PROLOGO Modelos de Democracia

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RAFAEL ESCUDERO ALDAY   Modelos de democracia en España 1931 y 1978 traducción de beatriz morales bastos EDICIONES PENÍNSULA  barcelona

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RAFAEL ESCUDERO ALDAY 

 Modelos

de democraciaen España1931 y 1978

traducción de beatriz morales bastos

EDICIONES PENÍNSULA 

barcelona

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© Rafael Escudero Alday, 2013

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escritodel editor cualquier forma de reproducción, distribución, comunicaciónpública o transformación de esta obra, que será sometida a las sanciones

establecidas por la ley. Pueden dirigirse a Cedro (Centro Españolde Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesitan fotocopiar

o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com;91 702 19 70 / 93 272 04 47). Todos los derechos reservados.

 Primera edición: septiembre de 2013© de esta edición: Grup Editorial 62, S. L. U., 2013

Ediciones Península,Pedro i Pons 9-11, 11a pta, 08001-Barcelona.

[email protected] www.edicionespeninsula.com

víctor igual · fotocomposiciónlimpergraf · impresión

depósito legal: b. 13.064-2013isbn: 978-84-9942-173-5

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Estos que ves ahora deshechos, maltrechos, furiosos, aplanados,sin afeitar, sin lavar, cochinos, sucios, cansados, mordiéndose, he-chos un asco, destrozados, son, sin embargo, no lo olvides, hijo,no lo olvides nunca pase lo que pase, son lo mejor de España, losúnicos que, de verdad, se han alzado, sin nada, con sus manos,contra el fascismo, contra los militares, contra los poderosos, porla sola justicia; cada uno a su modo, a su manera, como han podi-do, sin que les importara su comodidad, su familia, su dinero.Estos que ves, españoles rotos, derrotados, hacinados, heridos,soñolientos, medio muertos, esperanzados todavía en escapar,

son, no lo olvides, lo mejor del mundo. No es hermoso. Pero eslo mejor del mundo. No lo olvides nunca, hijo, no lo olvides.

max aub, Campo de los Almendros 

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ÍNDICE

 Agradecimientos  11

un prólogo republicano 13

la constitución: instrucciones de uso 21

¿ningún tiempo pasado fue mejor? 33

La reivindicación republicana: las apariencias engañan 35

La Transición, ayer y hoy  46

Rendir cuentas con el pasado: sobre amnistías y amnesias 51

Las «líneas rojas» del pacto constitucional 67 Excursus . La sombra del franquismo es alargada 76

la soberanía popular, de la teoría a la realidad 81

Reforma constitucional: ¿misión imposible? 85

Cesiones de soberanía 93

El consenso y los pactos de Estado 102

democracia o genética 111El presidente de la República 112

El rey de España 119

montesquieu en el siglo xxi 129

El parlamento, sede del poder legislativo 132

Gobernar y dirigir la política 149

 Juzgar con independencia 162

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índice

la defensa de la constitución 173

La justicia constitucional, entre la política y el Derecho 175

Si Kelsen levantara la cabeza 186

un estado, ¿una nación? 197

El Estado integral 198

La España de las autonomías 205

interludio. ciudadanía y poderes salvajes 223

De la democracia directa... 224

...a la soberanía de los mercados 232

tomarse en serio los derechos humanos 243

 Ampliar espacios, incluir sujetos 246

La igualdad de género ante el techo de cristal 263

Con la Iglesia hemos topado 269

hacia la igualdad real 277Una república de trabajadores 281

Retórica y Estado social 288

 a modo de epílogo. alegato para demócratas en crisis 295

 Notas  303

 Referencias bibliográficas  323

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 AGRADECIMIENTOS

Son muchas las personas que me han acompañado en el reco-rrido por las constituciones de 1931 y  1978, ayudándome a valorar el texto republicano y a hacerlo, precisamente, a travésde su comparación con la actual constitución. Sin sus enseñan-zas no habría podido llevar a cabo este trabajo. La lista depersonas es tan larga que, de citarla, aburriría al lector y corre-ría el riesgo de olvidar a alguna. Ellas saben quiénes son y cómo les agradezco su apoyo. Agradecimiento que extiendo a Manuel Fernández-Cuesta, quien vigiló esta larga travesía coninfinita paciencia.

Suele decirse que es necesario tomar distancia de los te-mas para que estos lleguen a buen puerto. En este caso, talafirmación es enteramente cierta. Terminé este libro enBethesda (Maryland), gracias al año sabático que me concedióla Universidad Carlos III de Madrid durante el curso acadé-mico 2011-2012 y que me permitió pasar todo el año comovisiting scholar en el Washington College of Law (AmericanUniversity).

Dedico este libro a la memoria de quienes defendieron laRepública española frente al golpe de Estado fascista, muchosde los cuales no dudaron en cruzar la frontera y continuar lalucha por la democracia contra el nazismo. Son, como decía Max Aub, «lo mejor del mundo».

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UN PRÓLOGO REPUBLICANO

«Si la República no hubiera venido para mudarlo todo, nomerecería la pena haberla traído». Con estas palabras resumíaLuis Jiménez de Asúa —catedrático de Derecho penal, dipu-tado en las Cortes constituyentes por el PSOE y presidente dela comisión parlamentaria que redactó el proyecto de Consti-tución de 1931— el sentimiento de quienes se involucraron enla apasionante aventura de traer de nuevo la república a Espa-ña. Un sentimiento, el ser republicano, que había cobradofuerza ya en la segunda mitad del siglo xix y que tuvo sus mo-mentos de mayor efervescencia en aquellos tiempos que alum-braron la Segunda República española.

Ser republicano no consistía tan solo en rechazar la mo-narquía como forma de gobierno, ni entender que un merocambio de régimen político sería la inmediata solución a losproblemas del país. Aunque —conviene advertirlo— la Res-tauración y la monarquía de Alfonso XIII habían puesto muy fácil la posibilidad de tal interpretación: la dictadura, el caci-quismo, la falta de libertad y el subdesarrollo social y econó-

mico habían azotado España bajo su manto. La República seidentificaba con la modernidad, la democracia, la libertad y elrespeto a los derechos humanos, mientras que la monarquíasuponía el reverso de tal imagen.

Ser republicano consistía en portar los valores de la demo-cracia, la modernidad y la justicia social, en creer que solo me-diante su implantación y desarrollo podría llegarse a construiruna sociedad más libre, participativa e igualitaria. El éxito de la

fórmula republicana requería su extensión por doquier, de for-

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ma que impregnara la acción de las instituciones y los poderes

públicos, pero también la vida de los propios ciudadanos, cuyocomportamiento ni podía ni debía permanecer ajeno a tales valores.

Los republicanos eran conscientes de que la moderniza-ción de las estructuras políticas, económicas y sociales del paísexigía por su parte un cambio radical de actitudes, comporta-mientos y prácticas ciudadanas. Y a tamaña empresa dedica-ron sus esfuerzos. Con sus aciertos y errores, con sus distintasaptitudes y sus diferencias políticas, con los enemigos a los quetuvieron que enfrentarse desde el principio, sus dirigentespretendieron insuflar aire fresco a una sociedad atrasada y je-rarquizada, temerosa del poder que de forma arbitraria seejercía sobre ella y presa de atávicos prejuicios, donde caciques y curas mantenían un férreo control sobre sus integrantes.

¿Por dónde comenzar? ¿Cuál sería el mejor lugar desde elque impulsar el cambio de modelo social? Los dirigentes re-publicanos tenían muy clara la respuesta: desde el propio textoconstitucional. Varias razones contribuyeron a tal claridad.Por un lado, la convicción de saberse ante una sociedad muy fraccionada, donde los poderosos nunca aceptarían volunta-riamente y de buena gana la pérdida de sus privilegios, de losque por su religión, propiedades, género o clase gozaban des-de tiempos inmemoriales. Frente a ellos, los oprimidos —queen España eran legión— tampoco estaban dispuestos a dejarpasar la oportunidad que suponía la llegada de la República,

una República que concretara esos deseos de justicia social y democratización de la sociedad que pujaban cada vez con ma- yor fuerza. Una República que llevaba inscrito en su códigofundacional el intento de resolver los problemas que histórica-mente habían marcado la vida política: la forma de Estado, laorganización territorial, la cuestión social y el rol de la reli-gión en la vida pública.

Por primera vez se pensó que podía hacerse. Que podían

resolverse estos endémicos problemas de una vez por todas y 

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un prólogo republicano

que, una vez liberados de ellos, el Estado español podría com-

pararse a las democracias de su entorno en términos de liber-tades públicas y derechos sociales. Es esta la vocación con laque nació el nuevo Estado, la de romper con las ataduras quehabían llevado a España al desastre en que se encontraba acomienzos del siglo xx, para así construir una sociedad máslibre, igualitaria, solidaria, participativa y responsable. Esta vocación se manifestó ya en el propio texto constitucional, de-bido a la inquebrantable fe que tenían los dirigentes republi-canos en el Derecho como instrumento y motor de cambiosocial. No en vano algunos de ellos habían estudiado en Euro-pa con las más brillantes mentes jurídicas de la época.

Es cierto que la mera aprobación de una constitución, pormuy progresista que sea su lenguaje, no implica de por sí uncambio social. Pero no es menos cierto que, como advertía Manuel Azaña, la constitución no es un mero texto de Dere-cho público. Es, además, la plasmación en negro sobre blancode la correlación de fuerzas políticas en una sociedad. Y así debe entenderse el texto de 1931, como el contenido de esepacto que suscribieron las fuerzas políticas republicanas y elpunto de partida desde el que desarrollar principios, valores y políticas reformistas que se manifestaran en la actuación de lospoderes del Estado y en la propia conciencia de la ciudadanía.Lejos de configurar un programa utópico o irreal, la Constitu-ción de 1931 contenía lo máximo a lo que se podía llegar porla vía del reformismo en la España de la época en términos de

políticas sociales y avances democráticos.Que estas medidas fueran inaceptables para los sectores

tradicionales anclados en la defensa de sus privilegios sociales,económicos e ideológicos lo prueba el triste destino de la Se-gunda República. Desde un primer momento se apreció la fé-rrea oposición que suscitaría entre los partidarios del «viejoorden», defensores de una España cerrada en sí misma, cen-tralista en lo organizativo, católica en lo ideológico, jerarqui-

zada en lo social y escasamente democrática en lo político. En

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definitiva, la vieja España de la Restauración, desde la que se

pretendió vestir al nuevo régimen con ropajes revoluciona-rios, separatistas o comunistas y ateos. Todavía hoy se escuchan voces, amplificadas por no pocos

medios de comunicación, que insisten en caracterizar la Se-gunda República como un régimen más parecido a la Rusiasoviética que a las democracias liberales europeas. Esta carac-terización sirve de base para desarrollar posteriormente cier-tas teorías sobre su dramático final. Algunos, los más atrevidos,no dudan en justificar el golpe de Estado y el levantamientomilitar de 1936 como la vuelta a una legalidad que supuesta-mente se habría roto con los sucesos de 1934. Otros, más cau-telosos en las formas pero igual de osados en el fondo, se con-forman con argüir una hipotética deriva revolucionaria en susúltimos tiempos que hubiera justificado o explicado —pongacada uno el matiz que prefiera— la insurgencia golpista. Unos y otros coincidirían, entonces, en la siguiente conclusión: deno haber triunfado el golpe militar, la República habría su-cumbido a la revolución social en la que se hallaba inmersacuando aquel se produjo. Aunque escrita con otras palabras,no es más que una nueva versión de la interpretación que laderecha española hace de los hechos que condujeron a la aso-nada militar de 1936.

El análisis de la Constitución de 1931 sirve para desmontarestas tesis. Por un lado, aun cuando pueda parecer obvio,siempre conviene recordar que aquella presidía la legalidad

 vigente quebrada por el golpe militar de 1936. Por tanto, quehubiera o dejase de haber un proceso revolucionario en mar-cha en la España de los años treinta —hipótesis harto impro-bable a juzgar por los datos con que se cuenta— no justifica enningún caso un golpe de Estado amparado en una supuestapretensión de salvación ante tal peligro. Ni tampoco lo justifi-ca el hecho de que en los momentos posteriores al golpe seprodujeran reacciones contrarias a la legalidad en aquellas zo-

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ca. Presentar estos criticables hechos de forma aislada, sin po-

nerlos en relación con lo que estaba sucediendo en esosmomentos no solo en España sino también en Europa, negarque desde el gobierno republicano se persiguieron tales que-brantos constitucionales y, en suma, situarlos en el mismo ni- vel de gravedad que el plan de exterminio llevado a cabo porlos golpistas del 18 de julio es, sin duda alguna, una manipula-ción de la historia.

Por otro lado, el contenido del texto constitucional de1931 respondía a los postulados clásicos del liberalismo pro-gresista y de la socialdemocracia de la época. Nada hay en suinterior que llame a la revolución, a la ruptura de España o alateísmo, por citar los fantasmas tradicionales de la derecha. Loque sucedió, simple y llanamente, es que esta no estaba dis-puesta a aceptar la pérdida de sus seculares privilegios; algoque pudo apreciarse ya en los propios debates de aprobaciónde la Constitución. Y de ahí que tensara el orden constitucio-nal todo lo que pudo. Durante el gobierno de la CEDA, en elbienio negro o rectificador de los años 1933 a 1935, medianteun intento de vaciamiento de la obra republicana por canalesal margen de los previstos en la propia Constitución para sureforma. Después, a través del levantamiento militar de juliode 1936 que puso fin, tras tres años de guerra, a la vigencia delsistema constitucional republicano.

 Todo lo acaecido en los casi cuarenta años de dictaduracondicionó el proceso de transición a la democracia puesto en

marcha tras la muerte del dictador Franco el 20 de noviembrede 1975. No podía ser de otra forma. Factores como la brutalrepresión, la continua propaganda antirrepublicana, la violen-cia política ejercida durante toda la dictadura y la presiónconstante de los sectores reacios a cualquier cambio políticoagrupados en lo que se ha venido a denominar el búnker o el«partido militar» determinaron en gran medida el devenir delproceso constituyente caracterizado por la aprobación de la

Constitución de 1978. La huella de esa presión se dejó sentir

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tanto en el desarrollo del proceso —piénsese, por ejemplo, en

la tan traída y llevada ley de Amnistía de 1977— como en elpropio articulado del texto constitucional. No en vano toda- vía hoy se encuentran rastros del franquismo en la vida sociale institucional española. Restos que no pudieron eliminarseen su momento y que se proyectan sobre la esfera pública de- jando sentir su sombra.

Los deseos de cambio de la sociedad española de los añossetenta tuvieron que convivir con la pretensión del manteni-miento del statu quo de ciertos sectores y personajes de la vidapolítica y social. De ahí que no se hablara de ruptura con elfranquismo y recuperación de la legitimidad republicana, sinode transición y amnistía, de pasar página y construir un futuroen el que renunciar a la reivindicación del pasado, dado queeste fue igual de malo para todos. La lectura de la Constitu-ción de 1978 no puede realizarse al margen de estos factores,los cuales incidieron en su articulado. Del mismo modo quetampoco se puede apartar la mirada sobre los aspectos de ellaque más recuerdan a la herencia republicana y que, de algunaforma, trazan una línea de continuidad entre la vieja Constitu-ción de 1931 y el texto constitucional actual.

En estas páginas se realiza un estudio comparado del con-tenido de ambas constituciones. Se analizan sus semejanzas y similitudes, sus puntos de convergencia, recorriéndose así las«raíces» republicanas del sistema constitucional actual. Tam-bién se analizan sus diferencias y puntos de divergencia, es

decir, la distancia que separa ambos textos. Una distancia ge-nerada por aquellos aspectos en los que el constituyente de1978 se apartó de la senda trazada en 1931, bien porque lanueva realidad exigía nuevas y no viejas recetas, bien porquequienes recibieron la tarea de elaborar un nuevo texto consti-tucional ni confiaban ni creían en el modelo de sociedad polí-tica que proponía la constitución republicana. Aun con moti- vos bien distintos, lo cierto es que a estos últimos unía un

mismo objetivo: rechazar aquellas dimensiones de la Consti-

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tución de 1931 que hicieran caminar el proceso de transición

de 1978 hacia posiciones más democráticas en materia políti-ca, más ambiciosas en la conformación de una ciudadanía res-ponsable y más avanzadas en el plano social.

En este punto conviene recordar un aspecto que frecuen-temente olvidan quienes se aproximan al estudio del Derecho.Las normas jurídicas se independizan de la voluntad de suscreadores, dado que estas pueden ser leídas e interpretadas porcada sujeto de una forma que no tiene por qué coincidir con lade quienes las alumbraron. No siempre se leen los textos dela misma forma. Las premisas ideológicas, morales y políticasde cada persona, es decir, sus «gafas epistemológicas», deter-minarán la atribución de tal o cual significado a las disposicio-nes que aparecen en las constituciones, en los códigos o en lasrecopilaciones legales. Se explica así la existencia de varias y distintas lecturas de una misma constitución, no pocas de ellascontrapuestas entre sí.

Una segunda característica preside cualquier ejercicio deDerecho comparado: la constante y mutua interdependenciade las interpretaciones de los textos jurídicos en juego. El aná-lisis que aquí se propone no va a escapar de este entrecruza-miento de lecturas. Resulta inevitable leer el contenido de laConstitución de 1931 a la vista de lo estipulado en la de 1978,máxime cuando el ejercicio de comparación pretende llamar laatención sobre las líneas que las unen y los puntos que las se-paran. Esta perspectiva de análisis, aun a riesgo de resultar

más compleja para el lector, permite apreciar mejor las luces y sombras de ambas constituciones, evitando en cierto modo esatendencia a la idealización que en ocasiones les acompaña.

Este libro nace con la pretensión de proporcionar al lectorclaves e instrumentos para que valore la relación que existeentre las dos constituciones promulgadas en la España del si-glo xx. Una, la del 31, a la que sus enemigos impidieron queempezara a surtir los efectos que se predican de toda constitu-

ción; otra, la del 78, considerada por sus apologetas como el

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texto que ha generado la época de mayor paz y bienestar de

nuestra historia. Que sea el lector quien extraiga sus propiasconclusiones al respecto.Por mi parte, no quisiera dejar de cumplir con el imperati-

 vo marcado por Max Weber a todo investigador: declarar departida sus opciones y valores personales. En este sentido,creo que la Constitución de 1931 contenía en su interior el ger-men de una sociedad más libre, democrática y justa que el quepueda contener la de 1978. Su articulado destilaba una clara y decidida apuesta por transformar la realidad a la que tenía queenfrentarse. Esta apuesta no se aprecia —o, por lo menos, nose manifiesta de una forma tan meridiana— en el texto consti-tucional de 1978. Y no porque no fuera necesario, dado queurgía transformar de raíz el país que el franquismo legó, sinoporque no se tuvo (o no se pudo generar) el suficiente corajepolítico para plantear ese cambio radical de modelo de socie-dad y de país. Que no se quisiera o no se pudiera hacer enton-ces no es argumento ni excusa para no hacerlo en el futuro.Basta con que exista voluntad política para poner en marchauna sociedad más abierta e igualitaria, con mayor espíritu crí-tico, donde se promueva la participación ciudadana en losasuntos relativos a la res publica, con instrumentos de control y de ordenación de la actividad económica por parte de las ins-tituciones políticas democráticamente elegidas, y en la que segeneren más dosis de responsabilidad o virtud cívica.

De ahí la necesidad de volver la mirada hacia la Segunda

República y a su constitución. No para recordar de forma nos-tálgica un pasado que ya no volverá, sino para contar con unsólido referente en el camino de construcción de una sociedad y un país más avanzados en términos políticos y sociales.