto de ante. Traía la car

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de punto, porque a puros chirlos la tenía todhilvanada. 

Entró y sentóse, saludando a los de casa;

a mi tío le dijo: -A fe, Alonso, que lo han pagado bien eRomo y el Garroso. 

Saltó el de las ánimas, y dijo: -Cuatro ducados di yo a Flechilla, verdug

de Ocaña, porque aguijase el burro, y porquno llevase la penca de tres suelas, cuando mpalmearon. 

-¡Vive Dios! -dijo el corchete-, que se lo pagué yo sobrado a Juanazo en Murcia, porquiba el borrico con un paseo de pato, y el be

llaco me los asentó de manera que no se levantaron sino ronchas. 

Y el porquero, concomiéndose, dijo: -Con virgo están mis espaldas. -A cada puerco le viene su San Martín -dij

el demandador. -De eso me puedo alabar yo -dijo mi bue

tío- entre cuantos manejan la zurriaga, queal que se me encomienda, hago lo que debo

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Sesenta me dieron los de hoy, y llevarounos azotes de amigo, con penca sencilla. 

Yo que vi cuán honrada gente era la qu

hablaba mi tío, confieso que me puse colorado, de suerte que no pude disimular la vergüenza. Echómelo de ver el corchete, y dijo: 

-¿Es el padre el que padeció el otro día, quien se dieron ciertos empujones en el envés? 

Yo respondí que no era hombre que padecícomo ellos. En esto, se levantó mi tío y dijo: 

-Es mi sobrino, maeso en Alcalá, gran supuesto. 

Pidiéronme perdón, y ofreciéronme toda ca

ricia. Yo rabiaba ya por comer, y por cobrami hacienda y huir de mi tío. Pusieron lamesas; y por una soguilla, en un sombrerocomo suben la limosna los de la cárcel, suban la comida de un bodegón que estaba a la

espaldas de la casa, en unos mendrugos dplatos y retacillos de cántaros y tinajas. Npodrá nadie encarecer mi sentimiento afrenta. Sentáronse a comer, en cabecera edemandador. Diciendo: "La Iglesia en mejo

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lugar; siéntese, padre", echó la bendición mtío y, como estaba hecho a santiguar espadas, parecían más amagos de azotes que d

cruces. Y los demás nos sentamos sin ordenNo quiero decir lo que comimos; sólo, queran todas cosas para beber. Sorbióse el corchete tres de puro tinto. Brindóme a mí eporquero; me las cogía al vuelo, y hacía márazones que decíamos todos. No había memoria de agua, y menos voluntad della. 

Parecieron en la mesa cinco pasteles de cuatro. Y tomando un hisopo, después dhaber quitado las hojaldres, dijeron un responso todos, con surequiem aeternam, por e

ánima del difunto cuyas eran aquellas carnesDijo mi tío: 

-Ya os acordáis, sobrino, lo que os escribde vuestro padre. 

Vínoseme a la memoria; ellos comieron, pe

ro yo pasé con los suelos solos, y quedémcon la costumbre; y así, siempre que compasteles, rezo una avemaría por el que Diohaya. 

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Menudeóse sobre dos jarros; y era de suerte lo que hicieron el corchete y el de las ánmas, que se pusieron las suyas tales, que

trayendo un plato de salchichas (que parecíde dedos de negro), dijo uno: -¡Qué mulata está la olla! Ya mi tío estaba tal, que, alargando la man

y asiendo una, dijo, con la voz algo áspera ronca, el un ojo medio acostado, y el otro nadando en mosto: 

-Sobrino, por este pan de Dios que crió a simagen y semejanza, que no he comido en mvida mejor carne tinta. 

Yo que vi al corchete que, alargando la ma

no, tomó el salero y dijo: "Caliente está estcaldo", y que el porquero se llevó el puño dsal, diciendo: "Es bueno el avisillo para beber", y se lo chocló en la boca, comencé a repor una parte, y a rabiar por otra. 

Trujeron caldo, y el de las ánimas tomó coentrambas manos una escudilla, diciendo: "Dios bendijo la limpieza", y alzándola parsorberla, por llevarla a la boca, se la puso eel carrillo, y, volcándola, se asó en caldo, y s

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puso todo de arriba abajo que era vergüenzaêl, que se vio así, fuese a levantar, y compesaba algo la cabeza, quiso ahirmar sobre l

mesa, que era destas movedizas; trastornólay manchó a los demás; y tras esto decía quel porquero le había empujado. El porquerque vio que el otro se le caía encima, levantóse, y alzando el instrumento de güeso, dio con él una trompetada. Asiéronse a puños, y, estando juntos los dos, y teniéndole edemandador mordido de un carrillo, con lovuelcos y alteración, el porquero vomitcuanto había comido en las barbas del de ldemanda. Mi tío, que estaba más en su juicio

decía que quién había traído a su casa tantoclérigos. Yo que los vi que ya, en suma, mutiplicaban, metí en paz la brega, desasí a lodos, y levanté del suelo al corchete, el cuaestaba llorando con gran tristeza; eché a m

tío en la cama, el cual hizo cortesía a un velador de palo que tenía, pensando que erconvidado. Quité el cuerno al porquero, ecual, ya que dormían los otros, no habíhacerle callar, diciendo que le diesen su cuer

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no, porque no había habido jamás quien supiese en él más tonadas, y que le quería tañer con el órgano. Al fin, yo no me aparté de

llos hasta que vi que dormían. Salíme de casa; entretúveme en ver mi tierra toda la tarde, pasé por la casa de Cabratuve nueva de que ya era muerto, y no cuidde preguntar de qué, sabiendo que hay hambre en el mundo. Torné a casa a la nochehabiendo pasado cuatro horas, y hallé al undespierto y que andaba a gatas por el aposento buscando la puerta, y diciendo que sles había perdido la casa. Levantéle, y dejdormir a los demás hasta las once de la no

che que despertaron; y, esperezándose, preguntó mi tío que qué hora era. Respondió eporquero (que aún no la había desollado) quno era nada sino la siesta, y que hacía grandes buchornos. El demandador, como pudo

dijo que le diesen su cajilla: -"Mucho haholgado las ánimas para tener a su cargo msustento"; y fuese, en lugar de ir a la puertaa la ventana; y, como vio estrellas, comenza llamar a los otros con grandes voces, d

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ciendo que el cielo estaba estrellado a mediodía, y que había un gran eclís. Santiguáronstodos y besaron la tierra. 

Yo que vi la bellaquería del demandadoescandalicéme mucho, y propuse de guardarme de semejantes hombres. Con estavilezas y infamias que vía yo, ya me crecípor puntos el deseo de verme entre gentprincipal y caballeros. Despachéloss a todouno por uno lo mejor que pude, acosté a mtío, que, aunque no tenía zorra, tenía raposay yo acomodéme sobre mis vestidos y algunas ropas de los que Dios tenga, que estabapor allí. 

Pasamos desta manera la noche. A la mañana, traté con mi tío de reconocer mhacienda y cobralla. Despertó diciendo questaba molido, y que no sabía de qué. El aposento estaba, parte con las enjaguaduras d

las monas, parte con las aguas que habíahecho de no beberlas, hecho una taberna dvinos de retorno. Levantóse, tratamos largen mis cosas, y tuve harto trabajo por sehombre tan borracho y rústico. Al fin, le redu

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je a que me diera noticia de parte de mhacienda, aunque no de toda, y así, me la dide unos trecientos ducados que mi buen pa

dre había ganado por sus puños, y dejádoloen confianza de una buena mujer a cuysombra se hurtaba diez leguas a la redonda. 

Por no cansar a V. Md., vengo a decir qucobré y embolsé mi dinero, el cual mi tío nhabía bebido ni gastado, que fue harto parser hombre de tan poca razón, porque pensaba que yo me graduaría con éste, y que, estudiando, podría ser cardenal, que, como estaba en su mano hacerlos, no lo tenía por dficultoso. Díjome, en viendo que los tenía: 

-Hijo Pablos, mucha culpa tendrás si nmedras y eres bueno, pues tienes a quién parecer. Dinero llevas; yo no te he de faltaque cuanto sirvo y cuanto tengo, para ti lquiero. 

Agradecíle mucho la oferta. Gastamos el díen pláticas desatinadas y en pagar las visitaa los personajes dichos. Pasaron la tarde ejugar a la taba mi tío, el porquero, y demandador. êste jugaba misas como si fuera otr

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cosa. Era de ver cómo se barajaban la tabacogiéndola en el aire al que la echaba, y meciéndola en la muñeca, se la tornaban a da

Sacaban de taba como de naipe, para la fábrica de la sed, porque había siempre un jarro en medio. 

Vino la noche; ellos se fueron; acostámonomi tío y yo cada uno en su cama (que yhabía prevenido para mí un colchón). Amaneció y, antes que él despertase, yo me levanty me fui a una posada, sin que me sintiesetorné a cerrar la puerta por de fuera, y echélla llave por una gatera. 

Como he dicho, me fui a un mesón a escon

der y aguardar comodidad para ir a la corteDejéle en el aposento una carta cerrada, qucontenía mi ida y las causas, avisándole quno me buscase, porque eternamente no lhabía de ver. 

CAPITULO V De su huida, y los sucesos en ella hast

la corte

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Partía aquella mañana del mesón un arriercon cargas a la corte. Llevaba un jumentoalquilómele, y salíme a aguardarle a la puert

fuera del lugar. Salió, espetéme en el dicho, empecé mi jornada. Iba entre mí diciendo"Allá quedarás, bellaco, deshonrabuenos, jnete de gaznates". Consideraba yo que iba la corte, adonde nadie me conocía (que era lcosa que más me consolaba), y que había dvalerme por mi habilidad allí. Propuse de cogar los hábitos en llegando, y de sacar vestdos nuevos cortos al uso. Pero volvamos a lacosas que el dicho de mi tío hacía, ofendidcon la carta que decía en esta forma: 

"Señor Alonso Ramplón: Tras haberme Diohecho tan señaladas mercedes como quitarme de delante a mi buen padre y tener a mmadre en Toledo, donde, por lo menos, sque hará humo, no me faltaba sino ver hace

en V. Md. lo que en otros hace. Yo pretendser uno de mi linaje, que dos es imposible, sno vengo a sus manos, y trinchándome, comhace a otros. No pregunte por mí, ni m

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nombre, porque me importa negar la sangrque tenemos. Sirva al Rey, y adiós". 

No hay que encarecer las blasfemias

oprobios que diría contra mí. Volvamos a mcamino. Yo iba caballero en el rucio de lMancha, y bien deseoso de no topar nadiecuando desde lejos vi venir un hidalgo dportante, con su capa puesta, espada ceñidacalzas atacadas y botas, y al parecer biepuesto, el cuello abierto más de roto que dmolde, el sombrero de lado. Sospeché quera algún caballero que dejaba atrás su coche; y ansí, emparejando le saludé. 

Miróme y dijo: 

-Irá V. Md., señor licenciado, en ese borriccon harto más descanso que yo con todo maparato. 

Yo, que entendí que lo decía por coche criados que dejaba atrás, dije: 

-En verdad, señor, que lo tengo por máapacible caminar que el del coche, porquaunque V. Md. vendrá en el que trai detrácon regalo, aquellos vuelcos que da, inquietan. 

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-¿Cuál coche detrás? -dijo él muy alborotado. 

Y, al volver atrás, como hizo fuerza, se

cayeron las calzas, porque se le rompió unagujeta que traía, la cual era tan sola quetras verme muerto de risa de verle, me pidiuna prestada. Yo, que vi que de la camisa nse vía sino una ceja, y que traía tapado el rabo de medio ojo, le dije: 

-Por Dios, señor, si V. Md. no aguarda a sucriados, yo no puedo socorrerle, porque vengo también atacado únicamente. 

-Si hace V. Md. burla -dijo él, con las cachondas de la mano-, vaya, porque no en

tiendo eso de los criados. Y aclaróseme tanto en materia de ser pobre

que me confesó, a media legua que anduvmos, que si no le hacía merced de dejarle subir en el borrico un rato, no le era posible pa

sar adelante, por ir cansado de caminar colas bragas en los puños; y, movido a compasión, me apeé; y, como él no podía soltar lacalzas, húbele yo de subir. Y espantóme lque descubrí en el tocamiento, porque, por l

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parte de atrás, que cubría la capa, traía lacuchilladas con entretelas de nalga pura. êque sintió lo que le había visto, como discre

to, se previno diciendo: -Señor licenciado, no es oro todo lo que reluce. Debióle parecer a V. Md., en viendo ecuello abierto y mi presencia, que era uconde de Irlos. Como destas hojaldres cubreen el mundo lo que V. Md. ha tentado. 

Yo le dije que le aseguraba de que me habípersuadido a muy diferentes cosas de las quvía. 

-Pues aún no ha visto nada V. Md. -replicóque hay tanto que ver en mí como tengo

porque nada cubro. Veme aquí V. Md. uhidalgo hecho y derecho, de casa de solamontañés, que, si como sustento la noblezame sustentara, no hubiera más que pediPero ya, señor licenciado, sin pan y carne, n

se sustenta buena sangre, y por la misericordia de Dios, todos la tienen colorada, y npuede ser hijo de algo el que no tiene nadaYa he caído en la cuenta de las ejecutoriasdespués que, hallándome en ayunas un día

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no me quisieron dar sobre ella en un bodegódos tajadas; pues, ¡decir que no tiene letrade oro! Pero más valiera el oro en las píldora

que en las letras, y de más provecho es. Ycon todo, hay muy pocas letras con oro. Hvendido hasta mi sepoltura, por no tener sobre qué caer muerto, que la hacienda de mpadre Toribio Rodríguez Vallejo Gómez dAmpuero (que todos estos nombres tenía), sperdió en una fianza. Sólo eldon me ha quedado por vender, y soy tan desgraciado quno hallo nadie con necesidad dél, pues quieno le tiene por ante, le tiene por postre, comel remendón, azadón, pendón, blandón, bor

dón y otros así. Confieso que, aunque iban mezcladas co

risa, las calamidades del dicho hidalgo menternecieron. Preguntéle cómo se llamaba, adónde iba y a qué. Dijo que todos los nom

bres de su padre: don Toribio Rodríguez Vallejo Gómez de Ampuero y Jordán. No se vijamás nombre tan campanudo, porque acababa endan y empezaba endon, como son dbadajo. Tras esto dijo que iba a la corte, por

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que un mayorazgo roído como él, en un pueblo corto, olía mal a dos días, y no se podísustentar, y que por eso se iba a la patri

común, adonde caben todos, y adonde hamesas francas para estómagos aventureros. -Y nunca, cuando entro en ella, me falta

cien reales en la bolsa, cama, de comer y refocilo de lo vedado, porque la industria en lcorte es piedra filosofal, que vuelve en orcuanto toca. 

Yo vi el cielo abierto, y en son de entretenimiento para el camino, le rogué que mcontase cómo y con quiénes y de qué manerviven en la corte los que no tenían, como é

porque me parecía dificultoso en este tiempoque no sólo se contenta cada uno con sus cosas, sino que aun solicitan las ajenas. 

-Muchos hay desos -dijo-, y muchos de estotros. Es la lisonja llave maestra, que abre

todas voluntades en tales pueblos. Y porquno se le haga dificultoso lo que digo, oiga msucesos y mis trazas, y se asegurará de esduda. 

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CAPITULO VI En que prosigue el camino y lo prome

tido de su vida y costumbres

"-Lo primero ha de saber que en la corthay siempre el más necio y el más sabio, márico y más pobre, y los extremos de todas lacosas; que disimula los malos y esconde lobuenos, y que en ella hay unos géneros dgentes como yo, que no se les conoce raíz nmueble, ni otra cepa de la de que deciendelos tales. Entre nosotros nos diferenciamocon diferentes nombres; unos nos llamamocaballeros hebenes; otros, güeros, chanflones, chirles, traspillados y caninos. 

Es nuestra abogada la industria; pagamolas más veces los estómagos de vacío, que egran trabajo traer la comida en manos ajenas. Somos susto de los banquetes, polilla dlos bodegones, cáncer de las ollas y convida

dos por fuerza. Sustentámonos así del aire, andamos contentos. Somos gente que comemos un puerro, y representamos un capónEntrará uno a visitarnos en nuestras casas, hallarán nuestros aposentos llenos de güeso

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de carnero y aves, mondaduras de frutas, lpuerta embarazada con plumas y pellejos dgazapos; todo lo cual cogemos de parte d

noche por el pueblo, para honrarnos con ellde día. Reñimos en entrando el huésped: "¿Eposible que no he de ser yo poderoso parque barra esa moza? Perdone V. Md., que hacomido aquí unos amigos, y estos criados...etc. Quien no nos conoce cree que es así, pasa por convite. 

Pues ¿qué diré del modo de comer en casaajenas? En hablando a uno media vez, sabemos su casa, vámosle a ver, y siempre a lhora de mascar, que se sepa que está en l

mesa. Decimos que nos llevan sus amoresporque tal entendimiento, etc. Si nos preguntan si hemos comido, si ellos no han empezado decimos que no; si nos convidan, naguardamos a segundo envite, porque desta

aguardadas nos han sucedido grandes viglias. Si han empezado, decimos que sí; yaunque parta muy bien el ave, pan o carne eque fuere, para tomar ocasión de engullir ubocado, decimos: 

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-Ahora deje V. Md., que le quiero servir dmaestresala, que solía, Dios le tenga en ecielo (y nombramos un señor muerto, duqu

o conde), gustar más de verme partir que dcomer. Diciendo esto, tomamos el cuchillo y part

mos bocaditos, y al cabo decimos: -¡Oh, qué bien güele! Cierto que haría agra

vio a la guisandera en no probarlo. ¡Qué buena mano tiene!. 

Y diciendo y haciendo, va en pruebas emedio plato: el nabo por ser nabo, el tocinpor ser tocino, y todo por lo que es. Cuandesto nos falta, ya tenemos sopa de algú

convento aplazada; no la tomamos en públco, sino a lo escondido, haciendo creer a lofrailes que es más devoción que necesidad. 

Es de ver uno de nosotros en una casa djuego, con el cuidado que sirve y despabil

las velas, trai orinales, cómo mete naipes soleniza las cosas del que gana, todo por utriste real de barato. 

Tenemos de memoria, para lo que toca vestirnos, toda la ropería vieja. Y como e

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otras partes hay hora señalada para oraciónla tenemos nosotros para remendarnos. Sode ver, a las mañanas, las diversidades d

cosas que sanamos; que, como tenemos poenemigo declarado al sol, por cuanto nos descubre los remiendos, puntadas y trapos, noponemos, abiertas las piernas, a la mañanaa su rayo, y en la sombra del suelo vemos laque hacen los andrajos y hilachas de las entrepiernas. Es de ver cómo quitamos cuchilladas de atrás para poblar lo de adelante; y solemos traer la trasera tan pacífica, por faltde cuchilladas, que se queda en las puras bayetas. Sábelo sola [la] capa, y guardámono

de días de aire, y de subir por escaleras claras o a caballo. Estudiamos posturas contra lluz, pues, en día claro, andamos las piernamuy juntas, y hacemos las reverencias cosolos los tobillos, porque, si se abren las rod

llas, se verá el ventanaje. No hay cosa en todos nuestros cuerpos qu

no haya sido otra cosa y no tenga historia.Verbi gratia: bien ve V. Md. -dijo- esta ropilla; pues primero fue guegüescos, nieta d

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una capa y bisnieta de un capuz, que fue esu principio, y ahora espera salir para soletay otras cosas. Los escarpines, primero so

pañizuelos, habiendo sido toallas, y antecamisas, hijas de sábanas; y después de todo, los aprovechamos para papel, y en el papel escribimos, y después hacemos dél polvopara resucitar los zapatos, que, de incurableslos he visto hacer revivir con semejantes medicamentos. 

Pues ¿qué diré del modo con que de nochnos apartamos de las luces, porque no svean los herreruelos calvos y las ropillas lampiñas?, que no hay más pelo en ellas que e

un guijarro, que es Dios servido de dárnoslen la barba y quitárnosle en la capa. Peropor no gastar con barberos, prevenimosiempre de aguardar a que otro de los nuestros tenga también pelambre, y entonces no

la quitamos el uno al otro, conforme lo deEvangelio: "Ayudaos como buenos hermanos". 

Traemos gran cuenta en no andar los unopor las casas de los otros, si sabemos qu

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alguno trata la misma gente que otro. Es dver cómo andan los estómagos en celo. 

Estamos obligados a andar a caballo un

vez cada mes, aunque sea en pollino, por lacalles públicas; y obligados a ir en coche unvez en el año, aunque sea en la arquilla trasera. Pero, si alguna vez vamos dentro decoche, es de considerar que siempre es en eestribo, con todo el pescuezo de fuerahaciendo cortesías porque nos vean todos, hablando a los amigos y conocidos aunqumiren a otra parte. 

Si nos come delante de algunas damas, tenemos traza para rascarnos en público si

que se vea; si es en el muslo, contamos quvimos un soldado atravesado desde tal parta tal parte, y señalamos con las manos aquéllas que nos comen, rascándonos en vez denseñarlas. Si es en la iglesia, y come en e

pecho, nos damossanctus aunque sea alintroibo. Levantámonos, y arrimándonos a unesquina en son de empinarnos para ver algonos rascamos. 

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¿Qué diré del mentir? Jamás se halla verdaen nuestra boca. Encajamos duques y condeen las conversaciones, unos por amigos, otro

por deudos; y advertimos que los tales señores, o están muertos o muy lejos. Y lo que más es de notar es que nunca no

enamoramos sino de pane lucrando, que vedla orden damas melindrosas, por lindas qusean; y así, siempre andamos en recuestcon una bodegonera por la comida, con lgüéspeda por la posada, con la que abre locuellos por los que tray el hombre. Y aunquecomiendo tan poco y bebiendo tan mal, no spuede cumplir con tantas, por su tanda toda

están contentas. Quien ve estas botas mías, ¿cómo pensar

que andan caballeras en las piernas en pelosin media ni otra cosa? Y quien viere estcuello, ¿por qué ha de pensar que no teng

camisa? Pues todo esto le puede faltar a ucaballero, señor licenciado, pero cuello abierto y almidonado, no. Lo uno, porque así egran ornato de la persona; y después dhaberle vuelto de una parte a otra, es de sus

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tento, porque se cena el hombre en el almdón con sus fondos en mugre, chupándolcon destreza. 

Y al fin, señor licenciado, un caballero dnosotros ha de tener más faltas que una preñada de nueve meses, y con esto vive en lcorte; y ya se ve en prosperidad y con dineros; y ya en el espital. Pero, en fin, se vive, el que se sabe bandear es rey, con poco qutenga." 

Tanto gusté de las estrañas maneras de vvir del hidalgo, y tanto me embebecí, que dvertido con ellas y con otras, me llegué a pihasta las Rozas, adonde nos quedamos aque

lla noche. Cenó conmigo el dicho hidalgo, quno traía blanca y yo me hallaba obligado sus avisos, porque con ellos abrí los ojos muchas cosas, inclinándome a la chirleríaDeclaréle mis deseos antes que nos acostá

semos; abrazóme mil veces, diciendo qusiempre esperó que habían de hacer impresión sus razones en hombre de tan buen entendimiento. Ofrecióme favor para introducirme en la corte con los demás cofrades de

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estafón, y posada en compañía de todos. Acetéla, no declarándole que tenía los escudoque llevaba, sino hasta cien reales solos. Lo

cuales bastaron, con la buena obra que había hecho y hacía, a obligarle a mi amistadCompréle del huésped tres agujetas, atacó

se, dormimos aquella noche, madrugamos, dimos con nuestros cuerpos en Madrid.

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LIBRO TERCERO Y ULTIMO DE LPRIMERA PARTE DE LA VIDA DEBUSCON

CAPITULO I De lo que le sucedió en la corte lueg

que llegó hasta que amaneció

Entramos en la Corte a las diez de la mañana; fuímonos a apear, de conformidad, ecasa de los amigos de don Toribio. Llegó a lpuerta; llamó; abrióle una vejezuela muy pobremente abrigada, rostro cáscara de nuezmordiscada de facciones, cargada de espalda

y de años. Preguntó por los amigos, y respondió, con un chillido crespo, que habían ida buscar. Estuvimos solos hasta que dierolas doce, pasando el tiempo él en animarme la profesión de la vida barata, y yo en aten

der a todo. A las doce y media, entró por la puerta un

estantigua vestida de bayeta hasta los piespunto menos de Arias Gonzalo, que al mismPortugal empalagara de bayetas. Hablárons

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los dos en germanía, de lo cual resultó darmun abrazo y ofrecérseme. Hablamos un ratoy sacó un guante con diez y seis reales, y un

carta, con la cual, diciendo que era licencipara pedir para una pobre, [los] había allegado. Vació el guante y sacó otro, y doblólos usanza de médico. Yo le pregunté que poqué no se los ponía, y dijo que por ser entrambos de una mano, que era treta para tener guantes. 

A todo esto, noté que no se desarrebozabay pregunté, como nuevo, para saber la causde estar siempre envuelto en la capa, a lcual respondió: 

-Hijo, tengo en las espaldas una gateraacompañada de un remiendo de lanilla y duna mancha de aceite; que en mi hato, aunque caminéis a cualquiera parte, nunca sadréis de la Mancha, que parece que hago ca

ravanas para lechuza u que retozo con algunos candiles. Este pedazo de arrebozo lo dsimula todo. 

Desarrebozóse, y hallé que debajo de la sotana traía gran bulto. Yo pensé que eran ca

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zas, porque eran a modo dellas, cuando épara entrarse a espulgar, se arremangó, y vque eran dos rodajas de cartón que traía ata

das a la cintura y encajadas en los muslos, dsuerte que hacían apariencia debajo del lutoporque el tal no traía camisa ni gregüescosque apenas tenía qué espulgar, según andabdesnudo. Entró al espulgadero, y volvió untablilla como las que ponen en las sacristíasque decía: "Espulgador hay", porque no entrase otro. Grandes gracias di a Dios, viendcuánto dio a los hombres en darles industriaya que les quitase riquezas. 

-Yo -dijo mi buen amigo- vengo del camin

con mal de calzas, y así, me habré menesterecoger a remendar. 

Preguntó si había algunos retazos, que lvieja recogía trapos dos días en la semanpor las calles, como las que tratan en pape

para acomodar jubones incurables, ropillatísicas y con dolor de costado de los caballeros. Dijo que no, y que por falta de harapose estaba, quince días había, en la cama, d

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mal de zaragüelles, don Lorenzo Iñíguez dePedroso. 

En esto estábamos, cuando vino uno co

sus botas de camino y su vestido pardo, coun sombrero, prendidas las faldas por los dolados. Supo mi venida de los demás, hablóme con mucho afecto. Quitóse la capa, traía (¡mire V. Md. quién tal pensara!) la roplla, de pardo paño la delantera, y la traserde lienzo blanco, con sus fondos en sudor. Npude tener la risa, y él, con gran disimulación, dijo: 

-Haráse a las armas, y no se reirá. Yo apostaré que no sabe por qué traigo este sombre

ro con la falda presa arriba. Yo dije que por galantería, y por dar lugar

la vista. -Antes por estorbarla -dijo-; sepa que e

porque no tiene toquilla, y que así no l

echan de ver. Y, diciendo esto, sacó más de veinte carta

y otros tantos reales, diciendo que no habípodido dar aquéllas. Traía cada una un reade porte, y eran hechas por él mismo. Poní

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la firma de quien le parecía, escribía nuevaque inventaba a las personas más honradasy dábalas en aquel traje, cobrando los portes

Y esto hacía cada mes, cosa que me espantver la novedad de la vida. Entraron luego otros dos, el uno con un

ropilla de paño, larga hasta el medio valón, su capa de los mismo, levantando el cuellporque no se viese el anjeo, que estaba rotoLos valones eran de chamelote, mas no ermás de lo que se descubría, y lo demás dbayeta colorada. êste venía dando voces coel otro, que traía valona por no tener cuello, unos frascos por no tener capa, y una mulet

con una pierna liada en trapajos y pellejospor no tener más de una calza. Hacíase sodado, y habíalo sido en los alojamientos hasta la mar. Contaba estraños servicios suyos, y, a título de soldado, entraba en cua

quiera parte. Decía el de la ropilla y casi gregüescos: 

-La mitad me debéis, o por lo menos muchparte, y si no me la dais, ¡juro a Dios...! 

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-No jure a Dios -dijo el otro-, que, en llegando a casa, no soy cojo, y os daré con estmuleta mil palos. 

Sí daréis, no daréis, y en los mentises acostumbrados, arremetió el uno al otro y, asiéndose, se salieron con los pedazos de los vestidos en las manos a los primeros estirones no fue mucho. Metímoslos en paz, y preguntamos la causa de la pendencia. Dijo el sodado: 

-¿A mí chanzas? ¡No llevaréis ni medio! Hade saber V. Mds. que, estando hoy en SaSalvador, llegó un niño a este pobrete, y dijo que si era yo el alférez Joan de Lorenza

na, y dijo que sí, atento a que le vio no squé cosa que traía en las manos. Llevómeley dijo, nombrándome alférez: "Mire V. Mdqué le quiere este niño". Yo que luego entendla flor, aceté. Recibí el recado, y con él doc

pañizuelos, y respondí a su madre, que loinviaba a algun hombre de aquel nombre. Pdeme agora la mitad. Yo antes me haré pedazos otra vez que tal dé. Todos los han dromper mis narices. 

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Juzgóse la causa en su favor. Sólo se lcontradijo lo del sonar con ellos, mandándolque los entregase a la vieja, para honrar l

comunidad haciendo dellos unos cuellos unos remates de mangas que se viesen y representasen camisas, que el sonarse estabvedado en la orden, si no era en el aire, u dsaetilla a coz de dedo. 

Era de ver, llegada la noche, cómo noacostamos en dos camas, tan juntos que parecíamos herramienta en estuche. Pasóse lcena de en claro en claro. No se desnudarolos más, que, con acostarse como andaban ddía, cumplieron con el precepto de dormir e

cueros. 

CAPITULO II En que prosigue la materia comenzad

y cuenta algunos raros sucesos

Amaneció el Señor, y pusímonos todos earma. Ya estaba yo tan hallado con ellos como si todos fuéramos hermanos (que estfacilidad y dulzura se halla siempre en las cosas malas). Era de ver a uno ponerse la cam

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sa de doce veces, dividida en doce traposdiciendo una oración a cada uno, como sacerdote que se viste. A cuál se le perdía un

pierna en los callejones de las calzas, y la venía a hallar donde menos convenía asomadaOtro pedía guía para ponerse el jubón, y emedia hora se podía averiguar con él. 

Acabado esto, que no fue poco de ver, todoempuñaron aguja y hilo para hacer un punteado en un rasgado y otro. Cuál, para culcusirse debajo del brazo, estirándole, se hacíL. Uno, hincado de rodillas, arremedando ucinco de guarismo, socorría a los cañonesOtro, por plegar las entrepiernas, metiendo l

cabeza entre ellas, se hacía un ovillo. No pintó tan estrañas posturas Bosco como yo vporque ellos cosían y la vieja les daba los materiales, trapos y arrapiezos de diferentes colores, los cuales había traído el soldado. 

Acabóse la hora del remedio (que así la llamaban ellos) y fuéronse mirando unos a otrolo que quedaba mal parado. Determinaron dirse fuera, y yo dije que antes trazasen m

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vestido, porque quería gastar los cien realeen uno, y quitarme la sotana. 

-Eso no -dijeron ellos-; el dinero se dé a

depósito, y vistámosle de lo reservado. Luego, señalémosle su diócesi en el puebloadonde él solo busque y apolille. 

Parecióme bien; deposité el dinero y, en uinstante, de la sotanilla me hicieron ropilla dluto de paño; y acortando el herreruelo, quedó bueno. Lo que sobró de paño trocaron un sombrero viejo reteñido; pusiéronle potoquilla unos algodones de tintero muy biepuestos. El cuello y los valones me quitarony en su lugar me pusieron unas calzas ataca

das, con cuchilladas no más de por delanteque lados y trasera eran unas gamuzas. Lamedias calzas de seda aun no eran mediasporque no llegaban más de cuatro dedos máabajo de la rodilla; los cuales cuatro dedo

cubría una bota justa sobre la media coloradque yo traía. El cuello estaba todo abierto, dpuro roto; pusiéronmele, y dijeron: 

-El [cuello está trabajoso] por detrás y polos lados. V. Md., si le mirase uno, ha de

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volviéndose con él, como la flor del sol con esol; si fueren dos y miraren por los lados, saque pies; y para los de atrás, traiga siempr

el sombrero caído sobre el cogote, de suertque la falda cubra el cuello y descubra toda lfrente; y al que preguntare que por qué andasí, respóndale que porque puede andar cola cara descubierta por todo el mundo. 

Diéronme una caja con hilo negro y hilblanco, seda, cordel y aguja, dedal, pañolienzo, raso y otros retacillos, y un cuchillopusiéronme una espuela en la pretina, yescy eslabón en una bolsa de cuero, diciendo: 

-Con esta caja puede ir por todo el mundo

sin haber menester amigos ni deudos; en ésta se encierra todo nuestro remedio. Tómely guárdela. 

Señaláronme por cuartel para buscar mi vda el de San Luis; y así, empecé mi jornada

saliendo de casa con los otros, aunque poser nuevo me dieron, para empezar la estafacomo a misacantano, por padrino el mismque me trujo y convirtió. 

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Salimos de casa con paso tardo, los rosarioen la mano; tomamos el camino para mi barrio señalado. A todos hacíamos cortesías;

los hombres, quitábamos el sombrero, deseando hacer los mismo con sus capas; a lamujeres hacíamos reverencias, que se huegan con ellas y con las paternidades muchoA uno decía mi buen ayo: "Mañana me traedineros; a otro: "Aguárdeme V. Md. un díaque me trai en palabras el banco. Cuál le pedía la capa, quién le daba prisa por la pretna; en lo cual conocí que era tan amigo dsus amigos, que no tenía cosa suya. Andábamos haciendo culebra de una acera a otra

por no topar con casas de acreedores. Ya lpedía uno el alquiler de la casa, otro el de lespada y otro el de las sábanas y camisas, dmanera que eché de ver que era caballero dalquiler, como mula. 

Sucedió, pues, que vio desde lejos un hombre que le sacaba los ojos, según dijo, pouna deuda, mas no podía el dinero. Y porquno le conociese, soltó de detrás de las orejael cabello, que traía recogido, y quedó naza

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reno, entre ermitaño y caballero lanudoplantóse un parche en un ojo, y púsose hablar italiano conmigo. Esto pudo hace

mientras el otro venía, que aún no le habívisto, por estar ocupado en chismes con unvieja. Digo de verdad que vi al hombre davueltas alrededor, como perro que se quierechar; hacíase más cruces que un ensalmador, y fuese diciendo: 

-¡Jesús!, pensé que era él. A quien bueyeha perdido..., etc. 

Yo moríame de risa de ver la figura de mamigo. Entróse en un portal a recoger la melena y el parche, y dijo: 

-Estos son los aderezos de negar deudasAprendé, hermano, que veréis mil cosas déstas en el pueblo. 

Pasamos adelante y, en una esquina, poser de mañana, tomamos dos tajadas de a

cotín y agua ardiente, de una picarona qunos lo dio de gracia, después de dar el bienvenido a mi adestrador. Y díjome: 

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-Con esto vaya el hombre descuidado dcomer hoy; y, por lo menos, esto no puedfaltar. 

Afligíme yo, considerando que aún teníamoen duda la comida, y repliqué afligido poparte de mi estómago. A lo cual respondió: 

-Poca fe tienes con la religión y orden de locaninos. No falta el Señor a los cuervos ni los grajos ni aun a los escribanos, ¿y había dfaltar a los traspillados?. Poco estómago tienes. 

-Es verdad -dije-, pero temo mucho tenemenos y nada en él. 

En esto estábamos, y dio un reloj las doce

y como yo era nuevo en el trato, no les cayen gracia a mis tripas el alcotín, y tenía hambre como si tal no hubiera comido. Renovadapues, la memoria con la hora, volvíme aamigo y dije: 

-Hermano, este de la hambre es recio novciado; estaba hecho el hombre a comer máque un sabañón, y hanme metido a vigiliasSi vos no lo sentís, no es mucho, que criadcon hambre desde niño, como el otro rey co

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ponzoña, os sustentéis ya con ella. No os vehacer diligencia vehemente para mascar, así, yo determino de hacer la que pudiere. 

-¡Cuerpo de Dios -replicó- con vos! Puedan agora las doce, ¿y tanta prisa? Tenémuy puntuales ganas y ejecutivas, y han menester llevar en paciencia algunas pagas atrasadas. ¡No, sino comer todo el día! ¿Qué máhacen los animales? No se escribe que jamácaballero nuestro haya tenido cámaras; quantes, de puro mal proveídos, no nos proveemos. Ya os he dicho que a nadie faltDios. Y si tanta prisa tenéis, yo me voy a lsopa de San Jerónimo, adonde hay aquello

frailes de leche como capones, y allí haré ebuche. Si vois queréis seguirme, venid, y sno, cada uno a sus aventuras. 

-Adiós -dije yo-, que no son tan cortas mfaltas, que se hayan de suplir con sobras d

otros. Cada uno eche por su calle. Mi amigo iba pisando tieso, y mirándose

los pies; sacó unas migajas de pan que traípara el efeto siempre en una cajuela, y derramóselas por la barba y vestido, de suert

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que parecía haber comido. Ya yo iba tosiendy escarbando, por disimular mi flaqueza, limpiándome los bigotes, arrebozado y la cap

sobre el hombro izquierdo, jugando con edecenario, que lo era porque no tenía más ddiez cuentas. Todos los que me vían me juzgaban por comido, y si [fuera] de piojos, nerraran. 

Iba yo fiado en mis escudillos, aunque mremordía la conciencia el ser contra la ordecomer a su costa quien vive de tripas horraen el mundo. Yo me iba determinando a quebrar el ayuno, y llegué con esto a la esquinde la calle de San Luis, adonde vivía un pas

telero. Asomábase uno de a ocho tostado, con aquel resuello del horno tropezóme en lanarices, y al instante me quedé del modo quandaba, como el perro perdiguero con ealiento de la caza, puestos en él los ojos. L

miré con tanto ahínco, que se secó el pastecomo un aojado. Allí es de contemplar latrazas que yo daba para hurtarle; resolvíamotra vez a pagarlo. En esto, me dio la unaAngustiéme de manera que me determiné

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zamparme en un bodegón de los que estápor allí. Yo que iba haciendo punta a unoDios que lo quiso, topo con un licenciado Fle

chilla, amigo mío, que venía haldeando por lcalle abajo, con más barros que la cara de usanguino, y tantos rabos, que parecía chirriócon sotana, pulpo graduado o mercader qucargaba para Italia. Arremetió a mí en viéndome, que, según estaba, fue mucho conocerme. Yo le abracé; preguntóme cómo estaba; díjele luego: 

-¡Ah, señor licenciado, qué de cosas tengque contarle! Sólo me pesa de que me he dir esta noche y no habrá lugar. 

-Eso me pesa a mí -replicó-, y si no fuerpor ser tarde, y voy con prisa a comer, mdetuviera más, porque me aguarda una hermana casada y su marido. 

-¿Que aquí está mi [señora] Ana? Aunque l

deje todo, vamos, que quiero hacer lo questoy obligado. 

Abrí los ojos oyendo que no había comidoFuime con él, y empecéle a contar que unmujercilla que él había querido mucho en A

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calá, sabía yo dónde estaba, y que le podídar entrada en su casa. Pegósele luego al ama el envite, que fue industria tratarle de co

sa de gusto. Llegamos tratando en ello a scasa. Entramos; yo me ofrecí mucho a su cuñado y hermana, y ellos, no persuadiéndose otra cosa sino a que yo venía convidado povenir a tal hora, comenzaron a decir que si lsupieran que habían de tener tan buen güésped, que hubieran prevenido algo. Yo cogí locasión y convidéme, diciendo que yo era dcasa y amigo viejo, y que se me hiciera agravio en tratarme con cumplimiento. 

Sentáronse y sentéme; y porque el otro l

llevase mejor, que ni me había convidado nle pasaba por la imaginación, de rato en ratle pegaba yo con la mozuela, diciendo qume había preguntado por él, y que le tenía eel alma, y otras mentiras deste modo; con l

cual llevaba mejor el verme engullir, porqutal destrozo como yo hice en el ante, no lhiciera una bala en el de un coleto. Vino lolla, y comímela en dos bocados casi todasin malicia, pero con prisa tan fiera, que pa

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recía que aun entre los dientes no la teníbien segura. Dios es mi padre, que no comun cuerpo más presto el montón de la Ant

gua de Valladolid, que le deshace en veinte cuatro horas, que yo despaché el ordinariopues fue con más prisa que un extraordinariel correo. Ellos bien debían notar los fierotragos del caldo y el modo de agotar la escudilla, la persecución de los güesos y el destrozo de la carne. Y si va a decir verdad, entrburla y juego, empedré la faltriquera de mendrugos. 

Levantóse la mesa; apartámonos yo y el lcenciado a hablar de la ida en casa de la d

cha. Yo se lo facilité mucho. Y estandhablando con él a una ventana, hice que mllamaban de la calle, y dije: -"¿A mí, señorYa bajo". Pedíle licencia, diciendo que luegvolvía. Quedóme aguardando hasta hoy, qu

desaparecí por lo del pan comido y la compañía deshecha. Topóme otras muchas veces, disculpéme con él, contándole mil embusteque no importan para el caso. 

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Fuime por las calles de Dios, llegué a lapuerta de Guadalajara, y sentéme en un banco de los que tienen en sus puertas los mer

caderes. Quiso Dios que llegaron a la tienddos de las que piden prestado sobre sus caras, tapadas de medio ojo, con su vieja y pajecillo. Preguntaron si había algún terciopelde labor extraordinaria. Yo empecé luego, para trabar conversación, a jugar del vocablode tercio y pelado, y pelo, y apelo y pospeloy no dejé güeso sano a la razón. Sentí que lehabía dado mi libertad algún seguro de algde la tienda, y yo, como quien no aventuraba perder nada, ofrecílas lo que quisiesen. Re

gatearon, diciendo que no tomaban de quieno conocían. Yo me aproveché de la ocasióndiciendo que había sido atrevimiento ofrecerles nada, pero que me hiciesen merced dacetar unas telas que me habían traído d

Milán, que a la noche llevaría un paje (que ledije que era mío, por estar enfrente aguardando a su amo, que estaba en otra tiendapor lo cual estaba descaperuzado). Y parque me tuviesen por hombre de partes y co

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nocido, no hacía sino quitar el sombrero todos los oidores y caballeros que pasaban, ysin conocer a ninguno, les hacía cortesía

como si los tratara familiarmente. Ellas scegaron con esto, y con unos cien escudos eoro que yo saqué de los que traía, con achaque de dar limosna a un pobre que me la pdió.

Pareciólas irse, por ser ya tarde, y así mpidieron licencia, advirtiéndome con el secreto que había de ir el paje. Yo las pedí por favor y como en gracia un rosario engazado eoro que llevaba la más bonita dellas, eprendas de que las había de ver a otro día si

falta. Regatearon dármele; yo les ofrecía eprendas los cien escudos, y dijéronme su casa; y con intento de estafarme en más, sfiaron de mí y preguntáronme mi posada, dciendo que no podía entrar paje en la suya

todas horas, por ser gente principal. Yo lallevé por la calle Mayor, y, al entrar en la dlas Carretas, escogí la casa que mejor y mágrande me pareció. Tenía un coche sin caballos a la puerta. Díjeles que aquélla era, y qu

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allí estaba ella, y el coche y dueño para servirlas. Nombréme don Alvaro de Córdoba, entréme por la puerta delante de sus ojos.

acuérdome que, cuando salimos de la tiendallamé uno de los pajes, con gran autoridadcon la mano. Hice que le decía que se quedasen todos y que me aguardasen allí (que adije yo que lo había dicho); y la verdad eque le pregunté si era criado del comendadomi tío. Dijo que no; y con tanto, acomodé locriados ajenos como buen caballero. 

Llegó la noche escura, y acogímonos a castodos. Entré y hallé al soldado de los trapocon una hacha de cera que le dieron par

acompañar un difunto, y se vino con ellaLlamábase éste Magazo, natural de Olíashabía sido capitán en una comedia, y combatido con moros en una danza. A los de Flandes decía que había estado en la China; y

los de la China, en Flandes. Trataba de formar un campo, y nunca supo sino espulgarsen él. Nombraba castillos, y apenas los habívisto en los ochavos. Celebraba mucho lmemoria del señor don Juan, y oíle decir y

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muchas veces de Luis Quijada que había sidhonra de amigos. Nombraba turcos, galeoney capitanes, todos los que había leído en una

coplas que andaban desto; y como él no sabía nada de mar, porque no tenía de navamás del comer nabos, dijo, contando la batalla que había vencido el señor don Juan eLepanto, que aquel Lepanto fue un moro mubravo, como no sabía el pobrete que ernombre del mar. Pasábamos con él lindos ratos. 

Entró luego mi compañero, deshechas lanarices y toda la cabeza entrapajada, lleno dsangre y muy sucio. Preguntámosle la causa

y dijo que había ido a la sopa de San Jerónmo y que pidió porción doblada, diciendo quera para unas personas honradas y pobresQuitáronselo a los otros mendigos para dárselo, y ellos, con el enojo, siguiéronle, y viero

que, en un rincón detrás de la puerta, estabsorbiendo con gran valor. Y sobre si era biehecho engañar por engullir y quitar a otropara sí, se levantaron voces, y tras ellas palos, y tras los palos chichones y tolondrone

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en su pobre cabeza. Embistiéronle con los jarros, y el daño de las narices se le hizo uncon una escudilla de palo que se la dio a ole

con más prisa que convenía. Quitáronle lespada, salió a las voces el portero, y aun nlos podía meter en paz. En fin, se vio en tantpeligro el pobre hermano, que decía: "¡Yvolveré lo que he comido!"; y aun no bastaba, que ya no reparaban sino en que pedípara otros, y no se preciaba de sopón. "¡Miren el todo trapos, como muñeca de nños, más triste que pastelería en Cuaresmacon más agujeros que una flauta, y más remiendos que una pía, y más manchas que u

jaspe, y más puntos que un libro de músic(decía un estudiantón destos de la capachagorronazo), que hay hombre en la sopa debendito santo que puede ser obispo o otrcualquier dignidad, y se afrenta un don Pelu

che de comer! ¡Graduado estoy de bachilleen artes por Sigüenza!". Metióse el portero dpor medio, viendo que un vejezuelo que aestaba decía que, aunque acudía al brodio

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que era decendiente de los Godos, y que tenía deudos. 

Aquí lo dejo porque el compañero estaba y

fuera [desaprensando] los güesos. 

CAPITULO III En que prosigue la misma materia, has

ta dar con todos en la cárcelEntró Merlo Díaz, hecha la pretina una sart

de búcaros y vidros, los cuales, pidiendo dbeber en los tornos de las monjas, había agarrado con poco temor de Dios. Mas sacóle dla puja don Lorenzo del Pedroso, el cual entrcon una capa muy buena, la cual había troca

do en una mesa de trucos a la suya, que nse la cubriera pelo al que la llevó, por sedesbarbada. Usaba éste quitarse la capa como que quería jugar, y ponerla con las otrasy luego, como que no hacía partido, iba po

su capa, y tomaba la que mejor le parecía salíase. Usábalo en los juegos de argolla bolos.

Mas todo fue nada para ver entrar a doCosme, cercado de muchachos con lamparo

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nes, cáncer y lepra, heridos y mancos, el cuase había hecho ensalmador con unas santguaduras y oraciones que había aprendido d

una vieja. Ganaba éste por todos, porque si eque venía a curarse no traía bulto debajo dla capa, no sonaba dinero en faldriquera, o npiaban algunos capones, no había lugar. Tenía asolado medio reino. Hacía creer cuantquería, porque no ha nacido tal artífice en ementir; tanto, que aun por descuido no decíverdad. Hablaba del Niño Jesús, entraba elas casas con Deo gracias, decía lo del "Espírtu Santo sea con todos".... Traía todo ajuade hipócrita: un rosario con unas cuentas fr

sonas; al descuido hacía que se le viese podebajo de la capa un trozo de disciplina salpcada con sangre de las narices; hacía creeconcomiéndose, que los piojos eran silicios, que la hambre canina eran ayunos volunta

rios. Contaba tentaciones; en nombrando ademonio, decía "Dios no libre y nos guarde"besaba la tierra al entrar en la iglesia; llamábase indigno; no levantaba los ojos a las mujeres, pero las faldas sí. Con estas cosas, tra

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ía el pueblo tal, que se encomendaban a él, era como encomendarse al diablo. Porque éera jugador y lo otro (ciertos los llaman, y po

mal nombre fulleros). Juraba el nombre dDios unas veces en vano, y otras en vacíoPues en lo que toca a mujeres, tenía sehijos, y preñadas dos santeras. Al fin, de lomandamientos de Dios, los que no quebrabahendía. 

Vino Polanco haciendo gran ruido, y pidió ssaco pardo, cruz grande, barba larga postizy campanilla. Andaba de noche desta suertediciendo: "Acordaos de la muerte, y hacebien para las ánimas...", etc. Con esto cogí

mucha limosna, y entrábase en las casas quveía abiertas; si no había testigos ni estorborobaba cuanto había; si le topaban, tocaba lcampanilla, y decía con una voz que él fingímuy penitente: "Acordaos, hermanos...", etc

Todas estas trazas de hurtar y modos extraordinarios conocí, por espacio de un mesen ellos. Volvamos agora a que les enseñé erosario y conté el cuento. Celebraron muchla traza, y recibióle la vieja por su cuenta

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razón para venderle. La cual se iba por lacasas diciendo que era de una doncella pobrey que se deshacía dél para comer. Y ya tení

para cada cosa su embuste y su trapaza. Lloraba la vieja a cada paso; enclavijaba lamanos y suspiraba de lo amargo; llamabhijos a todos. Traía, encima de muy buencamisa, jubón, ropa, saya y manteo, un sacde sayal roto, de un amigo ermitaño que tenía en las cuestas de Alcalá. Esta gobernabel hato, aconsejaba y encubría. 

Quiso, pues, el diablo, que nunca está ocioso en cosas tocantes a sus siervos, que, yendo a vender no sé qué ropa y otras cosillas

una casa, conoció uno no sé qué haciendsuya. Trujo un alguacil, y agarráronme la vieja, que se llamaba la madre Labruscas. Confesó luego todo el caso, y dijo cómo vivíamotodos, y que éramos caballeros de rapiña. De

jóla el alguacil en la cárcel, y vino a casa, halló en ella a todos mis compañeros, y a mcon ellos. Traía media docena de corchetesverdugos de a pie, y dio con todo el colegi

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buscón en la cárcel, adonde se vio en grapeligro la caballería. 

CAPITULO IV En que trata los sucesos de la cárcehasta salir la vieja azotada, los compañeros a la vergüenza y él en fiado

Echáronnos, en entrando, a cada uno dopares de grillos, y sumiéronnos en un calabozo. Yo que me vi ir allá, aprovechéme del dnero que traía conmigo y, sacando un doblóndíjele al carcelero: 

-Señor, oígame V. Md. en secreto. Y para que lo hiciese, dile escudo como ca

ra. En viéndolos, me apartó. -Suplico a V. Md. -le dije- que se duela d

un hombre de bien. Busquéle las manos, y como sus palmas es

taban hechas a llevar semejantes dátiles, ce

rró con los dichos veinte y seis, diciendo: -Yo averiguaré la enfermedad y, si no e

urgente, bajará al cepo. 

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Yo conocí la deshecha, y respondíle humide. Dejóme fuera, y a los amigos descolgáronlos abajo. 

Dejo de contar la risa tan grande que, en lcárcel y por las calles, había con nosotrosporque como nos traían atados y a empellones, unos sin capas y otros con ellas arrastrando, eran de ver unos cuerpos pías remendados, y otros aloques de tinto y blanco. cuál, por asirle de alguna parte sigura, poestar todo tan manido le agarraba el corchetde las puras carnes, y aun no hallaba de quasir, según los tenía roídos la hambre. Otroiban dejando a los corchetes en las manos lo

pedazos de ropillas y gregüescos; al quitar lsoga en que venían ensartados, se salían pegados los andrajos. 

Al fin, yo fui, llegada la noche, a dormir a lsala de los linajes. Diéronme mi camilla. Er

de ver algunos dormir envainados, sin quitarse nada; otros, desnudarse de un golpe todcuanto traían encima como culebras; cuálejugaban. Y, al fin, cerrados, se mató la luzOlvidamos todos los grillos. Era de ver a lo

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que no tenían cama llegar y asir de los pies aacostado, y sacarlo arrastrando en medio dla sala, y encajarse en la cama, y aquél as

de otro para acomodarse. Estaba el servicio a mi cabecera; vime forzado, a intercesión de mis narices, a decirleque mudasen a otra parte el vedriado. Y sobre si le viene muy ancho o no (como si mhubieran tomado la medida con el bacín), tuvimos palabras. Usé el oficio de adelantadoque es mejor a veces serlo de un cachete qude un reino, y metíle a uno media pretina ela cara. êl, por levantarse aprisa, derramóley al ruido despertó el concurso. Asábamono

a pretinazos a escuras, y era tanto el maolor, que hubieron de levantarse todos. Alzóse el grito. El alcaide, sospechando que se liban algunos vasallos, subió corriendo, armado, con toda su cuadrilla; abrió la sala, entr

luz y informóse del caso. Condenáronme todos; yo me disculpaba con decir que en todla noche me habían dejado cerrar los ojos. Ecarcelero, pareciéndole que por no dejarmzabullir en lo hondo le daría otro doblón, asi

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del caso y mandóme bajar allá. Determinéma consentir, antes que a pellizcar el talegmás de lo que lo estaba. Fui llevado abajo

recibiéronme con arbórbola y placer los amgos. Dormí aquella noche algo desabrigado. Amaneció el Señor, y salimos del calabozo

Vímonos las caras, y lo primero que nos funotificado fue dar para la limpieza, como si euna noche lo hubiera yo ensuciado todo, spena de culebrazo fino. Yo di luego seis reales; mis compañeros no tenían qué dar, así, quedaron remitidos para la noche. 

Había en el calabozo un mozo tuerto, altoabigotado, mohíno de cara, cargado de espa

das y de azotes en ellas. Traía más hierro quVizcaya, dos pares de grillos y una cadena dportada. Llamábanle el Jayán. Decía que estaba preso por cosas de aire, y así, sospechaba yo si era por algunas fuelles, chirimías

abanicos, y decíale si era por algo desto. Respondía que no, que eran cosas de atrás. Ypensé que pecados viejos quería decir, y averigüé que por puto. Cuando el alcaide le reñípor alguna travesura, le llamaba botiller de

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verdugo y depositario general de culpasOtras veces le amenazaba diciendo: -"¿Qué tarriesgas, pobrete, con el que ha de hace

humo? Dios es Dios, que te vendimie de camino". Había confesado éste, y era tan maldto, que traíamos todos con carlancas, commastines, las traseras, y no había quien sosase ventosear, de miedo de acordarle dónde tenía las asentaderas. 

êste hacía amistad con otro que llamabaRobledo, y por otro nombre el Trepado. Decíque estaba preso por liberalidades; y, entendido, eran de manos en pescar lo que topabaêste había sido más azotado que postillón; n

había verdugo que no hubiese probado lmano en él. Tenía la cara con tantas cuchilladas que, a descubrirse puntos, no se la ganara un flux. Tenía menos las orejas y pegadalas narices, aunque no tan bien como la cu

chillada que se las partía. A éstos se llegaban otros cuatro hombres

rapantes como leones de armas, todos agrllados, gente de azotes y galeras, chilindrólegítimo. Decían ellos que presto podrían de

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cir que habían servido a su Rey por mar y potierra. No se podrá creer la notable alegrícon que aguardaban su despacho. 

Todos éstos, mohínos de ver que mis compañeros no contribuían, ordenaron a la nochde darlos culebra de cáñamo, con una sogdedicada al efeto. 

Vino la noche. Fuímonos ahuchados a lpostrera faldriquera de la casa. Mataron lluz; yo metíme luego debajo de la tarimaEmpezaron a silbar dos dellos, y otro a dasogazos. Los buenos caballeros, que vieron enegocio de revuelta, se apretaron de manerlas carnes ayunas (cenadas, comidas y a

morzadas de sarna y piojos), que cupierotodos en un resquicio de la tarima. Estabacomo liendres en cabellos o chinches en cama. Sonaban los golpes en la tabla; callabalos dichos. Los bellacos, que vieron que no s

quejaban, dejaron el dar azotes, y empezaroa tirar ladrillos, piedras y cascote que teníarecogido. Allí fue ella, que uno le halló el cogote a don Toribio, y le levantó una pantorrlla en él de dos dedos. Comenzó a dar voce

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que le mataban. Los bellacos, porque no soyesen sus aullidos, cantaban todos juntos hacían ruido con las prisiones. êl, por escon

derse, [asió] de los otros para meterse debajo. Allí fue el ver cómo, con la fuerza quhacían, les sonaban los güesos. 

Acabaron su vida las ropillas; no quedabandrajo en pie. Menudeaban tanto las piedray cascotes, que, dentro de poco tiempo, teníel dicho don Toribio más golpes en la cabezque una ropilla abierta. Y no hallando remedio contra el granizo, viéndose, sin santidadcerca de morir San Esteban, dijo que le dejasen salir, que él pagaría luego y daría su

vestidos en prendas. Consintiéronselo, y, pesar de los otros, que se defendían con édescalabrado y como pudo, se levantó y pasa mi lado. 

Los otros, por presto que acordaron a hace

lo mismo, ya tenían las chollas con más tejaque pelos. Ofrecieron para pagar la patentsus vestidos, haciendo cuenta que era mejoentrarse en la cama por desnudos que poheridos. Y así, aquella noche los dejaron, y

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la mañana les pidieron que se desnudasen, se halló que, de todos sus vestidos juntos, nse podía hacer una mecha a un candil. 

Quedáronse en la cama, digo envueltos euna manta, la cual era la que llaman ruanadonde se espulgan todos. Empezaron luego sentir el abrigo de la manta, porque habípiojo con hambre canina, y otro que, en ubrazo ayuno dellos, quebraba ayuno de ochdías; habíalos frisones, y otros que se podíaechar a la oreja de un toro. Pensaron aquellmañana ser almorzados dellos; quitáronse lmanta, maldiciendo su fortuna, deshaciéndose a puras uñadas. 

Yo salíme del calabozo, diciéndoles que mperdonasen si no les hiciese mucha compañía, porque me importaba no hacérsela. Torné a repasarle las manos al carcelero con trede a ocho y, sabiendo quién era el escriban

de la causa, inviéle a llamar con un picarilloVino, metíle en un aposento, y empecéle decir (después de haber tratado de la causacómo yo tenía no sé que dinero; supliquélque me lo guardase, y que, en lo que hubies

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lugar, favoreciese la causa de de un hijodalgdesgraciado que, por engaño, había incurriden tal delito. 

-Crea V. Md. -dijo, después de haber pescado la mosca-, que en nosotros está todo ejuego, y que si uno da en no ser hombre dbien, puede hacer mucho mal. Más tengo yen galeras de balde, por mi gusto, que haletras en el proceso. Fíese de mí, y crea qule sacaré a paz y a salvo. 

Fuese con esto, y volvióse desde la puerta pedirme algo para el buen Diego García, ealguacil, que importaba acallarle con mordazde plata, y apuntóme no sé qué del relato

para ayuda de comerse cláusula entera. Dijo-Un relator, señor, con arcar las cejas, le

vantar la voz, dar una patada para haceatender al alcalde divertido, hacer una accióndestruye a un cristiano. 

Dime por entendido, y añadí otros cincuentreales; y en pago me dijo que enderezase ecuello de la capa, y dos remedios para el catarro que tenía de la frialdad del calabozo, últimamente me dijo, mirándome con grillos

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-Ahorre de pesadumbre, que, con ocho reales que dé al alcaide, le aliviará; que ésta egente que no hace virtud si no es por interés

Cayóme en gracia la advertencia. Al fin, ése fue. Yo di al carcelero un escudo; quitómlos grillos. Dejábame entrar en su casa. Teníuna ballena por mujer, y dos hijas (del diablo), feas y necias, y de la vida, a pesar dsus caras. Sucedió que el carcelero (se llamaba tal Blandones de San Pablo, y la mujedoña Ana Moráez) vino a comer, estando yallí, muy enojado y bufando. No quiso comeLa mujer, recelando alguna gran pesadumbre, se llegó a él, y le enfadó tanto con la

acostumbradas importunidades, que dijo: -¿Qué ha de ser, si el bellaco ladrón de A

mendros, el aposentador, me ha dicho, teniendo palabras con él sobre el arrendamiento, que vos no sois limpia? 

-¿Tantos rabos me ha quitado el bellaco? dijo ella-; por el siglo de mi agüelo, que nsois [hombre], pues no le pelastes las barbas¿Llamo yo a sus criadas que me limpien?. 

Y volviéndose a mí, dijo: 

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-Vale Dios que no me podrá decir que sojudía como él, que, de cuatro cuartos que tiene, los dos son de villano, y los otros och

maravedís, de hebreo. A fe, señor don Pablosque si yo lo oyera, que yo le acordara de qutiene las espaldas en el aspa del San Andrés.

Entonces, muy afligido el alcaide, respondió: 

-¡Ay, mujer, que callé porque dijo que eesa teníades vos dos o tres madejas! Que lsucio no os lo dijo por lo puerco, sino por eno lo comer. 

-Luego ¿judía dijo que era? ¿Y con esa paciencia lo decís, buenos tiempos? ¿Así sent

la honra de doña Ana Moráez, hija de EstebaRubio y Joan de Madrid, que sabe Dios y todel mundo? 

-¡Cómo! ¿Hija -dije yo- de Joan de Madrid?-De Joan de Madrid, el de Auñón. 

-Voto a Dios -dije yo- que el bellaco que tadijo es un judío, puto y cornudo. 

Y volviéndome a ellas: -Joan de Madrid, mi señor, que esté en e

cielo, fue primo hermano de mi padre. Y dar

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yo probanza de quién es y cómo; y esto mtoca a mí. Y si salgo de la cárcel, yo le hardesdecir cien veces al bellaco. Ejecutoria ten

go en el pueblo, tocante a entrambos, coletras de oro. Alegráronse con el nuevo pariente, y cobra

ron ánimo con lo de la ejecutoria. Y ni yo ltenía, ni sabía quiénes eran. Comenzó el marido a quererse informar del parentesco pomenudo. Yo, porque no me cogiese en mentra, hice que me salía de enojado, votando jurando. Tuviéronme, diciendo que no se tratase más dello. Yo, de rato en rato, salía mual descuido con decir: 

-¡Joan de Madrid! ¡Burlando es la probanzque yo tengo suya!. 

Otras veces decía: -¡Joan de Madrid, el mayor! Su padre d

Joan de Madrid fue casado con Ana de Aceve

do, la gorda. Y callaba otro poco. Al fin, con estas cosas

el alcaide me daba de comer y cama en scasa, y el escribano, solicitado dél y cohechado con el dinero, lo hizo tan bien, que saca

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ron a la vieja delante de todos, en un palafrén pardo a la brida, con un músico de cupas delante. Era el pregón: "¡A esta muje

por ladrona!". Llevábale el compás en las costillas el verdugo, según lo que le habían recetado los señores de los ropones. Luego seguan todos mis compañeros, en los overos dechar agua, sin sombreros y las caras descubiertas. Sacábanlos a la vergüenza, y caduno, de puro roto, llevaba la suya de fueraDesterráronlos por seis años. Yo salí en fiadopor virtud del escribano. Y el relator no sdescuidó, porque mudó tono, habló quedo ronco, brincó razones y mascó cláusulas ente

ras. 

CAPITULO V De cómo tomó posada, y la desgraci

que le sucedió en ella

Salí de la cárcel. Halléme solo y sin los amgos; aunque me avisaron que iban camino dSevilla a costa de la caridad, no los quise seguir. 

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Determinéme de ir a una posada, dondhallé una moza rubia y blanca, miradora, alegre, a veces entremetida, y a veces entresa

cada y salida; zaceaba un poco; tenía mieda los ratones; preciábase de manos y, por enseñarlas, siempre despabilaba las velas, partía la comida en la mesa, en la iglesia siempre tenía puestas las manos, por las calles ibenseñando siempre cuál casa era de uno cuál de otro; en el estrado, de contino teníun alfiler que prender en el tocado; si se jugaba a algún juego, era siempre el de pizpirgaña, por ser cosa de mostrar manos. Hacíque bostezaba, adrede, sin tener gana, po

mostrar los dientes y hacer cruces en la bocaAl fin, toda la casa tenía ya tan manoseadaque enfadaba ya a sus mismos padres. 

Hospedáronme muy bien en su casa, porqutenían trato de alquilarla, con muy buena ro

pa, a tres moradores: fui el uno yo, el otro uportugués, y un catalán. Hiciéronme mubuena acogida. 

A mí no me pareció mal la moza para el deleite, y lo otro la comodidad de hallármela e

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casa. Di en poner en ella los ojos; contábalecuentos que yo tenía estudiados para entretener; traíalas nuevas, aunque nunca la

hubiese; servíalas en todo lo que era de bade. Díjelas que sabía encatamientos, y quera nigromante, que haría que pareciese quse hundía la casa y que se abrasaba, y otracosas que ellas, como buenas creedoras, tragaron. Granjeé una voluntad en todos agradecida, pero no enamorada, que, como nestaba tan bien vestido como era razón, aunque ya me había mejorado algo de ropa (pomedio del alcaide, a quien visitaba siempreconservando la sangre a pura carne y pa

que le comía), no hacían de mí el caso quera razón. 

Di, para acreditarme de rico que lo disimulaba, en enviar a mi casa amigos a buscarmcuando no estaba en ella. Entró uno, el pr

mero, preguntando por el señor don Ramirde Guzmán, que así dije que era mi nombr(porque los amigos me habían dicho que nera de costa mudarse los nombres, y que erútil). Al fin, preguntó por don Ramiro, "u

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hombre de negocios rico, que hizo agora treasientos con el Rey". Desconociéronme eesto las húespedas, y respondieron que a

no vivía sino un don Ramiro de Guzmán, mároto que rico, pequeño de cuerpo, feo de cary pobre. 

-Ese es -replicó- el que yo digo. Y no quisiera más renta al servicio de Dios que la qutiene a más de dos mil ducados. 

Contóles otros embustes, quedáronse espantadas, y él las dejó una cédula de cambifingida, que traía a cobrar en mí, de nuevmil escudos. Díjoles que me la diesen parque la acetase, y fuese. 

Creyeron la riqueza la niña y la madre, acotáronme luego para marido. Vine yo cogran disimulación, y, en entrando, me dierola cédula diciendo: 

-Dineros y amor mal se encubren, seño

don Ramiro. ¿Cómo que nos esconda V. Mdquién es, debiéndonos tanta voluntad?. 

Yo hice como que me había disgustado poel dejar de la cédula, y fuime a mi aposentoEra de ver cómo, en creyendo que tenía dine

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ro, me decían que todo me estaba bien, celebraban mis palabras, no había tal donaircomo el mío. Yo que las vi tan cebadas, de

claré mi voluntad a la muchacha, y ella moyó contentísima, diciéndome mil lisonjas. Apartámonos; y una noche, di para confir

marlas más en mi riqueza; cerréme en maposento, que estaba dividido del suyo cosólo un tabique muy delgado, y, sacando cincuenta escudos, estuve contándolos en lmesa tantas veces, que oyeron contar semil escudos. Fue esto de verme con tanto dnero de contado, para ellas, todo lo que ypodía desear, porque dieron en desvelars

para regalarme y servirme. El portugués se llamaba o siñor Vasco d

Meneses, caballero de la cartilla, digo dChristus. Traía su capa de luto, botas, cuellpequeño y mostachos grandes. Ardía por do

ña Berenguela de Robledo, que así se llamaba. Enamorábala sentándose a conversacióny suspirando más que beata en sermón dCuaresma. Cantaba mal, y siempre andabapuntando con él el catalán, el cual era l

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criatura más triste y miserable que Dios criócomía a tercianas, de tres a tres días, y epan tan duro, que apenas le pudiera morde

un maldiciente. Prentendía por lo bravo, y no era el poner güevos, no le faltaba otra cosa para gallina, porque cacareaba notablemente. 

Como vieron los dos que yo iba tan adelante, dieron en decir mal de mí. El portuguédecía que era un piojoso, pícaro, desarropado; el catalán me trataba de cobarde y vil. Ylo sabía todo, y a veces lo oía, pero no mhallaba con ánimo para responder. Al fin, lmoza me hablaba y recibía mis billetes. Co

menzaba por lo ordinario: "Este atrevimientosu mucha hermosura de V. Md..."; decía lo d"me abraso", trataba de "penar", ofrecíampor esclavo, firmaba el corazón con la saeta.Al fin, llegamos a los túes, y yo, para alimen

tar más el crédito de mi calidad, salíme dcasa y alquilé una mula, y arrebozado y mudando la voz, vine a la posada y pregunté pomí mismo, diciendo si vivía allí su merced de

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señor don Ramiro de Guzmán, señor del Vacerrado y Villorete. 

-Aquí vive -respondió la niña- un caballer

de ese nombre, pequeño de cuerpo. Y, por las señas, dije yo que era él, y lasupliqué que le dijesen que Diego de Solórzana, su mayordomo que fue de las depositaras, pasaba a las cobranzas, y le había venida besar las manos. Con esto me fui, y volví casa de allí a un rato. 

Recibiéronme con la mayor alegría demundo, diciendo que para qué les tenía escondido el ser señor de Valcerrado y VilloreteDiéronme el recado. Con esto, la muchach

se remató, cudiciosa de marido tan rico, trazó de que la fuese a hablar a la una de lnoche, por un corredor que caía a un tejadodonde estaba la ventana de su aposento. 

El diablo, que es agudo en todo, orden

que, venida la noche, yo, deseoso de gozar locasión, me subí al corredor, y, por pasadesde él al tejado que había de ser, vánsemlos pies, y doy en el de un vecino escribantan desatinado golpe, que quebré todas la

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tejas, y quedaron estampadas en las costillasAl ruido, despertó la media casa, y pensandque eran ladrones (que son antojadizos dello

los deste oficio) subieron al tejado. Yo que vesto, quíseme esconder detrás de una chimenea, y fue aumentar la sospecha, porque eescribano y dos criados y un hermano mmolieron a palos y me ataron a vista de mdama, sin bastarme ninguna diligencia. Maella se reía mucho, porque, como yo la habídicho que sabía hacer burlas y encantamentos, pensó que había caído por gracia y ngromancia, y no hacía sino decirme que subiese, que bastaba ya. Con esto, y con los pa

los y puñadas que me dieron, daba aullidos; era lo bueno que ella pensaba que todo erartificio, y no acababa de reír. 

Comenzó luego a hacer la causa, y porqume sonaron unas llaves en la faldriquera, dij

y escribió que eran ganzúas y aunque las viosin haber remedio de que no lo fuesen. Díjelque era don Ramiro de Guzmán, y rióse mucho. Yo, triste, que me había visto moler palos delante de mi dama, y me vi llevar pre

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so sin razón y con mal nombre, no sabía quhacerme. Hincábame de rodillas, y ni por esani por esotras bastaba con el escribano. 

Todo esto pasaba en el tejado, que los tales, aun de las tejas arriba levantan falsotestimonios. Dieron orden de bajarme abajoy lo hicieron por una ventana que caía a unpieza que servía de cocina. 

CAPITULO VI Prosigue el cuento, con otros varios su

cesosNo cerré los ojos en toda la noche, conside

rando mi desgracia, que no fue dar en el te

jado, sino en las manos del escribano. cuando me acordaba de lo de las ganzúas las hojas que había escrito en la causa[echaba de ver que no hay cosa que tantcrezca como culpa en poder de escribano]. 

Pasé la noche en revolver trazas; una[s] veces me determinaba a rogárselo por Jesucristo, y considerando lo que le pasó con ellovivo, no me atrevía. Mil veces me quise desatar, pero sentíame luego, y levantábase

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visitarme los nudos, que más velaba él ecómo forjaría el embuste que yo en mi provecho. Madrugó al amanecer, y vistióse a hor

que en toda su casa no había otros levantados sino él y los testimonios. Agarró la correa, y tornóme a repasar las costillas, reprehendiéndome el mal vicio de hurtar comquien tan bien le sabía. 

En esto estábamos, él dándome y yo casdeterminado de darle a él dineros, que es lsangre con que se labran semejantes diamantes, cuando, incitados y forzados de los ruegos de mi querida, que me había visto caer apalear, desengañada de que no era encant

sino desdicha, entraron el portugués y el catalán, y en viendo el escribano que me hablaban, desenvainando la pluma, los quiso espetar por cómplices en el proceso. 

El portugués no lo pudo sufrir, y tratóle alg

mal de palabra, diciendo que él era un caballero "fidalgo de casa du Rey", y que yo erun "home muito fidalgo", y que era bellaquería tenerme atado. Comenzóme a desatar yal punto, el escribamo clamó: "¡Resistencia!"

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y dos criados suyos, entre corchetes y ganapanes, pisaron las capas, deshiciéronse locuellos, como lo suelen hacer para represen

tar las puñadas que no ha habido, y pedíafavor al Rey. Los dos, al fin, me desataron, viendo el escribano que no había quien layudase, dijo: 

-Voto a Dios que esto no se puede haceconmigo, y que a no ser Vs. Mds. quien sonles podría costar caro. Manden contentar estos testigos, y echen de ver que les sirvo siinterés. 

Yo vi luego la letra; saqué ocho reales y dselos, y aun estuve por volverle los palos qu

me había dado; pero, por no confesar que lohabía recibido, lo dejé, y me fui con ellosdando las gracias de mi libertad y rescate. 

Entré en casa con la cara rozada de puromojicones, y las espaldas algo mohínas de lo

varapalos. Reíase el catalán mucho, y decía la niña que se casase conmigo, para volver erefrán al revés, y que no fuese tras cornudapaleado, sino tras apaleado cornudo. Tratábame de resuelto y sacudido, por los palos

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traíame afrentado con estos equívocos. Si entraba a visitarlos, trataban luego de varearotras veces, de leña y madera. Yo que me v

corrido y afrentado, y que ya me iban danden la flor de lo rico, comencé a trazar de salirme de casa; y, para no pagar comida, camni posada, que montaba algunos reales, y sacar mi hato libre, traté con un licenciadBrandalagas, natural de Hornillos, y con otrodos amigos suyos, que me viniesen una noche a prender. Llegaron la señalada, y requrieron a la güéspeda que venían de parte deSanto Oficio, y que convenía secreto. Temblaron todas, por lo que yo me había hecho n

gromántico con ellas. Al sacarme a mí callaron; pero, al ver sacar el hato, pidieron embargo por la deuda, y respondieron que erabienes de la Inquisición. Con esto no chistalma terrena. 

Dejáronles salir, y quedaron diciendo qusiempre lo temieron. Contaban al catalán y aportugués lo de aquellos que me venían buscar; decían entrambos que eran demonioy que yo tenía familiar. Y cuando les conta

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ban del dinero que yo había contado, decíaque parecía dinero pero que no lo era; dninguna suerte persuadiéronse a ello. 

Yo saqué mi ropa y comida horra. Di trazacon los que me ayudaron, de mudar de hábto, y ponerme calza de obra y vestido al usocuellos grandes y un lacayo en menudos: dolacayuelos, que entonces era uso. Animáronme a ello, poniéndome por delante el provecho que se me siguiría de casarme con la ostentación, a título de rico, y que era cosa qusucedía muchas veces en la corte. Y aún añadieron que ellos me encaminarían parte conveniente y que me estuviese bien, y con a

gún arcaduz por donde se guiase. Yo, negrcudicioso de pescar mujer, determinéme. Vsité no sé cuántas almonedas, y compré maderezo de casar. Supe dónde se alquilabacaballos, y espetéme en uno el primer día,

no hallé lacayo. Salíme a la calle Mayor, y púseme enfrent

de una tienda de jaeces, como que concertaba alguno. Llegáronse dos caballeros, cadcual con su lacayo. Preguntáronme si concer

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taba uno de plata que tenía en las manos; ysolté la prosa y, con mil cortesías, los detuvun rato. En fin, dijeron que se querían ir a

Prado a bureo un poco, y yo, que si no lo tenían a enfado, que los acompañaría. Dejé dcho al mercader que si viniesen allí mis pajey un lacayo, que los encaminase al Prado. Dseñas de la librea, y metíme entre los dos caminamos. Yo iba considerando que a nadque nos veía era posible el determinar cúyoeran los lacayos, ni cuál era el que no le llevaba. 

Empecé a hablar muy recio de las cañas dTalavera, y de un caballo que tenía porcela

na; encarecíales mucho el roldanejo que esperaba de Córdoba. En topando algún pajecaballo o lacayo, los hacía parar y les preguntaba cúyo era, y decía de las señales y si lquerían vender; hacíale dar dos vueltas en l

calle, y, aunque no la tuviese, le ponía unfalta en el freno, y decía lo que había dhacer para remediarlo. Y quiso mi venturque topé muchas ocasiones de hacer esto. porque los otros iban embelasados y, a m

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parecer, diciendo: "¿Quién será este tagarotescuderón?", porque el uno llevaba un hábiten lo pechos, y el otro una cadena de d

amantes (que era hábito y encomienda todjunto), dije yo que andaba en busca de buenos caballos para mí y a otro primo mío, quentrábamos en unas fiestas. 

Llegamos al Prado, y, en entrando, saqué epie del estribo, y puse el talón por defuera empecé a pasear. Llevaba la capa echada sobre el hombro y el sombrero en la mano. Mrábanme todos; cuál decía: "Este yo le he visto a pie"; otro: "Hola, lindo va el buscón". Yhacía como que no oía nada, y paseaba. 

Llegáronse a un coche de damas los dos, pidiéronme que picardease un rato. Dejéles lparte de las mozas, y tomé el estribo de madre y tía. Eran las vejezuelas alegres, la unde cincuenta y la otra punto menos. Díjele

mil ternezas, y oíanme (que no hay mujepor vieja que sea, que tenga tantos años como presunción). Prometílas regalos y preguntélas del estado de aquellas señoras, y respondieron que doncellas, y se les echaba d

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ver en la plática. Yo dije lo ordinario: que laviesen colocadas como merecían; y agradólemucho la palabra colocadas. Preguntáronm

tras esto que en qué me entretenía en la corte. Yo les dije que en huir de un padre y madre, que me querían casar contra mi voluntacon mujer fea y necia y mal nacida, por emucho dote. 

-Y yo, señoras, quiero más una mujer limpien cueros, que una judía poderosa, que, pola bondad de Dios, mi mayorazgo vale al pide cuatro mil ducados de renta; y, si salgcon un pleito que traigo en buenos puntos, nhabré menester nada. 

Saltó tan presto la tía: -¡Ay, señor, y cómo le quiero bien! No s

case sino con su gusto y mujer de casta, qule prometo que, con ser yo no muy rica, nhe querido casar mi sobrina, con haberle sal

do ricos casamientos, por no ser de calidadElla pobre es, que no tiene sino seis mil ducados de dote, pero no debe nada a nadie esangre. 

-Eso creo muy bien -dije yo. 

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En esto, las doncellicas remataron la conversación con pedir algo de merendar a mamigos: 

Mirábase el uno a otro,y a todos tiembla la barba. Yo, que vi ocasión, dije que echaba meno

mis pajes, por no tener con quien inviar a casa por unas cajas que tenía. Agradeciéronmelo, y yo las supliqué se fuesen a la Casa deCampo al otro día, y que yo las inviaría algfiambre. Acetaron luego; dijéronme su casa preguntaron la mía. Y, con tanto, se apartó ecoche, y yo y los compañeros comenzamos caminar a casa. 

Ellos, que me vieron largo en lo de la merienda, aficionáronse, y, por obligarme, msuplicaron cenase con ellos aquella nocheHíceme algo de rogar, aunque poco, y cencon ellos, haciendo bajar a buscar mis cria

dos, y jurando de echarlos de casa. Dieron ladiez, y yo dije que era plazo de cierto martely que, así, me diesen licencia. Fuime, quedando concertados de vernos a la tarde, en lCasa del Campo. 

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Fui a dar el caballo al alquilador, y desdallí a mi casa. Hallé los compañeros jugandquinolicas. Contéles el caso y el conciert

hecho, y determinamos de enviar la meriendsin falta, y gastar docientos reales en ella. Acostámonos con estas determinaciones. Y

confieso que no pude dormir en toda la noche, con el cuidado de lo que había de hacecon el dote. Y lo que más me tenía en dudera el hacer dél una casa o darlo a censo, quno sabía yo cuál sería mejor y de más provecho. 

CAPITULO VII 

En que se prosigue lo mismo, con otrosucesos y desgracias que le sucedieron

Amaneció, y despertamos a dar traza en locriados, plata y merienda. En fin, como el dnero ha dado en mandarlo todo, y no ha

quien le pierda el respeto, pagándoselo a urepostero de un señor, me dio plata, y la sirvió él y tres criados. 

Pasóse la mañana en aderezar lo necesarioy a la tarde ya yo tenía alquilado mi caballito

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Tomé el camino, a la hora señalada, para lCasa del Campo. Llevaba toda la pretina llende papeles, como memoriales, y desabotona

dos seis botones de la ropilla, y asomadounos papeles. Llegué, y ya estaban allá ladichas y los caballeros y todo. Recibiéronmellas con mucho amor, y ellos llamándome dvos, en señal de familiaridad. Había dicho qume llamaba don Filipe Tristán, y en todo edía había otra cosa sino don Filipe acá y doFilipe allá. Yo comencé a decir que me habívisto tan ocupado con negocios de Su Majestad y cuentas de mi mayorazgo, que habítemido el no poder cumplir; y que, así, la

apercibía a merienda de repente. En esto, llegó el respostero con su jarcia

plata y mozos; los otros y ellas no hacían sinmirarme y callar. Mandéle que fuese al cenador y aderezase allí, que entretanto nos íba

mos a los estanques. Llegáronse a mí las viejas a hacerme regalos, y holguéme de vedescubiertas las niñas, porque no he vistodesde que Dios me crió, tan linda cosa comaquella en quien yo tenía asestado el matr

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monio: blanca, rubia, colorada, boca pequeña, dientes menudos y espesos, buena narizojos rasgados y verdes, alta de cuerpo, linda

manazas y zazosita. La otra no era mala, pero tenía más desenvoltura, y dábame sospechas de hocicada. 

Fuimos a los estanques, vímoslo todo y, eel discurso, conocí que la mi desposada corrípeligro en tiempo de Herodes, por inocenteNo sabía, pero como yo no quiero las mujerepara consejeras ni bufonas, sino para acostarme con ellas, y si son feas y discretas es lmismo que acostarse con Aristóteles o Séneco con un libro, procúrolas de buenas parte

para el arte de las ofensas; que, cuando seboba, harto sabe si me sabe bien. Esto mconsoló. Llegamos cerca del cenador, y, apasar una enramada, prendióseme en un árbol la guarnición del cuello y desgarróse u

poco. Llegó la niña, y prendiómelo con un afiler de plata, y dijo la madre que inviase ecuello a su casa al otro día, que allá lo aderezaría doña Ana, que así se llamaba la niña. 

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Estaba todo cumplidísimo; mucho que merendar, caliente y fiambre, frutas y dulcesLevantaron los manteles y, estando en esto

vi venir un caballero con dos criados, por lgüerta adelante, y cuando no me cato, conozco a mi buen don Diego Coronel. Acercóse mí, y como estaba en aquel hábito, no hacísino mirarme. Habló a las mujeres y tratólade primas; y, a todo esto, no hacía sino vover y mirarme. Yo me estaba hablando con erepostero, y los otros dos, que eran sus amgos, estaban en gran conversación con él. 

Preguntóles, según se echó de ver despuésmi nombre, y ellos dijeron: 

-Don Filipe Tristán, un caballero muy honrado y rico. 

Veíale yo santiguarse. Al fin, delante dellay de todos, se llegó a mí y dijo: 

-V. Md. me perdone, que por Dios que l

tenía, hasta que supe su nombre, por biediferente de lo que es; que no he visto costan parecida a un criado que yo tuve en Segovia, que se llamaba Pablillos, hijo de ubarbero del mismo lugar. 

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Riéronse todos mucho, y yo me esforcé parque no me desmintiese la color, y díjele qutenía deseo de ver aquel hombre, porque m

habían dicho infinitos que le era parecidísimo-¡Jesús! -decía el Don Diego-. ¿Cómo parecido? El talle, la habla, los meneos, hasta eesa señal de la frente, que en V. Md. debe dser herida, y en él fue un palo que le dieroentrando a hurtar unas gallinas.¡No he visttal cosa! Digo, señor, que es admiraciógrande, y que no he visto cosa tan parecida. 

-Dolo al diablo -dije yo- y ¿no ahorcaroese ganapán? 

Entonces las viejas, tía y madre, dijeron qu

cómo era posible que a un caballero tan principal se pareciese un pícaro tan bajo comaquél. Y porque no sospechase nada dellasdijo la una: 

-Yo le conozco muy bien al señor don Filipe

que es el que nos hospedó por orden de mmarido (que fue gran amigo suyo) en Ocaña.

Yo entendí la letra, y dije que mi voluntaera y sería de servirlas con mi poco posible etodas partes. 

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El don Diego se me ofreció, y me pidió perdón del agravio que me había hecho en tenerme por el hijo del barbero. Y añadía: 

-No creerá V. Md.: su madre era hechicera un poco puta, y su padre ladrón y su tío verdugo, y él el más ruin hombre y más mal inclinado tacaño del mundo. 

Yo decía con unos empujoncillos de risa: -¡Gentil bergantón! ¡Hideputa pícaro! Y por de dentro considere el pío lector l

que sentiría mi galloferia. Estaba, aunque ldisimulaba, como en brasas. Tratamos de venirnos al lugar. Yo y los otros dos nos despedimos, y don Diego se entró con ellas en e

coche. Preguntólas que qué era la merienda el estar conmigo, y la madre y tía dijeron cómo yo era un mayorazgo de tantos ducadode renta, y que me quería casar con Anicaque se informase y vería si era cosa, no sól

acertada, sino de mucha honra para todo slinaje. 

En esto pasaron el camino hasta su casaque era en la calle del Arenal, a San FilipeNosotros nos fuimos a csa juntos, como l

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otra noche. Pidiéronme que jugase, cudiciosos de pelarme. Yo entendíles la flor y sentéme. Sacaron naipes: estaban hechos. Perd

una mano. Di en irme por abajo, y ganélecosa de trecientos reales; y con tanto, mdespedí y vine a mi casa. 

Topé a mis compañeros, licenciado Brandalagas y Pero López, los cuales estaban estudiando en unos dados tretas flamantes. Eviéndome lo dejaron, cudiciosos de preguntarme lo que me había sucedido. Yo venía cariacontecido y encapotado; no les dije más dque me había visto en un grande aprietoContéles cómo me había topado con don Die

go, y lo que me había sucedido; consoláronme, aconsejando que disimulase y no desistiese de la pretensión por ningún camino nmanera. 

En esto, supimos que se jugaba, en casa d

un vecino boticario, juego de parar. Entendíalo yo entonces razonablemente, porque tenímás flores que un mayo, y barajas hechaslindas. Determinámonos de ir a darles umuerto (que así se llama el enterrar una bo

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sa); invié los amigos delante, entraron en lpieza, y dijeron si gustarían de jugar con ufraile que acababa de llegar a curarse en cas

de unas primas suyas, que venía enfermo traía talegos como el brazo y una calza ddoblones. Crecióles a todos el ojo, y clamaron: 

-¡Venga el fraile norabuena! -Es hombre grave en la orden -replicó Per

López- y, como ha salido, se quiere entretener, que él más lo hace por la conversación. 

-Venga, y sea por lo que fuere. -No ha de entrar nadie de fuera, por el re

cato -dijo Brandalagas. 

-No hay tratar deso -respondió el güésped-ni criados. 

Con esto, ellos quedaron ciertos del caso, creída la mentira. 

Vinieron los acólitos, y ya yo estaba con u

tocador en la cabeza por disimular la corona fingir la enfermedad; sahuméme con paja afeitéme de tercianas, con una color de ceramarilla, y mi hábito de fraile, unos antojos mi barba, que por ser atusada no desayuda

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ba. Entré muy humilde, sentéme, comenzósel juego. Ellos levantaban bien; iban tres amohíno, pero quedaron mohínos los tres

porque yo, que sabía más que ellos, les di tagatada que, en espacio de tres horas, me llevé más de mil y trecientos reales. Di baratoy, con mi "¡loado sea Nuestro Señor!", mdespedí, encargándoles que no recibiesen escándalo de verme jugar, que era entretenmiento y no otra cosa. Los otros, que habíaperdido cuanto tenían, dábanse a mil diablosDespedíme, y salímonos fuera. 

Venimos a casa a la una y media, y acostámonos después de haber partido la ganancia

Consoléme con esto algo de lo sucedido, y, la mañana, me levanté a buscar mi caballo, no hallé por alquilar ninguno; en lo cual conocí que había otros muchos como yo. Pueandar a pie pareciera mal, y más entonces

fuime a San Filipe, y topéme con un lacayo dun letrado, que tenía un caballo y le aguardaba, que se había acabado de apear a oír misaMetíle cuatro reales en la mano, porquemientras su amo estaba en la iglesia, me de

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jase dar dos vueltas en el caballo por la calldel Arenal, que era la de mi señora. 

Consintió, subí en el caballo, y di dos vue

tas calle arriba y calle abajo, sin ver nada; yal dar la tercera, asomóse doña Ana. Yo qula vi, y no sabía las mañas del caballo ni erbuen jinete, quise hacer galantería: dile dovarazos, tiréle de la rienda; empínase y, trando dos coces, aprieta a correr y da conmgo por las orejas en un charco. 

Yo que me vi así, y rodeado de niños que shabían llegado, y delante de mi señora, empecé a decir: 

-¡Oh, hideputa! ¡No fuérades vos valenzue

la! Estas temeridades me han de acabaHabíanme dicho las mañas, y quise porfiacon él. 

Traía el lacayo ya el caballo, que se parluego. Yo torné a subir; y, al ruido, se habí

asomado don Diego Coronel, que vivía en lmisma casa de sus primas. Yo que le vi, mdemudé. Preguntóme si había sido algo; dijque no, aunque tenía estropeada una piernaDábame el lacayo prisa, porque no saliese s

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amo y lo viese, que había de ir a palacio. soy tan desgraciado, que, estándome diciendo el lacayo que nos fuésemos, llega por de

trás el letradillo, y, conociendo su rocínarremete al lacayo y empieza a darle de puñadas, diciendo en altas voces que qué bellaquería era dar su caballo a nadie; y lo peofue que, volviéndose a mí, dijo que me apease con Dios, muy enojado. Todo pasaba a vista de mi dama y de don Diego: no se ha visten tanta vergüenza ningún azotado. Estabtristísimo de ver dos desgracias tan grandeen un palmo de tierra. Al fin, me hube dapear; subió el letrado y fuese. Y yo, po

hacer la deshecha, quedéme hablando desdla calle con don Diego y dije: 

-En mi vida subí en tan mala bestia. Estahí mi caballo overo en San Filipe, y es desbocado en la carrera y trotón. Dije como yo l

corría y hacía parar; dijeron que allí estabuno en que no lo haría, y era éste deste licenciado. Quise probarlo. No se puede creer quduro es de caderas; y con mala silla, fue mlagro no matarme. 

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-Sí fue -dijo don Diego-; y, con todo, parecque se siente V. Md. de esa pierna. 

-Sí siento -dije yo-; y me querría ir a toma

mi caballo y a casa. La muchacha quedó satisfecha y con lástimde mi caída, mas el don Diego cobró malsospecha de lo del letrado, y fue totalmentcausa de mi desdicha, fuera de otras muchaque me sucedieron. Y la mayor y fundamentde las otras fue que, cuando llegué a casa, fui a ver una arca, adonde tenía en una maleta todo el dinero que me había quedado dmi herencia y lo que había ganado, menocien reales que yo traía conmigo, hallé que e

buen licenciado Brandalagas y Pedro Lópehabían cargado con ello, y no parecían. Quedé como muerto, sin saber qué consejo tomade mi remedio. Decía entre mí: "¡Malhayquien fía en hacienda mal ganada, que se v

como se viene! ¡Triste de mí! ¿Qué haré?". Nsabía si irme a buscarlos, si dar parte a ljusticia. Esto no me parecía bien, porque, los prendían, habían de aclarar lo del hábito otras cosas, y era morir en la horca. Pues se

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guirlos, no sabía por dónde. Al fin, por nperder también el casamiento, que ya yo mconsideraba remediado con el dote, determ

né de quedarme y apretarlo sumamente. Comí, y a la tarde alquilé mi caballico, fuime hacia la calle; y como no llevaba lacayo, por no pasar sin él, aguardaba a la esquna, antes de entrar, a que pasase algún hombre que lo pareciese, y, en pasando, partídetrás dél, haciéndole lacayo sin serlo; y ellegando al fin de la calle, metíame detrás dla esquina, hasta que volviese otro que lo pareciese; metíame detrás, y daba otra vuelta. 

Yo no sé si fue la fuerza de la verdad de se

yo el mismo pícaro que sospechaba don Diego, o si fue la sospecha del caballo del letrado, u qué se fue, que don Diego se puso inquerir quién era y de qué vivía, y me espiaba. En fin, tanto hizo, que por el más extra

ordinario camino del mundo supo la verdadporque yo apretaba en lo del casamiento, popapeles, bravamente, y él, acosado de ellasque tenían deseo de acabarlo, andando en mbusca, topó con el licenciado Flechilla, qu

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fue el que me convidó a comer cuando yo estaba con los caballeros. Y éste, enojado dcómo yo no le había vuelto a ver, habland

con don Diego, y sabiendo cómo yo había sdo su criado, le dijo de la suerte que me encontró cuando me llevó a comer, y que nhabía dos días que me había topado a caballmuy bien puesto, y le había contado cómo mcasaba riquísimamente. 

No aguardó más don Diego, y, volviéndosa su casa, encontró con los dos caballeros dehábito y cadena amigos míos, junto a la Pueta del Sol, y contóles lo que pasaba, y díjoleque se aparejasen y, en viéndome a la noch

en la calle, que me magulasen los cascos; que me conocerían en la capa que él traíaque la llevaría yo. Concertáronse, y, en entrando en la calle, tapáronme; y disimularode suerte los tres que jamás pensé que era

tan amigos míos como entonces. Estuvímonoen conversación, tratando de lo que seríbien hacer a la noche, hasta el avemaría. Entonces despidiéndonse los dos, echaron hací

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abajo, y yo y don Diego quedamos solos echamos a San Filipe. 

Llegando a la entrada de la calle de la Paz

dijo don Diego: -Por vida de don Filipe, que troquemos capas, que me importa pasar por aquí y que nme conozcan. 

-Sea en buen hora -dije yo. Tomé la suya inocentemente, y dile la mía

Ofrecíle mi persona para hacerle espaldasmas él, que tenía trazado el deshacerme lamías, dijo que le importaba ir solo, que mfuese. 

No bien me aparté dél con su capa, cuand

ordena el diablo que dos que lo aguardabapara cintarearlo por una mujercilla, entendiendo por la capa que yo era don Diego, levantan y empiezan una lluvia de espaldarazosobre mí. Yo di voces, y en ellas y la cara co

nocieron que no era yo. Huyeron, y yo quedéme en la calle con los cintarazos. Disimutres o cuatro chichones que tenía, y detúveme un rato, que no osé entrar en la calle, dmiedo. En fin, a las doce, que era a la hor

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que solía hablar con ella, llegué a la puertay, emparejando, cierra uno de los que maguardaban por don Diego, con un garrot

conmigo, y dame dos palos en las piernas derríbame en el suelo; y llega el otro, y damun trasquilón de oreja a oreja, y quítanme lcapa, y dejánme en el suelo, diciendo: 

-¡Así pagan los pícaros embustidores manacidos!. 

Comencé a dar gritos y a pedir confisión; como no sabía lo que era, aunque sospechabpor las palabras que acaso era el güésped dquien me había salido con la traza de la Inquisición, o el carcelero burlado, o mis com

pañeros huídos...; y, al fin, yo esperaba dtantas partes la cuchillada, que no sabía quién echársela; pero nunca sospeché en doDiego ni en lo que era, daba voces: 

-¡A los capeadores! 

A ellas vino la justicia; levantáronme, yviendo mi cara con una zanja de un palmo, sin capa ni saber lo que era, asiéronme parllevarme a curar. Metiéronme en casa de ubarbero, curóme, preguntáronme dónde vivía

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y lleváronme allá. Acostáronme, y quedaquella noche confuso, viendo mi cara de dopedazos, y tan lisiadas las piernas de los pa

los, que no me podía tener en ellas ni las sentía, robado, y de manera que ni podía segua los amigos, ni tratar del casamiento, ni estar en la corte, ni estar fuera. 

CAPITULO VIII De su cura y otros sucesos peregrinosHe aquí a la mañana amanece a mi cabece

ra la güéspeda de casa, vieja de bien, arrugada y llena de afeite, que parecía higo enharinado, niña si se lo preguntaban, con s

cara de muesca, entre chufa y castaña apilada, tartamuda, barbada y bizca y roma; no faltaba una gota para bruja. Tenía buena fama en el lugar, y echábase a dormir con elly con cuantos querían; templaba gustos y ca

reaba placeres. Llamábase la Paloma; alqulaba su casa, y era corredora para alquilaotras. En todo el año no se vaciaba la posadde gente. 

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Era de ver cómo ensayaba una muchaha eel taparse, lo primero enseñándola cuáles cosas había de descubrir de su cara. A la d

buenos dientes, que riese siempre, hasta elos pésames; a la de buenas manos, se laenseñaba a esgrimir; a la rubia, un bambolede cabellos y un asomo de vedijas por emanto y la toca estremado; a buenos ojoslindos bailes con las niñas y dormidillos, cerrándolos, y elevaciones mirando arriba. Puetratada en materia de afeites, cuervos entraban y les corregía las caras de manera que, aentrar en sus casas, de puro blancas no laconocían sus maridos. Enlucía manos y gar

gantas como paredes, acicalaba dientesarrancaba el vello; tenía un bebedizo qullamaba Herodes, porque con él mataba loniños en las barrigas, y hacía malparir y maempreñar. Y en lo que ella era más estrema

da era en arremedar virgos y adobar doncellas. En solos ocho días que yo estuve en casa, la vi hacer todo esto. Y, para remate de lque era, enseñaba a pelar, y refranes que djesen las mujeres. Allí les decía cómo había

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de encajar la joya: las niñas por gracia, lamozas por deuda, y las viejas por respeto obligación. Enseñaba pediduras para diner

seco, y pediduras para cadenas y sortijas. Ctaba a la Vidaña, su concurrente en Alcalá, a la Plañosa, en Burgos, a Muñatones la dSalamanca. 

Esto he dicho para que se me tenga lástimde ver a las manos que vine, y se ponderemejor las razones que me dijo; y empezó poestas palabras, que siempre hablaba por refranes: 

-De donde sacan y no pon, hijo don Filipepresto llegan al hondón; de tales polvos, tale

lodos; de tales bodas, tales tortas. Yo no tentiendo, ni sé tu manera de vivir. Mozo eresno me espanto que hagas algunas travesurassin mirar que, durmiendo, caminamos a lgüesa: yo, como montón de tierra, te lo pue

do decir. ¡Qué cosa es que me digan a mí quhas desperdiciado mucha hacienda sin sabecómo, y que te han visto aquí ya estudianteya pícaro, y ya caballero, y todo por las compañías! Dime con quién andas, hijo, y dirét

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quién eres; cada oveja con su pareja; sábetehijo, que de la mano a la boca se pierde lsopa. Anda, bobillo, que si te inquietaba

mujeres, bien sabes tú que soy yo fiel perpetuo, en esta tierra, de esa mercaduría, y qume sustento de las posturas, así que enseñcomo que pongo, y que nos damos con ellaen casa; y no andarte con un pícaro y otrpícaro, tras una alcorzada y otra redomadona, que gasta las faldas con quien hace sumangas. Yo te juro que hubieras ahorradmuchos ducados si te hubieras encomendada mí, porque no soy nada amiga de dineros. por mis entenados y difuntos, y así yo hay

buen acabamiento, que aun lo que me debede la posada no te lo pidiera agora, a nhaberlo menester [para unas candelicas hierbas] (que trataba en botes, sin ser boticaria, y si la untaban las manos, se untaba

salía de noche por la puerta del humo). Yo que vi que había acabado la plática

sermón en pedirme, que, con ser su temaacabó en él, y no comenzó, como todohacen, no me espanté de la visita, que no m

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la había hecho otra vez mientras había sidsu güésped, si no fue un día que me vino dar satisfaciones de que había oído que m

habían dicho no sé qué de hechizos, y que lquisieron prender y escondió la calle; vínoma desengañar y a decir que era otra de snombre. 

Yo la conté su dinero y, estándosele dandola desventura, que nunca me olvida, y el diablo, que se acuerda de mí, trazó que la venan a prender por amancebada, y sabían questaba el amigo en casa. Entraron en mi aposento; como me vieron en la cama, y a ellconmigo, cerraron con ella y conmigo, y dié

ronme cuatro o seis empellones muy grandesy arrastráronme fuera de la cama. A ella ltenían asida otros dos, tratándola de alcagüeta y bruja. ¡Quién tal pensara de una mujeque hacía la vida referida!. 

A las voces del alguacil y a mis quejas, eamigo, que era un frutero que estaba en eaposento de adentro, dio a correr. Ellos que lvieron, y supieron por lo que decía otro güésped de casa que yo lo era, arrancaron tras e

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picaño, y asiéronle, y dejáronme a mí repelado y apuñeado; y con todo mi trabajo, mreía de lo que los picarones decían a la Guía

Porque uno la miraba y decía: -¡Qué bien os estará una mitra, madre, y lque me holgaré de veros consagrar tres mnabos a vuestro servicio!. 

Otro: -Ya tienen escogidas plumas los señores a

caldes, para que entréis bizarra. Al fin, trujeron el picarón, y atáronlos en

trambos. Pidiéronme perdón, y dejáronmsolo. Yo quedé algo aliviado de ver a mi buena güéspeda en el estado que tenía sus nego

cios; y así, no tenía otro cuidado sino el dlevantarme a tiempo que la tirase mi naranjaAunque, según las cosas que contaba uncriada que quedó en casa, yo desconfié de sprisión, porque me dijo no sé qué de volar,

otras cosas que no me sonaron bien. Estuve en la casa curándome ocho días,

apenas podía salir; diéronme doce puntos ela cara, y hube de ponerme muletas. Hallémsin dinero, porque los cien reales se consu

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mieron en la cura, comida y posada; y aspara no hacer más gasto no tiniendo dinerodeterminé de salirme con dos muletas de l

casa, y vender mi vestido, cuellos y jubonesque era todo muy bueno. Hícelo, y comprcon lo que me dieron un coleto de cordobáviejo y un jubonazo de estopa famoso, mi gabán de pobre, remendado y largo, mis polanas y zapatos grandes, la capilla del gabán ela cabeza; un Cristo de bronce traía colganddel cuello, y un rosario. 

Impúsome en la voz y frases doloridas dpedir un pobre que entendía de la arte mucho; y así, comencé luego a ejercitallo por la

calles. Cosíme sesenta reales que me sobraron, en el jubón; y, con esto, me metí a pobre, fiado en mi buena prosa. Anduve ochdías por las calles, aullando en esta formacon voz dolorida y realzamiento de plegarias

"¡Dalde, buen cristiano, siervo del Señor, apobre lisiado y llagado; que me veo y me deseo!". Esto decía los días de trabajo, pero lodías de fiesta comenzaba con diferente voz, decía: "¡Fieles cristianos y devotos del Seño

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¡Por tan alta princesa como la Reina de loAngeles, Madre de Dios, dalde una limosna apobre tullido y lastimado de la mano del Se

ñor!". Y paraba un poco, que es de grandimportancia, y luego añadía: "¡Un aire corruto, en hora menguada, trabajando en una vña, me trabó mis miembros, que me vi sano bueno como se ven y se vean, loado sea eSeñor!". 

Venían con esto los ochavos trompicando, ganaba mucho dinero. Y ganara más, si no sme atravesara un mocetón mal encaradomanco de los brazos y con una pierna menosque me rondaba las mismas calles en un ca

rretón, y cogía más lismona con pedir macriado. Decía con voz ronca, rematando echillido: "¡Acordáos, siervos de Jesucristo, decastigado del Señor por sus pecados! ¡Daldal pobre lo que Dios reciba!". Y añadía: "¡Po

el buen Jesú!"; y ganaba que era un juicio. Yadvertí, y no me dije más Jesús, sino quitábale la s, y movía a más devoción. Al fin, ymudé de frasecicas, y cogía maravillosa mosca. 

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Llevaba metidas entrambas piernas en unbolsa de cuero, y liadas, y mis dos muletasDormía en un portal de un cirujano, con u

pobre de cantón, uno de los mayores bellacoque Dios crió. Estaba riquísimo, y era comnuestro retor; ganaba más que todos; teníuna potra muy grande, y atábase con un cordel el brazo por arriba, y parecía que teníhinchada la mano y manca, y calentura, todjunto. Poníase echado boca arriba en spuesto, y con la potra defuera, tan grandcomo una bola de puente, y decía: "¡Miren lpobreza y el regalo que hace el Señor al cristiano!". Si pasaba mujer decía: "¡Ah, señor

hermosa, sea Dios en su ánima!". Y las másporque las llamase así, le daban limosna, pasaban por allí aunque no fuese camino parsus visitas. Si pasaba un soldadico: "¡Ah, señor capitán!", decía; y si otro hombre cua

quiera: "¡Ah, señor caballero!". Si iba algunen coche, luego le llamaba señoría, y si clérgo en mula, señor arcediano. En fin, él adulaba terriblemente. Tenía modo diferente parpedir los días de los santos; y vine a tene

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tanta amistad con él, que me descubrió usecreto con que, en dos días, estuvimos ricosY era que este tal pobre tenía tres muchacho

pequeños, que recogían limosna por las calley hurtaban lo que podían; dábanle cuenta él, y todo lo guardaba. Iba a la parte con doniños de la cajuela en las sangrías que hacíadellas, y tomé el mismo arbitrio, y él me encaminó la gentecica a propósito. 

Halléme en menos de un mes con más ddocientos reales horros. Y últimamente mdeclaró, con intento que nos fuésemos juntosel mayor secreto y la más alta industria qucupo en mendigo, y la hicimos entrambos.

era que hurtábamos niños, cada día, entre lodos, cuatro o cinco; pregonábanlos, y salíamos nosotros a preguntar las señas, y decíamos: -"Por cierto, señor, que le topé a tahora, y que si no llego, que le mata un carro

en casa está". Dábannos el hallazgo, y veníamos a enriquecer de manera que me hallyo con cincuenta escudos, y ya sano de lapiernas, aunque las traía entrapajadas. 

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Determiné de salirme de la corte, y tomami camino para Toledo, donde ni conocía nme conocía nadie. Al fin, yo me determiné

compré un vestido pardo, cuello y espada, despedíme de Valcázar, que era el pobre qudije, y busqué por los mesones en qué ir Toledo. 

CAPITULO IX En que se hace representante, poeta

galán de monjaTopé en un paraje una compañía de farsan

tes que iban a Toledo. Llevaban tres carros, quiso Dios que, entre los compañeros, ib

uno que lo había sido mío del estudio en Acalá, y había renegado y metídose al oficioDíjele lo que me importaba ir allá y salir de lcorte; y apenas el hombre me conocía con lcuchillada, y no hacía sino santiguarse de m

per signum crucis. Al fin, me hizo amistadpor mi dinero, de alcanzar de los demás lugapara que yo fuese con ellos. 

Ibamos barajados hombres y mujeres, una entre ellas, la bailarina, que tambié

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hacía las reinas y papeles graves en la comedia, me pareció estremada sabandija. Acerta estar su marido a mi lado, y yo, sin pensa

a quien hablaba, llevado del deseo de amor gozarla, díjele: -A esta mujer, ¿por qué orden la podremo

hablar, para gastar con su merced unos veinte escudos, que me ha parecido bien por sehermosa?. 

-No me lo está a mí el decirlo, que soy smarido -dijo el hombre-, ni tratar deso; persin pasión, que no me mueve ninguna, spuede gastar con ella cualquier dinero, porque tales carnes no tiene el suelo, ni tal ju

guetoncica. Y diciendo esto, saltó del carro y fuese a

otro, según pareció, por darme lugar que lhablase. 

Cayóme en gracia la respuesta del hombre

y eché de ver que éstos son de los que dijeralgún bellaco que cumplen el preceto de SaPablo de tener mujeres como si nos la tuviesen, torciendo la sentencia en malicia. Yo gocé de la ocación, habléla, y preguntóme qu

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adónde iba, y algo de mi vida. Al fin, tramuchas palabras, dejamos concertadas parToledo las obras. Ibamonos holgando por e

camino mucho. Yo, acaso, comencé a representar un pedazo de la comedia de San Alejo, que me acordaba de cuando muchacho, y representélo dsuerte que les di cudicia. Y sabiendo, por lque yo le dije a mi amigo que iba en la compañía, mis desgracias y descomodidades, djome que si quería entrar en la danza coellos. Encareciéronme tanto la vida de la farándula, y yo, que tenía necesidad de arrimoy me había parecido bien la moza, concerté

me por dos años con el autor. Hícele escriturde estar con él, y diome mi ración y representaciones. Y con tanto, llegamos a Toledo. 

Diéronme que estudiar tres o cuatro loas, papeles de barba, que los acomodaba bie

con mi voz. Yo puse cuidado en todo, y echla primera loa en el lugar. Era de una navede lo que son todas, que venía destrozada sin provisión; decía lo de "este es el puertollamaba a la gente "senado", pedía perdón d

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las faltas y silencio, y entréme. Hubo un víctor de rezado, y al fin parecí bien en el teatro

Representamos una comedia de un repre

sentante nuestro (que yo me admiré de qufuesen poetas, porque pensaba que el serlera de hombres muy doctos y sabios, y no dgente tan sumamente lega). Y está ya dmanera esto, que no hay autor que no escribcomedias, ni representante que no haga sfarsa de moros y cristianos; que me acuerdyo antes, que si no eran comedias del bueLope de Vega, y Ramón, no había otra cosa. 

Al fin, hízose la comedia el primer día, y nla entendió nadie; al segundo, empezámosla

y quiso Dios que empezaba por una guerra, salía yo armado y con rodela, que, si no, manos de mal membrillo, tronchos y badeasacabo. No se ha visto tal torbellino, y ello merecíalo la comedia, porque traía un rey d

Normandía, sin propósito, en hábito de ermtaño, y metía dos lacayos por hacer reír; y adesatar de la maraña, no había más de casarse todos, y allá vas. Al fin, tuvimos nuestrmerecido. 

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Tratamos todos muy mal al compañero poeta, y yo principalmente, diciéndole que mirase de la que nos habíamos escapado y es

carmentase. Díjome que jurado a Dios, quno era suyo nada de la comedia, sino que dun paso tomado de uno, y otro de otro, habíhecho aquella capa de pobre, de remiendo, que el daño no había estado sino en lo mazurcido. Confesóme que los farsantes quhacían comedias todo les obligaba a restitución, porque se aprovechaban de cuanthabían representado, y que era muy fácil, que el interés de sacar trecientos o cuatrocientos reales les ponía aquellos riesgos; l

otro, que como andaban por esos lugares, leleían unos y otros comedias: -"Tomámoslapara verlas, llevámonoslas y, con añadir unnecedad y quitar una cosa bien dicha, decmos que es nuestra.". Y declaróme como n

había habido farsante jamás que supieshacer una copla de otra manera. No me pareció mal la traza, y yo confieso que me inclina ella, por hallarme con algún natural a lpoesía; y más, que tenía yo conocimiento co

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algunos poetas, y había leído a Garcilaso; así, determiné de dar en el arte. Y con esto la farsanta y representar, pasaba la vida. Qu

pasado un mes que había que estábamos eToledo, haciendo comedias buenas y enmendando el yerro pasado, [ya] yo tenía nombrey habían llegado a llamarme Alonsete, que yhabía dicho llamarme Alonso; y por otrnombre me llamaban el Cruel, por serlo unfigura que había hecho con gran aceptacióde los mosqueteros y chusma vulgar. Teníya tres pares de vestidos, y autores que mpretendían sonsacar de la compañía. Hablabde entender de la comedia, murmuraba de lo

famosos, reprehendía los gestos a Pinedodaba mi voto en el reposo natural de Sánchez, llamaba bonico a Morales, pedíanme eparecer en el adorno de los teatros y trazalas apariencias. Si alguno venía a leer come

dia, yo era el que la oía. Al fin, animado con este aplauso, me des

virgué de poeta en un romancico, y lueghice un entremés, y no pareció mal. Atrevíma una comedia, y porque no escapase de se

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divina cosa, la hice de Nuestra Señora del Rosario. Comenzaba con chirimías, había suánimas de purgatorio y sus demonios, que s

usaban entonces, con su "bu, bu" al salir, "rri, rri" al entrar; [caíale] muy en gracia alugar el nombre de Satán en las coplas, y etratar luego de si cayó del cielo, y tal. En finmi comedia se hizo, y pareció muy bien. 

No me daba manos a trabajar, porque acudían a mí enamorados, unos por coplas dcejas, y otros de ojos, cuál soneto de manosy cuál romancico para cabellos. Para cada cosa tenía su precio, aunque, como había otratiendas, porque acudiesen a la mía, hacía ba

rato. ¿Pues villancicos? Hervía en sacristaney demandaderas de monjas; ciegos me sustentaban a pura oración, ocho reales de caduna; y me acuerdo que hice entonces la deJusto Juez, grave y sonorosa, que provocab

a gestos. Escribí para un ciego, que las sacen su nombre, las famosas que empiezan: 

Madre del Verbo humanal,Hija del Padre divino,dame gracia virginal, etc. 

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Fui el primero que introdujo acabar las coplas como los sermones, con "aquí gracia después gloria", en esta copla de un cautiv

de Tetuán: Pidámosle sin falaciaal alto Rey sin escoria,

 pues ve nuestra pertinacia,que nos quiera dar su gracia,y después allá la gloria. Amén. 

Estaba viento en popa con estas cosas, ricy próspero, y tal, que casi espiraba ya a seautor. Tenía mi casa muy bien aderezadaporque había dado, para tener tapicería barata, en un arbitrio del diablo, y fue de compra

resposteros de tabernas, y colgarlos. Costáronme veinte y cinco o treinta reales, y eramás para ver que cuantos tiene el Rey, puepor éstos se veía de puro rotos, y por esotrono se verá nada. 

Sucedióme un día la mejor cosa del mundoque, aunque es en mi afrenta, la he de contar. Yo me recogía en mi posada, el día quescribía comedia, al desván, y allí me estaby allí comía; subía una moza con la vianda,

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dejábamela allí. Yo tenía por costumbre escribir representando recio, como si lo hicieren el tablado. Ordena el diablo que, a la hor

y punto que la moza iba subiendo por la escalera, que era angosta y escura, con los platoy olla, yo estaba en un paso de una monteríay daba grandes gritos componiendo mi comedia; y decía: 

Guarda el oso, guarda el oso,que me deja hecho pedazos,y baja tras ti furioso; 

que entendió la moza (que era gallegacomo oyó decir "baja tras ti" y "me deja", quera verdad, y que la avisaba. Va a huir y, co

la turbación, písase la saya, y rueda toda lescalera, derrama la olla y quiebra los platosy sale dando gritos a la calle, diciendo qumataba un oso a un hombre. Y, por prestque yo acudí, ya estaba toda la vecinda

conmigo preguntando por el oso; y aun contándoles yo como había sido ignorancia de lmoza, porque era lo que he referido de lcomedia, aun no lo querían creer; no comaquel día. Supiéronlo los compañeros, y fu

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celebrado el cuento en la ciudad. Y destas cosas me sucedieron muchas mientras perseveré en el oficio de poeta y no salí del mal esta

do. Sucedió, pues, que a mi autor (que siemprparan en esto), sabiendo que en Toledo lhabía ido bien, le ejecutaron no sé por qudeudas, y le pusieron en la cárcel, con lo cuanos desmembramos todos, y echó cada unpor su parte. Yo, si va a decir verdad, aunqulos compañeros me querían guiar a otracompañías, como no aspiraba a semejanteoficios y el andar en ellos era por necesidadya que me vía con dineros y bien puesto, n

traté de más que de holgarme. Despedíme de todos; fuéronse, y yo, qu

entendí salir de mala vida con no ser farsante, si no lo ha V. Md. por enojo, di en amantde red, como cofia, y por hablar más claro, e

pretendiente de Antecristo, que es lo mismque galán de monjas. Tuve ocasión para daen esto porque una, a cuya petición había yhecho muchos villancicos, se aficionó en uauto del Corpus de mí, viéndome representa

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un San Juan Evangelista (que lo era ellaRegalábame la mujer con cuidado, y habíamdicho que sólo sentía que fuese farsante, por

que yo había fingido que era hijo de un gracaballero, y dábala compasión. Al fin, me determiné de escribirla lo siguiente: 

CARTA 

"Más por agradar a V. Md. que por hacer lque me importaba, he dejado la compañíaque, para mí, cualquiera sin la suya es soledad. Ya seré tanto más suyo, cuanto soy mámío. Avíseme cuándo habrá locutorio, y sabr

juntamente cuándo tendré gusto", etc. Llevó el billetico la andadera; no se podr

creer el contento de la buena monja sabiendmi nuevo estado. Respondióme desta manera: 

RESPUESTA "De sus buenos sucesos, antes aguardo lo

parabienes que los doy, y me pesara dello no saber que mi voluntad y su provecho e

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todo uno. Podemos decir que ha vuelto en sno resta agora sino perseverancia que se mda con la que yo tendré. El locutorio dudo po

hoy, pero no deje de venirse V. Md. a vísperas, que allí nos veremos, y luego por las vistas, y quizá podré yo hacer alguna pandilla la abadesa. Y adiós", etc. 

Contentóme el papel, que realmente lmonja tenía buen entendimiento y era hermosa. Comí y púseme el vestido con que solíhacer los galanes en las comedias. Fuime derecho a la iglesia, recé, y luego empecé a repasar todos los lazos y agujeros de la red colos ojos, para ver si parecía; cuando Dios

enhorabuena, que más era diablo y en hormala, oigo la seña antigua: empieza a tosey yo a toser; y andaba una tosidura de Barrabás. Arremedábamos un catarro, y parecíque habían echado pimiento en la iglesia. A

fin, yo estaba cansado de toser, cuando sme asoma a la red una vieja tosiendo, y echde ver mi desventura (que es peligrosísimseña en los conventos; porque como es seña las mozas, es costumbre en las viejas,

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hay hombre que piensa que es reclamo druiseñor, y le sale después graznido de cuervo). 

Estuve gran rato en la iglesia, hasta quempezaron vísperas. Oílas todas, que por esto llaman a los enamorados de monjas "solenes enamorados", por lo que tienen de vísperas, y tienen también que nunca salen de vísperas del contento, porque no se les llega edía jamás. 

No se creerá los pares de vísperas que yoí. Estaba con dos varas de gaznate más deque tenía cuando entré en los amores, a purestirarme para ver, gran compañero del sa

cristán y monacillo, y muy bien recibido devicario, que era hombre de humor. Andabtan tieso, que parecía que almorzaba asadores y que comía virotes. 

Fuime a las vistas, y allá, con ser una pla

zuela bien grande, era menester inviar a tomar lugar a las doce, como para comedinueva: hervía en devotos. Al fin, me puse edonde pude; y podíanse ir a ver, por cosararas, las diferentes posturas de los amantes

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Cuál, sin pestañear, mirando, con su manpuesta en la espada y la otra con el rosarioestaba como figura de piedra sobre sepulcro

otro, alzadas las manos y estendidos los brazos a lo seráfico, recibiendo las llagas; cuácon la boca más abierta que la de mujer pedigüeña, sin hablar palabra, la enseñaba a squerida las entrañas por el gaznate; otro, pegado a la pared, dando pesadumbre a los ladrillos, parecía medirse con la esquina; cuáse paseaba como si le hubieran de querer poel portante, como a macho; otro, con uncartica en la mano, a uso de cazador con carne, parecía que llamaba halcón. Los celoso

[eran] otra banda; éstos, unos estaban ecorrillos riéndose y mirando a ellas; otrosleyendo coplas y enseñándoselas; cuál, pardar picón, pasaba por el terrero con una mujer de la mano; y cuál hablaba con una criad

echadiza que le daba un recado. Esto era de la parte de abajo y nuestra, pe

ro de la de arriba, adonde estaban las monjas, era cosa de ver también; porque las vistas era una torrecilla llena de rendijas toda,

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una pared con deshilados, que ya parecía savadera, y ya pomo de olor. Estaban todos loagujeros poblados de brújulas; allí se veí

una pepitoria, una mano y acullá un pie; eotra parte había cosas de sábado: cabezas lenguas, aunque faltaban sesos; a otro ladse mostraba buhonería: una enseñaba el rosario, cuál mecía el pañizuelo, en otra partcolgaba un guante, allí salía un listón verdeUnas hablaban algo recio, otras tosían; cuáhacía la seña de los sombrereros, como si sacara arañas, ceceando. 

En verano, es de ver cómo no sólo se calienten al sol, sino se chamuscan; que e

gran gusto verlas a ellas tan crudas y a ellotan asados. En ivierno acontece, con la humdad, nacerle a uno de nosotros berros y arboledas en el cuerpo. No hay nieve que se noescape, ni lluvia que se nos pase por alto;

todo esto, al cabo, es para ver a una mujepor red y vidrieras, como güeso de santo; ecomo enamorarse de un tordo en jaula, habla, y, si calla, de un retrato. Los favoreson todos toques, que nunca llegan a cabes

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un paloteadico con los dedos. Hincan las cabezas en las rejas, y apúntanse los requiebropor las troneras. Aman al escondite. ¡Y verlo

hablar quedito y de rezado! ¡Pues sufrir unvieja que riñe, una portera que manda y untornera que miente! Y lo mejor es ver cómnos piden celos de las de acá fuera, diciendque el verdadero amor es el suyo, y las causas tan endemoniadas que hallan para probarlo. 

Al fin, yo llamaba ya "señora" a la abadesa"padre" al vicario y "hermano" al sacristáncosas todas que, con el tiempo y el curso, acanza un desesperado. Empezáronme a enfa

dar las torneras con despedirme y las monjacon pedirme. Consideré cuán caro me costabel infierno, que a otros se da tan barato y eesta vida, por tan descansados caminos. Veíque me condenaba a puñados, y que me ib

al infierno por sólo el sentido del tacto. Shablaba, solía, porque no me oyesen los demás que estaban en las rejas, juntar tantcon ellas la cabeza, que por dos días siguientes traía los hierros estampados en la frente

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y hablaba como sacerdote que dice las palabras de la consagración. No me veía nadique no decía: "¡Maldito seas, bellaco monjil!

y otras cosas peores. Todo esto me tenía revolviendo pareceres, casi determinado a dejar la monja, aunquperdiese mi sustento. Y determinéme el díde San Juan Evangelista, porque acabé dconocer lo que son las monjas. Y no quiera VMd. saber más de que las Bautistas todas enronquecieron adrede, y sacaron tales vocesque, en vez de cantar la misa, la gimieron; nse lavaron las caras, y se vistieron de viejo. los devotos de las Bautistas, por desautoriza

la fiesta, trujeron banquetas en lugar de sillaa la iglesia, y muchos pícaros del rastroCuando yo vi que las unas por el un santo, las otras por el otro, trataban indecentementdellos, cogiéndola a mi monja, con título d

rifárselos, cincuenta escudos de cosas de labor, medias de seda, bolsicos de ámbar dulces, tomé mi camino para Sevilla, temiendo que, si más aguardaba, había de ver nacemandrágoras en los locutorios. 

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Lo que la monja hizo de sentimiento, mápor lo que la llevaba que por mí, considérelel pío letor. 

CAPITULO X De lo que le sucedió en Sevilla hast

embarcarse a IndiasPasé el camino de Toledo a Sevilla próspe

ramente, porque, como yo tenía ya mis principios de fullero, y llevaba dados cargadocon nueva [pasta] de mayor y de menor, tenía la mano derecha encubridora de un dado -pues preñada de cuatro, paría tres-, llevaba gran provisión de cartones de lo ancho

de lo largo para hacer garrotes de morros ballestilla, y así, no se me escapaba dinero. 

Dejo de referir otras muchas flores, porquea decirlas todas, me tuvieran más por ramllete que por hombre; y también, porque an

tes fuera dar que imitar, que referir vicios dque huyan los hombres. Mas quizá declarandyo algunas chanzas y modos de hablar, estarán más avisados los ignorantes, y los qu

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leyeren mi libro serán engañados por su cupa. 

No te fíes, hombre, en dar tú la baraja, qu

te la trocarán al despabilar de una velaGuarda el naipe de tocamientos, raspados bruñidos, cosa con que se conocen los azaresY por si fueres pícaro, letor, advierte que, ecocinas y caballerizas, pican con un alfiler doblan los azares, para conocerlos por lhendido. Si tratares con gente honradaguárdate del naipe, que desde la estampa fuconcebido en pecado, y que, con traer atravesado el papel, dice lo que viene. No te fíes dnaipe limpio, que, al que da vista y retén, l

más jabonado es sucio. Advierte que, a lcarteta, el que hace los naipes que no doblmás arqueadas las figuras, fuera de los reyesque las demás cartas, porque el tal doblar epor tu dinero difunto. A la primera, mira n

den de arriba las que descarta el que da, procura que no se pidan cartas u por los dedos en el naipe u por las primeras letras dlas palabras. 

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No quiero darte luz de más cosas; éstabastan para saber que has de vivir con cautela, pues es cierto que son infinitas las maula

que te callo. "Dar muerte" llaman quitar edinero, y con propiedad; "revesa" llaman ltreta contra el amigo, que de puro revesadno la entiende; "dobles" son los que acarreasencillos para que los desuellen estos rastreros de bolsas; "blanco" llaman al sano de malicia y bueno como el pan, y "negro" al qudeja en blanco sus diligencias. 

Yo, pues, con este lenguaje y con estas flores, llegué a Sevilla con el dinero de las camaradas; gané el alquiler de las mulas, y l

comida y dineros a los güéspedes de las posadas. Fuime luego a apear al mesón del Moro, donde me topó un condicípulo mío de Acalá, que se llamaba Mata, y agora se decíapor parecerle nombre de poco ruido, Matorra

Trataba en vidas, y era tendero de cuchilladas, y no le iba mal. Traía la muestra dellaen su cara, y por las que le habían dado, concertaba tamaño y hondura de las que habíde dar. Decía: "No hay tal maestro como e

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bien acuchillado"; y tenía razón, porque lcara era una cuera, y él un cuero. Díjome qume había de ir a cenar con él y otros camara

das, y que ellos me volverían al mesón. Fui; llegamos a su posada, y dijo: -Ea, quite la capa vuacé, y parezca hombre

que verá esta noche todos los buenos hijos dJevilla. Y porque no lo tengan por maricónahaje ese cuello y agobie de espaldas; la capa caída, que siempre nosotros andamos dcapa caída; ese hocico, de tornillo, gestos un lado y a otro; y haga vucé de las j, h, y dlas h, j. Diga conmigo: jerida, mojino, jumopahería, mohar, habalí , y harro de vino". To

mélo de memoria. Prestóme una daga, quen lo ancho era alfanje, y, en lo largo, de comedimiento suyo no se llamaba espada, qubien podía. 

-Bébase -me dijo- esta media azumbre d

vino puro, que si no da vaharada, no parecervaliente. 

Estando en esto, y yo con lo bebido atolondrado, entraron cuatro dellos, con cuatro zapatos de gotoso por caras, andando a lo co

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lumpio, no cubiertos con las capas sino fajados por los lomos; los sombreros empinadosobre la frente, altas las faldillas de delante

que parecían diademas; un par de herreríaenteras por guaniciones de dagas y espadaslas conteras, en conversación con el calcañaderecho; los ojos derribados, la vista fuertebigotes buidos a lo cuerno, y barbas turcascomo caballos. 

Hiciéronnos un gesto con la boca, y luego mi amigo le dijeron, con voces mohínas, ssando palabras: 

-Seidor. -So compadre -respondió mi ayo. 

Sentáronse; y para preguntar quién era yono hablaron palabra, sino el uno miró a Matorrales, y, abriendo la boca y empujando hacímí el lado de abajo me señaló. A lo cual mmaestro de novicios satisfizo empuñando l

barba y mirando hacia abajo. Y con esto, slevantaron todos y me abrazaron, y yo ellos, que fue lo mismo que si catara cuatrdiferentes vinos. 

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Llegó la hora de cenar; vinieron a servunos pícaros que los bravos llaman "cañones". Sentámonos a la mesa; aparecióse lue

go el alcaparrón; empezaron, por bienvenidoa beber a mi honra, que yo, hasta que la vbeber, no entendí que tenía tanta. Vino pescado, y carne, y todo con apetitos de sed. Estaba una artesa en el suelo llena de vino, allí se echaba de buces el que quería hacer lrazón; contentóme la penadilla; a dos vecesno hubo hombre que conociese al otro. 

Empezaron pláticas de guerra; menudeábanse los juramentos; murieron, de brindis brindis, veinte o treinta sin confesión; recetá

ronsele al asistente mil puñaladas; tratóse dla buena memoria de Domingo Tiznado, Gayón; derramóse vino en cantidad al ánimde Escamilla; los que las cogieron tristes, lloraron tiernamente al mal logrado Alonso A

varez. Y a mi compañero, con estas cosas, sle desconcertó el reloj de la cabeza, y dijoalgo ronco, tomando un pan con las dos manos y mirando a la luz: 

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-Por ésta, que es la cara de Dios, y poaquella luz que salió por la boca del ángeque si vucedes quieren, que esta noch

hemos de dar al corchete que siguió al pobrTuerto. Levantóse entre ellos alarido disforme,

desnudando las dagas, lo juraron poniendlas manos cada uno en el borde de la artesay echándose sobre ella de hocicos; dijeron: 

-Así como bebemos este vino, hemos dbeberle la sangre a todo acechador. 

-¿Quién es este Alonso Alvarez -preguntéque tanto se ha sentido su muerte?. 

-Mancebito -dijo el uno- lidiador ahigadado

mozo de manos y buen compañero. ¡Vamosque me retientan los dimoños! 

Con esto, salimos de casa a montería dcorchetes. Yo, como iba entregado al vino había renunciado en su poder mis sentidos

no advertí al riesgo que me ponía. Llegamoa la calle de la Mar, donde encaró con nosotros la ronda. No bien la columbraron, cuando, sacando las espadas, la embistieron; yhice lo mismo, y limpiamos dos cuerpos d

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corchetes de sus malditas ánimas, al primeencuentro. El alguacil puso la justicia en supies, y apeló por la calle arriba dando voces

No lo pudimos seguir, por haber cargado delantero. Y, al fin, nos acogimos a la IglesiMayor, donde nos amparamos del rigor de ljusticia, y dormimos lo necesario para espumar el vino que hervía en los cascos. Y vuetos ya en nuestro acuerdo, me espantaba yde ver que hubiese perdido la justicia docorchetes, y huido el alguacil de un racimo duvas, que entonces lo éramos nosotros. 

Pasábamoslo en la iglesia notablementeporque, al olor de los retraídos, vinieron nin

fas, desnudándose para vestirnos. Aficionóseme la Grajales; vistióme de nuevo de sucolores. Súpome bien y mejor que todas estvida; y así, propuse de navegar en ansias cola Grajal hasta morir. Estudié la jacarandina

y en pocos días era rabí de los otros rufianesLa justicia no se descuidaba de buscarnos

rondábanos la puerta, pero, con todo, de media noche abajo, rondábamos disfrazados. Yque vi que duraba mucho este negocio, y má

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la fortuna en perseguirme (no de escarmentado, que no soy tan cuerdo, sino de cansadocomo obstinado pecador), determiné, consu

tándolo primero con la Grajal, de pasarme Indias con ella, a ver si, mudando mundo ti j í i t Y f