Marcha Atrás

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MARCHA ATRÁS MARCHA ATRÁS Burt Filer Lo primero que vio fue a Sally mirándole fijamente. Estaba sentada en el amplio lecho y tenía cuatro dedos de su mano izquierda introducidos en su boca. Por algún motivo, se envolvió en la sábana y la mantuvo alrededor de su cuerpo con el otro brazo, como sorprendida súbitamente por un desconocido. Fletcher se incorporó. - ¿Qué pasa? ¿Qué hora es? Se sentía raro y más fatigado de lo normal. Su voz había sonado ronca y le dolían las dos piernas, la sana y la otra. - Ha empezado la marcha atrás - dijo Sally. Sus dientes castañetearon, como siempre que experimentaba una intensa emoción. Sus largos cabellos castaños cayeron hacia adelante, con un rizo en vanguardia. Fletcher inclinó la mirada hacia el brazo que mantenía engarfiado alrededor de su rodilla sana. Estaba requemado por el sol y pecoso, tal como agosto solía ponerlo. Pero, ¿de qué año futuro era el agosto que había hecho esto? Los dedos estaban embotados, las uñas recomidas, y el propio brazo aparecía dos veces más hinchado que cuando Fletcher se acostó. Sally se retrepó en la almohada, parpadeando, al borde de las lágrimas. - Estás más viejo - dijo -, mucho más viejo. ¿Por qué lo has hecho? Fletcher apartó la sábana y apoyó los pies en el suelo. - No lo sé, de veras que no lo sé. Pero dicen que esto le cambia a uno por completo. Andando apresuradamente por encima de la vieja alfombra verde que habían trasladado al dormitorio después de un prolongado servicio en la planta baja, se contempló en el espejo del tocador. Al principio no daba crédito a sus ojos. El hombre de negocios, algo obeso pero todavía atractivo, de treinta y seis años, había desaparecido. El hombre del espejo se parecía más a un pescador siciliano, nudoso y curtido por el viento. Fletcher observó durante unos largos segundos las venas azules que envolvían sus antebrazos y pantorrillas como redes de pescar. Las dos pantorrillas. La izquierda, aunque torcida como siempre, era ahora más gruesa. Parecía fuerte, pero le dolía. El rostro de Fletcher era diez años más viejo. Grabado en los surcos que rodeaban sus ojos veíase el desencanto que la edad aporta a través de una vida de forzadas sonrisas. Y aunque el vello de su pecho estaba decolorado por el sol, pudo ver fácilmente que buena parte de él era realmente blanco. Fletcher cerró los ojos y se apartó del espejo. Acercándose de nuevo a Sally, se sentó en el borde de la cama y apoyó una mano en el hombro de su esposa. file:///H|/eMule/Incoming/Ciencia%20Ficción/marcha_atras.htm (1 of 6)01/11/2003 18:31:06

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MARCHA ATRÁSBurt Filer

Lo primero que vio fue a Sally mirándole fijamente. Estaba sentada en el amplio lecho y tenía cuatro dedos de su mano izquierda introducidos en su boca. Por algún motivo, se envolvió en la sábana y la mantuvo alrededor de su cuerpo con el otro brazo, como sorprendida súbitamente por un desconocido. Fletcher se incorporó.- ¿Qué pasa? ¿Qué hora es?Se sentía raro y más fatigado de lo normal. Su voz había sonado ronca y le dolían las dos piernas, la sana y la otra.- Ha empezado la marcha atrás - dijo Sally. Sus dientes castañetearon, como siempre que experimentaba una intensa emoción. Sus largos cabellos castaños cayeron hacia adelante, con un rizo en vanguardia.Fletcher inclinó la mirada hacia el brazo que mantenía engarfiado alrededor de su rodilla sana. Estaba requemado por el sol y pecoso, tal como agosto solía ponerlo. Pero, ¿de qué año futuro era el agosto que había hecho esto? Los dedos estaban embotados, las uñas recomidas, y el propio brazo aparecía dos veces más hinchado que cuando Fletcher se acostó.Sally se retrepó en la almohada, parpadeando, al borde de las lágrimas.- Estás más viejo - dijo -, mucho más viejo. ¿Por qué lo has hecho?Fletcher apartó la sábana y apoyó los pies en el suelo.- No lo sé, de veras que no lo sé. Pero dicen que esto le cambia a uno por completo.Andando apresuradamente por encima de la vieja alfombra verde que habían trasladado al dormitorio después de un prolongado servicio en la planta baja, se contempló en el espejo del tocador. Al principio no daba crédito a sus ojos.El hombre de negocios, algo obeso pero todavía atractivo, de treinta y seis años, había desaparecido. El hombre del espejo se parecía más a un pescador siciliano, nudoso y curtido por el viento. Fletcher observó durante unos largos segundos las venas azules que envolvían sus antebrazos y pantorrillas como redes de pescar. Las dos pantorrillas. La izquierda, aunque torcida como siempre, era ahora más gruesa. Parecía fuerte, pero le dolía.El rostro de Fletcher era diez años más viejo. Grabado en los surcos que rodeaban sus ojos veíase el desencanto que la edad aporta a través de una vida de forzadas sonrisas. Y aunque el vello de su pecho estaba decolorado por el sol, pudo ver fácilmente que buena parte de él era realmente blanco. Fletcher cerró los ojos y se apartó del espejo.Acercándose de nuevo a Sally, se sentó en el borde de la cama y apoyó una mano en el hombro de su esposa.

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- Debo de haber tenido un buen motivo. No tardaremos en descubrirlo.No eran más que las seis de la mañana, pero no podían pensar ya en dormir, naturalmente. Se vistieron. Sally descendió a la planta baja delante de él, todavía esbelta a los treinta y cuatro años, y todavía deseable. La envidia de muchos.Sally giró a la izquierda y entró en la cocina, seguida de Fletcher, el cual continuó andando hacia el garaje. Su pretexto para el aislamiento eran los velocípedos, del mismo modo que para Sally lo era el desayuno. «Dejadme solo y me acostumbraré a ello - pensó Fletcher -. Dejadla sola y también ella se acostumbrará.»Dio la vuelta alrededor de su automóvil hasta llegar a su banco de trabajo y encendió la luz. Los velocípedos le infundieron una momentánea sensación de seguridad, brillando allí, tan esbeltos, tan funcionales. Levantando el suyo, comprobó la tensión de la cadena. Perfecta.Dejó caer la rueda trasera en los rodillos libres. Montando, pedaleó contra una leve resistencia, tal como siempre había soñado que deberían ser los caminos.Tal vez lo serían ahora, con aquellas piernas. ¿Por qué había pasado diez años torturando los músculos de un lisiado? Por vanidad, quizás. Pero a costa de perder aquellos diez años para siempre, parecía irrazonable.Fletcher estaba sudando, y el velocímetro sobre los rodillos marcaba treinta. Pedaleó con más fuerza y el velocímetro marcó cincuenta.¿Debía llamar a la Central del Tiempo? No, ya le habían advertido que no le prestarían ninguna clase de ayuda. Se limitarían a decirle que en algún punto, diez años en el futuro, había acudido a ellos con la petición de ser retrotraído al presente... y que antes de dar el salto su mente había sido acondicionada debidamente.Lamentable, Mr. Fletcher, pero es el único modo de minimizar la contaminación y la paradoja temporales. Algo fastidioso, la paradoja. Su mente pertenece al Fletcher del presente; no tiene usted conocimiento del futuro. Se hace usted cargo, desde luego...Lo que él sabía era que el cuerpo de cuarenta y pico de años de Fletcher había sido retrotraído para ser utilizado por la mente del Fletcher de treinta y seis años, casi como una bestia de carga.Y el Fletcher de treinta y seis años sólo podía preguntarse por qué.Mucha gente trataba de escapar de alguna infelicidad en sus últimos años. A menudo, la cosa daba resultado. Se convertían inevitablemente en anacrónicas incongruencias entre los que en otro tiempo fueron contemporáneos suyos. Pero, a la edad de Fletcher, diez años no significaban demasiado, y suponía que todo el mundo se acostumbraría a él. Pero, ¿se acostumbraría Sally?Sesenta, marcaba el velocímetro. Fletcher observó con cierta sorpresa que había estado pedaleando a aquella velocidad durante quince minutos. Era preferible reducir la marcha, y ahorrar energías para el viaje. ¡Qué fuerza! Tal vez aprendería a jugar al tenis. Podía verse a sí mismo derrotando a Dave Schenk, con Sally de espectadora. Ahora, Fletcher estaba sonriendo. Sally se alegraría. Ahora tenía un viejo fuerte, en vez

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de un joven blando, de un pobre lisiado. Polio. El había sido uno de los últimos. Otros hombres habían mantenido las puertas abiertas para él desde siempre, y él aprendió a sonreír...El velocímetro volvía a marcar los cincuenta. Y, ¿dónde estaba el desayuno? Su cuerpo tenía hambre. ¿Qué había hecho, este cuerpo? Sabiendo por amarga experiencia la lentitud con que respondía al ejercicio, Fletcher llegó a la conclusión de que los diez años perdidos habían sido dedicados casi exclusivamente al desarrollo físico.Pero, ¿para qué? ¿Alguna crisis, que podría afrontar con más fortaleza en el segundo rodeo? ¿Y por qué había decidido ser retrotraído a esta mañana, precisamente?- ¡Fletch, el desayuno está listo! - llamó Sally.La voz era más firme y sosegada. Desmontando, Fletcher se quedó de pie, con las manos en los bolsillos, contemplando cómo perdía velocidad, hasta pararse del todo, la plateada rueda.Sally no querría discutir. Al menos durante una temporada. Había sucedido lo mismo con la pierna de Fletcher, antes de que contrajeran matrimonio. Fletcher apagó la luz y se dirigió a la cocina.- Aquí se está más fresco - dijo.Al sentarse, notó que la silla estaba más dura. Tenía menos carne en las nalgas. Sally se acercó con dos platos y se sentó. No al otro lado de la mesa, sino al lado de Fletcher. Una muestra de confianza. Comieron lentamente, en silencio.Fletcher contempló el perfil de su esposa. Con los cabellos recogidos detrás de la nuca, tenía un aire muy patricio. Nariz recta, boca seria. Como Anastasia, había dicho Dave Schenk. Sally le sorprendió mirándola, empezó a sonreír, cambió de idea y soltó su tenedor.Le miró rectamente a los ojos.- Creo que lo hice yo, Fletch - dijo.Inclinó un poco la frente, esperando un golpecito tranquilizador, y Fletcher se lo dio. El día fue muy caluroso. Al cabo de una hora estaban pedaleando a la brillante luz del sol y se habían detenido para quitarse los jerseys. Sally parecía alegre. Por primera vez, quizás, Fletcher la sorprendió observando con aire maravillado su cuerpo, especialmente su pierna. En su fuero interno, Fletcher se regocijó. En voz alta, dijo:- ¡Adelante, mis guerreros!Y pedaleó con más fuerza, situándose en cabeza.Se dirigían hacia la Storm King Mountain. De cuando en cuando, un automóvil pasaba rápidamente junto a ellos, pero no tardaron en abandonar la carretera. Tenían, exclusivamente para ellos, el camino de tierra que conducía a la alberca. Zumaques lampiños a la izquierda, y un centenar de pies de aire desnudo a la derecha.- ¡Eh! - dijo Sally -. No tan aprisa.Desmontando, se sentaron debajo de un inmenso arce. Sally reclinó la cabeza sobre un

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hombro de Fletcher y deslizó una mano entre su brazo y sus costillas.- ¡Oh! - exclamó, y enarcó las cejas.Permanecieron sentados allí unos instantes. Encima de ellos, las ramas se extendían a través del camino. Debajo, el Hudson trazaba una enorme ese, con una isla verde y redonda en un extremo. Era un río ancho y viejo, moviéndose lentamente. A lo lejos, unas cuantas lanchas de motor zumbaban como abejorros, dejando pequeñas estelas blancas detrás de ellas. Reptando a lo largo de la orilla opuesta, un tren de pasajeros se dirigía a Nueva York.Olía como en primavera. Levantándose, Sally se acercó a las bicicletas y cogió una sombrilla blanca. Regresó haciendo girar el mango entre sus dedos.- Lista - dijo.Reemprendieron la marcha. Fletcher subió la cuesta sin cambiar de desarrollo, tal como hacía Dave Schenk. ¡Ojalá estuviera ahora con ellos!Alrededor de las once llegaron a la cumbre. Era un pequeño parque, muy poco frecuentado, al parecer, y en él se encontraba el depósito de agua de la compañía de electricidad. Sally extendió la comida que traía preparada sobre una mesa de madera roída por la lluvia y el viento. Luego se sentó sobre una ancha repisa de granito. Fletcher empezó a encender una fogata.Le costaba un poco de trabajo, ya que había olvidado traerse unas teas y tuvo que trocear unas cuantas ramitas para que prendiera el fuego. Se pinchó el dedo pulgar, frunció el ceño, se chupó el dedo y levantó la mirada.Sally estaba de nuevo en pie, recogiendo más flores. De cuando en cuando se interrumpía para proyectar su mirada por encima del río. El paisaje era incluso más espectacular aquí, ya que se encontraban a una altura de trescientos o cuatrocientos pies directamente encima del agua.Unos cuantos pies más allá de la línea principal del arrecife había un promontorio herboso. Una sombrilla blanca ondeaba por encima del heno y de las enredaderas silvestres. Fletcher intuyó el peligro y tomó aliento para llamar a Sally.Sally gritó al tiempo que sus piernas desaparecían de la vista. Retorciéndose en el aire, se agarró frenéticamente a dos puñados de hierba.Sólo estaba a veinte metros de distancia, pero entre ellos se interponían la fogata y la vieja mesa de madera. Fletcher apoyó ambas manos sobre la humeante chimenea de piedra y saltó. Era un metro de altura, pero hubiera saltado igualmente metro y medio. Una docena de pasos, cada uno de ellos más rápido y más largo que el anterior, le llevaron hasta la mesa. Inclinó la cabeza y levantó la pierna derecha para saltar, echando hacia atrás la más débil. Experimentó un intenso dolor y estuvo a punto de caer. Necesitó andar cuatro pasos para rehacerse, y otros cuatro pasos para llegar junto a Sally.Se precipitó hacia las dos delgadas muñecas que se deslizaban hacia abajo, y agarró una.

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Sally volvió a gritar, esta vez de dolor. Fletcher la alzó hasta la altura de su barbilla, con las dos manos alrededor de la pequeña mano blanca de su esposa. Reclinándose hacia atrás sobre sus rodillas, la izó del todo. Luego empezó a temblar y trató de ayudar a Sally a ponerse en pie. Su pierna izquierda le falló.Cayendo al lado de Sally, permaneció tendido sobre el cálido granito y trató de controlar el ritmo de su respiración. Por algún motivo, le resultó difícil. El rostro de Sally se agitó delante de él y mientras perdía el conocimiento se oyó a sí mismo repitiendo- Este es el motivo, este es el motivo... Los párpados de Fletcher estaban ardiendo, de modo que los abrió y miró directamente al sol. Llevaba más de una hora tendido allí. Sally... Su mente dio un salto hacia atrás y el aliento se encalló en su garganta. Pero, no, todo había pasado, Sally estaba ahora tendida a su lado. Fletcher se incorporó sobre un codo. Su pierna oscilaba entre el entumecimiento y un insoportable dolor, y tenía muy mal aspecto.Pero la muñeca de Sally no lo tenía mejor. La espuma que rodeaba sus labios daba fe de ello. Mientras Fletcher movía suavemente su cabeza para apartarla del abismo, Sally gimió.Fletcher tardó diez minutos en llegar a la mesa y regresar con una botella de vino. No habían traído agua. Roció la frente de Sally y luego acercó el gollete a sus labios. Sally se reanimó, se desmayó, volvió a reanimarse.Sally había descendido la mitad de la cuesta cuando encontró a unos excursionistas. El jeep llegó a las tres, y a las cuatro estaban los dos en la sala de ortopedia del Hospital de Rockland.Fletcher se encontraba aún bajo los efectos del anestésico y no se había recuperado del todo del shock. Mientras le contaba al reportero lo que había ocurrido, al hombrecillo casi le caía la baba. El suceso había tenido lugar en sábado. El miércoles siguiente, cuando les dieron de alta y regresaron a casa, la historia aparecía aún en la cuarta página de los periódicos. En el porche había un cesto de plástico amarillo lleno de telegramas y de cartas sin abrir.En el hospital no habían podido estar mucho tiempo solos. De modo que después de que Sally hubo preparado el café se sentó enfrente de Fletcher en la mesa de la cocina y preguntó:- ¿Cómo te has sentido?- Bien. Un poco desorientado, quizás.- Sí. - Sally inclinó la mirada hacia su taza -. Fletch, supongo que la primera vez que fuimos allí, me caí.Fletcher asintió.- Tal como era antes, no hubiese podido salvarte. - Contempló el yeso que recubría su pierna -. Diez años míos por todos los tuyos. Volvería a hacerlo.- No resultó barato - dijo Sally.

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- No, no resultó barato.Aquella noche hicieron el amor. Fletcher había estado preocupado por aquel aspecto del problema, y descubrió que sus temores eran justificados hasta cierto punto. Diez años establecen una diferencia. Sally procuró tranquilizarle y Fletcher se quedó dormido; algo apaciguado, pero sabiendo lo que iba a suceder.Fletcher se tiñó el pelo y se sometió a una operación de cirugía estética. Ganó cinco kilos de peso. Su aspecto era muy parecido al del Fletcher de treinta y seis años. Su nombre quedó envuelto en una especie de leyenda, y cuando cambió de empleo su sueldo casi se duplicó.Su pierna izquierda no se soldó nunca satisfactoriamente, y a pesar de todo lo que hizo para remediar la situación se encontró en el mismo lugar donde había empezado. El y Sally no tuvieron hijos y terminaron divorciándose, dos años más tarde. Sally volvió a casarse, pero Fletcher permaneció solo.

FIN Edición digital de SadracBuenos Aires, Mayo de 2002

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