La Biblioteca de Babel - Mientras Tanto · alternativos son tan penosas como la comentada. Hay una...
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Número 151 de noviembre de 2016
Notas del mes
La izquierda, excluida
Por Juan-Ramón Capella
Cuestiones de encaje
Por Albert Recio Andreu
Nota sobre el referéndum acerca de la reforma constitucional
de Matteo Renzi
Por Giaime Pala
Filtraciones, geopolítica y el sistema de resolución de
conflictos del TTIP
Por Joan Ramos Toledano
Cinco mil quinientos millones
Por Albert Recio Andreu
Sobre el “no” al acuerdo de paz en Colombia: ¿una amnistía
inaceptable?
Por Rosa Ana Alija Fernández
La animada vida de las estatuas
Por Antonio Madrid
Cuando el problema resulta ser un conflicto
Por Miguel Muñiz
El ecologismo y sus zonas de confort
Por Pablo Massachs
La desobediencia y Catalunya
Por Pere Ortega
Entre todos las matamos
Por José Ángel Lozoya Gómez
El gran titiritero
Por Juan-Ramón Capella
Ensayo
Politizar el dolor (I)
Antonio Madrid
Historia y mito en «César o nada» de Vázquez Montalbán
Loreto Busquets
El extremista discreto
Actualidades actuales
El Lobo Feroz
1
La Biblioteca de Babel
La izquierda ante el colapso de la civilización industrial
Manuel Casal Lodeiro
Panrico. La vaga més llarga
Isabel Benítez y Homera Rosetti
Diccionario enciclopédico de la vieja escuela
Javier Pérez Andújar
En la pantalla
Cuando tienes 17 años
André Téchiné
Una misionera explica la realidad de la guerra en Siria
Foro de webs
No al TTIP
TTIP leaks - Greenpeace
Campañas
En defensa de la dignidad de los pueblos, rechacemos las
amenazas, chantajes e injerencias del Eurogrupo y la Comisión
Europea
Exposición sobre los aviadores de la IIª República en Sant Boi
de Llobregat
De otras fuentes
TTIP, CETA, TISA y educación: un territorio para el saqueo
Agustín Moreno
Si CCOO no se reinventa, se la llevará el viento de la historia
César Arenas
"El Estado español se pasa por la entrepierna lo que haga falta
para defender al franquismo"
Alejandro Torrús
El autoritarismo de Hungría podría augurar el futuro de Europa
Owen Jones
2
La izquierda, excluida
Juan-Ramón Capella
La Constitución de 1978 —con su indispensable aditamento: la ley electoral—
fue configurada de modo que dificultara al máximo que llegara a gobernar en
España una fuerza de verdadera izquierda. En los años de la transición esa
fuerza era el PCE. La Constitución reconoció los derechos civiles y políticos
fundamentales, pero al mismo tiempo levantó un sistema de diques y barreras
para impedir que la izquierda, cualquier izquierda real, llegara a gobernar. La
izquierda de entonces no lo supo impedir.
Entre los artificios aludidos están: una ley electoral escasamente proporcional,
que facilita la fuerza de los grupos nacionalistas en el Parlamento (para
contraponerlos a la izquierda); una moción de censura constitucional
impracticable, al exigir de la cámara un acuerdo previo para la determinación
de nuevo jefe de gobierno, acuerdo imposible de alcanzar; el establecimiento
de la provincia —y no de la comunidad autónoma— como circunscripción
electoral, lo que facilita la inutilización de los votos que conviene; o la
atribución al ejército del papel de guardián de la Constitución (en el
franquismo era el guardián... de las instituciones), etc.
La conversión del Psoe al neoliberalismo facilitó que pareciera que gobernaba
un partido de izquierdas. Pero no lo era, como en seguida advirtió hasta la
mismísima UGT.
Las aguas volvieron a su cauce derechista con los sucesivos gobiernos
neoliberales del PP o del Psoe, hasta que en la gran crisis económica reciente
el empresariado español decidió romper con el pacto social que había
facilitado hasta entonces el auge de la economía española. Creyó que ya no lo
necesitaba, e inició una ofensiva contra los derechos sociales de las personas
que trabajan.
En la crisis, y temiendo que el Partido Popular, con su enorme lastre de
corrupción, no pudiera mantenerse en el gobierno, los empresarios del Ibex
—es un modo de decir: el gran empresariado de este país— decidieron apoyar
a un partido, Ciudadanos, que se presentara como una derecha moderna
susceptible de funcionar como muleta del PP. A pesar de cierto éxito inicial,
Ciudadanos se deshinchó como partido, mostrándose en las elecciones
recientes incapaz de mantener en pie un gobierno del PP. La operación
Ciudadanos había resultado insuficiente.
Y a todas éstas había surgido con fuerza Podemos. Podemos ha sido visto
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como un peligro por las mismas fuerzas económicas y sociales que habían
lanzado la operación Ciudadanos; y aunque se trata de un partido nuevo, en
formación, aliado al sector más renovador de Izquierda Unida —ambos aún
tienen que dar muchos pasos para convertise en una nueva fuerza política
sólida, programáticamente consistente, y con arraigo—, ha bastado que
existiera la posibilidad de una alianza de Podemos/IU con el Psoe dirigido por
P. Sánchez para que las fuerzas económicas y sociales de la derecha —lo que
llamamos metafóricamente el Ibex 35— hayan preferido destrozar al Psoe
antes de que se consumara tan hipotética alianza.
Cebrián en su diario, Felipe González y sus fieles en el Psoe, se han lanzado a
una campaña feroz y despiadada con sus propias gentes ante este posibilidad.
A su vez, el Psoe parece haber tirado por la borda toda su democracia interna
al impedir que la opinión de sus militantes encontrara expresión política. Hoy
por hoy no cuentan.
Nos hallamos ahora en una fase política peculiar. Grupos afines a
Podemos-Izquierda Unida gobiernan las dos principales ciudades del país, y
algunas otras más. Como cuando en Italia los comunistas gobernaban
ejemplarmente regiones enteras y grandes ciudades. Pero ha quedado claro
que, como ocurrió en Italia respecto del PCI y a través de una historia de
conjuras y crímenes que no es necesario evocar, tampoco en España los
poderes fácticos están dispuestos a permitir que una fuerza de izquierda,
como Podemos-Izquierda Unida, llegue al gobierno, ni siquiera en coalición
con partidos situados a su derecha.
Esta derecha social es incluso peor que la italiana: es inculta, y en esa
incultura se incuba su peligrosidad.
Lo que ha ocurrido es gravísimo: se ha pervertido ante nuestros ojos lo que
quedaba del sistema político democrático. Están en peligro las ya vacilantes y
débiles instituciones democráticas, que van siendo vaciadas mediante formas
sutiles, de momento sin fascismo movimental, porque la derechísima carece
de una base de masas organizada significativa, pero de todos modos
acercándose a las formas de acción institucional que emplearon los fascismos.
La epidérmica reacción de la prensa ante estos acontecimientos, que se
narran analfabéticamente en forma de pugna entre personas, debe hacernos
meditar también ante la escasa calidad al menos de la prensa escrita. De eso
se salva una parte —pero sólo una parte— de la prensa digital. La falta de
apoyo con que ha tropezado el semanario político-cultural impreso Ahora, que
ha tenido que cerrar, muestra que entre los jóvenes interesados por la política
falta sensibilidad para apoyar iniciativas democráticas elementales.
4
Se debe aprovechar el poco tiempo en que el gobierno que surgirá del apoyo
al PP del Ibex 35 vía Psoe tenga escasa fuerza parlamentaria, para dedicarnos
los de abajo a tejer partido, a tejer movimientos masivos, mareas,
instrumentos de defensa de los de abajo ante la ofensiva de los de arriba.
Las personas con poca experiencia política deben saber que la confrontación
política no se circunscribe al ámbito institucional sino que se lleva a todos los
terrenos: el de la prensa y la radio, el de los comentaristas, en el ámbito de la
enseñanza y de la cultura, en los textos que circulan por internet. Hay que
leer sin ingenuidades el mundo terrible que nos toca vivir. Y no dejarse llevar
por el calentón de las emociones porque de otro modo acabarán —y es lo
peor— nacionalistas.
25/10/2016
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Cuestiones de encaje
De disidencias, conflictos entre instituciones y movimientos, y
nacionalismos
Albert Recio Andreu
I
Escribo estas líneas antes de que Rajoy sea definitivamente investido de
nuevo como presidente del gobierno. A estas alturas esto ya es un hecho
consumado. Como son asimismo hechos consumados, y ampliamente
debatidos, el golpe de estado y el giro táctico del PSOE, que es el que, en
definitiva, provocará la reelección de Rajoy. Hablo de “giro táctico” porque se
ha tratado sólo de eso; un giro sin duda doloroso e incomprensible para
muchos militantes, pero fácilmente entendible en una estrategia de largo
alcance en las dos cuestiones fundamentales que están en el centro de las
cuestiones más candentes: la política económica y la cuestión de la
organización territorial. Es una visión estratégica en que la “triple alianza”
tiene realmente más cosas en común que diferencias, aunque en este giro se
han roto tantas barreras del imaginario del votante de izquierdas y se ha
actuado tan mal que el PSOE puede acabar pagándolo muy caro (es lo que
ocurre con los “volantazos”, que a menudo el vehículo se sale de la calzada).
Hay, sin embargo, una cuestión, en toda la operación forzada para pasar del
no a la abstención, de la que la nueva izquierda debería sacar lecciones. Me
refiero a las formas y el trato dado a la disidencia. La forma en que fue
descabalgado Pedro Sánchez es de un grado tan elevado de chapuza y
manipulación que invalida por sí mismo a cualquiera de los actuales dirigentes
del PSOE para regir decentemente un país. Lo que lo agrava es la manera en
que se está planteando el asunto de los disidentes que no están dispuestos a
tragar con el voto a Rajoy (por convicción profunda o por mero sentido de la
oportunidad). Aquí vuelve a renacer el viejo modelo del centralismo
democrático, según el cual la mayoría debe siempre forzar a la minoría a
actuar en contra de sus convicciones; un modelo de centralismo que tiene
más de lógica cuartelera que de la pretendida eficacia con la que se pretende
justificar.
Un partido que fuerza a sus miembros a actuar sistemáticamente en contra de
sus convicciones o que ignora y deja sin protagonismo a las minorías acaba
por debilitarse vía escisión o simple abandono. También es cierto lo contrario:
ninguna organización puede funcionar con una minoría que esté
continuamente bloqueando y oponiéndose al resto. Pero entre estos dos
extremos hay muchas posibilidades intermedias, basadas en tres principios
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básicos: a) que cualquier organización que funcione requiere de la lealtad, del
sentido de cooperación entre sus miembros, y para ello deben hacerse
esfuerzos y encontrar propuestas integradoras; b) que la disidencia debe ser
acotada para impedir que la organización se convierta en una mera batalla de
facciones y c) pero que debe haber canales para que en casos de divergencias
irreductibles en una cuestión concreta éstas pudieran expresarse. En el caso
que inspira este comentario, el PSOE lo hubiera podido tener fácil. Al fin y al
cabo, todos sus miembros declaran que coinciden en su programa y en su
oposición a Rajoy y en que lo único que los separa es una apreciación sobre
cuál es la mejor opción que tomar. Por tanto podía haberse construido un
buen relato del voto diferente de unos y otros. Es seguramente pedirles
mucho a los actuales dirigentes del PSOE la sofisticación y las convicciones
democráticas que exigen el encaje de la disidencia en un contexto de elevada
tensión emocional. Falta por ver cómo acabarán resolviendo el embolado. Tal
como han ido las cosas, es más factible que acabemos siendo testigos de un
nuevo sainete de la compañía de Ferraz.
La cuestión no es tanto saber qué le ocurre al PSOE como sacar conclusiones
para el proceso de construcción de la nueva izquierda. Por desgracia, muchas
de las experiencias de las corrientes comunistas y los movimientos
alternativos son tan penosas como la comentada. Hay una larga tradición
tanto de culturas autoritarias como de egos maleducados (y de pequeñas
corrientes organizadas que sólo conciben la pertenencia a una organización si
la política de la misma coincide con su particular hoja de ruta) dispuestos a
romper la baraja a la primera de cambio. Las formas de afrontar los conflictos,
de resolverlos, constituyen uno de los puntos cruciales que toda organización
debe encarar. Sobre todo si se trata de avanzar hacia un modelo social más
justo, deseable e inclusivo. Asistir como espectadores al vodevil organizado
por los jerarcas socialistas puede resultar regocijante, pero no puede hacernos
perder de vista que la construcción de un nuevo espacio de izquierdas
requiere crucialmente el desarrollo de procesos de encaje (que
necesariamente incluyen disidencias) civilizados y capaces de superar las
fricciones que inevitablemente se producen en cualquier actividad colectiva.
II
En la actual coyuntura, Unidos Podemos va a quedar situada como una opción
fuera del sistema. Nada nuevo bajo el sol. Los sistemas tienden a fagocitar a
aquellos cuerpos que les resultan extraños o incompatibles con sus lógicas de
funcionamiento. La ventaja es que ahora es mucho más complicado aislar a
unas fuerzas políticas que ya rozan el nivel de representación de la segunda
fuerza y que, además, tienen el control de muchas grandes ciudades; que
tienen, por tanto, una base de apoyo social impensable en el reinado de Juan
Carlos I. Conscientes de lo complejo de la situación, y de las aspiraciones y la
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cultura política de la que provienen los integrantes de este nuevo espacio
(tanto de Izquierda Unida como del 15M y otros movimientos sociales), ha
vuelto a ponerse en circulación una idea recurrente en la izquierda, la de
“constituir a la vez una fuerza institucional y de lucha”. Es, en el fondo, una
idea a la que ninguna izquierda transformadora puede renunciar. Se participa
en la vida institucional porque se reconoce la importancia del poder político y
la necesidad de utilizar sus palancas como medio de cambio (algo que,
además, es tangible en los “nuevos ayuntamientos” a pesar de sus
limitaciones, de la inexperiencia, de los errores “no forzados”). Pero existe el
convencimiento de que, sin una sostenida participación y movilización social,
es imposible cambiar la correlación de fuerzas y avanzar hacia
transformaciones más profundas. La idea general es buena, pero su aplicación
en la práctica exige no quedarse en el eslogan. La experiencia histórica es rica
en fracasos del modelo.
Las mayores fuentes de problemas se presentan en dos campos diferentes.
Por una parte, la gente que accede a las instituciones tiende a quedar
absorbida por su propia dinámica interna. No sólo por las pleitesías que le
exigen los mecanismos institucionales, sino también (como ocurre en los
ayuntamientos) por las necesidades de atender el día a día de la gestión y de
la relación con las entidades y la ciudadanía en general. Tienden por tanto a
aislarse, y a menudo caen en la tentación de considerar que los movimientos
sociales deben desarrollar sus fuerzas en apoyo de las iniciativas que ellos
tratan de impulsar en el “toma y daca” de las instituciones. Como a menudo
las dinámicas y las lógicas de estos movimientos no coinciden con los ritmos
electorales, se produce la sensación de desconexión y abandono que acaba
por reforzar el aislamiento inicial, y ello es causa de frustración y
desencuentros. Por otro lado, los activistas que están fuera tienden a
considerar que sus demandas y propuestas no son bien atendidas por sus
representantes. Y tampoco es extraño que los líderes de estos movimientos
traten de reforzar su posición contraponiendo su actividad altruista con el
trabajo de los profesionales.
Se trata de contradicciones surgidas tanto de las dinámicas contrapuestas de
los espacios como de las propias vivencias diferenciadas de las personas que
están en uno u otro lugar; sin perder de vista que nadie está exento de
comportamientos que en muchos casos generan problemas al conjunto. Hay
que ser muy ingenuo para olvidar que en la izquierda coexistan tanto
comportamientos altruistas, generosos y solidarios como egoísmos, envidias y
“trepas”. Y que éstos se manifiestan también en las dinámicas de la actividad
institucional y los movimientos.
La presencia de estos problemas la estimo inevitable, pero no insoluble o,
cuando menos, controlable. Y aquí es donde un buen modelo organizativo,
8
nacido de la reflexión y el reconocimiento de estos problemas, debe
intervenir, partiendo del reconocimiento de que lo de la lucha y las
instituciones es de entrada un terreno conflictivo; generando tanto un modelo
de organización autónoma en los dos espacios como buenos mecanismos de
diálogo e interrelación entre los mismos, con buenos canales de comunicación
donde no sólo se cuente lo que se hace sino que se expongan los límites de la
propia acción, la reflexión autocrítica.
Consolidar una nueva izquierda no es tarea fácil. Darle densidad social exige
un cuidadoso trabajo no sólo de organización hacia dentro sino de articulación
de un variado conjunto de organizaciones, movimientos e iniciativas sociales
que generen un apoyo social suficiente. La nueva izquierda no puede
configurarse como “representante” de una sociedad civil débil y poco
desarrollada. Debe contribuir a su desarrollo. Porque lo que es evidente es
que la derecha sí tiene una sociedad civil articulada, sin la cual es imposible
entender el continuo apoyo social que obtienen las corruptas y antisociales
políticas del PP. Y para que ello sea posible hace falta pensar en un modelo
sofisticado de articulación de las diferentes partes de este complejo social.
Quedarse en meras formulaciones bien intencionadas no ayuda a hacer frente
a viejas y nuevas contradicciones.
III
Si de por sí ya son complicados los encajes que he planteado (el de cómo
articular la disidencia interna y el de cómo relacionar las esferas institucional
y social), aparece una tercera cuestión allí donde esta nueva izquierda debe
coexistir con un movimiento independentista fuerte, como es el caso de
Catalunya. La propuesta de En Comú Podem de buscar salidas a la cuestión
nacional, de reconocer que hay una masiva aspiración a replantear la relación
Catalunya-España, explica en parte su éxito electoral, pero debe hacer frente
a una ofensiva independentista en cuyo análisis simplista sobra una fuerza
como En Comú. Lo he explicado otras veces. Los estados actuales son en
buena medida el resultado de azarosos procesos históricos que no hay
ninguna razón para considerar definitivos. (Seguramente, una política mundial
realmente transformadora debería cambiar muchas fronteras y generar
marcos políticos de escalas diversas que sean distintos de los actuales.) Mi
problema con los independentistas es que en general aspiran a construir un
nuevo Estado que trate de homogeneizar a la población en función de sus
propias visiones de lo “nacional”, un proceso de homogenización que a
menudo ejerce una actitud coactiva frente a otras visiones encontradas de lo
que es el país y que trata de borrar todo reconocimiento de las
contradicciones que coexisten en el interior de la nación. El uso que hizo la
derecha estadounidense de lo antiamericano para liquidar a la intelectualidad
de izquierdas y a los sindicatos es un ejemplo de manual.
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Bueno, pues a esto ya nos estamos empezando a enfrentar en Catalunya. Lo
ha padecido en sus carnes la gente de Barcelona en Comú cuando
simplemente decidió que el pregón de las fiestas locales lo realizaría Pérez
Andújar o cuando ha tenido la “osadía” de organizar una modesta exposición
sobre la represión franquista en la que se mostraba una estatua del dictador.
(La oposición era, sobre todo, porque se realizaba en el Born, el espacio que
ellos consideran ahora el santuario del independentismo, y por tanto no
utilizable para otros fines.) [1]
Estamos ahora ante otra batalla cultural en la que el independentismo trata
de borrar toda huella de conflicto de clases y traducir la historia reciente en
un enfrentamiento entre España y Catalunya. Por un lado, prolifera un
discurso histórico tendente a plantear la Guerra Civil como una guerra contra
Catalunya (hay quien ya escribe sin rubor que Catalunya tuvo dos “momentos
cero”, el de 1714 y el de 1939). Si bien es cierto que uno de los componentes
de la política franquista fue el de imponer una visión unitarista del
nacionalismo español, es evidente que esto formaba parte de un programa
que tenía como objetivo central instaurar una dictadura de clase y que incluía,
además, un claro proyecto de dictadura católica. Y tan evidente es que
quienes se opusieron al franquismo fueron las izquierdas, los laicos y los
nacionalistas periféricos como que una gran parte de la alta burguesía
catalana formó parte del bando franquista (con intervenciones tan notorias
como la de Cambó, el líder de la derecha catalanista, erigido en uno de los
principales financiadores de Franco, o la de Demetrio Carceller, de la familia
propietaria de la cervecera Damm, que ejerció como ministro en plena Guerra
Civil). Fue una Catalunya —la laica, la popular, la de izquierdas, la obrera— la
derrotada, pero otra Catalunya recuperó sus privilegios y se benefició de un
nuevo marco institucional en el que proliferaron los negocios.
El último episodio en esta dirección lo está protagonizando Òmnium Cultural,
una de las entidades generosamente financiadas por la Generalitat y que,
junto con la ANC, ha constituido el eje vertebrador de la movilización social
independentista. Ahora ha iniciado un ambicioso proyecto de “Lluites
compartides” (“Luchas compartidas”) en el que pretende presentar las
numerosas movilizaciones sociales habidas en Catalunya como formando
parte de un todo colectivo que culmina en las actuales movilizaciones
independentistas. Se trata de una enorme mistificación histórica y social. Los
que hemos participado en numerosas movilizaciones de todo tipo sabemos
por experiencia que ni el independentismo ha jugado ningún papel
significativo en las mismas, ni los prohombres independentistas las han
auspiciado con devoción [2]. Muchas de ellas son sobre todo conflictos en
torno a intereses locales (especuladores, empresarios, depredadores), sin
contar el inestimable papel que fuerzas catalanas, como la fenecida
Convergència i Unió, han desempeñado en muchas de las propuestas políticas
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más reaccionarias y que han generado luchas importantes, como las diversas
huelgas generales. El objetivo de esta movida es tratar de ganar
predicamento en sectores de la izquierda alejados del independentismo y, al
mismo tiempo, impedir que se consolide un relato diferente, el que conecta
los comunes con la tradición obrerista, radical, con los movimientos sociales
de décadas pasadas; en suma, para impedir la consolidación de un referente
colectivo distinto del de sus estrechas visiones de lo nacional.
También aquí hay un problema de encaje. Se trata no sólo de defender una
solución justa al choque de trenes territorial, sino de construir una cultura
social distinta del mundo en blanco y negro que pretenden construir los
independentistas. Y el nivel de violencia simbólica que éstos están
desplegando (con el apoyo de importantes medios de comunicación y su
denso tejido de sociedad civil, del que ya habló en estas páginas José Luis
Gordillo) puede conllevar un retraimiento y una falta de claridad política.
Vertebrar un espacio anacionalista y al mismo tiempo respetuoso con la
diferencia es otra de las tareas que los tiempos actuales exigen a una
izquierda con pretensiones.
IV
El objetivo de estas líneas es simple. Tratar de detectar espacios donde la
nueva izquierda debe desarrollar políticas a la vez sensatas y audaces. Debe
tratar de superar cuellos de botella que impidan la consolidación de un
proceso que, con todas sus limitaciones e insuficiencias, ha conseguido
romper con el reducido espacio en que las fuerzas transformadoras han tenido
que sobrevivir durante demasiado tiempo.
Notas
[1] El Born es el antiguo mercado central de frutas y verduras de la ciudad. Cuando éste se
trasladó a la Zona Franca, quedó un espacio inutilizado y bajo la amenaza de alguna
operación especulativa. Fue el movimiento vecinal barcelonés el que se movilizó para salvar
el bello espacio del mercado modernista. Se pensó en darle el uso de Biblioteca Provincial,
pero al empezar las obras se descubrió que su subsuelo guardaba las ruinas de parte de la
trama urbana de la ciudad destruida en la guerra de Sucesión. Entonces un grupo de
historiadores progresistas se movilizaron para preservar este espacio como muestra del
antiguo tejido urbano. Los independentistas acabaron considerándolo un espacio casi
sagrado, la zona cero de la independencia, algo que reforzó el mandato convergente de la
legislatura anterior.
[2] Mi experiencia con Òmnium es que declinaron la oportunidad de formar parte de un
incipiente movimiento de denuncia de la corrupción en el Palau de la Música. La Federación
de Asociaciones de Vecinos de Barcelona, que propiciaba la propuesta, finalmente se
11
presentó, y sigue estándolo, como acusación particular y consiguió salvar los intentos de ser
expulsada del juicio gracias a que mucha gente colaboró en reunir los 6.000 euros que el juez
fijó como fianza. Que una de las instituciones más tradicionales de la cultura catalana
estuviera trufada de corrupción parece que Òmnium no lo consideró un tema por el que
compartir una lucha.
31/10/2016
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Nota sobre el referéndum acerca de la reforma constitucional de
Matteo Renzi
Giaime Pala
El próximo 4 de diciembre de 2016, unos 51 millones de ciudadanos italianos
están llamados a votar en referéndum sobre el proyecto de reforma
constitucional elaborado por el gobierno del Partido Demócrata presidido por
Matteo Renzi. Se trata del proyecto de reforma más importante presentado a
la ciudadanía desde la aprobación en 1947 de la Carta Magna de la República
Italiana, ya que modifica hasta 49 de sus 139 artículos. Y, desde luego, de la
jugada con la cual Renzi —nombrado en 2014 presidente del gobierno por el
Parlamento sin pasar por las urnas (en las elecciones de 2013, el candidato
del Partido Demócrata fue Pier Luigi Bersani, cuyo programa no preveía esta
reforma)— confía apuntalar su liderazgo político, seriamente cuestionado
después del fuerte retroceso electoral que sufrió su partido en las elecciones
regionales y municipales de la pasada primavera. Al ser un proyecto amplio,
extremadamente detallado y redactado con un lenguaje a veces oscuro y/o
demasiado técnico, me limitaré en esta nota a enumerar los puntos sobre los
que se está polarizando el debate político en Italia y contra los cuales se ha
compactado una aguerrida, y políticamente transversal, oposición a la
reforma (es decir, de partidarios del “NO”).
La reforma del Senado
Según el proyecto de reforma, la Cámara de los Diputados tendría, como hoy,
630 elegidos por sufragio universal. Pero el Senado pasaría (sin contar ahora a
los senadores vitalicios) de 310 a 95 miembros, elegidos por los parlamentos
regionales; concretamente: 21 alcaldes de ciudades importantes, más 74
diputados regionales (a los que hay que añadir a 5 senadores nombrados por
el Jefe del Estado). En fin, los ciudadanos ya no elegirían directamente a los
senadores. Y el nuevo Senado, que ya no podría votar al primer ministro y
aprobar los presupuestos, tendría plena competencia legislativa sólo sobre las
leyes más importantes, como las electorales y de reforma constitucional o los
tratados internacionales. En definitiva, no es cierto que se eliminaría el
Senado en aras de una gobernabilidad más rápida y eficiente, tal y como
afirma el gobierno, sino que se mantendría una segunda Cámara con menos
(y harto confusas) funciones y sin legitimidad democrática.
Leyes de Iniciativa Popular
13
El gobierno sostiene que la reforma ampliará el protagonismo de la ciudadanía
al obligar a la Cámara a discutir y a votar en un plazo razonable las
propuestas de leyes de iniciativa popular procedentes de la sociedad civil.
Hasta ahora, no existía dicha obligación. Sin embargo, la reforma triplica el
número de firmas necesarias para presentar una ley de este tipo (de 50.000 a
150.000 firmas).
La República Italiana y la Unión Europea
El texto de la reforma prevé la incorporación explícita de la Unión Europea en
el texto constitucional. Si hasta ahora aparecía en la Carta Magna la palabra
“comunitario” para referirse a la UE, en el nuevo redactado se menciona a la
UE hasta doce veces y siempre para referirse a cuestiones fundamentales.
Esto se puede notar sobre todo en la propuesta de reforma del artículo 117,
en el que se afirma que “la potestad legislativa es ejercida por el Estado y las
Regiones en el respeto de la Constitución, además de los vínculos derivados
del ordenamiento de la Unión Europea y de las obligaciones internacionales”.
Pocas dudas pueden caber acerca de que el objetivo del gobierno es vincular
y someter la soberanía del pueblo italiano a la tecnocracia de Bruselas y a una
estructura política hegemonizada actualmente por el establishment
ordoliberal alemán. En la práctica, la reforma va dirigida a
“deconstitucionalizar” la República Italiana con vistas a adaptarla a la
implementación de normas y tratados comunitarios que no han sido
elaborados según un normal proceso democrático. Más claro todavía: puesto
que, como reconocen hasta los europeístas más entusiastas, en estos
momentos no existe en Europa ninguna voluntad real para avanzar hacia una
federalización política del continente y una unión fiscal de sus países que
volviera sostenible la moneda única (es decir, la voluntad de compartir la
soberanía a nivel europeo), se constitucionaliza una cesión de soberanía del
pueblo italiano hacia organismos tan disfuncionales como
socioeconómicamente perjudiciales para la cohesión del país. Este es quizás el
mayor peligro que entraña el proyecto de reforma. Y más en un momento de
profunda crisis de la Unión Europea.
Una reforma recentralizadora
En nombre de una supuesta claridad administrativa y política y de un ahorro
en los “costes de la política”, la reforma promueve una clara recentralización
del Estado por la cual se eliminarían definitivamente los organismos de las
“provincias” (ya semidesmanteladas desde el 2014 y que hasta ese año
ejercían competencias parecidas a las de las Diputaciones españolas) y el
gobierno central volvería a asumir muchas de las competencias que fueron
transferidas a todas las regiones en la reforma administrativa de 2001 (que
valorizaba el principio de subsidiariedad como valor esencial de la República).
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De la devolución de poderes a Roma se salvarían sólo las cinco regiones que
—en virtud de sus peculiaridades históricas, lingüísticas y culturales— gozan
desde los años cuarenta de un Estatuto de Autonomía especial y reforzado
(Cerdeña, Sicilia, Friuli-Venecia Julia, Trentino Alto-Adigio y Valle de Aosta).
Según los críticos de la reforma, dicha recentralización es funcional a la
aplicación más fácil y contundente de las directrices comunitarias en todo el
territorio nacional.
Reforma constitucional y nueva ley electoral
El gobierno ha asociado el proyecto de reforma constitucional a la nueva ley
electoral, denominada “Italicum” y que fue aprobada en 2015 con los votos
del partido de Silvio Berlusconi. Desde un punto de vista técnico, no hay una
relación directa entre la reforma constitucional y la nueva ley electoral. Pero
todo el mundo es consciente de que las dos forman un cóctel explosivo que
desequilibraría la vida parlamentaria y política de la República. En efecto, la
nueva ley —que fija un techo del 3% de los votos para entrar en el
Parlamento— garantiza un premio de mayoría (55% de los escaños) a la lista
que supere el 40% de los votos. Y si ninguna lista alcanza dicho porcentaje,
las dos listas más votadas irían a una segunda vuelta. En suma, nos
encontramos ante una ley hipermayoritaria por la cual —pongamos— un
partido que en la primera vuelta obtiene el 25% de los votos podría, ganando
en la segunda vuelta, hacerse con el 55% de los escaños. Y puesto que, si
gana el SÍ a la reforma constitucional, el Senado ya no podría votar al primer
ministro, la Cámara de los Diputados se convertiría en el escenario decisivo de
la vida política italiana pese a ser dominado por un partido con un número de
escaños totalmente desproporcionado respecto al consenso real obtenido en
las elecciones. Este peligro ha empujado a numerosas personalidades políticas
a posicionarse en el NO a la reforma constitucional. Y el ala izquierda del PD
ha exigido, para votar favorablemente en diciembre, una modificación de la
ley electoral en un sentido más proporcionalista. En el momento en el que
escribo, Renzi ha prometido discutir y realizar algunos cambios en la ley
electoral, pero sólo después del referéndum. Es decir, que de momento no ha
dado ninguna garantía concreta al respecto.
Aplicar la reforma en tiempos de incertidumbre
Un último punto problemático de la reforma sobre el que apenas se habla
pero que hay que tener presente es que, en caso de que ganara el SÍ, el país
debería llevar a cabo un lento y laborioso proceso de consolidación
institucional para asentar la nueva relación entre Estado y regiones, un nuevo
procedimiento legislativo, un Senado con senadores de nuevo tipo y
competencias diferentes, etc. Lisa y llanamente: el país se vería obligado a
entrar en una suerte de limbo institucional que no sería breve y que se
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produciría en medio de fuertes tensiones políticas en la Unión Europea —y lo
que es peor, cuando la crisis del Deutsche Bank amenaza con tensar el ya
maltrecho sistema bancario italiano—. Así las cosas, el sistema político
italiano vería mermadas sus ya escasas defensas para protegerse de una
nueva (y muy posible) crisis político-económica.
En conclusión
Si tenemos en cuenta estos puntos, entenderemos por qué prácticamente
toda la oposición al gobierno de Renzi, es decir, un amplio abanico de fuerzas
que va desde la izquierda radical hasta los partidarios de Silvio Berlusconi
—pasando por el ala izquierda del PD, los liberales cercanos al expresidente
del gobierno Mario Monti, el Movimiento Cinco Estrellas de Beppe Grillo y el
sindicato CGIL—, haga campaña por el NO a la reforma. Es fuerte la convicción
de estar ante un proyecto tendente a reforzar el poder ejecutivo en
detrimento del legislativo y que restringe tanto la soberanía del pueblo
italiano como los espacios de participación democrática de los ciudadanos. Si
gana el SÍ, Matteo Renzi se consolidará en el poder y lo tendrá relativamente
fácil para obtener una mayoría parlamentaria en las elecciones de principios
de 2018. Si gana el NO, la partida política volverá a abrirse; sobre todo para
una izquierda real italiana que aún no se ha recuperado de la durísima derrota
de 2008 —cuando se quedó a las puertas del parlamento— y del desconcierto
y la impotencia en que, desde entonces, parecen estar sumidos muchos de
sus activistas.
30/10/2016
16
Filtraciones, geopolítica y el sistema de resolución de conflictos del
TTIP
Advertencias sobre el TTIP: 2
Joan Ramos Toledano
Sin duda, uno de los mayores problemas a la hora de escribir, opinar o
investigar sobre el TTIP es la falta de información contrastada y veraz sobre el
mismo. A pesar de ello, se escriben muchos artículos académicos y
periodísticos alabando o defendiendo los beneficios que este tratado puede
tener. Artículos que, en algunos casos, contienen cierto margen de fe, pues lo
que se conoce a ciencia cierta es más bien poco. Algunos, incluso, se atreven
a cuantificar un beneficio determinado para cada ciudadano europeo de unos
1000 euros anuales [1]. Sin embargo, las diversas filtraciones que ha habido
sobre las negociaciones entre EEUU y la UE ―destacan especialmente los 13
capítulos (248 páginas) que hizo públicas Greenpeace en mayo de 2016― [2]
sí permiten establecer ciertas dudas y cautelas sobre qué es lo que se está
negociando y qué efectos puede tener sobre la ciudadanía.
Los supuestos beneficios de este tratado suelen exponerse en términos de
ganancia económica para ambas regiones. Algunos estudios hablan de un
«crecimiento adicional anual del 0,48% en la UE y del 0,39% en EEUU
(durante los próximos diez años)». Otros estudios, en cambio, prevén una
pérdida de exportaciones netas para la UE, pérdida de empleos, de ingresos
para los gobiernos y, por tanto, una mayor inestabilidad financiera. Es más, se
plantea la duda de si los principales beneficios hipotéticos del tratado
recaerían en los ciudadanos o en las grandes empresas de determinados
sectores. Estos serían el agroalimentario, de transportes, seguros y servicios
financieros, en el caso de EEUU y el automovilístico, de transporte aéreo y
marítimo y de servicios postales en el caso de la UE. Al fin y al cabo, diversos
informes admiten que «el 80% de los beneficios del acuerdo se lograrían como
consecuencia de la armonización de las regulaciones, así como a través de la
liberalización de servicios y la contratación pública, más que debido a la
reducción de aranceles» [3].
Pero, a medida que aparece más información sobre el tratado, cada vez
parece más claro que uno de sus objetivos principales es extender la
influencia económica y comercial ―de EEUU y la UE, en este caso― de forma
bilateral o regional, prescindiendo de viejos mecanismos que requerían
consenso. Destaca, en el TTIP, pero también en otros tratados ―previsiones
similares se encuentran en el tratado entre la UE y Canadá― el mecanismo de
resolución de conflictos, uno de los aspectos que más ha provocado la
reacción de la población y de determinados sectores políticos. Nos
17
encontramos, por tanto, ante un tratado con objetivos políticos y económicos
cuyos efectos positivos para la ciudadanía pueden ser fácilmente puestos en
duda.
Comercio e intereses geoestratégicos
Al margen de los intereses económicos y comerciales, el TTIP (y otros tratados
del estilo, como el TPP), puede tener una importancia geoestratégica vital. A
raíz del fracaso de la OMC en Doha, EEUU inició una oleada de negociaciones
y tratados bilaterales, tratando de alcanzar mediante éstos lo que el obligado
consenso de la OMC le negó. Su intención era conseguir acuerdos comerciales
que, en última instancia, fueran beneficiosos para sus intereses económicos,
de forma que pudiera mantener su dominio comercial global. Para ello, la
apuesta principal consistía en la desprotección de sectores en otros Estados
(como el sector público, para facilitar así la inversión en el extranjero) y la
imposición de sus estándares de protección en otros países respecto a los
sectores clave en EEUU (como viene ocurriendo, por ejemplo, con la propiedad
intelectual e industrial).
Este tipo de tratados bilaterales tienen importancia, a nivel estratégico, por
dos razones. En primer lugar, porque condicionan, cuando no subordinan,
elementos centrales del tejido productivo de un país a los parámetros
negociados. En este sentido, EEUU y la UE han tendido a aceptar, en
determinados casos, condiciones comerciales muy favorables para otros
Estados, pero que a la larga han convertido a éstos ―generalmente
subdesarrollados― en parcialmente dependientes de esa relación. Para un
país pobre, las exportaciones a gran escala a un país como Estados Unidos
pueden ser una excelente noticia a nivel económico, pero ello también puede
implicar cierta dependencia de ese país. Un cambio o ruptura en las
condiciones acordadas, con un escaso coste para el país poderoso, puede
suponer una catástrofe para las gentes del país humilde, de manera que estos
acuerdos comerciales pueden convertirse en un arma para amenazar o
castigar a otros Estados por motivos totalmente ajenos a lo establecido en el
pacto comercial. Pueden servir, por ejemplo, para exigir adhesiones en
decisiones políticas que van más allá de lo establecido en el pacto comercial.
En segundo lugar, los tratados regionales que abarcan a distintos países
delimitan las normas del juego comercial. Ante el crecimiento acelerado de
China en los últimos años y el riesgo de traslación del eje comercial del
Atlántico al Pacífico, EEUU ―con la UE a la zaga― ha maniobrado para
asegurarse cierta hegemonía a derecha e izquierda del continente. No en
vano el TPP (Trans-Pacific Partnership, o Acuerdo Transpacífico de
Cooperación Económica, equivalente al TTIP) excluye específicamente a
China.
18
Nos encontramos, por tanto, ante tratados que van más allá de lo puramente
comercial o incluso económico, y tratan de garantizar la hegemonía
estadounidense ―en entredicho en la última década― con alianzas mediante
tratados que tienden a posicionar a quien los suscribe en un bando o en otro.
Fuente: Informe mensual “La Caixa” Research, nº 391 de junio de 2015
El ISDS o sistema de resolución de conflictos
Como se ha dicho, determinadas empresas de potentes sectores son, al
parecer, las principales interesadas en un acuerdo del tipo TTIP, idea que se
ve reforzada por la relevancia del denominado ISDS, el sistema de resolución
de conflictos pensado para que los inversores (empresas) puedan demandar a
los Estados ante un tribunal de arbitraje si ven sus intereses comerciales
afectados (pero no a la inversa si, por ejemplo, se produce una catástrofe
ecológica o sanitaria; el Estado sólo puede perder) [4]. Este mecanismo de
resolución de conflictos no es nuevo, y resulta común en los denominados
tratados bilaterales de inversión (BITs, por sus siglas en inglés).
La Unión Europea, como parte negociante del TTIP, tiene ―desde el Tratado
de Lisboa, en vigor desde 2009― competencias para negociar sobre la
19
protección de la inversión extranjera en territorio de la Unión. Ello sucedió, por
ejemplo, en las negociaciones para un tratado de libre comercio entre la UE y
Canadá, denominado CETA (Comprehensive Economic and Trade Agreement),
en el que se incluyó una previsión relativa al ISDS. Sin embargo, el revuelo
levantado por las negociaciones del TTIP ―que ha conseguido alertar y
movilizar a la población― ha paralizado temporalmente la aprobación
definitiva del CETA.
Al margen de los conflictos políticos que implica un sistema como el ISDS para
la resolución de conflictos, lo cierto es que el propio mecanismo ―como se ha
dicho, utilizado en los tratados bilaterales de inversión― es percibido como
deficiente, máxime para tratados omnicomprensivos como los mencionados.
En este sentido, las reclamaciones de inversores privados son decididas por
árbitros ad hoc que no ocupan ninguna función pública, con el riesgo de que
existan motivos poco transparentes o directamente conflictos de interés, y sin
sistemas de apelación tradicionalmente muy importantes en la mayoría de
sistemas jurídicos [5].
En el ámbito político, la importancia es todavía mayor, pues pone en jaque no
sólo la autonomía del poder judicial para resolver conflictos ―ya que
actuarían como jueces unos árbitros que, en su día a día, pueden ser o haber
sido abogados de grandes empresas, por ejemplo― sino la propia capacidad
de decisión de los gobiernos. La lógica es la siguiente: un inversor (una
empresa agroalimentaria, por ejemplo) podría denunciar ante el sistema de
arbitraje del TTIP al Estado español si éste actúa de forma que afecte a la
inversión de esta empresa en dicho Estado. Independientemente de si dicha
actuación es puramente ejecutiva o es una norma aprobada por órgano de
legitimidad democrática como un Parlamento.
En lo que supone una vuelta de tuerca más en esta oleada de tratados de
corte neoliberal, el Estado debería calcular sus actos y normas en función del
número de demandas que pudiera recibir ante el tribunal de arbitraje. Y las
empresas, por su parte, podrían determinar ―en mayor medida incluso― la
normativa que más les convenga amenazando con denunciar a los Estados de
forma masiva en caso contrario.
Dada la falta de información sobre la adopción del ISDS en el TTIP, pueden
analizarse los textos del CETA o el TPP para dar cuenta de las características
de este mecanismo de resolución de conflictos. En el Tratado de Asociación
Transpacífico (TPP) el ISDS se prevé en el capítulo 9 sección B, que establece
una mezcla entre la regulación de este mecanismo y la remisión al Convenio
del CIADI (Centro Internacional de Arreglo de Diferencias relativas a
Inversores), institución arbitral perteneciente al Banco Mundial para las
disputas entre inversores y Estados, muy comunes en los llamados Tratados
20
Bilaterales de Inversión.
El propio sistema de ISDS supone otorgar derechos especiales a los
inversores, que pueden evitar los tribunales tradicionales ―lo cual no pueden
realizar los ciudadanos no inversores― para compensar pérdidas que puedan
haber sufrido por decisiones democráticamente adoptadas por ese Estado.
Uno de los problemas es que son árbitros no pertenecientes a la función
pública ―privados y muy bien remunerados―, externos a ambos países, los
que deben decidir sobre la obligación o no de compensar por parte de los
Estados.
El ISDS había pasado más o menos desapercibido en la aprobación del CETA.
Sin embargo, respecto al TTIP la respuesta ciudadana ha sido mucho más
enérgica ―lo que parece haber paralizado el CETA in extremis―. En una
consulta pública de la Comisión Europea con récord de participación de
150.000 personas, el 97% expresó su manifiesto rechazo a la inclusión de este
mecanismo de resolución de disputas en el TTIP. La Comisión planteó
entonces la posibilidad de renunciar al ISDS e incluir en su lugar un Sistema
de Tribunal de Inversiones (ICS, Investment Court System, en inglés), que en
definitiva viene a ser, en palabras de Greenpeace, «el mismo perro con
diferente collar» [6], ignorando el rechazo público.
Estos sistemas de resolución de conflictos se han incrementado de forma
preocupante durante los últimos años. En 1995 se dieron solamente 3 casos,
mientras que en 2016 la cifra era de casi 700. En algunos casos, las sumas
son multimillonarias. En Los usurpadores, Susan George explica cómo una
petrolera demandó a Ecuador por 1.770 millones de dólares, y la empresa
sueca Vattenfall demandó a Alemania unos 4.000 millones de euros por el
anuncio del cierre de las centrales nucleares alemanas tras el accidente en
Fukushima.
Lo que quiere ponerse de manifiesto con toda esta información es, en primer
lugar, las graves consecuencias que un tratado como el TTIP puede tener en
ámbitos como la soberanía estatal o la capacidad de actuación de las
instituciones democráticamente escogidas. En segundo lugar, quiere
destacarse la importancia de la reivindicación política y ciudadana en un
ámbito como éste. Las manifestaciones, la información obtenida por algunos
eurodiputados ―sobre todo, en España, de IU y Podemos― o las filtraciones
como las que ha publicado Greenpeace sirven para aportar transparencia a un
tratado a todas luces peligroso para muchos aspectos de la vida diaria. Y
sirven para transmitir a la opinión pública la necesidad de actuar de forma
conjunta, estableciendo una presión suficiente para que los partidos políticos
vean muy difícil justificar textos como el aquí transcrito.
21
Lo cierto es que todo ello es complejo, máxime cuando hoy en día la
ciudadanía tiende a estar alejada de una política que considera
―erróneamente― que no tiene efectos inmediatos sobre su vida privada. Pero
también lo es que la reacción ciudadana al TTIP ha sido, en términos
generales, ejemplar en Europa, con múltiples manifestaciones en diferentes
ciudades y una voz contraria desde ONG, sindicatos y distintos movimientos
sociales. Cabe destacar que, fruto de esa movilización, diversos medios de
comunicación críticos han dado visibilidad al conflicto, posicionando a parte
de la población en contra de este tratado. En el caso del CETA, la oposición de
la región de Valonia (Bélgica) [7], está poniendo en serios apuros la
aprobación definitiva del tratado, muy similar en su contenido al TTIP (de
hecho, si se analiza el TPP, el CETA y el TTIP se puede apreciar cómo algunos
artículos o secciones son prácticamente iguales). Tal vez manteniendo esta
presión pueda lograrse el retraso en la aprobación de ambos tratados.
Notas
[1] Felbermayr, G.; Heid, B.; Larch, M. «TTIP: Small Gains, High Risks?», CESifo Forum, 2014,
vol. 15, pp. 20-30.
[2]
http://www.greenpeace.org/espana/es/Blog/greenpeace-hace-pblicos-los-documentos-secret/b
log/56365/
[3] Arregui, J., «Relaciones económicas UE-EEUU: negociación e implicaciones del TTIP»,
Revista CIDOB d’Afers Internacionals, nº 10, 2015, pp. 43-66.
[4] George, S., Los usurpadores. Cómo las empresas transnacionales toman el poder, Icaria,
Barcelona, 2015, pp. 109 y ss.
[5] Bronckers, M., «Is Investor-State Dispute Settlement (ISDS) Superior to Ligitation Before
Domestic Courts?» An EU View on Bilateral Trade Agreements», Journal of International
Economic Law, vol. 18, 2015, pp. 655-677.
[6] Documento de posición sobre la propuesta de la Comisión de un sistema judicial de
inversiones en el TTIP: «El sistema judicial de inversiones (ICS): “El mismo perro con diferente
collar”», febrero de 2016.
http://www.greenpeace.org/espana/Global/espana/2016/report/TTIP/PosiciónGreenpeaceISDS
%20febrero2016.pdf
[7] http://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-37757434 Sin embargo, todo parece
indicar que finalmente se llevará a cabo la aprobación del
Tratado.
http://www.eldiario.es/politica/acuerdo-CETA-esperan-validacion-UE_0_573942982.html
http://internacional.elpais.com/internacional/2016/10/27/actualidad/1477545803_407224.html
22
http://www.publico.es/internacional/belgas-llegan-acuerdo-desbloquear-ceta.html
10/2016
23
Cinco mil quinientos millones
Cuaderno de incertidumbre: 14
Albert Recio Andreu
I
Aún no tenemos Gobierno, pero ya sabemos el recorte presupuestario que le
exige Europa. Y que seguramente el PP y sus aliados acatarán por
responsabilidad. Hasta ahora el Gobierno se había pasado por el forro las
exigencias de Bruselas, pero había contado para ello con la complicidad
comunitaria seguramente temerosa que un recorte a destiempo pudiera
provocar un descalabro electoral de las fuerzas del orden. Siempre es más
fácil aplicar un hachazo al principio de la legislatura, cuando los que
Gobiernan se encuentran más fuertes y confían que la mejora posterior de la
situación hará que sus electores olviden el mal trago a la hora de votar. Es
verdad que este Gobierno nace mucho más debilitado que el anterior. Pero no
parece que sus oponentes vayan a estar por la labor de enfrentarse con la
política de la UE. Ya sabemos de qué responsabilidad cojean. La
responsabilidad que les llevó a los recortes de 2010 y al golpe de estado
palaciego contra la constitución, y que ahora les ha llevado a dar el apoyo al
PP, es la misma que les conducirá a tragar la nueva sarta de recortes.
Precisamente la crítica al PP que desde sectores cercanos al PSOE se hacían
por el incumplimiento del déficit indica que van a estar preparados para
cumplir los compromisos.
Un recorte de 5.500 millones de euros en el presupuesto público va a tener sin
duda un efecto depresivo sobre la economía y el empleo. De la forma como se
haga dependerá su profundidad. Lo nuevo en el momento presente es que
hay al menos un nuevo discurso, por parte de economistas oficiales, que
aboga por que el recorte se haga subiendo impuestos en lugar de recortar
gastos. Significa un viraje político y un reconocimiento implícito del fracaso de
los ajustes impuestos en Europa en 2010.
En aquel momento la Unión Europea adoptó como orientación la teoría del
“ajuste expansivo” elaborada fundamentalmente por un grupo de profesores
de la Universidad Boconi de Milán. Según esta teoría, si el gobierno recortaba
gasto los individuos entendían que había una voluntad de reducir impuestos
en el futuro y esto generaba una ola de optimismo que se traducía en un
mayor volumen de inversión y gasto. Por ello, el recorte generaba al poco
tiempo una expansión económica basada en la inversión y el gasto privados.
Es el típico modelo basado en unos discutibles supuestos psicológicos que la
realidad acaba desmintiendo. Los países que recortaron más gasto
24
experimentaron una recaída en la depresión, un aumento del déficit y de la
deuda. Lo contrario de lo previsto. Que posteriormente se haya
experimentado una cierta recuperación tiene más que ver con las dinámicas
autónomas de la economía y con circunstancias espurias (como el impacto
que ha tenido para el turismo español la situación bélica en el área
mediterránea) que no porque esta política haya funcionado.
Aumentar impuestos, en cambio, tiene otro efecto. Para los economistas
ortodoxos todo es igual: si al aumentar impuestos la gente gasta más, la
economía también se deprimirá. Pero este argumento pierde de vista que una
parte de la población no gasta todos sus ingresos, mantiene una parte en
forma de ahorro ocioso que no genera demanda (por ejemplo mantiene la
propiedad de pisos vacíos en espera de subidas futuras de precios). Si la
subida de impuestos está bien diseñada y se concentra en rentas ociosas, el
impacto puede ser nulo, porque el sector público mantendrá su nivel de gasto
(y por tanto mantendrá el empleo que éste genera) y el recorte simplemente
reducirá el exceso de ahorro de los ricos. De hecho podría argumentarse que
si el aumento de recaudación se transfiriera a nuevo gasto público la actividad
aumentaría y se podría reducir parte de la deuda. Pero esto último, en los
tiempos presentes, suena a demasiado radical para que lo acepten el núcleo
más poderoso de economistas.
II
Que un teórico ajuste vía aumento de impuestos fuera menos dañino que uno
basado en el recorte de gastos no quiere decir que vaya a ser la línea
adoptada por el Gobierno. Y tampoco hay ninguna garantía de que el aumento
de impuestos se produzca de la forma adecuada. El clasismo y la sumisión a
los intereses de las élites están demasiado consolidados en las políticas de los
partidos “responsables” (tanto los viejos ―PP, PSOE, PDECAT, PNV, Coalición
Canaria― como en los pretendidamente nuevos ―Ciudadanos―) como para
esperar que por una vez atentarán directamente contra estos intereses.
Por ello, considero que la línea de respuesta alternativa debería articularse en
una doble dirección. La primera, la más fácil de desarrollar por las fuerzas
políticas alternativas y los movimientos sociales, pasa lógicamente por la
puesta en cuestión de la lógica del ajuste, por mostrar la inutilidad de las
políticas de ajuste para alcanzar sus propios objetivos manifiestos (recortar el
déficit y la deuda), por denunciar el impacto social del nuevo ajuste, por exigir
una condonación de la deuda (para una buena argumentación, Steve Keen,
«Manifiesto del Observatorio de la Deuda», en Revista Economía Crítica, nº
14, accesible en www.revistaeconomiacritica.org), por exigir un giro en la
política europea… Es, sin embargo, un discurso necesario pero que al mismo
tiempo tiene el peligro de facilitar el aislamiento de quien lo propone, bajo el
25
mantra de que es una respuesta utópica, irrealizable a corto plazo. No puede
menospreciarse en este sentido que los partidarios de las políticas
neoliberales cuentan con un ejército de economistas, dispuestos a argumentar
en favor de la racionalidad de sus tesis y con acceso a medios de
comunicación con una potente capacidad de penetración.
Por ello creo que en el contexto actual hay que dotarse de una segunda línea
de actuación que muestre que hay formas mejores de hacer el ajuste y que
traten de minimizar los impactos más antisociales del mismo. Esta línea
debería pasar en primer lugar por defender que cualquier ajuste se haga con
aumentos de impuestos y no con recortes de gastos. En segundo lugar, que
estos aumentos de impuestos se dirijan fundamentalmente a gravar las
actividades parasitarias que generan riqueza privada sin generar bienestar,
algo especialmente palpable en muchas de las actividades financieras e
inmobiliarias donde lo único que se hace es especular con activos
preexistentes. En tercer lugar, un gravamen justo mejorando la progresividad
de los impuestos directos (por ejemplo, igualando la carga fiscal de las rentas
del trabajo y el capital en el IRPF, reintroduciendo en la práctica los impuestos
de transmisiones y sucesiones, aumentando la carga efectiva del Impuesto de
Sociedades…) e incluso de algunos impuestos indirectos (por ejemplo,
estableciendo gravámenes en productos de lujo). Y en cuarto lugar, cerrando
completamente la posibilidad de que el Estado se haga cargo de nuevas
deudas privadas e incluso revisando el pago de indemnizaciones injustas
como la del depósito de gas de ACS. Algo que vale la pena recordar cuando
alguna de las grandes empresas españolas sigue en la cuerda floja debido a
su elevado endeudamiento o cuando inventos como la Sareb (el llamado
"banco malo") generan pérdidas sistemáticas que el Estado debe asumir.
En definitiva, se trata de hacer una oposición en dos patas. La crítica radical,
cultural y política genérica por un lado y la propuesta de alternativas viables,
bien elaboradas, que contrasten los planes neoliberales con las necesidades
de la mayoría. Una pedagogía que permita mostrar que no sólo hay que
cambiar los objetivos y los modos de la política sino también que se pueden
hacer las mismas cosas de diversas formas y si se elige la peor no es por
consideraciones técnicas sino por el interés de la clase dominante. Un tipo de
respuesta que además permite a veces alcanzar alguna victoria parcial, algo
que también hace falta.
31/10/2016
26
Sobre el “no” al acuerdo de paz en Colombia: ¿una amnistía
inaceptable?
Rosa Ana Alija Fernández
El 2 de octubre de 2016 los colombianos estaban llamados a votar en
plebiscito su aval al acuerdo de paz con las FARC. Tanto del hecho de que el
gobierno lo sometiera a plebiscito (algo que no tenía por qué hacer, salvo para
dotarlo de una mayor legitimidad) como de su reacción en las horas
siguientes a conocerse el resultado, reconociendo que no tenía un plan B,
salta a la vista que había dado por hecho que ganaría el “sí”. Cuando menos,
había facilitado que así ocurriera situando el umbral mínimo de votos
necesarios para que el acuerdo se aprobara en el 13% del censo electoral. Y
sin embargo, ganó el “no” expresado por un 50,21% de los votantes, que, en
todo caso, constituía un 19% del censo electoral, puesto que el 62,6% de la
población colombiana se había quedado en casa.
¿Qué pasó?
Muchos análisis se han hecho ya para intentar explicar los resultados del
plebiscito. La preocupante abstención se ha achacado, por ejemplo, a las
dificultades climáticas de la jornada (algunas zonas del país se vieron
afectadas por fuertes lluvias provocadas por el huracán Matthew), el
desinterés de la población por la cuestión (posiblemente fruto del escaso
impacto directo del conflicto en las zonas urbanas a día de hoy), la falta de
vías para la participación popular durante la elaboración del acuerdo (para
muchos, las víctimas estuvieron insuficientemente representadas en la mesa
de negociación), la incorporación automática del acuerdo a la constitución
colombiana sin acometer una reforma constitucional, la inadecuada
formulación de la pregunta (que sometía al “sí” o al “no” el apoyo en bloque
al acuerdo, en lugar de permitir mostrar acuerdo o desacuerdo en relación con
partes concretas),…
También al gobierno se le puede achacar en buena medida el inmovilismo de
la población y la derrota del “sí” por haber llevado a cabo una pésima
campaña informativa sobre el contenido del acuerdo (probablemente como
consecuencia de un vanidoso error de cálculo que habría llevado a Juan
Manuel Santos y compañía a dar por supuesto que el acuerdo contaría con el
favor de la población), haber sometido a plebiscito un texto de difícil
comprensión y poco atractivo para la lectura del ciudadano medio (297
páginas con una redacción discutible y llena de tecnicismos), y por el poco
27
tiempo para procesar su contenido por la ciudadanía entre su adopción y la
celebración de la consulta (que algunos achacan a la necesidad urgente de
saber cuánto costaría poner en práctica el acuerdo de paz antes de acometer
la reforma tributaria que se debería aprobar antes de que acabe 2016).
En cuanto a las razones esgrimidas por los defensores del “no” —con el ex
presidente Álvaro Uribe a la cabeza— a lo largo de su breve pero intensa —y
efectiva— campaña, las mismas fueron diversas, pero orientadas todas en
una misma dirección: generar indignación entre la población. Así lo reconocía,
apenas tres días después del plebiscito, Juan Carlos Vélez (gerente de la
Campaña por el No, excandidato a la alcaldía de Medellín y, en su momento,
precandidato a la presidencia de Centro Democrático, el partido fundado por
Uribe en 2013) en una entrevista. De acuerdo con Vélez, “la estrategia era
dejar de explicar los acuerdos para centrar el mensaje en la indignación. En
emisoras de estratos medios y altos nos basamos en la no impunidad, la
elegibilidad y la reforma tributaria, mientras en las emisoras de estratos bajos
nos enfocamos en subsidios”. Dicho de otra forma, las grandes líneas
argumentales se centraban en el gasto que para los bolsillos de los
colombianos supondría la puesta en práctica del acuerdo de paz, las medidas
para facilitar la integración social y la participación política del partido que
resultara de las FARC y la impunidad que ampararía a los miembros de la
guerrilla como consecuencia de la amnistía prevista en el acuerdo.
Junto a estas líneas centrales de la campaña por el “no”, es probable que
algunos de los argumentos indicados para explicar la abstención se tradujeran
también en votos en contra (por ejemplo, la no participación de algunos
colectivos en las negociaciones o la incorporación automática del acuerdo a la
constitución). A todo ello se añaden argumentos de lo más variopinto que
resultaron clave en la victoria del “no”. En este sentido, además de la
invocación de la amenaza de que el “castrochavismo” se implantaría en
Colombia si se aprobaba el acuerdo, destaca el virulento rechazo que provocó
en sectores conservadores la incorporación transversal de constantes
referencias al género. La preocupación manifiesta del acuerdo por mejorar la
situación de dos colectivos discriminados y que sufren de forma específica las
consecuencias del conflicto, como son las mujeres y el colectivo LGTBI, a
través del impulso a su participación como actores políticos y sociales y del
reconocimiento de su condición de víctimas, fue interpretada por los sectores
más reaccionarios como una imposición de lo que denominan “la ideología de
género”. En consecuencia, a lo largo de la campaña insistieron en que el
acuerdo era una amenaza a la familia tradicional y a la iglesia, y que votar
“sí” equivalía a apoyar el aborto, el matrimonio homosexual o la adopción por
parejas del mismo sexo.
Cualquiera de estos argumentos merecería unas cuantas páginas, pero esta
28
nota se va a centrar exclusivamente en el que se considera que permite un
análisis más reposado desde lo jurídico: la impunidad de los miembros de las
FARC por los crímenes cometidos durante el conflicto.
La extinción de responsabilidad de los implicados en el conflicto
colombiano
En efecto, una de las razones esgrimidas por los defensores del “no” para
lograr el rechazo de la población al acuerdo fue que este prevé amnistías e
indultos para los miembros de las FARC. Este trato, sin embargo, no es
diferente del que se propone para los agentes del Estado, con la salvedad de
que estos recibirían lo que el acuerdo denomina “tratamientos penales
diferenciados” (al respecto, véase el Anexo II al Acuerdo Especial de 19 de
agosto de 2016). Se le ponga el nombre que se le ponga, la consecuencia
jurídica es la misma en ambos casos: la extinción de la responsabilidad penal.
Respecto de las FARC, las amnistías e indultos previstos son de dos tipos:
amnistías de iure, cuando se tratase de delitos políticos (rebelión; sedición;
asonada; conspiración; y seducción, usurpación y retención ilegal de mando) y
delitos conexos a estos (de acuerdo con una lista tasada), y amnistías o
indultos otorgados por la Sala de Amnistía e Indulto del órgano judicial
especial que el acuerdo prevé: la Jurisdicción Especial para la Paz. En este
segundo caso, la concesión de amnistía o indulto se decidiría de oficio, a
instancia de parte o a recomendación de la Sala de Reconocimiento de Verdad
y Responsabilidad y Determinación de Hechos y Conductas, en la medida en
que la persona implicada reconociera los hechos y contara la verdad sobre las
circunstancias en que los delitos se cometieron. En todo caso, la
responsabilidad solo se extinguiría respecto de delitos políticos y delitos
conexos, si bien la Sala de Amnistía e Indulto podría considerar conexos
delitos que no estuvieran incluidos en la lista de los que se beneficiarían de la
amnistía de iure.
En cuanto a los agentes del Estado, cabe distinguir dos supuestos con
consecuencias muy diferentes: el de los agentes del Estado en general y el de
los presidentes y ex presidentes. Así, con carácter general, el acuerdo prevé
que los agentes del Estado se beneficien de un sistema de tratamientos
penales diferenciados, entre los cuales se encuentra la “renuncia a la
persecución penal”, que el acuerdo caracteriza como “un mecanismo de
tratamiento penal especial diferenciado para Agentes del Estado propio del
sistema integral mediante el cual se extingue la acción penal, la
responsabilidad penal y la sanción penal, necesario para la construcción de
confianza y facilitar la terminación del conflicto armado interno, debiendo ser
aplicado de manera preferente en el sistema penal colombiano, como
contribución al logro de la paz estable y duradera”. Es decir: amnistía o
29
indulto, pero con otro nombre.
Ahora bien, el acuerdo deja fuera de este sistema de tratamientos penales
diferenciados a quienes hayan ejercido la Presidencia de la República.
Respecto de estas personas se aplicaría lo establecido en el artículo 174 de la
Constitución Política de Colombia, en virtud del cual es competencia del
Senado conocer de las acusaciones que formule la Cámara de Representantes
contra el Presidente y otros aforados, aunque hayan cesado en el ejercicio de
sus cargos. Ello no impide que, si las acusaciones se refieren a delitos
cometidos en ejercicio de funciones, haya juicio penal ante la Corte Suprema
de Justicia tras el juicio ante el Senado. Sin embargo, salta a la vista el doble
filtro político que los delitos que sean imputables al presidente Santos o a ex
presidentes, como Uribe, deben pasar antes de llegar al poder judicial: en
primer lugar, para activar este procedimiento debe haber acusación por parte
de la Cámara de Representantes, y, en segundo lugar, la competencia para
conocer es del Senado en primera instancia. Si la Cámara no acusa (¿y por
qué habría de hacerlo si una mayoría fuera de la cuerda del presidente o los
ex presidentes implicados?), el procedimiento no se activaría y se garantizaría
la impunidad en el interior del Estado de quienes ocupaban su cúspide
mientras se cometían graves violaciones de derechos humanos y del derecho
internacional humanitario.
¿Una amnistía inadmisible conforme a parámetros de derechos
humanos?
La polvareda levantada por los partidarios del “no” ante la inclusión de
amnistías e indultos para las FARC en el acuerdo de paz no está justificada
desde el punto de vista del derecho internacional. Al respecto, conviene
recordar que este no prohíbe las amnistías con carácter general. De hecho, el
artículo 6.5 del Protocolo Adicional II a los Convenios de Ginebra de 1949,
relativo a los conflictos armados de carácter no internacional (1977), dispone
que: “A la cesación de las hostilidades, las autoridades en el poder procurarán
conceder la amnistía más amplia posible a las personas que hayan tomado
parte en el conflicto armado o que se encuentren privadas de libertad,
internadas o detenidas por motivos relacionados con el conflicto armado”. Eso
no significa tampoco que toda amnistía sea admisible: a día de hoy se
consideran prohibidas aquellas que extinguen la responsabilidad penal
respecto de graves violaciones de los derechos humanos y del derecho
internacional humanitario, y, en todo caso, la amnistía nunca podrá ser un
obstáculo a su investigación.
El acuerdo de paz procura ser coherente con estos límites, si bien no alcanza
la perfección. En consecuencia, excluye de la amnistía o el indulto y de la
renuncia a la persecución penal los delitos de lesa humanidad, el genocidio,
30
los graves crímenes de guerra, la toma de rehenes u otra privación grave de
la libertad, la tortura, las ejecuciones extrajudiciales, la desaparición forzada,
el acceso carnal violento y otras formas de violencia sexual, la sustracción de
menores, el desplazamiento forzado, además del reclutamiento de menores,
de conformidad con lo establecido en el Estatuto de la Corte Penal
Internacional. Respecto de las FARC, tampoco serían amnistiables los delitos
comunes que carecen de relación con la rebelión, es decir, aquellos que no
hubieran sido cometidos en el contexto y en razón de la rebelión durante el
conflicto armado o cuya motivación hubiera sido obtener beneficio personal,
propio o de un tercero. Asimismo, en cuanto a los agentes del Estado, la
renuncia a la persecución penal no procedería respecto de delitos que no
hubieran sido cometidos por causa, con ocasión o en relación directa o
indirecta con el conflicto armado, ni de delitos contra el servicio, la disciplina,
los intereses de la Fuerza Pública, el honor y la seguridad de la Fuerza Pública,
contemplados en el Código Penal Militar. De este listado, el supuesto más
preocupante es el de los “graves crímenes de guerra”, una categoría que el
acuerdo se saca de la manga, dando a entender que hay crímenes de guerra
que no son graves y otros que sí lo son, y que esa gravedad se alcanza
cuando se cometen infracciones del derecho internacional humanitario “de
forma sistemática o como parte de un plan o política”. Esta categorización no
tiene ningún tipo de fundamento a la luz del derecho internacional penal, y
podría ser una vía de escape para dejar impunes delitos que, de acuerdo con
el derecho internacional, deben ser castigados.
La amnistía, por tanto, no sería una amnistía “a la española”: no se prevé la
exención de responsabilidad penal ante graves violaciones de derechos
humanos y de derecho internacional humanitario y no se ponen barreras a la
investigación y el conocimiento de la verdad sobre las circunstancias de los
delitos. Tampoco se daría la espalda a las víctimas, puesto que el acuerdo de
paz es muy cuidadoso a la hora de garantizar que la extinción de
responsabilidad sería sin perjuicio del deber del Estado de satisfacer el
derecho de las víctimas a la reparación integral (de conformidad con la Ley
1448 de 2011, de 10 de junio, por la cual se dictan medidas de atención,
asistencia y reparación integral a las víctimas del conflicto armado interno y
se dictan otras disposiciones) y sin perjuicio de otras obligaciones de
reparación que pudieran imponerse.
Ciertamente, la propuesta tiene sus puntos sospechosos en cuanto a la
extinción de responsabilidad penal. La invención de la categoría de “graves
crímenes de guerra” o las previsiones respecto de presidentes y ex
presidentes son dos ejemplos. Sin embargo, ninguno de estos supuestos
beneficia particularmente a los miembros de las FARC, sino más bien al
contrario: el primero se aplica tanto a sus miembros como a los agentes del
Estado, y el segundo favorece la impunidad de las personas que
31
ocupan/ocuparon la presidencia del país. Por otra parte, no se exige de los
agentes del Estado que contribuyan a la determinación de la verdad sobre lo
acontecido en el conflicto con la misma intensidad que a los miembros de las
FARC. A mayores, las mencionadas vías de escape lo son solo parcialmente en
la actualidad, puesto que las personas responsables de crímenes de guerra
que hubieran quedado sin castigo y los ex presidentes a los que se les
imputen crímenes de derecho internacional podrían ser juzgados en otros
Estados por la vía de la jurisdicción universal o incluso, llegado el caso, por la
Corte Penal Internacional, que sigue manteniendo en examen preliminar la
situación en Colombia.
Sin embargo, no parecen argumentos suficientemente sólidos per se como
para que los partidarios del “no” se aferren con tanto ardor a la necesidad
absoluta de retribución penal de los miembros de las FARC, sino que se intuye
tras ellos una estrategia política que atiende a otros intereses. Más allá de
horadar políticamente a Santos, Uribe podría haber buscado por esta vía tener
un asiento en la mesa de negociación para poder forzar un proceso de
reforma constitucional que le permitiera eliminar la prohibición de reelección
presidencial vigente desde 2015. Pero también cabe otra lectura que supera
los posibles intereses políticos del ex presidente y que apunta al interés de
determinados sectores de la población por mantener el statu quo. No se
puede obviar que con el “no” se cerraban también las puertas a la aplicación
de otros apartados del acuerdo que podían provocar cambios estructurales
significativos en la sociedad colombiana. Es el caso de la reforma rural
integral, un tema que difícilmente va a contar con el visto bueno de los
grandes propietarios de tierras ni de las empresas que se benefician de la
actual estructura de la tierra ni de quienes sacan provecho propio con la
explotación del campesinado. Otro tanto ocurre con la entrada en política del
partido resultante de las FARC, que supone abrir hueco en las instituciones
colombianas a sectores de la población que tradicionalmente han quedado al
margen y, con ellos, a demandas diferentes de las que marcan la actual
agenda política en Colombia.
Volviendo a la comparación con el caso español, si la Ley de Amnistía de 1977
es criticable, no lo es tanto porque la posibilidad de recurrir a la vía penal sea
la panacea para resolver los problemas de la sociedad, sino justamente
porque simboliza el desprecio del Estado a las víctimas y constituye una
maniobra clara y exitosa para mantener estructuras de poder que han sido
construidas durante la dictadura. Paradójicamente, en el caso de Colombia,
esa misma consecuencia se deriva del rechazo al acuerdo de paz —amnistías
incluidas—.
32
El Acuerdo final para la terminacion del conflicto y la construccion de una paz
estable y duradera (incluidos el Acuerdo Especial de 19 de agosto de 2016 y el
proyecto de Ley de amnistia, indulto y tratamientos penales especiales) puede
consultarse aquí.
30/10/2016
33
La animada vida de las estatuas
Antonio Madrid
Hay estatuas que languidecen sin que nadie recuerde su tiempo ni su razón
de ser. Hay estatuas simpáticas que alegran la vista. Hay estatuas que el
poder político encargó e instaló en su momento y que hoy pasan
desapercibidas. Hay estatuas que no se entienden. Hay estatuas que
provocan incendios. Sin duda que las que tienen una vida más serena son las
de los cementerios.
La vida de las estatuas encargadas e instaladas en los espacios públicos para
recordar hazañas y guardar memoria, o para remover memorias, puede ser
muy animada. Estos días, una estatua decapitada ha sido el centro de una
animación política, cultural y social como no se conocía en tiempo en la
ciudad de Barcelona. Como se sabe, esta estatua sin cabeza era la de Franco.
Alguien le cortó la cabeza hace tiempo mientras dormía el olvido en un
almacén. Y así, desmochada, fue instalada recientemente en la vía pública. Se
le sacó lustre y a la calle. El cuerpo de jinete, sobre un caballo poderoso, se
dirigía hacia la Victoria, representada por otra estatua. La imagen es
conocida. La composición no dejaba de ser algo cómica, ya que caballo y
jinete estaban sobre una plataforma y esta sobre un raíl… Suerte que el
terreno era plano, de otra forma caballo y jinete habrían topado con la
Victoria.
No toparon con la alegoría de la Victoria, sino con pinturas arrojadas,
salivazos, huevos, grafitis, muñecas hinchables, cabezas de cerdo, banderas
alternativas, performances varias, artículos periodísticos, indignaciones y
rasgaduras de vestiduras. Por momentos pareció que la estatua era un gran
escaparate. Si querías salir en la foto algo tenías que hacer con la estatua. Tal
vez alguien que llegó tarde esté pensando: perdí la ocasión. Al final, unos
animosos ciudadanos tumbaron la escultura y el Ayuntamiento la retiró, limpió
el suelo… y aquí paz y mañana gloria. En realidad, los tumbadores de la
escultura le hicieron un favor. Si la escultura hubiera podido hablar tal vez se
habría mostrado agradecida de que la devolvieran a la tranquilidad del
almacén. Por otra parte, al tumbarla también se evitó que alguien pudiera
recordar la leyenda de Sleepy Hollow que llevó al cine Tim Burton.
34
La estatua había sido instalada en el marco de la Exposición: “Franco, Victoria,
República: impunidad y espacio urbano”
(
http://elbornculturaimemoria.barcelona.cat/activitat/franco-victoria-republica-
2/). Tres esculturas formaban una composición: la República, la Victoria y
Franco (desmochado) a caballo. Los escultores de estas estatuas: Viladomat y
Marés. Ubicación: el exterior del Born, al lado derecho de la puerta principal.
Esta exposición coincide en el tiempo y en el espacio con otra exposición (esta
vez en el interior del Born): “A mí esto me pasó: De tortura e impunidades
(1960-1978)”. Como se puede leer en la presentación de la exposición, su
objetivo es proponer un debate sobre la tortura, en tanto que expresión de
violencia política, ejercida por el estado franquista. Y al mismo tiempo,
generar debate acerca de la responsabilidad o la impunidad por esos hechos.
La forma de plantear este debate, además de conferencias, obras de teatro…
ha sido presentar los testimonios de personas que fueron torturadas.
(http://elbornculturaimemoria.barcelona.cat/activitat/aixo-em-va-passar/)
Para acabar de situar al lector/a que no conoce el espacio del Born hay que
añadir dos matices. El primero, importante. El Born es un Centro de cultura y
memoria. Su contenido esencial es el yacimiento que ocupa el subsuelo de
este espacio. En él se puede visitar parte de la ciudad tal como era durante
los ataques de las tropas borbónicas de Felipe V hasta la rendición de 1714.
Por tanto, se puede decir que el Born es un espacio de la memoria de la
derrota de 1714, memoria que se ha convertido en símbolo del nacionalismo
catalán. Es un espacio cargado de simbolismo.
Cuando se habla de memoria y de símbolos, una de las cuestiones más
interesantes es plantear qué memorias guardar y cómo guardarlas.
Ciertamente podía resultar chocante acercarse al Born, ver la bandera de
Cataluña izada en un gran mástil (17,14 metros… hasta en esto lo simbólico
tiene su importancia) y a su derecha… la decapitada estatua de Franco.
El segundo matiz, anecdótico. La palabra ‘Born’ proviene del nombre que se
35
daba a la zona en la que durante la edad media se celebran torneos de armas.
Por tanto, el nombre es muy adecuado para lo que ha ocurrido durante estos
días. Bromas al margen, lo cierto es que lo vivido en torno a la estatua
desmochada merece una reflexión sosegada. Como la intención de este texto
en realidad es hablar de otras estatuas, de la animada vida de otras estatuas,
por ahora tan solo indicaré algunas reflexiones en torno al pandemónium
mediatizado que hemos vivido.
Las reacciones habidas estos días por parte de muchas personas indican que
la herida causada por el franquismo permanece abierta. La transición no
abordó suficientemente esa cuestión. El silencio fue parte del trato. Se puede
intentar mirar para otra parte, pero la herida no ha cicatrizado y no lo ha
hecho, en buena parte, porque se ha confundido reconciliación con olvido.
Hay quien dice que no se pudo hacer más. En todo caso, es difícil sostener
que ahora no se pueda hacer más que lo que se ha hecho.
La segunda cuestión que ha aflorado estos días es que los medios de
comunicación se apuntan al efectismo. Esto es sabido, pero no por ello ha de
ser aceptado. Durante estos días muchos articulistas han apostado por la
simplificación, por la noticia fácil, en vez de analizar qué estaba ocurriendo y
cómo se podía seguir trabajando para abordar la cuestión de fondo: la
memoria del sufrimiento impuesto por el franquismo. Y no sólo esto, sino para
afrontar lo que queda del franquismo en nuestra vida institucional y política.
La tercera cuestión ha sido poner de manifiesto que si el Ayuntamiento de
Barcelona apuesta, como lo hace, por el debate en torno a la impunidad, es
preciso plantear una ruta a seguir y esto se ha de hacer de la mano de
muchos más actores, porque las manipulaciones y las demagogias están a la
vuelta de la esquina. Una vez retirada la estatua, una vez el soufflé se
desinfla… ¿ahora qué? La cuestión de fondo permanece. Lo que había que
derribar no era la estatua, por más que aquello que recuerda sea odioso. Lo
que hay que derribar no cae tan fácilmente. El reconocimiento de la verdad, la
identificación de complicidades, la ruptura de los silencios… lo que queda por
hacer, eso no se resuelve, desgraciadamente, derribando una estatua.
Tampoco instalándola en el espacio público.
Las estatuas pueden tener una vida muy animada. El mismo escultor Marés
que hizo la escultura de la Victoria que ha sido expuesta estos días junto a la
desmochada de Franco, este mismo Marés hizo la escultura del Timbaler del
Bruc (tamborilero del Bruc. Bruc es el nombre de una planta: brezo). Y el
mismo Franco, esta vez con cabeza y sin caballo, la inauguró en 1952. Se
cuenta que Franco le preguntó al alcalde del Bruc de aquel entonces si el
pueblo necesitaba algo; el alcalde, muy dignamente, contestó “no, nada,
tenemos de todo…”. Sin embargo, la pobreza y el atraso eran mayúsculos. La
36
inauguración fue provisional porque la estatua era de yeso. La de piedra
todavía no se había terminado. Cuando Marés la acabó, se retiró la de yeso y
se instaló la de piedra en el mismo lugar en el que se encuentra hoy.
Supongamos que le hacemos una entrevista al Timbaler. Explicará que
conmemora las batallas que tuvieron lugar en el Bruc contra el ejército
francés (1808). La primera escaramuza salió bien para los combatientes
catalanes. Las siguientes no. El caso es que la estatua recuerda la resistencia
frente al invasor. Y claro, esta idea era aprovechable por el españolismo
franquista.
Ya que hemos entrado en calor, lo siguiente que podríamos pedir al Timbaler
es que nos explicara sus vidas. Es decir, que nos explicara las vidas que ha
tenido el símbolo cultural y político del Timbaler. Tal vez la estatua no lo sepa,
pero como mínimo podemos identificar varias etapas… varios significados,
algunos de ellos en clara oposición.
Para hacer corta la historia diremos que la leyenda del Timbaler comienza a
coger cuerpo y fuerza a finales del siglo XIX. El joven Joan Porta i Tobella, en
un interesante trabajo de investigación sobre las batallas del Bruc y la
conversión del Timbaler en instrumento político (2016, en proceso de
publicación), documenta cómo el conservadurismo católico catalán canonizó
el símbolo del Timbaler. El carlismo, por ejemplo, utilizó este símbolo.
Este mismo símbolo (que todavía no tenía estatua) también fue puesto al
servicio del catalanismo a finales del XIX, ya que se veía en el Timbaler la
lucha por la tierra catalana. Inicialmente era un catalanismo católico, que con
el tiempo desarrolló su vertiente republicana. Durante la Guerra civil, el
Timbaler fue utilizado por la República como símbolo del ‘No pasarán’ frente
37
al bloque golpista. Y ya durante la dictadura franquista, el Timbaler fue
asimilado de nuevo como símbolo españolista. Y después como símbolo
catalanista de nuevo y para algunos como referente independentista. Esto
explicaría a grandes trazos el Timbaler en una larga conversación. Claro,
cualquier oyente podría pensar que es un chaquetero que se orienta según
sopla el viento. En realidad, los símbolos (y las estatuas como expresión
simbólica) son construidos y orientados según la época y los proyectos
políticos en juego. Igual que sucede con la figura del héroe. Es la sociedad (y
los intereses y proyectos en liza) la que construye a sus héroes o, dicho con
más precisión, es la sociedad la que hace las cuentas con las propuestas de
héroes que le hacen desde fuerzas culturales, políticas, religiosas o
económicas.
La estatua del Timbaler, como tantas otras, condensa 200 años de idas y
venidas, de reorientaciones y resignificaciones. Si se mira la actual estatua del
Timbaler, las preguntas de fondo que se pueden plantear son muchas: ¿Cómo
queremos representar el hecho histórico de la guerra contra el francés:
mediante la representación de un grupo de personas que resisten o mediante
un individuo convertido en héroe? ¿Quién es el héroe: el pueblo o el individuo?
¿O es el pueblo que se identifica en un individuo? ¿A que causa vinculamos el
recuerdo de su heroicidad? ¿Su heroicidad y el recuerdo de la misma se basan
en una verdad histórica o en una invención? Dado que Franco inauguró esa
escultura asociada en la época a valores españolistas, ¿qué queremos hacer:
sustituirla o aportar nuevos significados? Por ejemplo, reorientar ese símbolo
de forma que quede asociado a las luchas colectivas que permiten mejorar
nuestro mundo. No ha sido por casualidad que este 2016 el premio de
Timbaler de honor se haya concedido a una fundación por su lucha contra el
Alzheimer (fundación Pasqual. Por un futuro sin alzheimer
https://fpmaragall.org/). Se ha optado por la causa colectiva, por el esfuerzo
colaborativo, en un intento por resignificar el mito.
Como se ve, el mito del Timbaler ha tenido y tendrá una vida azarosa. No así
la estatua del Bruc, que vive tranquilamente. Sin embargo, cosas de la vida, la
estatua del Timbaler inaugurada en los 50 tenía al alcance de su vista otra
estatua, más sencilla, metálica, no sé si más modesta: un toro. El toro de
Osborne.
38
El último toro de Osborne en Catalunya fue el del Bruc, y fue abatido tras
singular batalla en 2009. Durante los años anteriores, el toro había sido
pintado de vaca, se le había pintado con la bandera catalana, le habían
cortado las patas, le habían hecho grafitis… Algunos entendían que el toro
representaba el españolismo. Si no fuera porque hay toros que mueren en las
plazas, y porque hay perros que viven muy bien, se habría dicho que el toro
tuvo una vida de perros. Pero cada vez que el toro era atacado, es decir, cada
que se atacaba lo que representaba el toro para sus detractores, otro grupo lo
volvía limpiar y recuperaba su prestancia. Y así durante años. Hasta que el
destrozo fue tan grande que el toro no volvió a levantar cabeza. Y material del
toro acabó en el chatarrero. Tiempo después en Cataluña se prohibieron las
corridas de toros. Y el Tribunal Constitucional acaba de decir que esa
prohibición excede el ámbito competencial de Cataluña. Pero esa es otra
historia.
24/10/2016
39
Cuando el problema resulta ser un conflicto
Miguel Muñiz
Las conclusiones que vemos aflorar en nuestros análisis de los reyes mayas, los jefes de los
noruegos de Groenlandia y los jefes de la isla de Pascua es que, a largo plazo, la gente rica no
tiene garantizados sus intereses ni los de sus hijos cuando gobiernan una sociedad que está
desmoronándose, sino que simplemente compran el privilegio de ser los últimos en pasar
hambre o morir.
Jared Diamond, Colapso (2006)
El diccionario define problema con tres significados que excluyen intervención
humana [1]. Los problemas no tienen causantes definidos, provienen de
situaciones dictadas por las circunstancias o la lógica (en el caso de las
matemáticas).
La palabra conflicto [2] tiene cinco definiciones: tres de ellas implican
enfrentamiento y antagonismo, es decir, lucha; las otras dos remiten a
situaciones personales de indecisión o zozobra.
Es importante retener el carácter lógico, natural o neutral del problema, y su
contraposición con el carácter humano del conflicto.
Si problema y conflicto se aplican a situaciones que se dan en una sociedad
con desigualdades, adquieren valor político. Las variables serian: a) un
problema puede convertirse en un conflicto, b) un problema puede poner en
evidencia un conflicto, c) un problema puede ser la formulación que se usa
para enmascarar un conflicto, d) un conflicto puede manifestar la dimensión
social de un problema, y e) el problema y el conflicto son reconocidos y
aceptados como tales.
Ejemplo sencillo de la variable a): en una sociedad equilibrada (barrio con
mayoría de clase acomodada), una avería causada por un fenómeno
meteorológico que afecte a los que allí viven puede convertirse en un conflicto
si los responsables de solucionar el problema se demoran en abordarlo. El
mismo ejemplo se puede aplicar a la variable d) si el caso se da en una
sociedad con desequilibrios (ciudad con barrios marginados).
También es fácil ejemplificar la variable b): la avería de un aparato doméstico
40
en una familia puede poner en evidencia un reparto desigual de tareas y
responsabilidades, y derivar en un conflicto en que afloren manifestaciones
patriarcales.
Pero es en la variable c) donde el uso político del problema o conflicto se
manifiesta en toda su crudeza. Veamos las cuestiones sociales y ecológicas (o
ambientales) implícitas.
El caso social más claro es la caracterización del paro laboral como problema.
La repetición continuada de la expresión «el problema del paro» no tiene
nada de inocente. El paro es una de las manifestaciones más evidentes del
conflicto de clases. Una realidad que surge del conflicto de intereses entre
clases dominantes y clases subalternas está muy alejada de las definiciones
gramaticales de problema. Tenemos un uso político del lenguaje muy evidente
que se repite en expresiones como «el problema de los precios», «el
problema de la vivienda», etc. Es evidente que oculta el conflicto. Vayamos
al campo de la ecología.
La degradación del medio ambiente afecta a todos los seres vivos. Es un
proceso complejo y muy relacionado a nivel local y global. Consideremos los
cinco ejes principales: cambio climático, contaminación química y radiactiva
creciente, agotamiento de los recursos minerales, explotación hasta la
extinción de especies vivas (plantas y animales) que son la base de nuestra
subsistencia, y generación incontrolada de residuos.
A poco que se profundice, los cinco ejes tienen una base común: son
manifestaciones de una búsqueda de lucro insaciable, de obtenerbeneficios
privados por encima de cualquier otra consideración; de una economía que
considera la Naturaleza como fuente de recursos explotables o vertedero
donde deshacerse de productos que no generan ganancias. En el marco
financiero neoliberal los recursos naturales sirven sólo para aumentar los
beneficios especulativos de una minoría. El poder de esa minoría se basa en la
complicidad de unos sectores sociales acomodados, más o menos amplios
según cada sociedad concreta; sectores temerosos de que un cambio ponga
en peligro su bienestar.
La definición del cambio climático, la contaminación radioactiva o química, la
escasez de recursos, o la acumulación de residuos como «problemas»
cumple una función política, como en el caso del paro laboral o los precios.
Veamos algunas de sus implicaciones.
Aunque los impactos ambientales, a diferencia de las desigualdades sociales,
afectan a todas las personas, hay que considerar variables temporales y
espaciales. En las primeras, el corto, medio o largo plazo. En las segundas, la
41
residencia en un espacio alejado (aún) de focos de degradación ecológica. Es
cierto que, a largo plazo, la degradación ambiental afectará a todos los seres
vivos, pero, a corto y medio plazo (que puede ser de años a décadas) existe
un margen para eludir la degradación si se dispone de suficiente dinero para
pagarlo. Y en la especulación financiera, el dinero es abundante, tan
abundante que el despilfarro irracional de las clases dominantes se ha
convertido, entre las clases acomodadas, en signo de reconocimiento y
admiración social, no de crítica o denuncia.
Definiendo como problema, por ejemplo, el cambio climático o la energía
nuclear se está transmitiendo un doble mensaje. Primero, que no hay
responsables concretos que deban ser objeto de unas políticas y, segundo,
que todas las personas «somos» responsables. Y si todas las personas
somos responsables, todas podemos «hacer algo» ante el problema.
Abordar lo que son conflictos ambientales como si fuesen problemas genera
empleo, elabora discurso políticamente correcto, fomenta actividad social y
política, produce abundantes materiales divulgativos, fomenta la información
y la desinformación, desarrolla investigación y experimentación de
mecanismos de control social, y aplicaciones basadas en esos mecanismos,
etc. Veamos el caso del «hacer algo» y otras implicaciones del «problema».
Es importante hacer algo. Así se sustituye aplicar políticas necesarias,
basadas análisis rigurosos y científicos de la degradación ambiental, por
cualquier actividad que tenga como referencia el «problema». Afrontar un
conflicto como la energía nuclear o el cambio climático apagando la luz unos
momentos, firmando una petición en internet, o luciendo un símbolo; es decir,
mediante acciones puntuales de denuncia que no tienen destinatario
concreto, que puede realizar cualquiera, y que producen una satisfacción
individual sin mayores consecuencias. Hacer algo es lo que se fomenta desde
las clases dominantes.
El concepto de problema va asociado al de solución, otra línea de actuación
muy mimada por los que mandan.
La solución implica pedagogía. Si existe el problema es porque no hay aún
suficiente gente que se haya dado cuenta de que hay que «hacer algo» para
solucionarlo, para que se adopten las alternativas que solucionarían el
problema sin conflictos. Se parte de que hay un problema de comprensión. Si
se continúan realizando actividades ambientalmente destructivas es porque
los que la realizan no están suficientemente informados del problema, las
clases dominantes son, en realidad clases ignorantes, con una adecuada
pedagogía afrontaran el problema sobre todo si se comprueba que hay
soluciones. Todos somos responsables, pero, al parecer, unos son más
42
responsables que otros, aunque basta aplicar la tecnología que se deduce de
la pedagogía.
Porque la tecnología es la clave de la pedagogía; proliferan artículos, libros,
documentales, simulaciones y modelos con pronósticos de cambios
tecnológicos a medio plazo en condiciones sociales abstractas. En un artículo
anterior de mientras tanto, Pablo Massachs ha realizado un brillante análisis
que muestra la inconsistencia de esos pronósticos [3], pero su inconsistencia
científica no disminuye su eficacia social. Se destaca, se prima y se jalea
cualquier información que parezca que avanza en la solución del problema sin
intentar valorar sus implicaciones, su peso, alcance o importancia en el marco
global de la degradación [4].
Por eso cualquier actividad que aborde la degradación ambiental como
problema tiene, de entrada, receptividad y buena predisposición por parte de
quienes mandan y de quienes gobiernan en su nombre. Las declaraciones
ambiguas y positivas tienen difusión garantizadas. Si se hace pedagogía para
explicar que el cambio climático tiene solución (sin entrar en detalles), que la
energía nuclear será sustituida de manera natural y progresiva por las
energías renovables, que se camina hacia la reducción de la contaminación,
que se puede generalizar una explotación sostenible de bosques y caladeros,
que hay sistemas para reciclar todos los residuos, etc., si se apela a la
conciencia de todos, a los pequeños gestos que tienen grandes
consecuencias... y a miles de vagas consignas parecidas, todo irá bien. La COP
21 de París como ejemplo insuperable.
Pero si se detallan y cuantifican impactos y se denuncian a los causantes, se
señalan víctimas concretas y responsables de su situación, si se denuncian
intereses con nombres y apellidos, si se fijan plazos, se determinan políticas y
objetivos, si se redactan leyes que vayan a las causas de los conflictos, si se
intenta movilizar a una parte de la sociedad para abordarlos, si se intentan
crear mecanismos informativos y participativos horizontales, tejer alianzas,
prescindir de eufemismos y llamar a las cosas por su nombre..., si se muestra
el verdadero conflicto que se oculta tras los supuestos problemas..., llegamos
a e), el conflicto es asumido como tal por todas las partes, y ya se intuye a lo
que podemos atenernos [5].
Notas
[1] Sería un problema: 1.- Cuestión que se trata de aclarar; proposición o dificultad de
solución dudosa. 2.- conjunto de hechos o circunstancias que dificultan la consecución de un
fin 3.- Mat. Proposición dirigida a obtener un resultado cuando ciertos datos son conocidos.
Diccionario de la lengua española, vigésima edición. 1984.
43
[2] Conflicto: Lo más recio de un combate 2. Punto en que aparece incierto el resultado de
una pelea 3. fig. Antagonismo, pugna, oposición 4. fig. Combate y angustia del ánimo 5. fig.
Apuro, situación desgraciada y de difícil salida. Ref. Ídem anterior.
[3] Mientras tanto, nº 149, Pablo Massachs, "No todos los malos son Darth Vader":
http://www.mientrastanto.org/boletin-149/notas/no-todos-los-malos-son-darth-vader
[4] El último informe Schneider, sintetizado por Xavier Bohigas en "Resurgimiento o declive
de la energía nuclear”, boletín nº 150 de mientras tanto
http://www.mientrastanto.org/boletin-150/notas/resurgimiento-o-declive-de-la-energia-nuclear
, explica como China ha puesto en marcha, entre enero de 2015 y junio de 2016, 11 nuevos
reactores nucleares.
Silenciando este dato, en octubre de este año circuló por internet, en clave exultante, la
información de que la Longyangxia Hydro-Solar PV Station, inaugurada en septiembre, era la
mayor central solar del mundo. Los 850 MW de esta central silenciaban los 11.200 MW en
nuevas centrales atómicas.
[5] A diferencia de otros artículos, el uso de conceptos documentados es tan abundante que
no he puesto referencias de cada uno de ellos para no alargar la extensión de las notas. El / la
lector / lectora mínimamente documentado descubrirá sin dificultad “los que le suenan” de
haberlos leído en otros lugares, preferentemente en artículos de mientras tanto.
[Miguel Muñiz es miembro de Tanquem les Nuclears–100%
Renovables, participa en el GRUP PROMOTOR ILP per un 2020 LLIURE
DE NUCLEARS, y mantiene la web www.sirenovablesnuclearno.org]
10/2016
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El ecologismo y sus zonas de confort
Pablo Massachs
¿Contra Franco vivíamos mejor?
Manuel Vázquez Montalbán
El activismo ecologista sigue siendo una actividad a contracorriente. Incluso
desde círculos supuestamente cercanos ideológicamente se encuentran
actitudes displicentes y poco comprensivas que al final redundan en un apoyo
teórico a sus causas (¿quién iba a estar a favor de destruir el medio
ambiente?), pero en poca ayuda práctica. La carrera de fondo por el fin de la
energía nuclear, por ejemplo, hace que los sindicatos se comporten de forma
ciclotímica, apoyando la causa sobre el papel, pero sin hacer ruido, ya que los
puestos de los trabajadores de centrales nucleares están por delante en sus
prioridades.
En este contexto la labor tenaz y desinteresada de muchos ecologistas tiene
un mérito doble. Desde los asesinatos de ecologistas en Brasil o Filipinas [1]
hasta el acoso violento a luchadoras como Paca Blanco [2] en Extremadura,
defender los espacios naturales de los que todos dependemos puede suponer
jugarse el cuello, y es de justicia que los que no disponemos de tanto valor ni
tanto tesón al menos lo valoremos y nos sintamos agradecidos.
En el otro extremo, la lucha ecologista también tiene sus propias zonas de
confort, espacios psicológicos en los que el día a día se puede desarrollar sin
sobresaltos, a pesar de la apariencia de confrontación. ¿No es esto
paradójico?
Según Claude Steiner, uno de los psicólogos más influyentes del análisis
transaccional, vivimos de acuerdo a guiones o patrones de comportamiento
que nos impiden vivir de manera libre y satisfactoria. Estos guiones son tan
paradójicos como los que siguen algunas víctimas con sus acosadores, que
hacen que los roles se perpetúen, con el sufrimiento que esto lleva asociado.
Por tanto, estos comportamientos pueden resultar paradójicos analizados
desde la fría distancia, pero son un patrón de conducta muy habitual en los
seres humanos.
De forma análoga, algunos actores del ecologismo representan guiones que
no sirven para alcanzar los objetivos planteados.
45
Predicando para la propia parroquia
En un reciente estudio [3], la economista Shashi van de Graaff analiza el
fracaso de los partidarios de la energía nuclear por llevar a cabo el
renacimiento de esta tecnología. Naturalmente esta estrategia pasaría por
una aceptación pública mayor. En esta línea, la industria y su brazo político
lleva años intentando vender esta la nuclear como barata, fiable e incluso
ecológica. Sin embargo, esto no ha funcionado por diversos motivos, indica
Van de Graaff. Los argumentos de la industria nuclear no hacen sino reflejar la
visión del mundo jerarquizada que tanto les gusta a sus integrantes. Al final,
solo acaban por convencer a los que ya lo estaban, pero no han ampliado su
base de apoyo.
Este estudio invita a la reflexión sobre varios aspectos. En primer lugar, desde
el activismo antinuclear se tiene la sensación de que la industria nuclear y sus
adláteres tienen infinitos medios para hacer propaganda, tienen las puerta de
los que dictan las leyes abiertas de par en par y saben cómo mover los hilos
del poder para conseguir sus objetivos. Como en todo mito, se mezclan
verdades con exageraciones. Pero los fríos datos demuestran que la industria
nuclear también falla en su estrategia de lavado de imagen, a pesar de los
cuantiosos medios e influencias con las que cuenta.
Por otro lado, seguramente los movimientos ecologistas no están exentos del
pecado de dirigirse fundamentalmente a los ya convencidos. Desde luego las
ventajas de esta “zona de confort” son indudables: reconocimiento social,
sensación de estar avanzando en los objetivos, ausencia de críticas, etc.
Ampliar la base social, por tanto, supone entender otras visiones del mundo
que no se comparten, hablar en un lenguaje que conecte con el otro, y así
facilitar el reencuadre. Tarea lenta e incómoda, pero indispensable.
David contra Goliat
En un foro de debate y análisis sobre cambio climático, un joven asalariado
del ecologismo vociferó que era necesario imponer inmediatamente un límite
a las emisiones de gases de efecto invernadero de cada ciudadano, una
especie de cartilla de racionamiento para mitigar el cambio climático. Da igual
que semejante medida resultase impopular, que no se centre en un primer
término en los grandes contaminadores o que sea irrealizable en el corto
plazo: nadie osó replicarle, y la idea incluso pareció levantar los ánimos de un
sector del público. Quien propone (o más bien impone) algo así, sabe que se
trata de un brindis al sol. Seguramente en otras ocasiones se quejará de los
poderes fácticos que impiden llevar a cabo tan brillante idea. Un David con
mala suerte que no consigue derrotar a Goliat.
46
Aunque en ocasiones frustrante, semejante actitud quizá también resulte
cómoda para quien la profesa: aporta cierta superioridad moral a cambio de
solo palabras. El ciclo propuesta irrealizable–queja constante puede no acabar
nunca. Y naturalmente tampoco sirve para avanzar. Podríamos decir que el
ecologista debería tener la mente puesta en la utopía, pero los pies pegados a
la realidad.
ONG como multinacionales
La perversa lógica del mercado también ha calado en algunas organizaciones
ecologistas. Éstas en ocasiones parece que tengan como objetivo vender su
producto en el mercado del lavado de conciencias. Para ello se llevan a cabo
campañas de marketing con el famoso de turno o con performances tan
vistosas como inútiles, y se deja claro al público objetivo cuál es la imagen
corporativa. Todos los voluntarios-comerciales lucen la camiseta-uniforme de
la ONG-empresa, y no faltan pegatinas y chapas con el logo empresarial.
Otras en cambio parece que no encuentran contradicción alguna en recibir
fondos de las instituciones cuyas acciones deben auditar y denunciar. Creen
que el aforismo de Upton Sinclair, aquel que reza que “es difícil hacer que una
persona entienda algo cuando su salario depende de que no lo entienda”, no
va con ellos.
Resulta obvio que el objetivo de una ONG ecologista no es captar más socios
ni más fondos, sino proteger el medio ambiente. Está claro también que las
ONG de todo tipo, también las ecologistas, han sufrido la crisis económica con
dureza. Pero las dinámicas señaladas vienen de lejos, y bueno sería
aprovechar esta nefasta experiencia para replantear ciertas estrategias de
propaganda y captación de fondos.
El ecologismo tiene unas cuantas tareas complicadas por delante. Entre ellas
está sacudir conciencias ante la gravedad de los problemas ecológicos.
Arrancar de las zonas de confort a las clases poco concienciadas, no hacer
sentir bien a cambio de una cuota. Pero para que todo esto sea posible, antes
es necesario que el propio ecologismo se tumbe en el diván y averigüe dónde
se ha acomodado, dónde no es eficiente y cómo puede ampliar su base social.
Notas
[1] Durante el año pasado se asesinaron más ecologistas que en cualquier otro año del
presente siglo: 185 personas, según un informe de la ONG Global Witness. Los países que más
han sufrido este tipo de violencia son Brasil y Filipinas. El informe se puede descargar en
http://ep00.epimg.net/descargables/2016/06/20/8b5a1f34e859db962be9f3cab9f454b1.pdf?rel
47
=mas
[2] Paca Blanco, coordinadora de Ecologistas en Acción en Campo Arañuelo denunció la
ilegalidad de un macrocomplejo turístico en una pequeña localidad de Cáceres por
encontrarse en una zona protegida ambientalmente. A partir de entonces sufrió acoso y
agresiones durante años. Ante al fallo de la justicia que le daba la razón decidió abandonar el
pueblo.
[3] Van de Graaff, Shashi, “Understanding the nuclear controversy: An application of cultural
theory”, Energy Policy, julio de 2016.
28/10/2016
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La desobediencia y Catalunya
Pere Ortega
Un fantasma recorre Catalunya, el de la desobediencia. Este término es
abrazado de manera singular por buena parte de los seguidores de la
independencia ante la negativa del Gobierno central a admitir un referéndum
que permita a la ciudadanía catalana a pronunciarse sobre la
autodeterminación (que este autor apoya).
Pero dicho esto, hay que añadir que el término desobediencia es utilizado de
manera un tanto frívola por algunos de sus defensores, porque una vez
formulado y defendido como un derecho democrático, no se está dispuesto a
asumir sus consecuencias. Es decir, ser encausado por desacatar la ley.
En las democracias avanzadas, la objeción de conciencia está reconocida
como un derecho de la ciudadanía, y en ese sentido, la desobediencia con el
ordenamiento jurídico que imponga medidas consideradas injustas. Así lo han
argumentado sólidamente desde la filosofía política John Rawls, Norberto
Bobbio y Jürgen Habermas. Pero éstos advierten de manera inequívoca que la
desobediencia debe ir acompañada de la asunción de responsabilidades, que
es tanto como aceptar las consecuencias del acto, ser inhabilitado, sufrir
sanciones administrativas e inclusive ser encarcelado.
Es bueno recordar que en el Estado español los objetores e insumisos al
servicio militar obligatorio desobedecieron la ley de formas diversas, unos no
presentándose en los cuarteles, otros negándose a vestir ropa militar y ser
adiestrados en el uso de armas para hacer la guerra, y algunos, incluso,
desertando dentro de los cuarteles. Y muchos de ellos fueron condenados y
encarcelados, y algunos fueron inhabilitados para ejercer como funcionarios
públicos. Un movimiento de objeción al servicio militar que tomó tales
proporciones como para obligar a cambiar la ley, primero reconociendo la
objeción de conciencia al servicio militar y después aboliendo el servicio
militar obligatorio.
En ese sentido, la desobediencia es una herramienta política de enorme
fuerza: si es ejercida de manera mayoritaria por la población, ningún Estado
puede hacer frente a un movimiento de esa envergadura. Ese fue el
argumento principal del pensamiento de Gandhi para liberar la India de la
dominación del imperio británico, la fuerza de la noviolencia y sus
herramientas, la desobediencia y la no cooperación. La misma desobediencia
que animó al movimiento por los derechos civiles de los negros, a Rosa Parks
y Luther King en Estados Unidos, las sufragistas y tantas otras gentes
49
anónimas que a lo largo de la historia la practicaron.
Pero la desobediencia para cargarse de razón y consistencia moral tiene unas
reglas que provienen de Thoreau y Gandhi, sostenidas en el pensamiento
político por Rawls. Quién lo define como un acto público, nunca puede ser
clandestino ni esconderse ante la ley; no violento, pues si se emplea la
violencia perderá fuerza moral ante la sociedad y el estado; consciente, pues
debe ejercerse en conciencia y con plenas facultades; político, porque se
ejerce para cambiar un programa de gobierno; contrario a la ley, porque
pretende cambiar la ley que se cree injusta; que asuma las consecuencias
legales que se deriven, pues aunque se rechaza la ley se está dispuesto a
asumirla. Esto último es puesto en primer plano por Gandhi, Luther King y sus
seguidores, pues las sanciones que son impuestas por desobediencia, si están
cargadas de razón, se volverán contra el ordenamiento jurídico del estado que
las promulga y servirán de ejemplo moral para toda la población. Eso fue lo
que llevó a la cárcel en muchas ocasiones a Gandhi, King y a tantos otros
como nuestros objetores al servicio militar.
Entonces, debería estar claro que el funcionario público, que debe el cargo
que ocupa al ordenamiento jurídico que le permite ejercerlo, en caso de
objetar y desobedecer la ley debe dimitir y abandonar su cargo y si no lo
hace, aceptar las sanciones que se deriven. Lo mismo, y con mayor enjundia
deben admitirlo los políticos con responsabilidad de gobierno. Pues éstos
deben su cargo precisamente a la ley que les permite ejercer esa función.
Pero sobre todo, porque están en el poder ejecutivo y promulgan leyes, y no
pueden aceptar unas y rechazar otras. Bueno, sí que pueden desobedecer,
pero deberían dimitir de su cargo.
Volviendo a Cataluña, es paradójico que algunos de los políticos que han
ejercido o ejercen funciones ejecutivas o legislativas que están siendo
encausados por desobediencia apelen a la democracia para defender sus
actos, pero en cambio nieguen haber desobedecido la ley. Es evidente que
temen ser sancionados o inhabilitados y esconden sus acciones políticas bajo
la excusa de que obedecen el mandato popular que los ha elevado al cargo.
Es decir, llevan a cabo propuestas que se oponen a la Constitución española,
la misma Constitución que les permite ocupar ese cargo, pero no están
dispuestos a asumir las consecuencias de su acto.
Desde luego que la distancia moral de Luther King, Gandhi y nuestros
objetores de conciencia al servicio militar está muy lejos de la de estos
gobernantes catalanes, pues aquellos no dudaron de que, ante la injusticia
que denunciaban, ilegalmente, el lugar donde debían estar era la cárcel.
Mientras que estos políticos recurren a artilugios verbales sobre la democracia
para amagar el desacato a la ley, pues temen ser inhabilitados. (Aunque en su
50
descargo, todo hay que decirlo, existe una judicialización de la política por
parte del Partido Popular que empuja a la fiscalía del Estado a investigar
posibles desobediencias del Gobierno y el Parlamento catalán. Un Gobierno
del PP que se niega a negociar cualquier tipo de salida al conflicto que se vive
en Cataluña.)
Para acabar y volviendo al terreno de la teoría de la desobediencia: En un
estado democrático, aunque existan limitaciones en cuanto a derechos, la
desobediencia no se puede dirigir contra todo el ordenamiento jurídico, lo cual
sólo tiene justificación en un estado autocrático y dictatorial, que no es el caso
del Estado español. Sólo se puede dirigir contra aquella ley que se considera
injusta porque vulnera un derecho. Esa es la enorme dificultad de los
partidarios de la desobediencia en Cataluña.
(Esta nota está escrita desde mis lecturas sobre el pensamiento político de
Gandhi y la no violencia, y no tanto desde un plano jurídico, del que me
confieso ignorante.)
23/10/2016
51
Entre todos las matamos
José Ángel Lozoya Gómez
A veces sospecho que me estoy quedando sin argumentos. Que estoy dejando de creer en las
promesas y hasta en las palabras. Que la posibilidad de que dejen de matar a mujeres
hombres que un día dijeron amarlas es una quimera.
No soy de natural conformista y nunca he sido de esos fatalistas que aseguran
que no hay nada nuevo bajo el sol, que siempre ha habido ricos y pobres y
que siempre los habrá, del mismo modo que guerras o racismo. No hace
tantos años llegué incluso a creer que al menos en nuestro país la igualdad
entre los sexos se atisbaba en el horizonte y que el machismo se encontraba
en franca retirada.
La igualdad era el discurso social hegemónico, las leyes que la promovían se
aprobaban por unanimidad, las mujeres destacaban en lo académico y se
incorporaban al mercado de trabajo garantizando sus ansias de autonomía.
Los hombres aceptaban estos cambios con naturalidad y era más fácil
observar sus resistencias en su falta de iniciativa, en el modo en que las
dejaban hacer en público o en cómo se escaqueaban en lo doméstico, que en
su defensa de los discursos conservadores.
Tal era el optimismo que interpretábamos el incremento de las denuncias por
violencia de género como el resultado del aumento de la sensibilidad ante un
fenómeno en retroceso que llevaba a las víctimas a denunciarlo en cuanto
mostraba sus primeros síntomas. Cada año crecían los recursos para proteger
a las víctimas, se empezó a formar a quienes las acompañaban en el proceso
(policías, jueces) e incluso a intervenir psicopedagógicamente con algunos
victimarios. Al rechazo social a los ejecutores de maltrato se unía una
protección efectiva de las víctimas que buscaba ayudarlas a cortar con los
lazos de dependencia económica y emocional que las hacían volver con los
agresores, y la presencia creciente de hombres en las manifestaciones
cuestionaba el silencio cómplice en el que se apoyaban los agresores para
justificar culturalmente su comportamiento con las mujeres. Las críticas
contra la Ley de violencia de género hablaban de sus insuficiencias, de que al
limitar su aplicación a la violencia en las parejas heterosexuales parecía
cuestionar el carácter de género del resto de las violencias machistas contra
las mujeres (el acoso sexual, la violación, el asesinato...), de no hablar de las
52
violencias que sufren los colectivos LGTB.
Hablo de una época en la que predominó la idea de que bastaba con que la
acción política denunciara los privilegios masculinos, al tiempo que
empoderaba a las mujeres, para que la sonoridad entre estas y el aislamiento
de los hombres más refractarios nos fuera llevando a un contrato social más
igualitario. Una época en que la unanimidad lograda en torno a la Ley contra
la violencia de género creó la sensación de que la lucha por la igualdad y
contra las violencias machista había dejado de tener color político y nos hizo
confundir la crisis de legitimidad del machismo con el principio del fin de su
derrota, subestimando su capacidad de adaptación.
Hubo voces, apenas escuchadas, que sin cuestionar que lo prioritario era
acabar con las desigualdades que sufren las mujeres, alertaban de lo injusto y
peligroso que era olvidar a los hombres, de lo importante que era apoyarlos
en el cambio que se les exigía para transformar su desconfianza en conciencia
de los beneficios universales de la igualdad. Se ignoró el temor, no siempre
consciente, de muchos hombres que creen que lo que busca el feminismo es
invertir las relaciones de poder entre los sexos, y fue un error creer que se
puede posponer indefinidamente el abordaje de la violencia de género que
sufren los niños en su proceso de socialización para que sean homófobos,
repriman sus emociones, se expongan a riesgos innecesarios, usen la
violencia en la resolución de los conflictos… No se vio que al incorporar los
problemas de los hombres a las políticas de igualdad no se pretende igualar
sus problemas a los de las mujeres, ni supone un reparto de los recursos, sino
que busca que vean que se cuenta con ellos en el diseño del futuro en
igualdad que propone el feminismo. Que lo que se precisa es combatir las
resistencias de los hombres, animándoles a que abandonen sus privilegios, a
que dejen de soportar el precio que pagan por los mismos y a que vean la
necesidad de deconstruir las masculinidades.
Después, la crisis acabó con muchos espejismos; primero fue la supresión del
Instituto de la Mujer de Castilla-La Mancha y la del Ministerio de Igualdad, a
las que siguieron los recortes del Gobierno del PP que dieron paso a un
discurso neo- y postmachista que, haciendo bandera de la igualdad efectiva
frente a las medidas de discriminación positiva, logró ponernos a la defensiva.
Faltan recursos para apoyar a unas víctimas sobre las que se ha extendido la
sospecha de las denuncias falsas, pese a que la mitad de las que resultan
asesinadas lo son pese a haber denunciado su situación, sin que nadie, ni
jueces ni delegaciones de gobierno, asuman ninguna responsabilidad por
dejarlas desprotegidas. Se trata de un retroceso de consecuencias
incalculables.
53
Hartas ya de estar hartas, las feministas convocaron el 7N de 2015 a cientos
de miles de personas que recorrieron las calles de Madrid para exigir una
lucha sin cuartel contra las violencias machistas. El 21 de octubre de 2006
celebramos en Sevilla la primera manifestación de hombres contra la violencia
machista para acabar con el silencio cómplice de la mayoría, y en el tiempo
transcurrido se ha avanzado mucho en este terreno, pero el número de las
asesinadas no desciende y la experiencia de los países más igualitarios nos
demuestra que no va a descender si no logramos una implicación más activa
y consciente de los hombres.
Por eso, el próximo 21 de octubre, diez años después de aquella primera
manifestación, hemos vuelto a convocar en Sevilla a hombres de todo el
Estado para demostrar que, a pesar de todo, somos muchos los que vemos
que el machismo es violencia. Aspiramos a ser muchos, pero nuestro éxito
será lograr que quienes no acudan se sientan con la necesidad de justificar su
ausencia.
Sevilla, septiembre de 2016
[José Ángel Lozoya Gómez es miembro del Foro y de la Red de
Hombres por la Igualdad. Información adicional sobre las
movilizaciones de hombres contra las violencias machistas
en: https://hombrescontralasviolenciasmachistas.com]
12/10/2016
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El gran titiritero
Pre-necrológica de Felipe González
Juan-Ramón Capella
Cuando FG muera se le rendirán honores y se le elogiará como si hubiera sido
un gran hombre, un clarividente hombre de estado (lo que debería hacer
sospechoso al Estado). Ascenderá a los espacios siderales impulsado por los
vientos de los estómagos agradecidos. Por eso, lamentablemente, es
permisible hablar de él ahora, en cambio, con una nota pre-necrológica.
Este antifranquista peculiar acudió al congreso de Suresnes del Psoe, en 1974,
provisto, al igual que Alfonso Guerra, de pasaporte entregado para la ocasión
por oficiales del estado mayor del ejército; los militares propiciaban —al igual
que toda la socialdemocracia europea, Miterrand, Brandt, Palme, Craxi, y el
gobierno americano— la resurrección de un partido (hasta entonces
hibernado) capaz de frenar al PCE en el futuro sin Franco; González parecía
más dúctil que Rodolfo Llopis.
González, a su debido tiempo, premiaría con el generalato a uno de aquellos
oficiales. Tan pronto como murió Franco Felipe González se puso a disposición
de Arias Navarro. Con eso consiguió que la policía no molestara a la Ugt y al
Psoe, y sí al PCE y a CC.OO., en los meses que siguieron a la muerte de
Franco, aquel militar felón.
González hizo el gran paripé del "abandono del marxismo" por parte del Psoe.
Pero el Psoe nunca había sido marxista. Pueden ser marxistas las personas, no
los partidos, salvo que el "marxismo" se transmutara en un credo, lo que
evidentemente no es ni puede ser. "Abandonar el marxismo", en realidad,
significaba proclamar a los cuatro vientos ser gente de orden. Por lo demás,
es dudoso que Felipe González haya leído entero un solo texto de Marx, y en
general más libros que los imprescindibles para licenciarse en derecho.
Felipe González estuvo al corriente de la preparación del "golpe blando"
contra Adolfo Suárez que debía llevar a Armada a la jefatura de un gobierno
de "unión nacional" y a España a la Otan, cosas que tenían de antemano su
aceptación. Y al día siguiente del golpe del 23F, como es natural, se opuso
terminantemente a la pretensión de Adolfo Suárez de permanecer unas
semanas más al frente del gobierno para investigar a fondo lo ocurrido. Eso no
podía ser, y, naturalmente, aún seguimos con la farsa de la verdad oficial
sobre el 23F...
En la cuestión del ingreso de España en la Otan, exigida por el gobierno
55
Reagan, González engañó reiteradamente a la gente. Primero con el slogan
electoral "Otan de entrada no", que como en seguida se vió servía tanto para
un roto como para un descosido. Después convocó un referéndum sobre el
asunto, presionando a intelectuales (sedientos de sinecuras) y coaccionando a
altos funcionarios de la administración para que hicieran propaganda pro-Otan
(negarse a hacerla le costó el cargo, por ejemplo, al director del Museo del
Prado).
Como González temió perder el referéndum, dado el rechazo que la Otan
encontraba entre los españoles, el día anterior a la votación amenazó a los
ciudadanos con el farol de abandonar la presidencia del gobierno si no ganaba
el "sí a la Otan", comprometiéndose por otra parte a que España no
pertenecería a "la estructura militar de la Otan" (¿tiene alguna otra, además
de su burocracia?), promesa que, por supuesto, incumpliría acto seguido. El
farol, entre un pueblo deseducado de la política durante 40 años, surtió
efecto, y la aceptación de la Otan superó finalmente al rechazo en la votación.
Con el ingreso de España en la Otan F. González fue mucho más allá que
Franco, con sus acuerdos con los Estados Unidos, y que Carrero Blanco, que
se opuso a ingresar en la Organización (lo que probablemente le costó volar
por los aires): González rompió con una política exterior de neutralidad de
más de un siglo. Aznar le seguiría en eso entusiásticamente.
González hizo aprobar una legislación inicua contra los objetores de
conciencia al servicio militar obligatorio, los cuales respondieron con un
movimiento impresionante de insumisión que hizo aquella ley
generalizadamente inaplicable aunque muchos de los objetores fueron a dar
con sus huesos en la cárcel. Su desprecio por los jóvenes se manifestaría
también al arrodillarse ante los USA y sus aliados y enviar tres buques de
guerra a la primera Guerra del Golfo, de 1991, con cuatro centenares de
soldados, cien de los cuales eran reclutas forzosos. Nada se nos había perdido
allí.
González negó terminantemente lo evidente: haber recibido dinero alemán (y
en negro) para su partido: "Ni Flick ni Flock", dijo con gracia sevillana que ha
quedado para la historia de la choricería en España (Flick era quien traía los
maletines con la pasta).
Durante su mandato como presidente del gobierno González —y es cosa que
pocos han destacado— negoció pésimamente el ingreso de España en la
Unión Europea, con concesiones en todo sin advertir que los países europeos
estaban muy interesados en el ingreso español: tanto o más que él mismo. De
esa negociación salieron perdedores la agricultura y sobre todo la ganadería
españolas: hubo que sacrificar a decenas de miles de vacas y ovejas; hubo
56
que desmantelar las acerías —alguna, como la de Sagunto, renovada con las
últimas tecnologías recientemente— y otras industrias, afectando sobre todo a
la construcción naval y a la minería: cedió en toda la negociación que
favorecía a Holanda, Bélgica Francia y Alemania. Nunca supo plantarse
(tampoco ante Reagan) porque ante los poderosos González es decididamente
un flan, o, quizá mejor, un tocinillo de cielo sin cielo.
Con su gobierno se generalizó la corrupción en su partido y en los cargos
institucionales. Fueron procesados y condenados la directora del Boletín
Oficial del Estado, el director general de la Guardia Civil, el gobernador del
Banco de España, altos cargos nombrados por González; algunos ministros
dimitieron para no ser procesados; el PSC sufrió un proceso también por
corrupción. Los casos Kio, Wardbase o Rumasa, fueron casos, digamos,
"privados", pero propios de la época. No así los casos Filesa, Malesa y
Time-Export, para la financiación ilegal del Psoe; o el caso Osakidetza, en
oposiciones en el País Vasco para beneficiar a militantes del Psoe y la UGT; o
los cohechos en el Ave y en Seat.
Peor, incluso cruel, fue la Operación Mengele, de secuestro y experimentación
con tres mendigos —murió uno— por parte del Cesid, para probar un sedante
en el proyectado secuestro de un dirigente etarra. Luego el caso Cesid, de
escuchas ilegales a Herri Batasuna; el caso Juan Guerra, hermano del
vicepresidente del gobierno, por cohecho, fraude etc.; caso Petromocho, de
supuesta construcción de una refinería en Gijón, que recibiría 1.000 millones
de pesetas del Estado, y que provocó la dimision del presidente socialista de
Asturias; caso Palomino, el cuñado de González, que vende por cientos de
millones su empresa en quiebra técnica... (hay información sobre estos casos
en internet).
Caso Lasa y Zabala, etarras asesinados bajo tortura y enterrados en cal viva y
en secreto en Alicante, el caso más repugnante de la guerra sucia contra ETA,
asesinato y guerra sucia en los que participó Galindo, un coronel de la guardia
civil ascendido a general por F. González; además Galindo, al cobrar por
comando desarticulado, se dedicaba a dejar en libertad pero vigilados a
algunos etarras para volver a atraparlos y beneficiarse de nuevas operaciones
remuneradas. O el caso Segundo Marey, persona confundida con otra y
secuestrada, caso que acabó llevando a la cárcel al ministro del interior de
González y a su viceministro, Barrionuevo y Vera, e implicó al gobernador y al
secretario del Psoe en Vizcaya. También fueron condenados entre otros el
director general de la policía Rodríguez Colorado y el secretario de Estado de
seguridad Julián Sancristóbal por malveresación de caudales públicos.
González fue denunciado por Julio Anguita como el "señor X", el dirigente del
entramado GAL. Fue la guerra sucia contra Eta impulsada por Felipe González.
57
Felipe González defendió la existencia de desagües del estado diciendo que
alguien tiene que ocuparse de las alcantarillas. Pero ¿un gobierno democrático
puede generar mierda que haya que enviar a unas alcantarillas? ¿Quién
autoriza a las instituciones a saltarse la ley? —que en definitiva es lo
defendido por González.
Felipe González inauguró el neoliberalismo del Psoe: las políticas económicas
que han alejado a ese partido de las posiciones socialistas, que han llevado a
puestos dirigentes a cuadros, llamados "barones" (lo que es todo un indicio de
la organización real del Psoe como monarquía artúrica) que abominan de
cualquier política económica que no sea la neoliberal, a las órdenes del gran
capital.
Con FG se enriquecían los suyos o se colocaban muy bien: Boyer, Narcís Serra,
Solchaga, Solana, Peces Barba...
El espacio disponible no permite pormenorizar. Baste decir que Felipe
González, dirigente autodenominado socialista, tiene ahora unos ingresos
anuales de unos 600.000 euros, según el periodista Javier Chicote. Es el
propietario de la empresa Emprendedores (¡sic!). Desde diciembre de 2010 es
consejero de Gas Natural (empresa que empezó a privatizar él mismo, como
tantos otros bienes del Estado). González posee propiedades, que se sepa, en
zonas residenciales de Madrid, en Extremadura, en Tánger, en México, junto
con una red de amistades (relaciones) con millonarios, que incluyen al
venezolano G. Cisneros, al mexicano Carlos Slim, a Carlos Andrés Pérez y un
amplio etcétera. Una fortuna, en suma, pendiente de analizar, pues no parece
que el sueldo de presidente del gobierno diera para tanto.
Así es el tipo que sigue manejando en la sombra a sus títeres en la dirección
del Psoe, siendo él mismo títere del gran capital internacional y nacional.
Recientemente no ha vacilado en dividir a su partido y dejarlo destrozado para
defender los intereses de sus mandantes del Ibex 35, que por mucha
democracia que haya están decididos a impedir que llegue a gobernar en
España una izquierda de verdad.
Esto último es, en el fondo, más que la choricería, la cuestión a meditar.
17/10/2016
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Ensayo
Antonio Madrid
Politizar el dolor (I)
La expresión ‘politizar el dolor’ se ha extendido por los diarios españoles
durante las últimas semanas. La repetición que Pablo Iglesias hace de esta
expresión ha ayudado a ello. La expresión ‘politizar el dolor’ es impactante, no
tanto por lo de ‘politizar’ como por la referencia al dolor. Cuando tratamos con
el dolor… la cosa se pone seria, o eso parece. En realidad, la seriedad
depende de a quién corresponda el dolor… porque el dolor no es anónimo,
aunque muchas veces se le quiera borrar el rostro, la piel… la memoria.
Al sufrimiento (entendido aquí como ‘experiencia del dolor’) se le hace
presente y se le oculta según conviene. El sufrimiento, en cuanto tal, no
cuenta políticamente. Lo que cuenta (si es que cuentan) son las personas. Y
unas personas cuentan más que otras. Por tanto, ‘politizar el dolor’ en serio,
no como una simple frase llamativa pero vacía de contenido, puede querer
decir: politizar las raíces de la vida en común y las estructuras en las que
vivimos.
Propongo en este primer texto algunos ejes que pueden ayudar a darle
contenido a la ‘politización del dolor’. Los ejes que señalo intentan mostrar ‘lo
que colectiva-estructuralmente se hace con el sufrimiento humano’. Otra
precisión: aquí se habla de sufrimiento humano, pero lo que se dice se podría
aplicar, al menos en parte, al sufrimiento impuesto a otros animales o,
incluso, al medio natural.
1. Las causas importan
Politizar el dolor exige preguntarse por las causas del sufrimiento. Creo que
una de las debilidades de la percepción política contemporánea es la
renuncia, y en ocasiones también la dificultad, a identificar y afrontar las
causas de los problemas. Pudiera ser que esta debilidad sea inducida y
consentida. Me explico. Si se identifica la causa de un padecimiento colectivo,
hay que decidir qué se hace ante esa causa. Sin embargo, si no se identifica la
causa o si esta queda disimulada, entonces se puede pasar de puntillas sobre
lo que hacemos con el sufrimiento de las personas.
Politizar el dolor supone, desde mi punto de vista, repensar algunos conceptos
y usos coloquiales que dificultan identificar las causas del sufrimiento
59
impuesto a las personas. Una de las expresiones contemporáneas que
ejemplifica el ocultamiento complaciente de las causas es ‘vulnerabilidad’.
Expresiones como ‘situaciones de vulnerabilidad’, ‘persona vulnerable’… han
triunfado durante los últimos veinte años. ¿Cuál es el problema que esconden
estas expresiones? En principio, todos los seres humanos son seres sufrientes.
Todos pueden ser dañados. Todos son vulnerables. Pero decir esto es decir
poco desde una perspectiva política. Lo relevante es preguntarse: ¿Cuáles son
las fuentes del padecimiento impuesto a las personas? ¿Cómo de igual o de
diferente quedan expuestas las personas? ¿Qué mecanismos podemos utilizar
para protegernos frente a las fuentes de padecimiento que podemos sufrir o
sufrimos?
La cuestión política es ver cómo quedan expuestas las personas a los
sufrimientos que se originan en las estructuras políticas, económicas,
jurídicas, culturales… Por ejemplo, que unas personas tengan una expectativa
de vida mucho más elevada que otras personas (en 2014, España: 83 años;
Mozambique: 55 años) no se explica por su vulnerabilidad humana sino por su
desigual exposición ante fuentes de padecimiento. Por su desigual exposición,
y, entiéndase, por el desigual acceso a los sistemas de protección frente a las
fuentes de padecimiento: violencias, enfermedades, explotaciones,
hambrunas… Desde esta perspectiva, politizar el sufrimiento quiere decir
analizar y transformar aquellas estructuras que causan sufrimiento a las
personas, y que generalmente lo hacen de forma desigual. Y politizar el dolor
también conduce, y esto no es fácil, a identificar qué grupos sociales se ven
privilegiados ante la desigual distribución del sufrimiento.
Lo relevante, en términos políticos, es que hay personas que son vulneradas y
por eso ven incrementada su vulnerabilidad. En muchas ocasiones primero se
produce la vulneración y, como consecuencia, el incremento de la
vulnerabilidad. Esta idea ha quedado recogida, por ejemplo, en el Informe
anual 2015 del SJM (servicio jesuita a migrantes) al titular el informe:
“Vulnerables vulnerabilizados” y usar títulos como “Personas vulnerabilizadas
y derechos vulnerados” (http://www.sjme.org/). ¿Quién usa las palabras
‘vulnerable’ o ‘vulnerabilidad’: quién ha sido dañado, violado, agredido,
vulnerado… o quien habla desde una posición de seguridad sobre las
condiciones de vida de los dañados?
2. La dimensión colectiva y estructural del sufrimiento
La forma de hacer neoliberal ha extendido la idea de que el sufrimiento es
individual y de que las causas del mismo también son individuales. La idea
contenida en las expresiones-pensamientos: ‘Que cada palo aguante su vela’
o ‘Cada uno es dueño de su destino’ actúan como un modelo de comprensión
y explicación de la vida en común. Esta individualización del dolor hace que la
60
respuesta política ante el interrogante que es el sufrimiento tienda a señalar
la responsabilidad individual, mientras que se oculta, o se dificulta pensar, las
causas colectivas y estructurales del padecimiento impuesto.
El modelo neoliberal enfatiza que cada persona o grupo familiar es
responsable de lo que le sucede. Según esta visión, la inmensa mayoría de las
personas son jugadores en un terreno de juego igual para todos. El resultado
final depende de los intereses y esfuerzos de cada uno. En este modelo, la
dimensión colectiva y estructural de las condiciones de vida tiene poca
relevancia.
Politizar el dolor hoy supone repensar esta individualización e identificar la
dimensión colectiva y estructural de las condiciones de vida. Pongo un
ejemplo de la relevancia de esta cuestión. Hace uno días trabajábamos en
clase la relación entre el derecho y los intereses colectivos. Se trata de un
grupo de primero que reúne a estudiantes de los dobles grados de Derecho y
Dirección y administración de empresas, y Derecho y Ciencia política. Al
plantear la noción de interés, los estudiantes ponían ejemplos de intereses
individuales y de cómo el Derecho aborda estos intereses individuales. Sin
embargo, les era difícil identificar intereses colectivos y verse ellos en esos
intereses colectivos. Tras hablar de esta dificultad, vimos que el principio de
individualidad está muy exacerbado, mientras que la percepción de la
dimensión colectiva de la existencia y de los conflictos de intereses ha pasado
a un segundo lugar.
Ignorar la dimensión colectiva y estructural de las condiciones de vida
contribuye a mantener una visión política de la vida en común en la cual las
personas compiten entre sí para escapar de las fuentes potenciales y reales
del sufrimiento. Sin duda que, por desgracia, en ocasiones se produce y
producirá esta situación de competición, pero también existen ejemplos
presentes e históricos en los que las personas se han unido y se unen para
protegerse mutuamente frente a las fuentes de sufrimiento. Politizar el dolor,
desde la perspectiva que señalo, animaría a analizar estas experiencias y
defender modelos en los que las personas colaboren para conseguir
estructuras que reduzcan su exposición a las fuentes de padecimiento.
Aportaciones como la de Wilkinson y Pickett [Desigualdad: un análisis de la
(in)felicidad colectiva, Turner, 2009] apuntan hacia esta necesidad de
repensar la dimensión colectiva de la vida en común y de los sufrimientos que
son impuestos sobre las personas.
3. La distribución del sufrimiento
El sufrimiento se distribuye. Y esta distribución colectiva no es una cosa de los
61
dioses o del azar. La responsabilidad por la distribución del sufrimiento es
humana y es una responsabilidad política.
Los sistemas económicos, jurídicos, políticos, culturales… pueden ser
analizados como sistemas de distribución del sufrimiento. Realizan múltiples
operaciones antes de conseguir este efecto. Señalo dos de las operaciones
más relevantes. Por un lado asumen un punto de partida en cuanto al
sufrimiento de las personas. Por ejemplo: el derecho español no permite que
un ciudadano español sea recluido en un centro de internamiento para
extranjeros. Sin embargo, los centros de internamiento de extranjeros están
repletos de personas (extranjeras) que se hallan en situación irregular en
España. Es el sistema legal el que establece que una persona pueda acabar o
no en un centro de internamiento para extranjeros. Otro ejemplo: el sistema
sanitario y legal determina cuáles son las enfermedades laborales y qué hay
que hacer con las personas que enferman a causa del trabajo que han
desarrollado. Es decir, el sistema legal actúa como un instrumento de
reconocimiento o de no reconocimiento (a la vez que de clasificación) del
sufrimiento de las personas.
Los mecanismos de distribución de sufrimiento suelen incorporar elementos
ideológicos que justifican la desigual distribución del sufrimiento y/o la
desigual protección frente a las fuentes de padecimiento. Estos elementos
ideológicos forman parte de los discursos xenófobos, machistas, homófobos…
También los encontramos en los discursos que alimentan el odio, la
eliminación o la tortura del otro. También forman parte de los discursos y
modelos económicos que establecen mecanismos de distribución de la
riqueza, o de responsabilización frente a crisis económicas.
Politizar el dolor ha de permitir explicar por qué hay vidas más protegidas que
otras, por qué hay vidas más expuestas, más susceptibles de padecer y verse
menos protegidas que otras. Los motivos genéticos y las elecciones
personales tienen su peso, pero esos dos factores, por sí solos, no explican la
distinta suerte colectiva. Por ejemplo, en la ciudad de Barcelona, la esperanza
de vida varía significativamente según el barrio donde se reside. La agencia
de salud pública de Barcelona elaboró un informe en 2014 sobre los distintos
barrios de la ciudad. Este informe evidenció las desigualdades entre barrios.
Algunos de los indicadores que se utilizaron para realizar este informe fueron:
la esperanza de vida al nacer, los motivos de mortalidad, tasa de tuberculosis,
nacimientos con bajo peso, renta familiar disponible, estudios, tasa de
desempleo… (disponible en http://www.aspb.cat/infobarris/)
El próximo mes se tratarán estos puntos: 4. La representación del sufrimiento;
5. ¿Qué voces para la politización del dolor?; 6. Justicia, verdad y sufrimiento.
62
23/10/2016
Loreto Busquets
Historia y mito en «César o nada» de Vázquez Montalbán
Mientras la ciudad democrática siga siendo una
necesidad, que no una utopía, la literatura podrá contribuir a construirla.
Manuel Vázquez Montalbán
1. En 1921 Blasco Ibáñez, en un discurso pronunciado en Valencia, anunciaba
la intención de escribir una novela sobre la familia Borja en estos términos:
Y en lo que se refiere a Valencia, nosotros hemos producido en otros siglos —y
de esto yo voy a escribir, valiéndome del medio de la novela, que es el mayor
medio de difusión—, nosotros hemos producido grandes hombres.
Nosotros, Valencia y la Corona de Aragón, hemos producido grandísimas
personalidades eminentes que, por el mero hecho de haber sido españolas,
son calumniadas por la Historia.
A ese vulgo, vulgo universal, que tiene ilustración primaria, que acepta una
serie de mentiras que han tomado carácter tradicional, se le habla de los
Borgia y todos se estremecen y ven venenos y puñales y tienen una
ilustración de ópera; y ven a Lucrecia Borgia asesinando gente, y ven al papa
Borgia que se entretiene en envenenar a alguien, como el mayor de los
monstruos.
Y, sin embargo, señores, [...] Alejandro Borgia, el papa Alejandro VI, es la
figura más eminente para mí que tiene el Renacimiento de aquella época. Y lo
mismo el papa Pedro de Luna que Calixto III, todas las grandes figuras que
produjo Valencia y la Corona de Aragón, tuvieron una influencia universal.
Como os dije, somos calumniados. Y España, en todos los países, por lo mismo
que fue grande en otros tiempos, tiene grandísimos enemigos. Y lo
comprendo: España, durante siglo y medio, dirigió la tierra [1].
La novela vio efectivamente la luz cinco años más tarde con el título A los pies
de Venus (Los Borgia). Desbrozando la “verdadera” historia de los elementos
legendarios que la han falseado y envilecido, reivindicaba la dignidad e
importancia histórica de la familia valenciana apoyándose en “documentos”
63
que atestiguan la verdad de los hechos y muestran hasta qué punto éstos han
sido deliberadamente tergiversados por calumnias y maldicencias puestas en
circulación por los innumerables enemigos de los Borja y sus fieles cronistas, y
en España por Pedro Mártir de Anguera, reconocido manipulador de la
Historia, cuyas versiones fueron acríticamente asumidas por los historiadores
posteriores, contribuyendo a legitimar la “leyenda negra” [2].
Blasco no procede a la ficcionalización de la trayectoria histórica de los Borja,
que describe con profusión de noticias y detalles. La ficción, que corre
paralela al relato histórico sin rozarlo siquiera, se reduce a las vicisitudes de
Claudio Borja, descendiente de la ilustre familia, interesado en conocer su
propia historia. Es este personaje quien va adquiriendo datos “certeros” a
través de la lectura de libros y documentos y sobre todo de su amigo el
canónigo Figueras, archivista e historiador en busca de elementos que
permitan eliminar “la cáscara histórica moderna” que sepulta los verdaderos
hechos [3]. El investigador ficticio obra con rigor y honestidad intelectual,
acudiendo a la duda y a la hipótesis cuando la verdad no aparece en toda su
evidencia. El lector de la novela lee en realidad un libro de historia por boca
de Claudio Borja, del mismo modo que el lector de La catedral escucha la
“auténtica” historia de España por boca de Gabriel Luna, quien examina
críticamente la narración historiográfica oficial e invita a sospechar de aquello
que se ofrece como verdadero [4]. Blasco cree en la verdad histórica, a la que
opone las versiones interesadamente subjetivas puestas al servicio de los
intereses de las clases que detentan en cada momento el Poder establecido.
Un segundo antecedente de la obra que es aquí objeto de estudio es la novela
César o nada (1910) de Pío Baroja, título que aparentemente Vázquez
Montalbán toma en préstamo a un escritor que, como Blasco, se inscribe en la
corriente del “realismo reproductivo” que es propio de la novela histórica de
entresiglos [5], hoy estimada por su valor documental incluso entre los
historiadores. Parece confirmarlo el hecho de que O César o nada se abra con
un irónico epígrafe extraído de ella: un César Borja poliédrico y “toreador”,
como apuntando a una “totalidad” y a una promesa [6]. Pese a su intención
primera [7], tampoco Baroja ficcionaliza la historia de los Borja, que
contempla a la luz del Príncipe que Maquiavelo halla encarnado en la figura de
César. Objeto de su novela es reflexionar sobre el ejercicio de la política
concebida como ciencia autónoma desligada de vínculos morales, y sobre la
figura del “tirano”, exaltada por el filósofo florentino, que admite como
necesarios medios moralmente inaceptables para conseguir los fines que
exige la existencia misma del Estado. Siguiendo la pista trazada por Ugo
Foscolo, frecuentada por la mayoría de comentaristas, el Principe queda aquí
equiparado a los tratados de educación de príncipes al uso y su interés
limitado al aspecto doctrinal relativo a la ciencia política.
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Como preanuncia el epígrafe barojiano, Vázquez Montalbán afronta el tema
con distanciada ironía, fiel a la “dictadura de la ironía que se percibe en la
inmensa mayoría de la literatura más notable del fin del segundo milenio”,
según escribe en un texto aparecido contemporáneamente a la novela [8].
Como él mismo tiene interés en precisar, no escribe una “novela histórica” si
por ello se entiende basada en la “historicidad científica” sostenida a lo largo
del siglo XIX y principios del XX, de la que las novelas de Baroja y Blasco
Ibáñez son ejemplo preclaro. Su obra se inscribe, más bien, en la corriente de
la “nueva novela histórica” contemporánea, como he sugerido en mi ensayo
sobre El pianista [9], cuyos postulados parten de la base de que no existe una
verdad historiográfica exhaustiva y neutra, siendo las mismas fuentes en que
se apoya resultado de la subjetividad e imprecisión de quien observa los
fenómenos, cuando no de su deliberada manipulación [10]: “Escepticismo de
la razón sobre su propia capacidad de entender cabalmente la vida y la
historia” y desconfianza en la “memoria histórica” de “los historiadores
objetivos e imparciales” [11].
La Historia, tal es la tesis a la que Montalbán se adhiere, no es sino la versión
de una representación. Por ello le corresponde colocarse de nuevo al lado de
la Literatura, pues ambas son disciplinas basadas en construcciones
lingüístico-narrativas ajenas a la objetividad de la Ciencia. “Existen muchos
puntos de vista prospécticos [12], pero no hay una visión de las cosas que
sea absoluta y que esté desvinculada de la actividad lingüística”, sostiene Don
Cuppit [13]. De ahí que éste proponga sustituir el concepto de realismo con el
de no-realismo, y Montalbán, por su parte, superando de un lado el realismo
decimonónico que “exige que NADA se interponga entre el mundo y su
representación”, y de otro el realismo como representación propiciado por
Lukács y el realismo social del que él mismo proviene, abogue por el realismo
como revelación teorizado por Brecht [14], que aquí pone en acto.
El narrador de O César o nada toma pues las distancias tanto de la Historia
como de la Leyenda, renunciando de buen grado a deshacer el trenzado
inextricable en que ha venido a constituirse la historia de los Borja. Relato por
relato, la leyenda es una “versión histórica” de los hechos tanto o más
significativa que las supuestamente “reales”. Por ello, como en El pianista,
funde aquí historia y literatura, realidad y ficción, desafiando la “objectivité
terroriste” que la historiografía oficial se atribuye [15]. Novela histórica, en
cualquier caso, en el empeño de hacer frente a ese postmodernismo que se
define ahistórico y ahistoricista [16] y de propiciar la rehistorificación de una
literatura que intervenga en lo social y en lo histórico: “Y es que la historia de
España sigue siendo dramática aunque la literatura sea progresivamente
ahistorificadora”, escribe Montalbán en Crónica sentimental de la
transición [17]. Y a propósito de la postmodernidad en que se ha instalado el
establishment: “Como transferencia de esta desorientadora deshistorificación,
65
las artes y las letras se replegaron a los ombligos y dejaron lo social y lo
histórico en manos de esos amos sin rostro a los que se refería Fredric
Jameson en El postmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado”
[18].
2. A lo largo de una dispositio fundamentalmente diacrónica de la historia
narrada, la novela va trenzando realidad y leyenda, construida ésta con las
calumnias de quienes por temor o envidia detestan a los Borja (la nobleza
cortesana y eclesiástica, en la que destaca la figura de Giuliano della Rovere,
futuro papa Julio II) y con testimonios más o menos “fidedignos” (Savonarola,
Burcardo, Guicciardini), dando a ambas igual carta de naturaleza cuando no
privilegiando la segunda, pues, como sostiene un personaje dotado de
inteligencia y argucia, “[e]s mucho más interesante la leyenda” (p. 123).
Leyenda que divierte al narrador, quien se complace en confundir las aguas,
mostrando en cierto momento, con una de sus estrategias retóricas, cómo la
realidad “constatada” por el lector es falsificada unas páginas después por
“rumores” que atribuyen arbitrariamente el hijo natural de Lucrecia a su
propio padre (p. 223). Es más. La novela toda es construcción de un mito a
partir de un mito, asumiendo el autor lo que es tendencia del mundo
contemporáeo: reconocer que la mitología, es decir, el conjunto de mitos
heredados por toda cultura, es condición inherente a la obra literaria,
ontológicamente mitopoietica. Por ello, en manos del narrador el relato de los
Borja que la Historia nos ha transmitido crece con variaciones e hiperbolismos
que se sobreponen como excrecencias de hilarante comicidad en torno al
núcleo histórico-legendario.
Conviene mencionar a este propósito una corriente de la filosofía
contemporánea que, partiendo del mito, desemboca en el pensamiento
radical. En ella destacan Walter Benjamin, Ernst Bloch, Georges Sorel y
Antonio Gramsci, autor este último a quien Montalbán dedica su novela,
precisando que sin sus estudios sobre Maquiavelo “no me habría atrevido a
afrontar una novela tan posthistórica” (volveré a lo posthistórico más
adelante). Aun en sus variantes, todos estos autores comparten la convicción
de que el mito, además de dar una representación petrificada de las
relaciones sociales, tiene su lado de luz abierto a la subversión y al cambio. El
mito implica un horizonte: es “la revelación de mundos inconsuetos, una
apertura a otros mundos posibles que trascienden los límites definidos de
nuestro mundo real” [19]. Es pues a un mismo tiempo fundacional y
liberatorio. Mitificando ulteriormente el carácter esencialmente mítico de
César que Gramsci atribuye al César de Maquiavelo, Montalbán refuerza la
interpretación gramsciana que él hace suya, según la cual César Borja
66
“rappresenta plasticamente e ‘antropomorficamente’ il simbolo della ‘volontà
collettiva’” [20].
3. Si el realismo es la ilusión de la verdad y el no-realismo es la verdad de la
ilusión, no hay visión de las cosas que sea absoluta y que esté desvinculada
del sujeto, esto es, de la perspectiva [21], la cual, dicho sea de paso, es la
gran conquista del arte renacentista italiano. El perspectivismo enfatiza el
relativismo profesado por el autor, potenciado por la ironía: “los relativistas
normalmente hemos recurrido a la ironía cuando no al sarcasmo [...]. La ironía
implica una asunción sentimental de la impotencia de la razón [...]. Ese
relativismo emisor conforma unos códigos marcados por el eclecticismo y el
collage, es decir, el mestizaje de códigos” [22].
Ojos y miradas invaden el espacio en un relato que se configura como
escenario: numerosos, simultáneos a veces, sucesivos otros, poblados de
infinidad de personajes en el sentido estricto del término, en cuanto seres
humanos siempre en escena: máscaras, ya no personas, porque el mundo
político que aquí se escenifica es puro teatro y el homo politicus que vemos en
acción es personaje de un gran teatro del mundo abandonado de la mirada
divina, por más que se invoque la Divinidad en quien pocos creen para
legitimar las nefandeces del Poder.
Teatro o tablero de juego es el escenario de la acción, en el que se enfrentan
jugadores más o menos expertos abocados a la victoria o a la derrota. Así
empieza la novela. Maquiavelo lo observa con especial atención, atendiendo a
cómo los personajes, siempre al acecho, se miran unos a otros con temor o
sospecha, tratando de adivinar, tras la fachada, intenciones ocultas y
traiciones posibles.
Memorables son a este propósito dos escenas sucesivas en que Lucrecia se
separa definitivamente de Roma y pasa a la corte de Ferrara. Asistimos ahí a
una auténtica danza de los ojos: distantes e indiferentes los ojos de Lucrecia,
que se cierran al abrazo de César y se abren a la visión de sus dos pequeños
hijos para luego “abarcar, como si fuera por última vez, el friso colectivo de
los hombres y mujeres que la han hecho tal como es”, antes de cruzar
definitivamente el umbral de la corte de Ferrara, donde los ojos enamorados
de Francesco de Gonzaga la buscan afanosamente y se recrean “en la
contemplación” mientras los de su esposa (Isabel de Este) la devoran para
“apoderarse de todo lo que emana de la recién llegada”. Al cruce de
intencionadas miradas entre Francesco y Lucrecia, sigue la mirada bailadora
del zafio Alfonso sobre el cuerpo desnudo de la mujer que ha casado por
poderes, al que ella, mentalmente ausente, mira a los ojos para luego cerrar
67
los suyos ante la inevitable penetración y abrirlos de nuevo para seguir la
marcha de Alfonso, que de la alcoba pasa a sus obsesiones donde no tiene
ojos más que para sus inútiles entretenimientos. Concluida esta escuálida y
dolorosa prima nox, los ojos de Francesco buscan de nuevo los de Lucrecia
agasajada por los amores “petrarquistas” de los etéreos Strozzi y Bembo, e
impedidos por el obstáculo, esperan el momento en que los ojos de Lucrecia
asientan a su amorosa propuesta para cerrarlos crispados al llegarle la voz
imperiosa de su consorte y ponerlos por fin “en los labios pálidos de la mujer”,
que ahora sigue con “mirada cariñosa” la espalda del ama que la ha criado
mientras se encamina hacia la salida y abandona para siempre los aposentos
de la corte ferrarese (pp. 282-291).
Batallas visuales se instauran entre combatientes verbales que planean
alianzas y traiciones (p.112). Basta la aparición de la bella Sancha para que
los ojos del Gran Capitán se desentiendan del embajador español para
ponerlos en la morena napolitana, cuyos “juegos oculares” con el militar,
vistos por los ojos de Alfonso, invitan al desenlace (p. 155). Los ojos abarcan
el espacio, cruzan dinteles y ventanas para contemplar escenarios próximos y
lejanos, o espacios imaginarios de conquista que ocupan todo el horizonte.
Ventanas y balcones devienen palco privilegiado que permite ver sin ser visto.
Los ojos ven de lejos, de cerca, de arriba abajo y de abajo arriba, imitando el
picado y contrapicado cinematográficos y dando lugar a encuadres subjetivos
que convierten la realidad fenoménica en pura visión. Voluntad, por parte de
Montalbán, de interrelacionarse con otros sistemas de comunicación, actitud
que estima necesaria a la literatura contemporánea si quiere resituarse en el
universo audiovisualizado de la modernidad [23].
Los ojos se enfrentan en un agresivo cara a cara cuando César, en un
primerísimo plano, le habla a Perotto “boca contra boca” antes de que la daga
rebane su cuello (p. 186); se desliza de abajo arriba, en picado ascendente, la
mirada suplicante de Rodrigo a los pies de Piccolomini, antes de que los ojos
del ahora ya Alejandro VI, montado sobre su caballo, miren de arriba abajo a
quienes le vitorean, buscando con “ojos selectivos” la silueta de Giulia (p. 82).
Ante una maqueta que diseña posesiones y fortalezas de los enemigos, los
ojos se abren a horizontes de conquista (p. 170) o, a falta de ella, César,
“enroscado en sí mismo”, contempla ambicioso “una lejanía que sólo él ve”
(p. 20), o, próximo a la derrota, ocupa su horizonte el inaccesible castillo de
Viana en el que le atiende la muerte (p. 367). Se nubla la vista a modo de flou
cinematográfico por efecto del pánico, y lo que primero es silueta borrosa o
deformada va tomando cuerpo en el gradual enfoque de la imagen (p. 78).
Los ojos escudriñan la conducta del otro para captar sentimientos e
intenciones prudentemente camuflados: “Los ojos de doña Sancha parecen
dedicados a seleccionar los gestos del escándalo: labios demasiado próximos
de parejas que hablan, las manos del papa pasando de la cintura de Lucrecia
68
a la de Adriana del Milà...” (p. 123); Lucrecia “estudia a su pupila con ojos
risueños” (p. 274).
Todo se predispone en escenario expuesto a la mirada de un público. El
ensayo que precede a la coronación del papa advierte de la condición de
espectáculo del Poder en un mundo donde todos se disfrazan del papel que
tienen asumido. No hay mejor ocultación que el disfraz: “A todos los Borja nos
gusta disfrazarnos y César va perpetuamente disfrazado” (p. 38). El disfraz
oculta lo que se es y muestra lo que se quiere que se crea que se es. César
dará el ejemplo con su personalísimo vestuario premonitor, que, aparte de
otros significados, es el disfraz con el que arteramente crea una creencia, es
decir, el propio mito. Vestirse de sí mismo, como declara en varias ocasiones,
es señalar la excepcionalidad de su persona, destinada a la admiración
sumisa de los súbditos. Se disfraza también Rodrigo, quien al pasar de la
intimidad de la alcoba a las tablas, ultima su “apariencia de eclesiástico” (p.
18), y en ocasión de la investidura de Pío II, “el compungido cardenal Borja se
pone las facciones de la majestad” (p. 82). Hay ironía en Montalbán cuando
Maquiavelo en persona se recoge en su estudio y ocupa “el casi sillón del
trono [...] para componer el gesto del pensador que cavila a la espera del
visitante” (p. 13). Los ojos del florentino observan, analizan, sacan
conclusiones. Se cuela inadvertido en medio de un público que contempla un
espectáculo tras otro o dentro de otro: los discursos de Savonarola, por
ejemplo, con un Savonarola que a su vez monta su espectáculo ante un
auditorio entre devoto y escéptico (pp. 101-102). En la corte el cardenal Orsini
muestra su destreza en el tiro al blanco, que deviene al punto espectáculo,
suscitando el aplauso de los observadores (p. 62). No de otro modo
contemplan los inquisidores el espacio donde se practican las peores torturas,
verdugo y víctima enfrentados en un combate desigual, cruel y despiadado.
Representación teatral son el cónclave conciliar (pp. 21-22) y el escenario
cruento que predispone Sforza para que en él actuen los personajes que él
maneja como marionetas (p. 158). En esas representaciones se solicita a
menudo silencio para poner fin a los murmullos de quienes murmuran o
traman alianzas y traiciones. Rizando el rizo, en el escenario diseñado por el
narrador, el claustro donde ha ido a retirarse Lucrecia, se abre el escenario de
una tienda de campaña, cuyo interior, visto desde fuera, convierte las figuras
en siluetas y sombras (pp. 140-141). Espectáculo continuo son la corte papal y
las de la nobleza cortesana: la de los Este en Ferrara, la de los Gonzaga en
Mantua... Ahí se exhibe la magnificencia del Poder entre poetas que recitan
versos latinos y el dulce tañido de laúdes y guitarras. El gesto deviene
representación cuando el puñal pasa de las manos de César a las de su padre
en un vuelo que permanece en el aire a lo largo de las dos páginas durante
las cuales se desarrolla el encuentro de la familia al completo (pp. 19-21).
César improvisa reiterados espectáculos de toros donde ostenta su crueldad y
audacia para aviso de todos, y al presentarse disfrazado ante el rey de Francia
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sorprende y deslumbra por el lujo del vestuario y aun de los arreos de la
caballeriza, que hablan por sí solos de una incontenible voluntad de potencia.
4. Siendo espectáculo, la novela asume la estructura de una gigantesca pieza
teatral, o mejor, cinematográfica, pues la gran variedad de escenarios a que
obligan lugares y tiempos diversos que cubren el espacio de hasta cuatro
generaciones, exige una articulación de la materia narrativa de gran aliento.
Sabido es que en los orígenes de esta novela se halla un proyecto de serie
televisiva que no llegó a fraguarse. No dudo de que esta circunstancia haya
condicionado o simplemente potenciado la forma de organizar el relato, que
adopta numerosos procedimientos cinematográficos. Bloques narrativos son
en efecto los diez capítulos de que está formada la obra, dentro de los cuales
se abren los bloques de los subcapítulos que a su vez contienen fragmentos
diacrónicos encajados a modo de poderosos flashbacks, acentuándose de tal
forma el carácter prospéctico que caracteriza la obra. En ellos se introducen
“trozos” narrativos o descriptivos que se inspiran en la dramaturgia clásica y
sobre todo cinematográfica, patente esta última en situaciones que
reproducen el dinamismo enloquecido de los gags del cine mudo cómico
americano (remito al lector a la cinética escena que ocupa el primer párrafo
de la p. 125).
Punto de vista y de mira moldean el escenario que el lector ve discurrir ante
sus ojos. La visión, ya lo he dicho, es perspectiva. En la observación del
objeto, el ángulo de filmación se desplaza de continuo, pasando del
acercamiento de un primer o primerísimo plano (los rostros) a la oportuna
distancia que permite encuadrar el escenario en su totalidad. Para ver mejor
la Piedad que Miguel Ángel muestra al embajador francés, ambos “retroceden
para adquirir perspectiva” (p. 171). La figura de Orsini, tendido el arco del que
se desprende la segura flecha que da en el blanco, constituye un campo
medio observado desde el punto de vista del denominado “espectador de
platea”. El campo visual se amplía al encuadrar el ojo de la cámara recintos y
aposentos y se ensancha ulteriormente cuando se coloca a lo lejos o en
picado, desde balcones y ventanas, ofreciendo, con un movimiento de
cámara, panorámicas horizontales y verticales: “se asoma a la ventana de una
Roma sobre la que campanean las señales de la fiesta” (p. 281); “Desde la
ventana [...] Adriana se empeña en no perder de vista el núcleo de la
ceremonia en las escaleras de la basílica de San Pedro. Puede ver Adriana el
instante justo en que la tiara pontificia amuebla la poderosa cabeza de
Rodrigo Borja” (p. 51); “los hombres de César, desde el barco, ven a lo lejos la
costa de España que María Enríquez contempla “desde un altozano”, fijos los
ojos en la estela del mismo, todavía “lejano” (pp. 354-355).
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La técnica cinematográfica del montaje y relativo raccord inspira la forma con
que el narrador “corta y pega” su fragmentada materia narrativa. Una frase
repetida a nueve páginas de distancia une escenas dislocadas en el espacio:
la frase que Lucrecia pronuncia para sus adentros (“Una mujer no puede
hacer esa pregunta”) une su aposento al comedor privado en que en breve va
a desarrollarse la cena con Adriana del Milà, donde la respuesta antes
imaginada deviene factual y efectiva: “Una Borja no puede dar esa respuesta”
(pp. 273-274). Escaleras y pasillos, caminos y arboledas, puertas y ventanas
funcionan a modo de raccords que ensamblan espacios diversos formando
verdaderos planos-secuencia. Los personajes ven así el dentro y el afuera, y al
recorrer pasadizos que les conduce de un lugar a otro seguidos del ojo de una
cámara en mano, ven los escenarios que se abren a ambos lados de su
recorrido: “Recorre Alejandro los corredores [...] y desemboca en la estancia
donde Lucrecia se prueba un vestido de preñada” (p. 223); “Pasa [Alejandro] a
sus aposentos vaticanos y gana el pasadizo por el que accede a la habitación
secreta y oscura” (p. 233); “pero le reclaman los escalones que le llevan a la
antecámara del emperador, a través de un recorrido lleno de crespones
negros” (p. 388).
El primer subcapítulo del capítulo 7 ofrece un magnífico ejemplo de ese encaje
y sucesión de escenas que imita la técnica del montaje. Llora Lucrecia en su
alcoba, vista, a través de una rendija de la puerta, por su padre, que en su
aposento entabla una conversación con Adriana del Milà, a la que abandona
para dirigirse, con un ligero movimiento horizontal de cámara, al grupo de los
cardenales, a quienes deja por un momento para escuchar detrás de la puerta
el diálogo que instauran entre sí, escenificando ante los ojos del lector una
sabrosa escena de hipocresía que interrumpe de nuevo el regreso del papa a
la reunión cardenalicia, durante la cual Alejandro, abriendo una brecha en el
presente, narra el encuentro que tuvo en el pasado con una gitana que le
profetizó –abriendo una nueva brecha que del pasado se proyecta hacia un
futuro incierto– que alguien de su familia sería rey de Italia. La cámara, que
hasta ahora se ha ido moviendo en un “encuadre móvil”, salta ahora, con un
brusco corte, a un espacio y tiempo lejanos, a la Roma nada menos que de
Calixto III, con la que empalma la memoria de Alejandro. Invitados los
cardenales a abandonar la estancia, Alejandro establece ahora un diálogo con
Burcardo en presencia del cardenal Giorgio Costa, el cual, retirándose a su vez
de esta habitación, observa, al recorrer lentamente un pasillo, el ritual de los
guardias. Voceríos que vienen de fuera abren por breve tiempo el espacio no
visto, pero sí oído, de los mercados callejeros, interrumpido por sollozos de
mujer que inducen al viejo Costa a abrir una puerta que “enmarca” de nuevo
a Adriana del Milà en la misma habitación en que le dejara Alejandro al poco
de iniciar el subcapítulo, y donde el cardenal contempla ahora a Lucrecia en
lágrimas, “desparramada e inconsolable” (pp. 251-256).
71
De sugestiva eficacia es el uso del fundido en encuadres que empalman con el
siguiente mediante la repetición del mismo concepto o de la misma palabra a
veces en derivación: “Admite César socarronamente la reserva de Alain de
Albret y no le ha abandonado la socarronería cuando semanas después
avanza...” (p. 231); “Francesc de Borja no entiende lo que han dicho sus
propios labios y los demás dan un paso atrás, conmovidos por el espectáculo
de la angustia de un hombre con la conducta rota [...]. Es la misma angustia
que traslada días después al emperador en persona ... (p. 393); “hasta que el
duque se retira apenado y a nadie revela los pensamientos que pugnan en su
cabeza. El mismo ensimismamiento con el que asiste a la agonía de la reina”
(p. 403). Magnífica es la utilización del fundido encadenado en el paso de un
subcapítulo a otro, disolviéndose lentamente el último encuadre del primero
sobre el primer encuadre del subcapítulo sucesivo. Algunos ejemplos. El final
del subcapítulo 8 del capítulo 7, “y desatiende con una sonrisa los brazos
tendidos de su padre para dar la espalda e iniciar la marcha hacia Ferrara”,
empalma con el siguiente, cruzado el espacio en blanco que los separan, con
esos mismos “brazos tendidos”, los cuales, a través del recuerdo, anexionan
espacios geográficamente distantes: “Esos brazos tendidos que recuerda
como un intento de retenerla más que de despedirla durante las horas, los
días de viaje” (p. 282). Lo mismo entre los subcapítulos 5 y 6 del capítulo 4:
finaliza el primero con “¿Y el señor de Urbino? Se ha dejado atrapar”, y se
abre el segundo, tras el espacio en blanco, con “Si se ha dejado atrapar, ¿de
qué se queja?”, uniendo de tal forma el escenario ocupado por la tienda de
campaña en que se encuentra Joan Borja, con las estancias del Vaticano,
donde su padre comenta la noticia con César. O en el capítulo 10, donde el
final del subcapítulo 3 y el inicio del 4 se funden marcando tiempos distintos
pero inmediatos: así, el soberbio final del primero (“A los nobles los arrestas y
a los bandoleros, si no son nobles, los ahorcas”) se desliza abruptamente
sobre el segundo con un íncipit de poderosa plasticidad: “La sombra de seis
ahorcados... (p. 395).
5. Siendo teatro, o cine, la acción es diálogo, o guión, acaso en homenaje a
ese mismo diálogo en que, a la luz de los diálogos de la Antigüedad, se
estructuran las obras filosóficas del Renacimiento, empezando por el
divulgadísimo Cortegiano de Castiglione. Sugestiones aparte, Montalbán
acentúa el apretado diálogo de los personajes dejando sus palabras, salvo
rarísimas veces [24], sin verbo declarativo, lo que obliga al lector a
“reconocer” la voz de cada uno de ellos por el tono de sus palabras. Todo
tiende a la economía y a la síntesis, propias del arte contemporáneo. Basta la
reiteración del nombre Piccolomini dentro de la serie enumerativa de los
votantes para ver, sin necesidad de descripción alguna, la escena del
cónclave en la elección del nuevo papa.
72
Son las palabras, por lo demás, las que nos revelan la fuerza o la debilidad de
un carácter, los sentimientos y emociones del alma, los razonamientos y
cálculos de la mente cuando los personajes se confían intenciones y secretos,
o hablan consigo mismos en verdaderos apartes teatrales. La palabra, a veces
escrita (la carta), a veces sólo pensada o imaginada (“Vayámonos
imaginariamente a Florencia, donde en estos momentos está en la cárcel”, p.
193), abre una escena en la escena, contando un personaje, a la manera del
nuncio clásico, lo acaecido en otro lugar de la acción, o rememorando
acciones que pertenecen al pasado (Alejandro y Lucrecia recuerdan su vida
entera en punto de muerte, p. 328 y 378), o “contando” la Historia, es decir,
la “verdadera” Historia, al estilo de Blasco Ibáñez.
La palabra no pretende reproducir anacrónicamente la lengua de la época. Los
personajes se expresan en el lenguaje de nuestros días, plagado de
locuciones, modismos y coloquialismos cuando no de expresiones soeces de
la mayor actualidad, que utilizan en la intimidad o en situaciones “áulicas” de
hilarante comicidad, contribuyendo de tal modo a la desacralización de un
Poder que deriva de Dios, como ocurre en el graciosísimo encuentro de
Alejandro VI con el “montaraz” embajador de los Reyes Católicos (pp.
226-227) [25]. Lenguaje pues desgajado de la contingencia de la Historia,
mítico en cierto modo y por lo mismo abierto al futuro. Sólo los Borja, en la
intimidad de sus corazones o de sus intenciones estratégicas, se expresan en
su arcaizante lengua madre. Al igual que la de los poemas pensados o
recitados (Petrarca, Ausiàs March), la lengua arcaica marca los tiempos y la
continuidad de la dinastía, desde Calixto III hasta san Francisco de Borja,
subrayando al mismo tiempo su raíz genética y la animosidad que provoca en
el patriciado italiano, y en la misma España, su condición de “extranjeros”. No
por acaso el embajador de España invita a Borja a “hablar en cristiano”.
Acompañan a las palabras el gesto, que habla sin palabras para quien, atento,
sabe interpretarlo: “Ascanio Sforza estudia, calculador, cómo se instala César”
entre los cardenales que preside su padre (pp. 216-217); “Se ha hecho la luz
entre los conjurados y son los gestos los que refrendan las explicaciones del
joven cardenal los que los persuaden [sic]” (p. 70). Lluis embiste como “un
buey con cuernos” en su violenta estulticia (p. 73), César “avanza a largas
zancadas” (p. 184) en su ímpetu decisional. “Generosa disculpa del
emperador en un amplio gesto (p. 385); “Verdad, le dice Bembo con la
cabeza, y besa una mano de Lucrecia, pero la mujer atiende la tristeza teatral
que el beso ha producido en Strozzi...” (p. 313). Poco espacio concede el
narrador a la descripción física de personas y cosas, eludiendo el detallismo
escenográfico y del vestuario tan del gusto de la novela histórica
decimonónica y de las series televisivas que en ella se inspiran. Confía en la
imaginación del lector, en su cooperación, obligándole a añadir elementos a
los pocos que se le ofrecen para completar en su mente el cuadro. Una breve
73
derivatio diseña un banquete: “Giuliano della Rovere ha ordenado al copero
que sirva vino en la copa del cardenal d’Amboise y ambos se saludan a
distancia con las copas en la mano” (p. 303). Basta mostrar a Lucrecia
sentada delante del ama peinándole los rubios cabellos con peine de oro y
nácar (p. 23) para que el lector “imagine” su vestimenta. La literatura
contemporánea, argumenta Vázquez Montalbán, exige la colaboración
creadora del lector con el autor: un lector nuevo totalmente distinto del
tradicional, inserto en un mundo audiovisual que condiciona la modalidad de
su recepción:
Para un niño de la última generación dependiente de la literatura como única
fuente noble de vivencias y emociones, la isla misteriosa de la novela de Julio
Verne del mismo título requería una descripción de treinta páginas que la
visualizara. Un niño actual se saltará todas esas páginas porque para él son
letra muerta, ya que ha visto miles de islas misteriosas en el cine o la
televisión.[...] son dos conciencias receptoras diferentes, modificadas por los
medios de comunicación que han incidido sobre ellas [26].
Más que al trazo, el narrador recurre al volumen que las figuras ocupan en el
espacio. Siluetas bidimensionales se dibujan a veces en un fondo sin fondo en
honor a la pintura contemporánea [27], pero la tridimensionalidad, la otra
conquista del arte del Renacimiento, aparece en las voluminosas figuras de
Pietro Bembo (“entra una imponente presencia que domina la de Strozzi”, p.
289), del barrigudo Francesc de Borja, o de Alejandro, de “poderosa cabeza”
(p. 51), que en el culmen de su gloria “se ha izado el pontífice hasta la
enormidad” (p. 131) para al final, en punto de muerte, levantarse “más
pesado que fornido” (p. 325).
6. La pintura asume en la obra una función equivalente a la de la palabra
cuando abre escenarios en el escenario. Los cuadros incorporan relatos en el
relato, multiplicando escenas e insertando fragmentos del pasado en el
presente. Es el caso paradigmático del lienzo que contempla el niño Francesc
de Borja, con el que, en síntesis, toma conocimiento de una historia familiar
que con él ha alcanzado la cuarta generación.
Más allá de su función, no cabe duda de que las descripciones de Montalbán
se inspiran en la esplendorosa pintura del Renacimiento italiano, “[v]oluntario
choque de códigos resueltos en la armonía de la propuesta unitaria literaria”
[28]. ¿De dónde vienen, si no, esos perfiles que transitan por toda la obra?
Burcardo, convencido de que “el hombre sólo debe mirar lo que puede ver”,
habla sistemáticamente de perfil (pp. 24-25), el inquisidor muestra un perfil
amenazante, afilado como un cuchillo (p. 343), Felipe II se muestra
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subrepticiamente de perfil, como si temiera dar la cara (p. 411). César habla
invariablemente de perfil, exhibiendo la nariz judía de sus orígenes, arma
potencial con que desafiar a sus enemigos. Sentado de perfil en el alféizar de
la ventana (p. 19), no puede sino evocar lo que es topos de la retratística de
ese momento histórico, que pone los ojos en los ojos de los retratados al
objeto de captar los matices del alma. El narrador mima las artes plásticas de
la época, o las evoca a veces con ironía, como cuando Maquiavelo asume el
gesto del pensador, o cuando la “enlazada pareja” se configura como grupo
estatuario de bulto redondo al dar vueltas César en torno a ella por ver si se
trata de “abrazo de serpiente” (p. 220) [29]. Los retratos femeninos, de una
suavidad intrascendente, remiten a Pinturicchio, que hizo de las mujeres de
Alejandro modelos de su pinturas “religiosas”, más decorativas que filosóficas,
según sentencia Leonardo. César, tomado por el rey en un aparte, que “como
dialogantes peripatéticos, se encaminan hacia los jardines” (p. 221), es una
hermosa cita de Raffaello, o un homenaje a su innovación artística, como hace
con frecuencia la cinematografía de nuestros días. En ese caminar
“peripatético” vemos a Platón y Aristóteles de La escuela de Atenas
(1509-1510) en fuga prospéctica, donde Platón está representado con el
rostro de Leonardo, figura relevante en la novela. La imagen de Vannozza que
lava el cuerpo desnudo de César tendido en su regazo evoca la iconografía
tradicional de Cristo muerto sostenido por la Virgen y en particular la Piedad
del entonces joven Miguel Ángel (p. 326). El cuerpo desnudo de Corella tras la
tortura, fiel hasta el martirio a César, cubierto el sexo con un harapo, remite a
la imagen de Cristo bajo los azotes de sus verdugos, obediente a la voluntad
del Padre.
Tratamiento relevante merece el claroscuro en que insiste el Manierismo
incipiente, llevando a sus últimas consecuencias la funcionalidad de la luz en
la creación de sombras con que Masaccio diera consistencia volumétrica a las
figuras. “Alguien la ilumina bruscamente [la habitación secreta y oscura] y a la
luz de la antorcha aparece César vestido de gran capitán de los ejércitos
franceses” (p. 233). Un haz de luz irrumpe en la austera mesa de trabajo de
Ignacio de Loyola, rodeada de hombres enlutados y amarillentos sumergidos
en la sombra (p. 405). En la oscuridad de Contrarreforma que distingue ese
último capítulo de la novela, la luz se concentra en el cuadro que narra la
gloriosa epopeya de los Borja (p. 381), dejando el resto sumido en la
oscuridad. Las variaciones de la luz otorgan a la realidad un cromatismo
fluctuante que puede captarse tan sólo en su momento de tránsito, a tenor
del principio heracliteo del “todo fluye y nada es” que preside el movimiento
de la Historia: “César medita con las ropas lilas progresivamente enrojecidas
por el crepúsculo, subrayados también los ángulos de su rostro” (p. 270).
“Yo soy el claroscuro, yo soy mi espíritu y vivo en perfecto claroscuro”, afirma
César (p. 365). Claroscuro dubitativo que muestra una realidad contradictoria.
75
Razón y cálculo por antonomasia, seducen a César sueños de grandeza que
parecen confirmarle las premoniciones halagüeñas de una gitana (p. 253) o
los augurios de los astrólogos, por más que trate de exorcizarlos cuando
tienen visos de tragedia: “—No creo en la fortuna, ni siquiera en la suerte [...].
No hay otro móvil que la energía creadora de la virtud, es decir, de la razón y
la evidencia de lo que es necesario (p. 218). Un temor, o una esperanza
supersticiosa, le instan a no desdeñar el significado e influjo de los colores: el
negro que asume para sí mismo, presagio de la muerte, propia o ajena (“O
César o nada”), el verde de la esperanza que viste ante la derrota inminente.
Predispuesto más que a la risa a la risotada que comparte con sus compinches
en sus momentos de juego, mina su ánimo esa melancolía que la época
atribuye a la condición existencial del hombre moderno, dejado de la mano de
Dios, creador de sí mismo pero consciente de sus límites. Claros y oscuros del
alma, contradicciones del ser humano sobre las que reflexiona el pensamiento
renacentista en sus varias formas filosóficas y literarias.
7. Con intermitentes idas y venidas la novela narra la historia de una familia
bajo el signo del toro, esto es, de la fuerza viril y la determinación. En una
larga parábola que va desde que el primer Borja, el futuro Calixto III, pone los
pies en Nápoles para tutelar al rey Alfonso de Aragón hasta su biznieto
Francesc de Borja, que acaba subido en los altares, los acontecimientos
histórico-legendarios protagonizados por los Borja avanzan gracias a la
voluntad humana puesta al servicio de un deseo y de un proyecto: alcanzar el
papado y construir un poderoso Estado de tipo monárquico que asegure la
continuidad de la estirpe y pueda situarse en el concierto de los estados
nacionales europeos: “Los papas no podemos seguir pendientes de la
benevolencia de nuestros amigos los reyes” (pp. 56-57). Para alcanzar este
fin, que es a un mismo tiempo personal, familiar y político, la familia Borja
adopta con habilidad y astucia los medios adecuados para acumular riquezas
y adquirir un poder económico de tal envergadura que acabe
sobreponiéndose al poderoso y litigioso patriciado de la Italia renacentista:
“Necesitamos tener nuestra propia riqueza y nuestro propio poder” (p. 57). Un
proyecto que vemos ya plenamente realizado con Alejandro VI, a quien
Maquiavelo dedica con admiración el capítulo XI de su Principe: “se alcuno mi
ricercassi donde viene che la Chiesia nel temporale sia venuta a tanta
grandezza, con ciò sia che da Alessandro indrieto e’ potentati italiani, et non
solum quelli che si chiamavano e’ potentati, ma ogni barone e signore, benché
minimo, quanto al temporale la esistimava poco, et ora uno re di Francia ne
trema, e lo ha possuto cavare di Italia, e ruinare Viniziani” [30].
Los Borja se introducen con espíritu combativo en ese país “de familias, de
hordas, de tribus” sujetas a la voluntad hegemónica de Francia y España (p.
76
340) recurriendo a los mismos medios con que cada una de ellas trata de
imponer su ciudad-estado sobre las restantes y perpetuar la propia estirpe:
mentir, traicionar, sobornar y suprimir a los adversarios con el engaño, el
puñal o el veneno: “Esta ciudad [Roma], este país se divide en asesinos y
asesinados. Entre ladrones y robados” (p. 55). También aquí, como Blasco
Ibáñez en A los pies de Venus, el narrador muestra cómo los Borja actúan
“como todos”. La leyenda negra forjada por los envidiosos y voraces rivales, y
confirmada por los historiadores a su servicio, se ha construido, en realidad,
ocultando lo que constituye el espíritu y denominador común de la época.
Época humana, tan humana, que todo se hace en nombre de Dios sin que
nadie crea ya en su existencia. Aunque una vena supersticiosa anime la
acción de los Borja en su proyección de futuro (el destino de Calixto predecido
por san Vicente Ferrer, el de Alejandro por una gitana que anuncia el triunfo
futuro de César), todo parte de un “yo puedo y yo quiero”: “Puedo ser Papa,
quiero ser Papa” (p. 16). Confianza en “la dignidad del hombre”, capaz de
hacerse a sí mismo doblegando la circunstancia a fuerza de ingenio y pocos
escrúpulos.
El Humanismo impregna la sociedad de la época, crea un estado de opinión,
una mentalidad. Los Borja, no menos que los nobles de Mantua o Ferrara,
poseen una cultura universitaria (hombres de leyes son Calixto y Rodrigo,
César se ha formado en las prestigiosas aulas de Pisa y Padua) y viven en
contacto directo con ese Humanismo proteico que, a la luz de las literaturas
clásicas en que se inspira, asume formas diversificadas que van de las
especulaciones filosóficas de la Academia Platónica de Florencia a estudios
teóricos formulados por preceptores y publicistas atentos a las mudables
relaciones que se establecen en todos los tiempos entre el Hombre y la
Sociedad. Los Borja (de Calixto a Lucrecia, pasando por Rodrigo y César) leen
a Heráclito, a Juvenal, a Séneca, textos filosóficos o literarios que suplantan
las enfadosas lecturas edificantes de santos y mártires. La vida se impone
ahora con sus fueros, sin prescripciones que no salgan de las que ella impone.
El amor puede pasar por el prostíbulo y el incesto no sólo en casa Borja: es
cosa “de todos”. Es este amor a la vida lo que entusiasma a Blasco Ibáñez del
Renacimiento italiano (“a los pies de Venus”) y también a Vázquez Montalbán,
que contempla con sonriente complacencia la exuberante sensualidad de
Alejandro y su debilidad ante las mujeres, que halagan su virilidad y le
aseguran con su fecundidad la continuidad de la estirpe, y transcribe con
regocijo los excesos de un César disoluto que “juega” con prepotencia con sus
tres gracias de carne y hueso a la luz de las etéreas Gracias de Botticelli, a la
sazón tristemente devoto del sombrío Savonarola.
Un oscuro complejo de inferioridad anima y sostiene la tenacidad de los Borja
en la realización de su intento. Venir de la nada (p. 20) y llegar a la cumbre
77
venciendo el poder y la hostilidad de los adversarios, que los desprecian por
judíos y extranjeros, es el resorte que empuja su acción a un tiempo
determinada y temeraria, propia, dirá Gracián, de los hombres que nacieron
para lo grande. No presiden el cielo de los Borja ni Dios ni la Trinidad. Lo
ocupan, de un lado, los antecesores familiares: Rodrigo invoca con emoción, y
en catalán, o sea, en la lengua de sus raíces, a su madre y a su tío Calixto
como testigos de sus logros, César, vencido, apelará a su padre, Francisco no
podrá sacarse de la cabeza la grandeza de un César ya mítico que
inconscientemente le insta a emularle; y de otro, los gigantes de la
Antigüedad, ejemplos preclaros de quienes han hecho la Historia: Alejandro
Magno inspira el nombre que asume Rodrigo al ser nombrado papa,
proclamándose en su incontenible manía de grandeza descendiente nada
menos que de Julio César (p. 41), en quien se identifica luego el propio César,
jefe por fin de la milicia, al proyectar, espada en mano, su grandioso plan de
conquista.
Un poderoso sentido dinástico dicta a Calixto y Rodrigo el imperativo de
construir una familia compacta que el propio Montalbán equipara a la Mafia
[31]. A él subordina Alejandro la individualidad de sus cuatro hijos, a quienes
impone cargos y roles, especialmente a Lucrecia, mera pieza de ajedrez en
sus manos con la que establece alianzas matrimoniales y anexiona territorios
perpetuándolos por ley de herencia. La trágica figura de Lucrecia, acaso la
más denigrada por la leyenda, sirve al narrador para arrojar una luz piadosa
sobre las tan celebradas mujeres del Renacimiento, dotadas de
temperamento, talento y cultura y sin embargo reducidas a objetos
subordinados a “la razón” de la familia, es decir, del Estado, o a decorativas
comparsas en las fastuosas y frívolas cortes italianas: “abejas paridoras”
desposeídas de sus cuerpos y de sus almas (p. 260). Lucrecia abre un espacio
doloroso en un mundo en que los sentimientos son implacablemente
subordinados a una racionalidad que no conoce dudas ni flaquezas. Las
lágrimas de Lucrecia, que lloran el fruto de un amor que le es brutalmente
arrebatado, así como su desazón y sus pensamientos de muerte (“Me lloro a
mí misma. Nunca seré feliz ni realizaré mis sueños”, p. 256), hallan su
expresión afortunada en la corona de flores que remata su frente y se desliza
de un capítulo a otro, en un eficaz fundido encadenado, sobreponiéndose a la
corona de espinas de un Savonarola crucificado (p. 197), símbolo del alto
precio que pagan los individuos en su sometimiento a las monstruosidades del
Estado.
8. El juego de los toros, afirma un beato y sombrío Pío V, “implica egolatría y
escaso temor de Dios” (p. 409). “Jugar al toro siempre me ha parecido algo
diabólico”, susurra Juana la Loca al oído de Francisco de Borja (p. 403). Un Yo
78
ensoberbecido que disminuye y desprecia como inferiores a cuantos le rodean
y devora implacable a quienes entorpecen su camino, campea desaprensivo y
victorioso en las páginas de la novela, desafiando a la divinidad o al destino
con arrogancia de ángel caído: pulsión narcisista que se retuerce en un
aislamiento con visos suicidas.
Como todos los Borja, César es en la medida en que es su familia, trabados
sus miembros con vínculos de acero que él mismo impone y consolida: “Yo
soy yo y mi familia” (p.15). Familia que mira a un mismo tiempo con
admiración y desprecio. Juicios inclementes son lanzados como envenenados
dardos contra sus hermanos Joan y Jofre: el primero tachado de
incompetencia y de brutalidad vanidosa e inútil, el segundo de inepcia y
puerilidad, juguete despreciable en manos de una poderosa e hispana Sancha.
Son juicios que hieren a ese “padrazo” de Alejandro VI, como dice de él Blasco
Ibañez, quien, resentido, acusa tácitamente a César de “falta de fraternidad”.
Doble es la actitud de César ante su padre, a quien admira y envidia, deseoso
de ocupar un día su puesto, aunque no puede no observar, desde la atalaya
de su juventud y de su inteligencia, errores y flaquezas. Le acusa a veces de
ceguera, especialmente ante su hijo Joan, “el predilecto” de Rodrigo y
Vannozza, motivo no último del impulso que le lleva a distinguirse. Ambición y
vanidad son cualidades, o defectos, que reconoce en sí mismo en ocasión del
jueguecito de la hidra en la corte de Ferrara (p. 270) y que parecen
enderezados a conseguir el amor de un padre que alberga en su corazón otras
preferencias y que sólo al final habrá de reconocer que su hijo “es un genio”.
César es la personificación del modelo humano que el Renacimiento italiano
ha elevado a paradigma, esto es, el hombre total y polifacético que el
Cortegiano de Castiglione difunde por toda Europa: “Tiene tanto dinero como
un banquero y para ser el hombre total sólo le falta ser mujer”, “César en
realidad es un condotiero, un cardenal, un filósofo mago que lee a Nicolás de
Cusa, a Pico della Mirandola o a los herméticos seguidores de Marsilio Ficino y
consulta los astros. Además es un príncipe” (p. 36).
De un príncipe posee en sumo grado las “virtudes” que, en realidad, más que
Maquiavelo, prescriben los tratadistas en sus educaciones del príncipe al uso:
espíritu de observación, razón raciocinante, desprecio de la moral corriente y
tacticismo intrínseco al buen gobierno, que va de la habilidad diplomática al
cálculo, de la ocultación al engaño. Las resume Maquiavelo en una auténtica
apología de César:
Chi adunque iudica necessario nel suo principato nuovo assicurarsi de’ nimici,
guadagnarsi delli amici, vincere o per forza o per fraude, farsi amare e temere
da’ populi, seguire e reverire da’ soldati, spegnere quelli che ti possono o
debbono offendere, innovare con nuovi modi li ordini antichi, essere severo e
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grato, magnanimo e liberale, spegnere la milizia infidele, creare della nuova,
mantenere l’amicizie de’ re e de’ principi, in modo che ti abbino o a
beneficiare con grazia o offendere con respetto, non può trovare e’ piú freschi
esempli che le azioni di costui [32].
“Farsi amare e temere” son dos de sus virtudes que la novela pone de relieve.
César inspira terror en los enemigos, siendo implacable el desprecio que
ostenta por la vida humana puesto hiperbólicamente de relieve en el
asesinato del inofensivo príncipe Djem o en el de Perotto y la “permisiva”
doncella de Lucrecia, que ejecuta con sus propias manos en una escena de
brutalidad “tauromáquica”. Pero al mismo tiempo suscita afectos
inquebrantables, como subraya el narrador al presentarlo rodeado de sus
hombres, adheridos a su persona como su propia sombra: “César no podía dar
ni un paso sin mí. Si tú no vienes, Juanito, viajo sin sombra” (p. 15). Miquel de
Corella, Juanito Grasica, Ramiro de Llorca y, en un segundo momento,
Guidubaldo de Urbino, con quien consulta estrategias militares, forman un
cuarteto que asegura al Príncipe la fidelidad de un lado y de otro el
asesoramiento técnico, ambos indispensables, a juicio de Maquiavelo, en el
ejercicio del Poder. Lealtad ciega encarna Juanito (“Yo siempre fui leal a mi
jefe, aunque casi nunca entendía el sentido de lo que hacía”, p. 15), “el
arcángel de la muerte” que vierte “lágrimas totales” ante el cuerpo desnudo
de César (p. 368). Leal de una lealtad congénita se revela Corella (“– ¿Por qué
te sigo siendo leal, César? [...] –Tal vez no sepas ser desleal”, p. 316), hombre
del Renacimiento él mismo, casi un doble de César por su inteligencia, espíritu
de observación y vasta cultura humanística, cuyas intervenciones en el
diálogo abren espacios que informan al lector acerca de las artes plásticas del
momento o de las formulaciones filosóficas de Marsilio Ficino (p. 133). Corella
comparte con César la lógica implacable y también la ironía, la chanza y el
sarcasmo, que se traducen en burlonas consideraciones y sonoras risotadas.
Sombra e instrumento de César, quien, refugiado en los bastidores, deja que
sea él quien dé muerte con crueldad despiadada a Ramiro de Llorca, que paga
con la vida sus imprudentes excesos.
La soledad del Poder acucia sin embargo el ánimo de César, consciente de su
verdadera condición: “Yo sólo soy una apuesta. La última apuesta que le
quedaba a nuestro padre. O César o nada” (p. 273). Ajeno a las dulzuras del
amor que por un instante envidia a su hermana Lucrecia, goza de las mujeres
que encuentra en su camino con “asaltos sexuales” que denotan una
sexualidad compulsiva que es, al mismo tiempo, simbólica: las “cuatro
lanzadas y muy diestras” con que César, con un “instrumento” que deja
boquiabierta a la novia y le da glorioso acceso al panteón amatorio de la
familia (p. 232), hablan por sí solas de la índole del Príncipe, capaz de someter
los caprichos de la Fortuna a la Virtud, como corresponde a su “animo grande”
y a su “intenzione alta”: “perché la fortuna è donna; et è necessario,
80
volendola tenere sotto, batterla et urtarla. E si vede che la si lascia piú vincere
da questi, che da quelli che freddamente procedano. E però sempre, come
donna, è amica de’ giovani, perché sono meno respettivi, piú feroci, e con piú
audacia la comandano” [33].
9. Telón de fondo de las vicisitudes históricas narradas es el Humanismo
italiano, cuyo espíritu permea las conciencias. La centralidad otorgada al ser
humano en un mundo impregnado, en el mejor de los casos, de una divinidad
inmanente que no interviene en la construcción de sí mismo y en la
autonomía de sus acciones, desvinculadas de los imperativos de una moral
confesional o trascendente, es común a todos los personajes de la obra, a
excepción de Savonarola y de sus adeptos, anclados en una visión del mundo
considerada retrógrada y obsoleta que en algunos inspira compasión y en la
mayoría desprecio: “El humanismo, tanto se habla de humanismo y
humanistas, no es otra cosa que resucitar el principio de que el hombre es la
medida de todas las cosas”, sentencia Leonardo (p. 298).
Salvo alguna que otra excepción, como es el caso de Botticelli, seducido por el
tremendismo savonaroliano, y de algún modo Miguel Ángel, no indiferente a la
“rigidez moral” a que invitan sus predicciones, los hombres cultos de la Italia
renacentista, entre los que destacan los Borja, contemplan el
fundamentalismo predicado por los “iluminados” como un retroceso al
oscurantismo medieval, que desdeñan en su condición de hombres modernos.
“La corrupción es más tolerable que el fanatismo”, asegura Maquiavelo, y
Leonardo, hombre “moderno” por excelencia, mira con displicencia desde lo
alto de su superioridad indiscutida, no sólo la fe fanática de Savonarola sino
incluso esa otra algo diluida e inocua salida de la Academia Platónica
florentina, que alimenta un Humanismo que Montalbán califica de “seráfico” y
que invade el mundo cortesano, con sus poetas no menos seráficos que viven
ficcionalmente penas de amor platónico e improvisan elegantes versos con los
que ensalzan las grandezas de príncipes forjados a la antigua que rivalizan
entre sí como mecenas de literatos y artistas. Sobresale entre ellos el
magnánimo Alejandro VI, sensible a la cultura y a las bellezas del arte, que
deja que se desarrollen en plena libertad sin índices ni censuras
inquisitoriales: “He dejado hacer a humanistas como Pomponio Leto, Pietro
Gravina, Aldo Manuzio. Apenas ejerzo vigilancia sobre las impresiones que
multiplican las copias de los libros. Todos los humanistas glosan mi
generosidad en el arte ornamental, monumental” (p. 299).
“Arte ornamental”, le señala Leonardo al imputar a Pinturicchio, el artista
privilegiado de la corte vaticana, un arte no filosófico (p. 297), y al denunciar
la servidumbre a los modelos del mundo clásico a que se atiene un
81
humanismo evasivo reducido a pura retórica disfrazada de antiguo, y que
Montalbán, siempre reacio a las dictaduras de cánones impuestos por las
tendencias estéticas dominantes, satiriza en la escena en que Bembo y Strozzi
se enzarzan en un retorcido juego de palabras que hace las delicias de los
presentes (p. 312).
Frente a ese humanismo arqueológico alejado de la realidad (“Mucho poeta y
mucho laúd, mucho humanismo y mucho Petrarca, pero no saben en qué
mundo viven”, sentencia Giuliano della Rovere, p. 340), y ese otro humanismo
de segundo orden denunciado por Maquiavelo (“En su tiempo, Florencia
estaba llena de estudiosos de toda Europa. En cambio, Savonarola y los
anti-Savonarola son mediocres, mezquinos, pequeños, beatos”, p. 103), existe
un Humanismo moderno, representado por Lorenzo Valla, Leonardo da Vinci y
el propio Maquiavelo, cuyos ojos están puestos en la realidad de su tiempo,
social y política. Una realidad que se niega a ser inmovilizada en
prescripciones estéticas o en formas científicas que no tengan una aplicación
práctica en un mundo en transformación constante. El principio heracliteo del
“todo fluye y nada es”, en boca de todos como ostentación de un saber
“clásico”, es sólo cabalmente comprendido por esos humanistas que tratan de
entender y modificar el curso de la historia: “Italia vive un momento de
esplendor cultural que no se corresponde con su poquedad política”, comenta
Maquiavelo con César (p. 242). Identificar las causas que han conducido a ello
y examinar los efectos perniciosos que ha tenido en el sucesivo desarrollo de
la Historia de Italia constituye motivo de una reflexión político-cultural que
arranca de Maquiavelo y llega hasta nuestros días.
10. En el cruce de perspectivas y encuadres subjetivos antes señalados, se
impone como clave de bóveda de la entera obra la perspectiva de Maquiavelo,
atento a la observación de la realidad política, que él escruta y disecciona en
sus mínimos detalles [34] al objeto de captar relaciones entre causas y
efectos. Constatar las reiteraciones de la conducta humana y el engranaje de
la acción política en todos los tiempos es el “pasatiempo” favorito de un
hombre que se traslada al Pasado para confirmar sus hipótesis y sobre todo
legitimarlas con la auctoritas de los antiguos: “Imitamos los modelos antiguos
pero nada es igual a la antigüedad” (p. 306).
Objetivo de su observación “científica” es entender “el sentido de los
tiempos” (p. 371): “Todo lo contempla Maquiavelo grave, pero no conmovido,
como si asistiera a un fenómeno de la Historia inevitable” (pp. 204-205); “lo
que hay que ver es la sociedad, la naturaleza social, las conductas sociales”
(pp. 306-307). No es pues objeto de su Principe prescribir líneas de conducta
que el Poder conoce de sobra, sino describir aquéllas que conducen al buen
82
éxito de una empresa y a partir de ellas formular una teoría: “He admirado
sus sueños [de César] porque podían ser realidad. Detesto a los soñadores”
(p. 341); “No he reunido la suficiente teoría sobre eso. Todavía. Pero analizo
sus pasos, César, y sólo veo acciones lógicas si tenemos en cuenta lo que
pretende, la finalidad de una empresa” (p. 241). Siendo el objetivo del
Príncipe derribar adversarios, conquistar adeptos y hacerse con el Poder, nada
más idóneo que comparar su acción con el juego de cartas con que da inicio la
novela, en el cual intervienen la Virtud y la Fortuna, binomio al que
Maquiavelo dedica el capítulo XXV de su obra y Montalbán retoma en el lejano
capítulo 9, interrumpido y reanudado en el último subcapítulo del mismo (de
p. 11 a 337 y a 370), pasando pendularmente de la convicción de que no hay
más suerte que la que el hombre construye construyendo y modificando la
circunstancia, a la admisión de que existe una “lógica del jugador” ajena a la
razón raciocinante, que depende de lo imponderable.
El hombre y la circunstancia orteguiana, que aquí se llama ocasión. La
circunstancia del Príncipe la constituyen los seres humanos, enemigos o
súbditos, cuya naturaleza es fundamentalmente la misma en todos los
tiempos. Brotan en este contexto las sentencias que son y serán habituales en
los tratados de educación de príncipes: el cambio seduce inicialmente a los
hombres pero luego les asusta, y temiendo lo demasiado nuevo, se oponen a
él, pues “los hombres normales son conservadores y cobardes” (p. 309). No
podía sino ser negativa la concepción del ser humano en quien concibe un
Estado que no tardará en convertirse en el Leviathan hobbesiano. ¿El hombre
como medida de todas las cosas?: “El hombre como medida de la estupidez,
aún peor que como medida de la maldad”, apostilla César (p. 310). Malo es el
hombre por naturaleza, como por otra parte confirma Leonardo aun
concediendo que se le coloque en el centro del universo, como sugiere
optimistamente Pico della Mirandola, no fuera sino para apartar del mundo a
ese Dios cristiano que ha humillado y envilecido al ser humano, haciendo de la
obediencia virtud y de la vida puro tránsito a la eternidad.
Dominar la circunstancia significa saber ver la ocasión que la Fortuna depara y
cogerla al vuelo, “virtud” que los Borja poseen en grado sumo: “e sanza quella
occasione la virtú dello animo loro si sarebbe spenta, e sanza quella virtù la
occasione sarebbe venuta invano” [35]. Admiración suscitan en Maquiavelo
las “tácticas” comportamentales de César, hijas de su índole y de su poderosa
inteligencia, que se elevan a paradigma en los tratados de la época y que
hacen posible la acción memorable de la conquista de Sinigaglia a la que
Maquiavelo, estupefacto, dedica el famoso capítulo VII de su Principe y
Montalbán uno de los capítulos más fascinantes de su novela (pp. 317-322)
[36]. En él escenifica la cena con que César da muestra suprema del arte de
la simulación y del engaño (“e seppe tanto dissimulare l’animo suo, che li
Orsini, mediante el signor Paulo, si riconciliarono seco” [37]), de su capacidad
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de coger al vuelo la ocasión que le brinda una condición humana diríase
permanente (“li uomini mutano volentieri signore credendo migliorare ...; di
che s’ingannono” [38]) y del cinismo de “attribuire la crudeltà al ministro”,
dando al pueblo la satisfacción de un castigo cruel que el narrador saca
directamente del Principe:
E, perché conosceva le rigorosità passate averli generato qualche odio, per
purgare li animi di quelli populi e guadagnarseli in tutto, volle monstrare che,
se crudeltà alcuna era seguíta, non era nata da lui, ma dalla acerba natura del
ministro [Ramiro de Lorca]. E, presa sopr’a questo occasione, lo fece mettere
una mattina, a Cesena, in dua pezzi in sulla piazza, con uno pezzo di legno et
uno coltello sanguinoso a canto. La ferocità del quale spettaculo feci quelli
populi in uno tempo rimanere satisfatti e stupiti [39].
11. Sale del ámbito de los lugares comunes la importancia otorgada al
“sentido de la Historia” y al “instinto dinástico” que Maquiavelo atribuye a los
Borja, especialmente a César. Ello le hace idóneo a intervenir activamente en
ella llevando a término un proyecto ya esbozado en la mente de sus
antepasados y puesto en marcha, desde los inicios, “con il danaio e con le
forze” [40]: “Joan, éstas son las fortalezas a conquistar, no por conquistarlas,
sino por un plan de anexión real de territorios para el estado pontificio en
detrimento de los poderes feudales” (p. 136). Esta consideración da acceso a
la interpretación del Principe propuesta por Antonio Gramsci que Montalbán
hace suya, según la cual la acción política de los Borja no está dictada por la
mera ambición personal, sino por un proyecto de largo alcance: anexionar a
un poderoso Estado pontificio las ciudades-estados en que está fraccionada la
Península con vistas a la creación de un Estado unificado bajo el gobierno de
una monarquia hereditaria.
Maquiavelo y Gramsci, y con ellos nuestra novela, subrayan la
excepcionalidad de la situación política de Italia en pleno siglo XVI, paralizada
de un lado por el sueño de la Roma clásica concebido por el Vaticano en su
idea de Imperio universal, y de otro por la fragmentación belicosa de las
ciudades, en manos de una nobleza desprovista de “imaginación histórica”,
incapaz de comprender que los feudos y el sistema de creencias que los
sostenían son “valores tradicionales [que] se han hundido” (p. 263) y de
oponerse al dominio de las grandes naciones a cambio de recibir su apoyo:
“¿De qué ciudades italianas está hablando? – espeta el embajador de sus
“majestades católicas” – Éste es un país de familias, de hordas, de tribus. La
soberanía de esas ciudades durará lo que queramos franceses y españoles”
(p. 340).
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Pero la nueva mentalidad que los Borja encarnan no surge ciertamente de la
nada. Antes de Antonio Gramsci, la señalada dicotomía del Humanismo, uno
inoperante y abstracto, y otro atento a las exigencias de los nuevos actores
sociales, ya había sido remarcada por Francesco De Sanctis, para quien la
Italia del Renacimiento es “l’Italia dei letterati col suo centro di gravità nelle
corti. Il movimento è tutto sulla superficie, e non viene dal popolo e non cala
nel popolo. O per dir meglio popolo non ci è. Cadute sono le repubbliche;
mancata è ogni lotta intellettuale, ogni passione politica. Hai plebe infinita,
cenciosa e superstiziosa, la cui voce è coperta dalla rumosorsa gioia delle corti
e de’ letterati, esalata in versi latini” [41]. Sólo los Borja parecen haber tenido
el suficiente sentido de la Historia como para escuchar las voces de ese
humanismo “hacia adelante” atento a las cuestiones sociales y políticas del
momento. No solamente la fuerza y el dinero empujan a Calixto a llevar a
término un proyecto a largo plazo; detrás, o a su lado, está Lorenzo Valla que
teoriza sobre la oportunidad de acabar con la fragmentación política de Italia
(“He discutido mucho sobre ello con Lorenzo Valla..., p. 57), del mismo modo
que Rodrigo, y sobre todo César, pretenden ser aconsejados por Leonardo y
Maquiavelo en persona. Los humanistas que tienen los ojos puestos en la
Antigüedad y sueñan con el Imperio viven “fuera de la realidad” y por tanto
no están en condiciones de configurarse como expresión de una “nueva
cultura”, protagonizada por la burguesía económicamente en auge: “il
richiamo all’antico è un puro elemento strumentale-politico e non può creare
una cultura di per sè e [...] perciò il Rinascimento doveva per forza risolversi
nella controriforma, cioè nella sconfitta della borghesia nata coi comuni e nel
trionfo della romanità, ma come ritorno al Sacro Romano Impero” [42].
Tendencia de los intelectuales de la época que, según algunos, persiste en la
intelectualidad italiana de todos los tiempos, la cual, aun en situaciones
económico-políticas diversas, ha asumido siempre un rol anacional y
cosmopolita, acaso condicionado por el universalismo del Imperio romano
primero y de la Iglesia Católica después.
Sólo los Borja, en opinión de Maquiavelo, supieron interpretar el dinamismo de
una sociedad realista y pragmática, sujeta a las leyes inexorables del
mercado: “Dinero con mayúscula, César, dinero fluyente, no propiedades
feudales, oro, oro, ríos de oro necesarios para comprar y controlar. Ése es el
signo de los tiempos” (p. 306). Por su parte Gramsci conjetura que Maquiavelo
dirige precisamente su obra a esa burguesía emergente y potencialmente
“revolucionaria” que, desconocedora de sus potencialidades, necesitaba de un
“jefe” que le ayudara a tomar conciencia de clase:
La classe rivoluzionaria del tempo, “il popolo” e la “nazione” italiana, la
democrazia cittadina che esprime dal suo seno i Savonarola e i Pier Soderini e
non i Castruccio e i Valentino. Si può ritenere che il Machiavelli voglia
persuadere queste forze della necessità di avere un “capo” che sappia ciò che
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vuole e come ottenere ciò che vuole, e di accettarlo con entusiasmo anche se
le sue azioni possono essere o parere in contrasto con l’ideologia diffusa del
tempo, la religione [43].
Vázquez Montalbán asume pues la tesis gramsciana según la cual el cambio
que exigen siempre los nuevos tiempos (“ése es el signo de los tiempos. El
cambio”, p. 306) requiere la presencia de una minoría ilustrada que sea
consciente del momento histórico que está viviendo y sepa concienciar a sus
protagonistas del rol que la Historia les tiene asignado: “A los pueblos los
cambian las minorías inteligentes y seguras de sí mismas” (p. 83) porque
“sólo una minoría de sabios y de audaces no teme al cambio” (p. 306). “El
poder es el que puede imprimir en el cerebro de las masas las palabras
necesarias, puede rellenar esos cerebros de Virtud” (p. 309), confirma el
Maquiavelo ficticio. Un discurso que, no sólo en la Italia de Mussolini, se presta
a lecturas totalitarias que Gramsci trata de sortear precisando el significado
que él otorga a un cesarismo “progresivo”a decir poco sospechoso: “Ci può
essere un cesarismo progressivo e uno regressivo. [...] E’ progressivo il
cesarismo quando il suo intervento aiuta la forza progressiva a trionfare sia
pure con certi compromessi e temperamenti limitativi della vittoria, è
regressivo quando il suo intervento aiuta a trionfare la forza regressiva […]
[44].
El “tirano” de Maquiavelo no es pues el que somete la voluntad del pueblo al
propio arbitrio, sino el que, aprehendiendo la realidad social en que actúa,
sabe obtener consenso y construir hegemonía, esto es, aquella condición que
permite a una clase económicamente ascendente hacerse con el Poder que la
represente, desplazando el dominio de la clase que la tiene subordinada.
“[usted] se ha dado cuenta de que vivimos una auténtica revolución que
sepulta lo viejo y abre paso a lo nuevo y está hecho de la madera de los
príncipes” (p. 242), escribe Montalbán siguiendo a Maquiavelo, quien indica a
César como ejemplo a seguir a cualquiera que desee “innovare con nuovi
modi li ordini antichi” [45]. Un proyecto que, siguiendo aún las sugerencias
del Maquiavelo histórico, encuentra en la monarquía de Fernando el Católico
el modelo de un Estado moderno con voluntad de Imperio: “Los viajes
coloniales, la victoria sobre el Islam, el sometimiento de los señores feudales
de Castilla y Aragón, las limpiezas de etnias y religión del Cardenal Cisneros y
el oro, los galeones cargados de oro que llegan de América, el oro con el que
los españoles pueden comprarlo todo. Ésas son las bases de una posible
hegemonía española en los próximos años” (p. 305).
A ese “sueño” César ajusta su conducta “tiránica” legitimando, de un lado, el
poder político por la gracia de Dios que le adjudica la Iglesia (las majestades
hispánicas son “católicas” por estricta disposición de Alejandro) y, de otro,
creando un ejército nacional compuesto por ciudadanos que se identifican con
86
el Estado y que pone fin a las milicias mercenarias, incompetentes e
irresponsables. Cuestión, la del ejército, de gran relieve en la obra de
Maquiavelo, que la novela recoge fielmente como ulterior señal de la
modernidad de César, quien, con el asesoramiento de Leonardo da Vinci,
concibe la guerra como una ciencia (p. 155) y ve en sus audaces proyectos
técnicos la clave de un futuro progresismo europeo basado en la ciencia y en
la técnica: “Usted puede conseguirlo [fortalecer a Italia]. Está en muy buena
situación. La espada y la Iglesia. Ha comprendido la Historia, es usted un
político” (p. 242).
12. El “sueño” de la unificación de Italia se realizó, como es sabido, a
mediados del siglo XIX. Las causas que han dado lugar a la singularidad del
país en una Europa constituida por fuertes estados nacionales han sido motivo
de reflexión por parte de políticos e intelectuales, a quienes de un modo u
otro “les duele” Italia, desde Maquiavelo hasta nuestros días: “Perché in Italia
non si ebbe la monarchia assoluta al tempo di Machiavelli?”, se interroga
Gramsci [46].
También Maquiavelo reflexiona, tanto en la realidad de su obra como
ficcionalmente en la novela, sobre los motivos que hicieron fracasar un
proyecto “realista”, ajeno a ensoñaciones revolucionarias a la Savonarola.
¿Por qué fracasó César?, se pregunta Maquiavelo en el mencionado capítulo
VII del Principe a él dedicado. Si la suerte no es otra cosa que razón y
capacidad de pre-ver, disponer y actuar, César ha debido de cometer errores
tácticos que el florentino en efecto enumera: ante todo, no haber impedido
que el nuevo papa, muerto su padre, no le fuera enemigo (y lo era en sumo
grado y desde siempre Giuliano della Rovere), bien sabiendo que “li uomini
offendono o per paura o per odio” [47]. Cauto ha sido César al haber previsto
la muerte de su progenitor e imaginar incluso lo que sería de él sin su
presencia: “He pensado muchas veces en lo que debería hacer si mi padre
faltara. Se me abriría el suelo bajo los pies. He de conseguir que me nombre
gobernador vitalicio de Roma” (p. 261). Pero no ha previsto ni la vida breve de
Alejandro ni su propia enfermedad, factores que están en manos de la suerte:
“Muchas veces he pensado en lo que debería hacer si mi padre moría, pero no
esperaba que eso se produjera estando yo postrado, sin capacidad de
respuesta” (p. 327). Mal que le pese al Maquiavelo que vemos en el exordio
de la novela, la suerte existe más allá de toda lógica. Nada puede César
contra circunstancias desfavorables que le obligan a depender “dalla fortuna e
forze d’altri”, aplastado como se halla entre “i dua potentissimi eserciti
inimici” [48], los de España y Francia. El “jugador” vencido por circunstancias
imprevistas e incontrolables, abandona aquella voluntad de potencia
sostenida con la virtud que le unía al padre, y se embarca en una desatinada
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aventura quijotesca al objeto de liberar a Beaumont del castillo de Viana,
lance del que sale malparado y peor herido: “Ya no siento como mía aquella
finalidad que nos marcamos con mi padre. Estoy solo, Juanito. Solo para vivir y
solo para morir” (p. 366).
Es una de las pocas veces que César utiliza el verbo sentir. Su Razón topa sí
con la mala suerte, pero sobre todo con los sentimientos: ilusiones y fantasías
que Juanito Grasica trata inútilmente de quebrantar, fútiles esperanzas
depositadas en el color verde del atuendo (p. 365), ofuscación de la mente al
acercarse al castillo de Viana cual si fueran molinos de viento, mostrándole
Juanito, como nuevo Sancho, la dureza de la realidad (p. 364). Sueños de
invencibilidad, sentimiento doloroso de soledad. Siguiendo aquí Montalbán el
texto maquiaveliano [49], César lo tenía todo previsto menos que sin su
padre se sentiría solo. Quizás, no pudiendo ya demostrarle que es un genio, su
proyecto ha dejado de tener sentido. En el escenario de la derrota que le
atiende, César, disfrazado siempre de negro, se disfraza ahora con atuendo
“de combate” en una batalla ridícula y patética, destinada a un previsto
fracaso. César cumple un gesto suicida, teatral acaso, quijotesco sin duda en
manos de Montalbán. Con él, paradójicamente, se reapropia de su destino,
acrecentando con su final trágico, o melodramático, la fortuna de un mito
destinado a introducirse en la Historia y modelar aún el futuro.
13. Y el futuro está ahí, en manos de quienes finalmente se apoderan del
escenario ocupado poco antes por un César ahora desarmado, prisionero de
esos mismos Reyes Católicos en quienes temerariamente ha depositado su
confianza. Pero César se ha convertido ya en un mito “peligroso” (p. 359), y el
Vaticano, convertido en una potencia gracias al extraordinario legado de los
Borja [50], puede utilizarlo para conquistar una credibilidad moral que pasa
justamente por la condena de los Borja en su versión legendaria: “la futura
fortaleza del Vaticano ha de ser militar y moral” (p. 341). Julio II, que se ha
dado a sí mismo un nombre que alude a Julio César y rivaliza con el de César
Borja, asume las mismas formas del Poder que han practicado los Borja sin
renunciar a los mismos métodos, licenciosos y corruptos, con que se ha
construido la leyenda negra. La magnífica escena del cuerpo muerto de
Alejandro VI en manos de eclesiásticos inmundos que con gestos soeces,
ultrajantes y sacrílegos tratan de introducirlo en un féretro insuficiente (pp.
328-334) [51], ofrece al lector la demostración, sarcástica y cruel, de que los
Borja no eran ciertamente peores que “todos los otros”. La monarquía
absoluta instalada ahora en el Vaticano, lejos de proponer una reforma moral
como la imaginada por Savonarola, destructora del sistema [52], se limita a
simularla, fingiendo una revolución moral que restaure la fachada de una
Iglesia desprestigiada y consolide el status quo. La ficción, una vez más, se
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configura como espectáculo: “Los Borja fueron maestros en esa teatralidad, y
en el futuro no habrá poder sin teatro [...] Julio II está haciendo la misma
política que los Borja, porque sólo esa política era posible” (pp. 370-371).
Pero algo sí ha cambiado. Si César representaba las aspiraciones de una clase
social económicamente ascendente (“Aún soy la esperanza de muchos
ciudadanos, de los que tuvieron el sueño de la unificación frente a los nuevos
bárbaros”, p. 338), ahora objetivo precipuo del Estado es “frenar la audacia de
los hombres”, acaso movidos sólo por “sueños republicanos”, e imponer “el
orden”, limpiándolo de enojosas disidencias y herejías: “un orden no
justificado por la virtud del individuo genial, un orden en el nombre de Dios”
(pp. 370-371).
Dios ocupa ahora de nuevo el puesto que César le había usurpado: “¿Qué
papel le queda a Dios si sólo se puede elegir entre el hombre y la nada?” (p.
372). Un nuevo lema, ahora en latín, instrumento hegemónico con que la
Iglesia suele enajenar a los fieles [53], cierra como broche de oro la novela:
“Aut Deus, aut nihil!”. Contra la mutabilidad que presidía la concepción del
mundo renacentista, la nueva época repropone el punto fijo e inmóvil del Dios
trinitario en torno al cual gira lo transitorio, reducido a pura y simple nada (p.
216). Una teocracia de signo oscurantista impone una restauración que barre
las conquistas humanas y laicas del Renacimiento, salvo la de la concepción
del Estado subordinado a la inflexible razón de Estado, esbozado por el
mismo. Cursos y recursos de la Historia que Giambattista Vico teorizará en el
futuro y que aquí teoriza Maquiavelo en persona: “a toda época de liberalidad
le sigue otra de control [...] son tiempos de Inquisición y algún día volveremos
a la Virtud” (pp. 371-372).
14. En ese nuevo escenario desemboca la cuarta generación de los Borja.
Apagadas ya las luces del magnífico Renacimiento italiano, el lector penetra
ahora en los espacios sombríos y permanentemente enlutados de la
Contrarreforma, cerrados los postigos al “amarillo, color del sol” (p. 365) que
ha iluminado el escenario borjiano.
Los nuevos protagonistas de la Historia se hallan sumergidos en la oscuridad
de un tenebrismo que penetra en las conciencias, o procede de ellas. María
Enríquez, motor de la acción entre vindicativa y reivindicativa del último Borja,
repudia la luz de Gandía (p. 379), y a la esposa de Francesc le aturden la luz,
el sol y el calor del Levante hispánico (p. 383). Los “eficaces” jesuitas son
“negros”, como negros son los crespones funerales de un Carlos V
obsesionado con la muerte. Lúgubres estancias revestidas de farragosos
tapices sofocan El Escorial filipino en que el monarca consuma su congénita
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melancolía persiguiendo los fantasmas de su mente: herejes y falsos
conversos.
Sueña ahora un Imperio “espiritual” la Iglesia católica, sosteniendo a las
monarquías absolutas de Europa por derecho divino e introduciéndose en las
conciencias de las clases adineradas destinadas a manejar las riendas del
Estado a través de la enseñanza y de los medios de persuasión que Ignacio de
Loyola ha predispuesto con sus Ejercicios espirituales, la predicación
sistemática y el espectáculo (el teatro): “Los jesuitas queremos estar en todas
las cortes del mundo y formar las conciencias del nuevo poder (p. 407).
Pragmático y animado por una especie de furor divino en la conquista de las
almas, trazas de su pasado de “iluminado”, Ignacio sabe que construir un
nuevo humanismo cristiano sobre las ruinas del “humanismo pagano del siglo
pasado” (p. 384) comporta crear un plantel del que salgan intelectuales que lo
sostengan y elaborar una retórica a la que ajustar la predicación del clero,
clave del sistema, cuya oratoria girará obsesivamente en torno a las miserias
de la carne, las tentaciones lisonjeras del demonio y el Juicio final que espera
a los mortales traspasado el umbral de la muerte.
El mito de César inspira la acción de esos nuevos estrategas de la acción
político-religiosa. Hijo de su tiempo y de ese maquiavelismo que informa el
denominado humanismo cristiano, Ignacio es al cabo hombre del
Renacimiento (yo quiero, yo puedo), dotado de la capacidad de amoldarse a
las exigencias de los nuevos tiempos al concebir su Compañía a imitación de
un “ejército de fieles” que César ponía al servicio del Poder y él pone
incondicionalmente al servicio de la Iglesia: “los jesuitas son una respuesta al
desorden actual”, “No es una herencia del pasado. Ha nacido a la medida del
desafío de nuestro tiempo (pp. 397-398). Ambiciones de poder e instinto de
dominio bullen en su sangre bajo el control de una “virtud” que, simulaciones
aparte, sigue consistiendo, no menos que en César, en coger al vuelo la
ocasión favorable y ocultar intentos, acogiendo la sabrosa oferta de Francisco
de Borja porque “nos abre las puertas del emperador” (p. 399).
A esa misma estirpe de titanes pertenece el futuro santo, diríase
genéticamente predispuesto al mando. El mito de su glorioso antecesor le
insta a proseguir y perpetuar un proyecto familiar que en sus manos deviene
teleológico, pasando previamente por el enderezo de los “descarríos” de la
Historia. Iniciado por su catolicísima madre en el odio por todo lo que sus
antepasados representan, a él le incumbe el triste honor de iniciar un viraje
regresivo de la Historia, reconduciéndola al medievalismo que César había
vencido [54]. Preside la obstinada constancia con que persigue su objetivo el
lema invertido de César: el hombre abandona el puesto en el centro del
mundo que le había asignado Pico della Mirandola y se coloca de nuevo al
margen, asumiendo la condición de pecador que la Iglesia le impone y
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aceptando como finalidad última de su existencia, ya no construirse a sí
mismo sino “amar a Dios sobre todas las cosas en esta vida y adorarle en la
otra”, en obediencia al primer precepto del Catecismo ignaciano.
El síndrome de la obediencia ciega se apodera de la Compañía de Jesús y lo
sublima en precepto: “Debemos siempre tener, para en todo acertar, que lo
blanco que yo veo, creer que es negro, si la Iglesia hierárquica así lo
determina” (Ejercicios espirituales). “Tenemos el espíritu de obediencia y
disciplina de los militares”, afirma jactancioso Loyola ante un Francisco que
verá materialmente encima de su cabeza la aureola de la santidad futura (p.
405). Creer en Dios y sobre todo temerle, obedecer los preceptos divinos
debidamente elaborados por la Iglesia bajo el asesoramiento de la Compañía,
asegura la sumisión y obediencia de los súbditos, fundamento de la
monarquía católica hispana, de hecho siempre alejada del humanismo italiano
aun en sus momentos de mayor esplendor cultural. Lo comenta con desprecio
Leonardo da Vinci: “En Castilla llaman humanismo a lo que promueve el
cardenal Cisneros, pero Cisneros no cree en el hombre, sólo cree en Dios. Yo a
España no voy ni atado” (p. 296).
Interlocutores de ese nuevo Borja, ambicioso pero servil hasta la médula, son
ahora Carlos V y Felipe II, que marcan en el relato el tiempo progresivo de la
Historia. Montalbán aprovecha esos encuentros para ofrecer una divertida e
inclemente caricatura al límite del sarcasmo de esas “grandes” figuras de la
Historia que la historiografía oficial ha engrandecido y magnificado en su
versión hagiográfica. Desmitificación del mito en el sentido feijooniano del
término, es decir de la impostura tramada por los historiadores hegemónicos.
Atenaza a un Carlos V amarillento y gotoso una melancolía enfermiza, bien
distinta de la melancolía “pensante” de los Borja, de la que se distrae con una
pesca pueril predispuesta por sus coadyuvantes (p. 399), tratando de
ahuyentar la obsesión de la muerte y la visión de esos cuerpos devorados por
gusanos que la predicación barroca pone “teatralmente” ante los ojos de un
público amedrentado y sumiso. “Eternos rezadores del rosario” los Habsburgo,
temerosos de su propia sombra, víctimas de obsesiones persecutorias que
tratan de exorcizar persiguiendo los fantasmas que pueblan sus mentes
enfermas: a los “resentidos sociales”, a judíos y falsos conversos, a
protestantes “financiados por las cancillerías extranjeras que quieren arruinar
la presencia de España en el mundo”(p. 412). Chivos expiatorios con que
intentan camuflar las dificultades económicas del reino pese a las riquezas
que vienen de América, devoradas por acreedores y banqueros.
Todo obedece a la construcción de un Imperio concebido como diseño de la
Providencia (p. 385), que permite ejercer un poderío del que no se debe dar
razón a los súbditos sino sólo al Dios montado por las astucias de la Iglesia.
Desde lo alto de un púlpito, la voz de Alonso de Santa Cruz, ante quien se
91
postran genuflexos el emperador y Francesc de Borja acompañados de sus
respectivas esposas, impreca con “gesticulación terrorífica” al Anticristo
encarnado en César Borja, hijo del maléfico humanismo pagano que los Borja
representan, celebrando al Emperador que, por fin, “ha impuesto la Palabra
verdadera del Dios Padre, del Dios Hijo, del Dios Espíritu Santo!” (p. 386). La
nueva Jerusalén que soñara Savonarola y ahora hace suya el Vaticano pone
punto final a la Historia, dando por definitivo el triunfo de una cristiandad que,
descarriada temporáneamente por un paganismo que exaltaba las
potencialidades del ser humano, ha vuelto, como hijo pródigo, al regazo de la
madre Iglesia.
15. Vázquez Montalbán califica su novela de “posthistórica”. Es de suponer
que con ello se refiere al famoso “final de la Historia” proclamado por Francis
Fukuyama en la obra que lleva este título (1992) [55], donde anunciaba el
Apocalipsis en el sentido de que el capitalismo había vencido al marxismo y a
otros modelos de resistencia que estimaba definitivamente muertos, y de que
la democracia ya se había realizado plenamente. A ello, Derrida respondía
afirmando que la herencia del marxismo no se había agotado porque
“l’héritage n’est jamais un donné, c’est toujours une tâche”: un proyecto a
llevar a cabo, un es que todavía no es, una democracia futura que debe aún
construirse con vistas a la consecución de la justicia global [56].
Por su parte, Montalbán, en La literatura en la construcción de la ciudad
democrática, denuncia el postmodernismo que se ha apoderado de “los
profesionales de la cultura neoliberales” y en general de la sociedad
postfranquista, o de la denominada Transición: “El establishment trataba de
ocultar el callejón sin salida en el que se encontraba, en el callejón de la
postmodernidad más que de la modernidad, desde la renuncia a la idea
dialéctica de que en todo fin hay un principio y se instala en el fin como si la
historia ya hubiera terminado”:
La inteligencia crítica española –prosigue una líneas más abajo– tiene que
plantearse que la auténtica creatividad cultural está paralizada porque el
problema no radica en recuperar las libertades democráticas como
instrumentos, sino en detentar los instrumentos que hacen posible esas
libertades democráticas y las convierten en agentes de cambio social, desde
la voluntad de que artes y letras contribuyan a un mejor conocimiento de los
obstáculos para la felicidad o de las causas de la infelicidad, desde el yo y
desde el nosotros [57].
Nada, creo, sería más erróneo que suponer que la novela aquí examinada se
exime de tratar “lo social y lo histórico” y no intente contribuir de algún modo
92
“a un mejor conocimiento de los obstáculos para la felicidad o de las causas
de la infelicidad, desde el yo y desde el nosotros” [58]. La Historia no ha
concluido. Si la novela gira en torno a la lectura que Gramsci realiza del
Principe de Maquiavelo es porque está dirigida a la comprensión de un
presente abierto al futuro a partir del mencionado concepto gramsciano de
hegemonía: “Il gruppo sociale fondamentale [...] giunge all’esercizio
dell’egemonia (e a quello del “dominio” attraverso il potere coercitivo dello
Stato), quando, superando il piano originario dell’attività economica, si eleva a
funzioni di ordine propriamente politico” [59].
Gramsci ve en la figura de César Borja magnificado por Maquiavelo no tanto al
personaje histórico, sin dejar de serlo, cuanto la encarnación de un mito en el
sentido mítico-ideológico concebido por Georges Sorel: mito encarnado en una
persona real que sólo puede ser “un organismo; un elemento di società
complesso nel quale già abbia inizio il concretarsi di una volontà colletiva
riconosciuta e affermatasi parzialmente nell’azione”. En la conclusión del
Principe, argumenta Gramsci, “il Machiavelli stesso si fa popolo, si confonde
col popolo, non con un popolo “genericamente” inteso, ma col popolo che il
Machiavelli ha convinto con la sua trattazione precedente, di cui egli diventa e
si sente coscienza ed espressione, si sente medesimezza: pare che tutto il
lavoro “logico” non sia che un’autoriflessione del popolo” [60]. El Príncipe es
voluntad colectiva, sujeto de un devenir.
No se trata pues de oponer a la Historia el Mito, esto es, de oponer a la
realidad del presente, o si se quiere, a la Babilonia de hoy, la utopía de una
Jerusalén atemporal y eterna. La exortatio final del Principe no invoca un
Apocalipsis savonaroliano que dará acceso a la Ciudad de Dios, de la que se
apodera oportuna y oportunistamente la Iglesia para poner punto final a la
Historia. Si Montalbán ha privilegiado el Mito en detrimento de la Historia es
porque, como ha señalado Ricoeur, el mito implica un horizonte, la apertura a
mundos posibles [61]. Mito que ha mitizado ulteriormente abriendo
perspectivas sobre un futuro que afecta al ahora y que se vislumbra como
posibilidad de cambio en la historia contemporánea [62].
El mito, dice Ricoeur, está centrado en la dialéctica entre pasado y futuro:
“idea dialéctica de que en todo fin hay un principio”, añade Montalbán, a la
que la postmodernidad, empezando por las artes y las letras, ha renunciado al
instalarse “en el fin como si la historia ya hubiera terminado” [63]. Si la Italia
del Renacimiento, arguye Gramsci, no consiguió poner fin a la era feudal
inaugurando lo que llamamos el mundo moderno, ello es debido a la función
regresiva y cosmopolita de los intelectuales de la época que, salvo raras
excepciones, no supieron interpretar el impulso innovador que animaba a la
sociedad progresista de su tiempo, demostrando la debilidad congénita de la
clase dirigente burguesa. Impulso que, como hemos visto, desemboca en una
93
restauración oscurantista que trunca el proceso evolutivo que los Borja
pusieron en marcha [64].
Retornan, con la reacción, la hegemonía del clero y la refeudalización de la
alta burguesía comercial. Y con ellas los medios “tradicionales” que aseguran
la pervivencia del sistema. Los que utiliza el presunto reformador de la Iglesia,
Giuliano della Rovere (Julio II) para obtener y mantener el Poder no difieren un
ápice de los “escandalosos” chantajes, sobornos y simonías de que se han
servido con cínica desenvoltura Alejandro y César. Corella, la sombra de
César, el sicario de que necesita el Príncipe, afronta con coraje, en honor a
una “fidelidad incondicional”, la perspectiva de la muerte, de la que se salva
aduciendo que “obedecía órdenes”, reciclándose como experto de crueldades
y crímenes en la corte de Florencia. Ante los “resentidos sociales” que
amenazan el orden establecido, vale siempre la idea de César de frenar su
audacia con métodos de segura eficacia: “A los nobles los arrestas y a los
bandoleros, si no son nobles, los ahorcas” (p. 395).
Dice Maquiavelo en la ficción: “En el futuro algo habrá que hacer para escapar
de ese dominio” (p. 371). No difiere ese dominio del que presentan los
tiempos modernos, ante el cual algo habría que hacer. No es pues casual que
ante el dominio que atenaza nuestras vidas [65], haya quien hoy proponga
resucitar el concepto de hegemonía de Antonio Gramsci: profesores,
intelectuales, artistas, editores, periodistas, historiadores, científicos, figuras
diversas por específico peso cultural pero unidas por un compromiso militante,
proyectan la constitución de una “hegemonía cultural” capaz de construir un
estado de opinión que someta a severa crítica la presente cultura neoliberal y
se oponga a sus prácticas y estrategias [66]. Si César encarnaba míticamente
un proceso hegemónico destinado a modificar el curso de la Historia que no
supieron interpretar y sostener los intelectuales de la época, la inteligencia
crítica hodierna podría y debería hacerse voz de la voluntad de los ciudadanos
deseosos de invertir el curso de la historia, liberándola de la tiranía impuesta
por el Poder económico y financiero, que invalida las conquistas democráticas
[67], pues, como advierte Montalbán, “el problema no radica en recuperar las
libertades democráticas como instrumentos, sino en detentar los instrumentos
que hacen posible esas libertades democráticas y las convierten en agentes
de cambio social” [68].
[Nota: Este ensayo ha sido publicado por vez primera en Studi
Ispanici, n.º 41, 2016, pp. 77-107. Deseo expresar mi gratitud al
editor Fabrizio Serra por su autorización a reproducirlo en esta
revista y a Juan-Ramón Capella por su amistoso interés en publicarlo.
La cita de M. Vázquez Montalbán que lo encabeza está tomada de su
94
libro La literatura en la construcción de la ciudad democrática,
Barcelona, Crítica, Grijalbo Mondadori, 1998, p. 188.]
Notas
[1] Vicente Blasco Ibáñez, Valencia y lo valenciano, discurso pronunciado el 16 de mayo de
1921 en ocasión de su nombramiento como Director honoris causa del Centro de Cultura
Valenciana (en Obras completas, IV, Madrid, Aguilar, 1987, pp.1352–1353).
[2] Vicente Blasco Ibáñez, A los pies de Venus (Los Borgia), Valencia, Prometeo, 1926.
[3] Ibídem, p. 252.
[4] Sobre ello puede verse mi El pensamiento de Bakunin en la tetralogía social de Blasco
Ibáñez, que será publicado en el número de “Studi ispanici” de 2017, dedicado al tema “La
literatura y la cultura rusas en la literatura hispánica”.
[5] La expresión es del propio Montalbán (Manuel Vázquez Montalbán, La literatura en la
construcción..., cit., p. 145). La obra de Baroja se limita a ofrecer un breve recorrido de la
trayectoria histórica de los Borja en el capítulo XVIII de la primera parte, ocupándose la ficción
de César Moncada, personaje que se identifica ideológica y políticamente con César Borja (Pío
Baroja,César o nada, Madrid, Editorial Caro Raggio, 1920). Nada permite suponer que Vázquez
Montalbán se inspire en esta obra, como sostiene Santos Alonso, La novela española en el fin
de siglo, 1975-2001, Madrid, Marenostrum, 2003, pp. 284-285. En todo caso es Blasco Ibáñez
quien puede se haya inspirado en ella, tanto en la figura de Claudio Borja, ansioso de conocer
la historia de sus antepasados, como en el recorrido ficcional independiente del de la Historia.
[6] Manuel Vázquez Montalbán, O César o nada, Barcelona, Editorial Planeta, 1999; las citas
proceden de esta edición. El epígrafe proviene del mencionado capítulo XVIII de la primera
parte de la novela, pp. 170-171.
[7] En Mis mejores páginas Baroja escribe: “[l]a curiosidad por César Borgia la tenía yo desde
que visité Viana de Navarra”, lo que le llevó a concebir la idea de escribir una novela histórica
que “no salió. Desde el principio renuncié a ella. Había que averiguar un conjunto de detalles
de vestuario, de muebles, de costumbres, cosa que exigía mucho tiempo, mucho estudio, una
95
larga estancia en Roma, y que, por encima de todo podía ser muy aburrida” (Pío Baroja, Mis
mejores páginas, Barcelona, Editorial Mateu, 1961, p. 268).
[8] Manuel Vázquez Montalbán, La literatura en la construcción..., cit., p. 153.
[9] Loreto Busquets, Historicismo y antihistoricismo en “El pianista” de Vázquez Montalbán,
en Pensamiento social y político en la literatura española. Desde el Renacimiento hasta el
siglo XX, Madrid, Editorial Verbum, 2014, pp. 365–369.
[10] El lapsus voluntario que el narrador incluye en su relato confundiendo en pocas líneas
laúd y guitarra (p. 258) pone en evidencia la imprecisión inherente a toda transcripción de la
realidad.
[11] Manuel Vázquez Montalbán, La literatura en la construcción..., cit., p. 147.
[12] Me permito la licencia de crear este adjetivo a partir del étimo prospectus, ‘vista’, del
que deriva el italiano prospettico, ‘de la perspectiva o que utiliza la perspectiva’.
[13] Don Cuppit, Life Lines, Londres, SCM Press, 1986, p. 223.
[14] Manuel Vázquez Montalbán, La literatura en la construcción ..., cit., pp. 164 y 170.
[15] Pierre Barbéris, Le Prince et le marchand. Idéologiques: la litterature, l’histoire, París,
Fayard, 1980.
[16] Manuel Vázquez Montalbán, La literatura en la construcción..., cit., p. 155.
[17] Manuel Vázquez Montalbán, Crónica sentimental de la transición, Barcelona, Mondadori
Debolsillo, 2005, p. 159.
[18] Manuel Vázquez Montalbán, La literatura en la construcción..., cit., p. 102.
[19] Paul Ricoeur, A Ricoeur Reader: Reflection and Imagination, ed. de M.J. Valdés, Nueva
York/Londres, Harvester/Wheatsheaf, 1991, p. 490.
96
[20] Antonio Gramsci, Note sul Machiavelli, sulla politica e sullo Stato moderno, Turín,
Einaudi, 1966, p. 3.
[21] Don Cuppit, op. cit., p. 223.
[22] Manuel Vázquez Montalbán, La literatura en la construcción ..., cit., p. 154.
[23] Ibídem, p. 178 y passim. Al “miedo a un interactivismo bastardo con códigos e
imaginerías no esencialmente literarias” manifestado por Northorp Fry y George Steiner,
Vázquez Montalbán opone la convicción de que “no sólo su antigua hegemonía [de la
literatura] ha sido destruida por otros medios de representación, expresión y comunicación”,
sino que “esos medios han influido muy poderosamente en los códigos de lectura del
receptor” (pp. 177 y 172).
[24] Por ejemplo con: “Ahora es César quien le replica” (p. 91), sin utilizar nunca los dos
puntos tradicionales, o bien añadiendo a posteriori “Lo ha dicho Maquiavelo y el peregrino
finge sorpresa” (p. 102), o “Finalmente habla”, seguido excepcionalmente de los dos puntos,
como dando a la intervención de Maquiavelo el realce de una sentencia que asume carácter
premonitorio (p. 105).
[25] Ni arcaizantes tratamientos de vos ni señorías, sino más bien un lenguaje
deliberadamente anticortesano. La comparación con la serie televisiva Isabel
(directores-realizadores: Jordi Frades, Oriol Ferrer, Max Lemcke, José María Caro, 13 episodios,
2012), cuya acción se desarrolla en el mismo periodo histórico, resulta de utilidad para
constatar diferencias y también recursos cinematográficos que Montalbán introduce en su
obra.
[26] Manuel Vázquez Montalbán, La literatura en la construcción..., cit., p. 178. Partiendo de
la tesis de Goethe según la cual la obra de arte o literaria es el resultado de la acción de dos
sujetos, escritor y receptor, Montalbán considera que la literatura no puede ignorar la
condición cultural del lector actual, “bombardeado de imágenes mediáticas”, debiendo pues
adaptarse a esos “diferentes mecanismos de lectura” interrelacionándose con otros sistemas
de comunicación, especialmente el cine (ibídem, pp. 176-178).
[27] Por contemporáneo entiendo a partir del Impresionismo, el cual, inspirándose en la
pintura japonesa, asume la bidimensionalidad como rasgo proprio que transmite al arte
sucesivo.
[28] Manuel Vázquez Montalbán, La literatura en la construcción..., cit., p. 136.
97
[29] La escultura de bulto redondo es también una conquista del arte renacentista que
comporta el abandono de la colocación frontal y estática del observador y la posibilidad de
contemplarla en distintas vedute girando en torno a ella.
[30] Niccolò Machiavelli, Il principe, Turín, Giulio Einaudi Editore, 1961, 8ª ed., p. 54. Confirma
un historiador: “Sono realmente questi Borgia l’espressione di un’abilità che non può venir
non rilevata, anche perché prodottasi in uno dei momenti della storia in cui le fortune di
famiglie isolate, anche se potenti, sono rarissime, in pieno sviluppo com’è il trionfo di poteri
centrali, creatisi attraverso il lento ma sicuro sviluppo delle varie nazioni europee” (Marcello
Vannucci, Il Machiavelli presso Cesare Borgia, Florencia, Edizione dell’Istituto professionale
Leonardo da Vinci, 1968-69, p. 47).
[31] “De hecho, los Borgia no son otra cosa que una familia mafiosa que sobrevive entre
otras familias mafiosas”, afirma Montalbán en una entrevista (Xavier Moret , “Me cuesta más
escribir las novelas de Carvalho que las consideradas serias”, Barcelona, “El País”, 26 de
mayo de 1998).
[32] Niccolò Machiavelli, op. cit., pp. 39-40.
[33] Ibídem, p. 125.
[34] Es divertido el comentario del verdugo a la meticulosa observación de Maquiavelo:
“—Espléndida ejecución, maestro… – ¿Lo ha notado?”, y luego: “¡Buen observador!” (p. 205).
[35] Niccolò Machiavelli, op. cit., p. 27.
[36] También Baroja menciona ese episodio en el capítulo XI de la segunda parte de su
novela, cuando César Moncada hace con el ministro de Hacienda, “que se cree más listo de lo
que en realidad es”, “lo que hizo él [César] en Sinigaglia” (Pío Baroja, César o nada, cit., pp.
289, 298).
[37] Niccolò Machiavelli, op. cit., p. 34.
[38] Ibídem, p. 7.
[39] Ibídem, pp. 35-36.
98
[40] Ibídem, p. 56.
[41] Francesco De Sanctis, Storia della letteratura italiana, I, Turín, Einaudi, 1958, p. 397.
[42] Antonio Gramsci, Il Risorgimento, Turín, Einaudi 1955, 7ª ed., p. 21.
[43] Antonio Gramsci, Note sul Machiavelli…, cit., p. 10.
[44] Al comentar la obra que nos ocupa, García-Posada recuerda que “[e]l fascismo español
vería en la obra [de Baroja, César o nada] un anuncio de la revolución fascista y en César una
anticipación del caudillaje de los años treinta, interpretación ésta no del todo descaminada”
(Miguel García-Posada, Los príncipes modernos, “El País”, Babelia, 6 de junio de 1998).
[45] Niccolò Machiavelli , op. cit., p. 40.
[46] Antonio Gramsci, Note sul Machiavelli…, cit., p. 7.
[47] Niccolò Machiavelli , op. cit., p. 40.
[48] Ibídem, p. 38.
[49] “E lui mi disse, ne’ dí che fu creato Iulio secondo, che aveva pensato a ciò che potessi
nascere morendo el padre, et a tutto aveva trovato remedio, eccetto che non pensò mai, in su
la sua morte, di stare ancora lui per morire” (ibídem, p. 39).
[50] Alejandro VI, “di tutt’i pontefici che sono stati mai, monstrò quanto uno papa, e con il
danaio e con le forze, si poteva prevalere, e fece, con lo instrumento del duca Valentino e con
la occasione della passata de’ Franzesi, tutte quelle cose che io discorsi di sopra.[…] ciò che
fece tornò a grandezza della Chiesia; la quale dopo la sua morte, spento il duca, fu erede delle
sue fatiche” (ibídem, p. 56).
[51] A los pies de Venus da como hecho histórico la condición del cuerpo de Alejandro al poco
de su fallecimiento: “grande y obeso de cuerpo, su cadáver se hinchaba inmediatamente
descomponiéndose. Su cara, negra y tumefacta, resultó a las pocas horas inconocible”; “tan
99
voluminoso era al fin, que resultaba difícil acoplarlo en el ataúd é imposible cerrar la tapa de
éste” (Vicente Blasco Ibáñez, A los pies de Venus, cit., pp. 305 y 308).
[52] Gramsci rechaza la vulgata que hace de Savonarola “hombre del Medioevo” porque no
tiene debidamente en cuenta su lucha contra el poder eclesiástico, pues su renovatio
religiosa, moral y política no se basa en la ideología teocrática medieval tout court sino en
una clara conciencia de la realidad histórica (Antonio Gramsci, Il Risorgimento, cit., p. 35). La
novela confirma esta tesis en boca de Maquiavelo: “El discurso de Savonarola era destructivo
del sistema, del orden” (p. 341).
[53] La expresión es del propio Montalbán (Manuel Vázquez Montalbán, La literatura en la
construcción..., cit., p. 149).
[54] Gramsci considera que el Renacimiento en Italia tiene un carácter regresivo, al contrario
del resto de Europa, donde ha dado lugar a un movimiento histórico progresista: “nel resto
d’Europa il movimento culminò negli Stati nazionali e poi nell’espansione mondiale della
Spagna, della Francia, dell’Inghilterra, del Portogallo” (Antonio Gramsci, Il Risorgimento, cit.,
p. 13).
[55] Francis Fukuyama, The End of History and the Last Man, Nueva York, The Free Press,
1992.
[56] Jacques Derrida, Spectres de Marx, París, Éditions Galilée, 1993, pp. 94 y ss.
[57] Manuel Vázquez Montalbán, La literatura en la construcción..., cit., pp. 102, 103.
[58] “A pesar de mi pulsión porque mi propia escritura intervenga social, históricamente,
algún crítico [...]”. En los años sesenta, señala el autor, se detectaba ya “el papel relativizado
que la literatura tenía como elemento de creación de conciencia e ideología, liberada así de
una cierta responsabilidad histórica como instrumento de transformación” (ibídem, pp. 139 y
129).
[59] Giorgio Nardone, Il pensiero di Gramsci, Bari, De Donato, 1971, p. 251.
[60] Antonio Gramsci, Note sul Machiavelli…, cit., p. 5 y 4.
[61] Paul Ricoeur, op. cit., p. 490.
100
[62] “descubro que he escrito siempre en esa disyuntiva, convocado por las voces de sirena
de la memoria personal y coral de los perdedores de la guerra civil y abierto a la esperanza
del futuro, de la transformación social” (Manuel Vázquez Montalbán, La literatura en la
construcción..., cit., p. 130).
[63] Ibídem, p. 102.
[64] Afirma el autor: “Ellos estuvieron a la cabeza espiritual de su tiempo, quisieron avanzar
hacia la modernidad; pero la historia enseña que todos los intentos por avanzar han sufrido
siempre la oposición conservadora” (en Salvador Enguix, Vázquez Montalbán reivindica el
papel de los Borja, “La Vanguardia”, 19 de mayo de 1998).
[65] «En Italia, las ciudades Estado disputaban el poder frente a las nuevas monarquías de la
nación Estado. Hoy asistimos al final del papel de la nación Estado. La época, por tanto, tiene
cierto paralelismo con la actual y la sensación de que la gente está desprotegida, entregada a
las leyes del mercado, fortalece el papel de tribu, de mafia» (en Xavier Moret, loc. cit.).
[66] Piero Bevilacqua, Un’officina per l’egemonia culturale, “il manifesto”, 28 de enero de
2016, p. 15.
[67] "Esta es una novela de vencedores y vencidos", sostiene Vázquez Montalban (en
Salvador Enguix, loc. cit.)
[68] Manuel Vázquez Montalbán, La literatura en la construcción..., cit., p. 103.
30/10/2016
101
El extremista discreto
El Lobo Feroz
Actualidades actuales
En funciones
Este Lobo no acaba de entender la prisa con que periodistas, contertulios,
tertulianos, diarios, locutores de radio y demás parque jurásico han querido
acabar con el gobierno en funciones. "¡Necesitamos un gobierno de verdad!
—gritaban como monaguillos de Susana Díaz—. ¡Hay que acabar con esto!". Y,
sin embargo, la vida política es a mi juicio menos agria con un gobierno en
funciones, con un gobierno que no puede hacer demasiadas cosas, que no
puede introducir más recortes salariales y en las pensiones, que no puede
hacer guarradas con las leyes de procedimiento penal o administrativo, etc.
Un gobierno en funciones se parece un poco a un gobierno en minoría; incluso
si se trata de un gobierno en funciones como el de Rajoy, que arrogantemente
se ha negado a dar explicaciones en el parlamento acerca de las decisiones
que ha tomado, algunas de las cuales rozan la ilegalidad si no están instaladas
en ella.
Con el gobierno en funciones hemos comprobado la verdad de que el mejor
gobierno (de la derecha, claro es) es el que gobierna menos. Hemos de exigir
de los gobiernos que nos dejen en paz. Que no se dediquen, como parece ser
su oficio desde hace años, a amargarnos la vida.
Estabilidad
«Rajoy presenta al PP como el partido de la "estabilidad" y la "seguridad" tras
la crisis del PSOE»
Es ciertamente estable, pues siempre hay alguno robando; puedes tener esa
seguridad.
Abucheo a González
Con El País a la cabeza, toda la prensa escrita se ha pronunciado en contra del
abucheo a Felipe González en la Universidad Autónoma de Madrid.
Sin embargo los estudiantes defendían un viejo principio: en la universidad no
puede hablar cualquiera: hay que estar invitado por la universidad real, o ser
102
estudiante, o ser profesor. No vale que te inviten cuatro derechistas. De otro
modo los charlatanes invadirían la universidad.
Por lo demás, a González habría que abuchearle en todas partes. Ya tiene él
guaridas donde reponerse en los salones de la derechona. En el diario de
Cebrián puede decir lo que le pasa por la cabeza. Para él, ir a la universidad
era como ponerse un abrigo guapo: una cuestión de imagen.
Los ingenuos creen que se limitó la libertad de expresión de González, cuando
en cierto modo, según se mire, los estudiantes abucheadores hasta le hicieron
un favor.
Cebrián
Otro que tal baila, desde que entró en Pueblo de subdirector o redactor jefe,
que lo mismo daba. Era el hijo de su papá, importante dirigente de la prensa
del Movimiento, en la que el joven hizo su casi innecesario meritoriaje: el
oficio le viene de casta.
La pregunta del millón
En las próximas elecciones, sean cuando sean, ¿cuántos votos tendrá que
obtener IU/Podemos para conseguir un diputado? Y ¿cuántos votos necesitará
para lo mismo el PP?
Contra las bases
Las bases del Psoe y sus dirigentes son, por voluntad de estos últimos, como
el agua y el aceite: no se pueden juntar. El rechazo a las bases, la negativa a
recurrir a la opinión de los militantes, la decisión de impedir que se puedan
expresar en su institución, es casi lo más llamativo de la crisis que
experimenta el Psoe. Son un curiosum político estos demócratas
antidemocráticos que lo gobiernan ahora. Y se escribe casi lo más llamativo
porque todavía es peor que el Psoe siga sosteniendo una política económica
neoliberal.
Las bases, claro está, no parecen comprender que si hubiera nuevas
elecciones ahora el descalabro del Psoe sería mayúsculo. Un descalabro
creado por los dirigentes derechistas del Psoe, como tiene que ser: antes que
el territorio hay que preservar la parcela, la parcelita de poder.
Maduro
Los jóvenes aprendices de brujo que le bailaron el agua a Maduro están muy
103
calladitos ahora. Maduro, que desde luego no es Chavez, fía su salvación en el
incremento de los precios del petróleo; cada vez está más que maduro pero
no acaba de caer. Triste sino el de Venezuela, con el gobierno que tiene y con
la oposición que tiene, con la derecha que tiene y con la corrupción que tiene.
Más le valdría no tener.
Estatuas de Barcelona
Irreflexivos jóvenes al parecer nacionalistas acabaron cargándose la
decapitada estatua ecuestre del invicto caudillo que el ayuntamiento
barcelonés había expuesto —en todos los sentidos de la palabra— en el
malhadado entorno del Born. En cierto modo lo ocurrido ha sido una lástima:
el caballo era de Viladomat, un buen escultor, y con el tiempo y con otra
cabeza hubiera podido servir para homenajear, por ejemplo, a Macià. Por eso
va lo de irreflexivos.
Mientras tanto el consistorio barcelonés no se ha decidido a retirar la
estatua-homenaje al Negrero de la plaza Antonio López, como su mismo
nombre indica, y por otra parte sigue incólume en la Via Laietana barcelonesa
el busto del prócer Francesc Cambó, quien no sólo financió —entre otras cosas
menos sanctas— las ediciones de los clásicos de la Fundació Bernat Metge
sino también la compra de los llamémosles artefactos que la aviación italiana
lanzó sobre Barcelona durante la guerra civil. Conste que el Lobo que suscribe
no quiere dar ideas: las cosas se han de hacer con orden, institucionalmente.
Es mucho mejor.
25/10/2016
104
La Biblioteca de Babel
Manuel Casal Lodeiro
La izquierda ante el colapso de la civilización industrial
Apuntes para un debate urgente
La Oveja Roja, Madrid, 2016, 362 pags.
Un libro que toda la izquierda debería leer y discutir
2015 y 2016 han sido, qué duda cabe, dos años
trepidantes durante los cuales se ha jugado en España una partida política de
gran trascendencia histórica. La izquierda sociopolítica ha avanzado
posiciones pero, por lo que parece, el ciclo electoral se cierra con una victoria
pírrica de la derecha social y política. Pírrica porque lo que viene ahora es un
nuevo período de ajustes presupuestarios que no harán más que ensanchar el
empobrecimiento masivo y, por tanto, la deslegitimación social del régimen
del 78. La monarquía parlamentaria surgida de la reforma del franquismo se
está quedando sin flotadores políticos. Su futuro inmediato está ligado, ahora,
al del nuevo gobierno del Partido Popular, tras los harakiri sucesivos de CiU,
Ciudadanos y PSOE.
Pero el Partido Popular es una maquinaria política carcomida hasta los huesos
por la corrupción que, además, no dispone, a diferencia de la legislatura
anterior, de mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados. Con esos
mimbres hay que recortar 5.500 millones de euros del presupuesto público
según las órdenes impartidas por la Comisión Europea, a la cual le trae sin
cuidado lo que los ciudadanos españoles hayan votado o dejado de votar. El
próximo ciclo electoral, que se puede abrir más temprano que tarde, será la
hora de la verdad para la izquierda no sometida a los dictados del poder
105
financiero. Incluso puede llegar a gobernar, pero ¿para hacer exactamente
qué? ¿Enfrentarse abiertamente a la troika comunitaria? ¿Políticas
neokeynesianas para estimular el crecimiento económico? Si no tiene claro lo
que quiere y puede hacer, su momento pasará y lo que venga después puede
ser, no la crisis terminal del mal llamado Estado del Bienestar, sino la crisis del
Estado a secas.
Para saber racionalmente lo que se quiere y se puede hacer se necesita
disponer de un buen diagnóstico de la situación, de un buen mapa de lo que
ha ocurrido y de lo que puede ocurrir en el futuro inmediato. El mundo oficial
español, al igual que Unidos Podemos y los independentistas catalanes,
actúan como si la crisis que dio comienzo en 2007-2008 fuera una crisis más
de las diversas crisis periódicas del capitalismo. En consecuencia, sólo hace
falta esperar a que escampe la tormenta. Todo volverá a su cauce en cuanto
se recupere la inversión y la maquinaria económica vuelva a funcionar a todo
trapo. ¿Y si ese fuera un diagnóstico equivocado? ¿Y si esta fuera una crisis
que, como ha dicho y repetido hasta la saciedad Antonio Turiel, no terminará
nunca? ¿Y si todo lo ocurrido desde 2007-2008 no fuera más que el inicio del
colapso de las sociedades occidentales? ¿Qué deberían proponer entonces los
partidarios de la supervivencia y la emancipación?
Manuel Casal Lodeiro, con gran humildad, afirma haber escrito un libro de
divulgación. Y puede que lo sea, pero en todo caso es exactamente el libro
que algunos estábamos esperando desde que estalló la crisis en 2007-2008.
La AIE (Agencia Internacional de la Energía) reconoció en su informe de 2010
que en 2006 el mundo ya había llegado al peak oil o techo de producción del
llamado petróleo "fácil o convencional", que es el 80% del petróleo que
consume el mundo. Si eso es así, entonces está claro que el declive de su
producción va a comportar el colapso de las sociedades industriales, porque
como dijo dos años antes del 11-S el vicepresidente de los EE.UU con Bush
II, Richard Cheney: "El petróleo es la base y fundamento sobre el que se
asienta todo el edificio de la economía mundial". En el mejor de los casos, el
colapso de las sociedades industriales dará paso a una sociedad con un gasto
energético muy inferior al actual, porque las sociedades consumistas y
despilfarradoras no tienen alternativa energética, y las energías renovables
sólo pueden sostener a una sociedad muy diferente de la actual. Por eso es
tan importante leer y debatir el muy oportuno libro de Manuel Casal.
José Luis Gordillo
26/10/2016
Isabel Benítez y Homera Rosetti
Panrico. La vaga més llarga
Edicions del 1979, Barcelona, 2016
106
Reproducimos a continuación el prólogo del libro Panrico. La vaga més llarga,
editado recientemente en catalán y que esperamos que en breve se publique
en castellano.
* * *
Ja no ens alimenten molles, / ja volem el pa sencer. / Vostra raó es va desfent, / la nostra força
creixent.
Ovidi Montllor, “Tot explota pel cap o per la pota”
Entre el inicio de la lucha de Laforsa y el final de los
efectos de la lucha de Panrico pasan cuarenta años. La primera se sitúa en el
momento de máxima expresión de la lucha obrera; la segunda en la
finalización de una etapa de reflujo. La primera, en el inicio del fin del
franquismo; la segunda, en la ruptura con el bipartidismo clásico. La primera,
en el momento de máximas conquista de derechos laborales y la segunda,
acabadas de aprobar las más duras contrarreformas laborales. La primera, la
protagoniza una clase obrera homogénea; la segunda, una clase obrera
atomizada. Estas son las grandes diferencias entre las dos huelgas más largas
de la historia del país en toda una empresa y en un centro de trabajo.
Aunque el contexto político, social y sindical eran bastante diferentes hace
cuarenta años podemos encontrar más coincidencias de las que
imaginaríamos: “O todos o ninguno”, es decir, una visión clara de no sacrificar
107
a nadie para ver si puede continuar el resto, sino que todos luchamos cuando
ataquen a uno; respuesta contundente a través de la huelga indefinida; acción
combinada entre la representación legal (unitaria) y el método asambleario;
red de apoyo externa con la izquierda combativa; cajas de resistencia;
agitación y propaganda más allá de los centros de trabajo. En definitiva,
utilización de los métodos clásicos del movimiento obrero en los conflictos
laborales. Es fundamental analizar algunas de las cuestiones que determinan
el diferente contexto entre ambas luchas. Esencialmente, podríamos hablar de
conciencia política, conciencia de clase y composición de la clase trabajadora.
Difícilmente se puede encontrar otro momento en la historia del país con la
clase trabajadora tan politizada como en 1975, cuando se tenía la visión de
que la acción política podía cambiar la realidad material. En la actualidad
vivimos en uno de esos momentos extraños de la historia en la que “la crisis
se produce cuando lo viejo no acaba de morir y cuando lo nuevo no acaba de
nacer”, que decía Bertolt Brecht; sin querer que se convierta conclusión
gramsciana: “El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en estos
claroscuros surgen los monstruos”. Si bien existe una gran radicalización en
algunos sectores de la sociedad (fundamentalmente entre la pequeña
burguesía y la juventud), la situación de la clase trabajadora es más compleja.
Se ha producido un giro a la izquierda que ha roto con una hegemonía de la
socialdemocracia durante más de treinta años, pero esto no ha significado
una participación masiva del conjunto de la clase trabajadora. Seguramente
en la conciencia y opción política se impone aún querer volver al modelo
económico y social de las últimas décadas y no romper con el régimen y el
proceso político que lo generó.
De hecho, esta visión sobre la posibilidad de volver a la realidad del
posfranquismo y el felipismo está alimentada en buena medida por una falta
de identificación de clase. Más allá de su efecto, deberíamos identificar las
causas de este desarraigo clasista: el ascensor vivido por toda una
generación, que si bien no supone en general cambiar de clase, sí se
transforma en una mejora de las condiciones materiales de vida nunca
conocidas antes. Asimismo, debemos tener en cuenta también la renuncia de
buena parte de la izquierda histórica y de las direcciones de los sindicatos
mayoritarios. No favorece la conciencia de clase que desde las organizaciones
progresistas se contribuya a la confusión usando términos alternativos a
“clase trabajadora”, tales como “precariado”, “clase media empobrecida”,
“extrarradio”, “ciudadanos”... Es muy fácil de entenderlo: una ciudad como
Cornellà no es una ciudad dormitorio sino una población obrera; un operario
de artes gráficas no es “precariado” sino proletariado; quien trabaja cosiendo
en casa para grandes multinacionales del textil es autoexplotada, no
emprendedora. Somos clase trabajadora.
108
Evidentemente, la atomización actual de la clase trabajadora dificulta su
participación en las movilizaciones. Trabajadores y trabajadoras convertidos
en autopatronos como falsos autónomos, contratos administrativos, falsos
becarios, trabajadores y trabajadoras inmigrantes excluidos del permiso de
trabajo, interinos, temporales... Y todo esto en una realidad en la que el
contrato temporal es hegemónico y la contratación indefinida no genera
ninguna seguridad fruto de la existencia del despido libre y de bajo coste. Las
limitaciones actuales a la hora de luchar tienen su origen también (y en gran
medida) en la renuncia de algunas direcciones sindicales. De esto sobre todo
habla este libro: de la clase trabajadora, de sus métodos de lucha, de las
renuncias de las direcciones de los sindicatos mayoritarios.
Para entender por qué las páginas siguientes hablan de luchas combativas y
renuncias sindicales desde una perspectiva de clase, hay que analizar sus
autoras, Isabel Benítez y Homera Rosetti. Ambas mujeres proceden del
periodismo. De lo que hace de su profesión compromiso político, de lo que
hace acción política con el periodismo comprometido. Ambas hace años que
dan apoyo activo a buena parte de las grandes luchas laborales de este país.
Es difícil no encontrarlas en las manifestaciones o grupos de apoyo de los
sectores más combativos del sindicalismo. En este libro también expresan en
buena medida sus modos de hacer: compromiso revolucionario, el rigor en el
análisis, la falta de sectarismo, la visión materialista y el posicionamiento de
clase. No sé porqué tengo la sensación de que no será la última obra que
escribirán juntas. Su humildad y su sinceridad lleva las autoras a definir el
texto como “una historia parcial, apasionada y contada desde abajo”. Le
tenemos que agradecer, tanto a las autoras como la editorial, el interés de
hablar de la clase trabajadora de una manera protagónica en un momento en
que la ideología dominante la sitúa en una posición subalterna, como un
sujeto bufonesco o en un imaginario estereotipado por el consumo y la cultura
de masas.
La obra comienza con una contextualización del conflicto en el momento
económico y social y un análisis profundo de la realidad de los sindicatos
mayoritarios. Nos cuentan como la dirección de la empresa se adapta a
regímenes políticos y tendencias económicas: del colaboracionismo con el
franquismo a dar cabida a un hermano de Artur Mas, pasando por la falsa
modernidad del felipismo; del desarrollismo franquista en la economía
especulativa del siglo XXI. El texto no se construye únicamente de una
manera lineal o a partir de la construcción del antagonismo, sino que se
transforma en una hoja de ruta sobre los métodos tradicionales del
movimiento obrero en las grandes luchas: sindicalismo combativo como
chispa, huelga general, asamblea, traición de la burocracia, caja de
resistencia, autoorganización, extensión del conflicto..., y sobre todo el Comité
de Apoyo. Su existencia suple en buena parte la pérdida de tradiciones en el
109
movimiento obrero con el hilo rojo de las luchas que nunca perdieron las
organizaciones políticas revolucionarias.
La jurisdicción social aparece casi siempre en el conflicto laboral. A veces es
utilizada para evitarlo; en otros es la última barricada de lucha. Hay que
entender que la legislación laboral es la expresión de la correlación de fuerzas
de cada momento cosificado como ley. Las grandes conquistas normativas no
son un regalo del Parlamento ni están relacionadas con el crecimiento
económico; son, normalmente, expresión de cómo las luchas y movilizaciones
determinan la letra de lo que luego las instituciones burguesas concretarán en
forma de ley. En nuestro país, la huelga de la Canadiense o las grandes
movilizaciones de los años setenta determinaron las más importantes
conquistas laborales. En cuanto a los tribunales, hacen un ejercicio
interpretativo de la ley, ahora bien, debemos tener claro que en los grandes
conflictos laborales las sentencias las hacen magistrados y magistradas pero
su ejecución se hará efectiva gracias a la lucha y conciencia de los que
luchan. El mejor ejemplo de esto último puede ser el conflicto de Coca-Cola en
Fuenlabrada: rápidamente se puede encontrar la diferencia que hay entre una
lucha en que las direcciones sindicales no se oponen a la voluntad de los
trabajadores y otra en que hacen de tapón.
La dirección que toma el movimiento sindical es la cuestión fundamental a la
hora de conseguir derrotas y victorias en las luchas laborales. En este libro se
hace un relato comparativo de luchas en que la dirección se ve obligada a
luchar (en el que tiene poco margen para frenar movilizaciones), en la que se
opone pero no lo consigue totalmente y en la que actúa directamente contra
los trabajadores que quieren luchar. La última es la realidad actual de la
dirección de los sindicatos mayoritarios. El sindicalismo de la concertación ha
jugado un papel determinado en las últimas dos décadas, en el que el eje de
la negociación ha sido desregular a cambio de ligeros incrementos
retributivos. Esto ha funcionado parcialmente coincidiendo con una etapa de
crecimiento económico y, en general, bajos niveles de desempleo. La actual
etapa se caracteriza por altos niveles de desempleo y precarización. Mientras
que el Estado y la patronal han roto el Pacto Social, las direcciones sindicales
mayoritarias mantienen un inútil compromiso de concertación. No tiene
sentido cumplir un pacto cuando la otra parte la ha roto.
Más allá del papel de renuncia de las direcciones de los sindicatos
mayoritarios, también hay que analizar porqué puede haber derrotas cuando
tenemos direcciones combativas. Correlación de fuerzas y construcción de un
bloque que vaya más allá de los trabajadores directamente afectados es una
cuestión de mínimos. En el otro extremo resulta también necesario combatir
la argumentación que la lucha no sirve, ya que es falsa y miedosa. No luchar
es una derrota por sí misma, por lo que la movilización consciente y
110
participativa es la única alternativa que tiene el movimiento obrero.
En muchas ocasiones la literatura sobre las luchas del movimiento sindical
muestra sus protagonistas como robots más que como personas de carne y
hueso. No es el caso de este trabajo: las autoras nos muestran una gran
huelga que se vive con mucha intensidad emocional y humana y en la que
encontramos personas valientes que sufren, gozan, tienen miedo y son
superadas por la incertidumbre.
Se cumple casualmente el veinte aniversario de la huelga de los estibadores
de Liverpool: salieron a defender a sus compañeros, no dejaron la huelga y
siguieron en el piquete. Recibieron la solidaridad internacional, que no fue
suficiente, sin embargo, ante la actitud de las direcciones sindicales de fuera
del puerto que los dejaron solos. Aquello fue una derrota, una gran derrota,
pero que ha sido fundamento de muchas pequeñas victorias que llegan hasta
hoy: un sindicato mundial, un local social en Liverpool y la eterna dignidad de
quien protagonizó la lucha. Ni en la huelga de Liverpool ni en la de Panrico se
quiso renunciar a nada y se recibió el apoyo y el acompañamiento de quien
defiende nuestros intereses de clase. El conflicto surge cuando los ricos nos
quieren quitar el pan. Y el mismo año de la lucha de Liverpool murió Ovidi,
aquel que nos cantó en “Tot explota pel cap o per la pota” que “ja no ens
alimenten molles, ja volem el pa sencer” (“ya no nos alimentan migajas,
queremos el pan entero”). Esta es la resistencia ideológica de aquellos y
aquellas que, sin renuncias, han mantenido viva la llama del internacionalismo
y la lucha de clases. De las cenizas siempre se puede esperar una chispa y
será en las pequeñas hogueras donde quemaremos el egoísmo, el
individualismo, la competencia y la explotación... y construiremos un mundo
nuevo donde los hombres y las mujeres sean los únicos dueños de sus
destinos.
Cornellà de Llobregat, septiembre de 2015
Vidal Aragonés
31/10/2016
Javier Pérez Andújar
Diccionario enciclopédico de la vieja escuela
Tusquets, Barcelona, 2016, 477 pags.
Álbum de cultura popular
111
“Si las cuatro provincias de Cataluña fueran los Beatles,
Barcelona sería Paul McCartney, pero tocando con la derecha”.
Es Pérez Andújar un gran retratista del contraste entre la Barcelona céntrica
del diseño y el escaparate y la periférica que echa sus raíces en la gran
emigración de posguerra. En este mundo subalterno fue donde se crió (ver su
magnífica Paseos con mi madre) y donde desarrolló una infancia realmente
feliz (en el sentido de una infancia propia). Y desde ahí nos muestra cómo la
conformación de la identidad está en las cosas, en el trabajo, en la calle, en
los barrios, es decir, en aquello que ha sido negado por un modelo de
desarrollo urbano especulativo y orientado descaradamente hacia el turismo.
Esto —y el escribir en lengua castellana— explica que estemos ante un autor
incómodo para la burguesía y para el nacionalismo locales (como se ha visto
con el intento de boicot a su pregón para las pasadas fiestas patronales de la
ciudad y reproducido en el anterior número de mientastanto.org).
Pérez Andújar nos ofrece aquí un álbum de textos breves (unos publicados en
la prensa o en blogs, otros inéditos) pensado como un bonito juego de
referencias cruzadas con el lector y presentado en el formato de libro más
común en todas las casas (el diccionario enciclopédico), también en las de las
familias menos acomodadas. Es eso coherente con la crítica del libro al
clasismo, empezando por el de los muñidores de un modo elitista de definir lo
que queda dentro y lo que queda fuera de la “cultura”. El autor nos recuerda
que ni siquiera penetró en la literatura de la mano de los grandes del género,
sino a través del tebeo y la novela ilustrada popular, es decir, en un terreno
entre lo popular y lo pop. Y es esta subcultura la que reivindica y tiene más
entrada en las voces de este diccionario (al lado de otras dedicadas al cine o
la música), y no la de la alta cultura que Pérez Andújar conocería
posteriormente en la universidad central de la ciudad que cuenta. Pues, con
todos sus problemas (el tebeo o el cine y la música de masas forman ya parte
de una industria moldeadora de arquetipos sociales), ha tenido una influencia
notable en la educación sentimental y moral de las clases trabajadoras de la
generación llegada a adulta en los años ochenta.
112
Antonio Giménez Merino
23/10/2016
113
En la pantalla
André Téchiné
Cuando tienes 17 años
Francia, 114’, 2016
Para quien firma esta reseña resulta cada vez más peliagudo recomendar
películas que echan en los cines, habida cuenta de la miseria en la afluencia
que se registra en las salas pequeñas o con cabida aún para el cine con
mayúsculas. El pase dominical nocturno de Cuando tienes 17 años (tan sólo
dos días después de su estreno) que toma como referencia el cronista no
registró más espectadores que él mismo...
Y a pesar de la posibilidad de que desaparezca de la cartelera en días, hay
que dejar constancia de la última película del autor de En la boca, no y Los
juncos salvajes, es decir del Téchiné que tan bien sabe tratar el universo de la
adolescencia como territorio de conflictos y de conformación de la identidad
personal. Para ello, cuenta en esta ocasión con la colaboración en el guión de
la directora Céline Sciamma (Water Lilies, Tomboy, Girlhood), especializada en
la conformación de la identidad sexual en la adolescencia. Diferencias de
clase, raza y cultura se funden en este cuadro donde todos los personajes
(hijos y padres) están atravesados por miedos profundos que, de una u otra
manera, tienen su expresión en formas de violencia. Una estupenda metáfora
de la Francia actual.
Antonio Giménez Merino
24/10/2016
Una misionera explica la realidad de la guerra en Siria
114
La hermana María Guadalupe Rodrigo nos cuenta su vivencia personal
durante los primeros años de la guerra en Siria. Grabada en diciembre de
2015, en esta charla nos relata de forma sincera, crítica y directa cómo se
gestó la guerra y el papel jugado por los medios de comunicación
occidentales.
31/10/2016
115
Foro de webs
No al TTIP
http://www.noalttip.org
La web de la campaña estatal #NoalTTIP resulta especialmente útil para la
puesta en común de la información relacionada con el Tratado de Comercio e
Inversiones entre la UE y EE.UU. que se lleva negociando de espaldas a la
ciudadanía desde 2013, así como otros tratados como el CETA
(Comprehensive Economic and Trade Agreement) y el TISA (Trade In Services
Agreement) orientados a profundizar el socavamiento la soberanía de los
pueblos en materia democrática, alimentaria, energética, o medioambiental.
Por tanto, la campaña estatal #NoalTTIP actúa también para detener estos
tratados. Forma parte de la campaña europea, junto con organizaciones del
resto de países de la UE, y la campaña transatlántica, junto con
organizaciones de EEUU y Canadá, que comparten el mismo objetivo.
El lector encontrará en esta web documentos de acceso abierto explicativos
del contenido y alcance de los tratados e información útil sobre las actividades
que se van desplegando a nivel local, estatal y global.
Complementariamente, resulta muy recomendable la visita de la web del
grupo de investigadores y activistas del Corporate Europe Observatory donde
se recoge una amplia información en torno a los intereses en juego en la
negociación de estos tratados, así como su impacto sobre la población y el
medioambiente.
A.G.M.
116
22/10/2016
TTIP leaks - Greenpeace
http://ttip-leaks.org
Página web de Greenpeace en la que pueden consultarse todos los
documentos filtrados por esta organización relativos al TTIP. Debido al enorme
secretismo con el que este tratado se está llevando a cabo, estos documentos
resultan de gran utilidad para poder analizar no sólo qué se esta negociando,
sino qué posibles efectos tendría el tratado para la ciudadanía de Europa y
Estados Unidos.
Además de los documentos filtrados, que pueden encontrarse catalogados en
función de los ámbitos a los que hacen referencia (agricultura, propiedad
intelectual, sanidad, sector público, resolución de conflictos, etc.) la web
aporta noticias novedosas con regularidad respecto al proceso de negociación
de este tratado.
J.R.T
15/10/2016
117
Campañas
En defensa de la dignidad de los pueblos, rechacemos las amenazas,
chantajes e injerencias del Eurogrupo y la Comisión Europea
Para firmar la declaración, pincha sobre la imagen
Ante la servidumbre del gobierno del estado y de los representantes políticos
que negocian y preparan nuevos recortes del presupuesto y el gasto público
en cumplimiento del objetivo de déficit de 2017 dictado por el Eurogrupo y la
Comisión Europea y ante el silencio de quienes miran hacia otro lado, los
abajo firmantes nos dirigimos a la ciudadanía, a las organizaciones políticas,
cívicas y sociales, para:
1. Defender la soberanía y la dignidad de la ciudadanía y pueblos del estado
español ante la brutal presión de la Comisión Europea que amenaza tramitar
la congelación de los fondos estructurales que se envían anualmente al estado
español -lo que significaría una pérdida de más de 1.100 millones de euros- en
caso de incumplirse el recorte de 15.000 millones de euros para alcanzar el
objetivo impuesto de déficit público del 3,1% en 2017 (2,2% en 2018), cuya
concreción debe presentar el gobierno en funciones a Bruselas antes del 15
de octubre.
2. Rechazar la arbitrariedad y el trato desigual que ejercen las instituciones
de poder de la UE entre unos y otros estados de la Unión Europea. Es
intolerable, que en el pasado se omitiesen las sanciones previstas por
incumplimiento de los criterios de Maastricht y del posterior “Pacto de
estabilidad” sobre déficit público y deuda, a estados como Francia y Alemania
que los incumplieron reiteradamente en 11 y 5 ocasiones respectivamente,
mientras a estados como Grecia se le ha sometido y castigado con las
medidas recogidas en el último memorándum provocando un inmenso dolor
social, la quiebra del estado y obstruyendo la salida efectiva de la crisis
económica. Nos oponemos firmemente contra la arbitrariedad de aplicar a
118
nuevos castigos a las ciudadanías y pueblos de España y Portugal, como del
resto de la UE.
3. Rebelarse contra las políticas fracasadas de ajuste y austeridad que impone
las instituciones de la Unión Europea, a pesar del desastre social, del aumento
de la injusticia y la desigualdad que han provocado, del estancamiento y
riesgo de caer en crisis económicas más profundas, de la crisis política que se
extiende por doquier, con la creciente deslegitimación de las instituciones de
representación y gobierno en los estados que componen la UE, y el creciente
y transversal euroescepticismo hacia el mismo proyecto de la Unión Europea.
Cuando los que detentan el poder real en la UE, no quieren escuchar la voz de
protesta e indignación de los ciudadanos/as, subestiman las consecuencias de
la decisión de la ciudadanía del Reino Unido de abandonar la UE, permanecen
insensibles ante las críticas y cuestionamientos de sus políticas económicas
neoliberales que expresan un creciente número de economistas de prestigio
internacional, incluso de las opiniones e indicaciones de instituciones como el
FMI, los pueblos de los estados de la Unión Europea deben decir basta y
tomando ejemplo del Reino Unido romper las cadenas que nos condenan a un
futuro sin esperanza.
Por consiguiente, llamamos a la ciudadanía, a los trabajadores/as, a las
organizaciones sociales, cívicas y políticas del conjunto de pueblos del estado
español a luchar contra el diktat insultante, irracional e injusto del Eurogrupo
y la Comisión Europea, a movilizarse para presionar al gobierno en funciones
para que no aplique servilmente los recortes presupuestarios y del gasto
público que se derivan de tal imposición, a interpelar a las representaciones
parlamentarias para que no legitimen con su participación y firma acuerdos
que traicionan los intereses y soberanía de los pueblos del estado español.
Es hora de decir ¡Basta! a la injusticia, la arbitrariedad y la traición a la
soberanía popular.
Defendamos nuestra dignidad rompiendo con los tratados que nos esclavizan,
derogando el art. 135 de la Constitución española, y avanzando en la
recuperación de la soberanía popular.
Octubre de 2016
11/2016
Exposición sobre los aviadores de la IIª República en Sant Boi de
Llobregat
119
10 septiembre 2016 - 18 diciembre 2016
Sant Boi de Llobregat
El Museo de Sant Boi de Llobregat alberga una exposición sobre la “Gloriosa”,
las Fuerzas Aéreas de la República Española (F.A.R.E.) organizada por A.E.N.A
y la A.D.A.R (Asociación de Aviadores de la República) con un total de 25
plafones explicativos a todo color y todo lujo de detalles. La exposición
empezó el pasado 10 de Septiembre y acabará el próximo 18 de Diciembre de
2016.
120
La exposición trata sobre los
antecedentes de la aviación republicana a la guerra, donde se cita entre
muchos otros al ingeniero y piloto español, fusilado por los mal llamados
“nacionales” a inicios del conflicto en el verano de 1936 en el Norte de África,
Virgilio Leret quien inventó y patentó un prototipo de lo que hoy llamaríamos
“motor a reacción”. A continuación trata del conflicto propiamente dicho, las
divisones del espacio aéreo durante la guerra, dónde y cómo enviaban a los
pilotos a su formación ultrasecreta ya fuese en Francia o en la misma Unión
Soviética, menciones especiales a las escuadras preparadas para los vuelos
nocturnos. Y ya para acabar, el papel de la Asociación de aviadores y su
evolución desde la postguerra hasta el día de hoy, pasando por los
importantes años de la transición y los primos 80, siendo los aviadores
republicanos los primeros miembros del
Ejército Popular de la República en
ser reconocidos nuevamente en España como ex-militares y
ex-combatientes. Aéreas de la República Española (F.A.R.E.) organizada por
A.E.N.A y la A.D.A.R (Asociación de Aviadores de la República) con un total de
25 plafones explicativos a todo color y todo lujo de detalles. La exposición
empezó el pasado 10 de Septiembre y acabará el próximo 18 de Diciembre de
2016.
121
A la exposición y sus magníficos plafones, le
acompañan varias vitrinas ya sea con documentación y manuales de piloto
originales de los años 1937-38, maquetas hechas a mano de muchos de los
modelos, tanto del bando republicano como de los rebeldes fascistas, de los
aviones de la guerra con especial cariño los modelos de Polikarpov I-15 o I-16,
los famosos “Chatos” y “Moscas” que fueron la espina dorsal del esfuerzo
aéreo de las F.A.R.E. durante el conflicto. Y un mini-documental de apenas 10
minutos de duración donde se ven entrevistas a algunos de los aviadores de
la república recordando los tiempos de la guerra.
Para más información, horarios y dirección, consulten la web del Museu de
Sant Boi en el siguiente enlace: Exposició Aviadors de la República.
122
Y precisamente en Sant Boi, hace 40 años, se hicieron las primeras reuniones
de los aviadores y miembros de las F.A.R.E. para constituirse como asociación
en la naciente democracia al morir Francisco Franco. Es por ello, que la
A.D.A.R celebrará un encuentro en Sant Boi de Llobregat para
conmemorar estos 40 años, el próximo 12 de Noviembre con una serie
de actos insitucionales y el descubrimiento de una placa conmemorativa, así
como una comida de hermandad en el Hotel Castell de Sant Boi.
[Fuente: Nou Treball]
Jorge Torres
1/10/2016
123
De otras fuentes
Agustín Moreno
TTIP, CETA, TISA y educación: un territorio para el saqueo
Hace tiempo que el neoliberalismo ha puesto los servicios públicos en el punto
de mira de sus objetivos estratégicos. Cada vez que las instituciones
internacionales encargadas de impulsar el capitalismo global han abordado un
nuevo marco de acuerdo de liberalización, intentan convertir la educación, la
sanidad y otros servicios públicos fundamentales en simples servicios
susceptibles de ser privatizados. Es la vía para aplicar lo que David
Harvey llama “la acumulación por desposesión” y que no es otra cosa que
privatizar lo público para mayor gloria de los beneficios empresariales. Al
considerar los servicios esenciales para la comunidad una mercancía, se
convierten en un puro negocio. Pero hay algo más grave aún, como bien
dice Adoración Guamán, se produce un asalto de las multinacionales a la
democracia.
Sucesivas oleadas liberalizadoras del comercio y las inversiones han sido
detenidas por la resistencia de los pueblos y los movimientos sociales o bien
han fracasado por la contradicción de intereses entre los diferentes países. Así
pasó con diferentes iniciativas de la OMC como el Acuerdo Marco de
Inversiones (AMI) a nivel mundial o con la Directiva Bolkenstein en la Unión
Europea (UE). Pero cuando se han impuesto estos tratados de “libre comercio”
sus demoledores efectos no han tardado en dejarse sentir. El capitalismo
persigue el máximo beneficio, ese es su objetivo fundamental. Llevado al
paroxismo, el sistema hace que la riqueza se concentre en el 1% y haya un
empobrecimiento generalizado en sectores del resto de la población.
Desde 2013 se viene negociado el Tratado Transatlántico de Comercio e
Inversiones (TTIP) entre la UE y Estados Unidos, así como el CETA, entre la UE
y Canadá y el TISA, centrado en los servicios. Es una negociación rodeada de
secretismo y total opacidad para hurtar a la ciudadanía lo que está en juego.
Sus objetivos declarados son maximizar los intercambios comerciales entre
los bloques económicos y potenciar la presencia de inversiones extranjeras.
Para ello se pretende abordar las reglas de acceso al mercado, suprimiendo
aranceles y liberalizando servicios; establecer las normas de cooperación
reguladora y fijar mecanismos comunes de solución de las diferencias entre
los Estados y los inversores. Esto último impediría la reversibilidad las
privatizaciones realizadas por un gobierno que quisiera ejercer su soberanía y
cumplir su programa electoral. Los negociadores norteamericanos exigen una
mayor liberalización de los servicios y la disminución de las normas europeas
y de los Estados miembros para que sus empresas multinacionales puedan
124
entrar a hachazos en el mercado europeo.
Los conceptuados como “servicios” suponen dos tercios del PIB mundial.
Desde el punto de vista de la educación, lo que más puede afectarle son los
mecanismos para la desregulación de servicios del TTIP y CETA. Según la
UNESCO, la educación es un tesoro fabuloso que se cifra en 2 billones de
dólares al año. De ahí el interés económico para el capitalismo y sus empresas
que no están dispuestas a renunciar a un suculento pastel.
Esta política de privatización de lo público para convertirlo en un nicho de
negocio del capital financiero es una irresponsabilidad desde el punto de vista
social y del interés general de los pueblos. La educación es un servicio
fundamental, un derecho constitucional y un bien público. Pocas inversiones
son más rentables social y económicamente. Además, todo lo que se invierte
en educación-prevención se ahorra en reinserción o intervención en daños. En
España estamos sufriendo una privatización de la educación que hace que
seamos el tercer país de Europa (tras Bélgica y Malta) en presencia de
enseñanza privada y concertada. Ello hace que cada vez se cuestione más si
tiene sentido ahora la escuela concertada. Precisamente estos tratados de
liberalización de los servicios servirían como excusa para intensificar el
proceso privatizador. La derecha los aprovecharía para ir más lejos evitando el
coste político. Quizá por ello, y a diferencia de otros gobiernos europeos como
Francia, el de Rajoy no ha intentado condicionar dichos acuerdos: una de las
pocas condiciones que ha puesto es que se asegure la solvencia financiera de
las universidades y empresas que vengan a instalarse en España.
En Europa se están movilizando contra los tratados. Destacan las grandes
manifestaciones de Alemania del 17 de septiembre, con cientos de miles de
personas. Esta semana se desarrolla una movilización contra estos tratados
en España convocada por organizaciones de la sociedad civil, ecologistas,
ONG de desarrollo, campesinas, políticas y sindicales. El próximo 15 de
octubre se han convocado manifestaciones en dos decenas de ciudades
españolas coincidiendo con el Día Internacional contra la Pobreza; también
hay convocatorias en otras ciudades francesas. Los motivos están claros: “No
a la pobreza, no a la desigualdad, soluciones con derechos: No a los tratados
CETA, TTIP y TISA”. Lo que está en juego y las razones de la movilización se
resumen muy bien por diferentes activistas en un magnífico vídeo (ver
abajo) elaborado para la ocasión. Si no queremos que las personas, el
medioambiente, la democracia y la soberanía de los pueblos sean relegadas a
los intereses económicos de las grandes corporaciones, hay que salir a la calle
para frenar esta agresión que, de aprobarse, solo traerá más pobreza, más
desigualdad y más autoritarismo.
125
[Fuente: Cuarto Poder]
12/10/2016
César Arenas
Si CCOO no se reinventa, se la llevará el viento de la historia
La victoria del Partido Popular, en las elecciones generales de 1996, coincidió
con el inicio de un ciclo financiero expansivo, que se prolongó hasta 2007 y
que tuvo como correlato, un largo período de paz social. Sin embargo, esa
prosperidad resultó ser un espejismo, donde el endeudamiento generalizado
ocultaba el aumento de la desigualdad, la pobreza y la temporalidad. Además,
la desmovilización que siguió a la victoria ideológica del neoliberalismo,
deterioró aún más el tejido asociativo del país.
La llegada de la crisis, en 2008, no hizo sino acelerar dichas tendencias,
provocando, de paso, que las estructuras sindicales fueran percibidas como
cómplices del deterioro de las condiciones de vida y trabajo de la mayoría de
la población. Así lo señalan las encuestas realizadas al conjunto de la
ciudadanía, en las que las organizaciones sindicales aparecen como una de
las instituciones peor valoradas y también las que responden los trabajadores
asalariados que suspenden, igualmente, la labor realizada por los sindicatos
en la empresa.
Dicho desprestigio se refleja igualmente en la caída afiliativa, en el
envejecimiento acelerado de dicha afiliación (de casi 5 años desde el 2000) y
en una mayor rotación (el 44,9% causa baja antes de tres años) que revela el
carácter instrumental de la vinculación con el sindicato. Caída también del
número de delegados, especialmente jóvenes, que el sindicato achaca a un
elevado nivel de desempleo y precariedad, aunque debiera parecer obligado
126
analizar por qué tiene que haber, necesariamente, una menor intervención
sindical cuando, precisamente, las condiciones de los trabajadores son peores.
El desprestigio de los sindicatos, no ha impedido, sin embargo, una oleada de
movilizaciones (Huelgas Generales, 15M, Marchas por la Dignidad), alentadas
por la propia emergencia social, que, sin embargo, no consiguieron que se
revirtiesen contrarreformas que han terminado por provocar una catástrofe
social: aumento del paro (50% de los jóvenes), precarización del mercado
laboral y deterioro del poder sindical en las empresas.
Esa debilidad en la correlación de fuerzas, que se traduce, por ejemplo, en
una tendencia descendente desde el inicio de la crisis, en el número de horas
perdidas por huelgas, trajo como consecuencia el desplazamiento progresivo
de la resistencia, desde los centros de trabajo a los espacios ciudadanos, en
un proceso de radicalización social, que se tradujo más tarde en radicalización
política, como prueba el giro a la izquierda en el auto posicionamiento del
electorado y el avance electoral de la suma de IU y Podemos.
La radicalidad de la movilización se manifestó de forma más intensa en
sectores como sanidad y educación, que adoptaron formas de acción influidas
por el espíritu del 15M (Mareas), lo que explicaría el giro a la izquierda en las
EESS de la enseñanza pública, que CCOO, y por supuesto UGT, no habrían
sido capaces de cabalgar de forma generalizada.
Por su parte, las direcciones confederales de CCOO y UGT, que habían
conseguido con las huelgas generales de 2010 y 2012 retomar su liderazgo
social, cuando constataron que la movilización no había logrado debilitar la
ofensiva neoliberal, volvieron a apostar por el modelo de respetabilidad
institucional y diálogo social. Sin embargo, la misma brutalidad en la
imposición de políticas regresivas de gobiernos presionados por el poder
económico, trajo consigo el fracaso del diálogo social como marco para
establecer políticas compartidas y equilibradas frente a la crisis. De hecho, los
últimos Gobiernos del PSOE y el PP han legislado para favorecer la
devaluación salarial, la destrucción de empleo y el incremento de la
desigualdad social.
Ha sido el largo ciclo electoral de 2015 y 2016, el que ha terminado de
demostrar que el consenso social que salió de la Transición estaba
definitivamente roto, no sólo por la corrupción de las élites sino también por la
hartura de la ciudadanía con décadas de precarización, de aumento de las
desigualdades y de quiebra de las expectativas de un futuro mejor (“No
somos mercancía en manos de políticos y banqueros” se decía en el 15M).
La crisis del régimen de la Transición coincide, además, con una ruptura
127
generacional, al repercutir el capital financiero en los jóvenes el coste de la
crisis, a la vez que culpabilizaba a los trabajadores con derechos de tener
condiciones de “privilegio”, frente a aquellos a los que el propio capital se los
estaba negando.
Ha sido precisamente la hegemonía del pensamiento neoliberal, la que ha
provocado la ruptura entre ambos colectivos. Las condiciones precarias en las
que se insertan los jóvenes están provocando que el trabajo pierda para ellos
centralidad social, y en consecuencia también la pierda el sindicalismo, que,
sin embargo, no es sustituido por otras formas de organización estable. La
precariedad, el miedo al desempleo y la represión patronal impiden a muchos
jóvenes sindicarse en organizaciones que, por otra parte, no han sabido
transformarse para acogerlos en las condiciones concretas en las que les ha
tocado socializarse.
Rota la identificación con un proyecto del conjunto de la clase trabajadora, los
jóvenes activistas perciben a los sindicatos como estructuras que emanan del
consenso del 78 y por ello como rémoras para la movilización. Hay que tener
en cuenta que no ha sido infrecuente que los sindicatos tolerasen la
precarización de las nuevas incorporaciones a la empresa, siempre que la
plantilla ya existente mantuviese sus condiciones salariales y de estabilidad.
Como prueba de dicha ruptura podemos constatar que la afiliación a los
sindicatos se concentra entre quienes tienen edades avanzadas, entre los
trabajadores fijos y a jornada completa. Sin embargo, la tasa de afiliación es
escasa entre jóvenes, precarios, inmigrantes, no cualificados, subcontratas y a
tiempo parcial.
El espacio en el que se organizan las generaciones más jóvenes, en especial
los hijos de trabajadores estables con alto nivel de formación, ha sido ocupado
por movimientos sociales con una gran capacidad de reacción y movilización,
pero grandes dificultades para estructurarse de manera estable.
Esa ruptura entre colectivos de una misma clase trabajadora tiene reflejo en
los propios resultados de las elecciones sindicales, donde crecen las llamadas
candidaturas de los “otros”, fruto, en parte, de la fragmentación de la clase
trabajadora (entre activos y parados, funcionarios y laborales, fijos y
precarios, empleados de la empresa matriz y de las subcontratas, hombres y
mujeres, españoles y extranjeros). El menor sentimiento de pertenencia a un
proyecto común llevaría a algunos colectivos a distanciarse de los procesos
sindicales o a apoyar a sindicatos corporativos, que representarían lo más
cercano, en la pelea por repartirse un bien escaso.
A ese menor sentimiento de pertenencia contribuiría que, una parte del
128
movimiento sindical y de la izquierda en general, haya creado un imaginario
en el cual” clase obrera” se identificaba con lo que sólo es una parte reducida
de la clase trabajadora: los obreros fabriles.
En esas condiciones, el sindicato corre el riesgo de dejar de ser una
organización de clase, con un proyecto común para todos sus colectivos, para
pasar a ser una organización de defensa de determinadas fracciones de
trabajadores, precisamente las más estables y de mayor edad.
La crisis de legitimidad que sufre el sindicato se ha manifestado, en el interno
de la Confederación, en la proliferación de Gestoras y Direcciones
Provisionales a lo largo y ancho del país, tal vez en un intento de evitar que la
desafección se convierta en oposición organizada.
Además, el estrangulamiento económico de CCOO, al que ha contribuido
también la caída afiliativa, se ha traducido en EREs en casi la totalidad de las
estructuras y en el progresivo cierre de los FOREM y de numerosas sedes de
estructuras de base.
Esa misma situación económica ha influido en la política de fusión entre
Federaciones, que sin embargo está produciendo efectos distintos a los
proclamados, ya que conlleva pérdida de efectivos en las estructuras más
cercanas a los trabajadores, mayor corporativismo y mayor poder de las
cúpulas de las grandes Federaciones, en detrimento del aspecto socio político
del sindicato.
Por otro lado, la afiliación se ha visto sorprendida por escándalos como el de
las tarjetas Black o los complementos salariales de COMFIA, frente a los que la
reacción fue torpe y tardía.
En esas condiciones, de divorcio entre el discurso y la práctica, tanto el código
ético, que quiso responder, con tanta rotundidad al escándalo de los
sobresueldos a dirigentes de la antigua federación de banca, que Ignacio F.
Toxo aseguró que “CC OO se reinventa o se la lleva el viento de la historia”,
o la actual campaña por “repensar el sindicato”, impulsada por la dirección
confederal, pueden terminar pareciendo meras operaciones estéticas.
Eso hace imprescindible la extensión de un movimiento transversal, dentro
del sindicato, que ponga en marcha un proceso de regeneración democrática,
frente a quienes podrían estar deshaciendo el trabajo que la mayoría
construye de forma esforzada y honesta.
Todo esto sucede en pleno proceso de empobrecimiento del país, condenado
al subdesarrollo político, económico y social, en la periferia de una Europa
129
alemana, con un modelo en el que sólo puede haber menos democracia y
sindicatos en un papel subalterno, en un círculo vicioso de derrota sindical,
desprestigio social, caída afiliativa, retrocesos electorales y dificultades para
el relevo generacional.
Es cierto que estos últimos tres años, la ilusión creada por el proyecto de
asalto a las instituciones, tomó el relevo a la movilización social. Sin embargo,
aunque la máquina electoral pueda llegar a triunfar, en Grecia aprendimos
que tener el gobierno no significa tener el poder, y por lo tanto el sindicato
debe mantener la autonomía respecto a las instituciones.
Sin embargo, ahora el escenario más previsible es el de una nueva recesión
que legitime las apremiantes exigencias de la Troika para nuevas vueltas de
tuerca al modelo social. En ese escenario, que los partidos del Régimen están
siempre dispuestos a consentir, el conflicto de clase sólo puede acrecentarse,
y eso abre la posibilidad de que, las generaciones que en él se socialicen,
puedan incorporarse al sindicalismo desde una inserción conflictiva en la
precariedad.
Justamente el movimiento sindical francés ha optado por canalizar la
explosividad social como una vía posibilista para evitar su desaparición. Una
opción más realista que la de instalarse en la melancolía y esperar que, por sí
solos, los poderes económicos decidan restaurar un nuevo equilibrio, en el
que los sindicatos vuelvan a colocarse en el centro del terreno juego. Porque
la salida a la profunda crisis de legitimidad de la Segunda Restauración
dependerá mucho de la movilización social y sin ella probablemente se
impongan medidas regresivas y el triunfo de una sociedad más desigual y con
menos democracia.
Por eso, en un momento de aceleración del tiempo histórico, parece
imprescindible debatir qué papel queremos que cumpla el sindicato. La
izquierda sindical, pero también la política y social, deberían apostar por un
sindicato combativo, como el mejor marco posible para establecer alianzas
entre los trabajadores estables y los trabajadores jóvenes y precarios. Una
alianza que pasa por construir identidades de clase también en el ámbito
local, en barrios y ciudades, impulsando igualmente nuevos espacios de
representación que integren a los trabajadores subcontratados, de manera
que se active una comunidad de intereses, que pueda sindicalizar a los
trabajadores más precarizados de una comunidad de trabajo, y se impulsen,
de forma prioritaria, iniciativas de reparto del empleo, que puedan ser vistas
como inclusivas por las generaciones precarizadas.
Hay que debatir también que aportaría CCOO a la construcción de una
mayoría social que unifique a los damnificados por la crisis. CCOO puede
130
aportar, por ejemplo, muchos miles de delegados, afiliados y dirigentes
sindicales, que rompen el bucle cuando se enfrentan al retroceso en derechos
y condiciones de vida, pegados a sus compañeros, porque, entonces sí, los
trabajadores se reconocen en ellos. Luchas contra los cierres y la
deslocalización, o por el derecho de huelga, sirven además como catalizador
en las relaciones entre sindicalismo y acción política (Coca-Cola o Airbus son
casos emblemáticos) El sindicato sería también el mejor marco para
establecer alianzas entre los colectivos de la clase trabajadora con mayor
nivel de instrucción (radicalizados al ver frustrados sus proyectos de vida) y
los grupos menos cualificados por el sistema educativo.
El sindicato podría pues ser punto de encuentro, parte de un tejido social
denso, parte de lo que podría empezar a ser la unidad popular por la base, y
parte, también, de ese marco simbólico del relato de unidad que necesita la
clase trabajadora.
Pero para empezar a recorrer ese camino se debe empezar por escuchar a los
trabajadores, apoyar las resistencias que se vayan organizando y, cuando sea
posible, generalizarlas, construyendo un discurso alternativo sobre las causas
y salidas de la crisis, que sitúe el conflicto capital-trabajo en el centro del
tablero, y la recuperación del empleo y los derechos laborales como objetivo
prioritario. Para así, apostando por la movilización y por un relato alternativo,
que confluya con la izquierda social y política, empezar a empoderar a la clase
trabajadora en una expectativa de cambio.
César Arenas es profesor de secundaria y afiliado a CC.OO.
[Fuente: ctxt]
24/8/2016
Alejandro Torrús
"El Estado español se pasa por la entrepierna lo que haga falta para
defender al franquismo"
131
Gerardo Iglesias tomó ayer, por el martes, la medicación suficiente como
para poder pasar una hora en un juzgado de Oviedo relatando las atrocidades
que tanto él como su familia sufrieron durante la dictadura y que denunció
ante la Justicia de Argentina. Ha sufrido hasta cinco operaciones en su
columna vertebral que le han dejado un dolor crónico. Sin embargo, merecía
la pena. Era un paso más, dentro una larga marcha, para acabar con la
impunidad franquista. "Tenían que tomarme declaración en casa, pero
no tienen dignidad. Ya sabemos en qué país estamos" , dice
Iglesias. Pero, finalmente, tampoco fue el día.
Apenas unos minutos antes de que comenzara su declaración, la jueza
informó a Iglesias y su letrada, Ana Messuti, de que la declaración quedaba
suspendido a petición de la Fiscalía, que el pasado 30 de septiembre envió
una instrucción de obligado cumplimiento instando a que se suspendieran
todas las declaraciones solicitadas por la justicia de Argentina, que instruye la
única causa judicial que investiga la dictadura franquista. "No me ha
sorprendido, pero me ha indignado mucho. No esperaba esto después de
haberme citado, pero ya conocemos la postura del Poder judicial y del
Gobierno", prosigue.
La situación es grave. En aplicación de esta instrucción no sólo serán
suspendidas las declaraciones de las víctimas sino también la de los altos
cargos del franquismo que han sido imputados en Argentina, entre los que
se encuentran los exministros Rodolfo Martín Villa y José Utrera Molina (suegro
de Gallardón). Primero, la Justicia española denegó la extradición, después fue
132
el Gobierno y ahora es la Fiscalía la que pide suspender el proceso apelando a
(sorpresa) la Ley de Amnistía, la prescripción de los hechos
denunciados y a la Transición.
"El Estado español está enfermo de franquismo. Ni siquiera se ha condenado
formalmente el golpe militar ni la dictadura. No podemos sacudirnos el
lastre de la cultura franquista, entre otras razones, porque los franquistas
siguen dentro del Estado. Impregnan todo. Y el Partido Popular se niega a
rechazar la dictadura. Ni siquiera se condenan los actos de exaltación del
franquismo", prosigue el fundador de IU, que ha sufrido torturas, detenciones
y cárcel durante la dictadura.
Los letrados de la querella argentina no tienen dudas de que el motivo que
hay detrás de la instrucción de la Fiscalía no es la declaración de Gerardo
Iglesias y sí los exhortos que pedían a la Justicia española que tomara
declaración a los 19 franquistas. Muchas de estas órdenes ya estaban en sus
correspondientes juzgados y muchas de ellas ya han sido devueltas, como ha
sido el caso de los juzgados de Valencia. Otro caso curioso se da en los
juzgados de Oviedo, donde había dos exhortos: uno, que pide la declaración
de Iglesias por las torturas que sufrió por, entre otros, el
policía Pascual Honrado, y, otro, para tomar declaración indagatoria al
mismo policía por sus torturas. Ahora, ninguno de los dos declarará. Al menos,
de momento.
"Esta jugada de la Fiscalía se debe a la intención de la jueza de tomar
declaración a altos cargos franquistas. El Gobierno quiere evitar que gente
como Martín Villa tenga que entrar a un juzgado a declarar ", señalan
fuentes del equipo jurídico de la querella argentina a Público.
Para Gerardo Iglesias, que lleva desde los 15 años en el PCE y lleva en su ADN
la lucha contra el franquismo, lo sucedido ayer, por el martes, y la instrucción
ordenada desde la Fiscalía es "una tomadura de pelo". Pero tiene más
maneras de describirlo: "auténtico cachondeo", "impunidad llevada al
infinito", "desprecio a la ley", "descaro autoritario" y un largo etcétera que
se resume en la siguiente frase: "El Estado español se pasa por la entrepierna
lo que haga falta para defender al franquismo. Ya sean los tratados
internacionales que ha suscritos o sus propias leyes. Lo que haga falta", incide
Gerardo Iglesias.
El colmo "de la desvergüenza", para Iglesias y sus letrados, ha sido que no
han podido tener acceso a la instrucción de la Fiscalía, ya que debían
presentar la petición por escrito y esperar. A locos pocos minutos, sin
embargo, la agencia de noticias EFE ha publicado los detalles y ha señalado
que ha tenido acceso a la instrucción. "¿Pero qué humillación es esta?", se
133
preguntan desde el equipo de letrados de la querella argentina.
Por su parte, Gerardo Iglesias dice no perder la esperanza y estar
convencido de que las batallas por la dignidad y por los derechos humanos
siempre se ganan. "España ganará su batalla contra la impunidad de
franquista. No sé si yo lo veré, me gustaría, pero se ganará. Este país no
puede crecer bajo cientos de miles de cadáveres y sin que la sociedad no
conozca ese período de la historia de España. Primero, el levantamiento
militar; después, la Guerra y, por último, la dictadura sangrienta.No tengo la
menor duda de que se acabará resolviendo. Lo lamentable es que se
tarde tanto", concluye el autor de libros como Maquis y La amnesia de los
cómplices.
[Fuente: Público.es]
5/10/2016
Owen Jones
El autoritarismo de Hungría podría augurar el futuro de Europa
Hungría está en peligro mortal y su supervivencia determinará el futuro de
nuestro maltrecho continente. Este fin de semana, el principal diario de la
oposición —imagínense un Guardian húngaro— fue cerrado por sus
propietarios tras seis décadas de existencia. Su archivo digital desapareció de
la red; se dejó a sus trabajadores fuera de la oficina y no fueron capaces de
acceder a sus correos.
Públicamente se ha presentado como una decisión comercial: en la cada vez
más represiva sociedad húngara, existe un cinismo generalizado sobre tal
argumento. Era un periódico que osó desafiar al gobierno, ya fuese en
cuestiones políticas, de corrupción o por sus ataques contra la democracia.
El autoritarismo populista de derechas está barriendo el mundo occidental:
Hungría es un ejemplo destacado. Todos sabemos que la historia ha dado un
giro después de la crisis financiera de 2008: estamos empezando a ver lo
afilado de ese giro. Desde el movimiento independentista escocés a Podemos
en España, de Donald Trump al Frente Nacional de Francia y la extrema
derecha de Hungría, del ascenso de Bernie Sanders y Jeremy Corbyn a Syriza
en Grecia: acaba de empezar una lucha dolorosa por el futuro de Occidente.
El primer ministro húngaro, Viktor Orbán —cuyo partido derechista alcanzó el
poder en 2010— lo reconoce. Su principal lección de 2008 es que “los Estados
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democráticos liberales no pueden seguir siendo globalmente competitivos”.
Orbán ha comprometido su gobierno a la construcción de una “democracia no
liberal”, y está cumpliendo su palabra.
Otros tienen descripciones más duras. El disidente húngaro Gáspar Miklós
Tamás acusa al gobierno de “mearse en el status quo liberal” en favor del
“posfascismo”.
El poeta húngaro-británico George Szirtes lo sabe todo sobre represión. Su
madre era fotógrafa, su padre, un alto funcionario ministerial y ambos
huyeron después de que la Unión Soviética machacase la revolución húngara
en 1956. “La democracia húngara está en peligro”, me contó. “Nos dirigimos
hacia una situación putiniana”. Como indica Lydia Gall, de Human Rights
Watch: “Lo que hemos visto en los últimos seis años es, básicamente, un
deterioro continuado del Estado de derecho y de la protección de derechos
humanos”.
En 2010 y 2011, Hungría aprobó una serie de leyes que fueron condenadas
por Amnistía Internacional como “amenaza al derecho a la libertad de
expresión”. Los medios de comunicación húngaros debían registrarse ante
una autoridad nacional. La emisora Klubrádió —crítica con el gobierno— se
convirtió en una de sus víctimas. A finales de 2011, las autoridades decidieron
no conceder la licencia de emisión a Klubrádió, forzándola a una larga batalla,
aunque finalmente ganó la emisora.
Este gobierno autoritario ha modificado la Constitución en varias ocasiones:
un cambio estableció discriminación contra la comunidad LGTB definiendo la
familia como una unidad “basada en el matrimonio de un hombre y una
mujer, o una relación por línea de sangre o tutela”. De hecho, a principios de
este año, Hungría bloqueó un acuerdo europeo para prevenir la discriminación
contra la comunidad LGTB.
Otros cambios han atacado la independencia judicial y las libertades
religiosas. Instituciones públicas clave, tales como la oficina del fiscal general
y el tribunal constitucional, se han quedado de facto a cargo del partido en el
gobierno. “Estas son instituciones que deberían ejercer de vigilantes sobre el
gobierno”, señala Gall. Existe una creciente atmósfera de intolerancia en este
país, acusando a aquellos que disienten de traidores y cómplices del
terrorismo. Peor todavía, uno de los principales partidos de la oposición es
Jobbik, un partido antisemita y neofascista con una rama paramilitar.
El papel de Hungría en la crisis de refugiados europea ha sido espantoso,
provocando al ministro de Exteriores de Luxemburgo proponer su expulsión
de la UE por tratar a los refugiados “peor que los animales”. El año pasado, el
135
país declaró el estado de crisis y construyó una valla con la intención de
contener a los refugiados en Serbia. Las gente que ya ha huido de la violencia
está siendo supuestamente perseguida por perros y golpeada.
¿Y qué ha hecho la Unión Europea? Hungría es, después de todo, dependiente
de la asistencia económica de la Unión. El Artículo 7 del Tratado de la Unión
Europea existe para sancionar a los Estados miembros que violen sus normas
e incluye la suspensión de sus derechos de voto. La Comisión Europea ha
hecho cada vez más difícil reclamarlo y el año pasado el Parlamento Europeo
desechó una propuesta para invocar el Artículo 7, o al menos para activar un
mecanismo de advertencia.
Cuando el gobierno de Hungría impuso la prejubilación masiva de jueces
veteranos en favor de reemplazos más maleables, la Unión Europea tomó
medidas —pero solo basándose en la discriminación por edad. Hungría fue
multada y forzada a pagar una compensación económica a aquellos
afectados— pero aun así logró su objetivo. Un reciente referéndum propuesto
por el gobierno para oponerse a los planes de la UE sobre el asentamiento de
refugiados fracasó por la insuficiente participación pero desató una retórica
inflamable, racista y xenófoba.
La situación de Hungría tiene ecos alarmantes en la historia de Europa: pero,
horriblemente, podría augurar también nuestro futuro. En lugar de sentirse
repelidos, una nueva generación —incluidos graduados universitarios— se
sienten cada vez más atraídos por la extrema derecha. Polonia también está
en manos de una derecha autoritaria que socava la democracia difícilmente
ganada en el país. Sin consecuencias significativas, estos gobiernos se sienten
cada vez más animados. En Austria, la extrema derecha se acerca al poder;
en Francia, se fortalece; en Suecia y otros países, también.
La cura para tales movimientos es una izquierda que ofrezca una alternativa
inspiradora y pertinente para las inseguridades y ambiciones del mundo
poscrisis. No tenemos eso todavía, pero no es excusa para la apatía. Y
nosotros en Gran Bretaña no podemos, engreídos, condenar a Hungría, por
supuesto: desde la votación del Brexit, el nacionalismo xenófobo ha desfilado
desafiante. Nuestra primera ministra condena a sus rivales políticos por
mostrar desprecio al patriotismo; esta semana, tanto el periódico Daily Mail
como el Daily Express imprimieron portadas espeluznantes pidiendo condenar
a los “Brellorones [llorones del Brexit] antipatriotas” por “conspirar para
subvertir la voluntad del pueblo británico” y pidiendo silenciar a “los quejicas
de la salida de la Unión Europea”.
Cada vez es más común en la Europa moderna que los oponentes políticos
sean retratados como antipatriotas de la quinta columna. La historia de
136
nuestro continente nos cuenta donde puede ir esto a parar. Hungría es quizá
el caso más extremo, un concentrado de en lo que se está convirtiendo
Europa. Es una advertencia a la que deberíamos atender.
[Fuente: eldiario.es. Traducido por Javier Biosca Azcoiti]
16/10/2016
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