Los Chasquis del Rey

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    V. rAftl-ANí

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    LOS 

    CHASQUIS DEL REY

    Vera Sorell Vera y Ole Sorell 

    Vera de Sorell es misionera con World Team, antes RBMU. Sirvió en el Perú, con su

    esposo Ole Sorell, desde 1953 hasta 1980 en que se retiraron del campo misionero por

    razones de la viday de salud física. Dios llevó aOle a su hogar celestial 1988. Poco tiempo

    después Vera fue de visita a Tarapoto, departamento, de San Martín, Perú, su antiguo

    campo de labranza. En el vuelo hacia Tarapoto su hogar por muchos años, se sentó junto a

    dos jóvenes, que con ella iban también a Tarapoto. Grande fue la sorpresa de Vera al

    descubrir que aquellos jóvenes, que crecieron en San Martín y que tenían conocimiento de

    las iglesias evangélicas en toda la región, nunca habían oído de las señoritas AnaSopery

    Roda Gould, misioneras pioneras déla obra del Señor muy conocidas en toda la región, y

    que apenas sabían acerca del Hospital Evangélico de Lamas, ni conocían a otros

    misioneros. Eran, sin duda, estos jóvenes de otra generación.

    El hecho de hablar con estos jóvenes fue para Vera el lenguaje del Señor que le llamaba,,

    más bien desafiaba, a escribir la historia de la obra misionera, desde sus principios, y la

    llegada del santo evangelio de salvación a aquella necesitada región, para que sea leída j

    conocida en todos los círculos evangélicos y extraevangélicos.

    Vera aceptó el llamado -reto- del Señor. Como no tenía experiencia en el difícil campo de

     producción literaria tomó dos cursos para escritores a la par que estudiaba los archivos

    diarios y cartas de muchos misioneros, ministros, creyentes, entre extranjeros \

     peruanos. El resultado fue la aparición de la presente obra Los Chasquis del Rey.

    Se espera que la lectura de  Los Chasquis del Rey  sea de gran bendición, edificación

     beneficio y desafío para todos los lectores y que hallan muchos que oyendo el llamamientc

    del Señor, sigan las pisadas de los misioneros pioneros y sigan sembrando en todas las

    ciudades, aldeas y comarcas la semilla del glorioso evangelio de salvación por gracia en e

    corazón de todos los hombres. Dios dará el crecimiento.

    ISBN 9972-701-03-4

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    LOS CHASQUIS 

    DEL REYQue Corra El Que Leyere

    Vera Sorell

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    Los Chasquis del Rey

    Que Corra el que leyere

    © 1998 Vera Sorell© 1998 World Team

    Prohibida la reproducción parcial o total sin la autorización

    correspondiente.

    Compuesto por Ediciones Puma, Lima-PerúHecho el depósito legalRegistro 98-1752Primera ediciónLima 1998

    Pintor de la carátula: Brian ParlaneDibujante: Ruth A. Brown

    Impreso en Lima-PerúPrinted in Perú

    ISBN 9972-701-03-4

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     A la memoria de mi esposo, don Ole Sorell, que ahora está entre la multitud de los bienaventurados 

    en la presencia del Señor, con todo mi cariño.

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    índice

    PRÓLOGO-----------------------------------------------  i

    DEDICATORIA------ -—...................................... vü

     ACERCA DE LOS CHASQUIS---------------------  1

    @ Viaje Soper-Gould Jun-Jul 1922 ----------------------------   4

    1 Un Viaje Inolvidable------------------------ - 5

    2 Paso a Paso------------------------------------ 8

    3 No Temeré —---------------------------------- 12

    4 Somos Libres----------------------------------- 16

    5 DemasiadoTrabajo---------------------------- 21

    6 La Carrera--------------------------------------- 27

    7 Hijos Obedientes------------------------------ 32

    8 Viene un Médico------------------------------- 38

    9 Nuevos Horizontes --------------------------  42

    10 Lamasman----------------------------------------------- 46

    ©Departamento de San Martín.............. ........................  46 @ Viaje Ana y Elena a Lamas Oct 1929---------------------- 52

    11 Por Los Montes---------- ---------------------  53

    12 Aprendiendo Armonía------------------------  60

    13 ¡Qué Dolor!-............................................ 66

    14 Don Vicente------------------------------------- 71

    @ Penetrando con el Evangelio a la Región

    del Huallaga A. Soper y E. Cifuentes, 1932  ----------   77

    15 ...Y Por los Ríos------------------------------- 78

    16 “Aquí No Pueden...”--------------------------   8617 ¡Auxilio!------------------------------------------  90

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    (f$) Vicente Rumbo Costa Rica Feb-Apr 1935 ...............   95

    18  Destino “Arabia”-............................................... 96

    19  Dolores de Crecimiento------------------------------ 101

    20  Venciendo.......................................................... 107

    21 En La Angustia-----...........................................  112

    22  Penetrando El Ponasa------------------------------- 119

    23  Eduardo y Los Remolinos................................  123

    24  Tuvieron Visión...............................................- 129

    25  ¡Salto de Ranas! ---- ---------------  - — — — 1 3 626 ¿Otra Religión? -................ ......... ............ 142

    27  Hermano Víctor ---- -------------------------------— 148

    28  Aprendieron a Leer ............. .............................   157

    29  Alcanzados en Amazonas................................ 163

    30  Peruanas, su Influencia-................................... 171

    @Valles Cainarachi-Shanusi y Paranapura....................  183

    31  Cómo Dios Contestó---------------------------------- 184

    32  Un Niño Les Guiará--------------------------------- 189

    33  Cambios Mayores-------------------------------------- 198

    34  El Remezón--------------------------------------------- 205

    35 ¡Hola, Don Ole!................................................. 211

    36  Siempre Seguiré...............................................   215

    37  ¿Matar? o ¿Sanar?---------------------- ------------- 225

    38  Impactados en Loreto--------------------------------  235

    39  Que Corra El Que Leyere--------------------------   242

    @ "Llenaron" los Valles con el Mensaje

    del Evangelio............................................................. 248

    EPÍLOGO----------------------------------------------------------- 249

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    Prólogo Los Chasquis del Rey es el relato de una serie de historias

    verdaderas de experiencias, aventuras, victorias, traspieses;también de amor y devoción al Señor y a la obra misioneraevangélica básicamente centralizada en el departamento deSan Martín, Perú, y de allí posteriormente extendida a otrasregiones del país y más allá, vinculada a la Misión del PerúInterior, hoy World Team. En esta obra no hay lugar parala ficción ni mucho menos para la verosimilitud; sólo parala realidad.

    En todas las historias, especialmente al principio,se halla entretejido un hilo de una oposición nada racional,mezclada con odio y hasta engaño, procedente de la jerarquíade la “religión oficial”. Las agendas (diarias) de los misioneros pioneros están llenas de relatos de amor, devoción y sacrificio,matizados con ataques aleves de una ciega oposición quese veía amenazada en su propio fortín por la verdaddel evangelio de Dios.

    En tanto que entre los evangélicos había un amor genuinoaun hacia la jerarquía (obispos y sacerdotes) de la Iglesia

    Católica Romana (I.C.R.) de la región e inclusive se oraba confervor por su salvación, a pesar de los dolores que éstaocasionaba a los misioneros y el pueblo evangélicos, no senotaba similar correspondencia cristiana en dicha jerarquía;antes bien había una oposición, con prácticas malsanas,amparada en su posición de religión oficial del Estado.

    A principios de la obra misionera evangélica la oposiciónera decididamente abierta en toda la región de San Martín hastael pontificado del Papa Juan XXIII quien declaró que losevangélicos eran sólo “hermanos separados” y no enemigoscomo antes se afirmaba. La oposición desde allí se atenuó, pero

    no cesó; se hizo, sí, más sutil. Clara evidencia de ello era lamarginación de los niños evangélicos tanto en las escuelas públicas como en las confesionales; también había velada persecución a los individuos y grupos evangélicos.

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    ii LOS CHASQUIS DEL REY

    La puerta de la libertad de confesión, no obstante, se abría , paulatinamente desde una pequeña apertura al principio hastauna casi completa posteriormente. Entre los años 1959 a 1963,en el departamento de San Martín a los escolares y colegialesse les permitió usar para sus clases de religión una copia del

     Nuevo Testamento en la “versión popular”: Las Buenas Nuevas para el Hombre Moderno, así la lectura de la Biblia yano era del todo prohibida como antes.

    El Nuevo Testamento arriba mencionado no se podíaencontrar en la región, en cualquier librería, sólo en la LibreríaEvangélica de Tarapoto, ubicada en aquel entonces en la

    esquina de los jirones San Martín y Alfoso Ugarte.Los estudiantes llegaron en tropel a esta librería. Asímuchos católicos, especialmente los del sector estudiantil,empezaron a leer las Escrituras y algunos, gracias a Dios,fueron alcanzados para su salvación mediante la sola lecturade la Palabra de Dios.

    Pasaron tres décadas hasta que casi se dejó de hablar de persecusión; pero bien pronto apareció en el Perú un nuevomonstruo, tal vez mayor que el de la persecusión a losevangélicos: era el terrorismo. Cierto grupo se alzó en armascontra el Estado y la sociedad peruana postulando al principio

    ideas políticas radicales. Bien pronto se olvidaron de sus ideas políticas y se dedicaron al crimen, saqueo, etc., en una palabraa la delincuencia común en todas las formas imaginables.

    Este grupo acometió sin piedad contra el orden establecido,contra todo lo que se llama religión, sin hacer diferencia algunaentre las confesiones, también contra la sociedad peruana en sutotalidad . Esto constituyó una larga y costosa pesadilla en elPerú. Gracias a Dios que ya está pasando, aunque su secuela sesentirá por muchos años en el futuro. ¿Aparecerá otromonstruo?

    Bueno, Satanás no se agota en su afán de encontrar formas

     para obstaculizar la obra de Dios; pero ya dijo Cristo:“...edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no permanecerán contra ella” (Mateo 16.18). Dios sigue

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    Prólogo iii

    constrayendo su iglesia, rescatando a hombres y mujeres detodas las edades de las garras del enemigo.

    El lector encontrará dentro de estas páginas las experienciasde una sierva del Señor, Hortensia de Pina, que se mencionacasi al principio del libro. Dios la preservó durante todo el tiempodel relato hasta el último capítulo. La siguiente experienciade doña Hortensia que aquí se da en parte, demuestrasu valor y coraje:

    Al no encontrar gente ni canoa en el puerto río Sisa,Hortensia llamó gritando varias veces. Del otro lado,finalmente, se oyó una voz:

     —Allá voy, mama Tencha.1Era Milena, la encargada de encontrar a Hortensia.

    Momentos después apareció a la distancia cruzando el río anado. Al llegar donde estaba Hortensia y después de saludarsecariñosamente, Milena dijo:

    -—¡Vamos ya, mamá Tencha! —¿Cómo? ¿Y la canoa? —preguntó Hortensia entre

    sorprendida y asustada. —Cruzaremos el río así no más, nadando. No hay canoa

     —repuso Milena. —¡¿Nadando?! —preguntó otra vez asustada Hortensia,

    que ya tenía setentiseis años. —¡Sí! ¡Nadando! —repuso con firmeza Milena. Supo que

    Hortensia sabía nadar. No había nada que hacer. Instantes después,

    encomendándose a la gracia del Señor, ambas valerosasmujeres se echaron al río que estaba bastante crecido, parachimbar 2 a. nado. Estaba en peligro sus vidas.

    Dos cabecitas3  aparecían y desaparecían entre lastorrentosas aguas del río Sisa. La fuerte corriente lasarrastraba río abajo. Gracias a Dios que lograron su objetivo.

    1 Apócope de Hortensia, por cariño.2 Cruzar.3 Diminutivo de cariño.

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    iv LOS CHASQUIS DEL REY

    Hortensia presentó el mensaje aquel mismo día a un gruporeunido hambriento de la Palabra.Aunque me es ajena esta experiencia, me hace recordar lo

    que yo misma sentí ante el proyecto de escribir el presentelibro. Yo también me he lanzado temerariamente, no a un ríosino a una tarea que me parecía imposible de realizarla. ComoHortensia, tuve que depender de la gracia del Señor y de otras

     personas. Pero lo que más importa no es el cómo sino el porqué de esta obra.

    Son muchas las razones que me motivaron a escribir estelibro. En primer lugar, dar gloria y honor a mi Señor que me

    escogió, juntamente con mi amado esposo, don Ole Sorell, nosolamente para salvarnos sino también para que le sirvamos enel departamento de San Martín, Perú, como misionerosenviados por él. En segundo lugar, honrar la memoria de loschasquis pioneros de la obra misionera en dicho departamento,

     por su ejemplo de arrojo sacrificial, devoción y servicio a lacausa que es la más grande de todas, la de proclamarel evangelio donde antes no había sido anunciado.

    En tercer lugar, animar a los actuales chasquis del Rey acontinuar con la sagrada misión del Señor y a seguir elejemplo trazado por sus antecesores “a fin de que la palabra 

    de Dios siga corriendo...” (2 Tesalonisenses 3:1) porquebradas, ríos, caminos y pueblos de la selva alta del nororiente

     peruano y más allá.En cuarto lugar, edificar por la lectura de la Palabra y de

    este libro a todos los creyentes, y desafiarles a realizar unaobra cada vez más consagrada al Señor en el lugar dondeestén, sabiendo que nuestro “trabajo en el Señor no es en vano” (1 Corintios 15:58).

    En quinto lugar, invitar a muchos de los creyentes(hombres y mujeres) a escuchar y obedecer la voz del Señorque, de repente, les está llamando a tomar la posta de los

    chasquis del pasado y del presente, para que continúenconsagradamente en la siembra de la Palabra, en la región deSan Martín, hasta el día de Jesucristo.

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    Prólogo v

    Una breve anécdota. Cuando en cierta ocasión mencionéacerca de este proyecto a mi amado esposo, don Ole, ahoracon el Señor, todavía recuerdo vivamente sus palabras detierna sabiduría, cuando me contestó:

     —Sé precisa. Habla con exactitud. Y no escribas mucho.¡Cuán difícil es cumplir estos sabios como lapidarios

    consejos! Gracias doy al Señor que me fortaleció en todomomento aun en los de gran confusión. La gratitud es porenviar desde el principio a personas que me ayudaron. Muchas

     peticiones se hicieron en los grupos de oración.¡Es indescriptible la ayuda que recibí del Señor por tales

    oraciones!Mi gratitud es para Virginia Tait, quien me guió en la

    composición. El Señor la retuvo un mes en mi casa cuando su plan era quedarse apenas unos días. Luego al pastor GordonLean (ya con el Señor) quien sacrificó mucho tiempo yesfuerzo para editar mi trabajo cuando le enviaba losmanuscritos por correo. Una profesora de inglés, la Sra. BellJaeger, jubilada de Prairie Bible College, me ayudó despuéscorrigiendo y haciendo atinadas sugerencias.

    Mi gratitud es a Merle Wilkins, joya de incalculable valor,mi vecina y compañera de oración. Su pericia en el uso de la

    computadora me sacó de problemas a los que jamás yohubiera podido solucionar. Sin su ayuda, y sus oracionestambién, nunca hubiera aparecido este libro.

    Gracias a Grace Forgrave que me animó a iniciar ycontinuar este proyecto y me ayudó también en la revisión delos materiales. Gracias también al querido hermano doctorHéctor Pina, hijo de mamá Hortensia, por su ayuda en laedición de esta obra en castellano, y a su hija Esther quien al

     principio pasó el manuscrito a lá computadora.Dios puso a su siervo Juan Mills de la Misión World

    Team (antes RBMU) en el momento preciso para ayudarme hasta

    la publicación de esta obra. Juan merece un reconocimiento por su habilidad en el trabajo de imprenta. También agradezco

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    vi LOS CHASQUIS DEL REY

    a World Team, misión a la cual pertenezco, por permitirmerealizar este trabajo. No me he olvidado del ejército de personas amigas,

    misioneros y creyentes nativos, a quienes me veo obligada aagradecerles, porque compartieron conmigo sus diarios,testimonios, cartas y otros materiales y a mi colega, KeithAnderson por las horas dedicadas en la organización delmaterial.

    Gracias doy, asimismo, a mis hijos y nietos quienessoportaron a una mamá y abuela, que se ausentara a menudo.Agradezco a mi yerno, Dennis, por ayudarme en la compra de

    la computadora y a mi hijo Dale por enseñarme a usarla.Es larga también la lista de personas a quienes me gustaría

    dedicar esta obra. Por razones obvias me inhibo de hacerla. Noobstante, debo hacer mención especial al pastor Vicente Coral,quien como chasqui del Señor corrió fielmente durante 60 años,desde el principio de la década de los 30 hasta el 26 de mayo de1990, cuando puso su mochila4  de servicio a los pies de suSalvador, Señor y Maestro a la edad de 94 años. ¡Qué corona laque debe haber recibido ya!

    Y debo pedir disculpas a un buen número de misioneros,creyentes, chasquis del Señor, quienes corrieron con igual

    sacrificio y dedicación como los arriba mencionados, por nohaber incluido sus nombres e historias en esta obra, porrazones de espacio. Tendrán su recompensa tambiénen la gloria.

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    Acerca 

    de Los Chasquis

    Los Chasquis Del Inca

     —Uuu, UUU, UUU, llliu, uuu.Un joven chasqui1  escuchó el sonido de la bocina2  de

    cuerno que resonaba por el valle. Al instante se puso a laexpectativa, pero la neblina limitaba su visión. Instantesdespués escuchó los pasos del que venía corriendo por elcamino del Inca. Recibió el quipw'   del recién llegado, y sin

    decir palabra alguna se puso de inmediato a correr hasta la siguiente estación llevando el quipu.  Allí entregó su encargo aotro chasqui. Así era el sistema de correo en el imperio de losIncas. Así se mantenía fluida la comunicación entre el ejércitodel Inca y el centro de operaciones del imperio incaico en elCusco. Habían miles de chasquis. Cada uno de ellos corríatres kilómetros de distancia por la carretera imperial, aúndurante las noches más oscuras.

    1

     Correo humano en el Incanato (Perú antiguo).Medio de comunicación que usaban los chasquis.3 Cuerdas con nudos de que los indios peruanos se servían para suplir 

    información a falta de escritura, y dar razón de las cosas y también para las cuentas.

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    2 LOS CHASQUIS DEL REY

    Durante su turno, que duraba quince días, el chasqui vivía junto a la carretera en una choza en forma de colmena. Desdeallí escuchaba el anuncio de la llegada de su compañero, otrochasqui. Así los negocios del Imperio y las noticias entre lacapital y las distintas regiones del Imperio iban a unavelocidad de 185 kilómetros por día.

    A más de ser veloces, los chasquis tenían que serinteligentes para retener y transmitir con exactitud lainformación recibida. Debían ser hombres valerosos, porque amenudo en el camino eran amenazados por enemigos yanimales silvestres. Los caminos iban por los valles hondos y

    montañas altas, a través de bancos de nieve y de ciénega,sobre rocas en la sonda de ríos caudalosos. Habían tambiéntúneles que atravesaban las escarpadas montañas e iban porlos desfiladeros de las mismas.

    Se puede comparar los chasquis de los Incas con otros queen otro época hicieron servicio, no al gran Inca, sino al Reydivino en un aislado departamento del Perú llamado SanMartín. En este libro les introducimos a los lectores como:

    Los Chasquis Del ReyUn Boletín misionero referente a ellas (primeramente

    vinieron mujeres) informó lo siguiente: “Internadas en laselva virgen de la hoya amazónica peruana, viven tresmujeres misioneras inglesas. Dos de ellas son enfermeras yuna, profesora. Sus vidas de arrojo y trabajo son un ejemplode devoción cristiana.

    “La directora de aquel núcleo misionero es la señoritaAnnie G. Soper. Por los años 1917 a 1922, la señorita Soper prestó sus servicios en Lima. Organizó la primer escuela deenfermeras en el Perú. Después junto con la señorita F. RhodaGould inició el avance misionero hacia el corazón de la Selva

    del nor-oriente peruano. A estas se sumaron más tarde otrasmujeres misioneras.“La influencia de estas mujeres ha servido hasta hoy para

    que el evangelio se extienda por toda la selva sanmartinense y

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     Acerca de los Chasquis 3

    loretana del Perú y más allá. Falta aún un biógrafo que nosofrezca, en los anales de las misiones cristianas modernas enel Perú, un relato más acusioso y penetrante.

    “Annie G. Soper, F. Rhoda Gould, Elena Soper, LucíaKisky y otras mujeres más, eran personas que amaron muchoy se asemejaron en mucho a la persona de nuestro SeñorJesucristo. Son, a la vez, el desmentido del alegato que se leede la pluma de hombres de letras hispanas en el sentido deque el protestantismo ha producido sólo sociedadesmisioneras bien organizadas, pero que no ha dado al mundohéroes misioneros.” ¡Tamaño error!

    Phyllis Thompson escribió de estas misioneras (y otrosmás que les siguieron) en “Dawn Beyond the Andes” (ElAlba Más Allá de los Andes). Por los años 70, Ellen Buckle,una de las misioneras que estuvo muchos años al lado de lasseñoritas Soper y Gould, escribió “Albores de la Montaña”,una obra semejante a ésta. Su libro concluyó con el relato delavance del evangelio en la región de San Martín y el Perú.

    Desde entonces el avance ha seguido su curso. La obra delSeñor ha crecido fenomenalmente. En 1992 los creyentes deSan Martín solicitaron una historia actualizada de la obra delSeñor en San Martín y su avance hacia otras regiones. En

    respuesta a esa solicitud aparece esta obra. Es ofrenda deamor al Señor y a los hermanos creyentes agrupados en laAIENOP, ADIBEL y a todo el pueblo de Dios en Américamestiza.

     —Vera Sorell

    Fuentes de información:“The Incredible Incas and Their Timeless Land” by Loren

    Mclntyre, National Geographics Society, Washington, D.CDr. John MacKay en el boletín misionero de William

    Soper de Londres.

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    50 100 150 200

    Chachapoyas\9  Leymebamba

    CalendínQ" Balsas

    Moyobamba'••-•ORioja 0 oTarapoto

    Lamas

    vPacasmayo "Cajamarca

     ViajeSoper-

    GouldJun-Jul1922

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    Un Viaje Inolvidable

    Una espesa neblina matutina cubría al pueblo serrano deCajamarca, Perú. Octavio y Javier, tanteando en la oscuridad,

     ponían alforjas pesadas sobre los lomos de las acémilas.1 Ambos eran arrieros. Estaban para partir en viaje al interior del

     país. —¡Uy, Javier, mira quiénes vienen! ¡Alediantre! ¡Son

    mujeres! —Exclamó al ver acercarse dos mujeres a ese lugarde trabajo de sólo hombres.

    Al hablar Octavio dejó de ajustar la cincha de la montura desu acémila. Se quitó la gorra tejida, de colores vivos paramirarles fijamente. Mostró su asombro al ver que ponían

     bastantes sacos y maletas en la acera de su habitación. Estaban para viajar a Moyobamba. Era su equipaje. Sorprendidoexclamó:

     —¡Tantas cosas!Javier, molesto, le llamó la atención.

     —¡Qué tanto miras! ¡Ayúdame!Javier estaba metiendo en la alforja uno de los fardos del

    correo que había llegado de la costa. Habían muchas cosa, queacomodar para después ponerlas sobre las bestias. Las dosmujeres, por su parte, se dirigieron al dueño de las acémilas.

    1 Bestias de carga, mayormente muías. En 1922, no se soñaba aún con  carreteras en el Perú, mucho menos aviones. Las acémilas servían como únicos medios de transporte para llevar diferentes mercancías a los pueblos de los andes y la selva amazónica.

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    6 LOS CHASQUIS DEL REY

     —¡Vaya! ¡Son gringas!Exclamó Octavio cuando les oyó hablar en castellano conacento inglés. Mayor aún fue su sorpresa al percatarse que lasmujeres se dirigían a Moyobamba. Dudaba que un extranjeroaguantaría el largo y duro viaje, mucho menos si se trataba demujeres, y ¡tan frágiles que se veían!

    El dueño notando la firmeza de su propósito y el dinero parael pasaje, convino en llevarlas. Dio orden a los peones deagregar dos muías más a la caravana. Octavio y Javier metieronlas maletas y los abultados cajones en las alforjas. Después de balancear el peso de la carga, levantaron entre los dos y

     pusieron sobre las acémilas. Y ¡a viajar!Ana Soper había sufrido mareos en el barco entre Lima yChimbóte, y también en el tren a Chilete y de ahí a Cajamarca.

     Nada de comodidades había. Roda2 Gould luchaba para subir ala bestia con la tosca montura de madera sin estribos. Sesorprendió porque las bestias no tenían bridas, solamentecabresto. Llegó el momento de la partida de Cajamarca. Asícomenzó una experiencia que las dos misioneras jamás seimaginaron ni tampoco olvidarían.

    Subían lentamente por caminos angostos y curvas peligrosas. Por delante veían majestuosos paisajes, por los

    costados profundos abismos. Finalmente bajaron de lasalturas donde se escuchaba agua que corría. Era un río.Habían viajado ya varios días. De repente la caravana tuvoque detener la marcha.

     —¿Qué pasa? —Preguntó Ana impaciente por tratarse deotra demora más.

    Octavio, abrigado con un poncho doble de lana de alpaca,vino para informarles.

     —El puente está malogrado y hay que repararlo —dijo—.Aquí pasaremos la noche. Mañana continuaremos el viaje.

    Octavio se había hecho responsable del cuidado de las

    “inglesitas”.Empezó a llover. Al principio caían pequeñas gotas;

    oEn inglés su nombre se escribe Rhoda.

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    Un Viaje Inolvidable 7

     pronto se hizo un tremendo chaparrón. Grandes charcos seformaban en el improvisado campamento. Los arrieroscubrieron todo el equipaje con una tela enjebada.

    Algunos de los peones, luego de asegurar las acémilas, sefueron por un costado del camino buscando protección de lalluvia. Por ahí encontraron una cueva al parecer grande.Todos entraron. Es decir todos menos Octavio quien volvió adonde estaban Ana y Roda, protegidas con sus impermeables y

     paraguas. Les dijo: —¡Aquí cerca hay una cueva! Vengan. Allí podrán

    guarecerse de la lluvia y pasar la noche.

    Le siguieron agradecidas porque Octavio les habíaconseguido un lugar aparte de los hombres. La cueva erareducida; sin embargo, las dos viajeras le agradecieron.

    Octavio se mostró en todo momento muy atento. Volvió unay otra vez trayendo, con gentileza, el resto de las cosasque le pedían. Luego fue a unirse con sus compañeros. El pisode la cueva de Ana y Roda era todo un lodazal; el techo,demasiado bajo y no podían pararse. En el suelo había unamadera doble y rústica. Cansadísimas, se sentaron sobre ella.Ana bastante desanimada se preguntó en voz alta:

     —¿Cómo dormiremos aquí?

    Elevó a Dios una oración y cobró ánimo. Se puso a cantar laestrofa de un himno; Roda se unió a ella. Debe haber sido undúo angelical. Las palabras del himno fueron:

    “Descansando en la fidelidad 4el Señor JesúsDescansando en su palabra plena y seguraDescansando en su sabiduría, amor y poderDescansando en sus promesas a cada hora.”

    Se sintieron consoladas y animadas. La desilusión se tomóen fe y gratitud. Se aprestaron a pasar la noche descansandoen las promesas de su Señor. Pronto Roda quedó en silencio y parecía que, a pesar de la incomodidad, se había dormido.

    Ana se quitó el casco que llevaba. Le importaba un comino quesu pelo canoso se desordenara. Ambas ya andaban por los treintay nueve años de edad.

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    2Paso a Paso

    Sentada allí en la cueva, Ana cavilaba: “¿Cómo es que hellegado a este inhóspito lugar?” Recordaba su niñez enInglaterra en el seno de una familia cristiana de once niños.Revivió la escena cuando su papá acostumbraba orardiariamente por William, su hermano mayor, para que llegasea ser un ministro del Señor. Recordó cómo él pedía a Diosuno por uno por los demás niños, y especialmente por ellamisma, la menor y la más traviesa de todos.

    Ana recordó que su querido papá murió en el año 1886.Luego siete años después, cuando apenas tenía diez años, perdió a su mamá también. Quedó un hondo vacío en su vida,

    vacío que vino a llenar poco a poco su hermano, William, quese encargó del cuidado de sus hermanos menores.

    Ana pensó en sus años turbulentos de adolescente y suentrenamiento y trabajo como enfermera en St. GilesInfirmary de Londres.1  Con pena recordó cómo en eseambiente se había alejado de los caminos del Señor, cuandosolía acompañar a sus amistades a toda clase de diversiones.

    Dos cosas le ayudaron a volver a los caminos del Señor: la primera, los consejos de su hermana Edith que le reprendíacon porciones de la Biblia, tales como, No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al  

    mundo, el amor del Padre no está en él (I Juan 2:15). La

    1 Ahora es el St. Giles Memorial Hospital.

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    Paso a Paso 9

    segunda, Dios mismo le habló cuando se enfermó con unaúlcera que le ocasionó hemorragia y tuvo que ser operada deurgencia. Toda la familia oraba por Ana: “Padre, Dios, no ladejes morir.”

    En su enfermedad, Ana volvió a los caminos del Señor y prometió que le serviría como misionera. Recapacitaba cuán penoso había sido descubrir cuál era la voluntad de Dios.Había sufrido desilusiones una y otra vez cuando las misionesla rechazaron por razones de su salud.2

    Recordó cuando le había venido la respuesta de Dios. Solotenía que caminar PASO A PASO con él. Fue como si su

    espíritu se libró cuando prometió: “Padre, si me vas a guiar paso a paso, eso me basta. Iré contigo.” Vino como misioneraindependiente al Perú, a trabajar en el Hospital Dos de Mayode Lima. Era uno de esos pasos con Dios.

    Ana se había incorporado inmediatamente al trabajo. ¡Quédifícil le había sido, mientras trabajaba, aprender el idioma!Tuvo también problemas con las otras enfermeras. A Ana no legustó la forma antihigiénica en que trabajaban. Ella y sucompañera procuraban enseñar mejor higiene y se opusieron ala descriminación que se hacía con los pacientes protestantesy a la práctica de abortos ilegales. Las otras enfermeras

    llegaron a odiarlas. Un día las dos misioneras se enfermaron.Era debido a cierto veneno que las otras enfermeras habían puesto en su comida.3  Ana se recuperó pronto; pero la otra,tuvo que volver a Inglaterra.

    Sola, echaba de menos a su amiga y se sentía agotada porel exceso de trabajo. Por esos días escribió a Inglaterra pidiendo ayuda a través de la revista de Keswick, Vida de Fe.Cuando Francés Rhoda Gould leyó la noticia sintió el llamadode Dios para su vida. Pronto estuvo junto a Ana en el hospital

     principal de Lima.Ana, sentada ahí en la cueva, no pudo más que sonreir al

    2Ana tuvo que regirse a una dieta estricta, lo cual pudiera ser difícil en algunos paises.

    3  Según confesión propia de una de las enfermeras.

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    10 LOS CHASQUIS DEL REY

    recordar cómo se había ganado el respeto de los médicoscuando los pacientes de cirugía se sanaban y no morían comoantes. Pronto los médicos le encargaron la responsabilidad deasuntos de enfermería en otros dos hospitales de mujeres másy de un asilo.

    Una noche Ana había asistido al culto de oración demisioneros. Se sentó en uno de los asientos de atrás. Uninglés, creyente negociante, estaba informando acerca de unviaje que había realizado al interior del país.

    El hombre dijo que caminó muchos días cruzando cerros,valles y ríos y que había llegado a un pueblo aislado en plena

    Selva. Por primera vez Ana había escuchado del pueblollamado Moyobamba, la capital del departamento de SanMartín.4 Un ciudadano de ese lugar había compartido con él sucomida y techo. Pasados algunos días, el negociante supo queentre los pobladores había disentería y que una epidemiade viruela estaba diezmando a la población. Vio, además, queel hospital estuvo cerrado de manera que los enfermos notenían más ayuda que la de hechiceros. Decidió que a suregreso a Lima buscaría ayuda para esa pobre gente.

     —Parece que es el lugar más olvidado del país —dijo elnegociante emocionado y se sentó.

    Después del culto el negociante y Ana dialogaron por breves momentos. Al final aquél le dijo: —Señorita Soper, ¿no podría usted ir a Moyobamba?

    Usted es enfermera. Podría ser de grande ayuda.Ella le contestó que oraría al Señor sobre tal posibilidad.

    Días después, como Isaías en el antiguo testamento, contestóal Señor: Heme aquí, envíame a mí... (Isaías 6:8)

    Un poco temerosa de ir sola a la Selva había pensado en suamiga Roda Gould, que por aquel entonces estaba enInglaterra cuidando a su anciana madre. Cuando comunicó aRoda acerca de sus planes, la encontró libre de sus

    compromisos. No vaciló en aceptar la invitación. Decidióacompañarla a la Selva del Perú.

    4  Una de las veintiséis divisiones políticas del país.

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    Ana también recordó que William su hermano mayor amás de cuidar a su familia, inició un trabajo muy valioso, elde formar un comité de apoyo en favor de Ana y de suhermana Edith Alice, quien fue a la India también comomisionera. Recordó con gratitud cómo Dios había contestadolas peticiones que había hecho años atrás su querido padre.

    Pero ahí en la oscuridad de la barrosa cueva empezó a bajar el estado de ánimo de Ana. Recordó que en Cajamarcael sacerdote procuró matarlas por la ira que le provocó suconvicción evangélica. Tal vez se había equivocado endistinguir este paso como parte del plan de Dios. ¿No hubiera

    sido mejor hacer caso a los consejos y advertencias de otroscreyentes? Ahí estancadas en el camino, Ana se sentíatambién responsable por la vida de Roda. ¿Qué queríadecirles ahora el Señor? De repente Roda hablóinterrumpiendo sus cavilaciones:

     —Puesto que no podemos dormir, ¿qué te parece sitomamos una taza de té?

     —¡Excelente idea! —contestó Ana.Roda moviéndose a tientas en la oscuridad de la noche

    abrió una caja. Sacó una ollita  y estirando la mano haciaafuera de la cueva recogió, agua de la lluvia que caía

    torrencialmente. Ana, por su parte, manipulaba el primus,5 milagrosamente ardió el fósforo a pesar de estar húmedo, lo prendió y pronto el agua estaba hirviendo.

    Mientras ardía el primus, con la luz del fuego les fue posiblever hacia el interior de la cueva. De repente Ana fijó su miradaen algo raro. ¡No podía creerlo!

     —¡Es un cadáver humano! —exclamó Roda. —¡Sí, creo que lo es! —contestó Ana tratando de aparentar

    tranquilidad.Descubrieron que se trataba de un viajero, como ellas, que

    se había enfermado y muerto en ese lugar. El dilema fue ¿qué

    hacer con su “feo compañero” en la cueva? No lo podíanenterrar; tampoco podían aguantar verlo tan cerca de ellas.

    5  Cocina a kerosene, portátil, a presión.

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    No Temeré

    Buscaron entre sus cosas y encontraron un hule de mesafloreado, con el cual taparon como pudieron aquel cadáver. Luego oraron pidiendo la protección del Señor para noenfermarse y llegar a semejante fin, también.

    Cuando hubieron orado, todo cambió en el estado deánimo de ambas. Recordaron el Salmo: Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno. T\i vara y tu cayado me infundirán aliento (Salmo 23:4).

    Durante el resto de la noche, ya que no podían dormir, prendieron un farol y leyeron varios de las sermones quehabían traído de la Convención de Keswick. Afuera la lluvia

    seguía cayendo a cántaros. Adentro hacía un intenso frío. Poreso se cubrieron con sus frazadas lo más que podían. Dios lasconfortaba y consolaba a través de la lectura. Y así, sindormir, pero con gratitud al Señor, recibieron el amanecer deun nuevo día. La lluvia continuaba.

    Afuera, también las acémilas trataban de olvidar el frío y lahumedad comiendo las pocas hierbas que podían encontrar.Más allá, los peones, en una improvisada cueva no pensabanen otra cosa más que chacchar   (masticar) coca. Así seabrigaban y estimulaban a la usanza inca; las misioneras, porsu parte, lo hacían con su té inglés.

    Como seguía lloviendo copiosamente, no podíancontinuar el viaje y les era imposible dormir en la cueva, lasmisioneras decidieron cambiar de habitación. Buscaron un

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    lugar plano. Y así con lluvia y todo, y sin ayuda ni siquiera deOctavio, armaron su carpa. ¡Qué alivio! Por fin gozaban de un poco más de comodidad.

    Pusieron en el piso sus alfombras de lana. Se acostaron ydurmieron profundamente, haciéndose la idea de que estabanen un hotel de cinco estrellas. Horas después Ana se despertó.

    Oyó el “toe,” “toe,” de gotas de agua que caían de unagujero de la carpa, justo sobre la frazada de Roda. Anagolpeó el techo de la carpa por donde goteaba el agua. Vio,

     para su consternación, que Roda estaba titiritando de frío.Pensó inmediatamente en el cadáver y temió por la salud de

    Roda. Jaló la alfombra que servía de cama a Roda a otro lugarmás seco y puso una olla abajo del agujero de la carpa. Oró alSeñor pidiendo su ayuda. De repente exclamó:

     —¡Quaker caliente! Eso le hará bien a Roda. No pudo prender el primus. Se habían acabado los

    fósforos. Recordó que habían otros en una bolsa afuera, perotenía miedo de salir por la lluvia y la oscuridad. Sin embargo,cobrando ánimo cogió el farol y salió. Cuando apenas dio los

     primeros pasos resbaló y cayó. Felizmente no pasó de unsusto. Se levantó y a gatas llegó hasta donde estaba elequipaje. Con mucha dificultad encontró lo que buscaba y

    volvió a la carpa.Roda seguía temblando de frío y tenía un terrible dolor de

    cabeza y de estómago. La alfombra de lana, que al principioestaba seca, estaba ahora empapada. Ana preparó el “quaker”y ambas lo disfrutaron, dando gracias al Señor. Así pasaronotro día y otra noche más, sin poder avanzar en su viaje.

    ¡Por fin pasó la lluvia! El sol les miraba con sus rayos benéficos. Mientras los peones reparaban el puente, Ana yRoda tendieron sus ropas húmedas sobre unas piedras yarbustos con el fin de que se secasen. Poco duró el buentiempo. Volvieron las nubes y ocultaron nuevamente al sol.

    La ropa no se había secado. Por su parte los peones recién pudieron terminar de arreglar el puente.

     —¡Vamos! ¡Ya podemos! —exclamó Javier, el jefe de losarrieros.

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    Sin más tiempo que perder, empacaron todas las cosas.Cargaron las bestias y se pusieron en marcha. Roda algoalicaída y sin muchas fuerzas físicas aún daba muestras deestar recuperándose lentamente de su primera experiencia conel soroche.1

    Así partieron todos contentos, dejando atrás aquelinhóspito lugar. La caravana siguió su camino. Prontodespués a Roda le sobrevino una crisis de nervios. Vioadelante otro puente colgante más largo y sobre un abismomucho más profundo que el anterior. El puente era tan largoque apenas se podía ver el otro extremo. Y abajo tampoco se

     podía ver bien por lo profundo del cañón. Al caminar sobre elmovedizo puente Roda, se cogía fuertemente de la soga. Enmedio puente le vino un vértigo y cayó de rodillasdesesperada. Ana se apresuró a ayudarla. Con dificultad Rodase incorporó y así cogidas ambas de las manos lograron llegaral otro lado del puente. ¡Qué alivio! A menudo las mujeres

     preguntaban a los cargueros: —¿Cuándo llegaremos? —la respuesta era siempre la

    misma —Pronto. Estamos a una “vueltita” no más.Después de miles de “vueltitas” y habiendo viajado unas

    seis largas semanas, llegaron finalmente a Moyobamba. Se lesnotaba agotadísimas, pero también alegres y optimistas.

    La llegada de las misioneras causó gran sensación entre losmoyobambinos. A lo lejos se escuchaban voces que decían:

     —¡Gringas! ¡gringas! ¡Wiracuchas!2

    Las autoridades, entre curiosas y sorprendidas, seacercaron para darles la bienvenida. Y qué felices estaban lasextranjeras al ver los paisajes sumamente hermosos con elverdor de la naturaleza. ¡Qué contraste con los desiertos de laCosta, y con las  jaleas3 y punas de la Sierra! Se admiraban dela obra exclusiva del infinitamente sabio y poderoso Dios a

    1  Malestar que sufre la gente por la falta de oxígeno en las montañas altas.2  Gente de piel blanca, en quechua.3  Las partes más altas y frías, sin vegetación.

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    quien venían precisamente a proclamar.Dios proveyó para las misioneras una tienda desocupada quese ofrecía en alquiler. Estaba en el perímetro de la Plazade Armas. Allí se alojaron y arreglaron su primer hogar en laSelva del Perú.

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    Somos Libres

    Ana y Roda habían terminado su primer desayuno enMoyobamba. Estaban lavando los utensilios de mesa cuandoescucharon a distancia el sonido de tambores y otrosinstrumentos.

     —¿Qué será? —se preguntó Ana.Juntas abrieron la pesada puerta para ver lo que sucedía. A

    cierta distancia se veía un grupo de escolares todosuniformados de rojo y blanco. Marchaban a paso marcial

     precedidos por su “banda de guerra”. Delante de todos ibauno, escoltado por otros, llevando en alto el pabellónnacional. Pasaron frente a la habitación de las señoritas

    extranjeras y luego prosiguieron alrededor de la Plaza deArmas.

     —¡Mira! ¡Ahí están las autoridades! —dijo Roda—.¿Serán los mismos que nos saludaron ayer? ¡Vamos a ver!

    Cerrando la puerta Ana y Roda cruzaron presurosas laPlaza, mientras los niños uno a uno saludaban al Alcalde paraluego pararse delante de él y de las otras autoridades.

    'Seguidamente se oyeron las voces de los niños cuandocantaban el himno nacional: “Somos libres, seámoslosiempre.”

    Era el 28 de julio de 1922, día de las Fiestas Patrias del

    Perú. Estaban celebrando el centenario en que el General donJosé de San Martín proclamó la independencia del Perú. Laceremonia patriótica terminó con canciones, poesías y

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    discursos. Era una verdadera fiesta. Los niños regresaron denuevo a sus locales escolares. El retumbar de la “banda deguerra” disminuía poco a poco.

    Vino a la mente de Ana, que no era por casualidad que undía después de su llegada al Departamento que lleva elnombre del mismo libertador, ellas observaran ese evento.Cuando escuchaba cantar a los niños sintió un anhelo

     profundo de que un día verían a los niños de Moyobambacelebrando la verdadera libertad al tener al Hijo de Dios comosu Libertador.

    Terminada la celebración, las dos enfermeras regresaron a

    su alojamiento. Comenzaron a acomodar en el estante lasmedicinas y el equipo médico que habían traído para poderatender a los pacientes que se presentasen. Al principiollegaron muy pocos. Parecía que nadie necesitaba de ayudamédica. Un día vino a visitarles una mujer desconocida porellas:

     —¡Ujúu! —llamó desde afuera. —¡Buenos días! ¡Pase adelante! —dijo Ana entrando a la

    clínica— ¿En qué podemos servirla? —Me llamo Josefina Díaz Flores de Rodríguez —dijo la

    mujer—. Tengo mucho gusto de conocerlas.

    Josefina era alta y esbelta, morena de cabello lasio y negro,una hermosa señora de ojos vivaces. Les hizo ver la heridainfectada que tenía en la mano. Después que la curaron sequedó unos breves momentos más. Empezó a contar a lasmisioneras las habladurías que estaban circulando en el pueblo acerca de ellas.

     —La gente está hablando —les informó—. Dicen queustedes son hombres vestidos de mujer; que son diablos quehan venido trayendo maldición. El sacerdote ha prohibido quevengamos acá.

     —¿Así que todo eso están diciendo de nosotras? Gracias

     por avisarnos —dijo Ana—. Y usted ¿cómo es que se haatrevido a venir? —le preguntó.

     —Porque las aprecio. Sé que todo lo que dice la gente es pura mentira. Ellos más bien son todos una sarta de

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    mentecatos —contestó con firmeza Josefina.Y tocando amigablemente el hombro de Ana y Roda sedespidió y salió. Por la información de Josefina se dieroncuenta de la necesidad de llegar a conocer a sus vecinos y asídesmentir aquellos rumores. Salieron a hacer visitas a loshogares.

    Algunos las recibían con cierta reserva; pero la mayoría semostró amable. Las barreras iban desapareciendo poco a pocoa medida que las personas empezaron a tratarse en la clínica a

     pesar de las amenazas del sacerdote.Días después un joven llegó a la clínica. Se llamaba

    Eduardo Cifuentes. Este luego de ser atendido, se retiró.Cuando llegó a su casa, abrió con cuidado el paquete demedicinas y luego se puso a leer el papel de la envoltura.“Buenas Nuevas” era el título. Empezó a examinarlo concierta curiosidad. Ana y Roda habían optado por envolver lasmedicinas con literatura evangélica.

     —¡Abuelita! ¡abuelita! Mira. Este parece bueno —exclamó—. Habla acerca de Jesús —dijo Eduardo mientrasmostraba el folleto a la anciana. Ella, por su parte, para nadaquiso verlo.

     —¡Anda con tu lectura! —le increpó toscamente, dándole

    un fuerte empujón. Es que se percató de lo que había recibidode las enfermeras inglesas.Eduardo, sin dar importancia al incidente con su abuela,

    siguió leyendo cuanta literatura evangélica encontraba. Un díafue y compró una Biblia a Ana. Esta le hizo ciertassugerencias sobre la lectura. Eduardo empezó a leerla. Legustaba mucho desde el principio todo lo que leía. A vecesleía hasta altas horas de la noche, a la luz de una pequeñaalcuza.1

    El joven siempre leía en voz alta y la pobre abuelitafuriosa, y bastante asustada, iba a su cama y se cubría la

    cabeza con la frazada para no oír nada. Se ocupaba también

    1 Lámpara rústica con mecha gruesa de algodón metido en cualquier recipiente de aceite de higuerilla.

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    de maldecir en silencio a las extranjeras y sus libros. Perohacía mucho calor y una noche cuando destapó su cabeza pararespirar aire fresco, escuchó algo que le interesó. Oyó una

     parte muy importante: Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito para que todo aquel que en él cree, no se  pierda, mas tenga vida eterna (Juan 3:16). Desde entonces continuó oyendo tanto con losoídos como con el corazón.

    Después de aquel incidente, noche tras noche, Eduardo leíay la abuelita escuchaba. Días después Dios habló al corazónde la abuelita a través de otro versículo: Así que si el Hijo os 

    libertare, seréis verdaderamente libres (Juan 8:36). “Oh, sí,yo quiero ser libre,” pensaba la abuelita, “libre de culpa, deodio, de rencor, de los demonios y de la hechicería.”

    Pocos días después ambos, la abuelita y Eduardo, hicieronsu decisión por el Señor. Fue el principio de cambiosmaravillosos en sus vidas. Comenzaron a menudo a visitar laclínica, no tanto para recibir tratamiento médico, sino paraaprender más de la Palabra de Dios. Se unieron a otroscantando alabanzas a Dios. Estas resonaban por las ventanas y puertas abiertas. Y llamaba la atención. Mucha genteescuchaba.

    Poco a poco aumentó el número de los asistentes. Eduardoinvitó a su amigo Manuel Moráis. Este comenzó a asistir ymás tarde también aceptó al Señor como su Salvador

     personal. Como en los días del apóstol Pablo, El Señor añadía...a la Iglesia a los que habían de ser salvos (Hechos2:47).2

    Rápidamente había pasado el primer año de las“gringuitas”3  en Moyobamba. Ana y Roda no podían creerque había pasado tan rápido el tiempo. La pequeña clínica,antes tienda, convertida los domingos y días de semana, en

    o La abuelita murió en el Señor unos años después. Eduardo y Manuel siguieron en el servicio del Señor como Pastores durante largos años en sus vidas.Palabra de cariño para las extranjeras.

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    las noches, en sala de cultos, se llenaba completamentedurante los servicios. Los creyentes, por su parte, empezaron aorar a Dios pidiendo su ayuda para que puedan construir untemplo propio.

    La respuesta no se hizo esperar. Llegó cierta donación deunos creyentes de Inglaterra. Inmediatamente se comenzó laconstrucción. A los dos años, exactos, después de aquellainolvidable noche en que Ana y Roda durmieron en la cuevaacompañadas del esqueleto, inauguraron la primera IglesiaEvangélica de Moyobamba. El grupo de creyentes ya gozabade la libertad verdadera que sólo Dios puede dar. Ya eran

    libres, por la gracia de Dios, de la condenación del pecado yde la muerte.Con el crecimiento de la Iglesia aumentaba más y más el

    trabajo de las dos misioneras.

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    5 ___ 

    Demasiado 

    Trabajo

    Ana y Roda recibieron ayuda. Eduardo y Manuel y losnuevos creyentes testificaban gozosamente a otros de su fe enel Señor. Las enfermeras gozaban también de la generosidadde la gente. Los pacientes raras veces venían con las manosvacías. Como escaseaba el dinero, traían productos de susfrutales y chacras para regalar a las misioneras comoexpresión de gratitud por sus servicios médicos. Un día llegóuna visita con un nuevo desafío.

     —¡Ujúu! —Era la voz conocida de la señora Josefina—Buenos días, Miss —dijo al ver a las misioneras.

    En un brazo llevaba algo ligeramente envuelto, mientrascon el otro sostenía una bandeja llena de ropa sobre sucabeza. Entregó a Ana aquella cosa envuelta. Ana seestremeció al darse cuenta que había recibido en sus brazosun pequeño cuerpo inerte envuelto en harapos.

     —Señora Josefina, ¿de dónde me trae esto? —preguntóAna cogiendo los piecesitos de la criatura.

    Josefina poniendo sobre la mesa su bandeja le refirió parte

    de la historia: —Me sentí cansada en el camino y entré a una chozadesocupada para protegerme por un momento del sol. Al salirescuché un llanto débil. Me detuve y fui a ver. ¡Cuál no fue

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    22 LOS CHASQUIS DEL REY

    mi sorpresa al encontrar apenas envuelta a esta bebita! “Yahora ¿qué hago?” me pregunté. Mi mente voló hacia ustedes.“Las gringuitas!” me dije. “¡A ellas les hace falta un bebé

     para criar!” Por eso la traje aquí. ¿Podrían...? Es mujercita, Miss Anita.

    Aliviada ya de su responsabilidad y resuelto el problema,según ella, Josefina puso nuevamente la bandeja sobre sucabeza y despidiéndose de las “gringuitas” se dirigió a la casadel sacerdote para entregarle la ropa que le había lavado. Anay Roda más tarde se enteraron que una mujer pobre ymoribunda había abandonado a su criatura, dejándola en la

    choza, porque no encontró quién la criase. Ellas quedaron conel dilema: ¿Cómo cuidar una criatura a más de tantos otrosquehaceres? Definitivamente no les “hacía falta”, como pensóJosefina, una bebita para criar.

    Un día mientras Ana oraba para saber cuál era la voluntadde Dios con respecto de la criatura, vinieron a su mente las

     palabras bíblicas: Lleva a este niño y críamelo... (Exodo2:9). Le pareció que eran las palabras del mismo Dios. Asíque acogieron a la niña y le pusieron por nombre Franky.1 Vino a ser la primera de muchos otros niños más que poco a poco fueron recibidos en el hogar y en los corazones de las

    misioneras.En aquel tiempo, el hospital de Moyobamba había estadomucho tiempo vacío y sin uso. Inexplicablemente y sin quelas misioneras se imaginaran, llegó una orden de la autoridadcompetente. La orden era que entregasen el hospital a lasmisioneras para su administración y servicio. Las misioneras

     por su parte consideraron un honor el de servir así a la gente yun desafío venido del Señor. Asumieron la responsabilidad.

    Las misioneras empaquetaron las medicinas, losinstrumentos y todos sus efectos personales. En seguida unos

    1 Ana le puso el nombre Franky por Francés Rhoda Gould, haciéndole su tocayita pero humildemente Roda no sentía digna de tal honor y no quiso que nadie lo supiese. En la región llaman tocayos a las personas que tienen el mismo nombre.

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    Demasiado Trabajo 23

    trabajadores condujeron todo desde la clínica hasta elhospital, unas tres cuadras de distancia. El nuevo local eratambién la solución al problema de dónde ubicar a los niñosque venían a ampararse bajo el techo de las misioneras. Ellugar o ambiente llegó a ser conocido como el Hospital,Hogar y Misión Evangélica.

    Ana y Roda oraban para que todos esos niños pudierancrecer libres de supersticiones y de la esclavitud de Satanás.Su lema era: Instruye al niño en su camino y aún  cuando fuere viejo no se apartará de él (Proverbios 22:6). Esosniños crecerían conociendo la Palabra de Dios, el camino de

    la salvación, el amor y la disciplina de un hogar cristiano.Un día en su nuevo hogar, Ana, mientras que con un oídoescuchaba a Roda que conversaba con un señor a la puerta,con el otro oía el bullicio de Franky, Ruthy, Otilio y AnaMaría cuando tomaban el desayuno.

     —¿La chacra? —decía Roda— ¿Su esposa está en lachacra?

    Cuando Roda se sentó nuevamente a la mesa, contó a Anaque el hombre era don Rafael, esposo de Josefina, y que éstaestaba en los días de tener un bebé.

     —Espero que no sea antes de que yo regrese —dijo Ana.

    Terminado el desayuno y luego del culto familiar, Anasalió de casa con un “hasta luego”. Con agilidad montó elcaballo que le habían preparado para ir a un pueblo distantedos horas de Moyobamba. Iba allí para atender a losenfermos, tener un culto por la noche y al siguiente día laEscuela Dominical. A pesar de su recargado trabajo en elhospital y con los niños, Ana y Roda no podían pasar por altolas visitas a los pueblos.

    Ana regresó a casa temprano por la mañana el lunes. Alentrar en la casa de la misión, recién el sol empezaba a rayar.Densos cúmulos de nube llenaban el valle. Eran las seis y

    media en la frescura de la mañana cuando llegó. Hacía un buen tiempo.Uno de los muchachos bajó la alforja con el equipaje de

    Ana que aún estaba sobre el caballo. Ana, entretanto, se

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    dirigió a su dormitorio. Se lavó para refrescarse, antes deempezar las tareas del día que se insinuaba lleno de trabajo:consultas, visitas de caridad, enseñanza, supervisión de los

     peones y otros trabajos de administración.Con razón el grupo de oración en Inglaterra había recibido

    la petición urgente de orar por los frecuentes y fuertes doloresde cabeza que sufría Ana. Después de un rápido desayuno yantes de atender a sus pacientes que la esperaban, Ana curó lamata2 en el lomo de su caballo, mientras éste comía sosegadolas cáscaras de plátano que le habían traído como alimento.

     —¡ Anita! ¡una torta! ¿Quién habrá traído? —se escuchó la

    voz de Roda desde la cocina.Ana oyó la exclamación, pero no tuvo tiempo para ir averla. Casos de gravedad la habían tenido bastante ocupadahasta mucho después del mediodía, sin tiempo siquiera paraalmorzar. Al fin, bien avanzada la tarde se sentó a almorzar,aunque, como siempre, apuradamente.

    Terminado el día, después de dirigir como de costumbre laoración con los enfermos en cada una de las salas del hospital yde prepararles para el sueño de la noche, Ana y Rodatambién se retiraron a sus habitaciones. Tan cansadas estabanque ni siquiera tomaron su acostumbrada taza de té. La torta

    también quedó bien guardada en el armario. Al siguiente día,muy temprano por la mañana, alguien llamó: —¡Ujúu!Ana salió para contestar. Era Josefina la lavandera.

     —\Miss Anita! —le dijo haciendo un ademán de secreto—¡La torta...! No la coma, y no diga a nadie que yo le dije, peroel sacerdote la ha mandado a hacer con veneno.

    La mujer, ya avanzada en su embarazo, dio media vuelta ydesapareció rápidamente. Ana y Roda se quedaron atónitas.Echaron en el basurero el “regalo”, luego se arrodillaron paradar gracias al Señor por no haber tenido tiempo el día anterior

     para tomar su acostumbrado té con aquella torta regalada.

    Herida en el lomo de las bestias causadas por el mal trato (no de Ana), monturas rústicas, cargas pesadas, etc.

    2

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    Demasiado Trabajo 25

    También agradecieron por su buena amiga Josefina.Una semana más tarde, y muy de noche, oyeron unos

    golpes en la puerta. —¿Quién es? —preguntó Roda. —Rafael Rodríguez,  Miss —fue la respuesta— ¡Mi esposa

    ya va a dar a luz!Roda quitó la pesada tranca con la que solían asegurar la

     puerta de la casa por las noches. Por la luz de la luna pudo verel rostro preocupado de don Rafael. Tenía éste la soga de sucaballo en la mano. El caballo todavía jadeaba y tenía la piel

     brillante y húmeda por el sudor.

    Roda invitó al hombre a entrar y dejar que su caballo pueda por lo menos beber agua. Mientras tanto ella entrórápidamente a su cuarto, cogió su maletín de obstetriz, prendió el farol, cerró la puerta y subió pesadamente sobre elcaballo. Don Rafael fue adelante, a pie, como guía.

     —¿Dónde queda su chacra? —preguntó Roda después decasi una hora de haber salido.

    Le dijo que quedaba como a sólo media hora. —Ya no está lejos. Está a la “vueltita” no más, señorita—

    contestó don Rafael.La paciencia de Roda se iba agotando. Otra media hora

    había pasado hasta que por fin llegaron a la choza dondeestaba Josefina. ¡Y llegaron a tiempo! Josefina y Rafael segozaron mucho porque un niño varón les nació sano esanoche.

     —¿Dónde están los pañales del bebé? —preguntó Roda. —Negrita3 —llamó Josefina a su hija—, trae esa blusa

    vieja. Sí, esa está bien.Brillaban de gozo los ojos de la niña por poder ayudar a su

    mamá con el recién nacido. —¿Has preparado ropitas para tu bebé? —preguntó Roda. —¡Oh no! —contestó Josefina—. No se debe preparar

    ropas de antemano porque el bebé podría morir.“¡Qué idea tan extraña!” pensó Roda. “A las madres de

    ~ Llaman negrita con cariño a los niños morenos.

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    esta región les falta aprender acerca de higiene y cuidado delniño. Deberíamos dar clases a las mujeres,” se dijo a símisma.

    ¡Con cuánta gratitud la familia de Josefina despidió a Rodamuy temprano por la mañana el siguiente día! Roda, por su

     parte, llegó a casa muy cansada, después del largo viaje y deltrabajo de toda la noche. No había dormido ni un minuto.Mirando alrededor de su cuarto y luego hacia el hospital, sedijo a sí misma: “¡No puedo dormir ahora! ¡Hay mucho quehacer! ¡Esperaré hasta la noche!” Y así lo hizo.

    Después de esto las misioneras comenzaron a tenerreuniones semanalmente con las mujeres. Llegaron señoras,señoritas y abuelas para aprender a coser y tejer ropitas  y

     zapatitos para regalar a los recién nacidos.

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    La Carrera

    Roda estaba sirviendo el té. Ana, sentada a la mesa, estabarevisando los libros de cuentas.

     —Hay más donaciones este mes. Vienen de Toronto y deLondres. ¡Cómo el Señor está proveyendo lo suficiente! —dijo Ana llena de sorpresa.

    Pidieron al Señor su dirección para el uso apropiado de lasmismas. Al otro día Roda dijo:

     —Ana, ha venido el carpintero para revisar el hospital.Dice que el edificio está muy viejo y que hay necesidad dearreglar algunas partes del techo. Algunas vigas están en malestado. Según el carpintero, mejor sería construir un nuevo

    edificio.Cubriéndose con su sombrilla, Ana salió rumbo a la

    Alcaldía para saber lo que éste sugeriría. Pensaba en unanueva construcción. Regresó con buenas noticias.

     —Gracias a Dios, querida —dijo a Roda—. El Alcalde haaprobado el proyecto y el carpintero puede empezar deinmediato con la construcción del nuevo edificio.

    Algunos pobladores de la ciudad donaron su trabajo; otrosayudaron con dinero. Cuando se terminó la construcción delhospital, de dos pisos, Ana mencionó a Roda que había estado pidiendo a Dios otra cosa más.

     —Puesto que ahora ya tenemos el .hospital —dijo—, unade nosotras debe viajar a Lima para comprar y traer el equiponecesario para el hospital. Faltan sábanas, frazadas, vendas,

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    medicinas, un esterilizador, instrumentos de cirugía1

      ymuchas otras cosas más. Aquí no se puede conseguir nada. —Pero, ¿con qué plata? —preguntó Roda. —Yo estoy segura que así como el Señor ha provisto hasta

    aquí para la construcción, proveerá también para el equipo—dijo Ana.

    Mientras tanto, Roda acomodaba el último plato en elarmario que ella misma había hecho de unos cajones vacíosde té. Ambas mujeres temían el viaje. Ninguna de las dosquería pasar otras seis semanas de sufrimiento viajandonuevamente por las serranías a la Costa. Pero alguien tenía

    que hacerlo.Finalmente Ana decidió que ella misma iría. Había prisa.A ella le gustaba galopar en las llanuras y así haría el viajemás rápido y, quizá, más entretenido que Roda. No seimaginaban que alguien estaba maquinando para que el viajesea un fracaso. Se trataba del Obispo.

    Llegó la hora de la partida. Los niños abrazaron a su Mamanita2 para despedirla.

    Cuando llegó a la ciudad de Chachapoyas, se apersonóante el Prefecto para saludarle. Este le dio una cordial

     bienvenida diciéndole:

     —Oí acerca del plan de su viaje.Ana quedó sorprendida de cómo habría sabido. El siguiódándole aún más sorpresas y continuó;

     —He mandado a avisar a las autoridades de cada pueblo por donde usted tiene que pasar que la protejan durante elviaje. También he informado a Lima acerca de la buena obraque ustedes están haciendo y de la necesidad de ayuda quetienen. El gobierno peruano pagará su pasaje en tren deCajamarca a Chimbóte y de allí en barco a Lima.

    Ana, agradeciéndole profundamente, salió sorprendida y

    1 Ana a menudo se sentía obligada a hacer operaciones quirúrgicas para  salvar la vida a los pacientes.

    2  yApócope para mama Anita que usaban con cariño los niños y más tarde  mucha gente.

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    también agradecida al Señor. Sentía como si al caminarestuviese flotando en el aire. ¡Dios a través del Prefecto laestaba ayudando! De pronto vino a su mente la Escritura:Como los repartimientos de las aguas, así está el corazón del rey [Presidente] en la mano de Jehová, a todo lo que  quiere lo inclina (Proverbios 21:1).

    Queriendo dejar su caballo Pinto en buenas manos, en un buen potrero, para que descanse en Chachapoyas hasta suregreso, mandó a José, su peón, a buscar otro animal paracontinuar el viaje. El consiguió una muía extremadamente

     briosa. Cuando Ana la montó, ésta salió intempestivamente

    disparada y fue a parar bruscamente junto a una roca al ladodel camino. Ana casi voló por sobre la cabeza de la bestia.Gracias a Dios que pudo tomar pronto el control de ella. Jalócon firmeza las riendas.

    En otro momento cuando el angosto camino seguía al borde de un precipicio, la muía saltó bruscamente hacia uncostado del camino. Algo le asustó. Ana cayó muy cerca delabismo.

     —¿De dónde has conseguido este animal? —preguntó Anamientras se levantaba sacudiéndose el polvo.

     —Del Obispo, señorita —respondió José.

     —¡Devuélveselo! —le dijo bastante enojada, reconociendoque el Obispo la odiaba y hubiese deseado que ella muriera.José no entendía lo que estaba maquinando el Obispo, pero

    viendo así molesta a Ana, le explicó: —El Obispo me alquiló la muía diciéndome que usted

     puede montarla sin cuidado, porque es muy mansa.Ana, controlándose algo replicó:

     —¡Si, ya lo sé!El peón volvió con otro animal más manso, con el cual

    llegaron bien a Cajamarca. De allí Ana continuó el viaje enferrocaril.

    “¡Qué bueno poder estirar los adoloridos músculos, hacerdescansar los ampollados pies y cerrar los ojos, dejando queel maquinista conduzca el tren!” se dijo Ana en sus adentros.En el puerto de Chimbóte, se embarcó en un viejo barco

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    carguero para realizar el peor tramo del viaje. Las olasmovían al barco y a los pasajeros de un lado a otro durantetodo el trayecto hasta llegar al puerto de Callao, Lima. Ana sesentía bastante afectada a causa del movimiento del barco.

     —¡Oh, Ani querida! —dijo su amiga al verla— ¡Gracias aDios que has llegado. Pero pareces mal. Estás pálida!

     —La última parte del viaje fue bastante difícil —repusoAna.

    Ana quería descansar, pero las preocupaciones de lacomisión por la cual había venido a Lima la intranquilizaron.Salió pronto para hacer sus compras y gestiones, contando

    con la ayuda de varios amigos. Después de algunos días sesentía mucho mejor.Teniendo ya listo el nuevo equipo para el hospital y las

    cajas de medicinas completas, emprendió el viaje de retorno aMoyobamba. Dios había provisto a través de donaciones decreyentes de varias iglesias de Lima los medios para comprartodo.

    Mientras tanto, el Obispo vio que no alcanzó su objetivocon el caballo brioso durante la ida, pero esperaba otroresultado mientras Ana venía de regreso. Pensaba expulsar aRoda del hospital antes de la llegada de Ana. Luego iba a

    asignar a dos monjas para que reemplacen a las misioneras.Lleno de celos y odio hacia las extranjeras protestantes élmismo se puso de camino rumbo a Moyobamba.

    Apenas hubo salido de Chachapoyas cuando las cataratasde los cielos se abrieron. Una lluvia torrencial interrumpió suviaje. Postergó pero no canceló su viaje. Después de no pocasdificultades el Obispo llegó a Moyobamba. Se dirigióinmediatamente a la prefectura y en forma prepotente dijo alPrefecto:

     —¡Usted ahora debe expulsar a esas gringas!El Prefecto estaba sorprendido y algo exasperado. No

    quiso escucharlo.Muy lejos aún venía Ana. Grande fue la sorpresa de ellacuando una de las mujeres del pueblo vino a su encuentro,caminando todo el día, para darle la bienvenida, llevándole

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    naranjas, biscochos, café molido y chancaca, junto con lasnoticias de Roda, los creyentes y muchos del pueblo deMoyobamba.

    Cuando Ana llegó, acompañada de su comitiva, ni seimaginaba que estaba haciendo carrera con el Obispo. ElPrefecto mismo le dio la bienvenida. Se sorprendió cuando leaconsejó seguir una ruta por las orillas del pueblo para noencontrarse con él, porque se hallaba todavía en la ciudad.Este porfiaba en su maquinación contra las misioneras. “Si elPrefecto no me ayuda, pensó, iré al Presidente. Es mi

     padrino.” Le escribió. Pero ni el Presidente hizo caso de su petición.

     —¡Dios nos ha dado una gran victoria! —dijo Ana cuandoel Prefecto le contó todo lo que el Obispo había procuradohacer. Ana luego elevó su corazón a Dios en gratitud portodas sus bondades.

    Con mucho gozo y llenas de gratitud al Señor, Ana y Rodacomenzaron a trabajar en el Hospital con el nuevo equipo queDios les había provisto. Además tuvieron que entregarse delleno a curar a las víctimas de una epidemia de viruela queestaba diezmando al pueblo.

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    Hijos Obedientes

    En la clínica una mañana Ana se estaba preparando enapuros para recibir a los pacientes. A pesar del traqueteo delas jeringas hipodérmicas que ya estaban hirviendo en laollita,  y el bullicio de la pequeña cocina de presión, ella oyóvoces en la entrada. Volteó a mirar. Allí estaban Eduardo yManuel. Fue para recibirles.

     —¡No! No estamos enfermos —dijo Manuel riéndose,cuando ésta les preguntó la razón de su visita—; más bientenemos curiosidad de saber acerca del bautismo de loscreyentes.

     —Pasen adelante.Ana les ofreció asiento, sorprendida por la pregunta. Tres

    creyentes más se unieron al grupo. Ella y Roda no les habíanenseñado acerca del bautismo de adultos. En la IglesiaCatólica sólo se practicaba el bautismo de infantes. Por símismo Eduardo había descubierto la enseñanza acerca del bautismo del creyente. Cogiendo su Biblia dijo:

     —Leimos en el libro de los Hechos acerca de Felipe.Cuando el eunuco creyó y llegaron donde había agua, él fue

     bautizado. Nosotros creemos y queremos bautizarnos,también. ¿Sería posible?

     —Claro que sí —repuso Ana—. El bautismo es asunto deobediencia al Señor. El que cree debe bautizarse. No hayalternativas. El problema es que no hay aquí quién les pueda

     bautizar. Nosotras, como mujeres, no tenemos la autoridad ni

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    las fuerzas físicas para sumergirles. Un hombre tiene quehacerlo.Hubo un silencio sepulcral por un momento. De repente

    Eduardo, teniendo una solución, exclamó: —Ya sé. El bautismo es una declaración pública de nuestra

    fe. Pero ¿qué tal si lo hacemos mientras tanto por medio del periódico?

    Y después de un breve intercambio de ideas, acordaronhacerlo así. Al testimonio agregaron una invitación para otrosque también quisieran aceptar a Jesucristo como su Salvador.Ese testimonio escrito despertó interés por el evangelio entre

    muchos de los ciudadanos del pueblo y abrió variasoportunidades para testificar acerca de su fe en Jesucristo.Entretanto esperaron la dirección del Señor acerca del

     bautismo. Y Dios contestó pronto sus oraciones de lasiguiente manera. Casi nunca llegaban visitas de creyentes aSan Martín. Un día, sin embargo, para sorpresa de todos,estaba en la entrada de la Misión un misionero deChachapoyas. Al enterarse del deseo de los jóvenes, se puso alas órdenes de ellos.

    Después de darles unas clases de doctrina bíblica elmisionero visitante se unió a la compañía en la celebración.

    Era una mañana soleada. Acompañó a los creyentes, quienesconversaban alegremente mientras caminaban juntos, en fila,cuesta abajo hacia el río Mayo. Llegaron a la orilla del río.

    Eduardo, Manuel y los creyentes estaban reviviendo lahistoria bíblica de Felipe y el eunuco. Estaban congregadosAna, Roda, los candidatos al bautismo y toda lacongregación. Ligeramente aparte estaba reunido otro grupo.Eran los vecinos, amigos y unos familiares de los participantes. ¡Era realmente una novedad para todos!

    Atentamente escuchaba el público cuando los bautizandostestificaron de su fe. Luego el misionero hizo una aclaración

    del significado bíblico del bautismo. El acto era símbolo de lamuerte con Cristo al pecado y de su resurrección con Cristo auna vida nueva espiritual. Lejos de entender la exposiciónsolemne, algunos prorrompieron en risas y carcajadas cuando

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    el ministro les iba sumergiendo y levantando del agua.

    Los bautizados, por su parte, mientras iban al bosque acambiarse en su improvisado vestuario, recordaban que de suSalvador también se había burlado mucha gente. Estodespertó en ellos el deseo de orar más y más por sus vecinosincrédulos y seguir testificándoles de Cristo.

    Ana y Roda supieron que con la pregunta de los jóvenesacerca del bautismo se había iniciado algo grande y clave,

     para la obra del Señor en Moyobamba. Cristo había dicho,...edificaré mi iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella (Mateo 16:18). Al mismo tiemposupieron que, por cierto, Satanás el enemigo de las almas, seopondría aún más furiosamente en contra de ellos.

    Las misioneras animaban a los nuevos bautizados aestudiar y a asumir la responsabilidad de la enseñanza y la

     predicación de la Palabra, aunque a veces caían en errores porsu falta de instrucción. En cierta ocasión uno de ellos alexponer 2 Timoteo 3:16 enseñó, que toda cosa escrita erainspirada divinamente, fuese periódico, revista o libro. Porsupuesto que el texto se refiere solamente a la Biblia. Mástarde recibieron con gratitud una sabia corrección de parte delas misioneras.

    Ana y Roda así seguían instruyendo a los nuevoscreyentes. Oraban también diariamente por la dirección delSeñor acerca de la preparación de futuros líderes para lasiglesias. Algún tiempo después escribieron al Instituto Bíblicode Costa Rica, la única escuela bíblica interdenominacionalque se conocía por aquel entonces. Consultaron sobre la

     posibilidad de enviar estudiantes a prepararse para elministerio cristiano. Cuando llegó la respuesta positiva, todosse regocijaron.

    “Sus estudiantes son bienvenidos,” decía la carta. “Lesdaremos una beca que cubrirá los estudios, comida yhabitación. Sólo necesitarán dinero para el viaje y para susgastos personales.” Ana y Roda se sintieron animadas.Desafiaron a los creyentes de Moyobamba a dar un paso defe, instando a algunos a prepararse y a los otros a respaldar 

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    económicamente a los que irían.

    Eduardo y su amigo Manuel, declararon a la Iglesia sudeseo de ir a estudiar. La mayor preocupación era cómoconseguir el dinero para el viaje de seis semanas por tierrahasta Lima y luego unas dos más en barco hasta Costa Rica.

    Eduardo fue a trabajar en una chacra para ganar dinero.Vendió un cerdo que estaba criando. Manuel, que trabajaba enuna escuela, se quedaba horas extras ayudándole al profesor.También vendió algo del arroz que tenía de su cosecha y doscerdos. Lo que reunieron les parecía mucho, pero en realidadera poco para lo que necesitarían. Pero, ¿no había prometidoDios mover aún una montaña para aquel que pidiese con fe?

    ¡Confiarían en él para la provisión de todas sus necesidades!Ana seguía animando a los creyentes a ayudar a ambos

     jóvenes para que vayan a prepararse para el ministerio. Lescitó las palabras atribuidas a Jesús: Más bienaventurada cosa es dar que recibir (Hechos 20:35).

    Los creyentes no tenían mucho dinero. Aparte de eso, eradifícil para ellos aceptar que era “mejor dar que recibir”. Noles fue fácil aprender a dar cuando se trataba de dinero.Algunos decían: “Bueno, ¿por qué no me dan a mí también?”

    Llegó el día cuando al finalizar el culto del domingo por lanoche, las dos misioneras se pararon humildemente, junto conla pequeña congregación, para elevar una oración. Pidieron la

     protección y ayuda del Señor para con los jóvenes viajeros,tanto en sus estudios como en su vida cristiana. Y propusieronluego recoger una ofrenda extraordinaria.

    La congregación reunida cantó el himno: “Dios os guardecon su tierno amor.” Así despidieron a los futuros “chasquisdel Rey” con abrazos, lágrimas y deseos de muchas

     bendiciones. Los creyentes salieron al patio de la iglesia ysiguieron conversando animadamente en el frescor de lanoche.

    El tesorero de la Iglesia, por su parte, luego de contar laofrenda la entregó a su vez a Ana.'Fue una ofrenda desacrificio del pueblo de Dios. Ella llamó a Eduardo y aManuel para entregarles la mitad a cada uno. Les expresó su

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    gran preocupación porque sumado a lo que ellos mismoshabían ahorrado era poquísimo aún. Roda, que había visto yescuchado todo, les dijo:

     —¡Esperen!Y fue apresurada hacia su cuarto. Abrió el candado del

    armario donde guardaba el dinero y escogiendo todos los billetes de mayor valor, los sacó. “Sería imperdonable,” sedijo, “dejar que estos jóvenes se vayan sin tener lo suficiente

     para sus necesidades en su largo camino.” Regresó de nuevoy entregó el dinero a los jóvenes. Estos lo recibieron conmucha gratitud.

    Temprano por la mañana, al siguiente día, salieronEduardo y Manuel, descalzos y vestidos con ropas viejas y parchadas. Los zapatos y las ropas nuevas que les habían provisto iban guardados en las bolsas impermeables quecargaban en sus alforjas. Salieron rumbo a Lima por el mismocamino en que antes habían venido Ana y Roda a San Martín.Por delante les esperaban tres largos años de separación de lossuyos, pero se consolaban con que diariamente seencontrarían ante el trono de la gracia orando los unos por losotros.

    Hasta ese momento Ana y Roda no se habían dado plena

    cuenta del valor de la ayuda de Eduardo y Manuel en la obra.Ahora que ya no estaban, ¡cómo les echaban de menos! Perocuando Roda contó el poquito dinero que aún quedaba encaja, luego de entregar parte a los jóvenes viajeros, seenfrentó con otra realidad.

     —¡Ani! —dijo— ¿cuánto dinero tienes tú? —¿Quién? ¿yo? ¿dinero? Yo no tengo dinero. Todo lo que

    tenía se lo entregué a Eduardo y Manuel. ¿Cuánto tienes tú? —Casi nada —contestó Roda— ¿Cómo o con qué vamos a

     pagar a los peones el sábado?Se pusieron preocupadas y tristes. Pero después doblaron

    sus rodillas pidiendo su provisión y al mismo tiempo el perdón del Señor por su escasa fe. Llegó el sábado. No habíadinero para pagar a los trabajadores. Milagrosamente esemismo día llegó el correo. Al abrir las cartas, de cada una

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    cayó un cheque, unas de Canadá y otras de Inglaterra.

    Semanas antes, el Padre celestial había movido el corazón desus hijos en ultramar para enviar dinero. Y llegó justo el díacuando tenían mayor necesidad. Las palabras de Isaías fueronuna realidad para ellas: ...antes que clamen responderé yo, mientras aún hablan, yo habré oído (Isaías 65:24).

    Abnegadamente muchas personas en paises extranjerosdaban de lo poco que tenían. Uno de ellos era Claude, un niñode nueve años, de Toronto, Canadá. Era hijo de Arturo y AdaSimmonds, los buenos amigos de Ana. Claude, con un amigosuyo, tuvieron un proyecto. Cada día, antes de ir a la escuela,salían en sus bicicletas a repartir periódicos a las casas en suvecindad. Lo hicieron con el fin de ayudar a aumentar con susganancias la ofrenda de la Escuela Dominical dedicada paraAna Soper en el Perú. Mensualmente su Iglesia, la BautistaEmanuel y otras más, recogían ofrendas para las misiones ylas enviaban a sus misioneros.

    De esta manera Ana y Roda podían comprar lo quenecesitaban y podían pagar a tiempo sus cuentas. Sabían que enla obra del Señor no estaban solas.

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    8 ___ Viene un  

    MédicoEl correo trajo otra gran noticia. Un médico venía. Iba a

    reunirse al equipo de misioneras. Al oír tal cosa todos en el pueblo se regocijaron, menos el Obispo. Le disgustó muchoque las extranjeras se hubieran instalado en el hospital deMoyobamba y no cejó en su intento de destruir la obramisionera evangélica.

     —Sencillo es. Hay que quitarles el hospital —advirtió—.Así ese doctor no tendrá dónde trabajar.

    A tiempo Ana y Roda oyeron del plan del Obispo a través

    de su buena amiga Josefina. Se escuchó un día laacostumbrada llamada: —¡Ujúu! —¡Ujúu, ahí voy!Respondió Ana, mientras arreglaba el velador 1  donde

    había curado minutos antes a un paciente. Cuando salió a la puerta, Josefina le habló a media voz haciendo un ademán deque era un secreto.

     —Oh, sí, sí, gracias, Josefina.Dijo Ana e inmediatamente entró en acción. Cerró la

     puerta principal con llave y la aseguró con tranca. Habló

    luego quedamente a Roda y subió al balcón del segundo piso.

    1 Mesita al lado de la cama del paciente.

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    Deseaba tener a Roda a su lado, pero ella tenía que quedarcuidando a un paciente grave. Supo que estaría orando.Pronto Ana pudo ver desde el balcón que delante del grupo(que se anunciaban con el “pom, pom, pom” de unos bombos)venía el Obispo. Le seguían el Prefecto, otras autoridades yun regimiento de soldados. Golpearon la puerta como paraderribarla.

     —¡Abran en nombre de la ley! —gritó alguien.Ana no pudo creer lo que oía, cuando una voz reclamó en

    seguida: —¡Venimos a llevar todo el equipo del hospital!

    ¡Pertenece al pueblo! —¡Por favor —contestó Ana con su fina voz de mujerdesde el balcón—, dénnos tiempo para separar primero lo quedonó el pueblo!

    “¿Cómo vamos a permitir que se lleven todo?” pensaba,asustada todavía por la violencia del momento. En eseinstante alguien protestaba con una voz de fogón:

     —¡No! ¡No debemos proceder así! Derribar violentamentela puerta es ilegal.

    Con cuánto alivio vio Ana que la multitud poco a pocoempezó a dispersarse. Una hora más tarde recibió un

    documento oficial del Prefecto que decía: “Entregue mañanaa las 9 a.m. todo lo que donó el Fondo de Beneficencia del pueblo.”

    “Gracias a Dios!” se dijo Ana con un respiro profundo dealivio. “Unas pocas horas es todo lo que necesitamos.” Eramuy poco lo que el pueblo había donado del Fondo que lasautoridades reclamaban. Temprano al día siguiente lasmisioneras devolvieron todo aunque el pueblo no estaría deacuerdo.

    Semanas más tarde se acercó a aquella misma puerta unamultitud con una actitud muy diferente, con gentes de toda

    edad. Acompañaban al doctor Kenneth MacKay que estaballegando. Algunos de los muchacho's conversaban con élmientras conducían el equipaje a la casa de las misioneras.

    Después que el médico se había instalado con su familia,

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    40 LOS CHASQUIS DEL REY

    Roda y Ana se dieron cuenta que ya era tiempo de planear unviaje de regreso a su país. A las enfermeras les faltabandescanso y cuidados médicos. Roda, bastante debilitada porsucesivos ataques de malaria, viajó primero.

    Ana quedó un tiempo más con los niños. Pensaba esperarhasta que Roda vuelva primero de su país. Sin embargo, enacatamiento a las indicaciones del doctor MacKay, elladecidió viajar tan pronto como le fuere posible. Buscóhogares para los niños, con preferencia entre sus propiosfamiliares, donde se quedarían durante su ausencia. Pero noencontró una familia para Franky. Nadie quería

    responsabilizarse de una niña de dos años extremadamentemovida y que sufría de los bronquios.Bajo la dirección del Señor, Ana decidió que debía llevar a

    Franky consigo a Inglaterra. Escogió a Martina, una de lasniñas del hogar, para que sea la ama de Franky y así ayudarcon el cuidado de ella durante el viaje. Martina era una bonitaniña de once años.

    El día llegó cuando Ana montó su caballo, con Franky ensus brazos, y Martina en otro, siguiéndole. Así fue, que cincoaños y medio después de su llegada a Moyobamba, seescucharon las pisadas de las bestias en el pedregal del

    camino con dirección a la Sierra, el primer tramo del largoviaje de regreso entre Moyobamba e Inglaterra.Llegaron a la  jalea.  Al finalizar otra jornada diaria

    armaron la carpa. Ana y las niñas se acostaron sobrealfombras que solían llevar consigo en los viajes. No tardaronen quedarse profundamente dormidas. El cansancio no era

     para menos. Al amanecer Ana notó un silencio seprucal a sulado. Martina estaba allí, pero Franky no.

     —¿Cómo me habré quedado tan dormida? —se culpabaAna.

    Salió rápidamente de la carpa en busca de Franky. Miró

     por todas partes; de pronto la vio al borde del precipicio.Corrió y la tomó desesperadamente entre sus brazos.En varias oportunidades tuvieron que acampar en cerros

    así fríos e inhóspitos. En uno de esas alturas extremas no

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    encontraron ni siquiera leña para hacer fuego, y apenas habíaespacio suficiente para armar la carpa. Las niñas no estabanacostumbradas a dormir bajo frazadas dobles, así que Ana

     pasó toda la noche despierta cuidándolas para que no tiren lasfrazadas y se congelen.

    A pesar de su cuidado, en la mañana encontró a Frankycomo muerta. Estaban en una de las alturas más elevadas. Leenvolvió y le cargó en sus brazos durante varias horasmientras iba montada en el lomo de la bestia. No quiso contara nadie sus sospechos de que la niña posiblemente estabamuerta. Pero sí pedía a Dios que no sea así. ¡Con alivio

    grande Ana vio al bajar de las alturas que se reaccionaba poco a poco!La noticia había llegado a Lima que Ana venía con dos

    niñas. Todos creían que llegaría sólo con una de ellas. No pensaban que Franky aguantaría el viaje por la jalea. Losamig