Gaceta del Pensamiento 17

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SEPTIEMBRE - OCTUBRE 2012 | $35 GACETADELPENSAMIENTO.COM Francisco Azuela Dolores Castro Javier España Zita Finol Raciel Manríquez Norma Quintana Ramón I. Suárez Caamal GACETA DEL FORO DE LA COMUNIDAD pensamiento :poesía Miguel Borge Martín Raúl A. Pérez Aguilar Elvira Aguilar René Avilés Fabila Jorge Cocom Pech Francisco López Sacha Alberto Infante :narrativa

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Revista cultural. Setiembre - Octubre 2012

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Francisco AzuelaDolores CastroJavier España

Zita FinolRaciel ManríquezNorma Quintana

Ramón I. Suárez Caamal

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FORO DE LA COMUNIDADpensamiento

: poesíaMiguel Borge MartínRaúl A. Pérez Aguilar

Elvira AguilarRené Avilés FabilaJorge Cocom Pech

Francisco López SachaAlberto Infante

: narrativa

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gacetadelpensamiento.com

Esta es una edición especial de la Gaceta del Pen-samiento, pues dejando de lado por un momento su formato habitual e inspirados por el espíritu del Festival de Cultura del Caribe, devenimos en ven-tanal que muestra no sólo lo más nuevo del que-

hacer literario estatal, sino también en uno que permite apreciar trabajos hasta ahora inéditos de poetas como Dolores Castro y Francisco Azuela, de México, y de narradores como René Avilés Fabila, también de México, del cubano Francisco López Sacha y del español Alberto Infante.

Por lo que respecta a la cosecha literaria de Quintana Roo, ésta ha sido óptima y de ello dan fe las voces de Ramón Iván Suárez Caamal, de Elvira Aguilar Angulo, de Javier España, de Norma Quintana, de Jorge Cocom Pech, de Zita Finol –directora de la Ga-ceta- y la de Raciel Manríquez, cuya estatura poética ha crecido en los últimos años. El lector tiene ante sí, pues, un menú literario de primera calidad.

Por si fueran pocos los motivos de festejo, además en este nú-mero llegamos a la décima entrega de los Cuadernos de la Gaceta, ahora con la publicación del libro Seis Caminos, del reconocido periodista y escritor Agustín Labrada, quien en feliz coincidencia con el afán caleidoscópico de la edición, conversa con seis figuras señeras del arte, dos de ellas referentes de la literatura nacional: Emilio Carballido y Jorge Volpi.

Sobran razones para estar de fiesta.

FESTIVAL DE CULTURA DEL CARIBE

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DIRECTORAZita Finol

COORDINADOR EDITORIAL Nicolás Durán de la Sierra

DISEÑOSergio Gómez Ona One Comunicación

ILUSTRACIONES Fernando Flores

CONSEJO EDITORIALJorge Polanco ZapataFernando Espinosa de los ReyesJuan José MoralesRaúl Espinosa Gamboa

[email protected]

www.gacetadelpensamiento.com

Gaceta del Pensamiento es una revista de carácter cultural que aparece los primeros días de cada mes con un tiraje de 3000 ejemplares. Editor responsable Nicolás Durán González. Se distribuye en todos los municipios del estado de Quintana Roo y México DF. Certificado de Licitud y contenido de la Comisión de Publica-ciones y Revistas ilustradas de la Secretaría de Gobernación en trámite. Certificado de reserva de Derechos de uso exclusivo del título expedido por el Instituto Nacional de Derechos de Autor en trámite.

DULCE MARÍA LOYNAZ, HOMENAJE MÍNIMO

Norma Quintana

Safo, mural de Pompeya

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AUGURIOSFrancisco Azuela

A SOL Y SOMBRADolores Castro

SENTIDOSJavier España

CANTOS DE AGUAZita Finol

CASASOMBRARaciel Manríquez

VUELO LIBRENorma Quintana

OSCURIDAD QUE CANTARamón Ivan Suárez Caamal

PINTURASelecta Galería

FESTIVAL DE CULTURA DEL CARIBE

Miguel Borge Martín

EL CARIBE EN PARÍS Y NUEVA YORK

Raúl A. Pérez Aguilar

LEONOR Y LEONORElvira Aguilar

EL MÁS GRANDE AMOR CINEMATOGRÁFICO

René Avilés Fabila

GIRASOLES EN LA NOCHE

Jorge Cocom Pech

HUMO Y NADA MÁSFrancisco López Sacha

NUBESAlberto Infante

: prosa

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: poesía

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6 | GACETA DEL PENSAMIENTO Septiembre/Octubre 2012

FESTIVAL DE CULTURA DEL CARIBEAPUNTES DE SU CREACIÓN

No deja de maravillarme cómo el Festival de Cultura del Ca-ribe se arraigó en Quintana Roo, para continuar tenien-do fuerte resonancia en el

espacio social y cultural del estado.A pesar de lo accidentada que ha sido su

historia, quienes vimos nacer el Festival, po-demos dar testimonio de que el entusiasmo que despertó su realización, se mantiene vivo en nuestros días y se contagia, como si Quin-tana Roo siempre hubiese estado preparado, desde muchos años antes, para recibirlo y cobijarlo; como si el Festival fuese una de las partes íntimas del ser quintanarroense. Por

esta razón no puedo menos que felicitar la decisión del Gobierno del Estado de rescatar el Festival, como respuesta a muchas voces si-lenciosas que pedían su realización.

En 1988 -el año de inicio del Festival y a doce años de la creación del Estado- los flujos de migrantes hacia la entidad eran elevados y la población de Cancún crecía con una tasa del 26%, la tasa más alta que se ha registrado en la historia del país (sólo equiparable con la que en su momento tuvo el crecimiento de la ciudad de Tijua-na). La diversidad de los flujos migratorios formaba en Quintana Roo un mosaico de variados matices sociales y culturales que

reclamaba imprimirle vigor a la identidad quintanarroense.

También se hacía necesario acentuar el perfil cultural de nuestro joven estado para fortalecer, desde la óptica social, la sobera-nía que le había sido reconocida el 8 de Oc-tubre de 1974, con el decreto que estableció su creación. No sólo hacía falta fomentar el crecimiento económico sino que, igual o más importante que eso, era impulsar el fortalecimiento de la cultura local, para dar-le mayor sentido y vigencia a la soberanía que comenzábamos a disfrutar. Finalmente, soberanía y cultura son dos palabras que equivalen a lo mismo, según se las vea des-

MIGUEL BORGE MARTÍN

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de la óptica jurídico-constitucional o desde la óptica social.

No podíamos perder de vista que Quintana Roo es el único estado mexicano que colinda con el Cari-be, y que pertenecemos a esta re-gión de manera exclusiva. Somos el único estado caribeño de México y esta característica tan particular que tenemos, tiene que ser debidamen-te ponderada en la forja de nuestra identidad y nuestra cultura, sin de-mérito de la rica herencia maya que nos enorgullece y forma parte del acontecer diario y de las tradiciones de Quintana Roo. Por cierto, no hay que olvidar que los mayas navega-ban por el Caribe y tenían una pre-sencia destacada en la región.

De ahí que el Festival se con-cibiera como un evento con tres objetivos: I) Apoyar y fortalecer el proceso de integración social y cultu-ral del estado, como estrategia clave de la forja permanente de nuestra iden-tidad; II) Poner en relieve nuestra calidad de estado caribeño y propiciar una mayor interacción con los países de la región; y III) Hacer del Festival una tradición que fa-voreciera la promoción turística y el arribo de visitantes al estado. Hoy, a 24 años de la inauguración del Festival, estos tres objeti-vos siguen teniendo vigencia.

No fue fácil echar a andar el Festival por varias razones. Hoy se sabe que el Festival de Cultura del Caribe es indiscutiblemente de Quintana Roo, pero cuando estaba por nacer no era así. Otros estados, sin ser cari-beños, querían realizarlo, tal vez motivados por el atractivo de fiesta de la música cari-beña. Tuvimos que manejar esta situación y obtener, primero la venia de las Secreta-rías de Educación y Relaciones Exteriores, y después de la mismísima Presidencia de la República, para que pudieran canalizarse a

Quintana Roo recursos federales para apo-yar la realización del Festival. El Gobierno del Estado, por su parte, destinaba algunos recursos de su presupuesto y otros del Fon-do para la Educación y la Cultura –FONEC- que provenían de la renta de las placas de taxi que administraba el Fondo.

También hubo necesidad de cabildear la participación de los países anglófonos o angloparlantes, porque no querían partici-par en el Festival. Para terminar con esta situación, viajamos a París el Subsecretario de Cultura de la SEP y yo, donde nos entre-vistamos en la UNESCO con los líderes de estos países, quienes finalmente accedieron a nuestra petición y garantizaron la presen-cia de sus países en el Festival.

Fue así como en noviembre de 1988, en el estadio Andrés Quintana Roo de la ciu-dad de Cancún, el Presidente Miguel de la Madrid inauguró el Festival, acompañado

del Secretario de Educación, Miguel González Avelar, del Secretario de Relaciones Exteriores, Bernardo Se-púlveda Amor, de Ernesto Cardenal Martínez Granada y de otras perso-nalidades del gobierno y del cuerpo diplomático acreditado en nuestro país. Tras el devastador paso del hu-racán Gilberto, los medios nacionales y algunos internacionales le dieron cobertura y difusión al evento.

Después de haber tenido como se-des a Cancún, Chetumal, Cozumel e Isla Mujeres, el Festival fue creciendo y se extendió con algunas presenta-ciones a Playa del Carmen, Carrillo Puerto y Kantunilkín. Entre los poco más de 20 países participantes esta-ban Nicaragua, Colombia, Venezue-la, Costa Rica, Puerto Rico, Repúbli-ca Dominicana, Trinidad y Tobago, Haití, Guadalupe, Panamá, Belice, Jamaica, Anguilla y, Cuba, con repre-sentaciones culturales en literatura,

música, danza, artes plásticas, gastronomía y cine. En Cancún se realizaba una especie de ‘plenaria’ y llegamos a reunir más gru-pos famosos y destacados de música cari-beña que lo que nunca se había logrado reunir en un evento de música latina en Nueva York.

Ahora vemos renacer el Festival, y es-toy seguro de que el pueblo aplaude este esfuerzo gubernamental, a sabiendas de que representa, a un mismo tiempo, una búsqueda y un reencuentro con una de las partes constitutivas de nuestra identidad; a sabiendas de que si hay un denominador común en la forja de la identidad quintana-rroense contemporánea, sean cuales fueren nuestro lugar de origen y nuestras raíces culturales primigenias, ese denominador común es el Caribe, nuestro rincón mexica-no exclusivo, el óvalo de las tres dimensio-nes, nuestro mar de cultura.

Miguel Borge Martín, conversaciones con la UNESCO.

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8 | GACETA DEL PENSAMIENTO Septiembre/Octubre 2012

EL CARIBE EN PARÍS Y NUEVA YORK

Las diversas voces narrativas que aparecen en los textos de José Luis González, sobre todo en los escritos desde el punto de vis-ta de la primera persona, ¿podrían ser del autor? Es conocido que el narrador no siempre es identificable ni con el escritor

ni con el autor ideal; sin embargo, en esta parte no intentaré hallar tal identificación sino trataré de rastrear el sustrato personal de nuestro es-critor que subyace o aparece flagrantemente en algunos de sus cuentos; en otras palabras su alter ego ficcional.

Para acercarse a tan temerario escrutinio, es necesario recurrir a La luna no era de queso que son sus memorias de infancia, y si éstas no son suficientes para desgranar parte de su personalidad, en sus relatos de fic-ción –irónicos y autobiográficos asegura Arcadio Díaz Quiñones (1997) -“Historias de vecinos”, “¿Qué se hicieron los aztecas?” e “Historias con irlandeses” quien aparece surtiendo de peripecias a un París lluvioso, a una Praga confusa y a un Nueva York anónimo no puede ser otro que el propio José Luis González.

Y en otros más refiere hechos, idiosincrasias y asuntos vividos junto a Cheo, el empleado que se quedó más de un año en la casa de los González atendiendo a los animales, quien resulta ser el personaje de “La carta”, cuento traducido a 6 o 7 idiomas y escrito 11 años después de la con-versación que lo hizo nacer y en la que Cheo, disculpándose de sus mentiras, dice: “Bueno, a la pobre vieja hay que contarle algo que la alegre, ¿no te va?”. Y también al lado del negrito Alejo resucitado literariamente en “Santa Claus…” en el

personaje Alejo, asimismo, en la finca de Juan Do-mingo que se recrea en “La galería” con ciertos deta-

lles alterados, y finalmente la cercanía de su abuelo Ángel reconocible en “El abuelo” para quien el

“inglés lo inventó un chivo”, y afirmar que los “norteamericanos seguían siendo

unos intrusos llegados al país en mala hora.”

En la página 149 de sus me-morias escribe: “Me pregunto, por último, si quienes no se sienten llamados a contar sus memorias por escrito… estarán condenados a perderse de este portento”, en un paréntesis que abre y que no cierra sino

hasta hacer mención al regodeo del grafómano que, sospecha, existe en todo escritor. Él, por primera vez, ha renunciado el deleite de trazar palabras y aun letras y hacerlo directamente a máquina, y agradece a su padre el haberlo hecho mecanógrafo a los 17 años cuando lo obligó a escribirle sus cartas comerciales en “El Gran Baratillo” o en los múltiples negocios que llegó a montar a lo largo de su vida.

En este breve paréntesis en el que se interrumpe la reconstrucción de hechos y conversaciones puntuales, menciona también que “no me resigno a dejar de compartir con el lector… el pequeño milagro que voy viviendo a medida que escribo… porque… toda creación literaria, como toda creación artística por más realista que se proponga ser su autor, es un pequeño milagro.” Y este milagro que celebra el maestro González va de la mano con el “peculiar prodigio recién descubierto (por él) a que da lugar la redacción de unas memorias”, y ello, “el hecho mismo de convertir lo vivido y recordado en texto… multiplica la capacidad de evo-cación en grado tal que obliga a creer en el pequeño milagro.” Es un acto de descubrimiento que lo ha obligado a ver que su guión de memoria trazado previamente sólo era la punta de un gran témpano cuya masa sumergida escapa a nuestra visión normal, y que cada palabra escrita, en algunos casos, hace emerger una porción de esa masa oculta que deslumbra por su lucidez y actualidad.

La escritura se convierte así en un acto de exhumación del pasado, un acto nada egoísta si se siente que con él se sacan del mutismo del olvido los olores y sabores, lo pegajoso del chisme, la visión de una ca-lle brutalmente iluminada detrás de la cortina de lluvia que cae sobre nuestro balcón de piedra, el momento del primer roce de unos labios sobre los nuestros. El recuerdo, que es el asomo mismo del olvido, se renueva entonces en el presente escritural para quien no pretende que-darse con la película de su vida que, afirman algunos, pasa ante nues-tros ojos, en una fracción de instante, al momento de morir. El acto de escritura es pues un acto que exige compañía, y en la redacción de unas memorias, reflexión con tintes de milagro.

El trabajo del escritor tiene varias voces que lo alimentan y con las que a veces se tropieza, y cuando esto sucede se inventan acciones, actos heroicos o simples para salvar del naufragio la urdimbre, personajes que son la mezcla de muchas actitudes vistas, paisajes sedientos o inundados de sol y agua. En la mente del escritor todo cabe si se sabe acomodar. En este recipiente siempre abierto llegan y abrevan no solamente las inicia-les de un nombre sino el nombre completo así sea José Luis Rodolfo de la Altagracia González Coiscou Henríquez y Toledo que es el del maes-tro. En esa llegada y en ese aposentamiento, el anecdotario familiar es, en José Luis González, el material de mayor riqueza que utilizaría –dice- para escribir la novela que todavía –según él- no ha llegado a escribir.

RAÚL ARÍSTIDES PÉREZ AGUILAR

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El cosquilleo de las primeras letras, el destierro a causa de la dictadura de Trujillo, el primer viaje al extranjero, la lectura de Luis Palés Matos, Fernan-do Ortiz y Alejo Carpentier, sus maestros literarios, los sancochos y postres de Rafaela cuyo repertorio de cuentos sobrepasaba los cien y “el primero de mis críticos incomprensivos, pero (que) gracias a ella nació, estoy seguro, mi vocación de cuentista”, la observación frustrada del primer eclipse solar, la audición por vez primera de dos palabras gemelas: cáncer y morfina, los eslabones lexicales de los nuevos puertorriqueños al lado del bohío y del mofongo patrimoniales, el intercambio de cartas “entre mi abuela Altagra-cia Henríquez (y un cubano llamado) Pepe Martí” hallan, desde el inicio de estas memorias de infancia el sitio puntual para aparecer o reaparecer más tarde en forma de cuento o novela o personaje no siempre retratado con fidelidad fotográfica porque “todo escritor sabe que es mucho más fácil des-cribir a un personaje imaginario que a uno real” tal vez porque las palabras son “el más indócil de los instrumentos” para recrearlo.

De las múltiples lecturas de infancia y adolescencia, José Luis González declara que a La llamarada debe el despertar de su verdadera vocación li-teraria más que a ningún otro libro puertorriqueño, pues esta novela de Enrique Laguerre “fue la que me hizo concebir la posibilidad, y más aun la necesidad, de llegar a ser escritor… Tanto es así que el verdadero protagonis-ta de mi primer cuento publicado es en realidad La llamarada”. Este cuento se titula “El viento” y apareció en la revista Alma latina, de San Juan, el 7 de noviembre de 1942 cuando González tenía 16 años. Veamos un fragmento:

“Yo quería ser escritor. Si algo me había llevado a bajar de la montaña, fue seguramente… la idea de que aquella aspiración exigía el descubri-miento de nuevos horizontes que mi entorno natal me negaba”, que nos muestra el descubrimiento no sólo de lo que desea hacer un hombre sino también los temas sobre los que quiere escribir, temas campesinos recu-rrentes en su primer libro En la sombra que debe su existencia más que a la influencia del jibarismo al acto de residencia de nuestro autor en los campos de Guaynabo cuyos cuenteros, sobre todo el llamado “muchacho de la guagua”, sembraron en el joven José Luis historias polifónicas más interesantes que las novelas de Enrique Laguerre que bien conocía.

“¿Por qué empecé a escribir cuando aún no salía de la infancia para entrar a la adolescencia?, se pregunta en una de las jocosas páginas de estas memorias, y se responde porque “tuve una infancia socialmente privilegia-da” acicateada por una curiosidad literaria que le inculcó su abuela materna Doña Tallita Henríquez viuda de Coiscou.

En la guagua, la tradición oral inunda los oídos del niño José Luis. Toño, el encargado del cobro del pasaje, se encarga durante la travesía de contar su-cesos de toda índole. El chismarajo tomaba entonces tintes de cuento y Cheo (el Juan de “La carta”), volvía a parecer junto con Rafaela (la cocinera) en la memoria del menor. La esponja literaria se empieza a enchumbar. El oyente que se convirtió más tarde en escribiente empieza a nutrirse de historias, luego vendrán las batallas con la lengua. El ocio lo inclina hacia una actividad que dice “estaba llamada a convertirse en la más satisfactoria justificación por este mundo. Empecé a escribir”.

Este sustrato personal produce el nacimiento de la ficción desde los 12 años en José Luis González. Un presente rico es siempre un mejor estimu-lante que un pasado que se ignora casi completamente cuando todavía se es un infante, o que es muy exiguo para exprimirlo sobre la página en blanco; sin embargo, el aún niño presentó sus textos a su abuela Tallita quien llevaba del extranjero novelas en su equipaje, pero se lamenta no haber conservado esas historias en los cuadernos escolares idénticos a los que usaba para hacer sus odiosos ejercicios de aritmética.

Este sustrato personal está visible en la narrativa de nuestro autor en textos en los que los personajes son hombres sencillos, personas que transitan con una vida hilvanada al descuido, existencias con mucha oralidad y sin grandilocuencia; en suma, “una literatura –así definió él a la suya- que no tiene nada de extraordinario (porque) yo no sabría qué hacer con un personaje extraordinario”.

Recuerdos vividos, anécdotas de amigos y familiares, chismes de oficina y cama, abandonos en el cauce de una vida que recorrió parte de Europa y América son los elementos que fraguan los textos de José Luis Gonzá-lez, sobre todo los narrados en primera persona aunque los contados en tercera también contengan rastros de este sustrato al que me he referido: la presencia del yo –o alter ego narrativo- que señorea con su visión el rumbo que toman los acontecimientos en cada una de las historias.

El primer crítico de la obra de González fue Juan Bosh quien “llegó un día a nuestra casa, con su joven esposa y sus dos pequeños hijos”. Él fue quien orientó sus lecturas, leyó sus textos y le hizo recomendaciones puntuales ala-bando su imaginación sin la cual ningún escritor puede vivir. Le sentencia: “No quiero que leas a Cervantes para que trates de imitarlo”, “Un escritor trabaja tanto con sus ojos como con su imaginación“, “hay que conocer bien el idioma para poder elegir la palabra que más… convenga…”, sentencias que a la larga se convirtieron en ejes de su fecunda obra narrativa.

En una plática que sostuvo con el dominicano y que aparece en estas memorias puede hallarse un punto que caracteriza sus textos: “—Mira, vol-ví a leer los cuentos tuyos que me dio tu mamá y quiero explicarte algo. Encontré en ellos mucha narración y poca descripción”. En efecto, la des-cripción no es un aspecto al que recurra a menudo nuestro autor pero que cuando aparece sostiene y apuntala la relación de hechos sin menguar el ritmo narrativo de manera notoria.

En los textos que he comentado en este apartado se asoma el Caribe como el paraíso y la azucarera del mundo en oposición a la modernidad de casas hacinadas y tráfico sofocante ya de Europa o de los Estados Uni-dos. Eso es sólo el pretexto para dar rienda suelta a la memoria de José Luis González sin cuyas páginas de La luna no era de queso sería imposible escuchar su propia voz detrás del caparazón de estudiante, corresponsal de prensa, maestro y escritor maduro. No son gratuitas las menciones que aparecen en ¿Qué se hicieron los aztecas? a personajes históricos como la de un tatarabuelo llamado Noel Jefferson, de un abuelo Carvajal que viajó de Cuba a Haití en un voluminoso tonel de vino aserrado por la mitad hu-yendo de la Inquisición , de Fidel Castro a quien pudo saludar en Cuba y del único hijo del maestro González que le dio un giro a su vida.

La presencia del alter ego ficcional en la narrativa de José Luis González se evidencia en varios de sus textos; sin embargo, este sustrato personal no impide que la ficción avance y se agrande conducida por una prosa escueta pero efectiva, llena de acción y diálogos, pocas descrip-ciones y reflexiones sobre la realidad de los personajes.

Su narrativa no es intimista con dejos de roman-ticismo, ni una confesión personal, sino un ejercicio de comunicación que pende de esa visión individual que se transformada en ficción, en historias tercas en un “mundo de maravilla y fábula que ha sido y sigue siendo el gran archipiélago caribeño” al que siempre consideró el lugar perfecto para nacer, es-cribir y reproducirse en sus propios textos junto a otros personajes creados o recordados.

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: Elvira AguilarLeonor y Leonor

Illinois llegó a la casa de asistencia la misma noche en que en Lampazos de Naranjo, Nuevo León, la madre de Aguileo, vestida de negro de pies a cabeza, pedía la mano de Leonor, mientras él, como telón de fondo,

entonaba el corrido del lugar acompañado de su guitarra: “Hoy te canto, mi tierra querida, mi lindo Lampazos, como tú no hay dos, tus mujeres, que son retechulas como no hay ninguna, por vida de Dios”. Estábamos en enero de 1980.

Destacaban en Illinois sus enormes senos que hacían contraste con su par de piernas flacas y huesudas; uno se imaginaba que en cualquier momento se le podían que-brar. Era alta y robusta de pechos, pero muy delgada de la cintura para abajo, lo que la hacía parecer desnutrida.

Venía de Chicago donde había vivido la mayor parte de sus veintiún años. Por única familia tenía a su ma-dre, Gloria, antigua vedette que se fue acabando tras la muerte de cada marido, hasta quedar en los puros huesos después del suicidio del quinto. Las dos se man-tenían en aquella ciudad de la venta de ropa y accesorios para bailarinas y cantantes exóticas, que tenían en una tienda llamada El camerino de Gloriella.

Lo primero que hizo cuando entró a la ciudad de Monterrey, un día frío, fue tomarse una cerveza y com-prar el periódico El Norte en busca de un lugar adonde vi-vir: “Asistencia completa en casa de familia. Solo señoritas serias y de modales decentes”. No sé qué le dijo a Illinois que la aceptarían, pero ella se presentó.

Cuando doña Anita, la dueña de la casa, la vio, dejó escapar un leve chasquido de dientes y dio un paso hacia atrás, movimiento que Illinois aprovechó para entrar a la sala, pasar a la cocina, y recorrer las recámaras como si ya fuera huésped, y antes de que todas domináramos nuestro asombro y reaccionáramos, sacó de su bolsa de tela bordada con lentejuelas y chaquiras, un fajo de dó-lares que entregó a la señora: el importe de tres meses de casa y comida.

Su vestimenta diaria era un short, very short, y una blusita ombliguera de la que rebosaban sus pechos que se le miraban sanos y turgentes.

Mientras tanto, Leonor y Aguileo vivían un romance muy dulce y delicado. Él, ingeniero agrónomo; ella, es-tudiante de enfermería y catequista. Los dos tenían el canto por afición.

Aguileo vivía en una enorme casa pintada de rosa por dentro y por fuera, vecina de la nuestra. En ella casi todo era grande: los árboles, la cochera, las habitaciones, los muebles, el perro y él, que medía dos metros. Su madre era lo único pequeño y enjuto entre aquellas paredes gruesas, altísimas y frías.

Leonor tenía dieciocho años, Aguileo treinta y tres. El cortejo, antes del compromiso, duró siete meses, durante el cual él enviaba un ramito de flores cada día, la acom-pañaba a misa y la llevaba a sus clases. Por las tardes pla-ticaban en el recibidor de la casa de asistencia, o salían al cine o a comer un helado.

Una noche de verano él le llevó serenata a Leonor con la rondalla de Saltillo, asunto del que nosotras participa-mos, pues desde el balcón, en nuestra compañía y la de doña Anita, ella escuchó la serenata primero, y después, con un Aguileo arrodillado, la petición de que fuera su novia con fines matrimoniales. Cuando ella, desde arriba, dijo que sí, y le envió un beso que depositó en la palma de su mano y después sopló con dirección a su cara, todas aplaudimos y la abrazamos.

La noche en que Illinois llegó a la casa cenamos y sa-limos al balcón a apreciar las estrellas. Ella nos habló del gran incendio de Chicago con seguridad y emoción, como si lo hubiera vivido.

—Durante muchos años se creyó que la pobre vaca de Patrick y Catherine O Leary, había pateado una lámpara de queroseno y que aquello provocó el incendio. Era el 10 de octubre de 1871. El incendio empezó en el centro

: g aceta

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: cuento inédito

de la ciudad, ya se habrán de imaginar ustedes, gente gri-tando y corriendo como enloquecida. Lo peor de todo, es que fue Michael Ahern, reportero del Chicago Tribune quien había inventado aquello de la vaca y hasta escribió la nota. El caso es que años después, este hombre confesó que había mentido sólo porque a la casa de los O Leary no le había pasado nada, y la inocente vaca le caía mal.

Seguíamos en el balcón, sería la media noche. Leonor, Aguileo y la madre de éste, regresaban de la petición de mano. Él se bajó de su Ford Ranger roja y abrió la porte-zuela para ayudar a descender a su futura esposa, la abra-zó tiernamente y, después de darle un beso en la frente, le abrió la reja de la casa y se despidió de ella. Illinois, que no los perdió de vista, preguntó por él, qué quién era, en dónde vivía, en qué trabajaba… Tiempo después me dijo que aquella noche juró que con él se casaría.

El Mustang Mach One 1971, color gris, con placas de Illinois, estaba todavía de buen ver, aunque por dentro era una casa rodante y sucia: ropa, zapatos, pa-peles, latas de cerveza vacías y condones usados. Illi-nois dijo que cinco años atrás había comprado este carro de medio uso con un dinerito que le dejó su difunto padre, a quien traía en su cartera en forma de retratito ovalado. Era un hombre moreno, delgado, de frente amplia, bigote fino y pestañas largas sobre unos ojillos almendrados; se parecía mucho a ella. Su madre, en cambio, era una rubia de ojos verdes entrada en carnes, según comentó.

“De pronto canto, será porque te amo, y siento el viento, que pasa por tus manos, todo es distinto, cuando te estoy mirando, no me comprendo, será porque te amo…”, nos gustaba cantar por las noches asomadas al balcón mirando las estrellas. Éramos veinte muchachas, todas estudiantes, todas lejos de casa, todas con furor por Ricchi e Poveri, y unas

más, y otras menos, pero todas amigas de Leonor. “Canto a tu ritmo, y en pleno mes de Enero, es pri-

mavera, será porque te amo, si estamos juntos, no sé ni donde estamos, que nos importa, será porque te amo…”

Aquel enero fue de fiesta en la casa. Leonor celebra-

: Elvira Aguilar

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ría su matrimonio con Aguileo en siete meses y nosotras, todas, seríamos damas de honor. Doña Anita había ido a McAllen a comprarse un vestido para la ocasión que se le antojó rojo vino brillante, como presumía.

La vida era bella, los días frescos y cantarines. Nosotras reíamos, hacíamos bromas a Leonor con el asunto de la luna de miel, mientras a ella la carita se le teñía de todos los colores, y después volvía a su tono blanco pálido, como muñeca antigua, con su pequeña boca roja.

Illinois, un poco distante, observaba nuestra emoción y nada decía. Nosotras la observábamos también. Nos preguntábamos de qué viviría, a qué se dedicaba: dormía todo el día y como a las seis de la tarde se levantaba, se bañaba y comía en su habitación, después dormía un poco más, y cuando se levantaba de nuevo se ponía sus shorts platinados y sus blusitas escotadas, se subía en sus enormes zapatos de plataforma y se iba en su Mach One de escape roto, para volver al día siguiente cansada, pero risueña y con mucho dinero.

Aunque Illinois reía mucho y hablaba con desenfado de los hombres que la habían amado y ella había dejado, no se veía feliz. Su cara demostraba más de veintiún años de desengaños. Pensaba yo que los había vivido con penas y desolación, la imaginaba una niña maltratada, abandonada, sola. A menudo la escuchábamos cantar La Bambola: “Tu mi fai girar, tu mi fai girar, come fossi una bambola, poi mi butti giú, poi mi butti giú, come fossi una bambola…”

Con frecuencia, como para hacernos daño, nos decía que Ricchie e Poveri era lo más cursi que había escuchado. Y en tono de burla, comentaba que la vida estaba entre nuestras piernas y que nosotras nos empeñábamos en ig-norarlo por temor a Dios.

Un día Illinois me pidió que le redactara un texto: Era su esquela. Me quedé fría. Después la envió para su publicación a un periódico de Chicago: quería que su madre la creyera muerta. Ese día me confió que su mamá la estaba buscando porque ella le había robado diez mil dólares y algunas joyas. Me dijo que lo hizo como venganza porque ésta le había quitado al novio

con quien deseaba casarse. Nunca supe qué efecto causó la esquela, pero Illinois vivía con temor de que su madre la encontrase y la metiera en la cárcel.

El noviazgo de Leonor era comunitario, pues todas, a excepción de Illinois, que también se llamaba Leonor, y para diferenciarlas decidimos llamarla con el nombre del estado gringo del cual provenía, lo disfrutábamos como si fuera nuestro Ya habíamos preparado una despedida de soltera que resultó muy divertida.

Aguileo frecuentaba la casa con cualquier pretexto: Que si para llevarle a doña Anita algún guiso preparado por su madre; que si para ver si se nos ofrecía algo; o que si era viernes, día en que Leonor le recortaba el negrísi-mo bigote. Cada vez que iba aparecía Illinois y le pasaba en frente, le preguntaba algo, le pedía algún favorcito, o simplemente buscaba la manera de hacerle plática. Ni a Leonor ni a nosotras nos agradaba su conducta, pero a su novio parecía no disgustarle.

Aguileo era guapo. Tenía el cabello grueso y abundan-te, así como abundante el bello de sus brazos y pecho. Era muy alto y de hombros anchos. Su cara bronceada tenía rasgos finos que contrastaban con el grosor de sus labios. Se ocupaba del rancho que había heredado de su padre y a la vez era maestro en la escuela de agricultura de la universidad de Coahuila, por lo que viajaba todas las mañanas a Saltillo.

Un lunes, muy temprano, a punto de su viaje habitual, se encontró con Illinois que venía llegando de su trabajo. Yo estaba mirando por la ventana del piso de arriba. Vi que hablaron y después él le abrió la portezuela y la ayu-dó a subir: Regresaron al día siguiente.

Le platiqué a doña Anita lo que había visto y se asombró. Me pidió que nada dijera a Leonorcita. Yo, des-pués de pensarlo muy poco, fui a despertar a Leonor y le conté. Ella se preocupó. Después fue a ver a la madre de Aguileo y le habló del asunto. A las tres de la tarde, hora de la comida, en lugar de llevarse algo a la boca, Leonor vomitó su bilis. A las cuatro telefoneó a sus padres y les dijo que el maldito de Aguileo le estaba poniendo el

: g aceta

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cuerno con una prostituta. A las seis llegó el ajuar de no-via que había estado esperando con mucha ilusión. A las ocho logramos que nuestra amiga descansar un poco. A las nueve, en lugar de tomar su cena, volvió a vomitar. A las diez llegaron sus padres de Lampazos y la abrazaron muy fuerte: Todas lloramos. A las once se presentó la ma-dre de Aguileo con su bata negra y dijo que a lo mejor él sólo quiso darle un aventón a la pobre muchacha, que ya volvería. A las once con diez Leonor corrió a la mujer; yo la acompañé a su casa. A las doce de la noche Leonorcita quemó las cartas y los regalitos que le había dado su no-vio. A la una de la madrugada la obligamos a tomarse un tecito, pero le cayó fatal. A las dos aventó al excusado su anillo de compromiso.

De Aguileo e Illinois ni noticias. Doña Anita cada vez que podía me miraba con ojos de reproche, como si yo hubiera hecho algún mal.

A las tres de la mañana los padres de Leonor se que-daron dormidos. A las cuatro despertaron porque Leonor empezó gritar al tiempo que rompía su vestido de novia. Entonces doña Anita se paró a mi lado y me dijo al oído: “¿Ves lo que provocaste?”, como si yo hubiera subido a Illi-nois con su short que parecía calzón y su blusita ombligue-ra, a la camioneta de Aguileo.

A las cuatro treinta llegó un médico que alguien llamó, pero Leonor se negó a tomar un tranquilizante, mas acep-tó comer una manzana. Después hubo una cierta calma, así que aproveché para cerrar los ojos. A las seis unos gritos espantosos me alertaron: Leonor se quedó dormida y soñó que Illinois y Aguileo se casaban en la iglesia de Lampazos y que ella era madrina de lazo; despertó alterada.

A las siete de la mañana Leonor salió a la puerta de la casa y todos la acompañamos, sus padres antes que nadie, que la llevaban del brazo. A las ocho vimos llegar la Ford Ranger que parecía un pájaro rojo y moribundo; había sido chocada.

Illinois y Aguileo se bajaron como si nada e intentaron dar alguna explicación. Estaban recién bañados, pero te-nían cara de haber dormido poco y haber bebido mucho,

no se veían frescos. Todos nos interpusimos entre Leonor y ellos, pues temimos una reacción violenta de ella y no queríamos que se expusiera.

Ahora pienso que Leonor tal vez quiso gritar, mas no le salió la voz. Quizás pensaba golpearlos, pero perdió el conocimiento y cayó con los puños apretados antes de pro-nunciar palabra.

A las nueve de la mañana Leonorcita fue declarada muerta de un infarto, y su padre, de la pena, falleció tres horas más tarde: A las doce.

Illinois y Aguileo se encerraron en la casa de él y guarda-ron silencio, luego su madre nos contó que él lloró mucho.

A Leonor y a su padre los enterramos en Lampazos ese mismo día a las seis de la tarde. Todo tuvo que ser rápido porque su madre se puso muy mala.

Al día siguiente, muy temprano, doña Anita me pidió que dejara su casa.

Unos meses después me enteré por el periódico que Illinois y Aguileo se habían casado. Dos años más tarde me encontré con ella, estaba más llenita, se veía guapa, bien vestida, tranquila, mas en el fondo de sus ojos había una gran inconformidad. Nos saludamos sin demostrar alguna emoción. Preguntó por mis estudios y por mi fa-milia. Me platicó que tenía un hijo recién nacido y que Aguileo estaba muy contento. Yo no preguntaba, ella quería contar. Así me dijo que desde la primera vez que vio a Aguileo supo que se casaría con él, por ello me pidió que escribiera su esquela, esperaba que su madre no la buscara más, que olvidara el robo, quería empezar una nueva vida, ser amada. Me suplicó que la llamara Leonor, no le gustaba ya ser Illinois.

Cuando me despedí de ella recordé a mi amiga Leonor con su carita pálida y su boca roja que nunca más vería nada, que no se enteraría que aquel día el sol brillaba de una manera especial, y que no pudo adivinar, el día en que Aguileo pidió su mano, en Lampazos de Naranjo, aquel enero de 1980, que jamás se casaría con él, porque éste tendría un destino diferente: se casaría con otra Leonor, y a ella, la vida le iba a durar ya muy poquito.

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: Francisco AzuelaAugurios

Ellos también enterraron sus muertos

La noche los alcanzó también a ellosahí están sus criptasentre un moho verde,ahí están sus recuerdos y sus amores marchitos,está con ellos la palabra de la muertecomo un sello eterno en sus vidascomo una corona de sueñosestilizada en sus posturas perfectas.Está la muerte que los acompañaviajera de los tiemposde la noche y las estrellasque no volverán a encenderse,está su panteón de calamidadesde sufrimientosde llanto,el aliento de sus lágrimas hecho piedradonde las flores perdieron sus aromassu colorel sonido de las afliccionesy el amor roto bajo la lluvia.

El cambio del tiempo

La estrella del sur aparece en el norteextrema tensión incompatibleel otoño invade los espacios de la primaveraun sol desmesurado quema el inviernola luna precipitándose rompe el veranodías calurosos asaltan la cuna de los recién nacidossobre los tejados hace un frío intensopájaros tiritan de miedooscuridad al medio día aterradoralos gallos de la aldea duermen precipitadosy los perros ladran en la lejaníaentre fuerzas opuestas.

Las aves migratorias

Nuevamente el pasado esta delantese cierne poderosola noche arde sin detenerse un centímetro las llamas tras la colinaamanece un día gris sin rostroespectros surge del fangodel humo casi extinto,lodazal abultadola tormenta de fuego se ha ido,en la cabaña un anciano quema leña verdey mojada,aves migratorias con alas cortadas en el horizonte millonesde diferentes tamañosvuelan rápido y lentasasustadasinquietasconfundidas en cientos de coloresestallan en el alba,la lluvia intensa agotó su temporadaríos crecen rugientesplantas y árboles arrancados de raízla más alta desarmoníaimagen desoladase queja sobre campos marchitos que no volverán a florecer.

El hombre

Como un sonámbulo extiende los brazossin entender la brisa que asoma por la ventanase mira al fondo de sí mismocasa humana vacíatiene el cuerpo despellejado y la frente marchitaun ser perdido en la distancia.

: g aceta

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: próximo libro

La muerte de su padre

La muerte de su padreserá como una sombra en su vida, rostro de lágrimas pegado al suyodespertarse de la vigiliasoledad y tristeza inconsolables,impotencia y desahogosentado en las piedrasque han perdido la escarcha y el rocío.

Aves mañaneras sueltan sus alasEl horizonte desdibujadoabraza el silencioen el último instante de colores,la lluvia se desprende de las hojasintensa sobre un poblado viejosin habitantes.

Llega otra luzes la hora del eclipsenada se ve y se oyela sombra crece en el universo,en los ojos del búho el reloj del tiempomueve sus manecillas hacia atrás,la imagen crece hacia adentrose pierde el contactootro ataúd pasa frente a la ventanadonde la anciana recuerda sus sueños.

El fin

Es el fin de los tiemposarcoíris roto en sus esferasno hay lágrimasvuelo de aves sin retornolos volcanes expulsan sus rencoresestremeciendo las entrañas de la tierrael mar se va de viaje arrasándolo todoel sol cae en pedazossobre una tempestad de seres muertosderrumbe de mala semillatiempo derrotado.

Las últimas horas

El río azul se llevó las últimas rosas rojasdel jardín de la amadaahora anciana con ojos lagrimososhúmedos de cansanciode llantodestilando aún algunas lágrimaspiel de arrugas de juventud antiguarota en la bruma de los añosdonde se detuvo la melodía de la belleza que eclipsó estaciones y sueñossoltaba su pelo de oro agitado por el viento.

La sombra llegó envuelta en cenizainmensa como el tiempoquietud extraña en la negrurasoledad y lobreguez en los caminoslamentos desgarradossollozos de niñossonido de hojas desprendidasviolentamente de los árbolessemblantes de angustiarostros escondidosnoche pesada sin estrellassilencio de ataúd atardecía las horas en el caseríoleve movimiento en el azul de la llamalas luces se apagaron con el crepúsculo.

: Francisco Azuela

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16 | GACETA DEL PENSAMIENTO Septiembre/Octubre 2012

: René Avilés FabilaEl más grande amor cinematográfico

Dicen que el amor es eterno. Pareciera una exageración, pero sí, hay casos en los que la pareja llega a entendimientos perfectos y es cuando se consolidan las promesas que se

formularon en los primeros días de la relación. Entonces, con el paso del tiempo, el matrimonio puede dejar el sexo impetuoso, pasional, y transitar a una relación más dulce, afable, de respeto, ternura y cariño. Eso no es tan importan-te, lo que cuenta es mantener una buena e intensa vincu-lación humana, donde la pareja se conozca a profundidad, encuentre coincidencias y afinidades y sea capaz de despla-zar los desencuentros.

Julia Cisneros había sido una buena actriz y una mujer excepcionalmente hermosa. En su juventud tuvo multitud de sueños y proyectos que se cumplieron con puntualidad y rapidez. Pronto fue famosa y de los filmes nacionales pasó a los internacionales y aunque lo hizo en papeles de indí-gena norteamericana o mexicana, alternó con estrellas de Hollywood. Pudo mantener una carrera soberbia, pero en-tre sus mejores planes estaban el matrimonio, los hijos, la estabilidad y la tranquilidad doméstica. Sus compañeros de andanzas cinematográficas le parecían (eran y son) frívolos e ignorantes. Así que prefirió casarse con un hombre tranqui-lo, sin vicios, cordial, hogareño. Sobre todo que la adorara. Un buen funcionario bancario, poco afecto a la cultura, que obtenía lo suficiente para vivir muy bien, viajar y pagar las pequeñas exigencias de su mujer quien, por cierto, también había acumulado parte de sus estupendos salarios.

Él se llamaba Jorge Nuño y antes de conocer personal-mente a Julia, la había visto en la pantalla: ¡Qué hermosa, me gustaría casarme con ella! Tenerla conmigo para siempre.

El sueño se cumplió porque un amigo común la conocía y estaba dispuesto a presentarlos.

En un restaurante, Jorge se acercó con el amigo para ser introducido; se esmeró en quedar bien: habló de cine y de los filmes donde ella había trabajado. Julia, desde luego, se

sintió halagada y explicó un poco su trabajo; pronto comen-zó una cordial amistad que gradualmente se intensificó has-ta hacerse noviazgo y enseguida formalizar el matrimonio.

De esta manera ambos cumplieron sus respectivos sue-ños: se casaron después de que Julia hubo concluido su ca-rrera cinematográfica (cortó con ella, porque simplemente comenzó a fastidiarla, quizá se pensó una Greta Garbo del atraso y prefirió que su belleza quedara intacta en los fil-mes), rodeados de muy escasa concurrencia: familiares, al-gunas figuras de cine y teatro y empresarios amigos de él.

Tuvieron dos hijas y ningún problema. Era la relación perfecta. En un ambiente cordial, monótono, las niñas se convirtieron en adultas, se casaron y dejaron la casa para irse a formar sus propias familias. Julia y Jorge se quedaron de nuevo solos, pero seguros de que seguirían siendo feli-ces. La pasión había quedado atrás, en su lugar surgía una cariñosa amistad que solían presumir, una y otra vez, ha-ciéndose pasar a los ojos de sus respectivas familias como la pareja ideal (realmente lo eran), la que se conocía a fondo. Solían estar juntos y cuando alguien hablaba con desdén de los amores largos, ellos defendían su bienestar, hablaban de cuán maravilloso era estar juntos, conversar, viajar, ir a res-taurantes, al cine, al teatro, siempre tomados de la mano y con rostros radiantes, como si estuvieran dentro de un filme de la época del cine de oro mexicano.

Las cosas iban cada vez mejor y marchaban muy bien porque cada quien hacía su propia vida: él iba al trabajo y en los momentos libres visitaba un club donde se reunía con sus amigos a conversar y tomar unas copas y en oca-siones jugaban cartas. No solía llegar tarde. A ella le ocu-rría otro tanto: del gimnasio iba con sus amigas a tomar café y en la tarde recorría almacenes. Ocasionalmente aceptaba algunas fiestas, a las que el marido rehuía para quedarse en casa a descansar, ver algún programa televi-sivo. Como todas las parejas que envejecen juntos, afir-maban que el amor-pasión nunca se termina, que cada

: g aceta

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: cuento inédito

día es igual al primero, que la pasión subsiste y que la felicidad es eterna. Insistían en que dormían en la misma cama, a pesar del paso de los años, más de cuarenta de casados, y que todavía hacían el amor ar-dientemente. Por lo menos se les veía con frecuencia juntos y nadie podía decir que habían tenido pugnas o diferencias: con el tiempo se habían hecho iguales, les gustaban los mismos filmes y las mismas obras de teatro, libros semejantes e idénticos paseos y viajes.

Aquella mañana, Julia se levantó animosa. Para no despertar a Jorge fue cautelosa; vagamente recor-daba que había tenido un día de trabajo y una noche inquieta, agitada y prefirió que descansara un poco más. Total, estaba ya a punto del retiro laboral. Fue al baño, enseguida se encerró en el vestidor de la amplia recámara y cuando estuvo lista, con los zapatos en la mano, salió cautelosamente de casa a cumplir con su rutina: primero el gimnasio, enseguida un largo desayuno con amigas.

El desayuno se prolongó y cuando Julia llegó a su casa eran más de las dos de la tarde, apenas con el tiempo suficiente para cambiarse, comer algo ligero e irse a una boda, se casaba la hija de una compañera de estudios y no quería dejar de asistir para ver a algunos de aquellos con los que compartió las aulas.

Al entrar a la sala le preguntó a la sirvienta por su marido. Sigue dormido, señora. Debe estar cansado, esta semana trabajó mucho preparando la entrega de la gerencia. Déjelo así, y cuando se levante dígale que regreso a buena hora.

Julia se cambió presurosamente en otra amplia habitación, donde también tenía ropa y utensilios para maquillarse y peinarse listos; podía, además, utilizar ese baño sin producirle molestias a su esposo, y fue a la igle-sia donde se celebraría el matrimonio. De allí se dirigió, con otros amigos, al lugar de la fiesta. Como a eso de las ocho de la noche, pensó llamar a casa, pero había dejado el celular en el automóvil y no tuvo humor para buscarlo. Después de la medianoche se sintió cansada y comenzaron las despedidas.

Al regresar, todo estaba oscuro: vio la hora: las

tres de la mañana. Tengo que estar temprano en el gim-nasio, a eso de las ocho y luego desayunar con Magda y Lilia para planear un viaje a Cancún, donde la primera tenía un condominio.

Caminó de puntitas y en total silencio entró en la habitación: su marido no se movió. Qué suerte, tiene el sueño pesado, dijo antes de meterse en la cama y sentir la severa rigidez mortuoria de su esposo.

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: Dolores CastroA sol y sombra

Siembra la luz el vuelo de los díasEl ala de la sombraCuida los sueños bajo los párpados.

En los sueños el mundo en llamasArde y entre cenizasIrrumpe nuevamente como fuego.

Y esta música, y esta danza sin fin:Mañanas con sus noches, y enamorado Sol que siempre vuelve

Y párpados y pétalos que un día se deshojan.No para siempre.

Algo le duele al aire

Algo le duele al aireDel aroma al hedor.

Algo le duele cuando arrastra, alborotadel herido la carne.la sangre derramada.el polvo vuelto al polvode los huesos.

Cómo sopla y aúlla,como que canta,pero algo le duele.

Algo le duele al aireentre las altas frondasde los árboles altos.

Cuando doliente aúnentra por las rendijasde mi ventana,de cuanto él se duelealgo me duele a mí,algo me duele.

Fluye la noche en el ríohacia donde nadiela puede alcanzar. El arrullo del aguaes incapaz de conducirme al sueño:

Ella sólo sabíaDel abandonoY del abandonar.

Abre la noche negra florInmóvil.Corre el agua que huye,yo le entrego mi sueño, mi ensueño,mi despertar.

¿Y si este corazóntan sólo fuerapiedra de río porosa,persistentey aguerrida?

No ignora su nacimientola sombra

Y sabe que depende su existenciade la vibración,de la luz:

Sombra de la nube,sombra del árbol, del aleroy del ala en el nido.

Sombra de esta mano que escribeY de su punto final.

Cuando cierro los ojosEl mundo no se cierra.

: g aceta

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: poesía inédita

La sangre derramada

Al borde del caminolo encontramos;el mismo pantalón, la blusa blanca:sobre su espaldaamapola de sangre.

Llaman de gracia al tiroque enmudeció su boca,ahogó su amory me dejó baldada.

El estallidode aquel tiro de graciaaún retumbay aúlla en el aire, aúlla

El polvo vuelto al polvo

Él era como yopobreignorante y violentopor más de una razón.

Yo salí tras un quehacer agotadorde horas muertas,en medio de la noche y del miedo.

Él era como yopero conmigofue rabioso animal.

Como pintar la raya al horizonte de mi vida,fue relámpago dentro de mi cuerpo,trueno, ola al reventar.así conocí el marque es el morir,

El polvo de mis huesosMal sembrados en la tierraAl polvo volverá.

La danza en el verano

Apuntaron a ciegasy fue como desperdiciararmas de alto poderpara matar pajaritos:

Más de cuatro mil niñosque sorprendió la muerteen un paso, en un juego,en un brinco.

Fue como no distinguirentre piedrecitasy semillas de frijol.

Fue como sollozar al ver que caíanen medio de los otros,en medio del estruendoy sin poder pararel furor que arrastrabalos ciegos disparos.

Fue como el propio HerodesY la danza de la muerte.

Tiembla el vientoarrastrado por su fuerza¿Cómo se detendría a cantar?Si parece que el aroma murióy los cieloscerraron su luza la esperanza.

Una niebla aceitosa cobijamurmullos de agonía,testimonio de muerte,relámpagos de armas.

: Dolores Castro

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20 | GACETA DEL PENSAMIENTO Septiembre/Octubre 2012

: Jorge M. Cocom PechGirasoles en la noche

Áak’ab ts’íib: A Bartolo y Lupito

Ahora que me encuentro lejos del pueblo de mis orígenes, me puesto a re-cordar que los días de octubre eran los más hermosos de mi infancia; sobre todo, cuando en los estrechos caminos del campo, o en los patios baldíos de la pequeña población en donde vivía, éstos se inundaban de flores con

indistintos tonos de color amarillo. En ese festivo mes, recuerdo de los albores de mi vida, abundaban los girasoles silvestres

de variados tamaños; uno de ellos, de flores grandes, se pasaba estira y estira sus tallos hasta mirarnos por encima de las albarradas a punto de pintarse de blanco, pues, durante la sema-

na previa a la celebración festiva del Día de Muertos, las cercas de piedra que dividían los solares, se emblanquecían con agua de cal.

Octubre, sin faltar día alguno, mes de romería en Calkiní, era de-dicado a las fiestas pagano religiosas del pueblo; por lo que, en todas partes de la pequeña ciudad, durante los años de la década de los sesenta del siglo pasado, se percibía el nectáreo olor de las plantas car-gadas de flores por doquier, como el margaritón, -de pétalos blancos y aromáticos-, que solíamos llevar a la iglesia como ofrenda al Santo Cristo de la Misericordia.

Sí, eran aquellos días, cuando pasados los ciclones que cruzaban la planicie peninsular, el pueblo organizado en gremios y cofradías de

campesinos, de canasteros, de carreteros, de urdidoras, de alarifes, de comer-ciantes, de taxistas, de señoras y señoritas, de ferrocarrileros y de otros oficios, afe-

rrados a su devoción religiosa, rendían culto al Cristo de la Misericordia, una escultura del siglo XVII alojada en el nicho central de la capilla del ex convento de Calkiní, población fundada por los indios Ahcanul a mediados del siglo XV.

Como en esas épocas el pueblo era pequeño y la contaminación no en-sordecía sus calles, lo inusitado y, a la vez, lo esperado era la fiesta popular con su natural bullicio; por lo que, si algún ruido se podía contar en ese entonces, éstos eran, -entre otros-, el canto de los gallos en las alboradas confundiéndose con el dolondón de los cencerros; el aullido de los perros en las noches, tal vez asustados por haber percibido el paso de maléficos fantasmas, según creencias antiquísimas; el ulular de los trenes, rebotan-do su alboroto metálico en el cacareo de las gallinas; el estrépito latir del pendular de las cansadas máquinas que fabricaban hielo y que, además, se

: g aceta

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: cuento inédito

ocupaban de la molienda del maíz y del cacao, entre otras actividades de aquellos días. Sin embargo, entre todo ese ocasional bullicio en Calkiní, el redoble de los timbales y el

estallido de los voladores (cohetes) anunciando el lugar en donde saldrían los gremios, era la convocatoria destinada a los vecinos para acompañar la procesión de estandartes y bandero-las que, al caer la tarde de esos días, irían a parar entre rogativas y cánticos fervosos, hasta el interior del recinto religioso.

Antes, muchos días antes del mes de octubre, fecha que coincidía con las festividades de la Independencia Nacional, arribaban a la población un conjunto de juegos mecánicos insta-lándose delante de la iglesia o a un costado del Palacio Municipal.

Nunca faltaron la silla voladora, la rueda de la fortuna, el carrusel y los esperados puestos de tómbolas y fritangas que, con sus aromas y pregones, aún retumban en mis recuerdos de niño pobre, libre y felíz.

Pero, año tras año, y horas antes de que los gremios salieran de las casas de sus patrones, un pedazo de orquesta compuesto por: un par de timbales, un saxofón, una trompeta y una flauta, interpretaban jaranas, piezas musicales de la región peninsular, en tanto que los anfi-triones agasajaban a los contertulios con agua de horchata y, a escondidas, a los músicos se les servía ron con refresco de cola.

Mientras, en el patio de las casas y debajo de los árboles que servían de cobijo a los músi-cos, los mudos Bartolo Castellanos y Lupito se intercambiaban miradas de encono, a causa de una añeja y terrible disputa por cargar los instrumentos de percusión. A veces, por las señas que dibujaban al alzarse las manos, supimos de su intención de liarse a golpes.

En tanto los mudos se miraban con rabia, sin apartarse de su objetivo, la picardía popular había formado dos bandos para apoyar a uno u otro, en aliento para ver quien de ellos llegaba primero, y ganar la oportunidad de cargar los pesados aperos musicales de percusión a fin de conducirlos con rumbo al edificio parroquial. Era una disputa cruel y desigual, pues algunas veces se liaron a golpes saliendo victorioso Bartolo, más fortachón que la endeble figura de Lupito que, en ese entonces estaba al cuidado de la filantrópica familia Caamal Osorio y de monseñor don Gonzalo Balmes, un cura bondadoso, ejemplo de caridad y consuelo; y, respec-to a los cuidados que recibía Lupito, se recuerda la paciencia y el esmero que le prodigaba en la escuela primaria “Mateo Reyes” el profesor Rodrigo Rodríguez Flores, maestro normalista que tuvo a su cargo la enseñanza del mudo.

En fin, cuando las notas de la Marcha Zacatecas señalaban el inicio de la procesión y la disputa había sido resuelta a favor de Bartolo, a Lupito se le consolaba con un trago de ron que lo restablecía de sus penas y de su derrota. Fue en esos años cuando el mudo de cuerpo frágil, protegido por el sacerdote, don Gonzalo Balmes, comenzó a embriagarse y a olvidar sus fracasos ante Bartolo, que no tomaba, pues corría el riesgo de recibir una paliza si llegaba a su casa con aliento alcohólico.

Una tarde de aquellos días de octubre, en que se pudo juntar a Bartolo y a Lupito en el patio de la casa de un gremiero, responsable de la cofradía de los canasteros, “Calix”, Carlos Castilla, el más popular de los mecánicos y hojalateros del pueblo, habló con singular elocuen-cia a los mudos con el propósito de resolver esa permanente e inútil rivalidad. Fueron tan

: Jorge M. Cocom Pech

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22 | GACETA DEL PENSAMIENTO Julio / Agosto 2012

vehementes sus palabras de convencimiento, que su perorata intempestivamente fue silenciada por el estallido de cohetes y petardos que, por un descuido de los organizadores, provocó una explosión hi-riendo a las personas que se encargarían de llevar las decenas de palos voladores, durante la procesión. La estampida que desató la detonación, momentáneamente dejó a los heridos desperdigados por el suelo. Era un ambiente de pánico. Unos querían levantarse, pero atolondrados por el olor de la pólvora y los tronidos, volvían a caer a tierra. Abandonados a su suerte por la pavorosa huida de los demás, algunas víctimas pedían auxilio sin recibirlo.

Al cabo de un rato, y cuando el humo del estruendo se había dispersado y el ambiente volvió a tornarse en calma, las víctimas fueron levantadas y conducidas al único hospital de la población.

Horas más tarde, la dirección del nosocomio informó que algunos de los heridos aún no re-cobraban la conciencia; otros en cambio, la habían recobrado, pero un par de ellos había perdido el habla y no oían bien. Pese a la catástrofe, la manifestación religiosa no se suspendió. Con más fe y devoción, ésta acudió a la iglesia y era de verse a los feligreses cantar, llorar y rezar con más vehemencia, a fin de que las víctimas salieran libradas de aquel suceso que se mascó como chicle pegajoso por muchos días y años.

Por la noche de ese mismo día, cuando Bartolo y Lupito, -al fin liberados de sus rencores dialogaban gesticulando en el centro de la Plaza del pueblo-, la maledicencia popular atribuyó que la reconciliación de los mudos había provocado la tragedia ocurrida esa tarde.

Y como había una permanente comunicación de lo que acontecía con los convalecientes en el hospital, y lo que estaba ocurriendo en la iglesia durante la celebración del rosario nocturno, el rumor de que los heridos ya empezaban a recobrar sus facultades que les fueron arrebatadas en la tarde del estallido, la noticia llegó a los oídos de la feligresía que la celebró imprimiendo más fuerza al cántico que, año tras año, se le dedicaba al patrón de los gremios:

“Que viva mi Cristo, que viva mi rey, que impere doquiera,triunfante su ley.¡Viva Cristo Rey!A media noche, cuando el director de la clínica pudo platicar con los

heridos, uno de ellos al recobrar completamente sus facultades, y respon-diendo a las preguntas del galeno, dijo:

-Oí una explosión. Se obscureció todo. Y cuando sentí que me ahogaba el humo de la pólvora, y me aturdían los truenos, se me aparecieron, entre los juegos de artificio, unos girasoles en la noche.

: g aceta

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Edificio de la División de Ciencias de la Salud, Chetumal, Quintana Roo

Fructificar la razón; trascender nuestra cultura

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24 | GACETA DEL PENSAMIENTO Septiembre/Octubre 2012

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lo largo de sus primeros tres años de ruta, la Ga-ceta del Pensamiento se ha dado a la tarea de presentar al lector obras plásticas de gran calidad tanto de artistas de renombre mundial como de creadores estatales, mas brindándose a éstos un

mayor espacio en cada entrega. Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra; nos es más necesaria, como es-cribiera el prócer cubano José Martí en la legendaria Revista ilustrada, en Nueva York, a principios de 1891.

La tarea de difundir nuestra pintura ha sido fértil en todo sentido, pues al tiempo que en vitrina, nos hemos convertido en referentes de esta disciplina en Quintana Roo e, incluso, por bondades como la del pintor beliceño Manuel Villamor, con su muestra del trabajo plástico de niños mayas de Chacchoben en estas páginas, en impulsores del talento. Vaya también nuestra gratitud a los niños de Cancún que, con sus dibujos, se unieron a la lucha por conservar el Ombligo Verde de la ciudad.

En más de un sentido, esta Gaceta se ha amalgamado con la comunidad estatal y en el caso de la plástica, la suerte nos

ha sido también venturosa. Vaya como anécdota que, pese a no ser ese el destino de una publicación, varios vecinos han montado imágenes pictóricas en bastidores para de-corar sus espacios. No sobra decir que seguiremos por esta

vía, una senda compartida ya con pintores como Marisol D’Estrabeau, Francisco Hoil, León Alba, Otoniel Sala y Rolando Arjona, entre otros.

En las páginas siguientes se encuentra una Selecta galería de las imágenes que han despertado mayor interés entre los lectores, las más de ellas, portadas, y en especial la de los rusos Vladimir Kush e Leonid Afremov. Sirva también esta nota para destacar el afán de Eduardo Espinosa Abuxapqui, también él artista, por difundir el mural Forma, color e historia de Quin-tana Roo, de Elio Carmichael, que se encuentra en el vestíbulo del edificio del congreso estatal.

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Leonid Afremov / Noche solitaria Linda Jiménez / Atrapada en la ciudad

Vladimir Kush / Haven

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Fernando Castro Pacheco / El hombre esta hecho de maíz, del mural del Palacio de Gobierno de Yucatán

Otoniel Sala / La ofrenda maya León Alba / Sín título

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22 | GACETA DEL PENSAMIENTO SePT-OCT 2011

a vida del pintor Francisco Hoil (Tekax, Yucatán, 1946) ha estado siempre ligada a sus dos grandes pasiones: el arte y la educación. Maestro normalista de la Escuela Normal Rural Gregorio Torres Quintero de su ciudad natal, obtu-vo en 1977 la licenciatura en Artes Plásticas en la Escuela

Normal Superior de México. Su obra plástica ha sido expuesta de manera individual y colectiva en importantes galerías de todo el país.

En Quintana Roo, donde reside y donde se ha convertido en referente obligado de la pintura estatal, ha realizado diversos murales entre los que destacan el del Instituto Tecnológico de Chetumal, la Secretaría de Educación y Cultura, el Sistema para el Desarrollo Integral de la Familia y el de la Terminal de Camiones de Chetumal.

Sus trabajos de gran formato se encuentran también en el Hotel Mar-lon, la Casa de la Cultura de Calderitas, el Gimnasio Nohoch Sukun y la Escuela de Educación Especial de Tekax.

En la actualidad es Profesor de Artes Plásticas en la Universidad de Quintana Roo. Dentro de su trabajo artístico, ha presentado diferentes propuestas plásticas como los abanicos mayas, el uso del papel y latas recicladas, pintura sobre piedra, pirograbados sobre madera, collage y ar-tesanías en general.

Entre su actividad docente especializada destaca su labor como en la educación de la Antropología y técnicas Grupales en el Centro de Me-joramiento Profesional del Magisterio, así como coordinador Estatal del Plan de Actividades Culturales en Apoyo a la Educación Primaria, coor-dinador del Consejo Técnico Pedagógico de la Secretaría de Educación y consejero cultural del Instituto de la Cultura Quintanarroense, ahora Se-cretaría de Cultura. Ha impartido cursos de Psicología del Dibujo Infantil a Educadoras y Maestros. Encauso en Quintana Roo los Talleres sobre la Apreciación y Expresión Artística. Por invitación del DIF Estatal imparte diferentes cursos a niños y adolescentes con problemas de aprendizaje.

León Alba / Sín título

Henri Rousseau / The dream

Antonio Hoil / Cabaret Edward Simmons / Melpomene, Biblioteca del Congreso de EU.

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Dulce María

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escendiente de una de las nume-rosas familias del patriciado cu-bano que lanzaron sus bienes a la pira independentista, era hija

del general Enrique Loynaz, comba-tiente del ejército libertador, amigo de

José Martí y creador del Himno invasor, cuya música –más que su letra- milita desde siempre en el simbo-lismo patriótico cubano.

Cubana fue de tan aferrada raíz que dejó mar-char solo, camino a un largo exilio, al hombre a quien debía su realización literaria y los años más fecun-dos de su vida intelectual, su esposo Pablo Álvarez de Cañas, periodista de renombre que emigró de Cuba en 1959 –como tantos otros– a raíz del triunfo revolucionario.

Junto a sus hermanos Flor, Enrique y Carlos Ma-nuel, seres alucinados, de una genialidad con ribetes surrealistas, constituye una de las leyendas más jugo-sas de la iconografía cultural isleña. Niños enclaus-trados en una casa, amorosamente cuidados, educa-dos y defendidos del mundo exterior, heredaron de esta infancia un singular apego al desasimiento, una costumbre pertinaz de separarse de todo, de latir con

un ritmo vital interno capaz de resistir el asedio de la realidad circundante.

A las características de su formación debió los rasgos más sobresalientes de su quehacer poético y su peculiar sensibilidad literaria. Es, tal vez, el único caso en la lírica cubana del que con justeza se pue-da hablar de una absoluta independencia creativa. Los críticos, quienes no suelen coincidir casi nunca, al referirse a su obra comienzan siempre por señalar su carácter de ejemplo único, de islote perdido, de nota solitaria en el conjunto de la poesía cubana; aún cuando por requerimientos de ordenación y méto-do se acostumbre a situarla en esa franja un tanto neblinosa de nuestro devenir lírico conocida como “intimismo”, modalidad de aquello que los estudios historiográficos nombraron hace varios lustros como posmodernismo en las letras hispanoamericanas.

No se trata de que su poesía esté libre del peso de la herencia cultural y literaria, pretensión insos-tenible pues basta leer sus versos para constatar tras ellos la presencia latente de siglos de buena poesía, bien asimilada, de los místicos españoles a José Mar-tí, sin olvidar el simbolismo francés –ese embrión de lírica contemporánea – y, desde luego, a Juan Ramón

Norma Quintana

Dulce MaríaLoynaz

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El Caribe Secreto

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Jiménez y Antonio Machado. Sucede, sin embargo, que su mundo poético se mueve dentro de un anillo tan ceñido y de tal manera se nutre de sus propios jugos que, al decir del ensayista y crítico cubano En-rique Sainz, sus libros “representan, quizás como los de ningún otro poeta cubano, los intentos por lograr una poesía del “yo” absoluto, de conocida estirpe li-teraria desde el Romanticismo”.

Ningún otro como su nombre para represen-

tar la vena profunda de la insularidad caribeña, el nombre de Dulce María Loynaz, leve como la figura pensativa que recuerdo siempre sentada en actitud de recogimiento y timidez; alguien en quien pienso siempre que deseo entregar, como un regalo, una parte entrañable de la isla sembrada en mi nostalgia. Y quizá también porque una isla es una mujer rodeada de ausencias por los cuatro puntos cardinales.

El amor indecisoUn amor indeciso se ha acercado a mi puerta...Y no pasa; y se queda frente a la puerta abierta.

Yo le digo al amor: -¿Que te trae a mi casa?Y el amor no responde, no saluda, no pasa...

Es un amor pequeño que perdió su camino:Venía ya la noche... Y con la noche vino.

¡Qué amor tan pequeñito para andar con la sombra!...¿Qué palabra no dice, qué nombre no me nombra?...

¿Qué deja ir o espera? ¿Qué paisaje apretadose le quedó en el fondo de los ojos cerrado?

Este amor nada dice... Este amor nada sabe:Es del color del viento, de la huella que un ave

deja en el viento... -Amor semi-despierto, tieneslos ojos neblinosos aun de Lázaro... Vienes

de una sombra a otra sombra con los pasos trocadosde los ebrios, los locos... ¡Y los resucitados!

Extraño amor sin rumbo que me gana y me pierde,que huele las naranjas y que las rosas muerde...,

Que todo lo confunde, lo deja... ¡Y no lo deja!Que esconde estrellas nuevas en la ceniza vieja...

Y no sabe morir ni vivir: Y no sabeque el mañana es tan sólo el hoy muerto... El cadáver

futuro de este hoy claro, de esta hora cierta...Un amor indeciso se ha dormido a mi puerta...

Al Almendares Este río de nombre musicalllega a mi corazón por un caminode arterias tibias y temblor de diástoles...

Él no tiene horizontes de AmazonasNi misterio de Nilos, pero acasoninguno le mejore el cielo limpioni la figura de su pie y su talle.Suelto en la tierra azul... Con las estrellaspastando en los potreros de la Noche...¡Qué verde luz de los cocuyos hiendey qué ondular de los cañaverales!

O bajo el sol pulposo de las siestas,amodorrado entre los juncos gráciles,se lame los jacintos de la orillay se cuaja en almíbares de oro...¡Un vuelo de sinsontes encendidosle traza el dulce nombre de Almendares!

Su color, entre pálido y moreno:-Color de las mujeres tropicales...-Su rumbo entre ligero y entre lánguido...Rumbo de libre pájaro en el aire.

Le bebe al campo el sol de madrugada,le ciñe a la ciudad brazo de amante.

¡Cómo se yergue en la espiral de vientosdel cubano ciclón...! ¡Cómo se doblabajo la curva de los Puentes Grandes...!

Yo no diré qué mano me lo arranca,ni de qué piedra de mi pecho nace:Yo no diré que sea el más hermoso...¡Pero es mi río, mi país, mi sangre!

Dulce María Loynaz

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San Miguel ArcángelPor la tarde,a contraluzte parecesa San Miguel Arcángel.

Tu color oxidado,tu cabeza de ángel-guerrero, tu silencioy tu fuerza...

Cuando ardela tarde,desciendes sobre míserenamente;desciendes sobre mí,hermoso y grandecomo un Arcángel.

Arcángel San Miguel,con tu lanza relampagueanteclava a tus pies de bronceel demonio escondidoque me chupa la sangre...

El miedoNo fue nunca.

Lo pensaste quizásporque la luna roja bañó el cielo de sangreo por la mariposaclavada en el muestrario de cristal.Pero no fue: Los astros se engañaron...Y se engañó el oídopegado noche y día al muro del silencio,y el ojo que horadaba la distancia...¡El miedo se engañó!... Fue el miedo. El miedoy la vigilia del amor sin lámpara...No sucedió jamás:Jamás. Lo pareció por lo sesgado,por lo fino y lo húmedo y lo obscuro...Lo pareció tal vez de tal maneraque un instante la boca se nos llenó de tierracomo a los muertos...¡Pero no fue!... ¡Ese día no existióen ningún almanaque del mundo!...

De veras, no existió... La Vida es buena.

DivagaciónSi yo no hubiera sido..., ¿qué seríaen mi lugar? ¿Más lirios o más rosas?.O chorros de agua o gris de serraníao pedazos de niebla o mudas rocas.De alguna de esas cosas-la más fría...-me viene el corazón que las añora.Si yo no hubiera sido, el alma míarepartida pondría en cada cosauna chispa de amor...

Nubes habría-las que por mí estuvieran-más que otrasnubes, lentas... (¡La nube que podríahaber sido!...)

¿En el sitio, en la horade que árbol estoy, de qué armoníamás asequible y útil? Esta sombratan lejana parece que no es mía...Me siento extraña en mi ropaje; y rotaen las aguas, en la monotoníadel viento sobre el mar, en la paz hondadel campo, en el sopor del mediodía!...

¡Quién me volviera a la raíz remotasin luz, sin fin, sin termino y sin vía!...

Si me quieres, quiéreme enteraSi me quieres, quiéreme entera,no por zonas de luz y sombra…Si me quieres, quiéreme negray blanca. Y gris, y verde y rubia,y morena…Quiéreme día,quiéreme noche…¡Y madrugada en la ventana abierta!…Si me quieres, no me recortes:¡Quiéreme toda… O no me quieras!”

Dulce María Loynaz

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: Javier EspañaSentidos

VIII¿Cómo sentir la realidad? Del sueñoy su planicie cohabitamos lunas,la sencillez de apacentar el díacon la certeza de nombrarnos vivos.

Heredad sin orillas

Agua madre de todas las mareas,¿dónde el sol se levanta sin pasadoy asume el duelo frágil que en gaviotassu vuelo lo distingue a la deriva?

Padre fuego, dialecto del principiomás cercano a la duda que germina,¿quiénes dictan memorias con el viajeque convierte en monedas toda suerte?

Hijos del rayo y de la noche, todosen la carne del miedo conjuradocontemplan su palabra en laberinto,donde el éxtasis talla presunciones.

¿Qué heredad es el tiempo bajo el agua,ante el fuego proscrito en el ahora?,¿conciliación, milagro, antigua espera,derrumbe, solo mar, Narciso ciego?

IIUn hálito de qué murmuran cruces,plenilunio de vísceras, vitralesque amanecen nocturnos en su parto.

Álgido el goce que presagia orillas,pero oculta en vaivenes su sentencia,trazo en el polvo que dibuja el miedo.

Eterno y póstumo ritual se extiendedistante en el aquí, cercano al nuncadonde el azoro agolpa su alarido.

He visto en el reposo de la maruna ventisca que lo mueve y llama,y qué de lunas, voces desde el tedioen medio de la nada abrumadora.

IIHe oído en el paisaje otro paisaje,la humareda, no aquí sino en la formadel rumor de orillas sin riberas,y gárgolas de sol que en aves se desfloran.

IIIHe lamido del vientre un mediodíaen la noche más noche de mi duda,lontananza entre el arte de los mármoles,presencia de la flor sobre la arcilla.

IVHe acariciado en el color su fuente,diamante de la sombra panterinaque es la noche, la lluvia, sola arena,territorio cercado por mil labios.

VHe olfateado el cenit de lo gozososobre el camino de la sierpe eterna,luna de luz, marina del silencioque engendra el néctar de su muerte.

VILa vida es sólo vida, certidumbrede los goces secretos de los pactos,larvaria sumisión a lo vacío,nacer, morir acaso sin la carne.

VIINo ser el héroe en polvo cotidianohace cantar el musgo de mujer,iniciación al miedo que nos cercaen el instante aliado a los otoños.

: g aceta

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: próximo libro

III¿Y el prodigio, la voz que se prolongamás allá del espanto sin orillas?

¿Qué virtud de cristal dibuja rostros?¿Y las manos?, ¿qué incendio purifican?

¿Se teje el simulacro en el rumorque esparce los oficios malnacidos?

¿Vivir, morir? ¿Es límite el nosotros?

IVAlguien dice silencio.Tras la puerta un patíbulo:la realidad se flagela.

Abre la vigilia

Otra vez en el sueño de la muertees el azar designio de los egos.Se abre la angustia, la venganza pura.

Otra vez en la lluvia de los rostroses la sentencia que no calla nombres:saberse frágil, miedo que reclama.

Se oculta tras su espalda la memoriay descubre la misma incertidumbre.¿Quién romperá los pactos promisorios?

Otra vez es la muerte en este sueño.

Nombradía

Cantar es en verdad otro aliento,un soplo en torno de nada.

Un vuelo en Dios. Un viento. Rainer María Rilke

Como una estirpe en canto del rapsodahalla el oído su discorde vuelo.No miente ni perdura la existenciasi no es Orfeo sangre deste mundo.

Acaso su palabra es nombradíaque convoca a la muerte en su certezay erige templos para el sacrificio:alabanza que nace contra el polvo.

Qué silbo forja el mensajero levemás allá del silencio, más allá,donde los dioses aposentan frutosen el soñar del hombre, su espejismo.

Las estaciones vuelven, una a una, para ceñir la arcilla en cada frente.¿Quién es el dueño de la luz, la historia,si la tierra confronta vano anhelo?

Revelación en verso se pronuncia,como latir de río en agonía.Orfeo canta su heredad perpetua,y la sílaba ser desnuda un viento.

: Javier España

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: Francisco López SachaHumo y nada más

Aquí va Donatien, embozado en su casulla de fraile, en la proa del catamarán que se desplaza por el río. Donatien, la mirada fija en las aguas, sujeto a una de

las bardas de madera. Tiene el rostro encarna-do, de un delicado color cereza, y la casulla le oculta los bucles de su peinado Luis XV, el rey infame que lo persigue, que le ha negado su lettre de cachet, a él, noble antiquísimo de la Provenza, acusado de golpear y torturar con un látigo a una prostituta. Donatien, perse-guido por una denuncia, a pesar de su rico blasón, una estrella con ocho rayos de oro en campo de gules, y encima un águila, con las alas extendidas, que vuela hacia la cumbre de lo imposible.

Golpear, golpear. Pero qué otra cosa pode-mos hacer cuando sube el deseo como la marea brutal que ahora remueve al catamarán, que viene de abajo, de lo muy hondo, y se estrella contra la sucia superficie de madera, levantan-do el oleaje. Donatien, su grácil cuerpo escon-dido bajo la torpe tela de lienzo oscuro, con los puntos de una barba rubia pugnando en su mentón, su grácil cuerpo arrebatado por el bamboleo y rodeado de aldeanos con sus ropas de sarga y sus chalecos sucios y sus sombreros de badana que lo miran desde lejos, que abren sus ojos cada vez que la embarcación tropieza con las olas del río y se fijan en su casulla y en su cíngulo y en sus ojos azules, en su pálida faz.

Qué puede hacer ante ese cuerpo tendido en las baldosas del cuarto de una oscura pen-sión que huele a humedad, a cebollas, a orín de ratas, ese cuerpo hermoso y todavía firme, cálido, más bien caliente, que está caliente no por el deseo sino por los ducados prometidos por aquel señor que le ruega se tienda de es-

paldas, bocabajo, y abra las piernas, y deje al descubierto cada vez más el anillo cobrizo, la más íntima y deseada de todas las posesiones, el círculo perfecto y bien cerrado por sus pe-queñas estrías rosáceas, recubiertas de una pe-lusilla oscura que sube desde el sexo abultado y que Donatien tienta con los dedos, y siente el escozor del frío y el calor de allá adentro, y el liquidillo pegajoso y caliente que apenas entre-vé porque la luz de la vela de sebo sólo puede lanzar su cono de lumbre sobre una parte mi-núscula de la escena.

Donatien se bambolea frenético y golpea la espalda con el látigo y sobre el moretón deja caer unas gotas ardientes de cera derretida. La mujer hurta el cuerpo, grita, aprieta las pier-nas, aprieta los muslos y Donatien vuelve a golpear, ahora con más fuerza, hasta que ve salir del verdugón unas gotas de sangre. La ver-ga se le inflama dentro del calzón de seda y la siente latir y bullir como esa extraña implosión que viene del río, de la marejada brusca que inclina al catamarán, y los ojos pardos, negros y azules de los aldeanos que le acompañan se abren aún más porque el requiebro de las sogas se deja sentir de una orilla a otra, y tra-quetean los bultos en la proa y el río se hunde no como los pacíficos ríos de Italia, no como el fiume que pasa bajo el puente del Arno, en Florencia, el río dócil que es como esa sangre acuosa que embarra la espalda desnuda de la prostituta, que se contrae de dolor y placer en el piso, sí, de placer, mientras él se desanuda el calzón, desesperado, y muestra la verga hen-chida y se arrodilla y se masturba jadeando. Donatien, Donatien.

El ardor ha pasado aunque queda un extra-ño escozor. La luz de sebo sigue alumbrando, con la llama más baja, y las pupilas de Dona-

: g aceta

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: cuento

tien se han dilatado, como se han dilatado las marcas del látigo en la carne desnuda. Dona-tien acaricia las nalgas de la prostituta, que son redondas, suaves, firmes, con esa curvatura galante que se abre poco a poco e invita gol-pear. Nalgas que nacen de ese suave declive de la espalda y ahora vuelven a abrirse, a abrirse aún más para mostrar el sendero socrático, al que Donatien, lascivamente, llama culo. Desde luego, el placer de nombrarlo y tenerlo, dócil, pero también resistente, una manzana cari-ciosa y profunda, que deja un laxo calor hacia adentro cuando la punta pulida de su glande lo choca, y Donatien siente su cálida resistencia, el forcejeo de las nalgas abiertas, el mira a ver quien viene y la dureza de una extraña puerta que terminará por dilatarse y abrirse. Porque la punta enrojecida choca, una, dos, tres veces contra esa mórbida y ansiada entrada hasta que cede, y entra de una vez, y detrás entra el resto a recibir el calor seminal, y Donatien se agacha y muerde el cuello de la prostituta que ahora está más caliente, más relajada, sea por los ducados prometidos, por la cera derretida y seca ya sobre los verdugones de su espalda, por el calor que se desprende del cuerpo de Dona-tien, por el tronco gozoso que entra y sale di-latándola cada vez más. Y él muerde, muerde, y aprieta con sus manos el vientre de la pros-tituta y suda sobre ella y deja caer un hilillo de baba por su cuello y se mueve y remece y grita cuando el choque de la ola, más fuerte y tremebundo que los anteriores, desprende una de las sogas del catamarán y los pinos y alerces de la ribera se ven confusos y como bocabajo, y los aldeanos gritan y se amontonan entre ellos porque la balsa se va a la deriva por el lecho sucio del río, por encima y quizás por debajo de esas aguas lechosas, revueltas y frías que cho-

can contra las bardas de madera e inclinan el catamarán y lo obligan a ladearse de costado, hacia una honda hondonada y un cuenco pro-fundo de olas altas que lo golpean. Una vez, otra, otra más.

Es el placer infinito; golpear, provocar do-lor. El chorro de esperma salta hacia afuera en una brusca sacudida y Donatien, sudoro-so, desnudo, con el rostro encarnado, golpea en la cara a la prostituta y le grita puta, perra, compláceme, dale a tu señor todo el calor de tu culo y dale tu sangre y goza con mi fuerza y mi dominio sobre ti, y déjame caer sobre tu espalda, y déjame herirte esas nalgas macizas y sentir el rechinar de mis dientes sobre tu carne y el ardor de la cera sobre tu piel, y déjame golpearte otra vez con el látigo y con el man-go de hierro de esta manopla hasta sentir que eres mía, que Francia es mía, que el castillo de La Coste es mío y soy dueño y señor de los viñedos, las carretas, el heno del invierno, las vacadas, y los senderos ásperos de piedra que mi familia construyó cuando el adorado Fran-cisco I dio asilo allí a Leonardo da Vinci, y más aún, cuando el divino Francisco Petrarca puso sus ojos en mi lejana prima Laura. Déjame sentir en tu carne el empaste de la pintura del maestro, los colores como de terracota que ya se ven diluidos en el Cenáculo y la mirada turbia de vuestro señor Jesucristo, en quien no creo, como no creo en la misa, ni en la resurrección, ni en el espíritu, ni en los de-signios de la Providencia. Creo en el murmullo del poder, en tu cuerpo desnudo y sangrante bajo el mío, creo en tu dolor de fiera aman-sada, en el placer que intentas sofocar con tus gritos, en mi ayudante, que está afuera y deja caer un luis de oro en las manos del posadero

: Francisco López Sacha

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para que haga silencio, porque eres puta, ¿no lo sabes?, una puta, un animal yacente, un

ser inferior, un cuerpo para el cuerpo que ahora vibra en mis manos, que ahora gime y llora, y ya no

le importan los ducados, y pide piedad, piedad, a mí, a Donatien, a Donatien Al-phonse Francois, Marqués de Sade, como pide misericordia

esa masa de aldeanos que me rodea con sus ojos abiertos por el miedo, mientras el catama-rán se hunde en la turbulencia del río, sube y baja entre las olas frías, atraídos por la casulla de fraile con la que me he dis-frazado para huir.

El fraile Donatien, el padre Donatien, el fingido representante de Dios sobre la tierra, en esta hora de peligro. Pobres aldeanos, pobres seres sumisos que ahora compren-den que no tienen alma sino un

cuerpo que temen perder, un cuer-po que los esclaviza y les infunde mie-

do, miedo al dolor, miedo al pálpito de la muerte, miedo a la muerte por asfixia, mie-

do cerval a desaparecer, a dejar huérfanos, padres, madres, cosechas, chozas de piedra y

argamasa. Donatien se alza la casulla con sus manos

temblorosas y ateridas de frío y una ola lo em-papa y le arrebola el rostro. Otra ola estalla y lo empuja. Los aldeanos le imploran, padre, lí-branos de todo mal, invoca al Señor con una

súplica, haz que el catamarán se arrime a las orillas, haz que se calme el río, haz que pierda mis cestas de cereza, mis manzanas, mi leche cuajada que llevo al mercado, mis botellas de sidra, mi vino rancio de uvas, mis zapatos de percal, mis ropas de sarga, mis pocas monedas, pero no la vida, no la vida de este cuerpo mor-tal que a ti te pertenece.

Y Donatien baja la cabeza, empuja el cuer-po lloroso de la prostituta y deja caer en sus manos un luis y tres ducados y se seca el su-dor y le impone silencio, le impone silencio a la cara aterrada de la mujer que teme por su vida, por su cuerpo, que sin embargo vende, y se levanta del piso que ahora huele a sangre y escucha el espasmódico correr de las ratas por el fondo oscurecido del cuarto, adonde no lle-ga la luz, y mira las caras que le rodean, mira las arrugas de aquella anciana, los tendones visibles en los brazos de aquel labriego, los rostros contraídos por el miedo, los cuerpos que le rodean implorantes ahora que también se ha convertido en señor de esas almas, está investido con el poder de un Dios en quien no cree, y siente una especie de extraña piedad después del miedo, después de la fiebre, del placer, del dolor, una piedad infinita, y ben-dice a esos pobres que temen con una teatra-lidad no exenta de amargura, así, haciendo en el aire la señal de la cruz, él, Donatien, que también siente pavor, y tiembla, y siente como el alma se despega del cuerpo y vuelve a él, y comprende la quietud de ese minuto, de esos segundos en el medio del río, cuando el catamarán deja de bambolearse y se dirige, atraído por la corriente, a la orilla derecha, al refugio de un pequeño arenal, a los pinos y alerces que se ponen derechos, en fila, con su verde mohoso y patinado por la niebla.

: g aceta

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: Zita FinolCantos de agua

Que no callen tu voz

No dejes que callen tu voz,que rota muera en tu gargantaclamando libertad,dale a esa libertad un mundodonde el pensamiento, ave sonora,en el cielo trace del Hombre su perfil,y si el verdugo tu palabra calla,dile que tiene mil ecos¡y ellos le darán batalla!

Yo sé

La corriente de la vida aturde,pero tengo un lago sereno y escondidoen la mitad de mi alma sumergido.

Cuando mojadas de llanto llegan las penasa sus orillas, son como blancas arenasque con la luz de los ocasos brillan

Cansadas gaviotas los sueños reposanen los esteros, y del agua emergen luminososlos tibios anhelos que quieren volar.

Todo calla alrededor, las tormentasson ecos lejanos del exterior, vivenciasque el alma evoca ya sin dolor.

Yo tengo un lago sereno y escondidoen la mitad de mi alma sumergido.

Ingravidez

Vive ligeroComo el viento suaveque en su volar terrenoolvida glorias y rechaza bienes,no forjes cadenasque frenen de tu almael libre vuelo.

Toma el grano de trigo,Bebe el agua fresca,aquello que a tu cuerpole de abrigo,bendícelo, y luegodéjalo pasar,que al elevarse tus alasal misterio,el solo avío de lo que amastelleven.

Alegría

Yo tengo un duendede nombre alegría,una noche sabiame lo dio la vida.

Sin el tintineode la campanillaque corona el gorrode su fantasía, yo no se qué haría.

A los fantasmasDe oculta tristeza¿cómo vencería?

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: poesía

No me mires

No me mires a la cara, Juan Pablo,tengo vergüenza de tus ojos niños.

Marchan vengadoras sobre mi concienciasombras interminables de muerte ajena.

¡Yo he consentido la muerte!Cada vida que cegada yaceen ávidos campos de batalla,en ciudades rojas de clamor estéril,¡Es mi culpa! ¡Es mi culpa!¡Yo cerré los ojos! ¡Yo no quise ver!

Amé más mi propio goceque la vida de mi hermano,amé más la paz sumisaque la paz que el defendía¡Y la guardaba para mí!

Yo he consentido la muerte,la sigo consintiendo,con mi silencio la solapo,el alma sin pudor doblegopor el temor a ser dañado.

¡Yo he consentido la muerte!¡Yo la sigo consintiendo!Con mi debilidad la alimento,ciega, indiferente a su lado paso¡feliz de no ser la víctima inocente!

¿Escuchas?

¿Escuchas esos pasos que estremecen la tierra?¿Sonido de fanfarrias y clamores de muerte?

Es Odín invencible que pasa con sus huestes,es la destrucción ciega que va hacia tu casa.

Ángeles como tu han visto el cortejo pasar,dolidos se preguntan el por qué del silencio,por qué herida calla la vida y habla la muerte.

Como manto de luto que cubriera tu tiempo,un frío ardiente quema las flores de tu erapara que jamás amanezca otra primavera.

Vela, no pienses que distante esta el cortejoen que la defensa no madura todavía,pues ya satura el aire el olor de la carroña.

Escucha cercanos piafar sus negros caballosapocalípticos resonar cascos y escudos.

Contempla sus fauces sangrientas ¡conócela!,es tu enemiga, la enemiga de todas las razas,¡la guerra!, del Hombre la más trágica derrota.

: Zita Finol

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: Raciel Manríquez Casasombra

Tu sombraCuando te vayas,

deja tu sombradibujada

bajo el agua. Antonio Castañeda

Te marchas pero lo dejas todoTe quedas en cada cosa de sabor canelaTodo momento tiene sabor a canelaLa felicidad tiene esa mirada El día es un motivo para verte Es el pretexto para saber de tu día

En un cuarto se ha quedado la infanciaEn otro duermo más despierto contigoCon el fantasma de tu espalda Tras el fastidio que arropa cada madrugadaCon la libertad que mantiene mi presencia en otra parteEn esa pregunta que de repetirla tanto ya ni menciono

Ríes de nuevo y me acuerdo de tiCaminas por viejos pisos en tu juventud descalza La puerta que no cierra, cerrojos de óxido La luz que no alcanza a describirteY mi voz que ya no pueden tocarte

: g aceta

Nacido en la Ciudad de México, ha vivido en Chetumal por más de veinte años. Estudió Re-laciones Internacionales en la Universidad de Quintana Roo y la maestría en Periodismo Polí-tico en la Escuela de Periodismo Carlos Septién García. Tiene varios cursos y diplomados en filosofía y literatura; ha sido becario de Cona-culta y la Secretaría de Cultura en 2008; en 2010 ganó la Convocatoria para publicaciones Juan Domingo Argüelles, con el libro El rugir de la olarasca, que se encuentra en edición.

Sus trabajos han sido publicados en revistas y periódicos estatales y nacionales, entre ellos: Luna Zeta, de Oaxaca; en la sección cultural del periódico El Financiero; en la sección cultural del Por Esto! En la revista Norte-Sur del Estado de México; en la revista literaria Abisal, en Carta-pacio, plaqueta cultural universitaria que realiza en conjunto con el maestro Javier España; y Río Hondo, donde es parte del consejo editorial.

En la actualidad trabaja en la Universidad de Quintana Roo como reportero para la Ga-ceta y para la página de internet de la casa de estudios donde también realiza actividades y foros culturales enfocados al análisis del la mú-sica Reggae y el Rock.

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: próximo libro

Mi sombra

Miro tu patio por la ventana Baja barda y de fondo pura selvaCada árbol desdibuja una sombra Sombra que crece hasta el borde de tu casaEn ese silencio que nos encuentra tras el reclamo del pasadoLo que piensas los domingos cuando doblas la ropaTu miranada suspendida en los trastos de la pequeña cocina Lo que encuentras debajo de la cama cuando se va el dolor de tu garganta¿Qué levantas cuando barres los pisos luego de mi presencia?¿Acaso escribes sobre el polvo?El que paciente lamió la pena de mis zapatosQue una vez sacudido volvió a ese patio profundo todo de hierbaTodo enmarañado de follaje, como duda, boca de selva: De sonido verde, oquedad fría Verde de tiempo, de tierra y musgoLa que también me mira sin memoriaY me tragaría para volverme raízPara mezclarme con el excremento de aves y gusanosYacer en la combustión de lo inconcluso Atravesar el pensamientoPor la vida

¿Ser hombre significa ser padre?La parte noble de tu costilla de mujerDe tu parte blanda, la única que puedo tocar cuando mi voz atraviesa la baja barda…

Me retiro de tu casa: un café antes (dices)Café claro que no quita el sueñoY me permite dormir contigoEntresueño para no odiarnosEl sabor de lo que miro en la parte trasera de tu casaTe tengo y no, eres tuyaTe pienso y eres tuyaMe voy y eres de nadieAhora me quedó en la mesa, te pregunto:¿Qué levantas del piso luego de mi presencia?

Polvo del pasado

El polvo está en todo lo que tocoMucho tiempo lo has visto en mi caraVive en letras de la palabra que te hirióVuela y se planta en tus ojos cuando dudasLo sacudes y avientas luego del trabajoOtras veces sientes que se desprende de tu cuerpo

De mi voz, el polvo menciona palabras ya vacías:Amor, esperanza, vientoPolvo de los días cuando entra diciembreUna puerta de polvo a mi espaldaTe nace hablar de lluvia y toses el polvo de cenizas De la muerte que es principio del polvo(Camino y me caigo de las cosasSubo y permanezco y me sacudesLardo de mi cuerpo seco, por dentro)Tu mirada fría atrapada en un vasoLa condena del retoño que vive y creceVerdad que al final es quimeraLo que vuela e invisible lacera tu miradaCuando estás incómoda y quieres que me larguePorque mi recuerdo tiene polvo del pasado

: Raciel Manríquez

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: a becedario

: Alberto InfanteNubes

La mujer abre los ojos, mira, y ve vaho, nie-bla, en realidad no ve nada, si acaso una fina línea de nieve y escarcha.

La mujer cierra los ojos y siente frío, va abrigada pero siente frío, no el frío de afuera, que no traspasa los cristales ni el vaho que los cubre, sino el de adentro, ese que va con ella, que desde hace se-manas viaja con ella, y no hay forma de sacárselo por más que una se abrigue, o beba chocolate caliente, o pase la mayor parte del tiempo junto a la estufa.

La mujer abre los ojos, limpia con la mano el vaho del cristal, hace por ver, no reconoce lo que

ve. Ha hecho ese viaje muchas veces, conoce cada recta y cada curva, cada vía de servicio, cada des-viación, cada collado y cada loma, cada bosque y cada pueblo, y sin embargo no reconoce lo que ve. Allá arriba, inaccesible, en algún lugar, está el páli-do sol de la mañana pero tampoco lo ve. La niebla transforma la luz del sol en un fluido lechoso y calmo, capaz de envolverlo todo con un manto de suavidad y silencio.

La mujer mira en torno, observa a los otros via-jeros y los ve tranquilos, cada uno a lo suyo. Lo de dentro del vagón le resulta conocido, familiar po-

: g aceta

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: humor: cuento inédito

dría decirse, pero no así lo de afuera. Lo de afuera no lo reconoce. Debería conocerlo. Sin embargo, cuanto más lo mira, más ajeno y extraño le parece.

La mujer cierra los ojos, piensa en sus hijos ado-lescentes, en el padre que tuvo, en su madre recién fallecida. Piensa en su trabajo basura, en que puede perderlo, en sus dolores de espalda, en su marido alcohólico, en el próximo plazo de la hipoteca, en los recibos sin pagar. Y, sobre todo, en la consulta del médico, en lo que este le dirá.

La mujer tiene la sensación de estar viajando en un autobús equivocado, en dirección equivocada, hacia un destino que no es el suyo. No sabe por qué pero esa es la sensación que tiene.

En ese momento el autobús frena bruscamen-te, rueda despacio un corto trecho, vuelve a acele-rar al cabo. La mujer no quiere abrir los ojos. Deci-de mantenerlos cerrados el resto del viaje. “Lo que haya de ser será” se dice.

El autobús circula ahora a gran velocidad. La mujer sabe que esto no es normal, el autobús nunca ha circulado tan aprisa por esta zona. La mujer sabe que este no es un autobús rápido, que la carretera está bien señalizada, que hay un límite de velocidad y que el conductor ha de respetarlo porque de otro forma se arriesga a que lo multen o, peor aún, a que le retiren del servicio. “Y no están los tiempos como para perder el empleo así como así” se dice.

El autobús sigue acelerando. La mujer trata de pensar en el médico, en la consulta del médico, an-ticipa y teme lo que éste le dirá. Por la megafonía interior, una voz dice algo sobre la proximidad de una parada que no es la suya, sobre los minutos que faltan para llegar. Una voz lejana, neutra, desprovis-ta de cualquier emoción, si acaso un punto meliflua.

La mujer piensa que se parece a la voz de la en-fermera que le ha dado la cita, se pregunta por qué piensa eso ahora y cierra los ojos con más fuerza.

El autobús circula ahora a una velocidad inusi-tada, como un avión rodando a punto de despegue. La mujer sabe que esto no tiene sentido, el conduc-tor no debería acelerar si están llegando a una para-da, y le sorprende no sentirse alarmada.

De pronto siente una sacudida y una fuerte presión en el pecho la empuja contra el respaldo del asiento. Le invade la sensación de ascender, de deslizarse, de estar flotando. Al final la curiosidad le vence y abre los ojos. Frente a ella ve un cielo azul, límpido y transparente, un sol de reflejos dorados y, más abajo, un mar de nubes. Al igual que ella, el resto de pasajeros, incluido su vecino de asiento, contempla el paisaje por las ventanillas y sonríe.

A la mujer la envuelve ahora una gran placidez. “Esto debe ser la felicidad” se dice. Cierra otra vez los ojos. Se abandona. Nubes algodonosas la envuelven. Ella siente, o cree sentir, sus leves y húmedas cari-cias. Ha tenido muy pocos momentos así en su vida y le apetece disfrutarlo.

“Me lo merezco” piensa “Nadie podrá decir que no me lo merezco”

- ¿Cómo lo ve? – pregunta la enfermera.- Mal – responde el cirujano y hace un gesto

con la cabeza – Hay más ganglios invadidos – Y tras una pausa, añade: - Yo diría fase tres. Proba-blemente, fase cuatro.

- Con sus antecedentes... – comenta resigna-da la enfermera – No entiendo como no la han enviado antes.

- Sí, la verdad… No me lo explico – responde el cirujano que se encoge de hombros y sigue a lo suyo.

La enfermera piensa un momento en la mujer y en las razones de la tardanza. “Una queja” se dice “Habrá que tramitar una queja”

: Alberto Infante

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: Norma QuintanaVuelo libre

París en la nostalgia

Aunque nunca hayas ido a París,vives en sus sueños.Hermosos jóvenes con chaquetas de mezclillabesan a su muchacha de largos cabellos rubiosfrente al café Le Metroy sienten que alguien inadvertidamentelos ha mirado sonriendo.Mientras, en una pequeña ciudad sofocada por el calor de junio,observas en la pared la foto que por tantos años fue el Parísde tu nostalgia.Pero ya no eres tú sino una niñacon hambre de mundoy un viejo disco de acetato entre las manos.Ahí París ya no es el cancel art nouveau en la entrada del metro,sino un parque con farolas y una pareja que bailamirándose a los ojos entre las hojas amarillas.Hojas del otoño en París, hojas que cubren la ciudadhojas desquiciadas por el viento de un ciclónen este verano del trópico;llevadas por las avenidas de un lado a otro del mundo,con muchachas y muchachos que se enamorana la entrada de los metrosy parejas que giran lentamente al son del concierto del otoño.Hojas de todos los temporales y todas las latitudesson tu vida desperdigada y rota,transida de nostalgia por las ciudades apenas entrevistas en una foto, o en la carátula de un disco.Hojas que revientan en bandadas de pájarosespantados por los ciclones;aves que se van a Paríspara cantarle, junto al cancel art nouveau del metro,la canción del otoño a los enamorados.

Negativa

Saqué de mi pecho un sinsontey lo puse a tus pies.Mi único don era un pobre regalo.Te di mis raíces, y el temblor de mis manospero no fue bastante.Cargué hasta tu casa toda la rabia de mis huesos,el aleteo de las flores, la quietud de los pájarosy sorprendí en tus ojos un brillo displicente.Quise poner una canción en tu pena y acunarla en mi regazocomo un armiño trémulo,pero los cometas huérfanos de su melodíarebotaron en tiy salieron girandoalejándose alejándose…

Un hijo

Pienso un hijo entre fulgoresuna sed sonámbula, un derroteropor donde pasas entre sombrasy me miras, multiplicado a través de ese lago en el espejo.Vienes a mí vacío de formaa tocar el vientre de la noche,mis profundos miedos.Me acaricias y renazco se estremece la tierra al compás de esa quimera,este abismo de amor que se mutila,y se cansa de llamar,y grita en sordina una tempestad sin horizonte.Caminos de ida son mis ganasde tropezar contigo:no hay retorno.El hijo de tu ausencia se acomoday nace en el sismo de mis huesos.

: g aceta

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: poesía inédita

La esposa y la muerte

Veo tus ojos en el lagodesde allí me mirandesde el agua me están observando.Son círculos de ausencia tus ojos en el lagotu mirada prisionera de los pecesfija como la de los peces que flotan con el vientre hacia arriba.La muerte es una miradadesde el agua muda de tus ojos.

Persistencia de la imagen

Convoca una imagena regresar la finísima arena donde se deslíe, silencioso,el sueño que somos.Sombras en la niebla extienden sus brazosy apenas se rozan un breve segundoantes de esfumarse.Atrapar la imagen,recuperar, estremecidos, el instante alado;sentir, cremoso, el olor de la fruta;volver al duro sopor de los caminos,vagabundos del tiempo,esa barrera de polvo lunar.Trae, la fugitiva,repentinos escorzos de un mundo feliz,sonrisas y gestos, abrazos en el muelle de un puertoolvidadoy vuelto a recordar al roce de una canción.Y en esa melodía, no sabemos cómo,viene el yo que fuimosun día de agosto junto al mar: una piel transitada por el salitre y el viento;un canto lanzado contra las rocas mientras, en oro encendidoentre las nubes, goteaba el mediodía pájaros de un rojo sangriento.

Hora de salir

Se derraman los segundos en la quietud de las paredes.Hay un lamentoun desgarrón prolongado en los murmullos de la noche.La muerte cuenta sus pasos de esquina a esquina…no desmayes, corazón mío, el tránsito es leve.Aquí siempre es el mismo díay ya es hora de acabarya es momento de salir.Prefiere otra ruta, cadena de mis noches, me dolió el odio, y me dolió el amor desnudé hilo a hilo la tortura.El caso es que ya escupí hasta las plegarias,hora es de abrir los ojos en otro escenario.Soy la que se vala que debe sucumbiresfumada.Cantaré la canción de los que escapan a una gran desdichay el pelotón vendrá danzando con giros de muertea sembrar flores rojas en mi pecho.

Riesgo

En este infeliz momento en que recogí mis alassin fuerzas para reparar los males de antañosin piernas para recorrer una vez más el espacio entre el acto y las palabrasmuertas de miedo ante el destino,pídanle al viento un girón de cordura,abracen a esta pequeña estatua de buenas intencionesSacudan las únicas palabras que no se quedarán en la intemperiearránquenlas del sueñoháganlas trizas, si quieren,pero no las dejen tiritando en el aire fatuo de un discurso.Vean que soy la imagen blasfemante de un ser escondidoentre los costureros de las abuelas.¿Cómo hacer que se miren desnudas al espejo?¿cómo hacer que palpen sus entrañas?responsables del amor y del deseo y del placer y de la soledady de los gusanos!Mírenme hoy cuando me deshago en el laberintosin hilo de Ariadna que me salve.La salida es apenas una antorcha en lontananzaNadie parece reconocer en este limbo a sus orgasmoslos pobres pasan, huérfanos, y se pierdenOh!, nada de angustias,el cuerpo es cierta idea clavada en la pared de una caverna.

: Norma Quintana

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: Ramón I. Suárez CaamalOscuridad que canta

Leche negra de alba te bebemos de noche… Paul Celan

En la noche albina de las penitenciascuando todo palidece por las almas(la espesura, los caminos, el campanario)la luna grazna oscuridad perseguida por ladridos.Asfódelos, guijarros, la página mismalloran su luto en las arpas de las telarañas.

Un tordo albino, ángel del Génesis, casi Filomena,se dirige a la Noche con estas palabras:-Salve, Llena de Luz.Salve por tu vientre santo.

La Noche sin mácula,(Virgen bendecida por las barbas del Padre y las alas del Espíritu)hace memoria en su memoria:recuerda las flores que llaman huele-de-noche,los corderos que pastorea en las mareas,la esperma que se derrama del Cirio Pascual,los unicornios que pacen neblina…

La Noche sin mácula sonríe con la semilla de su vientre. La noche albina llena nuestras lágrimas con flores.Nacerá el Mesías para el ébano de la cruz.Magos, Reyes, pastores esperan que amanezca.-Herodes, guarda tu espada. Con tinta de aurora quedó escrito el perdón para siempre.

2.

Los soñé hace varias centurias:Libros -cientos de ellos- en mesas, anaqueles, andamios.Mi pluma dibujaba letras del paraíso,biblias, bóvedas altas, santorales.Hoy sigo tal tarea y lleno con aurora y penumbrapalabras que en silencio suenan flautas, violas;silencios que tocan clarinetes.De las ramas de un manzano cuelgo las partituras:cada nota es un trino;cada trino un confín de lejaníascuando tocan en el aire de antaño.Huele a tinta y a papel, a vino y a pan de cebada. La luz defiende mis visiones.Con placer palpo superficie y orilla,cierro mis sentidos y que dibuje el alma.Mi trazo enamora y se enamorade los mundos que recrea:capitulares de asombro,versículos puentes sobre ríos de parábolas,cantigas en ágiles monturas árabes,alabanzas perfumadas con enigmas. Aunque también pinto remordimientos con ocres y bilis,Cristos de piedra y Vírgenes del Llanto.Tantos viven y sueñan sus vidas,que no importa si los espejos pierden la composturacuando mil ríos descienden a la eternidad con el Diluvio.

: g aceta

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: poesía inédita

3.

Con la mejilla pegada a la parte Sur de mi camaoigo cantar las aguas del océano. Sus letras hablan de una isla perdida casi al fin de las rocas que prolongan mi brazo;hablan de suavidad de nubes en el otro cuerpoque partió rumbo a esa isla que no existe,de las aves en aquellos huesos en astillas,de sus acantilados donde se sumergen. Y de la luz que me impide abrir los ojos frente a la percibida que no está en ningún mapa. Me dejaría arrastrar por ese cantopara que a mis ojos les secara sus lágrimas la espuma. Y que el paquebote en mi pecho apagase su ruido para morir a la derivallevado y traído por esa canción.¿En qué playas somos?¿Y qué dice el mar en versos que sugieren abandono? La isla, mi isla en la mano derecha, como la herida de un clavo ardiéndome, doliéndome. ¿En qué playas estoy?¿Y qué arenas me besan mientras cantan esos labios verdes?

4.Ojos tercamente clavados en un punto…

Giorgos Seferis

Sella tus labios, sella tus labios.Háblame con tinieblas si has olvidado la aurora.

Ojos, ojos, ojos, ojos,la oscuridad es su reino,vigilan desde sus alas.O a pie entre matorrales que cubre la neblina.

Ojos, ojos, ojos, ojos.Mirlos, mirlos, mirlos, mirlos:Peces dorados en mar espeso.¿De qué piedra volcánica vienen?¿Cómo es la expiación y cuál nuestra culpa?

Zanates, zanates.El golpe del pie en la danza,el golpe de remos en el agua.Grajos, grajos, grajos,canción que se retuerce en lenguas de fuego,sonido metálico en jaulas de titanes.El corazón azuza sus potros.Los ojos hojas de mirto en las sienes de los dioses,puntas de lanza antes de herir justo en el corazónvigilan, asechan, aguardan.¡Qué visión terrible y hermosa la de ellos, la nuestra: víctimas y heraldos de la muerte!

Ojos, ojos, ojos, ojos:barcas exangües y nosotros, islas.Cíclopes tordos, somos Nadieen el mapa tortuoso de los mitos.¡Qué cerca las respiramos, cariátides!,nos moja su aliento, Erinias.O es el sudor frío de los condenados.

Mirlos cercan los rebaños, después clavarán vellocinos en honor de los dioses de bronce.Llegará la Aurora de rosados dedos…

Y nada habrá acontecido.

5.

Cuentan que Ulises burló nuestro hechizoatado al mástil, en medio de la tormenta;el tramposo Ulises que no quería perder divino deleite…Sacerdotisas lamen sus llagas todos los días. Resiste. Le auxilian sus manos esposadas por el deber,los remordimientos que aherrojan sus tobillos.Sólo en sueños permite que bajen los atrevidos placeres de nuestro canto,en sueños donde hurgan las olas su avidez.Hay deseadas lenguas en sus lóbulos, labios, en su cuello, ombligo, ingles;puntas de daga que escardan sus secretos;plumas como escalpelos; uñas,voces que murmuran obscenidades para su complacencia.Ah, Pasivo, no cierres los ojos. Nada te ata. La tempestad está en ti. Ven con nosotras a nuestro reino de calaveras.

: Ramón I. Suárez Caamal

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: g aceta

Elvira Aguilar Angulo (Chetumal, Quintana Roo) tiene diplomado en Letras de la Sogem y es directora de Bibliotecas y Fomento a la Lectura de la Secre-taría de Cultura. Ha sido productora, guionista y conductora de radio y te-levisión en Quintana Roo, Campeche, Oaxaca y en la Ciudad de México. Entre otros, ha publicado los libros de cuentos Cierro los ojos y te miro, Editorial Ficticia, 2011; Mirando al Puerto de Payo Obispo, IQC, 2002; Donde nunca pasa nada, Suave Patria, 1999; y Muje-res de sal, publicado por el Ayuntamiento de Othón P. Blanco, 1997.

Jorge Miguel Cocom Pech (Calkiní, Campeche, 1952) poeta y narrador, profesor en lengua maya y castellano. Tiene estudios de Ciencias de la Comunicación, Pedagogía, Agronomía y Sociología. Ganó el Premio Estatal de Perio-dismo de Quintana Roo en 1994. Entre el 2002 y el 2005 presidió el Consejo Directivo de Escritores en Lenguas Indígenas. Su libro Muk’ult’an in Nool o Secretos del abuelo, texto maya-español, fue traducido a más de cuarenta idiomas. Entre otras distincio-nes, en 2005 obtuvo el Premio Mundial de Poesía, en Rumania.

Rene Avilés Fabila (Ciudad de México, 1940) Licenciado en Relaciones Internacionales de la UNAM con posgrado en la Univer-sidad de la Sorbona, Paris, Francia, es catedrático universitario desde hace cincuenta años tanto en su alma mater como en la Universidad Autónoma Metropolitana. Es autor de las novelas Los juegos, El gran solitario de Palacio, Tantadel, La canción de Odette, Réquiem por un suicida, El reino vencido y El amor intangible, así como los volúme-nes de cuentos Hacia el fin del mundo, La lluvia no mata a las flores, Fantasías en carrusel, Todo el amor, Cuentos de hadas amorosas, El Evangelio según René Avilés Fabila y El bosque de los prodigios. Fue colaborador de los diarios El Día, El Universal, El Nacional, Diario de México y Unomásuno, del que fue fundador. En Excélsior fundó la revista cultural El Búho, que dirige hasta hoy, así como de la Funda-ción René Avilés Fabila y el Museo del Escritor.

Premio Nacional de Periodismo por Divulgación Cultural, Pre-mio Nacional de Periodismo del Club de Periodistas de México, Premio Nacional de Periodismo “José Pagés Llergo”, es miembro de la Societé Europénne de Cultura. Doctor Honoris Causa en Educa-ción y Master en Dirección Educativa de Iberoamérica del Consejo Iberoamericano. Homenaje en el 2010 en la Feria Internacional del Libro de Minería, de la Unam y en el 2012 homenaje por trayectoria en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes.

Zita Finol (Ciudad de México) Escritora y periodista de la Universidad Femenina de México, es au-tora de Amor sin arras (Inba, Teatro); cuentos Cuando perdí aquello, (Edamex) y trabajos periodísticos como Brujos o científicos, (AHR Editores), Mi vida, biografía de Amparo Montes (Edamex), entre otros. En poesía: Canto nuevo, en 1981 y Sonata a ocho voces, en 1982, ambas de Editorial Selet; y Los entornos de la rosa, 2006, de la Fundación Oasis y la Universi-dad del Caribe y Cantos de agua, 2012, de Cuadernos de la gaceta. En 1985 le fue otorgada la Me-dalla Magdalena Mondragón, por méritos profesionales y en el 2001 obtuvo el Premio Estatal de Periodismo de Quintana Roo.

Dolores Castro (Aguascalientes, México, 1923) Poeta, narradora, ensayista y crítica literaria, curso las carreras de Leyes y Literatura en la Unam, y posgrado en Estilística e Historia del Arte en la Universidad Complutense de Madrid. Fue fundadora de Radio Unam. Condujo el programa Poetas de México en el Canal 11 con Alejan-dro Avilés. Ha sido maestra en la Unam, la Universidad Iberoamericana y en la Es-cuela de Periodismo Carlos Septién García. Ganó el Premio Nacional de Poesía Sor Juana Inés de la Cruz, el Premio Nacional de Poe-sía, Mazatlán, en1980, y el Premio III Nezahualcóyotl ( junto con José Emilio Pacheco), en el 2004.

Ha publicado los poe-marios El corazón trans-figurado, Dos nocturnos, Siete poemas, La tierra está sonando, Cantares de vela, Soles, Qué es lo vivido, las palabras, Poemas inéditos, No es el amor el vuelo, Tor-nasol, Sonar en el Silencio y Oleajes. Íntimos huéspedes y Algo le duele al aire, así como la novela La ciudad y el viento.

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Ramón Iván Suárez Caamal (Calkiní, Campeche, 1950) maestro egresado de la Escuela Normal Rural de Hecelchakán, Campeche, y de la Escuela Normal Superior de México, con especialidad en lengua y literatura española. Fundó en 1970 el grupo Géneros Narrativo y Lírico de Calkiní que promueve la poesía maya desde hace más de 30 años. Actualmente es director de la Casa Interna-cional del Escritor de Bacalar de la Secretaría de Cultura de Quintana Roo.

Es autor de más de 20 libros entre poesía y prosa, entre los que se hallan: Poemas para los pequeños, La fauna del Platón y otros poemas; Bajo el signo del árbol; En el insomnio escribo; Vivir cerca del mundo; Otros mundos, otros sueños y otra vez otros mundos; Pejeluna; Casa Distante; Poe-mas desde el rincón celeste; Imarginaciones, Recuento de voces y El Viento Entre los Sauces. En 1986 compuso la letra del Himno de Quintana Roo.

Ha recibido innumerables premios y reconocimientos a lo largo de su trayectoria, entre ellos el Premio Hispanoamericano de Poesía para Niños por Huellas de pájaros; el IV Premio Interna-cional de Poesía para Niños Ciudad de Orihuela, en España; el Premio Nacional de Poesía Jaime Sabines y el Premio Regional de Poesía Rodulfo Figueroa.

Javier España Novelo(Chetumal, Quintana Roo, 1960) Profesor de la Uni-versidad de Quintana Roo y coordinador de los talleres de creación literaria de esa casa de estudios, el poeta y narra-dor ha publicado trece libros, entre ellos Presencia de otra lluvia, Premio Antonio Me-diz Bolio; Sobre la tierra de los muertos, Premio Nacional de Poesía Jaime Sabines; La suerte cambia la vida, Premio Hispanoamericano de Poesía para Niños de la Fundación para las Letras Mexicanas; Prometeo de la Calle 51, Premio Nacional de Cuento Beatriz Espejo 2011. Es autor de Tras el biombo, Siempre es tarde, Travesía de fuegos perseguidos, Pro-nunciar de ofrendas, Tributo del viandante, Agonía de las máscaras y Neblina para cegar ángeles.

Raúl Arístides Pérez Aguilar(Chetumal, Quintana Roo, 1958) Profesor en el Heroico Colegio Militar, en la Facultad de Ciencias Sociales y Hu-manidades de la Universidad Tecnológica de México y en el Colegio de Ciencias y Hu-manidades de la Unam, en la actualidad es profesor inves-tigador de tiempo completo titular “A” del departamento de humanidades de la Univer-sidad de Quintana Roo.

En su obra como inves-tigador destacan La tempo-ralidad narrativa en El luto humano de José Revueltas, La huida a Egipto (Anónimo del siglo XV), El léxico de los pescadores chetumaleños: ictionimia, Vitalidad y signi-ficación sociolingüística de los mayismos en el español de Chetumal, El habla de Che-tumal. Fonética, gramática,

léxico indígena y chiclero, Rincón del selva (2005), e Índice de nahuatlismos en el español de la frontera mexica-na con Belice.

Entre su obra literaria destaca la novela Nómadas del sur, cuentos como El hombre de lata, ¡Ay, Genaro!, Ya valió verta, así como di-versos poemas. Ha recibido diversos premios, entre ellos mención de honor del Premio Latinoamericano de Primera Novela Sergio Galindo, la medalla Gabino Barreda al mérito universitario de la Facultad de Filosofía y Letras de la Unam, el nombramiento de investigador nacional del Sistema Nacional de Investi-gadores en varias ocasiones, y en el 2011 fue elegido como miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

Francisco Azuela (Guanajuato, México, 1948) Diplomático en las embajadas de México en Costa Rica y en Honduras, fue condecorado por el Gobierno de Honduras con la Orden del Libertador de Cen-troamérica Francisco Morazán, en el grado de Oficial y candida-to de la Academia Hondureña de la Lengua y al Premio Inter-nacional de Literatura Cervan-tes de España. Fue director de la Biblioteca del Congreso del Estado de Guanajuato y Direc-tor fundador del Centro Cultu-ral Internacional El Cóndor de los Andes-Águila Azteca, en la Cochabamba, Bolivia.

De su obra poética destaca La Parole Ardente, El tren de fuego, Son las cien de la tarde, Ángel del mar de mis sueños, Antología del silencio, Cordillera Real de los Andes, Encuentro de Thunupa y Quetzalcóatl y Lati-noamérica en llamas, así como el libro de cuentos Rotonda de gatos ilustres /Pantheón des Chats Ilustres.

: ellos lo escribieron

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50 | GACETA DEL PENSAMIENTO Septiembre/Octubre 2012 Elio Carmichael / Mural Forma, Color e Historia de Quintana Roo. Palacio Legislativo

Alberto Infante(Madrid, 1949) Médico de profesión, ha publicado los libros de relatos Dicen que recordar y Circunstancias Personales bajo el sello Ex Libris, y Línea 53, con Hi-ria, así como la novela Bajo el agua, con Endymion. En poesía ha publicado los volúmenes: La sal de la vida, Diario de ruta y Poemas de Massachusetts, bajo el sello editorial ma-drileño Vitruvio. Coordinó 12+1 una antología de poe-tas madrileñ@s actuales (2012).

Francisco López Sacha (Manzanillo, Cuba, 1950) Narrador, ensayista y profesor de Arte. Es autor de los libros de cuentos Descubrimiento del azul -premios Caimán Bar-budo 1986 y La Rosa Blanca 1988; Análisis de la ternura, finalista del Premio Casa de las Américas 1984, y Dorado mundo, Premio Razón de Ser y Premio Alejo Carpentier; así como de la novela El cumplea-ños del fuego. En 1996 publicó su antología personal Figuras en el lienzo, de la Colección Rayuela Internacional de la Unam, México. Sus cuentos y ensayos han sido traducidos al alemán, italiano, portugués, inglés y ruso. Fue presidente de la Asociación de Escritores de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, subdirector del Taller de Formación Li-teraria Onelio Jorge Cardoso y director de la revista Letras Cubanas. En 1980 fue nomi-nado al Premio Nacional de Literatura.

: g aceta

Norma Quintana (Pinar del Río, Cuba) Licen-ciada en Lengua y Literatura Hispánica, especializada en Literatura Hispanoamericana de la Universidad de la Habana. Ha sido catedrática del Centro Universitario de Pinar del Río, en Cuba, e investigadora de la Academia de Ciencias de Cuba, en la especialidad de poesía. Tiene más de 30 traba-jos publicados entre artículos, ensayos, estudios críticos, reseñas y textos poéticos en publicaciones especializadas de Cuba, México, Puerto Rico, El Salvador y Estados Unidos. En 1995 y 1996 obtuvo los premios estatales del certa-men Poesía para la mujer del Instituto Quintanarroense de la Mujer. Dos veces becaria en la categoría de Creadores con trayectoria del Programa de Estímulo a la Creación y el Desempeño Artístico.

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Elio Carmichael / Mural Forma, Color e Historia de Quintana Roo. Palacio LegislativoElio Carmichael / Mural Forma, color e historia de Quintana Roo. Palacio Legislativo

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