LA MENTE HUMANA ANTE LA VERDAD: ENTRE LA INGENUIDAD Y LA PROVOCACIÓN
Click here to load reader
-
Upload
unicidade-do-conhecimento -
Category
Documents
-
view
969 -
download
1
description
Transcript of LA MENTE HUMANA ANTE LA VERDAD: ENTRE LA INGENUIDAD Y LA PROVOCACIÓN
ENCONTRO INTERNACIONAL A UNICIDADE DO CONHECIMENTO
CIEP Centro de Investigação em Educação e Psicologia
LA MENTE HUMANA ANTE LA VERDAD: ENTRE LA
INGENUIDAD Y LA PROVOCACIÓN
María García Amilburu Marta Ruiz Corbella
1. INTRODUCCIÓN
No es posible negar en la práctica, la capacidad humana de conocer ‐esto es, de adquirir algún tipo de información, tanto sobre el mundo exterior al sujeto como respecto a uno mismo‐. Pero lo que resulta problemático y ha constituido un tema recurrente en la discusión filosófica desde sus orígenes, es determinar si podemos acceder a un conocimiento de la realidad tal como es, o solamente tenemos acceso a nuestras propias mediaciones cognoscitivas, a nuestras representaciones.
En algunos ambientes, el ser humano ha perdido la confianza en las posibilidades de su razón para conocer la realidad; hasta el punto de que la misma palabra “verdad” ha sido excluida del vocabulario de muchos que se autodenominan “intelectuales”, convirtiéndose en un término políticamente incorrecto, que no debería ser pronunciado.
En este contexto, la tesis que proponemos resulta provocativa, ‐pues se sostiene la posibilidad de alcanzar un conocimiento de la realidad que puede calificarse como “verdadero”‐, a pesar de ser congruente con el hecho, empíricamente constatable, de que no es posible evitar hacer referencia, ‐aunque sea de manera
AMILBURU, M. & Corbella, M. (2007) La mente humana ante la verdad: entre la ingenuidad y la provocación
2
sutil, implícita e indirecta‐, a que aquello que pensamos, sentimos, decimos o hacemos tiene validez extramental, posee un sentido: en otras palabras, es o no es “verdad”.
2. EL DESEO DE CONOCER
El deseo de conocer es una constante humana: está inscrito en el núcleo más profundo de nuestro ser y ha quedado plasmado en algunos de los textos de la antigüedad clásica más famosos y citados. “Conócete a ti mismo”, dicen que podía leerse en el frontispicio del templo de Apolo en Delfos; mientras que Aristóteles iniciaba el Libro I de la Metafísica con una frase no menos conocida: “Todos los hombres desean por naturaleza saber”.
Esta inclinación natural hacia la verdad no es una pasión inútil, aunque en muchas ocasiones no tengamos la certeza de haberla alcanzado. Confiar en la razonabilidad del mundo y en las posibilidades cognoscitivas del ser humano es compatible con la aceptación de las propias limitaciones, que pueden conducirnos en algunos casos a conclusiones provisionales y falibles. Pero esto es algo completamente distinto a negar que los sentidos y la mente humana puedan conocer la verdad.
No es arrogancia sostener que es posible alcanzar un conocimiento verdadero porque, si el ser humano no fuera capaz de ello, todo lo que decimos y hacemos quedaría reducido a pura fachada, apariencia vana; y nosotros mismos seríamos unas criaturas fatuas e inconsistentes.
Hay ocasiones ‐y todos tenemos experiencia de haberlas vivido en primera persona‐ en las que es posible afirmar con absoluta certeza: “esto es así” o, lo que es lo mismo “lo que digo es verdad”. Con ello se sostiene implícitamente que hay situaciones en las que el ser humano dispone de buenos motivos ‐bien por evidencia, porque confía en un testigo, o a través de un razonamiento‐ para defender con firmeza que lo que se afirma es verdadero.
En consecuencia, cuando un ser humano dice que sabe algo, no está describiendo un estado subjetivo de su conciencia ‐como cuando, por ejemplo, manifiesta que le gusta la música barroca‐; sino que lo que afirma tiene pretensión de realidad y puede justificarlo en un contexto público de procedimientos de verificación y refutación.
3. EL ESCEPTICISMO CONTEMPORÁNEO
Sin embargo, no es posible ignorar que vivimos en una época en que la provisionalidad, el pensamiento débil y el relativismo configuran el clima intelectual que se respira en muchos ambientes cultos. Esta desconfianza en la capacidad de la razón se hace aún más patente en el ámbito de las Ciencias
Actas do Encontro Internacional – A Unicidade do Conhecimento
3
Humanas ‐que, en definitiva, constituyen la esfera que afecta de manera más radical a la existencia: porque en ella se dirimen las cuestiones más profundas e interesantes: las que se relacionan más directamente con el sentido de la vida‐. En el campo de las Ciencias Experimentales ‐que se rigen por la racionalidad matemática‐, las cosas se perciben de manera diferente, aunque también en este ámbito se considera más seguro falsear que verificar un enunciado.
Como han señalado algunos intelectuales contemporáneos, la gran enfermedad de nuestro tiempo es su déficit de verdad y, quizá, esta renuncia a la verdad sea el núcleo esencial de las crisis de la época que nos toca vivir, donde la utilidad y los resultados cuantificables se han convertido en los únicos criterios de éxito, sustituyendo a la verdad, tanto en el ámbito de la existencia personal como en el de la convivencia entre los hombres.
La verdad no figura entre de los grandes ideales morales de nuestro tiempo: no tiene una cotización muy alta como valor; se afirma, incluso, que preocuparse por ella no es más que el juego elitista de unos pocos que pueden permitírselo. Y así, ese desinterés y desconfianza del ser humano en su propia capacidad de conocer es presentado en muchas ocasiones bajo capa de humildad intelectual y hasta como un imperativo de la tolerancia y de la auténtica sabiduría. Porque al comprobar nuestras limitaciones ¿no constituiría una muestra de arrogancia por nuestra parte decir que se conoce la verdad? ¿No sería más conforme a nuestra situación reducir esa categoría y movernos dentro de los márgenes que delimitan el relativismo o el pragmatismo utilitarista?
La idea de que, en último término, da igual aplicar ésta o aquella fórmula, seguir aquella tradición o la otra, hacer una cosa o la contraria, ha arraigado con fuerza en la mentalidad occidental y constituye una grave tentación para el hombre moderno. Pero renunciar a la verdad no soluciona nada, porque entonces se corre el riesgo de acabar deslizándose en una dictadura de la voluntad ‐como se ha podido comprobar tristemente en el siglo pasado‐ ya que lo que queda después de suprimir la verdad se reduce a simple decisión nuestra. Por tanto, si no se puede alcanzar la verdad, sólo es posible rendirse a la arbitrariedad.
4. EXPLICACIONES CAUSALES E INTERPRETACIONES
Paradójicamente, junto a esta mentalidad escéptica característica de la época actual, el progreso experimentado en los últimos años por las Ciencias de la Naturaleza ha ofrecido gran credibilidad a sus productos y a las metodologías con las que se elaboran; hasta el punto de que sólo se considera “científico” ‐y, por tanto “verdadero”‐ el saber que se alcanza con la aplicación de métodos cuantitativos‐experimentales. De ahí que haya constituido una gran tentación para quienes cultivan las Ciencias Humanas intentar reelaborar éstas utilizando los mismos métodos y empleando los mismos modelos de las primeras, intentando reencaminarlas por unas líneas de investigación que se ajusten a esos paradigmas.
AMILBURU, M. & Corbella, M. (2007) La mente humana ante la verdad: entre la ingenuidad y la provocación
4
Es necesario, por tanto, liberarse del prejuicio de que sólo es científico lo que se construye según las metodología empírica, racionalista o cognitivista, para incluir también otros métodos, como el análisis de la intersubjetividad y de los significados que están inscritos en la realidad social; porque en el ámbito de las Ciencias Humanas todo apunta a que la noción de significado ocupa un lugar imprescindible, ya que la conducta humana ‐las acciones, deseos y proyectos de cualquier persona‐ siempre tienen algún sentido para ella.
La consideración del comportamiento humano como el tipo de conducta característico de agentes intencionales que experimentan deseos y se proponen fines a sí mismos, hace necesario intentar comprenderlo en términos significativos. Una acción tiene sentido cuando hay una coherencia entre la conducta del agente y el significado que esa situación tiene para él. Esta coherencia a la que nos referimos no implica que la acción deba ser racional según la acepción de la lógica formal, o que el agente posea una claridad y seguridad absolutas respecto a lo que está haciendo. El significado su acción puede ser en ocasiones también confuso para él mismo pero, incluso en esos casos, la acción debe tener algún sentido para quien la realiza.
Así pues, la única manera de comprender una actividad humana es encontrar el sentido de este comportamiento, de manera que se haga patente su coherencia interna, y a eso se le llama interpretación. Interpretar es el intento de clarificar o comprender algo ‐una actividad humana, un texto, una cultura, una obra de arte, etc.‐ El objeto que hay que interpretar se presenta en un primer encuentro como confuso, incompleto, carente de significado, o hasta contradictorio, y la interpretación busca iluminar esa coherencia que se presume y que no se percibe de manera inmediata.
Pero esto no significa que todas las interpretaciones sean igualmente válidas. Todas no pueden ser igualmente valiosas o inválidas; verdaderas o erróneas, como se sostiene ‐incurriendo en manifiesta contradicción‐ desde planteamientos relativistas. La realidad puede ser comprendida y descrita de muchas maneras, pero no de cualquier modo. Las diferencias entre interpretaciones pueden evaluarse, y la superioridad de una de ellas sobre las demás se podrá establecer atendiendo a que desde la mejor se puede obtener una visión que permita no sólo comprender esa posición, sino también las otras; pero no a la inversa.
Interpretar es, por tanto, el intento de profundizar en la comprensión. Cuando se afirma que algo no se entiende, se está asumiendo implícitamente que hay algo que entender, que podríamos ser conducidos hasta un referente si supiéramos cuál es el vínculo que lo une con la expresión. Una buena interpretación será, así, la que contribuya a aclarar un significado originariamente presente que se percibía de manera confusa o fragmentaria. Ese tipo de estudio interpretativo es, en el fondo, un procedimiento hermenéutico.
Actas do Encontro Internacional – A Unicidade do Conhecimento
5
5. HERMENÉUTICA Y VERDAD
Como es bien sabido, la hermenéutica es la técnica y el arte de la interpretación textual y se ha ejercido en los ámbitos poético, mítico‐religioso, teológico o jurídico, desde la antigüedad. La hermenéutica contemporánea, por su parte, es una extrapolación al campo de las Ciencias Humanas de una metodología auxiliar de la Historiografía que tiene como objeto fijar el sentido de los textos asegurado así la correcta transmisión de contenidos inteligibles a lo largo del tiempo. En la actualidad, este procedimiento se ha aplicado a la práctica totalidad de las ciencias sociales.
Quienes adoptan la metodología hermenéutica comparten ‐a pesar de sus diferencias‐ la creencia en la finitud e historicidad de las culturas y la vida humana, y la convicción de que la verdad, el conocimiento, y la moralidad están asentadas sobre las tradiciones y prácticas sociales: no hay acontecimientos propiamente humanos en abstracto, sino que el espacio, el tiempo, la cultura, la tradición, etc., son los horizontes de la existencia humana.
La pretensión de Gadamer era encontrar una racionalidad histórica, acorde con la condición temporal del ser y la razón humanas. Frente a la idea de una razón y un saber absolutos, insistió en que para nosotros, los humanos, la razón sólo se da como real e histórica. Historicidad significa ser‐en‐el‐mundo, facticidad. Y puesto que "comprender es el carácter óntico de la vida misma", la referencia a la historia constituye la más radical realidad de los hombres. Por eso, Gadamer desbanca a la subjetividad y confiere a la noción de situación un sentido trascendental, debido a que nos constituye de tal modo que no es que nos encontremos siempre en una situación, sino que somos situados.
El problema hermenéutico se plantea al tomar conciencia de la implicación de la labor interpretativa en cualquier acto de conocimiento y en todo intento de comprensión. Interpretar no es una actividad secundaria, posterior al entender, sino que todo proceso de conocimiento es siempre interpretativo, aunque no seamos explícitamente conscientes de ello. La interpretación aparece así como el modo fundamental y específico no sólo del entender, sino del ser humano. La comprensión es el fruto de un entendimiento interpretador, no es una cuestión sectorial sino universal, en cuanto que configura todo el discurso humano en su intencionalidad. La interpretación es una categoría y una necesidad ontológica, porque imprimir un sentido a la vida es la condición primaria de la existencia humana.
La hermenéutica filosófica es, por tanto, una teoría generalizada de la interpretación, más exactamente, la praxis de la interpretación crítica: el intento de encontrar una respuesta a la pregunta de cómo es posible la comprensión allí donde ésta no se nos da inmediatamente. El principal interés de la hermenéutica consiste en investigar de qué manera y bajo qué condiciones tiene sentido algo que ha sido dicho o hecho en el pasado, o en la actualidad, de modo que pueda ser reconocido como un texto dentro de una tradición.
AMILBURU, M. & Corbella, M. (2007) La mente humana ante la verdad: entre la ingenuidad y la provocación
6
Asumir el método hermenéutico supone admitir que las expresiones y acciones humanas contienen un componente significativo que es reconocido por el sujeto que realiza la interpretación y, al mismo tiempo, que la realidad se estructura según modelos que crean los sujetos. La estructura del conocimiento es comprensiva; pero comprender no es reflejar un objeto sin más, sino que tiene también algo de construcción. Por eso, es necesario evitar tanto la utopía de la pura contemplación, como el error de pensar que operamos con meras proyecciones de nuestro pensamiento. Hay que admitir que toda descripción de la realidad supone ya una cierta interpretación, realizada desde nuestra situación cultural. La hermenéutica opera, así, sobre dos principios que se implican mutuamente: el sujeto, que interpreta desde su situación, y el objeto, que tiene significado en su ser captado por alguien. Nos situamos, por tanto, al margen del debate entre objetivismo y subjetivismo.
Lo que el sujeto debe comprender son unos hechos: ciertos rasgos del mundo físico y social. Contrariamente a lo que a veces se piensa, los hechos no se dan “en bruto”, en cuanto hechos, sino que el mismo modo de determinar qué constituye “un hecho” supone cierto posicionamiento, porque el ser humano no puede contemplar las cosas “desde un punto de vista absoluto” ‐sencillamente, porque no es el Absoluto‐, ni tampoco desde la presunta neutralidad que le otorgaría hacerlo “desde ningún punto de vista”, porque está siempre situado en unas coordenadas existenciales de espacio y tiempo. Lo único posible y honesto es abrirse a la realidad y escuchar atentamente lo que quiere decirnos de sí misma e intentar captarla como se nos presenta.
Lo que consideramos un “hecho” está teñido por nuestra situación en el mundo, y esa situación ‐querámoslo o no‐ incorpora siempre elementos de valor. Por lo tanto, en la práctica no es posible hacer una disección absoluta ‐establecer una separación total‐ entre hechos y valores. Así, en relación con la supuesta “objetividad” ideal del conocimiento, esto significa que no podemos alcanzar un “saber puramente objetivo de los hechos”. Incluso la fotografía, con la que presuntamente se descubrió la posibilidad de reflejar la realidad excluyendo cualquier huella del sujeto, contiene una cierta interpretación, ‐aun cuando se prescinda de las múltiples posibilidades de manipulación que ofrece la ciencia‐. Porque la fotografía implica siempre una determinada posición de las cosas y de la cámara frente a ellas, una elección, un alejamiento e iluminación: por todo ello, es también una toma de postura ante lo real. Nuestras descripciones, explicaciones y clasificaciones requieren, sin excepción posible, haber realizado una interpretación de lo real, aunque sólo sea por lo que se omite, por lo que no se dice.
Pero esto no contradice la tesis principal que sosteníamos, ni tampoco significa que se pueda tomar por buena cualquier descripción de la realidad, porque hay “interpretaciones” mejores y peores y no es defendible – ni desde el punto de vista lógico ni práctico‐ el anything goes: porque no da todo igual.
Podemos cuestionarnos si el conocimiento humano es capaz de superar los límites de la propia situación cultural. La respuesta ha de ser sin duda afirmativa,
Actas do Encontro Internacional – A Unicidade do Conhecimento
7
porque el simple hecho de preguntarse por la posibilidad de trascender los propios parámetros culturales es una prueba de que, de algún modo, ya se ha hecho. En efecto, para formular esa cuestión hay que situarse en un marco de referencia más amplio, y sólo desde ahí se puede hacer la pregunta sobre la influencia de la cultura en las mediaciones cognoscitivas en cuanto tales.
Tanto el hecho de la existencia de cierta realidad como sus características propias ‐su modo de ser‐ no dependen del sujeto que puede llegar a conocerla, aunque para que lo real se constituya en objeto de conocimiento, tenga que intervenir necesariamente un sujeto que lo interprete, dejando su huella en esta tarea.
Que la realidad pueda ser definida o interpretada de diferentes maneras en función del propósito de la descripción y, por tanto, que no haya un único modo verdadero de referirse a ella, no significa que el ser humano la cree, o que no pueda tener un acceso cognoscitivo a ella ‐todo lo limitado y perfectible que se quiera‐, pero verdadero.