III Domingo de Adviento. Forma extraordinaria del Rito Romano. Sugerencias para la Homilía

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III DOMINGO DE ADVIENTO SUGERENCIAS PARA LA HOMILÍA Recopilado por Iglesia del Salvador de Toledo (ESPAÑA)

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III DOMINGO DE ADVIENTO SUGERENCIAS PARA LA HOMILÍA

Recopilado por Iglesia del Salvador de Toledo

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TEXTOS DE LA MISA Introito. Fil. 4.4-6; Salm.84-2.- Gozaos siempre en el Señor; otra vez digo, gozaos. Vuestra modestia sea patente a todos los hombres. El Señor está cerca. No tengáis solicitud de cosa alguna; mas en toda circunstancia, por la oración, manifestad vuestras peticiones a Dios. S. Bendijiste, Señor, a tu tierra; apartaste la cautividad de Jacob. V/. Gloria. Colecta.- Te rogamos, Señor, apliques tu oído a nuestras súplicas, e ilumines las tinieblas de nuestra inteligencia con la gracia de tu visita. Tú que vives Epístola. Fil. 4.4-7.- La seguridad de la salvación que se acerca debe dar al cristiano, frente a las contingencias de este mundo, una gran calma y una gran moderación, sostenidas por una alegría profunda. Hermanos: Gozaos siempre en el Señor; otra vez digo, gozaos. Vuestra modestia sea manifiesta a todos los hombres. El Señor está cerca. No andéis solícitos de cosa alguna; mas en toda circunstancia por la oración y ruegos, con hacinamiento de gracias, manifestad vuestras peticiones a Dios. Y la paz de Dios, que sobrepuja a todo pensamiento, guarde vuestros corazones e inteligencias, en .nuestro Señor Jesucristo. Gradual. Salm. 79.2-3.- Tú, Señor, que estás sentado sobre los Querubines, excita tu poder, y ven. V/. Tú, que gobiernas a Israel, atiende; tú, que guías a José como a una ovejuela. Aleluya. Salm. 79.3.- Aleluya, aleluya. V/. Despierta, Señor, tu poder, y ven para que nos salves. Aleluya. Evangelio. Juan 1.19-28.- En la espera ansiosa del Mesías, todos quieren cubrirle. Juan tiene que luchar para no pasar por Cristo. Fue ésta para él una ocasión de revelar a las muchedumbres al Mesías que desconocían y de apartarlas de si para enviarlas tras él. En aquel tiempo: Los judíos enviaron de Jerusalén sacerdotes y levitas a preguntar a Juan: ¿Tú, quién eres? Y confesó y no negó; antes protestó: Yo no soy el Cristo. Y le preguntaron: Pues ¿quién eres ? ¿Eres tú Elías? y dijo: No lo soy. ¿Eres tú el Profeta? y respondió: No, y le dijeron: Pues dinos quién eres, para que podamos dar respuesta a los que nos han enviado. ¿Qué dices de ti mismo? Él dijo: Yo soy voz que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor, como dijo Isaías profeta. Y los enviados eran fariseos. y le preguntaron : Pues ¿por qué bautizas, si tú no eres el Cristo, ni Elías, ni el Profeta? Juan les respondió, diciendo: Yo bautizo en agua; mas en medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis. Éste es el que viene después de mí, el cual ha sido preferido a mi, ya quien yo no soy digno de desatar la correa de su zapato. Esto aconteció en Betania, a la otra parte del Jordán, en donde estaba Juan bautizando. CREDO.

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Ofertorio. Salm. 84.2-3.- Bendijiste, Señor, a tu tierra; pusiste fin a la cautividad de Jacob; perdonaste la maldad de tu pueblo. Secreta.- Que sin cesar, Señor, os sea ofrecido el sacrificio de nuestra religión, a fin de que produzca el efecto para el que fue instituido y obre maravillosamente en nosotros tu salvación. Por nuestro Señor Jesucristo. Prefacio de Adviento-Verdaderamente es digno y justo, equitativo y saludable, que te demos gracias en todo tiempo y lugar, Señor Santo, Padre todopoderoso y eterno Dios, por Jesucristo nuestro Señor; él es, Dios misericordioso y fiel, el Salvador que habías prometido al género humano perdido por el pecado, para que la Verdad instruyese a los ignorantes, la Santidad justificara a los impíos, la Fortaleza ayudase a los débiles. Mientras está cerca aquel a quién tú nos envías, -ya viene-, y el día de nuestra liberación ya brilla, llenos de confianza en tus promesas, nos llenamos de piadosos gozos.Y por eso, con los Ánge-les y los Arcángeles, con los Tronos y las Dominaciones, y con toda la milicia del ejército celestial, entonamos a tu gloria un himno, diciendo sin cesar: O en su defecto, Prefacio de la Santísima Trinidad.- En verdad es digno y justo, equitativo y saludable, darte gracias en todo tiempo y lugar, Señor, santo Padre, omnipotente y eterno Dios, que con tu unigénito Hijo y con el Espíritu Santo eres un solo Dios, un solo Señor, no en la individualidad de una sola persona, sino en la trinidad de una sola sustancia. Por lo cual, cuanto nos has revelado de tu gloria, lo creemos también de tu Hijo y del Espíritu Santo, sin diferencia ni distinción. De suerte, que confesando una verdadera y eterna Divinidad, adoramos la propiedad en las personas, la unidad en la esencia, y la igualdad en la majestad, la cual alaban los Ángeles y los Arcángeles, los Querubines y los Serafines, que no cesan de cantar a diario, diciendo a una voz. Santo... Comunión. Is. 35.4.- Decid a los pusilánimes: Animaos, y no temáis; mirad que viene nuestro Dios, y nos salvará. Poscomunión.- Imploramos, Señor, tu clemencia para que estos divinos auxilios, al purificarnos de los pecados nos dispongan para las fiestas venideras. Por nuestro Señor...

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TEXTO 1 CATENA AUREA

Orígenes, ut sup Según se lee, este testimonio lo dio San Juan Bautista refiriéndose a Jesucristo, empezando por aquellas palabras: "Este es el que yo dije: el que ha de venir en pos de mí". Y concluye con aquélla: "El mismo lo ha declarado". Teofilacto Después de haber dicho el Evangelista que San Juan hablaba de Jesucristo, diciendo: "Ha sido engendrado antes de mí", ahora añade que San Juan en este testimonio volvía a referirse a Jesucristo, diciendo: "Y éste es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron a él de Jerusalén sacerdotes y Levitas". Orígenes, ut sup Los judíos, en verdad, como parientes del Bautista por pertenecer a la familia sacerdotal, destinan sacerdotes y levitas para que vengan desde Jerusalén a preguntarle quién era San Juan. Esto es, enviaron a aquéllos que se consideraban como diferentes de los demás, por la elección, y desde un lugar escogido de Jerusalén. Buscan, por lo tanto, a Juan, con tanto respeto, cuanto no leemos que en alguna época dispensasen los judíos al Salvador. Pero lo que los judíos hacían respecto de San Juan, éste lo hacía respecto de Jesucristo, preguntándole por medio de sus discípulos: "¿Eres tú el que ha de venir, o esperamos a otro?" ( Lc 7,19). Crisóstomo, in Ioannem, hom. 15 Creyeron a San Juan tan digno de ser creído que admitieron su contestación como verdadera, a pesar de ser él mismo quien daba testimonio de sí. Por esto se dice: "A preguntarle, ¿tú quién eres?" San Agustín, in Ioannem, tract.14 No hubieran enviado esta comisión si no se hubiesen extrañado de su ilimitado poder, en virtud del cual se atrevía a bautizar. Orígenes Pero San Juan (según parece) observaba cierta indeterminación en la pregunta de los sacerdotes y de los levitas, porque sin duda creían que sería el mismo Cristo cuando bautizaba, aunque se abstenían de decirlo con claridad para no ser tenidos por temerarios. Por eso, para destruir la opinión errada que habían concebido desde el principio respecto de él, y así después brillase mejor la verdad, les dice ante todo que él no es el Cristo. Por esto sigue: "Y confesó y no negó: y confesó, que yo no soy el Cristo". Añadamos también a esto que ya en el tiempo de la venida de Jesucristo se alegraba el pueblo como si ya le tuviese delante, manifestando los doctores de la ley que según las Sagradas Escrituras era llegado el tiempo en que debía aparecer el Salvador. Por esta razón, Teodas había reunido muchos discípulos manifestándose como si fuera el Salvador. Y después de él Judas Galileo hizo lo propio en tiempo de los hechos de los apóstoles ( Hch 5,36-37). Esperándose, pues, con tal vehemencia la venida del Salvador, los judíos mandaron a preguntar a San Juan: "¿Tú quién eres?", queriendo saber si él se

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anunciaba como el verdadero Cristo. Y no porque él dijo "Yo no soy el Cristo", lo negó respecto de Jesús, sino que declaró la verdad en estas mismas palabras. San Gregorio, in Evang. hom 7 Negó claramente lo que no era, pero no negó lo que era. Porque así, diciendo la verdad, se hacía miembro suyo, no usurpando engañosamente ni apropiándose su nombre. Crisóstomo, in Ioannem, hom. 15, sparsim Experimentaron los judíos cierta pasión humana respecto de San Juan. Creían indigno que él se sometiese a Jesucristo, porque las muchas cosas que hacía San Juan demostraban su excelencia y, en realidad, que descendía de familia ilustre (puesto que era hijo del príncipe de los sacerdotes). Y porque demostraban, después, su educación sólida y su desprecio de las cosas humanas. Mas en Jesucristo se veía lo contrario; era de un aspecto humilde, lo cual menospreciaban los judíos diciendo: "¿Pues no es éste el hijo del carpintero?" ( Mt 13,55). Su ordinario sustento era el de los demás, y su vestido no se distinguía del de muchos. Y como San Juan mandaba continuamente a ver a Jesucristo, y por otro lado querían más bien tener por maestro a San Juan, le enviaron aquella legación, creyendo que por medio de halagos le obligarían a confesar que él era el Cristo. Y por esto no envían a personas despreciables (a la manera que a Cristo le enviaban a los ministros y los herodianos) sino sacerdotes y levitas. Y no cualquiera de estos, sino a aquellos que estaban en Jerusalén, que eran los más distinguidos. Y los envían para que pregunten: "¿Tú quién eres?". No porque lo ignorasen, sino porque querían llevarlo a contestar como queda dicho. Por esto San Juan les respondió según él creía, y no según la mente de los que preguntaban: "Y confesó y no negó. Y confesó, que yo no soy el Cristo". Y véase aquí la sabiduría del Evangelista. Dice por tercera vez casi lo mismo, indicando la virtud del Bautista, y descubriendo la malicia y la locura de los judíos. Es propio de un siervo respetuoso no sólo no quitar la gloria a su amo, sino rechazarla cuando otros se la ofrecen. Las muchedumbres, en realidad, habían creído por ignorancia que San Juan era el Cristo. Y éstos, como iban de mala fe, le preguntaban impulsados por la misma, creyendo que podrían atraerlo por medio de halagos a lo que se proponían. Si no hubiesen pensado así, hubieran dicho a Juan cuando les responde "yo no soy el Cristo": no hemos pensado en esto, ni hemos venido a preguntártelo. Mas habiéndose visto descubiertos, pasan a otra cosa. Y por esto prosigue: "Y le preguntaron: ¿pues qué cosa? ¿eres tú Elías? San Agustín, ut sup Sabían, pues, que Elías vendría antes que Cristo. El nombre de Cristo no era desconocido para ninguno de los hebreos, pero no creían que él fuese el Cristo. Y, sin embargo, creyeron absolutamente que el Cristo había de venir. Y al mismo tiempo que esperaban que vendría en el futuro, ya le ofendieron en el presente. Prosigue: Y contestó: "No soy". San Gregorio, in evang. hom 7 De estas palabras se suscita cierta cuestión harto compleja. Porque en otro lugar, preguntado el Señor por sus discípulos acerca de la venida de Elías, les respondió:

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"Si queréis saberlo, el mismo Juan es Elías" ( Mt 11,14). Mas preguntado San Juan, contesta: "Yo no soy Elías". ¿Cómo es el profeta de la verdad, si no está conforme con la explicación de la misma Verdad? Orígenes Dirá alguno que San Juan ignoraba si él era Elías, y sin duda usarán de esta razón los que asienten a la opinión trillada y el testimonio de la transmigración 1, como si las almas se revistiesen de nuevos cuerpos. Mas preguntan los judíos, por medio de los levitas y los sacerdotes, si era Elías, dando fe a la creencia tradicional en ellos y no extraña a la doctrina cabalística de sus padres, de que las almas pueden de nuevo informar otros cuerpos. Y por esto dice San Juan: "yo no soy Elías", porque en realidad desconocía su vida primitiva. ¿Pero es lógico suponer que siendo iluminado por el Espíritu como profeta, y habiendo referido tantas cosas de Dios y de su Unigénito, ignorara de sí mismo si alguna vez su alma había estado en Elías? San Gregorio, in Evang. hom. 6 Mas si se busca la verdad diligentemente, se encontrará que lo que parece contrario entre sí no lo es. El ángel había dicho a Zacarías respecto a San Juan: "El marchará delante del Cristo con el espíritu y la virtud de Elías" ( Lc 1,17). Porque así como Elías precederá a la segunda venida del Señor, así San Juan le precede en la primera. Y así como aquél vendrá como precursor del juez, así éste viene como precursor del Salvador. San Juan, por lo tanto, era Elías en espíritu, aun cuando no estaba en la persona de Elías. Y lo que afirma el Señor del espíritu, San Juan lo niega respecto de la persona, siendo muy justo que el Salvador, al dirigirse a sus discípulos para hablarles de San Juan, adoptase el sentido espiritual y que San Juan, que respondía a las muchedumbres carnales, hablase no del espíritu, sino del cuerpo. Orígenes, ut sup Responde, pues, a los levitas y a los sacerdotes: "No soy", conociendo el fin que se proponen en esta pregunta. Pues la referida pregunta no tendía a averiguar si ambos estaban animados de un mismo espíritu, sino si Juan era el mismo Elías, que fue arrebatado y que ahora aparecía sin nuevo nacimiento, como los judíos esperaban. Mas alguno dirá, creyendo en la transmigración de los cuerpos, que es contrario a la razón admitir que el hijo de Zacarías, nacido en la ancianidad de tan gran sacerdote, contra lo que se podía esperar humanamente hablando, fuese desconocido por los sacerdotes y los levitas, ignorando su nacimiento, y más cuando, especialmente San Lucas, dijo que se había suscitado un temor grande entre los que habitaban en las cercanías ( Lc 1,65). Pero acaso les parece que deben preguntar en sentido tropológico 2, porque esperaban que Elías vendría antes del fin y delante de Cristo. Como si preguntasen: ¿eres tú, acaso, el que anuncias que el Cristo habrá de venir al fin del mundo? Pero les responde con precaución: "No soy". Pero no debe llamar la atención que así como respecto del Salvador había muchos que sabían que había nacido de María, y sin embargo algunos de ellos se engañaban (creyendo que El era Juan Bautista, Elías, o alguno de los profetas), así también respecto de San Juan; aunque no se ocultaba a

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muchos que era hijo de San Zacarías, dudaban algunos si acaso sería Elías el que había aparecido en San Juan. Y como había habido muchos profetas en Israel, se esperaba uno de quien Moisés había vaticinado, especialmente por aquellas palabras: "El Señor os levantará un profeta de entre vuestros hermanos, y le obedeceréis como a mí" ( Dt 18,18). Le preguntan por tercera vez, no ya sencillamente si es un profeta, sino si es el profeta, esto es, con la singularidad que expresa el artículo griego. Por esto sigue: "¿Eres tú el profeta?" El pueblo de Israel había comprendido en todos los profetas que ninguno de ellos era aquél de quien había vaticinado Moisés. El cual (como había sucedido a Moisés) estaría entre Dios y los hombres, y transmitiría a los discípulos el testamento recibido de Dios. Y atribuían ellos este nombre no a Jesucristo, sino que creían que sería distinto de Cristo. San Juan conoció que Cristo era el verdadero profeta, por esto añade: "Y respondió no". San Agustín, in Ioannem, tract.4 Acaso porque San Juan era más que profeta, porque los profetas habían anunciado al Salvador desde lejos, pero San Juan demuestra que está presente. Prosigue: "Y le dijeron: pues ¿quién eres?", etc. Crisóstomo, in Ioannem, hom. 15 Véase aquí cómo insisten y preguntan con más fuerza. Mas éste destruye con su mansedumbre todas las sospechas que no estaban inspiradas en la verdad, y restablece la opinión verdadera. Por esto sigue: "El dijo: yo soy voz del que clama en el desierto". San Agustín, ut sup Isaías ya lo dijo y su profecía se realizó en San Juan. San Gregorio, in Evang. hom. 7 Ya sabéis que el Hijo Unigénito se llama el Verbo del Padre y por nuestro mismo lenguaje sabemos que primero suena la voz para que después se pueda oír la palabra; mas San Juan asegura que él es la voz que precede a la palabra y que por su mediación el Verbo del Padre es oído por los hombres. Orígenes Heracleón, sin consideración a San Juan y a los profetas, dice que, en efecto, el Verbo es el Salvador, y que la voz se oye por medio de San Juan, de donde la virtud profética consiste en un mero sonido. A él le debemos contestar que si la trompeta no deja oír su voz significativa, nadie se apercibirá a la batalla. Pero si la voz del profeta no es otra cosa que un mero sonido, ¿cómo el Salvador nos remite a ella, cuando dijo "examinad las Escrituras" ( Jn 5,39)? Y dice San Juan que es él la voz. No que clama en el desierto, sino del que clama en el desierto, esto es de Aquél que estaba y clamaba: "Si alguno tiene sed que venga a mí y beba" ( Jn 7,37). Clamaba, pues, para que lo oyesen los que estaban distantes, y para que lo perciban los que tienen el oído torpe, y puedan comprender la importancia de lo que se les dice. Teofilacto O bien porque anuncia la verdad de un modo terminante, en tanto que los que vivían bajo el influjo de la ley hablaban oscuramente.

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San Gregorio, ut sup San Juan clamaba en el desierto, porque anunciaba el consuelo del Redentor a Judea, que estaba como abandonada y desierta. Orígenes, ut sup El efecto de esta voz que clama en el desierto no debe ser otro que el que el alma, separada de Dios, vuelva otra vez al camino recto que conduce a Dios, no siguiendo la malicia de los pasos torcidos de la serpiente, sino elevándose por medio de la contemplación al conocimiento de la verdad, sin mezcla alguna de mentira, para que la vida de acción se ajuste a la norma de lo lícito después de una conveniente meditación. Por esto sigue: "Enderezad el camino del Señor, como dijo Isaías el profeta". San Gregorio, ut sup El camino del Señor es enderezado hacia el corazón cuando se oye con humildad la palabra de la verdad. El camino del Señor es enderezado al corazón cuando se prepara la vida al cumplimiento de su ley. Notas 1. La reencarnación. 2. Sentido tropológico equivale a sentido moral, es decir el mensaje del texto que ilumina la vida cristiana del que lo lee. Orígenes, ut sup Habiendo respondido a los sacerdotes y a los levitas, fue preguntado por los fariseos. "Y los que habían sido enviados, eran de los fariseos". Digo que éste es el tercer testimonio, como puede deducirse de sus palabras. Véase también cómo los sacerdotes y los levitas preguntan con mansedumbre: "Tú, ¿quién eres?". No se arrogan nada digno de censura en aquella pregunta, sino que obran cual corresponde a verdaderos ministros de Dios. Mas los fariseos, divididos e inoportunos, según indica su nombre, dirigen al Bautista palabras mal sonantes y ofensivas. Por esto sigue: "Y le dijeron: ¿pues por qué bautizas, si tú no eres el Cristo, ni Elías, ni el profeta?" No querían averiguar la verdad, sino impedirle que bautizase. Pero después, no sé por qué razón, se deciden a bautizarse y volvieron a San Juan. La solución de esto, que los fariseos, a pesar de que no creían, viniesen a bautizarse con hipocresía, parece que consiste en que temían al pueblo. Crisóstomo, in Ioannem, hom. 15 O acaso los mismos sacerdotes y levitas eran también de los fariseos, y como no pudieron doblegarlo con halagos, intentan arrojar sobre él una acusación, obligándole a decir lo que no era. Por esto sigue: "Y le preguntaron y le dijeron: ¿pues por qué bautizas, si tú no eres el Cristo, ni Elías ni el profeta?". Les parecía que rayaba en la audacia el bautizar sin ser el Cristo, ni su precursor, ni su anunciador, esto es, su profeta. San Gregorio, in Evang. hom. 7 Pero cuando un santo cualquiera es preguntado con mal fin, no sale de su expresión de bondad. Por esto San Juan responde a las palabras de envidia con las predicaciones de vida. Por esto sigue: "Y Juan les respondió y dijo: yo bautizo en agua".

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Orígenes, ut sup Y a aquellas palabras: "¿Por qué bautizas?", no convenía contestar otra cosa que indicar que su bautismo era carnal, o manifestar que era material. San Gregorio, ut sup San Juan no bautizaba en espíritu sino en agua, porque no podía perdonar los pecados. Lavaba con agua los cuerpos de los que se bautizaban, pero no purificaba sus almas por medio del perdón. ¿Y para qué bautiza si no perdona los pecados por medio del bautismo? Porque, cumpliendo en todo el orden y oficio de precursor de Aquel que venía -esto es, a cuyo nacimiento se había adelantado naciendo-, debía adelantarse también al Señor, que había de bautizar, bautizando él. Y el que se había hecho precursor de Jesucristo por medio de la predicación también había de ser su precursor bautizando, para imitarle en el sacramento, puesto que con ello anunciaba que éste era uno de los misterios de nuestra redención, y que estaba en medio de los hombres Aquél que aún no era conocido. Por esto sigue: "Mas en medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis", porque como el Señor aparece en carne, es visible en cuanto al cuerpo pero invisible en cuanto a la majestad. Crisóstomo, ut sup Dijo esto porque era conveniente que el Salvador se confundiese con el pueblo, como uno de tantos, para dar ejemplo de humildad en todas partes. Y cuando dice: "A quien vosotros no conocéis", habla de un conocimiento cierto y seguro de quién es y de dónde viene. San Agustín, in Ioannem, tract. 4 Apareció humilde y por lo mismo es antorcha encendida. Teofilacto El Señor estaba en medio de los fariseos, pero le desconocían. Porque como ellos creían saber las Escrituras, por cuanto en ellas era anunciado el Señor, se encontraba en medio de ellos (esto es en sus conciencias) pero no lo conocían, porque no entendían las Escrituras. Además estaba en medio de ellos porque era mediador entre Dios y los hombres, por cuya razón Cristo Jesús se encontraba en medio de los fariseos esforzándose por unirlos con Dios, pero ellos no le conocían. Orígenes Una vez contestado: "Yo bautizo en agua" a aquella pregunta: "¿Por qué bautizas?", a las palabras: "¿Si tú no eres el Cristo?", el precursor ofrece su contestación pregonando la excelencia de la esencia de Jesucristo. Y dice que es tan grande el poder que tiene, que es invisible en cuanto a su divinidad, a pesar de que está presente a todos y se encuentra difundido por todo el orbe, lo que se da a entender por lo que dijo: "En medio de vosotros estuvo". Pues Este se encuentra en todo el mecanismo del universo, y lo penetra todo de tal modo que las cosas que nacen, nacen por El, puesto que todo fue hecho por El. Y esto es lo que da a conocer claramente a los que le preguntan: "¿Por qué bautizas?" O cuando dice: "En medio de vosotros estuvo", debe entenderse esto respecto de nosotros los hombres. Porque como somos racionales, existe en medio de nosotros, por lo mismo que el asiento principal del alma, el corazón, está situado en la parte

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media del cuerpo. Los que llevan al Verbo en su interior, ignorando su naturaleza, ni de dónde viene, ni cómo se encuentra en ellos, éstos desconocen que tienen el Verbo dentro de sí mismos, lo cual ya conoció San Juan. Por lo que, reprendiendo a los fariseos, les dice: "A quien vosotros no conocéis". Como los fariseos esperaban que no se tardaría la venida del Cristo y no podían elevarse a tan alto concepto acerca de El, creyendo sólo que sería un hombre santo, San Juan reprende su ignorancia, porque desconocen su excelencia. Dice: "Estuvo", porque está el Padre, que existe de una manera invariable e impermutable. Está también su Verbo, para salvar continuamente y aun cuando ha tomado carne y se encuentra entre los hombres de una manera invisible y no es conocido por ellos. Y para que alguno no crea que el que es invisible, cuando viene para todos los hombres o para todo el universo, es otro distinto del que se ha humanado y aparecido en la tierra, añade: "Este es el que ha de venir en pos de mí". Esto es, que habrá de aparecer después de mí. Y no tiene aquí la misma significación la palabra en pos que cuando Jesús nos invita a que vengamos en pos de El. Allí se nos manda que le sigamos, para que siguiendo sus pasos podamos llegar hasta el Padre; aquí se manifiesta lo que de esto se sigue, según las enseñanzas del Bautista. Vino con el fin de que todos crean por él, preparados para que puedan llegar sin mayor dificultad al Verbo perfecto. Dice además: "Este es el que ha de venir en pos de mí". Crisóstomo, in Ioannem, hom. 15 Como si dijese (San Juan) no creáis que todo consiste en mi bautismo, porque si mi bautismo fuese perfecto, no vendría otro después de mí a dar otro bautismo; mas todo esto es preparación de aquél, y pasará en breve como la sombra y la imagen; pero conviene que el que impone la verdad venga después de mí. Y si este bautismo fuera perfecto, nunca hubiese sido necesario un segundo. Y por esto añade: "El que ha sido engendrado antes de mí" es digno de mayor honor y de mayor respeto. San Gregorio, ut sup Al decir: "Ha sido hecho antes que yo" da a entender que había sido antepuesto a él. Viene después de mí, porque ha nacido después. Y ha sido engendrado antes de mí, porque es superior a mí. Crisóstomo, ut sup Y para que no se crea que su respectiva excelencia es comparable, y para manifestar mejor la diferencia, añade: "Del cual yo no soy digno de desatar la correa del calzado". Como diciendo: en tanto es superior a mí yo no soy digno de contarme ni aun entre sus servidores más humildes, porque soltar el calzado es lo último que puede hacer el que sirve. San Agustín, ut sup Por lo que si se hubiera juzgado digno de soltar la correa de su calzado, no hubiera aparecido más humilde. San Gregorio, in Evang. hom. 7 Fue costumbre entre los antiguos que si alguno no quería casarse con alguna de las que le correspondían, debía soltarle el calzado a aquél que le fuese destinado en

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razón de verdadero parentesco. Y al aparecer Jesucristo entre los hombres, ¿qué otra cosa es más que el esposo que se presenta a la Iglesia santa? Por lo tanto San Juan se considera como indigno de soltar la correa de su calzado, como diciendo terminantemente: no puedo descubrir los vestigios del Redentor, porque el nombre de esposo no me lo merezco, y por ello no lo usurpo. Lo cual también puede entenderse de otro modo. ¿No sabemos todos que el calzado se hace con pieles de animales muertos? Pero habiendo venido el Señor por medio de la Encarnación, aparece como calzado, porque tomó sobre su divinidad la sustancia mortecina de nuestra corrupción. Y la correa de su calzado es la ligadura del misterio. San Juan, pues, no se atreve a soltar la correa de su calzado porque no puede penetrar el misterio de su Encarnación, como si dijese claramente: ¿Qué de particular tiene que sea mayor que yo, si considero que aun cuando ha nacido después que yo, no comprendo el misterio de su nacimiento? Orígenes, in Ioannem, tom. 6 Hay alguno que ha dicho, y no sin razón, que esto debe entenderse así: No soy yo de tanto mérito para considerar su existencia de tan elevado origen y creer que ha recibido la carne como un calzado sólo por causa mía. Crisóstomo, in Ioannem, hom. 16 Y como San Juan predicaba a todos con oportuna libertad lo que se refería a Jesucristo, el Evangelista dice aquí el lugar donde lo hacía, añadiendo: "Esto aconteció en Betania, de la otra parte del Jordán, en donde estaba Juan bautizando". Porque no predicaba a Jesucristo ni en la casa ni en la esquina, sino al otro lado del Jordán, en medio de la multitud y estando presentes los que había bautizado. Algunos ejemplares dicen en Betábora 1, porque Betania no estaba al otro lado del Jordán, ni en el desierto, sino cerca de Jerusalén. Glosa Pero hay dos Betanias: una al otro lado del Jordán y otra a la parte acá, no muy distante de Jerusalén, en donde Lázaro fue resucitado. Crisóstomo, ut sup También se fija en esto por otra causa. Porque no refería cosas antiguas sino las que habían ocurrido poco tiempo antes, por lo que cita como testigos a los que estaban presentes y habían visto aquello que se refería, haciendo la demostración hasta de los lugares. Alcuino Mas Betania quiere decir casa de obediencia, por medio de la que se manifiesta que todos deben obediencia a la fe para venir al bautismo. Orígenes Y Betábora quiere decir "casa de preparación", y conviene con el bautismo de San Juan, que servía para preparar al Señor un pueblo perfecto. Jordán quiere decir "la bajada de aquéllos". ¿Y quién será este río, sino nuestro Salvador, por medio del cual deben purificarse los que entran en este mundo, no porque Este sea quien baje, sino el género humano? Este río separa las gracias concedidas por Moisés de las concedidas por Jesucristo. Los manantiales de Este alegran la ciudad de Dios. Además, así como el caimán nada en el río de Egipto, así el Señor se oculta en

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este río. Mas el Padre está en el Hijo, y los que marchan a donde El se encuentra para lavarse dejan el oprobio de Egipto y se preparan a recibir la heredad eterna. Además se purifican de la lepra y son capaces de merecer las dos gracias, estando dispuestos para recibir las del Espíritu Santo. Porque este Espíritu nunca había bajado en forma de paloma sobre el otro río. San Juan bautizaba al otro lado del Jordán, como precursor del que había de venir a llamar no a los inocentes sino a los pecadores (o sea el precursor de Aquél que vino a llamar a los pecadores y no a los inocentes). Notas 1. Betábara. Aldea transjordánica donde, según algunos manuscritos de algunos Padres, bautizaba Juan. Es distinta de la tierra de Lázaro, Marta y María.

TEXTO 2

EL PRECURSOR, ESTRELLA QUE PRECEDE LA SALIDA DEL SOL BENEDICTO XVI, 5 de diciembre de 2010

El Evangelio de este segundo domingo de Adviento (Mt 3, 1-12) nos presenta la figura de san Juan Bautista, el cual, según una célebre profecía de Isaías (cf. 40, 3), se retiró al desierto de Judea y, con su predicación, llamó al pueblo a convertirse para estar preparado para la inminente venida del Mesías. San Gregorio Magno comenta que el Bautista «predica la recta fe y las obras buenas… para que la fuerza de la gracia penetre, la luz de la verdad resplandezca, los caminos hacia Dios se enderecen y nazcan en el corazón pensamientos honestos tras la escucha de la Palabra que guía hacia el bien» (Hom. in Evangelia, XX, 3: CCL 141, 155). El precursor de Jesús, situado entre la Antigua y la Nueva Alianza, es como una estrella que precede la salida del Sol, de Cristo, es decir, de Aquel sobre el cual —según otra profecía de Isaías— «reposará el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor del Señor» (Is 11, 2). En el tiempo de Adviento, también nosotros estamos llamados a escuchar la voz de Dios, que resuena en el desierto del mundo a través de las Sagradas Escrituras, especialmente cuando se predican con la fuerza del Espíritu Santo. De hecho, la fe se fortalece cuanto más se deja iluminar por la Palabra divina, por «todo cuanto —como nos recuerda el apóstol san Pablo—fue escrito en el pasado… para enseñanza nuestra, para que con la paciencia y el consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza» (Rm 15, 4). El modelo de la escucha es la Virgen María: «Contemplando en la Madre de Dios una existencia totalmente modelada por la Palabra, también nosotros nos sentimos llamados a entrar en el misterio de la fe, con la que Cristo viene a habitar en nuestra vida. San Ambrosio nos recuerda que todo cristiano que cree, concibe en cierto sentido y engendra al Verbo de Dios en sí mismo» (Verbum Domini, 28). Queridos amigos, «nuestra salvación se basa en una venida», escribió Romano Guardini (La santa notte. Dall’Avvento all’Epifania, Brescia 1994, p. 13). «El

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Salvador vino por la libertad de Dios… Así la decisión de la fe consiste… en acoger a Aquel que se acerca» (ib., p. 14). «El Redentor —añade— viene a cada hombre: en sus alegrías y penas, en sus conocimientos claros, en sus dudas y tentaciones, en todo lo que constituye su naturaleza y su vida» (ib., p. 15). A la Virgen María, en cuyo seno habitó el Hijo del Altísimo, y que el miércoles próximo, 8 de diciembre, celebraremos en la solemnidad de la Inmaculada Concepción, pedimos que nos sostenga en este camino espiritual, para acoger con fe y con amor la venida del Salvador.

TEXTO 3 VOZ QUE GRITA EN EL DESIERTO

BENEDICTO XVI, 9 de diciembre de 2012 En el tiempo de Adviento la liturgia pone de relieve, de modo particular, dos figuras que preparan la venida del Mesías: la Virgen María y Juan Bautista. Hoy san Lucas nos presenta a este último, y lo hace con características distintas de los otros evangelistas. «Los cuatro Evangelios sitúan la figura de Juan el Bautista al comienzo de la actividad de Jesús, presentándolo como su precursor. San Lucas ha trasladado hacia atrás la conexión entre ambas figuras y sus respectivas misiones... Ya en la concepción y el nacimiento, Jesús y Juan son puestos en relación entre sí» (La infancia de Jesús, 21). Este planteamiento ayuda a comprender que Juan, en cuanto hijo de Zacarías e Isabel, ambos de familias sacerdotales, no sólo es el último de los profetas, sino que representa también el sacerdocio entero de la Antigua Alianza y por ello prepara a los hombres al culto espiritual de la Nueva Alianza, inaugurado por Jesús (cf. ibid. 25-26). Lucas además deshace toda lectura mítica que a menudo se hace de los Evangelios y coloca históricamente la vida del Bautista, escribiendo: «En el año decimoquinto el imperio del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador... bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás» (Lc 3, 1-2). Dentro de este marco histórico se coloca el auténtico gran acontecimiento, el nacimiento de Cristo, que los contemporáneos ni siquiera notarán. ¡Para Dios los grandes de la historia hacen de marco a los pequeños! Juan Bautista se define como la «voz que grita en el desierto: preparad el camino al Señor, allanad sus senderos» (Lc 3, 4). La voz proclama la palabra, pero en este caso la Palabra de Dios precede, en cuanto es ella misma la que desciende sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto (cf. Lc 3, 2). Por lo tanto él tiene un gran papel, pero siempre en función de Cristo. Comenta san Agustín: «Juan es la voz. Del Señor en cambio se dice: “En el principio existía el Verbo” (Jn 1, 1). Juan es la voz que pasa, Cristo es el Verbo eterno que era en el principio. Si a la voz le quitas la palabra, ¿qué queda? Un vago sonido. La voz sin palabra golpea el oído, pero no edifica el corazón» (Discurso 293, 3: pl 38, 1328). Es nuestra tarea escuchar hoy esa voz para conceder espacio y acogida en el corazón a Jesús, Palabra que nos salva. En este tiempo de Adviento preparémonos para ver, con los ojos de la fe, en la humilde Gruta de Belén, la salvación de Dios (cf. Lc 3, 6). En la sociedad de consumo, donde existe la tentación de buscar la alegría en las cosas,

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el Bautista nos enseña a vivir de manera esencial, a fin de que la Navidad se viva no sólo como una fiesta exterior, sino como la fiesta del Hijo de Dios, que ha venido a traer a los hombres la paz, la vida y la alegría verdadera.

TEXTO 4 LLEVAR A LOS HOMBRES A CRISTO

JUAN PABLO II , 10 de diciembre de 2000 1. "Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos" (Lc 3, 4). Con estas palabras se dirige hoy a nosotros Juan el Bautista. Su figura ascética encarna, en cierto sentido, el significado de este tiempo de espera y de preparación para la venida del Señor. En el desierto de Judá proclama que ya ha llegado el tiempo del cumplimiento de las promesas y el reino de Dios está cerca. Por eso, es preciso abandonar con urgencia las sendas del pecado y creer en el Evangelio (cf. Mc 1, 15). ¿Qué figura podía ser más adecuada que la de Juan Bautista para vuestro jubileo, amadísimos catequistas y profesores de religión católica? A todos vosotros, que habéis venido desde diversos países, en representación de numerosas Iglesias particulares, dirijo mi afectuoso saludo. Agradezco al señor cardenal Darío Castrillón Hoyos, prefecto de la Congregación para el clero, y a vuestros dos representantes, las amables palabras que, al comienzo de esta celebración, me han dirigido en nombre de todos vosotros. 2. En el Bautista encontráis hoy los rasgos fundamentales de vuestro servicio eclesial. Al confrontaros con él, os sentís animados a realizar una verificación de la misión que la Iglesia os confía. ¿Quién es Juan Bautista? Es, ante todo, un creyente comprometido personalmente en un exigente camino espiritual, fundado en la escucha atenta y constante de la palabra de salvación. Además, testimonia un estilo de vida desprendido y pobre; demuestra gran valentía al proclamar a todos la voluntad de Dios, hasta sus últimas consecuencias. No cede a la tentación fácil de desempeñar un papel destacado, sino que, con humildad, se abaja a sí mismo para enaltecer a Jesús. Como Juan Bautista, también el catequista está llamado a indicar en Jesús al Mesías esperado, al Cristo. Tiene como misión invitar a fijar la mirada en Jesús y a seguirlo, porque sólo él es el Maestro, el Señor, el Salvador. Como el Precursor, el catequista no debe enaltecerse a sí mismo, sino a Cristo. Todo está orientado a él: a su venida, a su presencia y a su misterio. El catequista debe ser voz que remite a la Palabra, amigo que guía hacia el Esposo. Y, sin embargo, como Juan, también él es, en cierto sentido, indispensable, porque la experiencia de fe necesita siempre un mediador, que sea al mismo tiempo testigo. ¿Quién de nosotros no da gracias al Señor por un valioso catequista -sacerdote, religioso, religiosa o laico-, de quien se siente deudor por la primera exposición orgánica y comprometedora del misterio cristiano? 3. Vuestra labor, queridos catequistas y profesores de religión, es muy necesaria y exige vuestra fidelidad constante a Cristo y a la Iglesia. En efecto, todos los fieles

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tienen derecho a recibir de quienes, por oficio o por mandato, son responsables de la catequesis y de la predicación respuestas no subjetivas, sino conformes al Magisterio constante de la Iglesia y a la fe enseñada desde siempre autorizadamente por cuantos han sido constituidos maestros y vivida de modo ejemplar por los santos. A este propósito, quisiera recordar aquí la importante exhortación apostólica Quinque iam anni, que el siervo de Dios Papa Pablo VI dirigió al Episcopado católico cinco años después del concilio Vaticano II, es decir, hace treinta años, exactamente el 8 de diciembre de 1970. Él, el Papa, denunciaba la peligrosa tendencia a construir, partiendo de datos psicológicos y sociológicos, un cristianismo desligado de la Tradición ininterrumpida que le une a la fe de los Apóstoles (cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 10 de enero de 1971, p. 2). Queridos hermanos, también a vosotros os corresponde colaborar con los obispos a fin de que el esfuerzo necesario para hacer que los hombres y las mujeres de nuestro tiempo comprendan el mensaje no traicione jamás la verdad y la continuidad de la doctrina de la fe (cf. ib., p. 3). Pero no basta el conocimiento intelectual de Cristo y de su Evangelio. En efecto, creer en él significa seguirlo. Por eso debemos ir a la escuela de los Apóstoles, de los confesores de la fe, de los santos y de las santas de todos los tiempos, que han contribuido a difundir y hacer amar el nombre de Cristo, mediante el testimonio de una vida entregada generosa y gozosamente por él y por los hermanos. 4. A este respecto, el pasaje evangélico de hoy nos invita a un esmerado examen de conciencia. San Lucas habla de "allanar los senderos", "elevar los valles", "abajar los montes y colinas", para que todo hombre vea la salvación de Dios (cf. Lc 3, 4-6). Esos "valles que deben elevarse" nos hacen pensar en la separación, que se constata en algunos, entre la fe que profesan y la vida que viven diariamente: el Concilio consideró esta separación como "uno de los errores más graves de nuestro tiempo" (Gaudium et spes, 43). Los "senderos que deben allanarse" evocan, además, la condición de algunos creyentes que, del patrimonio integral e inmutable de la fe, cortan elementos subjetivamente elegidos, tal vez a la luz de la mentalidad dominante, y se alejan del camino recto de la espiritualidad evangélica para tener como referencia vagos valores inspirados en un moralismo convencional e irenista. En realidad, aun viviendo en una sociedad multiétnica y multirreligiosa, el cristiano no puede menos de sentir la urgencia del mandato misionero que impulsó a san Pablo a exclamar: "¡Ay de mí si no anunciara el Evangelio!" (1 Co9, 16). En todas las circunstancias, en todos los ambientes, favorables o desfavorables, hay que proponer con valentía el evangelio de Cristo, anuncio de felicidad para todas las personas, de cualquier edad, condición, cultura y nación. 5. La Iglesia, consciente de ello, en los últimos decenios ha puesto mayor empeño aún en la renovación de la catequesis según las enseñanzas y el espíritu del concilio Vaticano II. Basta mencionar aquí algunas importantes iniciativas eclesiales, entre las que figuran las Asambleas del Sínodo de los obispos, especialmente la de 1974 dedicada a la evangelización; y también los diversos

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documentos de la Santa Sede y de los Episcopados, editados durante estos decenios. Un lugar especial ocupa, naturalmente, el Catecismo de la Iglesia católica, publicado en 1992, al que siguió, hace tres años, una nueva redacción del Directorio general para la catequesis. Esta abundancia de acontecimientos y documentos testimonia la solicitud de la Iglesia que, al entrar en el tercer milenio, se siente impulsada por el Señor a comprometerse con renovado impulso en el anuncio del mensaje evangélico. 6. La misión catequística de la Iglesia tiene ante sí importantes objetivos. Los Episcopados están preparando los catecismos nacionales, que, a la luz delCatecismo de la Iglesia católica, presentarán la síntesis orgánica de la fe de modo adecuado a las "diferencias de culturas, de edades, de la vida espiritual, de situaciones sociales y eclesiales de aquellos a quienes se dirige la catequesis" (Catecismo de la Iglesia católica, n. 24). Un anhelo sube del corazón y se convierte en oración: que el mensaje cristiano, íntegro y universal,impregne todos los ámbitos y niveles de cultura y de responsabilidad social. Y que, en particular, según una gloriosa tradición, se traduzca en el lenguaje del arte y de la comunicación social, para que llegue a los ambientes humanos más diversos. En este momento solemne, con gran afecto os animo a vosotros, comprometidos en las diversas modalidades catequísticas: desde la catequesis parroquial, que, en cierto sentido, es levadura de todas las demás, hasta lacatequesis familiar y la que se imparte en las escuelas católicas, en las asociaciones, en los movimientos y en las nuevas comunidades eclesiales. La experiencia enseña que la calidad de la acción catequística depende en gran medida de la presencia pastoralmente solícita y afectuosa de los sacerdotes. Queridos presbíteros, en particular vosotros, queridos párrocos, que no falte vuestra diligente laboriosidad en los itinerarios de iniciación cristiana y en la formación de los catequistas. Estad cerca de ellos, acompañadlos. Es un servicio muy importante que la Iglesia os pide. 7. "Siempre que rezo por vosotros, lo hago con gran alegría. Porque habéis sido colaboradores míos en la obra del Evangelio" (Flp 1, 4-5). Amadísimos hermanos y hermanas, de buen grado hago mías las palabras del apóstol san Pablo, que la liturgia de hoy vuelve a proponer, y os digo: vosotros, catequistas de todas las edades y condiciones, estáis siempre presentes en mis oraciones, y el recuerdo de vosotros, comprometidos en la difusión del Evangelio en todo el mundo y en todas las situaciones sociales, es para mí motivo de consuelo y esperanza. Junto con vosotros deseo hoy rendir homenaje a vuestros numerosos compañeros que han pagado con todo tipo de sufrimientos, y a menudo también con la vida, su fidelidad al Evangelio y a las comunidades a las que fueron enviados. Quiera Dios que su ejemplo sea estímulo y aliento para cada uno de vosotros. "Todos verán la salvación de Dios" (Lc 3, 6), así proclamaba en el desierto Juan el Bautista, anunciando la plenitud de los tiempos. Hagamos nuestro este grito de esperanza, celebrando el jubileo del bimilenario de la Encarnación. Ojalá que todos vean en Cristo la salvación de Dios. Para eso, deben encontrarlo, conocerlo y seguirlo. Queridos hermanos, esta es la misión de la Iglesia; esta es vuestra

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misión. El Papa os dice: ¡Id! Como el Bautista, preparad el camino del Señor que viene. Os guíe y asista María santísima, la Virgen del Adviento, la Estrella de la nueva evangelización. Sed dóciles, como ella, a la palabra divina, y que su Magníficat os impulse a la alabanza y a la valentía profética. Así, también gracias a vosotros, se realizarán las palabras del Evangelio: "Todos verán la salvación de Dios".

TEXTO 5 TESTIMONIO DE JUAN BAUTISTA

EL MINISTERIO PÚBLICO DEL REVELADOR EN EL MUNDO I. EL TESTIMONIO DE JUAN BAUTISTA Y LOS PRIMEROS DISCÍPULOS (1,19-51) 1. El testimonio del Bautista (1,19-34) a) La pregunta de los judíos de Jerusalén a Juan Bautista (1,19-28). b) El testimonio del Bautista sobre Cristo (1,29-34). La sección, que introduce el relato del ministerio público del revelador Jesús en el mundo, viene a ocupar una especie de posición intermedia entre el prólogo y la narración propiamente dicha acerca de Jesús. En este relato Jesús es introducido por el Bautista y al mismo tiempo se indica que el Bautista ha exhortado personalmente a sus propios discípulos para que se unieran a Jesús. Todo lo cual induce a considerar Jn 1,19-51 como un texto coherente, que desarrolla la interpretación joánica del Bautista, exactamente igual que la presentada en 1,7: Éste vino para ser testigo, para dar testimonio de la luz = 1,19,34; a fin de que todos creyeran por él = 1,35-51. Se trata, por consiguiente, de una composición de un tema teológico, no de un relato histórico, aun cuando ofrece una reelaboración de varias tradiciones históricas. Comparando otras afirmaciones joánicas sobre el Bautista (3,2230; 5,33-34), queda claro que en el Evangelio según Juan tenemos una concepción unitaria de la figura del Bautista. También la cristología presenta esa homogeneidad por la que difícilmente puede dividirse en diferentes estratos. Jn necesita al Bautista como una especie de testigo principal frente a los judíos. Debe, pues, deponer un claro testimonio en favor de Jesús como Mesías, Hijo de Dios y revelador escatológico; cuando envía a sus propios discípulos que sigan a Jesús está mostrando -en contra de los seguidores del Bautista y en contra de los judíos- lo que hubiera debido ocurrir realmente gracias al testimonio del Bautista, a saber: que todos hubieran debido llegar a la fe en Jesús. Esa es la nueva imagen del Bautista tal como la proyecta el cuarto Evangelio. a) El interrogatorio de Juan Bautista por parte de los judíos de Jerusalén (/Jn/01/19-23)

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El texto siguiente se divide sin dificultad en dos perícopas: a) v. 19-25, que versan sobre la pregunta ¿Quién es realmente el Bautista? ¿Qué postura adopta? ¿Cómo hay que enjuiciarle? E1 v. 24 parece interpolado. b) v. 25-28, que tratan la cuestión del significado que reviste el bautismo de Juan. El texto concluye con un dato topográfico. A menudo se ha planteado la cuestión de la unidad del texto. Según G. Richter, todo el texto 1,19-34 habría que atribuirlo al «escrito básico», cuyo autor, a su vez, habría utilizado un antiguo fragmento tradicional sobre el Bautista. En contra conviene observar que el presente texto ha desempeñado, desde el principio, una función capital de cara al enfrentamiento del Evangelio según Jn con «los judíos» y que no defiende una cristología diferente de la que aparece en los demás textos. El v. 30c no se puede separar, como afirma Richter. Nosotros partimos de la unidad del texto, que sin duda conoce las primitivas tradiciones cristianas sobre el Bautista. Juan o sus discípulos (y no una tradición anterior) las han revisado de un modo consciente, con vistas ciertamente a su enfrentamiento con «los judíos». Los nuevos datos históricos y cronológicos hay que ponerlos en el haber de la tradición joánica. 19 Y éste es el testimonio de Juan, cuando los judíos le enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas para preguntarle: ¿Quién eres tu? 20 Él confesó y no negó. Y confesó: Yo no soy el Cristo. 21 Y le preguntaron: Pues entonces, ¿qué? ¿Eres tú Elías? Y él contesta: No lo soy. ¿Eres tú el profeta? Y respondió: No. 22 Ellos le insistieron entonces: Pues ¿quién eres? Para que podamos llevar alguna respuesta a los que nos han enviado: ¿Qué dices de ti mismo? 23 Respondió: Yo soy voz del que clama en el desierto: Rectificad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías. El v. 19a viene a ser el título de toda la perícopa 1, 19-34: diríamos que el relato protocolario del testimonio que Juan Bautista depuso en favor de Jesús. Su característica de testimonio ha sido elegida de forma intencionada, porque en el gran «proceso con los judíos», tal como se desarrolla en el cuarto Evangelio, al Bautista se le interroga como al testigo principal de la mesianidad y filiación divina de Jesús. La perícopa tiene ante todo el carácter de un interrogatorio jurídico y oficial de Juan por parte de unos emisarios de las autoridades jerosolimitanas. El giro «cuando los judíos le enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas para preguntarle» recuerda un interrogatorio en toda regla (cf. 9,13-34) y subraya el carácter oficial de las preguntas. Quienes envían son «los judíos». Aparece así por primera vez en el Evangelio joánico el concepto que designa a los judíos como a los auténticos antagonistas de Jesús, que a la vez actúan como representantes del «mundo incrédulo». Nos encontraremos a menudo con ese concepto y su peculiar problemática por lo que lo analizaremos con más detenimiento en un contexto posterior. «Los judíos» forman frente a Jesús o, mejor aún, frente a la comunidad cristiana de Juan, un grupo relativamente cerrado. Lo cual quiere decir que Juan y su comunidad han de enfrentarse a los judíos, adversarios de la fe cristiana. El tema del enfrentamiento con el que tropezamos una y otra vez, es la cuestión de la mesianidad y de la pretensión

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reveladora de Jesús. Jerusalén es el centro del mundo creyente judío, la ciudad santa con el santuario central del templo. A eso responde también la composición de la embajada con representantes del personal cúltico formado por «sacerdotes y levitas». Resuena ahí a su vez un tema importante del cuarto Evangelio: el tema del verdadero culto, de la verdadera religión. Finalmente, Jerusalén es también la arena en que se desarrolla el enfrentamiento decisivo entre Jesús y los judíos. La misma exposición del relato testimonio deja percibir algunos temas esenciales del Evangelio joánico. Por lo demás sigue siendo problemático el envío efectivo de tal embajada. Los sinópticos nada saben al respecto. Para el pensamiento legitimista judío esto no tiene nada de imposible; en todo caso tanto el contenido de las preguntas como la respuesta de Juan están formulados por completo desde la perspectiva y la situación temporal del Evangelio según Juan hacia 90-100 d.C. La pregunta «¿Quién eres tú?» se refiere al papel y función del Bautista (de modo similar en la conocida introducción a la «confesión mesiánica», Mc 8,27s y par). A Juan se le interroga sobre su legitimación, toda vez que se presenta como un hombre que es portador de un mensaje religioso. Según lo expone el v. 20, Juan habría respondido con una confesión tan intensa como verdadera; no enarbola ninguna falsa pretensión, y de eso se trata aquí. Por ello se destaca al principio la negación de unas determinadas funciones. Tres son los papeles que se mencionan, que Juan va rechazando uno tras otro. Primero, no pretende ser el Mesías, el salvador escatológico. La respuesta no es tan absolutamente unívoca como parece a primera vista, puesto que las concepciones que el judaísmo coetáneo tenía del Mesías discrepaban bastante entre sí. Pero con una gran probabilidad en nuestro texto no se trata primordialmente de la concepción mesiánica de los judíos, sino más bien del problema que se le planteaba al cristianismo primitivo sobre si le competía al Bautista alguna función mesiánica o si Jesús era el Mesías. De modo parecido también Lucas habla del rumor popular, según el cual posiblemente Juan Bautista era el Mesías, cosa que el interesado rechaza con la misma resolución (cf. Lc 3,15s). En relación a Jesús dice el Bautista: ¡Yo no soy el Mesías, sino que lo es otro! En segundo lugar Juan rechaza el papel de Elías. Con ello quedaba dicho lo más importante, pues que se negaba el papel de precursor escatológico. Si el cuarto Evangelio niega resueltamente cualquier cualidad escatológica del Bautista, quiere decir que nos estamos moviendo en un medio fuertemente marcado por la escatología tradicional de cuño apocalíptico, como la que nos encontramos en los textos sinópticos, aunque también en Pablo y sobre todo en el Apocalipsis joánico; el cuarto Evangelio lo afronta con un sentido crítico y hasta de rechazo. Las representaciones y los conceptos apocalípticos se eliminan o reinterpretan. Tendencias parecidas pueden observarse también en los rabinos judíos tras la destrucción del segundo templo (70 d.C.). Tercero se piensa también en «el profeta» como el profeta escatológico y revelador de la voluntad de Dios, tal como se le esperaba en algunos círculos judíos relacionándolo con el texto de Dt 18,15.18. Jn conoce la figura de ese

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profeta escatológico (cf. 1,25; 6,14; 7,40.52). En Qumrán se encuentra asimismo la expectación de un profeta y siempre en conexión directa con la espera mesiánica, cuando se dice que el orden momentáneo permanecerá vigente «hasta tanto que venga el profeta y los mesías de Aarón y de Israel»(1QS 9,11; cf. 4Q, Testimonia 5-8). No obstante quizás haya que contar aún más con la expectación que certifican algunos círculos judeo-cristianos-ebionitas, y según la cual lo que aporta esencialmente el revelador es el cumplimiento de la profecía. Así pues, el Bautista no pretende ninguna función reveladora escatológica. Con todo lo cual la pregunta se hace ahora mucho más apremiante: Entonces ¿quién eres tú realmente? Y la razón es que los emisarios esperaban una respuesta satisfactoria. Y el Bautista se la da recurriendo a una cita de Is 40,3: «Yo soy Voz del que clama en el desierto: Rectificad el camino del Señor.» La cita la hallamos también en la tradición sinóptica acerca del Bautista (cf. Mc 1,3 y par.: Mt 3,3; Lc 3,4-6). Según Jn, aquí el Bautista se interpreta a sí mismo mediante dicha cita. Lo que no es seguro, sin embargo, es si el empleo de dicha cita se remonta al propio Bautista y expresa la imagen personal que tenía de sí mismo; o si más bien se trata de una interpretación cristiana del personaje, la cual fijaría el papel histórico-salvífico de Juan con ayuda de esa cita bíblica. Existe, no obstante, la posibilidad de atribuir al Bautista la referencia a Is 40,3 con un fundamento positivo, toda vez que Juan desarrollaba su actividad en los bordes del desierto de Judea. Y, de conformidad con el texto hebreo original, en tal caso el «Señor», al que se le debe preparar el camino, sería el propio Yahveh. De todos modos los cristianos refirieron «el camino del Señor» a Jesús. También Qumrán se ha remitido a ese texto. Mas la común remisión al mismo texto no excluye una interpretación divergente de las palabras proféticas. En Qumrán la «preparación dei camino a través del desierto» se realiza mediante el estudio y la práctica intensos de la tora, mientras que para el Bautista ello es posible por la penitencia y la recepción del bautismo. Jn pone una vez más el acento en la llamada del Bautista (cf. 1,15); es decir, en su función de testigo de Cristo, como heraldo del Mesías Jesús que lo sigue. 24 Y los enviados eran de los fariseos. 25 Le volvieron a preguntar: Pues entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el profeta? 26 Juan les contestó: Yo bautizo con agua; pero en medio de vosotros hay uno al que no conocéis: 27 el que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatarle la correa de la sandalia. 28 Esto sucedió en Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan estaba bautizando. El v. 24 «Y los enviados eran de los fariseos» está un tanto aislado y parece haberse incorporado en un segundo tiempo, aparte de que presenta una cierta tensión con lo que se afirma en el v. 19, según el cual los emisarios pertenecían al cuerpo de sacerdotes y levitas. Ambos círculos se relacionaban escasamente en tiempo de Jesús y del Bautista, representando intereses totalmente distintos: los sacerdotes, los del culto del templo, y los fariseos, los de una piedad legalista cercana al pueblo. No hay, pues, que enlazarlos en un intento de armonía. Al igual

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que en la tradición sinóptica también en el cuarto Evangelio los fariseos aparecen como los enemigos de Jesús. «Sin embargo, también en el Evangelio según Juan hay toda una serie de indicios por los que deducimos que la exposición del conflicto entre Jesús y los fariseos no tanto refleja la situación histórica en tiempos de Jesús cuanto la propia situación del evangelista a finales del siglo I. Los fariseos aparecen de continuo en el cuarto Evangelio. Aliados a los sumos sacerdotes, constituyen el verdadero frente hostil a Jesús, cuya aniquilación persigue (7,32.45.48; 11,47.57; 18, 3). Tal exposición bien podría ser una elaboración joánica de la historia. En el c. 9 los fariseos proceden contra el ciego de nacimiento al que Jesús curó y lanzan sobre él la excomunión sinagogal (9,13.15.16-40), lo que responde a la época en que se redacta Jn. Para esa época (ha. 90 d.C.) los fariseos ya habían tomado la dirección definitiva del judaísmo. Lo cual significa que en el fondo se trata de los enemigos actuales del Evangelio joánico, que han sido incorporados a este pasaje. La discusión ulterior versa sobre el bautismo. «Pues entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el profeta?» El planteamiento de la cuestión resulta muy significativo, pues parte evidentemente del supuesto de que a Juan sólo le está permitido bautizar en el caso de que sea el Mesías, Elías o el profeta; supuesto que pasa totalmente por alto la situación histórica del Bautista y que sólo se comprende teniendo como trasfondo una «concurrencia cristiana» (cf. 3,22; 4,1ss, en que se alude de forma explícita al motivo de la competencia respecto de la actividad de bautizar). Desde un punto de vista histórico Juan no necesitaba ninguna autorización ni de ningún título mesiánico para su actividad baptista. Más bien hay que decir que el bautismo de Juan forma parte de su predicación apocalíptica de la penitencia y del juicio. Es la acción simbólica que se practica sobre los penitentes voluntarios y que puede salvarlos del inminente juicio final. El problema de una valoración diferenciada del bautismo de Juan sólo pudo plantearse después que existía un bautismo cristiano. Juan replica a sus demandantes refiriéndose a la «calidad menor» de su bautismo, que «sólo» es un bautismo con agua. Su opuesto es el «bautismo con Espíritu Santo», al que se alude expresamente en el v. 33. Y sigue después la alusión al gran desconocido que viene detrás. Las afirmaciones de los v. 26-27 recuerdan los giros correspondientes de los sinópticos: «Tras de mí viene el que es más poderoso que yo, ante quien ni siquiera soy digno de postrarme para desatarle la correa de las sandalias. Yo os he bautizado (sólo) con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo» («y con fuego», según Mt y Lc siguiendo ciertamente Q; cf. Mc 1,7-8 y par. Mt 3,11; Lc 3,16). También aquí encontramos la distinción entre el bautismo con agua y el bautismo «con Espíritu y fuego», que es probablemente la redacción más antigua de Q. Aunque también ésta parece haber sido ya reelaborada en sentido cristiano, de modo que la redacción más antigua, referida a la respuesta del Bautista, bien pudo haber sido ésta: «Yo os bautizo con agua, él os bautizará con fuego». Que Jesús sea el que bautiza con el Espíritu Santo es, pues, una interpretación pospascual y cristiana del bautismo que los discípulos de Jesús contraponían

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enfáticamente a la interpretación del bautismo de los discípulos de Juan. Como bautismo del Espíritu el rito cristiano tiene naturalmente una calidad superior, es más valioso que el bautismo de Juan. Jn ha dado a la tradición un mayor rigor dialéctico en favor del lado cristiano. El Bautista reconoce que bautiza «sólo con agua»; la afirmación, que en los sinópticos aparece al final, se antepone aquí intencionadamente. Nada sabemos por Jn acerca de una predicación del Bautista sobre el juicio (el «fuego», como alusión al juicio divino). Lo que le interesa sobre todo es la diferencia cualitativa. En los v. 26-27 sigue la alusión al gran desconocido. La expresión «pero en medio de vosotros hay uno al que no conocéis» pretende crear una tensión: ¿quién puede ser ese desconocido? El que Jn en este pasaje recoja las expresiones tradicionales para describir al «desconocido» -viene después de mí, me sigue, yo no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias- no hace más que acrecentar la tensión, como en el teatro antes de que suba el telón y aparezca el héroe sobre el escenario. Ese que viene detrás debe ser un personaje superior a todo, poderoso, singular. Jn ha reelaborado con mayor énfasis aún la interpretación cristológica del «más fuerte» que ya se encuentra en los sinópticos. V 28 cierra esta perícopa con un dato geográfico: «Esto sucedió en Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan estaba bautizando.» La ubicación del dato resulta difícil, sobre todo cuando en 3,23 se menciona «Enón, cerca de Salim» como dato topográfico que enmarca la actividad bautizante de Juan. Según Dodd ambos datos topográficos corresponderían a dos períodos diferentes en el ministerio del Bautista. La corrección textual de Orígenes señalando no leer «Betania» sino «Bethabana» (= Beth Abara, «casa del vado» o «casas de vado») vuelve a encontrar hoy partidarios. Ese vado se busca en el curso inferior del Jordán, entre Jericó y la desembocadura del río, al norte del mar Muerto. No hay seguridad de que el dato sea fiable, como piensa Schnackenburg. El dato indica simplemente la existencia de tradiciones locales en Jn y en su círculo. Debe dar credibilidad al relato joánico.

TEXTO 6 JUAN ERA LA VOZ, CRISTO ES LA PALABRA

De los sermones de san Agustín, obispo (Sermón 293, 3: PL 38, 1328-1329)

Juan era la voz, pero el Señor es la Palabra que en el principio ya existía. Juan era una voz provisional; Cristo, desde el principio, es la Palabra eterna. Quita la palabra, ¿y qué es la voz? Si no hay concepto, no hay más que un ruido vacío. La voz sin la palabra llega al oído, pero no edifica el corazón. Pero veamos cómo suceden las cosas en la misma edificación de nuestro corazón. Cuando pienso lo que voy a decir, ya está la palabra presente en mi corazón; pero, si quiero hablarte, busco el modo de hacer llegar a tu corazón lo que está ya en el mío.

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Al intentar que llegue hasta ti y se aposente en tu interior la palabra que hay ya en el mío, echo mano de la voz y, mediante ella, te hablo: el sonido de la voz hace llegar hasta ti el entendimiento de la palabra; y una vez que el sonido de la voz ha llevado hasta ti el concepto, el sonido desaparece, pero la palabra que el sonido condujo hasta ti está ya dentro de tu corazón, sin haber abandonado el mío. Cuando la palabra ha pasado a ti, ¿no te parece que es el mismo sonido el que está diciendo: Ella tiene que crecer y yo tengo que menguar? El sonido de la voz se dejó sentir para cumplir su tarea y desapareció, como si dijera: Esta alegría mía está colmada. Retengamos la palabra, no perdamos la palabra concebida en la médula del alma. ¿Quieres ver cómo pasa la voz, mientras que la divinidad de la Palabra permanece? ¿Qué ha sido del bautismo de Juan? Cumplió su misión y desapareció. Ahora el que se frecuenta es el bautismo de Cristo. Todos nosotros creemos en Cristo, esperamos la salvación en Cristo: esto es lo que la voz hizo sonar. Y precisamente porque resulta difícil distinguir la palabra de la voz, tomaron a Juan por el Mesías. La voz fue confundida con la palabra: pero la voz se reconoció a sí misma, para no ofender a la palabra. Dijo: No soy el Mesías, ni Elías, ni el Profeta. Y cuando le preguntaron: ¿Quién eres?, respondió: Yo soy la voz que grita en el desierto: «Allanad el camino del Señor. » La voz que grita en el desierto, la voz que rompe el silencio. Allanad el camino del Señor, como si dijera: «Yo resueno para introducir la palabra en el corazón; pero ésta no se dignará venir a donde yo trato de introducirla, si no le allanáis el camino.» ¿Qué quiere decir: Allanad el camino, sino: «Suplicad debidamente»? ¿Qué significa: Allanad el camino, sino: «Pensad con humildad»? Aprended del mismo Juan un ejemplo de humildad. Le tienen por el Mesías, y niega serlo; no se le ocurre emplear el error ajeno en beneficio propio. Si hubiera dicho: «Yo soy el Mesías», ¿cómo no lo hubieran creído con la mayor facilidad, si ya le tenían por tal antes de haberlo dicho? Pero no lo dijo: se reconoció a si mismo, no permitió que lo confundieran, se humilló a si mismo. Comprendió dónde tenía su salvación; comprendió que no era más que una antorcha, y temió que el viento de la soberbia la pudiese apagar.

TEXTO 7 GOZO Y PAZ

4 Gozaos siempre en el Señor; os lo repito: gozaos. 5 Que vuestro mesurado comportamiento sea conocido de todos los hombres. El Señor está cerca. 6 No os afanéis por nada, sino que, en toda ocasión, en la oración y súplica, con acción de gracias, vuestras peticiones sean públicamente presentadas a Dios. 7 Y la paz de Dios, que está por encima de todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. 8 En fin, hermanos, todo lo que hay de verdadero, de noble,

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de justo, de puro, de amable, de honorable, si hay alguna virtud o algo digno de alabanza: tenedlo en cuenta. 9 Y las cosas que aprendisteis, recibisteis, oísteis y visteis en mí, llevadlas a la práctica; y el Dios de paz estará con vosotros. De nuevo la marcha del pensamiento retorna al verdadero gozo. Aquí se ve con entera claridad que este gozo está más allá de la experiencia natural y también que debe ser uno de los sentimientos fundamentales del vivir de los cristianos, pues éstos deben estar siempre gozosos. La disposición interior, el sentimiento vital irrumpe en lo exterior. A la alegría y gozo en el Señor responde la bondad, la mansedumbre, que la comunidad debe irradiar en su mundo circundante: un punto de luz en el universo. Cuanta más falta de comprensión, odio y vulgaridad existe, tanto más cuesta afrontarlo con amor, comprensión y amistad. Como lugar del amor mutuo, la comunidad cristiana puede ejercer su fuerza de atracción, puede ser punto de orientación. La falta de amor la convierte en una lámpara de luz mortecina. Uno de los hontanares de la alegría es la proximidad del Señor. La primitiva oración cristiana concluía con el grito de llamada: Maranatha!, ¡ven, Señor! (Cf. 1Co 16,22; Ap 22,20). También nosotros podemos hablar así, aunque ya no estamos poseídos del sentimiento de la espera próxima del final de todas las cosas. Pero sí nos es posible, conveniente y oportuno fijar la mirada en el Señor que llega, porque tenemos un futuro y nuestro futuro es él. Con una bendición se invoca la paz de Dios sobre la comunidad. Paz es salvación. Viene de Dios y supera todas las humanas dimensiones y toda capacidad de compresión. Los riesgos de la fe son siempre agudos. También la incredulidad intenta anidar en el creyente. Suben del corazón pensamientos zozobrantes, preguntas que hacen cavilar, especialmente cuando la existencia terrena se ve amenazada, y más aún en la hora del peirasmos, de la tentación. Hace falta la protección divina, que tiene el poder de hacer perseverar y que está garantizada en el ámbito de Cristo Jesús. También en el ámbito extracristiano existen virtudes indiscutibles, honestidad, amor, heroísmo. Sería temerario y falso limitar tales virtudes a la esfera cristiana. El Apóstol sabe que hay bondad en el mundo. No se avergüenza de recurrir para las instrucciones que da a sus comunidades a los códigos éticos, a los conceptos morales y a los catálogos de virtudes del mundo circundante, de los vecinos paganos. Existían en aquella época no pocos filósofos ambulantes, de ideología estoico-cínica, que enseñaban normas de vida. Pablo no cierra el oído a sus palabras. Cuando incita a la veracidad, a la honradez, a la justicia, a la probidad, etc., todo esto podía haberlo dicho también un estoico. De aquí se deduce al menos que la comunidad cristiana no debe, en modo alguno, quedarse rezagada respecto de sus vecinos en cuanto a la autenticidad de la vida, ya que en este caso demostraría ser un mal testimonio. Pero, con todo, lo que la distingue de sus vecinos es la norma de la fe, que le fue transmitida por el Apóstol, una vez más en su palabra y en su ejemplo. Mientras tanto, han frecuentado la escuela cristiana y han estudiado su fe.

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Comienzan a crecer las tradiciones, que deben, a su vez, ser trasmitidas (Cf. 1Co 11,23; 15,3; 1Ts 4,1s; 2Ts 2,15; 3,6). Así, la comunidad sigue siendo, en la diáspora, un recinto, cuyos límites y separación sólo pueden ser percibidos con el sentido de la fe. Los hombres que están en su interior, apenas se distinguen de los que se encuentran en el exterior. Se da la virtud en ambos lados. Pero la fe está de su parte. Resiste. Tienen la promesa de la paz divina.

TEXTO 8 "ALEGRAOS SIEMPRE EN EL SEÑOR"

Mensaje de Benedicto XVI para la XXVII Jornada Mundial de la Juventud 15 de marzo de 2012

Me alegro de dirigirme de nuevo a vosotros con ocasión de la XXVII Jornada Mundial de la Juventud. El recuerdo del encuentro de Madrid el pasado mes de agosto sigue muy presente en mi corazón. Ha sido un momento extraordinario de gracia, durante el cual el Señor ha bendecido a los jóvenes allí presentes, venidos del mundo entero. Doy gracias a Dios por los muchos frutos que ha suscitado en aquellas jornadas y que en el futuro seguirán multiplicándose entre los jóvenes y las comunidades a las que pertenecen. Ahora nos estamos dirigiendo ya hacia la próxima cita en Río de Janeiro en el año 2013, que tendrá como tema «¡Id y haced discípulos a todos los pueblos!» (cf. Mt 28,19). Este año, el tema de la Jornada Mundial de la Juventud nos lo da la exhortación de la Carta del apóstol san Pablo a los Filipenses: «¡Alegráos siempre en el Señor!» (4,4). En efecto, La alegría es un elemento central de la experiencia cristiana. También experimentamos en cada Jornada Mundial de la Juventud una alegría intensa, la alegría de la comunión, la alegría de ser cristianos, la alegría de la fe. Esta es una de las características de estos encuentros. Vemos la fuerza atrayente que ella tiene: en un mundo marcado a menudo por la tristeza y la inquietud, la alegría es un testimonio importante de la belleza y fiabilidad de la fe cristiana. La Iglesia tiene la vocación de llevar la alegría al mundo, una alegría auténtica y duradera, aquella que los ángeles anunciaron a los pastores de Belén en la noche del nacimiento de Jesús (cf.Lc 2,10). Dios no sólo ha hablado, no sólo ha cumplido signos prodigiosos en la historia de la humanidad, sino que se ha hecho tan cercano que ha llegado a hacerse uno de nosotros, recorriendo las etapas de la vida entera del hombre. En el difícil contexto actual, muchos jóvenes en vuestro entorno tienen una inmensa necesidad de sentir que el mensaje cristiano es un mensaje de alegría y esperanza. Quisiera reflexionar ahora con vosotros sobre esta alegría, sobre los caminos para encontrarla, para que podáis vivirla cada vez con mayor profundidad y ser mensajeros de ella entre los que os rodean.

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1. Nuestro corazón está hecho para la alegría La aspiración a la alegría está grabada en lo más íntimo del ser humano. Más allá de las satisfacciones inmediatas y pasajeras, nuestro corazón busca la alegría profunda, plena y perdurable, que pueda dar «sabor» a la existencia. Y esto vale sobre todo para vosotros, porque la juventud es un período de un continuo descubrimiento de la vida, del mundo, de los demás y de sí mismo. Es un tiempo de apertura hacia el futuro, donde se manifiestan los grandes deseos de felicidad, de amistad, del compartir y de verdad; donde uno es impulsado por ideales y se conciben proyectos. Cada día el Señor nos ofrece tantas alegrías sencillas: la alegría de vivir, la alegría ante la belleza de la naturaleza, la alegría de un trabajo bien hecho, la alegría del servicio, la alegría del amor sincero y puro. Y si miramos con atención, existen tantos motivos para la alegría: los hermosos momentos de la vida familiar, la amistad compartida, el descubrimiento de las propias capacidades personales y la consecución de buenos resultados, el aprecio que otros nos tienen, la posibilidad de expresarse y sentirse comprendidos, la sensación de ser útiles para el prójimo. Y, además, la adquisición de nuevos conocimientos mediante los estudios, el descubrimiento de nuevas dimensiones a través de viajes y encuentros, la posibilidad de hacer proyectos para el futuro. También pueden producir en nosotros una verdadera alegría la experiencia de leer una obra literaria, de admirar una obra maestra del arte, de escuchar e interpretar la música o ver una película. Pero cada día hay tantas dificultades con las que nos encontramos en nuestro corazón, tenemos tantas preocupaciones por el futuro, que nos podemos preguntar si la alegría plena y duradera a la cual aspiramos no es quizá una ilusión y una huída de la realidad. Hay muchos jóvenes que se preguntan: ¿es verdaderamente posible hoy en día la alegría plena? Esta búsqueda sigue varios caminos, algunos de los cuales se manifiestan como erróneos, o por lo menos peligrosos. Pero, ¿cómo podemos distinguir las alegrías verdaderamente duraderas de los placeres inmediatos y engañosos? ¿Cómo podemos encontrar en la vida la verdadera alegría, aquella que dura y no nos abandona ni en los momentos más difíciles? 2. Dios es la fuente de la verdadera alegría En realidad, todas las alegrías auténticas, ya sean las pequeñas del día a día o las grandes de la vida, tienen su origen en Dios, aunque no lo parezca a primera vista, porque Dios es comunión de amor eterno, es alegría infinita que no se encierra en sí misma, sino que se difunde en aquellos que Él ama y que le aman. Dios nos ha creado a su imagen por amor y para derramar sobre nosotros su amor, para colmarnos de su presencia y su gracia. Dios quiere hacernos partícipes de su alegría, divina y eterna, haciendo que descubramos que el valor y el sentido profundo de nuestra vida está en el ser aceptados, acogidos y amados por Él, y no con una acogida frágil como puede ser la humana, sino con una acogida incondicional como lo es la divina: yo soy

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amado, tengo un puesto en el mundo y en la historia, soy amado personalmente por Dios. Y si Dios me acepta, me ama y estoy seguro de ello, entonces sabré con claridad y certeza que es bueno que yo sea, que exista. Este amor infinito de Dios para con cada uno de nosotros se manifiesta de modo pleno en Jesucristo. En Él se encuentra la alegría que buscamos. En el Evangelio vemos cómo los hechos que marcan el inicio de la vida de Jesús se caracterizan por la alegría. Cuando el arcángel Gabriel anuncia a la Virgen María que será madre del Salvador, comienza con esta palabra: «¡Alégrate!» (Lc 1,28). En el nacimiento de Jesús, el Ángel del Señor dice a los pastores: «Os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor» (Lc 2,11). Y los Magos que buscaban al niño, «al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría» (Mt 2,10). El motivo de esta alegría es, por lo tanto, la cercanía de Dios, que se ha hecho uno de nosotros. Esto es lo que san Pablo quiso decir cuando escribía a los cristianos de Filipos: «Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca» (Flp 4,4-5). La primera causa de nuestra alegría es la cercanía del Señor, que me acoge y me ama. En efecto, el encuentro con Jesús produce siempre una gran alegría interior. Lo podemos ver en muchos episodios de los Evangelios. Recordemos la visita de Jesús a Zaqueo, un recaudador de impuestos deshonesto, un pecador público, a quien Jesús dice: «Es necesario que hoy me quede en tu casa». Y san Lucas dice que Zaqueo «lo recibió muy contento» (Lc19,5-6). Es la alegría del encuentro con el Señor; es sentir el amor de Dios que puede transformar toda la existencia y traer la salvación. Zaqueo decide cambiar de vida y dar la mitad de sus bienes a los pobres. En la hora de la pasión de Jesús, este amor se manifiesta con toda su fuerza. Él, en los últimos momentos de su vida terrena, en la cena con sus amigos, dice: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor… Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud» (Jn 15,9.11). Jesús quiere introducir a sus discípulos y a cada uno de nosotros en la alegría plena, la que Él comparte con el Padre, para que el amor con que el Padre le ama esté en nosotros (cf. Jn 17,26). La alegría cristiana es abrirse a este amor de Dios y pertenecer a Él. Los Evangelios relatan que María Magdalena y otras mujeres fueron a visitar el sepulcro donde habían puesto a Jesús después de su muerte y recibieron de un Ángel una noticia desconcertante, la de su resurrección. Entonces, así escribe el Evangelista, abandonaron el sepulcro a toda prisa, «llenas de miedo y de alegría», y corrieron a anunciar la feliz noticia a los discípulos. Jesús salió a su encuentro y dijo: «Alegraos» (Mt 28,8-9). Es la alegría de la salvación que se les ofrece: Cristo es el viviente, es el que ha vencido el mal, el pecado y la muerte. Él está presente en medio de nosotros como el Resucitado, hasta el final de los tiempos (cf. Mt 28,21). El mal no tiene la

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última palabra sobre nuestra vida, sino que la fe en Cristo Salvador nos dice que el amor de Dios es el que vence. Esta profunda alegría es fruto del Espíritu Santo que nos hace hijos de Dios, capaces de vivir y gustar su bondad, de dirigirnos a Él con la expresión «Abba», Padre (cf. Rm 8,15). La alegría es signo de su presencia y su acción en nosotros. 3. Conservar en el corazón la alegría cristiana Aquí nos preguntamos: ¿Cómo podemos recibir y conservar este don de la alegría profunda, de la alegría espiritual? Un Salmo dice: «Sea el Señor tu delicia, y él te dará lo que pide tu corazón» (Sal 37,4). Jesús explica que «El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo» (Mt 13,44). Encontrar y conservar la alegría espiritual surge del encuentro con el Señor, que pide que le sigamos, que nos decidamos con determinación, poniendo toda nuestra confianza en Él. Queridos jóvenes, no tengáis miedo de arriesgar vuestra vida abriéndola a Jesucristo y su Evangelio; es el camino para tener la paz y la verdadera felicidad dentro de nosotros mismos, es el camino para la verdadera realización de nuestra existencia de hijos de Dios, creados a su imagen y semejanza. Buscar la alegría en el Señor: la alegría es fruto de la fe, es reconocer cada día su presencia, su amistad: «El Señor está cerca» (Flp 4,5); es volver a poner nuestra confianza en Él, es crecer en su conocimiento y en su amor. El «Año de la Fe», que iniciaremos dentro de pocos meses, nos ayudará y estimulará. Queridos amigos, aprended a ver cómo actúa Dios en vuestras vidas, descubridlo oculto en el corazón de los acontecimientos de cada día. Creed que Él es siempre fiel a la alianza que ha sellado con vosotros el día de vuestro Bautismo. Sabed que jamás os abandonará. Dirigid a menudo vuestra mirada hacia Él. En la cruz entregó su vida porque os ama. La contemplación de un amor tan grande da a nuestros corazones una esperanza y una alegría que nada puede destruir. Un cristiano nunca puede estar triste porque ha encontrado a Cristo, que ha dado la vida por él. Buscar al Señor, encontrarlo, significa también acoger su Palabra, que es alegría para el corazón. El profeta Jeremías escribe: «Si encontraba tus palabras, las devoraba: tus palabras me servían de gozo, eran la alegría de mi corazón» (Jr 15,16). Aprended a leer y meditar la Sagrada Escritura; allí encontraréis una respuesta a las preguntas más profundas sobre la verdad que anida en vuestro corazón y vuestra mente. La Palabra de Dios hace que descubramos las maravillas que Dios ha obrado en la historia del hombre y que, llenos de alegría, proclamemos en alabanza y adoración: «Venid, aclamemos al Señor… postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor, creador nuestro» (Sal 95,1.6).

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La Liturgia en particular, es el lugar por excelencia donde se manifiesta la alegría que la Iglesia recibe del Señor y transmite al mundo. Cada domingo, en la Eucaristía, las comunidades cristianas celebran el Misterio central de la salvación: la muerte y resurrección de Cristo. Este es un momento fundamental para el camino de cada discípulo del Señor, donde se hace presente su sacrificio de amor; es el día en el que encontramos al Cristo Resucitado, escuchamos su Palabra, nos alimentamos de su Cuerpo y su Sangre. Un Salmo afirma: «Este es el día que hizo el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo» (Sal 118,24). En la noche de Pascua, la Iglesia canta el Exultet, expresión de alegría por la victoria de Jesucristo sobre el pecado y la muerte: «¡Exulte el coro de los ángeles… Goce la tierra inundada de tanta claridad… resuene este templo con las aclamaciones del pueblo en fiesta!». La alegría cristiana nace del saberse amados por un Dios que se ha hecho hombre, que ha dado su vida por nosotros y ha vencido el mal y la muerte; es vivir por amor a él. Santa Teresa del Niño Jesús, joven carmelita, escribió: «Jesús, mi alegría es amarte a ti» (Poesía 45/7). 4. La alegría del amor Queridos amigos, la alegría está íntimamente unida al amor; ambos son frutos inseparables del Espíritu Santo (cf. Ga 5,23). El amor produce alegría, y la alegría es una forma del amor. La beata Madre Teresa de Calcuta, recordando las palabras de Jesús: «hay más dicha en dar que en recibir» (Hch 20,35), decía: «La alegría es una red de amor para capturar las almas. Dios ama al que da con alegría. Y quien da con alegría da más». El siervo de Dios Pablo VI escribió: «En el mismo Dios, todo es alegría porque todo es un don» (Ex. ap. Gaudete in Domino, 9 mayo 1975). Pensando en los diferentes ámbitos de vuestra vida, quisiera deciros que amar significa constancia, fidelidad, tener fe en los compromisos. Y esto, en primer lugar, con las amistades. Nuestros amigos esperan que seamos sinceros, leales, fieles, porque el verdadero amor es perseverante también y sobre todo en las dificultades. Y lo mismo vale para el trabajo, los estudios y los servicios que desempeñáis. La fidelidad y la perseverancia en el bien llevan a la alegría, aunque ésta no sea siempre inmediata. Para entrar en la alegría del amor, estamos llamados también a ser generosos, a no conformarnos con dar el mínimo, sino a comprometernos a fondo, con una atención especial por los más necesitados. El mundo necesita hombres y mujeres competentes y generosos, que se pongan al servicio del bien común. Esforzaos por estudiar con seriedad; cultivad vuestros talentos y ponedlos desde ahora al servicio del prójimo. Buscad el modo de contribuir, allí donde estéis, a que la sociedad sea más justa y humana. Que toda vuestra vida esté impulsada por el espíritu de servicio, y no por la búsqueda del poder, del éxito material y del dinero. A propósito de generosidad, tengo que mencionar una alegría especial; es la que se siente cuando se responde a la vocación de entregar toda la vida al

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Señor. Queridos jóvenes, no tengáis miedo de la llamada de Cristo a la vida religiosa, monástica, misionera o al sacerdocio. Tened la certeza de que colma de alegría a los que, dedicándole la vida desde esta perspectiva, responden a su invitación a dejar todo para quedarse con Él y dedicarse con todo el corazón al servicio de los demás. Del mismo modo, es grande la alegría que Él regala al hombre y a la mujer que se donan totalmente el uno al otro en el matrimonio para formar una familia y convertirse en signo del amor de Cristo por su Iglesia. Quisiera mencionar un tercer elemento para entrar en la alegría del amor: hacer que crezca en vuestra vida y en la vida de vuestras comunidades la comunión fraterna. Hay vínculo estrecho entre la comunión y la alegría. No en vano san Pablo escribía su exhortación en plural; es decir, no se dirige a cada uno en singular, sino que afirma: «Alegraos siempre en el Señor» (Flp4,4). Sólo juntos, viviendo en comunión fraterna, podemos experimentar esta alegría. El libro de los Hechos de los Apóstoles describe así la primera comunidad cristiana: «Partían el pan en las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón» (Hch 2,46). Empleaos también vosotros a fondo para que las comunidades cristianas puedan ser lugares privilegiados en que se comparta, se atienda y cuiden unos a otros. 5. La alegría de la conversión Queridos amigos, para vivir la verdadera alegría también hay que identificar las tentaciones que la alejan. La cultura actual lleva a menudo a buscar metas, realizaciones y placeres inmediatos, favoreciendo más la inconstancia que la perseverancia en el esfuerzo y la fidelidad a los compromisos. Los mensajes que recibís empujar a entrar en la lógica del consumo, prometiendo una felicidad artificial. La experiencia enseña que el poseer no coincide con la alegría. Hay tantas personas que, a pesar de tener bienes materiales en abundancia, a menudo están oprimidas por la desesperación, la tristeza y sienten un vacío en la vida. Para permanecer en la alegría, estamos llamados a vivir en el amor y la verdad, a vivir en Dios. La voluntad de Dios es que nosotros seamos felices. Por ello nos ha dado las indicaciones concretas para nuestro camino: los Mandamientos. Cumpliéndolos encontramos el camino de la vida y de la felicidad. Aunque a primera vista puedan parecer un conjunto de prohibiciones, casi un obstáculo a la libertad, si los meditamos más atentamente a la luz del Mensaje de Cristo, representan un conjunto de reglas de vida esenciales y valiosas que conducen a una existencia feliz, realizada según el proyecto de Dios. Cuántas veces, en cambio, constatamos que construir ignorando a Dios y su voluntad nos lleva a la desilusión, la tristeza y al sentimiento de derrota. La experiencia del pecado como rechazo a seguirle, como ofensa a su amistad, ensombrece nuestro corazón. Pero aunque a veces el camino cristiano no es fácil y el compromiso de fidelidad al amor del Señor encuentra obstáculos o registra caídas, Dios, en su

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misericordia, no nos abandona, sino que nos ofrece siempre la posibilidad de volver a Él, de reconciliarnos con Él, de experimentar la alegría de su amor que perdona y vuelve a acoger. Queridos jóvenes, ¡recurrid a menudo al Sacramento de la Penitencia y la Reconciliación! Es el Sacramento de la alegría reencontrada. Pedid al Espíritu Santo la luz para saber reconocer vuestro pecado y la capacidad de pedir perdón a Dios acercándoos a este Sacramento con constancia, serenidad y confianza. El Señor os abrirá siempre sus brazos, os purificará y os llenará de su alegría: habrá alegría en el cielo por un solo pecador que se convierte (cf. Lc 15,7). 6. La alegría en las pruebas Al final puede que quede en nuestro corazón la pregunta de si es posible vivir de verdad con alegría incluso en medio de tantas pruebas de la vida, especialmente las más dolorosas y misteriosas; de si seguir al Señor y fiarse de Él da siempre la felicidad. La respuesta nos la pueden dar algunas experiencias de jóvenes como vosotros que han encontrado precisamente en Cristo la luz que permite dar fuerza y esperanza, también en medio de situaciones muy difíciles. El beato Pier Giorgio Frassati (1901-1925) experimentó tantas pruebas en su breve existencia; una de ellas concernía su vida sentimental, que le había herido profundamente. Precisamente en esta situación, escribió a su hermana: «Tú me preguntas si soy alegre; y ¿cómo no podría serlo? Mientras la fe me de la fuerza estaré siempre alegre. Un católico no puede por menos de ser alegre... El fin para el cual hemos sido creados nos indica el camino que, aunque esté sembrado de espinas, no es un camino triste, es alegre incluso también a través del dolor» (Carta a la hermana Luciana, Turín, 14 febrero 1925). Y el beato Juan Pablo II, al presentarlo como modelo, dijo de él: «Era un joven de una alegría contagiosa, una alegría que superaba también tantas dificultades de su vida» (Discurso a los jóvenes, Turín, 13 abril 1980). Más cercana a nosotros, la joven Chiara Badano (1971-1990), recientemente beatificada, experimentó cómo el dolor puede ser transfigurado por el amor y estar habitado por la alegría. A la edad de 18 años, en un momento en el que el cáncer le hacía sufrir de modo particular, rezó al Espíritu Santo para que intercediera por los jóvenes de su Movimiento. Además de su curación, pidió a Dios que iluminara con su Espíritu a todos aquellos jóvenes, que les diera la sabiduría y la luz: «Fue un momento de Dios: sufría mucho físicamente, pero el alma cantaba» (Carta a Chiara Lubich, Sassello, 20 de diciembre de 1989). La clave de su paz y alegría era la plena confianza en el Señor y la aceptación de la enfermedad como misteriosa expresión de su voluntad para su bien y el de los demás. A menudo repetía: «Jesús, si tú lo quieres, yo también lo quiero». Son dos sencillos testimonios, entre otros muchos, que muestran cómo el cristiano auténtico no está nunca desesperado o triste, incluso ante las

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pruebas más duras, y muestran que la alegría cristiana no es una huida de la realidad, sino una fuerza sobrenatural para hacer frente y vivir las dificultades cotidianas. Sabemos que Cristo crucificado y resucitado está con nosotros, es el amigo siempre fiel. Cuando participamos en sus sufrimientos, participamos también en su alegría. Con Él y en Él, el sufrimiento se transforma en amor. Y ahí se encuentra la alegría (cf. Col1,24). 7. Testigos de la alegría Queridos amigos, para concluir quisiera alentaros a ser misioneros de la alegría. No se puede ser feliz si los demás no lo son. Por ello, hay que compartir la alegría. Id a contar a los demás jóvenes vuestra alegría de haber encontrado aquel tesoro precioso que es Jesús mismo. No podemos conservar para nosotros la alegría de la fe; para que ésta pueda permanecer en nosotros, tenemos que transmitirla. San Juan afirma: «Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos, para que estéis en comunión con nosotros… Os escribimos esto, para que nuestro gozo sea completo» (1Jn 1,3-4). A veces se presenta una imagen del Cristianismo como una propuesta de vida que oprime nuestra libertad, que va contra nuestro deseo de felicidad y alegría. Pero esto no corresponde a la verdad. Los cristianos son hombres y mujeres verdaderamente felices, porque saben que nunca están solos, sino que siempre están sostenidos por las manos de Dios. Sobre todo vosotros, jóvenes discípulos de Cristo, tenéis la tarea de mostrar al mundo que la fe trae una felicidad y alegría verdadera, plena y duradera. Y si el modo de vivir de los cristianos parece a veces cansado y aburrido, entonces sed vosotros los primeros en dar testimonio del rostro alegre y feliz de la fe. El Evangelio es la «buena noticia» de que Dios nos ama y que cada uno de nosotros es importante para Él. Mostrad al mundo que esto de verdad es así. Por lo tanto, sed misioneros entusiasmados de la nueva evangelización. Llevad a los que sufren, a los que están buscando, la alegría que Jesús quiere regalar. Llevadla a vuestras familias, a vuestras escuelas y universidades, a vuestros lugares de trabajo y a vuestros grupos de amigos, allí donde vivís. Veréis que es contagiosa. Y recibiréis el ciento por uno: la alegría de la salvación para vosotros mismos, la alegría de ver la Misericordia de Dios que obra en los corazones. En el día de vuestro encuentro definitivo con el Señor, Él podrá deciros: «¡Siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu señor!» (Mt 25,21). Que la Virgen María os acompañe en este camino. Ella acogió al Señor dentro de sí y lo anunció con un canto de alabanza y alegría, el Magníficat: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador» (Lc 1,46-47). María respondió plenamente al amor de Dios dedicando a Él su vida en un servicio humilde y total. Es llamada «causa de nuestra alegría» porque nos ha dado a Jesús. Que Ella os introduzca en aquella alegría que nadie os podrá quitar.

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TEXTO 9 SAN JUAN CRISÓSTOMO COMENTA EL EVANGELIO

HOMILÍA XVI (XV) Este es el testimonio de Juan, cuando los judíos le enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas para preguntarle: ¿Quién eres tú? (Jn 1,19). GRAVE COSA ES la envidia, carísimos; grave cosa es, pero no para los envidiados, sino para los que envidian. A éstos, antes que a nadie, es a quienes daña; a éstos destroza antes que a nadie, pues llena su ánimo de un como mortífero veneno. Si daña en algo a los envidiados, el daño es pequeño y de nonada, puesto que les acarrea una ganancia mayor que el daño. Y no sólo en la envidia, sino también en los demás vicios, quien recibe el daño no es el que suíre el mal, sino el que lo causa. Si esto no fuera así, no habría Pablo ordenado a los discípulos sufrir las injurias antes que perpetrarlas, cuando dice: ¿Por qué no más bien toleráis el atropello? ¿por qué no más bien sufrís el despojo? Sabía perfectamente que en todo caso la ruina sería no para el que sufre el mal, sino para el que lo causa. Todo esto lo he dicho a causa de la envidia de los judíos. Los que de las ciudades habían concurrido y arrepentidos confesaban sus pecados y se bautizaban, movidos a penitencia, envían a algunos que le pregunten: ¿Tú quién eres? Verdadera estirpe de víboras; serpientes y más que serpientes si hay algo más. Generación mala, adúltera y perversa. Tras de haber recibido el bautismo, ahora ¿preguntas e inquieres con vana curiosidad quién sea el Bautista? ¿Habrá necedad más necia que ésta? ¿Habrá estulticia más estulta? Entonces ¿por qué salisteis a verlo? ¿por qué confesasteis vuestros pecados? ¿por qué corristeis a que os bautizara? ¿para qué le preguntasteis lo que debíais hacer? Precipitadamente procedisteis, pues no entendíais ni el origen ni de qué se trataba. Pero el bienaventurado Juan nada de eso les echó en cara, sino que les respondió con toda mansedumbre. Vale la pena examinar por qué procedió así. Fue para que ante todos quedara patente la perversidad de ellos. Con frecuencia Juan dio ante ellos testimonio de Cristo; y al tiempo en que los bautizaba muchas veces les hacía mención de Cristo y les decía: Yo os bautizo en agua. Mas el que viene en pos de mí es más poderoso que yo. El os bautizará en el Espíritu Santo y fuego. Pensaban ellos acerca de Juan algo meramente humano. Procurando la gloria mundana, y no mirando sino a lo que tenían ante los ojos, pensaban ser cosa indigna de Juan el ser inferior a Cristo. Ciertamente muchas cosas recomendaban a Juan. Desde luego el brillo de su linaje, pues era hijo de un príncipe de los sacerdotes. En segundo lugar, la aspereza en su modo de vivir. Luego, el desprecio de todas las cosas humanas, pues teniendo en poco los vestidos, la mesa, la casa, los alimentos mismos, anteriormente había vivido en el desierto. Cristo en cambio era de linaje venido a menos, como los judíos con frecuencia se lo echaban en cara diciendo: ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama María su madre, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? 4 Y la que parecía ser su patria de tal manera era despreciable que aún Natanael vino a decir: ¿De Nazaret puede salir algo bueno? Añadíase el género de vida vulgar y el vestido ordinario. No andaba ceñido con

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cinturón de cuero ni tenía túnica de pelo de camello, ni se alimentaba de miel silvestre y de langostas, sino que su comida era de manjares ordinarios, y se presentaba incluso en los convites de publícanos y hombres pecadores para atraerlos. No entendiendo esto los judíos, se lo reprochaban, como El mismo lo advirtió: Vino el Hijo del hombre que come y bebe y dicen: Ved ahí a un hombre glotón y bebedor, amigo de publícanos y pecadores! Pues como Juan con frecuencia remitiera a quienes se le acercaban de los judíos a Cristo, el cual a ellos les parecía inferior a Juan; y éstos avergonzados y llevándolo a mal, prefirieran tener como maestro a Juan, no atreviéndose a decirlo abiertamente, lo que hacen es enviarle algunos de ellos, esperando que por medio de la adulación lo obligarían a declarar ser él el Cristo. Y no le envían gente de la ínfima clase social, como a Cristo, cuando querían cogerlo en palabras -pues en esa ocasión le enviaron unos siervos y luego unos herodianos, gente de esa misma clase-, sino que le envían sacerdotes y levitas; y no sacerdotes cualesquiera, sino de Jerusalén, o sea, de los más honorables -pues no sin motivo lo subrayó el evangelista-. Y los envían para preguntarle: ¿Tú quién eres? El nacimiento de Juan había sido tan solemne que todos decían: Pues ¿qué va a ser este niño? Y se divulgó por toda la región montañosa. Y cuando se presentó en el Jordán, de todas las ciudades volaron a él; y de Jerusalén y de toda Judea iban a él para ser bautizados. De modo que los enviados preguntan ahora no porque ignoren quién es?-¿cómo lo podían ignorar, pues de tantos modos se había dado a conocer?-, sino para inducirlo a confesar lo que ya anteriormente indiqué. Oye, pues, cómo este bienaventurado responde, no a la pregunta directamente, sino conforme a lo que ellos pensaban. Le preguntaban: ¿Tú quien eres? y él no respondió al punto lo que convenía responder: Soy la voz que clama en el desierto sino ¿qué? Rechaza lo que ellos sospechaban. Pues preguntado: ¿Tú quien eres?, dice el evangelista: Lo proclamó y no negó la verdad y declaró: Yo no soy el Cristo. Observa la prudencia del evangelista. Tres veces repite la afirmación, para subrayar tanto la virtud del Bautista como la perversidad de los judíos. Por su parte Lucas dice que como las turbas sospecharan si él sería el Cristo, Juan reprimió semejante sospecha. Deber es éste de un siervo fiel: no sólo no apropiarse la gloria de su Señor, sino aun rechazarla si la multitud se la ofrece. Las turbas llegaron a semejantes sospechas por su ignorancia y sencillez; pero los judíos, como ya dije, le preguntaban con maligna intención, esperando obtener de sus adulaciones la respuesta que anhelaban. Si no hubieran intentado eso, no habrían pasado tan inmediatamente a la siguiente pregunta; sino que, indignados porque él no respondía según el propósito que traían, le habrían dicho: ¿Acaso nosotros hemos sospechado eso? ¿Venimos por ventura a preguntarte eso que dices? Pero cogidos en su misma trampa, pasan a otra pregunta. ¿Entonces que? ¿Eres tú Elías? Y él les respondió: No soy. Porque ellos esperaban la venida de Elías, como lo indicó Cristo. Pues cuando los discípulos le preguntaron: ¿Cómo es que los escribas dicen que antes debe venir Elías? El les respondió: Elías, cierto, ha de venir y lo restaurará todofi Lluego los judíos preguntan a Juan: ¿Eres

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tú el profeta? Y respondió: ¡No! Y sin embargo era profeta. Entonces ¿por qué lo niega? Es que de nuevo atiende al pensamiento de los que preguntan. Esperaban éstos que había de venir un gran profeta, pues Moisés había dicho: Os suscitará un profeta el Señor Dios de entre vuestros hermanos, como yo, al cual escucharéis? Se refería a Cristo. Por eso no le preguntan: ¿Eres un profeta? es decir, uno del número de los profetas, sino que ponen el artículo, como si dijeran: ¿Eres tú aquel profeta? Es decir el anunciado por Moisés. Y por esto Juan negó ser aquel profeta, pero no negó ser profeta. Insistiéronle: ¿quién eres, pues? Dínoslo para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado. ¿Qué dices de ti mismo? Observa cómo se empeñan e instan y no desisten; y cómo Juan, una vez descartadas las falsas opiniones, establece la verdad. Pues dice: Yo soy la voz del que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor, como lo dijo el profeta Isaías. Pues había proclamado algo grande y excelente acerca de Cristo, atemperándose a la opinión de ellos se refugia en el profeta Isaías y por aquí hace creíbles sus palabras. Y dice el evangelista: Los que se le habían enviado eran algunos de los fariseos. Y le preguntaron y dijeron: ¿Cómo, pues, bautizas, si tú no eres el Cristo, ni Elías, ni el Profeta? ¿Ves por aquí cómo no procedí yo a la ligera cuando afirmé que ellos querían inducirlo a la dicha confesión? Al principio hablaron así para no ser entendidos de todos. Pero después, como Juan afirmó: No soy el Cristo, enseguida, para encubrir lo que en su interior maquinaban, recurrieron a Elías y al Profeta. Y cuando Juan les dijo que no era ni el uno ni el otro, dudosos, pero ya abiertamente, manifiestan su dolo y le dicen: Entonces ¿cómo es que bautizas si no eres el Cristo? Pero de nuevo encubriendo su pensamiento recurren a Elías y al Profeta. Pues no pudieron vencer al Bautista por la adulación, creyeron que lo lograrían mediante la acusación, para que confesara lo que ellos anhelaban, y que no era verdad. ¡Oh locura, oh arrogancia y curiosidad extemporánea! Se os ha enviado para saber de Juan de dónde sea y de quién es. Y ahora vosotros ¿le pondréis leyes? Porque tales palabras eran propias de quienes lo quieren obligar a que confiese ser Cristo. Y sin embargo, tampoco ahora muestra indignación; ni, como parecía convenir, exclamó algo parecido a esto: ¿Me ponéis mandato y me fijáis leyes? Sino que de nuevo manifiesta suma moderación. Pues les dice. Yo bautizo con agua; pero en medio de vosotros está ya el que vosotros no conocéis. Ese es el que ha de venir en pos de mí, el que existía antes que yo y del cual no soy digno de desatar la correa de sus sandalias. ¿Qué pueden oponer a esto los judíos? La acusación contra ellos por aquí se torna irrefutable; su condenación no tiene perdón que la pueda apartar; contra sí mismos han pronunciado la sentencia. ¿Cómo y en qué forma? Tenían a Juan como digno de fe y tan veraz, que se le debía creer no solamente cuando diera testimonio de otros, sino también cuando lo diera acerca de sí mismo. Si no hubieran pensado así de él, nunca le habrían enviado quienes le preguntaran acerca de sí mismo. Sabéis bien vosotros que nadie da crédito a quienes hablan de

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sí mismos, sino cuando se les tiene por sumamente veraces. Y no es esto sólo lo que les cierra la boca, sino además el ánimo con que lo acometieron. Se acercaron a Juan con sumo anhelo, aunque luego cambiaron. Ambas cosas significó Cristo cuando dijo: Juan era una antorcha que brillaba y ardía; y a vosotros os plugo regocijaros momentáneamente con su llamad La respuesta de Juan le procuraba todavía una mayor credibilidad. Pues dice Cristo: El que no busca su gloria es veraz y en él no hay injusticia. Juan no la buscó, sino que los remitió a Cristo. Y los que le fueron enviados eran de los más dignos de fe y principales entre ellos, de modo que no les quedara excusa o perdón por no haber creído en Cristo. ¿Por qué no creéis a lo que Juan afirmaba de Cristo? Enviasteis a vuestros principales. Por boca de ellos vosotros interrogasteis. Oísteis lo que respondió el Bautista. Los enviados desplegaron todo su empeño, toda su diligencia, y todo lo escrutaron, y trajeron al medio a todos los varones de quienes tenían sospecha que fuera Juan. Y sin embargo éste con toda libertad les respondió y confesó no ser el Cristo, ni Elías, ni el famoso Profeta. Y no contento con esto, declaró quién era él y habló de la naturaleza de su bautismo, afirmando ser humilde y poca cosa y que, fuera del agua, ninguna virtud tenía, y proclamó la excelencia del bautismo instituido por Cristo. Trajo además el testimonio del profeta Elías, proferido mucho antes y en el que al otro lo llamaba Señor y a Juan siervo y ministro. ¿Qué más habían de esperar? ¿qué faltaba? ¿Acaso no únicamente que creyeran a aquel de quien Juan daba testimonio, y lo adoraran y lo confesaran como Dios? Y que semejante testimonio no procediera de adulación, sino de la verdad, lo comprobaban las costumbres y la prudencia y demás virtudes del testificante. Lo cual era manifiesto, pues nadie hay que prefiera al vecino a sí mismo, ni que ceda a otro el honor que puede él apropiarse, sobre todo tratándose de tan gran honor. De modo que Juan, si Cristo no fuera verdaderamente Dios, jamás habría proferido tal testimonio. Si rechazó aquel honor porque inmensamente superaba a lo que él era, ciertamente nunca habría atribuido tal honor a otro que le fuera inferior. En medio de vosotros está ya el que vosotros no conocéis. Habló así Juan porque Cristo, como era conveniente, se mezclaba con el pueblo y andaba como uno de los plebeyos, porque en todas partes daba lecciones de despreciar el fausto y las pompas y vanidades. Al hablar aquí Juan de conocimiento, se refiere a un conocimiento perfecto acerca de quién era Cristo y de dónde venía. Lo otro que dice Juan y lo repite con frecuencia: Vendrá después de mí, es como si dijera: No penséis que con mi bautismo ya está todo perfecto. Si lo estuviera, nadie vendría después de mí a traer otro bautismo nuevo. Este mío no es sino cierto modo de preparación. Lo mío es sombra, es imagen. Se necesita que venga otro que opere la realidad. De modo que la expresión: Vendrá en pos de mí declara la dignidad del bautismo de Cristo. Pues si el de Juan fuera perfecto, no se buscaría otro además. Es más poderoso que yo. Es decir más honorable, más esclarecido. Y luego, para que no pensaran que esa superioridad en la excelencia la decía refiriéndose a sí mismo, quiso declarar que no había comparación posible y añadió: Yo no soy digno

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de desatar la correa de sus sandalias. De modo que no solamente ha sido constituido superior a mí, sino que las cosas son tales que no merezco que se me cuente entre los últimos de sus esclavos; puesto que desatar la correa del calzado es el más bajo de los servicios. Pues si Juan no es digno de desatar la correa, Juan, mayor que el cual no ha nacido nadie de mujer ¿en qué lugar nos pondremos nosotros? Si Juan, que era superior a todo el mundo (pues dice Pablo: De los que el mundo no era digno), no se siente digno de ser contado entre los últimos servidores de Cristo, ¿qué diremos nosotros, cargados de tantas culpas y que tan lejos estamos de Juan en las virtudes cuanto la tierra dista del cielo? Juan se declara indigno de desatar la correa de su calzado. Pero los enemigos de la verdad se lanzan a tan grande locura que afirman conocer a Cristo como El se conoce. ¿Qué habrá peor que semejante desvarío? ¿qué más loco que semejante arrogancia? Bien dijo cierto sabio: El principio de la soberbia es no conocer a Dios. No habría sido destronado el demonio, ni convertido en demonio aquel que antes no lo era, si no hubiera enfermado con esta enfermedad. Esto fue lo que lo derribó de su antigua amistad con Dios; esto lo arrojó a la gehenna; fue para él cabeza y raíz de todos los males. Este vicio echa a perder todas las virtudes: la limosna, la oración, el ayuno y todas las demás. Dice el sabio: El soberbio entre los hombres, es impuro delante de Dios. No mancha tanto al hombre ni la fornicación ni el adulterio, cuanto lo mancha la soberbia. ¿Por qué? Porque la fornicación, aun cuando sea indigna de perdón, sin embargo puede alguno poner como pretexto la furia de la pasión. Pero la arrogancia no tiene motivo alguno ni pretexto por el cual merezca ni sombra de perdón. Porque no es otra cosa que una subversión de la mente: enfermedad gravísima nacida de la necedad. Pues nada hay más necio que un hombre arrogante, aun cuando sea opulentísimo; aun cuando esté dotado de suma sabiduría humana; aunque sea sumamente poderoso; aunque haya logrado todas cuantas cosas parecen deseables a los hombres. Si el infeliz y miserable que se ensoberbece de los bienes verdaderos pierde la recompensa de todos ellos, el que se enorgullece de los bienes aparentes y que nada son; el que se hincha con la sombra y la flor del heno, o sea con la gloria vana ¿cómo no será el más ridículo de los hombres? Porque no hace otra cosa que el pobre y el mendigo que pasa la vida consumido de hambre, pero se gloría de haber tenido un ensueño placentero. Oh infeliz y mísero que mientras tu alma se corrompe con gravísima enfermedad, sufriendo de pobreza suma, tú andas ensoberbecido porque posees tantos más cuantos talentos de oro y tantas más cuántas turbas de esclavos. Pero ¡si esas cosas no son tuyas! Y si a mí no me crees, apréndelo por la experiencia de otros ricos. Si a tanto llega tu embriaguez que con esos ejemplos no quedes enseñado, espera un poco y lo sabrás por propia experiencia. Todo eso de nada te servirá cuando entregues el alma; y sin que puedas ser dueño de una hora ni de un minuto, todo lo abandonarás contra tu voluntad a los que se hallan presentes; y con frecuencia serán aquellos a quienes tú menos querrías abandonarlo.

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A muchísimos ni siquiera se les ha concedido disponer de sus bienes, sino que se murieron repentinamente, al tiempo preciso en que anhelaban disfrutarlos. No se les concedió, sino que arrastrados y violentamente arrancados de la vida, los dejaron a quienes en absoluto no querían dejarlos. Para que esto no nos acontezca, ahora mismo, mientras la salud lo permita, enviémoslos desde aquí a nuestra patria y ciudad. Solamente allá podremos disfrutar de ellos y no en otra parte alguna: así los pondremos en sitio segurísimo. Porque nada ¡no! nada puede arrebatarlos de ahí: ni la muerte, ni el testamento, ni la sucesión hereditaria, ni los sicofantes, ni las asechanzas: quien de aquí allá vaya llevando grande cantidad de bienes, disfrutará de ellos perpetuamente. ¿Quién será, pues, tan mísero que no anhele gozar delicias con sus dineros eternamente? ¡Transportemos nuestras riquezas, coloquémoslas allá! No necesitaremos de asnos ni de camellos ni de carros ni de naves para ese transporte: Dios nos libró de semejante dificultad. Solamente necesitamos de los pobres, de los cojos, de los ciegos, de los enfermos. A ellos se les ha encomendado semejante transporte. Ellos son los que transfieren las riquezas al cielo. Ellos son los que conducen a quienes tales riquezas poseen a la herencia de los bienes eternos. Herencia que ojalá nos acontezca a todos conseguir, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, por el cual y con el cual sea al Padre la gloria, juntamente con el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

TEXTO 10 TODOS ESTAMOS LLAMADOS A SER TESTIGOS DE LA LUZ

Benedicto XVI , 11 de diciembre de 2011 Hemos escuchado la profecía de Isaías: «El Espíritu del Señor, Dios, está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres... a proclamar un año de gracia del Señor» (Is 61,1-2). Estas palabras, pronunciadas hace muchos siglos, resuenan muy actuales también para nosotros, hoy, mientras nos encontramos a mitad del Adviento y ya cerca de la gran solemnidad de la Navidad. Son palabras que renuevan la esperanza, preparan para acoger la salvación del Señor y anuncian la inauguración de un tiempo de gracia y de liberación. El Adviento es precisamente tiempo de espera, de esperanza y de preparación para la visita del Señor. A este compromiso nos invitan también la figura y la predicación de Juan Bautista, como hemos escuchado en el Evangelio recién proclamado (cf. Jn 1,6-8 Jn 1,19-28). Juan se retiró al desierto para llevar una vida muy austera y para invitar, también con su vida, a la gente a la conversión; confiere un bautismo de agua, un rito de penitencia único, que lo distingue de los múltiples ritos de purificación exterior de las sectas de la época. ¿Quién es, pues, este hombre? ¿Quién es Juan Bautista? Su respuesta refleja una humildad sorprendente. No es el Mesías, no es la luz. No es Elías que volvió a la tierra, ni el gran profeta esperado. Es el precursor, un simple testigo, totalmente subordinado

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a Aquel que anuncia; una voz en el desierto, como también hoy, en el desierto de las grandes ciudades de este mundo, de gran ausencia de Dios, necesitamos voces que simplemente nos anuncien: «Dios existe, está siempre cerca, aunque parezca ausente». Es una voz en el desierto y es un testigo de la luz; y esto nos conmueve el corazón, porque en este mundo con tantas tinieblas, tantas oscuridades, todos estamos llamados a ser testigos de la luz. Esta es precisamente la misión del tiempo de Adviento: ser testigos de la luz, y sólo podemos serlo si llevamos en nosotros la luz, si no sólo estamos seguros de que la luz existe, sino que también hemos visto un poco de luz. En la Iglesia, en la Palabra de Dios, en la celebración de los Sacramentos, en el sacramento de la Confesión, con el perdón que recibimos, en la celebración de la santa Eucaristía, donde el Señor se entrega en nuestras manos y en nuestro corazón, tocamos la luz y recibimos esta misión: ser hoy testigos de que la luz existe, llevar la luz a nuestro tiempo.

TEXTO 11 CUESTIÓN 38 Sobre el bautismo de Juan

SANTO TOMÁS DE AQUINO, SUMA TEOLÓGICA

Pasamos ahora a tratar del bautismo con que Cristo fue bautizado. Y, por haber sido bautizado Cristo con el bautismo de Juan, hablaremos primero del bautismo de Juan en general; después, del bautizo de Cristo (q. 39). Sobre lo primero se formulan seis preguntas: 1. ¿Fue conveniente que Juan bautizara? 2. ¿Procedía de Dios aquel bautismo? 3. ¿Confería la gracia? 4. ¿Debieron ser bautizados con ese bautismo otros, además de Cristo? 5. ¿Debió cesar tal bautismo una vez que Cristo fue bautizado? 6. ¿Los bautizados con el bautismo de Juan debieron ser bautizados después con el bautismo de Cristo? ARTíCULO 1 ¿Fue conveniente que Juan bautizara? Objeciones por las que parece que no fue conveniente que Juan bautizara. Objeciones: 1. Todo rito sacramental pertenece a una determinada ley. Pero Juan no implantó ninguna ley nueva. Luego no fue conveniente que introdujera un nuevo rito de bautismo. 2. Juan fue enviado por Dios para dar testimonio, como un profeta, según el texto de Lc 1,76: Tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo. Ahora bien, los profetas que vivieron antes de Cristo no introdujeron ningún rito nuevo, sino que invitaban a la observancia de los ritos legales, como es evidente por Ml 4,4: Acordaos de la ley de Moisés, mi siervo. Luego tampoco Juan debió introducir un nuevo modelo de bautismo. 3. Cuando hay abundancia de una cosa, no hay motivo para añadirle algo más. Pero los judíos traspasaban la medida en lo referente a abluciones, pues en Mc 7,3-4) se dice: Los fariseos, y los judíos en general, no comen sin lavarse repetidas veces las manos; y al volver de la plaza, no comen sin lavar se;y hay otras muchas prácticas que aprendieron a guardar por tradición, (como) las abluciones de los

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vasos, las jarras, la vajilla de metal y los lechos. Luego no fue conveniente que Juan bautízase. Contra esto: está la autoridad de la Escritura, que, en Mt 3,5-6, después de poner por delante la santidad de Juan, añade que muchos acudían a élj/ eran bautizados en el Jordán. Respondo: Fue conveniente que Juan bautizase, por cuatro motivos: Primero, porque convenía que Cristo fuese bautizado por Juan, a fin de que consagrase el bautismo, como dice Agustín In Ioann.. Segundo, para que Cristo fuera manifestado. Por lo que el propio Juan Bautista dice en Jn 1,31: Para que sea manifestado, esto es, Cristo, a Israel, por eso vine yo a bautizar con agua. Pues anunciaba a Cristo a las muchedumbres que acudían a él. Esto resultó más fácil que si hubiera tenido que correr de aquí para allá (anunciándolo) a cada uno en particular, como dice el Crisóstomo In Ioann.. Tercero, para que con su bautismo acostumbrase a los hombres al bautismo de Cristo. De donde dice Gregorio, en una Homilía, que Juan bautizó para que, guardado el orden de su precedencia, el que con su nacimiento había precedido al Señor que había de nacer, precediese también con el bautismo al que había de bautizar. Cuarto, para que, moviendo a los hombres a penitencia, los preparase para recibir dignamente el bautismo de Cristo. Por lo que dice Beda: cuanto aprovecha a los catecúmenos aún no bautizados la doctrina de la fe, tanto aprovechó el bautismo de Juan antes del bautismo de Cristo. Porque, como aquél predicaba la penitencia y anunciaba de antemano el bautismo de Cristo, y atraía al conocimiento de la verdad que se manifestó en el mundo, así sucede con los ministros de la Iglesia, que primero enseñan, después combaten los pecados de los hombres, y luego prometen el perdón mediante el bautismo de Cristo. A las objeciones: Soluciones: 1. El bautismo de Juan no era de suyo un sacramento, sino una especie de sacramental, que disponía para el bautismo de Cristo. Y por eso, de algún modo, pertenecía a la ley de Cristo, no a la ley de Moisés. 2. Juan no fue sólo un profeta, sino más que un profeta, como se dice en Mt 11,9); fue, en realidad, el término de la ley y el principio del Evangelio (cf. Lc 16,16). Y por eso le competía más llevar, con la palabra y con las obras, los hombres a la ley de Cristo que a la observancia de la ley antigua. 3. Las abluciones aquellas de los fariseos eran inútiles, como ordenadas que estaban a la sola limpieza corporal. En cambio, el bautismo de Juan se ordenaba a la purificación espiritual, pues inducía a los hombres a la penitencia, como acabamos de decir (en la sol.). ARTíCULO 2 ¿El bautismo de Juan venía de Dios? Objeciones por las que parece que el bautismo de Juan no venía de Dios. Objeciones: 1. Ningún sacramental que proceda de Dios recibe su denominación de un puro hombre, así como el bautismo de la nueva ley no se llama de Pedro o de Pablo, sino de Cristo (cf. 1Co 1,12-13). En cambio, aquel bautismo recibe su

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nombre de Juan según el pasaje de Mt 21,25: El bautismo de Juan, ¿procedía del cielo o de los hombres? Luego el bautismo de Juan no provenía de Dios. 2. toda doctrina nueva proveniente de Dios es confirmada con algunos milagros; de donde también el Señor, según Ex 4, dio a Moisés la facultad de hacer prodigios; y en He 2,3-4 se dice que, habiendo tenido nuestra fe su principio en la predicación del Señor, fue confirmada en nosotros por aquellos que la escucharon, confirmándola Dios con señales y prodigios. Pero de Juan Bautista se dice en Jn 10,41: Juan no hizo ningún milagro. Luego parece que el bautismo administrado por él no venía de Dios. 3. Los sacramentos, que han sido instituidos por inspiración de Dios, están contenidos en algunos preceptos de la Sagrada Escritura. Ahora bien, el bautismo de Juan no está prescrito por ningún precepto de la Sagrada Escritura. Luego parece que no provenía de Dios. Contra esto: está lo que se lee en Jn 1,33: El que me envió a bautizar con agua, ése fue el que me dijo: Sobre quien vieres el Espíritu, etc. Respondo: En el bautismo de Juan pueden considerarse dos cosas, a saber: el rito de bautizar y el efecto del bautismo. El rito de bautizar no provino de los hombres, sino de Dios, que, mediante una revelación familiar del Espíritu Santo, envió a Juan a bautizar. En cambio, el efecto del bautismo vino de los hombres, porque en tal bautismo no se realizaba nada que no pudiera hacer el hombre. Luego no provino exclusivamente de Dios, a no ser en cuanto que Dios actúa en el hombre. A las objeciones: Soluciones: 1. Mediante el bautismo de la ley nueva, los hombres son bautizados interiormente por el Espíritu Santo, cosa que solamente hace Dios. En cambio, mediante el bautismo de Juan, sólo el cuerpo era purificado por el agua. Por lo que se dice en Mt 3,11: Yo os bautizo con agua; él os bautizará con Espíritu Santo. Y por eso el bautismo de Juan recibe su nombre de él, en cuanto que nada se producía en tal bautismo que el propio Juan no hiciese. Por el contrario, el bautismo de la ley nueva no se denomina por el ministro, puesto que él no produce el efecto principal del bautismo, es decir, la purificación interior. 2. Toda la doctrina y obra de Juan se ordenaban a Cristo, el cual confirmó su propia doctrina y la de Juan con multitud de milagros. Si Juan hubiera hecho prodigios, los hombres hubieran atendido por igual a Juan y a Cristo. Y por eso, con el fin de que los hombres prestasen atención especialmente a Cristo, no le fue concedido a Juan hacer milagros. Sin embargo, cuando los judíos le preguntaron por qué bautizaba, confirmó su ministerio con la autoridad de la Escritura, diciendo: Yo soy la voz del que clama en el desierto, etc., como se lee en Jn 1,19ss). Incluso la misma austeridad de su vida recomendaba su ministerio, porque, como dice el Crisóstomo In Matth., era algo maravilloso ver un aguante tan grande en un cuerpo humano. 3. Dios dispuso en su providencia que el bautismo de Juan durase poco tiempo, por las razones que acabamos de apuntar (a. 1). Y debido a esto no fue recomendado por precepto alguno general en la Sagrada Escritura, sino por una revelación

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privada del Espíritu Santo, como se ha dicho (en la sol). ARTíCULO 3 ¿Se confería la gracia en el bautismo de Juan? Objeciones por las que parece que en el bautismo de Juan se confería la gracia. Objeciones: 1. En (Mc 1,4) se dice: Juan se presentó en el desierto bautizando y predicando un bautismo de penitencia para el perdón de los pecados. Pero la penitencia y el perdón de los pecados se logran por medio de la gracia. Luego el bautismo de Juan confería la gracia. 2. Los que habían de ser bautizados por Juan confesaban sus pecados, como se lee en Mt 3,6) y en Mc 1,5). Ahora bien, la confesión de los pecados se ordena al perdón, que se consigue por medio de la gracia. Luego en el bautismo de Juan se daba la gracia. 3. El bautismo de Juan distaba del bautismo de Cristo menos que la circuncisión. Ahora bien, mediante la circuncisión se perdonaba el pecado original, pues, como dice Beda, la circuncisión en tiempos de la ley proporcionaba el mismo auxilio de una curación saludable contra la herida del pecado original, que ahora acostumbra a realizar el bautismo en tiempo de la revelación de la gracia. Luego el bautismo de Juan producía con mayor razón el perdón de los pecados. Esto no puede realizarse sin la gracia. Contra esto: está que en Mt 3,11) se dice: Yo os bautizo con agua para la conversión. Exponiendo esto Gregorio en una Homilía, dice: Juan no bautizaba con Espíritu, sino con agua, porque no podía perdonar los pecados. Ahora bien, la gracia proviene del Espíritu Santo, y por medio de ella se quitan los pecados. Luego el bautismo de Juan no confería la gracia. Respondo: Como acabamos de explicar (a. 2 ad 2), toda la enseñanza y todo el ministerio de Juan eran una preparación con miras a Cristo, como la del discípulo y la del artista de rango inferior es preparar la materia para la forma que hará aparecer el artista principal. Ahora bien, la gracia debía ser conferida por Cristo, conforme a las palabras de Jn 1,17: La gracia y la verdad han venido por Jesucristo. Y por este motivo el bautismo de Juan no confería la gracia, sino sólo la preparación para ésta, de tres maneras. Primero, porque Juan con su doctrina movía a los hombres a la fe en Cristo. Segundo, acostumbrando a los hombres al rito del bautismo de Cristo. Tercero, preparando a los hombres, mediante la penitencia, a recibir el efecto del bautismo de Cristo. A las objeciones: Soluciones: 1. En las palabras aludidas, como explica Beda, puede distinguirse un doble bautismo de penitencia. Uno, el que administraba Juan bautizando, bautismo que se llama de penitencia, etc., porque era una persuasión para la penitencia y como una protestación por parte de los hombres de que habrían de hacer penitencia. El otro es el bautismo de Cristo, por el cual son perdonados los pecados. Juan no podía administrar este bautismo, sino sólo predicarlo, diciendo: El os bautizará con Espíritu Santo (Mc 1,8). O también puede decirse que predicaba un bautismo de penitencia, esto es, que inducía a la penitencia, la cual conduce a los hombres a la remisión de los

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pecados. O puede decirse, como expone Jerónimo, que por el bautismo de Cristo se confiere la gracia, por la que son perdonados gratuitamente los pecados: Lo que es acabado por el Esposo, tiene su principio en el padrino, esto es, en Juan. Por eso se narra que bautizaba y predicaba un bautismo de penitencia para remisión de los pecados (Mc 1,4 Lc 3,3); cf. ), pero no porque lo hiciese él, sino porque lo incoaba preparándolo. 2. La confesión de los pecados citada no se hacía para causar al instante el perdón de los pecados por medio del bautismo de Juan, sino para conseguirlo por la penitencia subsiguiente, y por medio del bautismo de Cristo, al que disponía aquella penitencia. 3. La circuncisión había sido instituida para remedio del pecado original. En cambio, el bautismo de Juan no fue instituido para eso, sino sólo como preparación para el bautismo de Cristo, como queda dicho (en la sol.). Y los sacramentos producen su efecto en virtud de la institución. ARTíCULO 4 ¿Solamente Cristo debió ser bautizado con el bautismo de Juan? Objeciones por las que parece que sólo Cristo debía ser bautizado con el bautismo de Juan. Objeciones: 1. Porque, como acabamos de decir (a. 1), Juan bautizó para que Cristo fuese bautizado, como escribe Agustín In Ioann.. Ahora bien, lo que es propio de Cristo no debe pertenecer a los demás. Luego nadie más debió ser bautizado con ese bautismo. 2. Todo el que se bautiza, o recibe algo del bautismo o da algo al bautismo. Ahora bien, nadie podía recibir algo del bautismo de Juan, porque en él no se confería la gracia, como se ha dicho (a. 3). Y nadie podía conferir algo a tal bautismo fuera de Cristo, el cual santificó las aguas al contacto de su carne purísimaz. Luego parece que solamente Cristo debió ser bautizado con el bautismo de Juan. 3. Si otros eran bautizados con aquel bautismo, eso no tenía otra finalidad que el ser preparados para el bautismo de Cristo; y así parecería conveniente que, como el bautismo de Cristo se confiere a todos, ya grandes ya pequeños, ya gentiles ya judíos, así también el bautismo de Juan se confiriese a todos. Pero no se lee que éste hubiera bautizado a los niños y a los gentiles, pues en Mc 1,5) se dice que acudían a él todos los de Jerusalén y él los bautizaba. Luego parece que sólo Cristo debió ser bautizado por Juan. Contra esto: está lo que se dice en Lc 3,21: Sucedió que, mientras se bautizaba todo el pueblo, bautizado ja Jesús y orando, se abrieron los cielos. Respondo: Convino que otros, además de Cristo, fuesen bautizados con el bautismo de Juan, por dos motivos. Primero, porque, como dice Agustín In Ioann., si sólo Cristo hubiera sido bautizado con el bautismo de Juan, no faltarían quienes dijesen que el bautismo de Juan, con el que Cristo fue bautizado, era más digno que el bautismo de Cristo, con el que son bautizados los demás. Segundo, porque convenía que los demás, mediante el bautismo de Juan, fuesen

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preparados para el bautismo de Cristo, como se ha dicho antes (a. 1 y 3). A las objeciones: Soluciones: 1. El bautismo de Juan no fue instituido sólo para que Cristo fuese bautizado, sino también por otros motivos, como queda probado (a. 1). Y, en fin, en caso de que hubiera sido instituido para que Cristo se bautizase, era preciso evitar el inconveniente dicho, siendo bautizados otros con ese bautismo. 2. Los que recibían el bautismo de Juan no podían aportar nada a tal bautismo; ni recibían del mismo la gracia, sino sólo la señal de la penitencia. 3. Aquel bautismo lo era de penitencia, cosa que no compete a los niños; de ahí que no fueran bautizados con tal bautismo. Conferir a los gentiles el medio de la salvación estaba reservado solamente a Cristo, esperanza de las gentes, como r I> o se dice en Gn 49,10). Ahora bien, el propio Cristo prohibió a los Apóstoles predicar el Evangelio a los gentiles antes de su pasión y resurrección (cf. Mt 10,5). De donde resulta mucho menos conveniente que los gentiles hubieran sido admitidos al bautismo de Juan. ARTíCULO 5 ¿Debió cesar el bautismo de Juan después de que Cristo fue bautizado? Objeciones por las que parece que el bautismo de Juan hubiera debido cesar después de que Cristo fue bautizado. Objeciones: 1. En (Jn 1,31) se dice: A fm de que él fuera manifestado a Israel, por eso vine yo a bautizar con agua. Pero Cristo, una vez bautizado, quedó suficientemente manifestado: ya por el testimonio de Juan, ya por la bajada de la paloma, ya también por el testimonio de la voz del Padre (cf. Mt 3,11 Mc 1,7 Lc 3,16 Jn 1,33). Luego da la impresión de que el bautismo de Juan no debió perdurar en adelante. 2. Dice Agustín In Ioann.: Fue bautizado Cristo, y cesó el bautismo de Juan. Por consiguiente, parece que Juan, después que bautizó a Cristo, no debió bautizar ya. 3. El bautismo de Juan era la preparación para el bautismo de Cristo. Pero el bautismo de Cristo comenzó al instante de haber sido Cristo bautizado, puesto que al contacto de su carne purísima otorgó a las aguas el poder de regenerar, como comenta Beda. Luego parece que el bautismo de Juan hubiera cesado una vez que Cristo fue bautizado. Contra esto: está lo que se dice en Jn 3,22-23: Vino Jesús a la región de Judea y bautizaba; también Juan seguía bautizando. Ahora bien, Cristo no bautizó antes de ser él bautizado. Luego parece que Juan seguía bautizando después de que Cristo fue bautizado. Respondo: El bautismo de Juan no debió cesar después de que Cristo fue bautizado. Primero, porque, como dice el Crisóstomo, si Juan hubiera dejado de bautizar una vez bautizado Cristo, se podría pensar que lo hacía por emulación envidiosa o por rabia. Segundo, porque si hubiera dejado de bautizar cuando Cristo bautizaba, hubiera impulsado a sus discípulos a una emulación envidiosa todavía mayor. Tercero, porque, prosiguiendo su ministerio de bautizar, envía a

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sus oyentes a Cristo. Cuarto, porque, como dice Beda, todavía persistía la sombra de la ley antigua, y porque el precursor no debe ceder hasta que se manifieste la verdad. A las objeciones: Soluciones: 1. Una vez bautizado, Cristo no estaba todavía plenamente manifestado. Y por eso era necesario que Juan continuara bautizando. 2. Después de que Cristo fue bautizado, cesó el bautismo de Juan, pero no inmediatamente, sino cuando éste fue encarcelado. Por eso dice el Crisóstomo In Ioann.: Pienso que la muerte de Juan fue permitida para que, quitado él de en medio, Cristo comentase a predicar de forma total, de modo que el entero afecto de la multitud se desplanase hacia Cristo, y para que en adelante esa multitud no siguiese dividida por los pareceres que corrían acerca de uno y otro. 3. El bautismo de Juan era una preparación no sólo para que Cristo fuera bautizado, sino también para que otros se acercasen al bautismo de Cristo. Esto no se cumplió todavía, una vez que Cristo fue bautizado. ARTíCULO 6 ¿Los bautizados con el bautismo de Juan debían de ser bautizados con el bautismo de Cristo? Objeciones por las que parece que los que habían recibido el bautismo de Juan no debían ser bautizados con el bautismo de Cristo. Objeciones: 1. Juan no fue inferior a los Apóstoles, puesto que de él se escribe en Mt 11,11: Entre los nacidos de mujer no ha surgido uno mayor que Juan Bautista. Pero los bautizados por los Apóstoles no eran rebautizados de nuevo, sino que sólo se les otorgaba la imposición de manos, pues en Ac 8,16-17 se dice que algunos solamente habían sido bautizados por Felipe en el nombre del Señor Jesús; entonceslos Apóstoles, Pedro y Juan, les imponían las manos, y recibían el Espíritu Santo. Luego parece que los bautizados por Juan no debieron ser bautizados con el bautismo de Cristo. 2. Los Apóstoles fueron bautizados con el bautismo de Juan, puesto que algunos de ellos fueron sus discípulos, como es evidente por (Jn 1,37). Ahora bien, no parece que los Apóstoles fueran bautizados con el bautismo de Cristo, pues en Jn 4,2) se dice que Jesús no bautizaba, sino sus discípulos. Luego parece que los bautizados con el bautismo de Juan no debían serlo con el bautismo de Cristo. 3. El bautizado es menor que el que bautiza. Pero no se lee que el propio Juan haya sido bautizado con el bautismo de Cristo. Luego mucho menos necesitaban ser bautizados con el bautismo de Cristo los que lo habían sido con el bautismo de Juan. 4. En Ac 19,1-5 se narra que Pablo encontró a algunos discípulos, y les preguntó: ¿Habéis recibido el Espíritu Santo al abracar la fe? Pero ellos le respondieron: Ni siquiera hemos oído que el Espíritu Santo existe. El les interrogó: ¿Con qué bautismo habéis sido bautizados? Ellos contestaron: Con el bautismo de Juan. Por lo que fueron bautizados de nuevo en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo. Así pues, parece que, por desconocer al Espíritu Santo, hubiera sido necesario bautizarles de nuevo, como dice Jerónimo en Super Ioelem y en su Epístola de Viro

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unius uxorís, así como Ambrosio en el libro De Spir. Sanrto. Pero algunos de los que fueron bautizados con el bautismo de Juan tenían pleno conocimiento de la Trinidad. Luego no debían ser nuevamente bautizados con el bautismo de Cristo. 5. Sobre el pasaje de Rm 10,8: Esta es la palabra de la fe que proclamamos, comenta la Glosa z de Agustín: ¿De dónde procede esta virtud del agua que, tocando el cuerpo, limpia el corazón, sino de la palabra, no porque se pronuncia, sino porque es creída? Por lo que resulta manifiesto que la virtud del bautismo depende de la fe. Ahora bien, la forma del bautismo de Juan anunciaba la fe en la que nosotros somos bautizados, pues en Ac 19,4 dice Pablo: Juan bautizaba al pueblo con un bautismo de penitencia, diciendo que creyesen en aquel que había de venir después de él, esto es, en Jesús. Luego parece que no era necesario que los que estaban bautizados con el bautismo de Juan lo fuesen de nuevo con el bautismo de Cristo. Contra esto: está lo que dice Agustín In Ioann.: Los bautizados con el bautismo de Juan debían ser bautizados con el bautismo del Señor. Respondo: Según la opinión del Maestro, en el libro IV Sent., aquellos que fueron bautizados por Juan sin conocer la existencia del Espíritu Santo, y que ponían su esperanza en tal bautismo, fueron después bautizados con el bautismo de Cristo; pero los que no pusieron su esperanza en el bautismo de Juan y creían en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, no fueron después bautizados, sino que recibieron el Espíritu Santo mediante la imposición de las manos de los Apóstoles. Esto es cierto en cuanto a la primera parte, estando confirmado por muchas autoridades. En cambio, en lo que se refiere a la segunda parte es enteramente irracional. Primero, porque el bautismo de Juan ni confería la gracia, ni imprimía el carácter, sino que era sólo un bautismo de agua, como él mismo dice en Mt 3,11). Por lo que la fe o la esperanza que el bautizado tenía en Cristo no era suficiente para suplir este defecto. Segundo, porque cuando en un sacramento se omite lo que es necesario para su existencia, no sólo es necesario suplir lo omitido, sino que se precisa renovarlo enteramente. Y es necesario que el bautismo de Cristo se haga no sólo con agua, sino también con el Espíritu Santo, según las palabras de Jn 3,5: Si uno no nace del agua y del Espíritu Santo, no puede entrar en el Reino de Dios. Por consiguiente, en los que habían sido bautizados sólo con agua en el bautismo de Juan, no sólo había que suplir lo que faltaba, esto es, la donación del Espíritu Santo mediante la imposición de las manos, sino que debían ser totalmente bautizados de nuevo con el agua y con el Espíritu Santo. A las objeciones: Soluciones: 1. Como escribe Agustín, In Ioann., se siguió bautizando después de Juan, porque éste no otorgaba el bautismo de Cristo, sino el suyo. En cambio, el que confería Pedro, y si Judas lo administró, era el bautismo de Cristo. Y por eso, si Judas bautizó a algunos, éstos no deben ser nuevamente bautizados, porque el bautismo es tal cual es aquel con cuyo poder se confiere; no tal cual es aquel mediante cuyo ministerio se otorga. Y de ahí resulta también que los bautizados por el diácono Felipe, al administrar éste el bautismo de Cristo, no fueron

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bautizados nuevamente, sino que recibieron la imposición de las manos de los Apóstoles, como los bautizados por los sacerdotes son confirmados por los obispos. 2. Como comenta Agustín, Ad Seleucianum, pensamos que los discípulos de Cristo fueron bautizados o bien con el bautismo de Juan, como opinan algunos; o bien, como es más creíble, con el bautismo de Cristo. El que no se sustrajo al ministerio humilde de lavarles los pies, no faltó al ministerio de bautizar, a fin de tener servidores bautizados por medio de los cuales bautizase a los demás. 3. Como expone el Crisóstomo, In Matth., por el hecho de que Cristo, a Juan que le dice: Yo debo ser bautizado por ti, responda: Permítelo por ahora (cf. Mt 3,14.15), queda demostrado que después Cristo bautizó a Juan. Y añade que esto se halla escrito expresamente en algunos libros apócrifos. Es cierto, sin embargo, como dice Jerónimo In Matth., que así como Cristo fue bautizado por Juan con agua, así Juan debía de ser bautizado por Cristo con Espíritu. 4. El motivo completo de que fuesen bautizados después de (haber recibido) el bautismo de Juan no radica en que desconocían al Espíritu Santo, sino en que no habían sido bautizados con el bautismo de Cristo. 5. Como explica Agustín, Contra Faust., nuestros sacramentos son signos de la gracia presente; en cambio, los sacramentos de la ley antigua fueron signos de la gracia futura. De donde, por el hecho de que Juan bautizó en nombre del que había de venir, se da a entender que no confería el bautismo de Cristo, que es un sacramento de la ley nueva.

TEXTO12 ALEGRÍA, DON DEL ADVIENTO

Ramiro Pellitero, Profesor de la Facultad de Teología 24/12/14 Publicado en Almudi.org

Su venida entre nosotros fortalece, hace firmes, da valor, hace exultar y florecer el desierto y la estepa, es decir, nuestra vida cuando se seca. Aunque algunos indicadores anuncian que comenzamos a salir de una crisis, sin embargo hay muchos que todavía la padecen en el día a día de sus vidas, sin trabajo, y sin horizontes para sacar adelante sus familias. En tantos lugares del planeta se vive el drama de las guerras y persecuciones, precisamente en este tiempo del Adviento que prepara para la buena noticia, la alegría de la Navidad. Ante los sufrimientos físicos y espirituales de tantas personas, heridas por la vida y huérfanos de alegría,¿será bueno manifestar nuestra alegría, esa alegría del Adviento por la venida del Señor, y ofrecernos a compartirla con los demás? Se lo preguntaba Benedicto XVI hace ocho años ante la inminencia de la Navidad "¿Cómo compartir con ellos la alegría sin faltarles al respeto por su sufrimiento?". Y respondía: "La invitación a la alegría no es un mensaje alienante, ni un paliativo estéril, sino más bien una profecía de salvación, un llamamiento a un rescate que parte de la renovación interior" (Angelus, 17-XII-2006).

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El adviento, llamada a la conversión: mirar a Dios y a los demás Dios viene a consolarnos. Su venida nos pide una conversión que nos lleve a salir de nosotros mismos, a prepararnos para ser capaces de verle y de acoger su salvación, que siempre tiene que ver con la apertura a los demás. Dios se nos da para que nos demos, y le ayudemos así a trasformar el mundo. Para ello hemos de despertar del posible sueño de la rutina y de la mediocridad, o abandonar la tristeza y el desaliento. El Señor está cerca, dice San Pablo (Flp, 4, 4-5). ¿Cómo interpretar esa cercanía? Respondía el PapaRatzinger en una ocasión similar, más adelante: "La ‘cercanía' de Dios no es una cuestión de espacio y de tiempo, sino más bien una cuestión de amor: ¡el amor acerca! La próxima Navidad vendrá para recordarnos esta verdad fundamental de nuestra fe y, ante el Nacimiento, podremos gustar la alegría cristiana, contemplando en el recién nacido Jesús el rostro de Dios que por amor se hizo como nosotros" (Angelus, 14-XII-2008). Y rezaba así al Dios, Padre nuestro, ante los niños romanos que, según una piadosa tradición, acuden el tercer domingo de adviento al Papa para que les bendiga las figuritas del Niño Jesús −los "Bambinelli"− que pondrán en sus belenes: "Abre nuestro corazón para que sepamos recibir a Jesús en la alegría, hacer siempre lo que él pide y verle en todos los que tienen necesidad de nuestro amor". Para alegrarnos necesitamos amor y verdad, necesitamos a Dios Alegría cristiana significa apertura al amor y a la verdad. En la misma ocasión el año siguiente lo decía así Benedicto XVI: "La verdadera alegría: es sentir que un gran misterio, el misterio del amor de Dios, visita y colma nuestra existencia personal y comunitaria. Para alegrarnos, no sólo necesitamos cosas, sino también amor y verdad: necesitamos al Dios cercano que calienta nuestro corazón y responde a nuestros anhelos más profundos. Este Dios se ha manifestado en Jesús, nacido de la Virgen María. Por eso el Niño, que ponemos en el portal o en la cueva, es el centro de todo, es el corazón del mundo" (Angelus, 13-XII-2009). La alegría del Adviento va unida a la esperanza cristiana, y por tanto, a la constancia y a la paciencia, a la "confianza operante", pues se trata de unir la fe en Dios con el compromiso humano. Los cristianos sabemos que la felicidad solo se puede encontrar plenamente en la fidelidad a Dios: "El agricultor −observaba el Papa ahora emérito− no es fatalista, sino que es un modelo de esa mentalidad que une de manera equilibrada la fe y la razón, pues, por una parte, conoce las leyes de la naturaleza y cumple bien con su trabajo, y, por otra, confía en la Providencia, dado que algunas cosas fundamentales no dependen de él, sino que están en las manos de Dios. La paciencia y la constancia son precisamente síntesis entre el compromiso humano y la confianza en Dios" (Angelus, 12-XII-2010). Un año después advertía contra una alegría superficial: "La verdadera alegría no es fruto del divertirse, entendido en el sentido etimológico de la palabra di-vertere, es decir desentenderse de los empeños de la vida y de sus responsabilidades". Ciertamente que es importante el descanso, pero no hay verdadera alegría sin Dios. Por eso, "quien ha encontrado a Cristo en la propia vida, experimenta en el

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corazón una serenidad y una alegría que nadie ni ninguna situación pueden quitar". Y evocaba la figura de San Agustín: "En su búsqueda de la verdad, de la paz, de la alegría, tras haber buscado en vano en múltiples cosas, concluye con la célebre frase de que el corazón del hombre está inquieto, no encuentra serenidad y paz hasta que no reposa en Dios (cf. Confesiones, I,1,1)" La verdadera alegría es un don Por tanto −concluía− "la verdadera alegría no es un simple estado de ánimo pasajero, ni algo que se logra con el propio esfuerzo, sino que es un don, nace del encuentro con la persona viva de Jesús, del hacerle espacio en nosotros, del acoger al Espíritu Santo que guía nuestra vida" (cf. 1 Ts 5,23) (Angelus, 11-XII-2011). Por su parte, el Papa Francisco nos viene impulsando a manifestar la alegría del Evangelio, del anuncio y de la transmisión de la fe, del apostolado cristiano: "Pero la del Evangelio no es una alegría cualquiera. Se funda en saberse acogidos y amados por Dios. (…) Su venida entre nosotros fortalece, hace firmes, da valor, hace exultar y florecer el desierto y la estepa, es decir, nuestra vida cuando se seca. ¿Y cuándo se seca nuestra vida? Cuando está sin el agua de la Palabra de Dios y de su Espíritu de amor" (Angelus, 15-XII-2013) Como consecuencia de ese don de la alegría cristiana −brillante en el Adviento como la estrella que conduce a Belén−, "por grandes que sean nuestras limitaciones y desvaríos, no se nos consiente dudar ni vacilar ante las dificultades y nuestras mismas debilidades. Al contrario, estamos invitados a fortalecer las manos, a afirmar las rodillas, a tener valor y no miedo, porque nuestro Dios nos muestra siempre la grandeza de su misericordia: (…) es un Dios que nos quiere tanto, que por eso está con nosotros, para ayudarnos, fortalecernos y seguir adelante. ¡Ánimo! ¡Siempre adelante! Gracias a su ayuda podemos recomenzar de nuevo" (Ibid.) Unir la tradición cristiana con el progreso civil y tecnológico Bajo la protección de la Virgen de Guadalupe y pensando en tantos cristianos de América Latina que mantienen la esperanza en medio de sus sufrimientos y carencias, ha rezado el Papa americano para que ellos nos ayuden a elaborar "nuevos modelos de desarrollo que conjuguen tradición cristiana y progreso civil, justicia y equidad con reconciliación, desarrollo científico y tecnológico con sabiduría humana, sufrimiento fecundo con alegría esperanzadora" (Homilía 12-XII-2014) En definitiva, la alegría que el cristiano está llamado a vivir y a testimoniar −subraya Francisco− es la que proviene de la cercanía de Dios, de su presencia en nuestra vida. Pero "no se trata solamente de una alegría esperada y prometida para el Cielo: aquí estamos tristes pero en el Paraíso estaremos alegres. ¡No! No es esta, sino una alegría real y experimentable ahora, porque Jesús mismo es nuestra alegría, y con Jesús la alegría está en casa" (Angelus, 14-XII-2014).

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Así es la alegría cristiana. Un don que nos llama a despertar de la rutina y de la tristeza, para abrirnos al amor y a la verdad que nos constituye. Don que nos invita a la "confianza operante" −la fe con obras en lo pequeño y en lo grande− tan distinta de la alegría superficial (cf. Camino, n. 659, Surco, n. 95). Don que nos fortalece para ir siempre adelante y recomenzar, fuera cual fuera nuestra situación y nuestras dificultades. Alegría esperanzadora (cf. Rm 12, 12), alegría de casa, don del adviento.