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[Ide@s CONCYTEG 6 (67): Enero, 2011] ISSN: 2007-2716
Cmo citar: Esquivel Marn, S. (2011), Devenir, crear, destruir (del mercado de la violencia a la violencia del mercado), Ide@s CONCYTEG, 6 (67), pp. 119-143.
120 ISBN: 978-607-8164-02-8
Devenir, crear, destruir (del mercado de la violencia a la violencia del mercado) Sigifredo Esquivel Marn1
Resumen Se pretende dilucidar algunas de las expresiones de violencia y agresin de la condicin humana en la sociedad contempornea. Se parte de que la violencia forma parte de la condicin humana, y que el arte y la literatura, no evitan la violencia ni la agresin pero si le dan un sentido tico y esttico de autocreacin de sentido. La sociedad contempornea tiene formas especficas de expresin, produccin y canalizacin muy sofisticadas, y casi invisibles, de la violencia, pero no por ello menos crueles, efectivas y eficaces. Palabras claves: violencia, cultura, guerra, mercado, Caillois.
Summary This article pretends to explain some expressions about violence and aggression from the human condition in modern society. Violence in fact is part of the human condition such as art and literature. Thus both dont avoid the subject of violence; instead they relate it in an ethical and aesthetic way of auto creation sense. Modern society has specific and sophisticated ways of expressing, producing and conducting violence; almost imperceptible but not less cruel and effective. Keywords: violence, culture, war, street market, Caillois
1 Filsofo. Profesor-Investigador en la Universidad Autnoma de Zacatecas. Premio Nacional de Ensayo Abigael Bohrquez 2005. sigmarin@yahoo.com.mx
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En este ao bisiesto, del siglo ms bisiesto, si se puede escuchar una voz distinta a la de la locura y si no la ahogan los altavoces, y si no se la tragan los monstruos que dominan toda vida, y si puede llegar, que se escuche slo esto que salv; ya que nada ms pude, no fue posible salvar; ni un nio enfermo ni una ciudad lastimada ni una alma aturdida. Dira: flor, si ellas tambin no se hubieran vuelto ya carnvoras, o espectculo pblico para olvidar el horror. Dira: regalo de Dios, si no las hubieran disuelto en un vaso de agua como analgsicos.
Lydia Stefnou
La violencia y la condicin humana
l presente ensayo busca dilucidar
algunas de las expresiones de
violencia y agresin de la condicin
humana en la sociedad contempornea. Se
parte de que la violencia forma parte de la
condicin humana, y que el arte y la
literatura, no evitan la violencia ni la agresin
pero si le dan un sentido tico y esttico de
autocreacin de sentido. La sociedad
contempornea tiene formas especficas de
expresin, produccin y canalizacin muy
sofisticadas, y casi invisibles, de la violencia,
pero no por ello menos crueles, efectivas y
eficaces.
Herclito, tambin conocido como el Oscuro
de feso, quiz por el color de piel, quiz por
sus sentencias enigmticas, haba afirmado en
los albores del siglo V a. C., el cambio
incesante como divisa de todas las cosas,
como proceso continuo de nacimiento y
destruccin. Si bien Herclito no ensea
ninguna doctrina, como pensador, incita a
pensar el principio del cosmos como fuego
viviente, metfora que designa movimiento y
cambio, oposicin generativa de contrarios y
devenir animado por el conflicto. Este
cosmos deca es y ser siempre fuego
viviente y eterno. El fuego es el logos que
gobierna todas las cosas. Armona invisible
que avanza y todo lo ocupa. Aristteles, en
sus Lecciones sobre Fsica, nos recuerda que
para Herclito todo lo que es siendo deviene
para s fuego en cierto tiempo. Tiempo
mltiple compuesto por un era, es y un ser.
Tiempo proporcionado por un fuego que
permite su erupcin. Y cuando el fuego se
apaga, aparece su contrario, pues hay una co-
existencia de fuego y agua, siendo el agua el
trasfondo material de todas las cosas, o sea, la
naturaleza (Horst-Mattahi, 1997: 52).
E
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Empero, esta naturaleza es armona invisible
u oculta. El fuego heraclteo sugiere una
conflagracin total y cclica.
Fuego encendindose al cumplir una de sus
infinitas medidas. En su constante
transformacin y proceso interminable, el
fuego permuta todas las cosas.
Como el arco y la lira, el fuego y la guerra
nos remiten a un acoplamiento de tensiones;
lucha de contrarios. Siendo lo contrario lo
conveniente, y el bien y el mal una sola cosa.
Apareamiento de lo entero y lo no entero, lo
convergente y lo divergente, lo concordante y
lo discordante; de todo uno y del uno todo.
Para Herclito, eso es la vida, eterno retorno
de una pugna donde se con-funden principio
y fin: El camino hacia arriba es el mismo
hacia abajo. Una misma cosa es en nosotros
lo vivo y lo muerto, lo despierto y lo
dormido, lo joven y lo viejo: lo otro devuelto
a lo uno y viceversa. El nombre del arco es
vida, su obra muerte. Viviendo se muere y
muriendo se vive. Violenta sacudida y
principio positivo de fecundidad, la contienda
es elevada a categora universal, pues todas
las cosas devienen segn la discordia. Hemos
de saber que la guerra es comn a todos, y
que la lucha es justicia, y que todo nace y
muere por obra de la lucha: Plemos como
rey tambin es individuo, es el nio jugando,
arreglando y des-arreglando las cosas al azar,
igualmente creando un mundo de mltiples
cosas2(Horst Mattahi, 1997: 120). La
multiplicidad del cosmos es unidad y fuego,
pero este es un saber divino mas nunca
humano.
Origen de las cosas, la guerra es la ley comn
que justifica los contrastes tanto en la
naturaleza como en la sociedad, entre amos y
esclavos, dioses y hombres. Diels traduce el
pensamiento heraclteo acerca del Plemos en
los siguientes trminos La Guerra es padre
de todas las cosas, de todas las cosas rey. A
unos los muestra dioses, a otros hombres, a
unos los hace esclavos, a otros libres3.
2 La originalidad de otro pensador presocrtico como lo fue Empdocles de Agrigento consisti en conciliar la necesidad con el devenir de todo. Nos habla de cuatro races eternas, cuatro elementos naturales: fuego, agua, aire y tierra. Lo que provoca el cambio son las fuerzas csmicas del Amor y del Odio: El Amor genera unidad armnica y perfecta, mientras que el Odio deshace toda armona y conduce al caos. Segn l los elementos del Sol, tierra, cielo y mar, estn adaptados en sus diferentes partes para todo lo que anda por el mundo mortal. Y si todo lo que se muestra se atrae recprocamente, por la accin de la semejanza y del Amor, por el contrario lo que es enemigo de ella se mantiene a gran distancia; naturaleza, composicin, formas que revisten, todo contribuye absolutamente a oponerse a la reunin, bajo el imperio del Odio que le ha dado nacimiento. Los elementos predominan alternativamente en el curso de un ciclo y desaparecen los unos en los otros o aumentan, segn el signo fatal que les es asignado. En la medida en que ese cambio perpetuo no se detiene subsiste siempre un ciclo inmutable. Tambin se puede ver en la dialctica del amo y el esclavo hegeliana una relectura directa de la universalidad de la contienda heracltea (Hegel, 1966: 117). 3 Mondolfo, en cambio, traduce: Plemos [la guerra] es el padre de todas las cosas y el rey de todas, y a unos los revela dioses, a los otros hombres, a unos los hace libres, a los otros esclavos. Por su parte Gaos reescribe: La guerra
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La guerra es comn y el derecho es discordia
y todo sucede segn su mandato y se
engendra por discordia. Armona y ajuste de
fuerzas contrapuestas, la metamorfosis del
fuego designa el devenir perpetuo que
constantemente transforma la materia.
Conviene saber sentencia que la guerra es
comn a todas las cosas y que la justicia es
discordia. Reprocha al poeta que dijo: Ojal
se extinguiera la discordia entre dioses y
hombres! Pues no habra armona si no
hubiese agudo y grave, ni animales si no
hubiera hembra y macho, que estn en
oposicin mutua. Concluye el ermitao que:
Guerra y Discordia son necesarias para la
vida.
A mediados del siglo XX, a partir de premisas
diferentes, pero con conclusiones similares,
los bilogos chilenos Humberto Maturana y
su discpulo Francisco Varela han
considerado la vida a partir de un patrn de
auto-organizacin donde la violencia, la
destruccin y el devenir forman parte de un
flujo incesante de materia y energa a travs
de un organismo que se concibe como
sistema holstico. Ah crecimiento, desarrollo
y evolucin, no se oponen a las muertes
parciales y la destruccin permanente de un
proceso vital de corporeizacin del patrn de
es la madre de todo, la reina de todo, a unos los ha revelado dioses, a otros hombres; a unos los ha hecho esclavos, a los otros libres (Hegel, 1966: 107-108).
organizacin del sistema, siendo la creacin
tanto como la destruccin respuestas del
sistema a las perturbaciones del medio.
Cognicin autopotica, el proceso vital
constituye un sistema vivo de autocreacin.
Por tanto, ser, hacer, nacer, morir, crecer,
rehacerse, reproducirse y, tantas otras
actividades ms, son inseparables de los
sistemas vivos y de su modo especfico de
(auto) organizacin.
La autopoisis (el hacerse a s mismo) es un
patrn de red en el que la funcin de cada
componente participa en la produccin o
transformacin de otros componentes de la
red, de tal modo que sta nunca deja de
regenerarse. Empero, el sistema completo es
organizativamente cerrado, a pesar de ser
abierto en relacin con los flujos de materia y
energa. La autonoma del ser viviente no lo
asla del exterior, sino que permite que
interacte con el medio a travs de una
constante e inteligente intercambio de materia
y energa, dicha interaccin lo mantiene y lo
renueva de manera continua, lo auto-organiza
y lo re-ajusta en el des-equilibrio. Desde la
perspectiva autopotica, vida y muerte,
nacimiento y defuncin, violencia y armona
dejan de oponerse y designan formas de un
proceso holstico de homeostasis que
posibilita al sistema mantener su identidad
gracias a procesos internos en que se auto-
reproducen sus propios componentes a partir
del intercambio de materia y energa
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consigo y el entorno. La disrupcin (muerte)
y la irrupcin (vida y crecimiento) no se
oponen al sistema vital en su conjunto.
Muerte, violencia y agresin han dejado de
ser enemigos de la vida y son hermanos
gemelos de su voluntad de creacin.
La muerte forma parte de la vida, la vida, y
en particular la vida humana, no sera tal y
como es sin la muerte.
El socilogo alemn Niklas Luhmann,
despus de haber sido discpulo de Talcott
Parsons, en la dcada de los setentas, influido
por los chilenos Maturana y Varela, utiliza la
autopoiesis desde una perspectiva
interdisciplinaria sobre los sistemas sociales.
Donde los sistemas sociales tienen un
carcter auto-referencial que no se restringe
al plano de sus estructuras sino que incluyen
sus componentes. Considera que la sociedad
corresponde a un nivel emergente y est
compuesta por comunicaciones que van ms
all del lenguaje y abarcan todas las posibles
selecciones informativas de un sistema. Los
sistemas sociales son sistemas poticos de
comunicacin. Considera que no es el ser
humano sino la comunicacin quien puede
comunicar (se), la comunicacin constituye
una realidad emergente sui generis que debe
entenderse como un procedimiento que
efecta cierta estrategia de comunicacin a
partir de tramas y ejercicios de un poder
mediante el cual se encarna la interaccin. El
proceso mismo de comunicacin adquiere
realidad travs del ejercicio fctico del poder.
El poder es comprendido como la manera en
que se distribuyen y organizan las
preferencias (selecciones) con respecto a
determinadas alternativas de accin. La
seleccin de las preferencias modela y
moldea a un poder que se funda en relaciones
de dependencia muy flexibles, pero
estructuralmente condicionadas y
diferenciadas. El ejercicio del poder de los
sistemas sociales es necesario para la
canalizacin y redistribucin de la violencia
de los sujetos o grupos como energa y
creacin colectiva; siendo el poder un campo
relacional (juego de relaciones) constituyente
de la autodefinicin y auto-organizacin del
propio sistema social. De ah que la violencia
cultural y la entropa social sean formas y
estructuras fundamentales, y por tanto, las
nociones de poder y libertad seran
complementarias, as como el orden y cambio
sociales son inherentes a los procesos de
negociacin y conflicto. Entre ms libertad
tenga un sujeto para realizar una determinada
accin condicionada, ms efectivo se har el
ejercicio del poder mediante el proceso de
transferencia de selectividad.4 La complejidad
4 Individualizacin significa seala Niklas Luhmann siguiendo a Helmut Berking aprender a tratar con pretensiones de conducta paradjicas. Porque individualizacin significa al mismo tiempo aumento del margen de libertad subjetiva y total dependencia del mercado, subjetivacin y estandarizacin de la conducta expresiva, aumento de la autorreflexividad y abrumador control exterior. Hay formas culturales para problemas y motivos que tienen que ser apropiados individualmente (Luhmann, 1992: 186).
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actual del mundo social impide que el
ejercicio de la violencia consista en la
culminacin de un conflicto.
Asimismo, entre lo legal y lo ilegal, entre la
transgresin y la afirmacin de los cdigos
del poder se abre un espectro ms amplio que
la simple eleccin de alternativas negativas o
positivas. Ms all de la legalidad, el
ejercicio del poder se constituye como un
lmite flexible y autocreativo que en cada
jugada hace que el juego social sea posible.
Los sistemas sociales actualizan distinciones
necesarias para la existencia del poder. Ms
an, la dinmica social acta, en gran medida,
de forma autodestructiva. Poco de lo que crea
se conserva. Esto vale para la mayora de
seres y culturas que han determinado la vida.
La evolucin estructural depende de la
autopoesis y como alternativa slo hay
disolucin y destruccin. De ah que
cualquier lectura de la sociedad tendra que
partir segn Luhmann de una ecologa
radical de la ignorancia, debido a la
existencia de una simultaneidad vertiginosa e
inasible en el universo social que implica que
no se puedan controlar lo social como un todo
ordenado y armnico.
Para Niklas Luhmann no existe una razn
humana o una racionalidad que pueda abarcar
el mundo en un todo. Al ser toda observacin
autorreferencial (auto-observacin), no
existen criterios de racionalidad objetivos
fuera de sistema social especfico. No habra
una sola representacin del orden de las
formas esenciales del mundo.5 En este
sentido, una de las mayores formas de
violencia ha sido la imposicin de la
racionalidad europea como racionalidad
universal: Los europeos estn
acostumbrados a transformar culturas ajenas
de lo incomprensible en comprensible.
Tienen especialistas para hacerlo: etnlogos,
orientalistas, cientficos de las religiones,
psicoanalistas (Luhmann, 1992: 72-73 y 85).
Ningn sistema social puede vindicar hoy que
aquello que hace sea en ltima instancia
bueno y/o verdadero si no es dentro de una
comunicacin interna y contingente. Las
sociedades se vuelven precarias, sociedades
de riesgo y catstrofe, inauguran el presente
desde lo indeterminado, exceden cualquier
clculo y pronstico imaginable, siempre
estn al borde del caos. En todo caso, es muy
probable que los humanos desaparezcan en
beneficio de seres vivos humanoides
genticamente superiores: Quiz extingan su
5 Quiz nunca ha habido un orden unitario salvo en la ciencia y metafsica logocntricas con pretensiones universalistas. Afirma Luhmann que: La operacin de distinguir siempre se mantiene sin marcar. Ella misma no puede darse en una de sus partes. As que forma parte del mbito no marcado. El observador es lo inobservable, porque l mismo no puede reencontrarse como momento de su propia distincin, como una de sus partes (Luhmann, 1992: 145). Su etnocentrismo larvado le impide sacar todas las consecuencias ticas y polticas que tienen las narrativas totales y totalizantes.
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especie mediante catstrofes autoproducidas
o destruyan sus prtesis tcnicas que slo
sigan siendo posibles formas muy
elementales de supervivencia. En todo caso
las futuras sociedades, si es que las hay sobre
la base de la comunicacin con sentido,
vivirn en otro mundo, basado en otras
perspectivas y preferencias, se asombrarn
ante nuestras preocupaciones como rarezas
con un limitado valor de entretenimiento
(Luhmann, 1992: 139-140). Lo ms
paradjico es que muchas de las empresas
humanas ms atroces se han hecho en nombre
del Bien, la Verdad y el Progreso (universales
vacos trgicos). En contra del principio del
Bien, se afirma una duplicidad fundamental
entre orden y desorden, legalidad y caos.
De la violencia a la guerra de Estado. Biopoltica y biopoder
Experiencia de lo neutro, la violencia no es
negativa ni positiva en s misma. La violencia
irrumpe como un movimiento de ruptura.
Instaura un corte. De la violencia como
realidad natural, hemos transitado histrica y
culturalmente, a la creacin de comunidades
humanas donde la violencia, en tanto
movilidad, fuerza y autocreacin, nunca deja
de estar presente bajo la investidura de
violencia legal. Gracias a ello ha habido
civilizacin humana e individuacin del
sujeto. La violencia de la cultura instituye un
corte simblico y fsico entre los procesos de
individuacin/socializacin del sujeto. No
hay comunidad sin violencia, lo comn, el
sentido de lo comunitario, exige la identidad
frente a la alteridad, la continuidad frente al
cambio. La administracin de la violencia es
la puesta en escena de la cultura. Aunque
haya un poderoso e incuestionable inters por
que la violencia permanezca por fuera de lo
pensable, en tanto determinacin normal de
las relaciones sociales, causa de efectos
polticos, sociales e histricos, la violencia
est ah, aqu, afuera, en mi entorno y dentro
de m. Quiz por eso mismo una suerte de
polica del pensamiento correcto y del juicio
sano acude entonces a reforzar la censura y la
legalidad del yo interno, as como acuden las
patrullas las calles despus de un crimen:
Circulen, caballeros, circulen. Aqu no ha
pasado nada. Eso implica mantener la
seguridad y el orden en ciudades y almas
(Balibar, 2005: 105).
El Estado administra la violencia, la gestiona,
la racionaliza, la delega y la legitima como
orden cuasi natural. La domesticacin de la
violencia est en la emergencia de la
hominizacin/humanizacin del entorno:
domesticacin que no elimina los instintos ni
las pulsiones, sino que las dispone bajo un
trabajo de reconduccin de los flujos, esto es
la guerra. (Cammate) La guerra no slo es un
acto poltico, sino que implica un programa
social y econmico. Es el instrumento
poltico por excelencia del Estado. Es la
forma de hacer poltica por medio de la
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violencia. Si la poltica implica la distincin
entre amigo y enemigo, la guerra y la paz son
las manifestaciones dialcticas entre la
enemistad y la enemistad.
El Estado moderno no se puede separar de la
guerra (el estado de derecho estado de paz
se complementa con el militarismo del
estado). La guerra es inherente al Estado; no
slo es violencia global sino una empresa
organizada, racional y estratgica de
destruccin. Slo desde un punto de vista
moral se puede oponer la guerra a la
civilizacin, La guerra expresa la
civilizacin, es su sombra incmoda e
indeleble. Excedente de la guerra y de la paz
impuesta, el Estado emerge de la
permanencia de la dominacin, de su
territorializacin y re-territorializacin.
Segn Hegel, la guerra es saludable e incluso
indispensable para la consolidacin del
Estado moderno; a travs de ella, el Estado
alcanza su unidad ideal. Es ms que un medio
para gobernar, la oportunidad para que el
Espritu se realice en el Pueblo Nacional. La
guerra muestra la contingencia humana y la
necesidad de trascender la vida individual
(Hegel, 1966: 267-268).
Con motivo de la guerra, aade Roger
Caillois, el Estado hace valer sus derechos
sobre la vida y los bienes de los ciudadanos.
Constituye el momento de socializacin
extrema de la existencia colectiva. Por este
sesgo y para exigir de cada uno el sacrificio
supremo, la guerra se ha hecho un poder
sagrado (Caillois, 1972: 176). No faltan los
tericos que exalten la guerra moderna como
carnicera permanente y armona universal.
Joseph de Maistre considera que nada puede
impedir la guerra: La ley que lleva al
hombre al combate es inexorable: la tierra no
es sino un inmenso altar donde se efecta
incesantemente el holocausto de los seres
vivientes hasta la consumacin de las cosas,
hasta la muerte de la muerte. La guerra es una
expiacin. La guerra es divina por su
generalidad, por sus consecuencias, por la
gloria misteriosa que la rodea, por el atractivo
no menos inexplicable que sentimos por ella
(Caillois, 1972:187). La modernidad
cientfico-tcnica favorece una metafsica de
la guerra. El anarquista Proudhon considera
que la guerra revela el espritu verdadero de
un pueblo, es su impulso civilizatorio y el
camino del progreso. Por su parte el crtico de
arte John Ruskin considera que la historia del
arte no florece sino en pueblos blicos: la
guerra est en el origen del gran arte. De
suerte que, cuando os digo que la guerra es el
fundamento de todas las artes, quiero al
mismo tiempo decir que es el fundamento de
todas las altas virtudes y facultades del
hombre (Caillois, 1972: 193-194). Cree que
la alianza de la paz y la civilizacin es un
lugar comn falaz. Segn l, la paz slo
engendra egosmo e inmoralidad, corrupcin
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y muerte. Dostoievski va ms lejos, espera de
la guerra moderna una renovacin espiritual y
un renacimiento de la vitalidad general. Y
quiz, en el mismo tenor, pero bajo otras
premisas, es que el camarada Engels enfatiza
que el ejrcito se ha convertido en la finalidad
principal del Estado; los pueblos no existen
ms que para suministrar soldados.
La guerra moderna es un combate
inmisericorde sin consideraciones con el
enemigo ni siquiera con la poblacin civil.
Las recientes invasiones norteamericanas en
Medio Oriente dan cuenta de que la guerra
moderna ha perdido cualquier modalidad
tica o esttica. Destruccin brutal ciega,
Exenta de cualquier escrpulo moral,
preocupada slo por el xito y la aniquilacin
del adversario, la guerra moderna hace del
soldado un maquinista que utiliza de manera
racional sus recursos y fuerzas. No existe
nada comenta Caillois que no justifique la
eficacia. La virtud es la de la economa de
medios y eficiencia de fines. Ahora se trata
de obtener el mximo exponiendo lo mnimo
(Caillois, 1972: 211).
Los profetas de la guerra no la alaban por
algn efecto o aspecto, la aprueban por ella
misma de manera incondicional. El francs
Ren Quinton y el alemn Ernst Jnger
celebran la guerra como estado natural de la
virilidad masculina y consumacin total de la
existencia humana.
Quinton en sus Mximas sobre la guerra,
publicadas en 1930, escribe: Ella les da la belleza moral que la maternidad da a las mujeres. El instinto de conservacin sirve nicamente para que llegue vivo hasta el sitio de combate: haber nacido para luchar y morir. La guerra es para los hombres lo que el agua tranquila para los cisnes: el lugar de su belleza. La dureza de la guerra hace su santidad, todo lo ennoblece. La guerra es la edad de oro. Da a los hombres el sentimiento religioso, hace que todo aparezca pequeo y lejano, sana el alma, rechaza las consideraciones mezquinas de la justicia distributiva, ya que es por las mismas razones que la maternidad, escuela de altruismo. Fuera de ella, el hombre no es sino basura. Lo libera de los deberes artificiales de la vida comn (Caillois, 1972: 212-213).
Cabe destacar la perspectiva falocntrica que
est presente en los profetas de la guerra, no
slo porque parten de una separacin radical
entre la guerra como actividad masculina del
espacio pblico y las labores domsticas y de
maternidad femeninas como propias del
espacio privado, sino porque presentan a la
guerra como liberacin de los roles sociales
y afirmacin de una existencia plena.6
6 El mismo Roger Caillois no escapa a la mistificacin de la guerra como fiesta sacra. Al igual que sus ms conspicuos idelogos, Dostoievski y Jnger, considera que la guerra revela la epifana de lo sagrado y la realizacin del hombre como adulto. La mayora de edad se adquiere a travs de la destruccin del otro y no como autonoma vital e intelectual como dice Kant: En el curso de la fiesta es cuando el nio se vuelve un ser completo: la circuncisin completa del falo; la iniciacin, el llevar la mscara, consagran al adolescente. Lo sacan de la clase de aquellos a los que se espanta para introducirlo en el bando de los que espantan. De la misma manera, el servicio militar hace del joven un ciudadano consumado y el bautismo de fuego confiere al adulto un prestigio irremplazable. Entretanto, la guerra y la fiesta, por la amplitud,
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Desde tal visin, tal pareciera que la guerra
retrotrae al hombre y no al ser humano,
puesto que lo que siempre est en juego es el
varn a un supuesto orden sagrado y
primigenio. La glosa que hace Caillois de
Quinton sucumbe a la fascinacin del hechizo
blico: Los filsofos se equivocan al buscar
causas polticas o econmicas para las
guerras; sera reducir el amor a los
matrimonios de conveniencia. El hombre no
hace la guerra por lgica. La hace porque tal
es la ley y la guerra lo transfigura. La poltica
es el arte de extender plizas de seguros. La
grandeza de la guerra es romper los contratos
y poner al hombre frente al destino (Caillois,
1972: 214-215). En cambio para Jnger, La
guerra, nuestra madre, por medio de la
tcnica, libera al hombre del humanismo
antropocntrico moderno y sus ideales
democrticos mediocres. Revelacin decisiva
y forma total de la existencia, la guerra
representa para Jnger un juego divino
sangriento y sublime. Frente a Ella, el
hombre es nicamente el instrumento de una
voluntad superior. Las grandes batallas
de los sacrificios, por la mezcla agotadora cuya causa son, fundan un orden nuevo, revigorizan a la sociedad, la desembarazan de las instituciones que han caducado y que le estorban. Entronizan a los jefes jvenes y da comienzo una nueva era (Caillois, 1972: 261-262). Asimismo, habra que hacer un recuento preciso de las analogas y figuras literarias que muestran el militarismo como falocentrismo; por ejemplo, el uso de verbos es ms que elocuente: destruir, penetrar, violar, coger, cazar, hacerse hombre, tener virilidad, morir como hombre antes que ser cogido como marica o mujer.
apostilla urden el sentido de la historia,
traman su sentido secreto y ltimo: La guerra no tiene otro fin que ella misma. Es en conjunto el sacramento y el xtasis, el smbolo y el secreto. La conquista y hasta la victoria, a estas alturas, se han perdido de vista. Se espera de la guerra una especie de transformacin del ser en la que cada uno descubre la esencia de la vida y de su personalidad. La guerra no es solamente nuestra madre, tambin es nuestra hija. Si ella nos ha creado, nosotros la hemos engendrado. Somos piezas forjadas, esculpidas, pero tambin somos aquellos que blanden el martillo y dirigen el cincel. El advenimiento de la guerra, es la epifana de la verdad. Aniquila toda mentira, toda apariencia, toda impostura, termina por un tiempo con la pantomima humana. La erupcin de las fuerzas elementales rompe sin dificultad el dbil barniz de la civilizacin. El hombre se encuentra de nuevo en su patria ms antigua: la bestialidad sbitamente despierta que lo arrastra a los lmites de su ser y que le exige una enorme prodigalidad de fuerza y voluntad (Caillois, 1972: 219-221).
Quiz Jnger no era del todo consciente de
sus palabras cuando escribi La guerra,
nuestra madre, libro que despus repudiara.
En todo caso, los jefes de Estado y ministros
de pases totalitarios adoptan su filosofa
como mandato. Hitler y sus compinches del
Partido Nacional Socialista coinciden en que
la guerra es la forma ms elevada de la
existencia humana. Tanto en los regmenes
totalitarios de Occidente como en Oriente, ya
sean indistintamente de derecha o de
izquierda, la guerra aparece como la finalidad
del Estado: Cada guerra aumenta el poder
del Estado. Algunos de los rganos creados
para subvenir sus necesidades subsisten
despus de concluida la paz. Los mecanismos
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administrativos surgen ms rgidos, ms
completos, ms amplios. La guerra es el gran
factor de socializacin de los estados
modernos (Caillois, 1972: 232). Estimula la
economa y la produccin a gran escala.
Muestra el verdadero rostro del Estado
moderno, as como la fragilidad y
contingencia del orden legal impuesto. Puesto
que la poltica se reduce segn advierte
Valry a hacer la suma o la resta del poder:
la guerra liquida finalmente esas posiciones,
exige la presencia y la entrega de verdaderas
fuerzas, pone a prueba los corazones, abre los
cofres, opone el hecho a la idea, los
resultados a las frases. Tiende hacer depender
la suerte ulterior de las cosas de la realidad
brutal del instante (Caillois, 1972: 240).
Las insistentes comparaciones en diversas
culturas de Oriente y Occidente de la guerra
con el parto, no solamente se deben a su
carcter sangriento, doloroso y fecundo, sino
tambin porque expresa los bajos fondos
primigenios de la sociedad en su retorno a lo
natural. No obstante, resulta ingenuo pensar
que el antdoto contra la violencia es la
idealizacin de sus contrarios: derecho,
justicia, respeto y amor.
Roger Caillois se equivoca cuando afirma que
las guerras modernas son empresas de
destruccin estril, que engullen ms riquezas
e industria que la que generan (Caillois, 1972:
253). No es posible sucumbir bajo el
sortilegio de la guerra sin ver su dimensin
cientfico-tcnica y las enormes ganancias
que genera para la industria militar en el
capitalismo tardo. Detrs de la religin de la
muerte y los aspectos mrbidos del vrtigo de
la guerra, los crmenes y las atrocidades
actuales, estara la lgica delirante de un
capitalismo que ha liberado el consumo.
Tampoco es del todo exacto como arguye
Caillois que los actuales ciclos de guerra y
paz reproduzcan la sucesin de tiempos de
fiesta y vida cotidiana, con sus periodos
alternos de concentracin y dispersin,
turbulencia y trabajo, dilapidacin y
economa. El smil que compara la guerra con
la fiesta, por su carcter de excepcin y
trasgresin de la ley, impide reconocer que la
guerra contempornea, lejos de romper con el
orden establecido del capital, lo lleva hasta
sus ltimas y radicales consecuencias
(Caillois, 1972: 259).
Si bien la guerra contempornea es ciega,
absurda, mortfera, annima y devastadora no
por ello se debe sacralizar. Y aunque resulte
muy sugerente considerar que la guerra es la
manifestacin de lo sagrado por su naturaleza
incomprensible, aplastante e irrecusable hoy
no deja de ser sino una lectura mistificadora
de los procesos sociales. El bao de sangre
moderno no es tan azaroso ni impredecible
como a simple vista e ingenuamente se podra
ver. Tiene una lgica. El propio Caillois
comenta que: El Estado se afirma y se justifica, se exalta y refuerza enfrentando otra totalidad. En la guerra se es objeto de aplicacin mecanizada
Devenir, crear, destruir (del mercado de la violencia a la violencia del mercado) Sigifredo Esquivel Marn
131ISBN: 978-607-8164-02-8
y objetivo deliberado de un encarnizamiento hostil. Si el Estado naci de la guerra, ste le corresponde, engendrndola a su vez. Cada agravacin de la guerra se acompaa de un reforzamiento y una extensin de los poderes del Estado. Y a la inversa, toda nueva carga asumida por el Estado, conduce a un aumento del volumen y de la severidad de la guerra. Ms controla ste, ms consume ella; y el Estado controla siempre ms para que ella pueda consumir todava ms an. Cuando se constituye el Estado y se afirma, el espritu de competencia prevalece sobre el espritu de fraternidad. El camino que conduce de la fiesta a la guerra, se confunde con la va del progreso tcnico y de la organizacin poltica. Todo se paga: las formas actuales de la guerra estaban implcitas en el desarrollo mismo de la civilizacin7 (Caillois, 1972: 274-275).
7 En el marco de un amplio y continuado proceso de reingeniera militar y social que abarca a varios pases del subcontinente latinoamericano, la administracin Obama-Clinton consolida su escalada guerrerista en la regin, enviando ahora 13 mil 329 soldados y civiles a la pacfica Costa Rica. Consolida el corredor militarista conformado por la dupla contrainsurgente Colombia-Mxico y la instalacin de siete bases en territorio colombiano, la ocupacin humanitaria de Hait y el emplazamiento de cuatro nuevas posiciones castrenses en Panam. La virtual anexin de Mxico y la reconquista de Centro y Sudamrica forma parte de un vasto y larvado proceso de control de poblaciones, que se combina con la ocupacin, cuadriculacin y ordenamiento integral de territorios, y una refuncionalizacin de espacios geoestratgicos altamente rentables desde la ptica del gran capital (va megaproyectos que abarcan cuencas de grandes ros, acuferos, corredores biolgicos, hidrovas, carreteras, ferrocarriles, materias primas, cables de fibra ptica, etctera), que arranc de manera temprana con el Tratado de Libre Comercio de Amrica del Norte (1994), sigui a comienzos del siglo XXI con el lanzamiento del Plan Colombia, el Plan Puebla Panam y el rea de Libre Comercio de las Amricas (ALCA), y que en su fase ms cercana abarca a la Alianza para la Seguridad y la Prosperidad de Amrica del Norte (ASPAN o TLC militarizado, 2005) y la Iniciativa Mrida (2007). Despus de la guerra fra y la autodisolucin de la Unin Sovitica en 1989, la nueva estrategia de
A partir de Hegel la guerra se convierte en el
principal motor de la Historia: es su principio
y fin. La guerra conforma al Estado-Nacin
en la poca moderna. Entre guerra y poltica
se teje una densa urdimbre socio-tcnica que
configura la trama de la vida cotidiana. En la
modernidad, cada quien cumple una tarea
fraccional, microscpica, pero indispensable
en la buena marcha del conjunto. Hay que
confesarlo: la exterminacin indistinta a la
cual recurre de buen grado la estrategia del
dominacin pos-Panam est basada en la guerra asimtrica, una forma de conflicto irregular contra no-Estados (enemigos ubicados como Estados fallidos), sin restricciones de fronteras y donde se hacen difusas las reglas y los cdigos internacionales que regulan los conflictos blicos y los derechos humanos. La nueva estrategia se implementa bajo la forma encubierta de cuerpos de seguridad privados subcontratados por la Defensa estadunidense para realizar tareas propias de la guerra sucia (mercenarios, grupos paramilitares, escuadrones de la muerte y de limpieza social), en el marco de una militarizacin exacerbada de sociedades enteras, merced a una dramatizacin propagandstica de nuevas amenazas. En ese contexto, bajo la excusa de fortalecer la capacidad militar para combatir al narcotrfico y establecer una relacin duradera para cooperar en futuros aspectos de seguridad mutua, miembros del Ejrcito y la Marina de Guerra de Mxico estn siendo entrenados en el Comando Norte de Estados Unidos en programas de contrainsurgencia aplicados en Irak y Afganistn, experimentados antes en Colombia. Organismos estadunidenses, como la Oficina en Washington para Amrica Latina (WOLA) y el Centro para Poltica Internacional (CIP), han sealado que este ao 47 por ciento de los 3 mil millones de dlares de ayuda estadunidense a Amrica Latina se destinan a fuerzas militares o policiales. Si a ello se le suma el relanzamiento de la IV Flota del Pentgono en las aguas azules y marrones del Hemisferio Occidental, la dominacin de espectro completo se consolida en el eje conservador dependiente Mxico-Colombia (Fazio).
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da, corresponde a una solidaridad real. La
moral de los civiles es un objetivo militar:
hizo saber Churchill durante la segunda
guerra mundial. La moral, y todava ms la
capacidad de trabajo, por no decir la
existencia fsica (Caillois, 1972: 282).
Hoy la ciencia y la industria tecnolgica
deciden la eficacia militar. La fabricacin de
armas exige un trabajo en serie, masivo,
racional y planificado. Ahora la razn de
Estado, ley suprema del orden, ha sido
sustituida, o mejor dicho, puesta al servicio
de la razn del Mercado. El Estado se
transforma en un agente de ventas del
Capital. Estado que se exhibe como fuerza de
una violencia contenida, preventiva y
canalizada hacia la gestacin del poder
hegemnico. El Estado no slo tiene el
monopolio de la violencia, sino que tiene la
facultad de definirla, pues constituye un
agenciamiento institucional de factores
heterogneos que apropian y expropian la
violencia. Contra la violencia soberana y
libre, permite las formas ms variadas y
diversas de violencia codificada. El Estado
funda su poder en la violencia punitiva
corporal. El propio contrato social implica
violencia y represin: aceptacin de ciertos
lmites: ir la izquierda y no a la derecha
Por tanto, son las pequeas violencias
infinitesimales sin derramamiento de sangre,
se la puede llamar una violencia seca. El
Estado aplica una pequea violencia, la ejerce
sobre un individuo con vistas a observar
ciertas reglas necesarias de coexistencia
social (Jankelevitch, 2004: 120-121).
El Estado moderno ha monopolizado la
violencia de manera radical, racional,
sistemtica. A travs del capitalismo, el
Estado moderno pone a trabajar a la violencia
soberana, no en balde el sujeto del
racionalismo filosfico cartesiano coincide
con el sujeto burgus del protestantismo
liberal. La re-creacin de un orden legal que
administra y regula (tambin reglamenta) la
violencia resulta ser uno de los dispositivos
maestros de la modernidad cientfico-tcnica.
La nocin de biopoltica de Foucault alude a
dicha mutacin cultural en el seno de la
modernidad dieciochesca. Desde entonces, es
la vida humana cuerpo individual y cuerpo
social lo que va a estar en juego en las
contiendas polticas, jurdicas econmicas y
militares. La poltica se convierte en
medicina social, en teraputica preventiva. El
nazismo lleva el control de la biopoltica al
extremo ms radical, la tanatopoltica.
Paradjicamente la creciente demanda de
proteccin, seguridad y prevencin genera
ms destruccin, muerte, terrorismo y
violencia administrada. Y tambin,
paradjicamente la globalizacin,
extenuacin y finalizacin finiquitacin del
capitalismo tardo y la modernidad tecno-
cientfica, retrotrae la violencia de la
comunidad originaria al romper las fronteras
entre lo interno y lo externo, la inmanencia y
la trascendencia. Y es en este contexto donde
Devenir, crear, destruir (del mercado de la violencia a la violencia del mercado) Sigifredo Esquivel Marn
133ISBN: 978-607-8164-02-8
se puede ver una nueva escalada de violencia,
la violencia global y el nuevo militarismo
(Espsito).
La globalizacin ha extendido y radicalizado
el desequilibrio del Estado-Nacin moderno,
ha mundializado la crisis y la brecha entre
ricos y pobres. Del Estado-Nacin hemos
pasado al Estado-Industria-Militar. Estado en
el cual la poltica est directamente
relacionada con la guerra y el control
geopoltico global. Como bien ha dicho
Santiago Lpez Petit, para el Estado-Guerra
slo hay un monstruo con dos caras: de
terrorista y/o de inmigrante; que por cierto,
ambas, son generadas por su propia lgica
depredadora y genocida: El Estado-Guerra reduce la complejidad del mundo a partir de una poltica que es directamente guerra. Al final, lgicamente, se debera llegar a la indiferenciacin del Estado-Guerra en tanto que hecho uno con el mundo. El final debera ser este Estado que ha puesto la guerra en su corazn en y frente a un mundo uno pacificado. Habramos entrado en una nueva etapa de la globalizacin cuyo nombre ms adecuado es el de globalizacin armada. El Estado-Guerra es un dispositivo capitalista de produccin de orden. Ante el Estado-Guerra como dispositivo capitalista de produccin de orden no vale la pregunta qu es? sino la pregunta cmo funciona? (Lpez Petit).
El Estado-Guerra es un dispositivo de
sobredeterminacin de todas las relaciones
que va mucho ms all del Estado-polica,
pues ms que reprimir y contener, propicia un
clima de inseguridad y fragmentacin, donde
los ciudadanos se ven reducidos a clientes
que buscan cada vez con ms
desesperacin comprar bienes y servicios
como paliativos ante su inseguridad y
ausencia de sentido. El Estado-Guerra
produce una narrativa apocalptica y terrorista
donde Occidente enfrenta al Mal; siendo ste
todo lo que no se deja asimilar por una
macro-narrativa de valores comunes:
mercado libre, individualismo, apologa del
consumismo, miedo a la diferencia. El
Estado-Guerra radicaliza el fascismo
posmoderno individualista. Por eso, propone
Santiago Lpez Petit, contra el Estado-guerra
y su fascismo postmoderno desplegar una
guerra de guerrillas que combine formas de
luchas diferentes, desde la defensa de la
libertad hasta la interrupcin provocadora
basada en modelos de la crtica artstica. A la
heterogeneidad constitutiva del Estado-guerra
hay que oponerle la heterogeneidad de unas
formas de lucha diversas cuya nica
vinculacin es el querer vivir (Lpez Petit).
La violencia del mercado global (terrorismo del consumo)
Totalizacin de cualquier significado y
normalizacin del sentido, el todopoderoso
Mercado tiende a disolver las antiguas
hegemonas polticas, culturales e identitarias.
Genera una nueva lgica de significacin
impuesta por el capital y su cultura de
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consumo generalizado. Todo se vuelve
mercanca. Y sin embargo, la economa no lo
es todo, ni siquiera desde la lgica neoliberal
ms frrea. Macro-proceso de nivelacin
cultural, la globalizacin exige estrategias de
la ms diversa ndole, desde estticas hasta
polticas e incluso religiosas. En este sentido,
la normalidad, en tanto identificacin con lo
universal, imprime una violencia extrema a
los cuerpos, pues significa que el sujeto
individual interioriza, incorpora, las
representaciones de un sujeto humano
abstracto, un prototipo que marca y se
desmarca de los estero-tipos en tanto modelos
de inclusin/exclusin. La normalidad como
criterio de subjetivacin no excluye las
desviaciones y las anormalidades, sino
ms bien las implica como lmite interior de
un sistema jurdico-poltico y cultural. La
alteridad y la diferencia, independiente de su
extensin y fuerza social, son incorporadas al
cuerpo social como excepciones, que claro
est, confirman el reglamento social.
Hoy la comunidad reordena su realidad desde
el Capital. Y en concomitancia con los
procesos econmicos y financieros, emergen
procesos de igualacin, homogenizacin,
indiferenciacin y domesticacin a partir de
fuerzas centrfugas que diseminan por
doquiera formas de violencia y agresividad
que los sistemas sociales y legales ya no
pueden incorporar bajo su maquinaria y sus
dispositivos de reterritorializacin. Violencia
extrema en estado puro, el Capital financiero
reconduce la totalidad del ser a una
determinacin abstracta vaca, inerte,
intercambiable, mero flujo virtual. Rito del
Holocausto, la vida del capital demanda el
sacrificio de la vida humana, la reconversin
del tiempo en dinero; es el grado Xerox del
valor, donde triunfa el pensamiento nico
sobre el pensamiento universal. Lo que se
mundializa es el mercado, sus flujos
monetarios.
Y sin embargo, la sociedad actual, saturada
de violencia latente, potencial y actuante,
muestra la impotencia de canalizar la
violencia en la bsqueda de un estilo de vida
autnoma. La violencia se ha vuelto ms
sofisticada, se perfecciona, se expande, casi
adquiere una racionalidad propia. A la
violencia implosiva del capital, no se le puede
oponer la violencia explosiva del terrorismo,
pues ste no es sino la coartada perfecta de su
legitimacin, y en la prctica, acta como un
sutil aceite que fortalece los engranajes de su
maquinaria global post-estatal. Ms an, el
terrorismo se difumina y globaliza tambin,
terrorismo mundial o globalizacin
terrorista? Y si el Estado ataca el terrorismo,
lo hace generalizando el terror a todos los
niveles, espacios y experiencias. Con su
acostumbrado estilo crptico escribe Jean
Baudrillard: La violencia es anmica, el
terror es anmalo. El terrorismo no hace sino
llevar a su extremo el humanismo liberal y
cristiano: todos los hombres son solidarios,
t, aqu, eres solidario y responsable de la
Devenir, crear, destruir (del mercado de la violencia a la violencia del mercado) Sigifredo Esquivel Marn
135ISBN: 978-607-8164-02-8
miseria del paria de Calcuta. A fuerza de
interrogarse acerca de la monstruosidad del
terrorismo, habra tal vez que preguntarse si
no se desprende de una proposicin de
responsabilidad universal a su vez
monstruosa y terrorista en esencia
(Baudrillard, 1984: 35-37). La obsesin por la
seguridad y el confort ha llevado a nuestras
sociedades modernas a una paranoia extrema
donde la libertad pasa a un segundo plano o
ya no importa. Forma exttica de la violencia
y de la mano de la cultura meditica, el
terrorismo generalizado nos lleva a un estado
de indiferencia donde se festeja el crimen, la
sangre y la muerte en una orga pornogrfica
adictiva; que como toda adiccin, exige cada
vez mayores dosis para estmulos cada vez
ms precarios. Luces, cmara, accin: sin
exhibicin no hay terrorista. La pornografa
es justamente un arte de exhibicin de lo
neutro, de radiacin forzada de lo
neutro8(Baudrillard, 1984: 57).
Violencia exacerbada, exterminio y auto-
destruccin, el terrorismo termina por
8 Todos nosotros somos unos actores, todos unos espectadores, ya no hay escena, la escena est en todas partes, ya no hay regla, cada cual interpreta su propio drama, improvisa a partir de sus propias fantasas (Baudrilard: 65). Y sin embargo, el propio Baudrillard, lneas adelante seala que si estamos anestesiados y ya no existe la esttica (en el sentido literal) de la escena poltica es porque la homogeneidad y neutralizacin tienen efectos devastadores. La transparencia inexorable no se traduce en libertad, el xtasis de la comunicacin no supera (ms bien lo contrario) el drama de la alienacin y la cosificacin (Baudrillard: 68).
glorificar la represin, pero esto no hace falta
ahora, las sociedades avanzadas han
desarrollado con tanta maestra el arte de la
pasividad que interiorizan un terrorismo letal,
anorxico y conformista sumido en la apata,
miedo y desencanto. Carentes de imaginacin
crtica, los ciudadanos se reducen a ser
consumidores autmatas; pasividad y
obediencia los engullen. Ellos con
beneplcito aceptan todo en nombre del
confort y la seguridad. Y aunque, no se puede
evitar la violencia, si la domesticacin. Para
ello se necesita activar un devenir creativo y
solidario, reflexivo de la vida y en simbiosis
con otros seres no humanos.
El hecho de que cada vez ms seres humanos
sean completamente desechables,
absolutamente insignificantes, desprovistos
de cualquier utilidad y dignidad humana
dentro de una sociedad absolutamente
mercantilizada, no es un asunto banal, sino
que es algo que muestra la extrema violencia
del mercado. Las estrategias de eliminacin y
exterminio del capitalismo tardo son
implacablemente crueles y parece que hoy
regulan el frgil equilibrio de un capitalismo
al borde del colapso, donde el mercado
mundial es un absoluto sin exterior ni
alteridad real.
Acabar con todo tipo de manifestacin de la
violencia extinguira la voluntad creadora que
afirma la vida humana. El devenir humano es
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136ISBN: 978-607-8164-02-8
concomitante de la violencia. No hay un
grado cero del violencia, y oponerle la no-
violencia, en nombre de algn ideal (Dios,
Verdad, Bien, Justicia, Sabidura), puede
resultar, y de hecho as ha sido, mucho ms
violento que el fenmeno que se pretende
combatir. En la lucha contra la violencia no
se tiene ninguna garanta, esto no implica que
tengamos que inmovilizarnos sino que
cobremos conciencia y distancia crtica
respecto a nuestras propias expectativas de
libertad, paz y justicia. En tal contexto,
repensar la vida soberana ms all de la
violencia del capital y de sus formas de
domesticacin es una tarea social que nos
implica a todos. Sobre todo ahora que la
estimulacin indiscriminada del consumo
forma parte de nuestra lgica cultural en un
capitalismo minimalista y postindustrial,
donde la evasin, las drogas, las vacaciones y
el ocio constituyen una frmula de represin
y cooptacin que permite que la violencia
resurja con virulencia escurridiza, multiforme
e incontrolable. Violencia que se expande con
la complicidad de los poderes hegemnicos
(Estado, mercado y empresas) de un
capitalismo minimalista (Quintana).
Minimalismo que maximiza ganancias y
reduccin de costos sin importar el precio
tico y poltico de la destruccin y la miseria
de dos terceras partes de la poblacin
mundial.
A la violencia inherente al ser humano hay
que aadirle la violencia del mercado
capitalista: violencia del consumo y de la
mercanca. En la sociedad post-industrial la
mercanca inventa necesidades y objetos;
multiplica e intensifica el consumo. En
nuestra sociedad laica y postmetafsica, el
mercado funge como un integrador social,
efecta la tarea de las caducas instituciones
disciplinarias, donde comprar una mercanca
no es adquirir un producto sino un modo de
vida. Tener telfono celular, tarjeta de crdito
o automvil representa una serie de
relaciones de control del discurso, la
experiencia y el movimiento. El marketing
modela las subjetividades a partir de vaciar
cualquier significacin singular en el objeto
de consumo. Empero la alternativa reside en
problematizar en y desde los intersticios de
una produccin creativa de subjetividades
nmadas y anmalas una cultura meditica
que replantea la violencia como violencia
performativa, quirrgica y simblica. Ms
que definir a priori la violencia como algo
irracional y sin sentido, debemos considerarla
como una forma polimorfa de interaccin
cultural situada histricamente y con
dispositivos que modifican la vida cotidiana.
La violencia social hoy forja identidades
polticas y establece fronteras tribales, tnicas
y lingsticas, as como estilos y prcticas de
resistencia. La violencia se torna difusa, por
ejemplo, la cultura meditica produce y
difunde imgenes de violencia para captar
ms audiencia, al mismo tiempo, que
previene en contra del terrorismo y la
Devenir, crear, destruir (del mercado de la violencia a la violencia del mercado) Sigifredo Esquivel Marn
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delincuencia. Incluso el activismo poltico
radical no escapa a la iconografa de la
violencia de los media, desgraciadamente
cuando se impone la espectacularidad de la
violencia el sensacionalismo transforma
cualquier movimiento social en noticia
televisiva o espectculo comercial. Los
medios producen activamente la realidad
social, actan hoy como sistemas ontolgicos
cardinales que nombran el mundo
significativo y verdaderamente real, certifican
la realidad como experiencia compartida.
Mediante la seleccin, la presentacin, la
estructuracin y el modelado, producen
significados culturales que logran convertirse
en el sentido comn. Los marcos mediticos
hegemnicos tienden a (re)construir la
protesta social militante como peligrosa y
criminal. Por una parte, la violencia es una
forma importante de diversin meditica de
imgenes espectaculares, los medios
demandan formas de accin cada vez ms
espectaculares y violentas. De ah que los
discursos mediticos dominantes
desautoricen la protesta violenta como un
atentado contra el orden social y legal, y al
mismo tiempo, coopten su rating y
popularidad, pues las imgenes de jvenes
rebeldes crean conos de transgresin,
sexualidad y erotismo. Construccin cultural
meditica, la representacin de la violencia
afecta a una sociedad donde la insignificancia
y vacuidad se multiplican cotidianamente:
El panorama de irrealidad y rutinizacin del
imperio se hace cada vez ms firmemente
patolgico. El sujeto se convierte en
engranaje de un sistema que gira en el vaco,
donde la realidad coincide con el
capitalismo(Lpez Petit). Espacio de control
absoluto y de transgresin limitada, el mundo
global deviene un supermercado donde se
puede escoger libremente la marca que est al
alcance del capital cultural y econmico. Se
impone como pauta de socializacin una
individuacin normalizada que asla y
enajena.
Arte, literatura y violencia
El arte y la literatura, en tanto formas
especiales y muy singulares de comunicacin,
no han sido sino modos y medios de ocuparse
del problema de la violencia, el terror y la
finitud. El conflicto humano funge como
escena inaugural de las literaturas primitivas.
Parecera que la violencia est al inicio de la
historia y de la fundacin de la comunidad.
Psiclogos y antroplogos describen cmo es
que la violencia homicida funda la
comunidad humana, cosa que la literatura ya
haba hecho con bastante antelacin. Segn
Roberto Esposito, la comunidad se yergue
sobre una tumba a cielo abierto, que nunca
deja de amenazar con engullirla.
En la representacin mtica del origen, la
violencia no es exterior a la comunidad,
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138ISBN: 978-607-8164-02-8
emerge desde el corazn mismo de aquello
que resulta comn, comunitario: la com-
unin homicida es fratricida, est
mancomunada por el vientre materno. La
comunidad nos protege de la violencia,
comunicando e injertando su orden
simblico. Lo que se comunica en la
comunidad es la violencia mimetizada,
sublimada, reterritorializada. La literatura
mimetiza ese flujo contagioso, enigmtico,
impersonal y expansivo de la violencia.
Extrae de ah su fuerza, furia, estilo y
vitalidad, quiz por eso la literatura pacifista
tiene algo de inerte, impostado y apocado. Y
sin embargo, esa comunidad originaria, fruto
de la violencia mtica, resulta irrepresentable
tanto para la literatura como para el arte y la
filosofa. Frente a la comunidad se erige la
inmunidad de la violencia soberana, pero
como dicha violencia no slo es
irrepresentable sino que tambin es
ininteligible, se busca crear anticuerpos y
vacunas contra ese veneno fasto y nefasto
aunque a veces resulta ms nocivo el remedio
que la enfermedad. La literatura y el arte, de
igual forma que otrora la religin y los mitos,
crean y recrean las fronteras del orden y de la
experiencia.
Desde el reino de la imaginacin y la
mimesis, la literatura desdobla el orden de la
violencia como transgresin del orden
establecido. Se despliega justo en el umbral
donde las prcticas discursivas jurdicas y
polticas se cierran. Ah, la literatura se abre y
desafa cualquier legalidad. La literatura
recrea los fines y confines impuestos. Explora
los lmites y potencias de la subjetividad, de
la sujecin heternoma a la subjetivacin
autnoma. En cambio, el derecho excluye
toda forma de violencia externa que no
provenga de su ejercicio. Empero, lo hace de
manera paradjica: utilizando la violencia
que condena. Por su parte, la literatura no
prescribe ningn orden trascendente, sino que
efecta una exploracin radical de la
inmanencia.
Entre la disyuntiva de la identificacin y el
distanciamiento, la obra pone en juego se
instaura como juego de una interrogacin
sobre uno mismo, sobre los lmites de las
creencias y de la experiencia. El arte crea un
acontecimiento, irrumpe como el mismo
acontecer de la creacin (Balibar, 2005: 133).
Pero, a pesar de todo, sigue siendo un
acontecimiento fortuito que transgrede el
consumo y la mercanca, al potenciar su
extraeza, inutilidad, irrealidad e inquietud.
El objeto artstico hoy deconstruye, por un
mismo golpe de fuerza, la objetivacin y el
fetichismo del canon, y al mismo tiempo, la
obra artstica tiende a canonizarse.
Paradjicamente, al convertirse en mercanca
absoluta, en forma esttica sin finalidad, la
obra de arte, misma que hoy se evapora en
experiencias conectivas fugaces, posibilita la
liberacin ms radical de la mercanca ello
sin dejar nunca la ambigedad esencial del
arte, entre el ludismo y la seriedad, la crtica
Devenir, crear, destruir (del mercado de la violencia a la violencia del mercado) Sigifredo Esquivel Marn
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y la burla, la genialidad y la estafa, el lujo
aristocrtico y el consumo cultural.
No obstante, ninguna obra ha finiquitado una
guerra. No ha habido un poema que detenga
una bala, no hay una novela que haya
conjurado el fascismo. La literatura tiene que
admitir su impotencia radical para prevenir,
subvertir y contener la violencia, la guerra y
la destruccin. Dejmonos de retricas
vacas. En el mejor de los casos, la creacin
humana otorga un sentido al caos. El arte, la
ciencia y la religin conjuran los efectos
destructivos de una fuerza creadora que
emerge en el corazn ciego y secreto de la
violencia como forma contenida. Como el
bho de Minerva, el arte y la literatura
anticipan a la filosofa, de tal suerte que el
arte y la literatura de fines del siglo XIX y
principios del XX pondrn en escena las
principales inquietudes y problemticas que
ahora estamos viviendo.
El arte y la poesa y ciertas experiencias
msticas, chamnicas y mistricas recrean el
mundo desde un sentido inmanente a las
cosas mismas que no se opone a la violencia,
muerte y destruccin, que no elimina la
violencia natural o social, sino que la
cristaliza y la reconfigura bajo una
experiencia que replantea la violencia ciega,
domstica, micropoltica, annima y
anmala. Igual o ms temible que la
violencia, es la domesticacin,
(auto)aniquilacin pasiva, la que inhibe las
pulsiones, autoflagela, castra y anula al
individuo contemporneo.. En la creacin
artstica, el ser humano asume la vida desde
la finitud y la tragedia, pero tambin desde la
creacin activa de un ser que se afirma de
manera soberana.
Si la cultura sus procesos pedaggicos y
educativos amaestran, modifican, cultivan y
educan al nio como futuro ciudadano, el arte
y la literatura (sin dejar de ser creaciones
culturales y polticas) dan la posibilidad de
establecer cierta distancia crtica, de
extraamiento y ruptura frente a un mundo de
vida que se impone cada vez con mayor
fuerza como presupuesto monoltico
inobjetable. Entre las muchas cosas que el
arte y la literatura podran aportar a la
comprensin de la violencia, la agresividad y
la guerra, estara una memoria histrica de la
condicin humana, de su barbarie y su
capacidad de tica de construccin de
sentido, pues el juego de la creacin se revela
como don y generosidad de dar y dar-se un
mundo. La creacin aporta elementos
cognitivos y existenciales para reconfigurar la
urdimbre polifnica de procesos sociales de
cara a la tradicin y la historia. Creacin que
se mantiene en la frontera epocal, es un
espejo que nos sumerge en la experiencia
mltiple del presente y potencia otras
conformaciones enunciativas, otros recursos
semiticos y devenires intensivos. Rupturas
del orden y vocacin por lo desconocido,
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desde la errancia y contra la errancia,9 como
Paul Celan lo atisbara con implacable lucidez
en Amapola y Memoria:
Estoy solo, coloco la flor de la ceniza en el vaso lleno de negrura en sazn. Hermana boca, t dices una palabra que sobrevive ante las ventanas y silente trepa por m lo que so. Estoy en flor de la hora marchita y reservo una recina para una ave tarda: lleva el copo de nieve en su pluma rojo vida; con el grano de hielo en el pico atraviesa el verano (Celan, 2002: 69).
Como en una diminuta hoja est el bosque
entero, en estas breves lneas estn algunas
directrices de la poesa de Celan. Sus temas
recurrentes: la barbarie, el lenguaje del
nihilismo, la ausencia de Dios, la
comunicacin como utopa de los
desesperanzados. Y tambin est la indeleble
splica: aunque el yo est disuelto, se invoca,
se implora a un t. El poeta conoce su
soledad y reconoce que la muerte se
aproxima, hay seas y contraseas: la ceniza
9 La autocreacin de subjetividad se despliega en espacios sociales as como en juegos de lenguaje individuales, y para captar hoy los resortes ntimos de sentido auto-fundadoras de la existencia considera Flix Guattari que tal vez la poesa tenga mucho ms que ensearnos que la ciencia y la filosofa juntas. La creacin de subjetividad implica repensar la ontologa y su relacin con las realidades sociales y existenciales. Y efectuar una crtica de los grandes sistemas tericos que impiden la emergencia de nuevas invenciones. Una ontologa pluralista del acaecer contemporneo requiere una enunciacin discursiva mltiple. Los contenidos, verdades y valores de una teora cobran relevancia por su funcin existencializante, por su capacidad de reinvencin de la subjetividad. Y es en este sentido que el autor plantea un nuevo paradigma esttico y ecosfico que integre arte y educacin ambiental como antdoto contra la estupidez generalizada (Guattari, 1996: 36).
y la negrura que llega a su fin: la negrura
madura. Invoca a su prjimo inmediato: a su
hermana, siendo que nunca tuvo hermanos,
esta referencia aumenta la soledad y la
nostalgia por el encuentro con el otro
prximo y prjimo. Ese otro que dice una
palabra, quiz la ltima palabra, la del
sobreviviente que se proyecta en silencio y
cuya vitalidad est diezmada: Estoy en flor
de la hora marchita. El poeta dice estar en
flor, la flor es signo de vitalidad y plenitud,
pero tambin de fugacidad: por eso se trata de
la hora marchita: una vez ms se encuentra en
el trmino. Agonizante, el poeta tiene fuerzas
an, para seguir escribiendo: y ahorro una
resina para una ave tarda. Ya consumido o a
punto de consumirse, hace un derroche extra,
un gasto, pero como yace en el ltimo
estertor slo puede ahorrar para una resina, ya
no un madero, no se diga un rbol. El poeta
ahorra fuerzas, no para prolongar la vida, sino
para un ltimo envo, una ave tarda. La
resina bien podra significar la poesa o su
combustin, el calor humano negado al poeta
y a su prjimo, a su hermana. Lleva el copo
de nieve en pluma rojo vida: en este
hermoso verso se hace presente el rigor
potico de Celan, su economa discursiva,
como en los pictogramas chinos la escritura
es un cuadro que habla, pero aqu la
economa verbal no es de orden esttico, es
de orden vital y tico. La barbarie del
genocidio nazi deja al poeta sin palabras, y
las palabras que quedan no dicen nada, se
vacan de sentido. El ave tarda termina por
Devenir, crear, destruir (del mercado de la violencia a la violencia del mercado) Sigifredo Esquivel Marn
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llevar un copo de nieve, cualquier calor
posible se ha vuelto glido, las grafas negras
de escritura son un copo blanco, pero como
se trata de una palabra sobreviviente an hay
fuerzas para que sea en pluma rojo vida.
Frente a la lgida adversidad esa ave tarda
surca el esto. La palabra sobreviviente es una
especie de misiva lanzada al mar en pleno
naufragio: con el grano de hielo en el pico
atraviesa el verano. Despus de la barbarie,
la poesa tiene sentido como un testamento
infestado e intestado, pero tambin como
acicate de bsqueda de sentido. En el sendero
de la expulsin de la palabra, Paul Celan
recoge los pedazos que an quedan como
huellas de una humanidad tan imposible de
reconstruir como de olvidar.
La literatura ha transformado la experiencia
humana. Mosaico de heterogeneidades que
ampla no slo el campo de visin sino la
misma experiencia del percibir, la literatura
es un espejo de la creacin que se desdobla
en la recreacin infinita donde el original crea
figuraciones que muestran los lmites y
posibilidades del ser humano. Trabajo
despiadado y sin fin de y sobre las fronteras
ltimas de la expresividad, el lenguaje y los
horizontes de la experiencia, que hace que
segn Elas Canetti lo primero y ms
importante de la profesin de escritor sea su
condicin de custodio de la metamorfosis.
Por un lado habr de asimilar y transmitir las
herencias literarias abundantes en
metamorfosis. Tiene que resguardar el
espritu de metamorfosis. Por el otro, habr
de generar otras derivas, otras metamorfosis.
Agrega Canetti, en un mundo consagrado al
rendimiento y la especializacin, que cada
vez prohbe ms la metamorfosis por
considerarla contraria al objetivo nico y
universal de la produccin, es justamente un
hecho de capital importancia el que haya
gente dispuesta, a contra corriente de ideas
dominantes, a seguir practicando el preciado
don de la metamorfosis.10 (Canetti, 1981:
355-357). La experiencia literaria alimenta la
cartografa antropolgica de la subjetividad.
La literatura est ah, entre otras mil cosas
ms, para recordarnos qu significa devenir
(in)humano. En la literatura se cincelan con
laborioso y artesanal cuidado las fronteras
antropolgicas, ontolgicas y lingsticas de
la realidad. En una poca sin alma,
literalmente: desalmada, una de las funciones
elementales de la literatura es mantener el
fuego vivo del quehacer humano, de sus
sentidos, fines y bsquedas plurales. La
complejidad de la literatura muestra la
complejidad del mundo. En ella se afirma la
vida y se funden Logos y Eros sin
10 Desde otra perspectiva, ms melanclica, irnica y desencantada, Jean Baudrillard considera que el arte contemporneo tendra un chance de sobrevivencia como apertura a la metamorfosis, mutacin que va mucho ms all del arte, la esttica y la alta cultura, y estara avocada al juego y simulacro (Baudrillard, 1998).
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confundirse. Manantial de luz y lucidez, la
creacin del arte y literaria atisba nuevas
posibilidades de ser y hacer mundo desde una
micro-revolucin cotidiana.
Walter Benjamin, en Para una crtica de la
violencia, opone la violencia mtica a la
violencia divina, la primera sera la que se
funda en la ley, la norma y la normalidad
como sistemas de exclusin y opresin, la
segunda sera la violencia revolucionaria que
se expresa en la revuelta popular, el arte y la
literatura. La tarea de la creacin del arte y de
la literatura ha sido rememorar y recrear la
fuerza y poder de esa violencia divina que
nos muestra el potencial del erotismo y la
imaginacin. La violencia divina constituye
en todos los puntos la anttesis de la violencia
mtica. Si la violencia mtica funda el
derecho, la divina lo destruye; si aqulla
establece lmites, leyes fines y confines, esta
destruye sin lmites, nos exculpa y libera. La
pura violencia divina es violencia sobre toda
vida en nombre del viviente, no exige
sacrificios, es la tragedia en acto. Ausencia de
toda creacin de derecho, es destructiva
respecto a los bienes, el derecho y el orden de
la cultura, pero su creacin es concomitante
del espritu de lo viviente.11
11 Bajo la amenaza del nazismo nazi y sus colaboradores, a mediados del siglo XX, ya Walter Benjamin haba considerado en su ensayo Para una crtica de la violencia, dilucidar la relacin compleja y problemtica entre violencia, derecho y justicia. La violencia humana no se define slo por sus relaciones fsicas sino que implica
Benjamin apela a una violencia creadora que
se halla representada en las narrativas de los
oprimidos, vencidos, masacrados,
silenciados. Por algunos instantes, en el aura
del arte se atisba una violencia revolucionaria
redentora que transgrede toda imposicin. La
violencia en estado puro no es ajena al
momento creador del arte y la religin, por
relaciones morales de derecho y justicia. Dichas relaciones segn l son incapaces de comprenderse dentro del derecho natural, ya que su concepcin jusnaturalista es incapaz de cuestionarse la violencia ms all del orden legal. De tal suerte que la violencia dentro de la legalidad existente queda jurdicamente legitimada. Si la justicia es el criterio de los fines, la legalidad es el criterio de los medios. Los fines justos pueden ser alcanzados por medios legtimos, los medios legtimos pueden ser empleados al servicio de fines justos. La antinomia resultara insoluble si se demostrase que el comn supuesto dogmtico es falso y que los medios legtimos, por una parte, y los fines justos, por la otra, se hallan entre s en trminos de contradiccin irreductibles. Una crtica de la violencia requiere juzgarla en su conjunto y sus consecuencias, ms all de la legitimidad de sus medios. Nos invita a apelar a la filosofa de la historia, pero no a la visin hegemnica de la Historia Universal, sino a sus antpodas y mrgenes, una historia desde abajo, desde sus vctimas; esa memoria casi borrada por la barbarie y la ignominia. Hay que cuestionar la intencin del derecho por monopolizar la violencia bajo la nica explicacin de salvaguardar fines jurdicos o preservar el derecho mismo. Desde que hay cultura y civilizacin, en toda violencia humana hay un elemento no pensado an que est ligado a una creacin jurdica (Benjamin). Vladimir Janklvitch ha dicho que: La violencia revolucionaria tiene completamente un lugar en la lucha contra la peor de las violencias. La violencia revolucionaria, desde el punto de vista filosfico, no compete a una deontologa o a una moral diferente de la violencia de los resistentes contra el nazismo. Emplear la violencia contra una violencia mucho peor para al menos salvar lo esencial, y no capitular ante ella. Contra la violencia fascista, la violencia popular (Jankelevitch, 2004:121).
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desgracia aade el mito ha bastardeado con
el derecho su fuerza generadora. Tenemos
que mimetizar y expresar la violencia
soberana como un espacio de autocreacin de
sentido y no como su clausura.
Lamentablemente, la violencia mtica que
funda el derecho y sirve hoy al capital, en
algunos casos se enmascara como alta cultura
y cultura artstica.
Del mercado de la violencia a la violencia del
mercado, la sociedad actual encuentra en la
creacin del arte, cada vez ms
espordicamente, pero todava con esa
potencia benjaminiana, formas y experiencias
del devenir.
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