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FRANCISCO BARTOLOMÉ GONZÁLEZ

ACERCAMIENTO A

JESÚS DE NAZARET –5

Comentarios evangélicos

EDICIONES PAULINAS

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Ediciones Paulinas 1988 (Protasio Gómez, 11-15. 28027 Madrid)

© Francisco Bartolomé González 1988 Fotocomposición: Marasán, S. A. San Enrique, 4. 28020 Madrid Impreso en Artes Gráficas Gar.Vi. Humanes (Madrid) ISBN: 84-285-1218-3 Depósito legal: M. 925-1988 Impreso en España. Printed in Spain

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Introducción

El plan primero de esta obra fue hacer un comentario a los evangelios

dominicales en cuatro volúmenes, incluyendo los textos paralelos de otros

evangelistas. Con ello quedaban bastantes lecturas evangélicas que, aunque no

se leen en la liturgia dominical, no por eso eran menos importantes. Este

quinto volumen trata de comentar estos textos evangélicos.

Espero que contribuyan también a que los cristianos tratemos de

seguir cada día más de cerca la vida de Jesús de Nazaret, única forma de

ser verdaderos discípulos suyos y de contribuir a que nuestra sociedad se vaya

transformando en el reino de Dios.

FRANCISCO BARTOLOMÉ GONZÁLEZ

Benavente, 4 de enero de 1988

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Prólogo de Lucas

Ilustre Teófilo:

Muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han verificado entre nosotros, siguiendo las tradiciones transmitidas por los que primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la Palabra. Yo también, después de comprobarlo todo exactamente desde el principio, he resuelto escribírtelo por su orden, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.

(Lc 1,1-4)

1. Lucas y su evangelio

Lucas fue médico. Vivió en Antioquía, a mil kilómetros de los lugares en que predicaba Jesús.

Convertido al cristianismo por san Pablo, dejó su familia y su patria para seguir al apóstol de

Tarso como discípulo (2Tim 4,11). Pablo lo llama "médico querido" (Col 4,14). Es una persona

muy atractiva, que se transparenta constantemente en lo que escribe.

A través de sus escritos se presiente un espíritu reflexivo. Muy sensible a la amistad, presenta a

Jesús principalmente como amigo. Es el que más ampliamente escribe sobre la infancia de Jesús.

Es pacificador. Su relato evangélico es el más matizado, el más dulce; atenúa discretamente los

relatos de sufrimiento o lo que pueda herir su sensibilidad o la de los lectores y presenta las

actitudes de los testigos con mayor comprensión. Las amistades femeninas de Jesús son más

numerosas, y cuando habla de las mujeres lo hace revalorizándolas: normalmente no menciona

nunca a un hombre sin presentar en díptico -relatos emparejados- a una mujer.

Es respetuoso con todos, atento a todos. Posee en grado sumo el sentido de lo cotidiano, de la

existencia concreta, de la vida, de los acontecimientos, y una paciencia practicada incluso en

tiempos de persecuciones. Es el hombre de las opciones decisivas: no concibe más que compromisos

sin reservas.

Tiene un profundo sentido de la oración: nos presenta a Jesús rezando en los momentos

cumbres de su vida. Todos los actos del Maestro están inmersos en una constante y profunda

oración.

Catequista apacible, predicador, teólogo e historiador al estilo de la época, no excluye en oca-

siones cierta violencia. Teme la mala reputación de la gente y se cuida de la buena.

Helenista -cultivador de la lengua y literatura griegas-, culto, escribió en griego, con un estilo

sensible y cultivado, que le hace el más elevado de los cuatro evangelistas.

Cuando escribió este libro vivía ya la tercera generación de cristianos y había comunidades en

casi todas las grandes ciudades del imperio romano, sobre todo en las zonas de Grecia y Asia

Menor.

Los destinatarios de sus escritos son gente de cultura griega. Escribió teniendo en cuenta que

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la mayoría de sus lectores no eran de raza ni de religión judías y sabían poco o nada de la menta-

lidad, costumbres y situación socio-política que había en Palestina en tiempos de Jesús. Parece

que escribió el evangelio hacia el final de su vida. Sufrió el martirio en Acaya, probablemente en

la década de los 70. Se le representa mediante la imagen de un toro.

Ha utilizado el evangelio de Marcos y tiene gran afinidad con el de Mateo. Los tres forman los

evangelios sinópticos. Es el suyo el que más se acerca, por la forma, a una exposición histórica de la

vida de Jesús.

Su evangelio es el punto de partida y base para el acontecimiento que se desarrollará en los

Hechos de los Apóstoles. Lo que se cree y se vive en la Iglesia tiene su fundamento último en Jesús

de Nazaret, que actuó en una hora histórica y de un modo único. Basta leer el principio del

otro libro de Lucas -los Hechos de los Apóstoles- para comprobar que son las dos partes de una

misma historia, la de los comienzos del cristianismo: el evangelio, dedicado a Jesús; los Hechos, a la

actuación de sus discípulos conducidos y empujados por el Espíritu.

Refleja en él las comunidades a las que va destinado; comunidades muy vivas en las que las

iniciativas de la base eran muy numerosas. Comunidades formadas básicamente por gente muy

popular, en un ambiente social dividido por un desigual reparto de la riqueza. De aquí que el espíri-

tu que anima la bienaventuranza de la pobreza impregne todo el evangelio. Comunidades en las que

no faltan los problemas; en las que a las dificultades internas se añaden las que vienen de

fuera: persecuciones, escepticismo con que es acogida la predicación evangélica... Por ello se ven

como un "pequeño rebaño" (Lc 12,32).

Lucas escribió y publicó su libro en años de tiranía y persecución políticas. Por ello es fácil

que muchas cosas las escribiera de forma velada para evitar la investigación policial. Quizá sea

ésta una de las razones de los géneros literarios que emplea con tanta frecuencia.

A pesar de todo, es un evangelio en el que sobresale el gozo, la alegría. Alegría que confiere a la

muerte una gran serenidad.

Lucas desea que los cristianos interpretemos el presente, donde se juega la gran aventura de la

obra de Dios; desea que entendamos el tiempo en que vive cada comunidad.

Y ¿qué es entender el tiempo? Ante los acontecimientos cotidianos, todos sabemos que son

posibles diversas actitudes, que cada grupo o persona interpreta los acontecimientos según le

conviene: la visita del papa a una nación, el triunfo de un partido político en unas elecciones...

Impera el subjetivismo en todo lo que hacemos y pensamos y en todos los que nos rodean. Y de este

subjetivismo no estamos exentos los cristianos. Entender el tiempo equivale a escrutar los signos

de los tiempos, a captar la dirección hacia la que camina el momento presente; dirección querida

por Dios, que tiene un designio sobre la historia de los hombres y que actúa con miras a realizarlo.

Designio que no puede ser otro que la plenitud de su reino de verdad, libertad, amor, paz,

justicia... Designio difícil de descubrir, que se muestra a quienes ilumina el Espíritu. Entender el

tiempo es, en definitiva, darse cuenta de la manera en que cada uno y cada comunidad debe llevar a

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la práctica ese plan de Dios sobre toda la creación. Para ello hemos de conectar con Jesús, con el

Espíritu con que él vivió.

La Iglesia debe vivir el tiempo. Y un signo de ello es la redacción del libro de los Hechos de los

Apóstoles. Si en un momento determinado los cristianos experimentaron la necesidad de referirse

a los primeros años de la Iglesia, es porque presentían que iban a tener que vivir una historia que

tendrían que moldear de acuerdo con los orígenes. Por haber prescindido durante siglos de estos

orígenes, la Iglesia ha dado tantos tumbos.

Lucas no habla de la Iglesia; reflexiona sobre el reino de Dios, que es una forma de evocar la

comunidad eclesial. Un reino de Dios que ya está aquí presente y que, a la vez, está llegando

aún. Y no pierde la perspectiva del fin: conserva su certeza, percibe su deseo. Pero la hora de este

acontecimiento último está rodeada de incertidumbre.

Son frecuentes los temas de marcha y viaje, características de la Iglesia, de cada comunidad, de

cada cristiano y de cada hombre, por el largo camino del tiempo, como peregrinos en marcha

hacia la patria definitiva.

Los discípulos de Jesús estamos en marcha porque él, Jesús, lo estuvo. Su subida a Jerusalén, a

la que tanta importancia da Lucas, es una peregrinación que conduce más allá de la Ciudad

Santa; lleva al lado del Padre. Signo del largo viaje que debe realizar la Iglesia y cada hombre

para llegar, un día, a la patria.

Lucas nos refiere los acontecimientos fundamentales que constituyen la vida de Jesús. Pero

hace algo más que recordarlos: los escruta, penetra su misterio profundo e intenta explicarlos,

comunicarlos por medio de géneros literarios apropiados, de lenguaje simbólico.

“Los autores sagrados compusieron los cuatro evangelios escogiendo datos de la tradición oral o

escrita, reduciéndolos a síntesis, adaptándolos a la situación de las diversas iglesias, conservando

siempre el estilo de la proclamación. Así nos transmitieron datos auténticos y genuinos acerca de

Jesús. Sacándolo de su memoria o del testimonio de los ‘que asistieron desde el principio y fueron

ministros de la palabra', lo escribieron para que conozcamos la `verdad' de lo que nos ense-

ñaban (cf Lc 1,2-4)" (concilio Vaticano II, Dei Verbum 19).

El hecho de que los evangelios sean el testimonio, el fruto de una meditación comprometida de

la historia, que relata en función de las apreciaciones de su autor y de las particularidades de sus

destinatarios, tiene importantes consecuencias que el pueblo cristiano está aún lejos de haber

asimilado, al tender a interpretarlos al pie de la letra, de forma subjetiva e interesada.

María "conservaba todo esto en su corazón" (Lc 2,51) para hallarles su sentido. Resumen

ideal de la vida de los cristianos y de las comunidades: buscar, entender y realizar el sentido divino

de la existencia.

Este tercer evangelio se estructura así:

1,1-4: Prólogo.

1,5-2,52: Nacimiento y vida oculta de Juan Bautista y de Jesús.

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3,1-4,13: Comienzo de la vida pública de Jesús.

4,14-9,50: Actividad de Jesús en Galilea.

9,51-19,27: Camino de Jerusalén.

19,28-21,38: Actividad de Jesús en Jerusalén.

22,1-23,56: Pasión y muerte de Jesús.

24,1-53: Después de la resurrección.

2. "Ilustre Teófilo"

Con estilo digno de un gran letrado de su tiempo, Lucas comienza su obra con un prólogo

breve. Es una pequeña obra maestra al mostrarnos a un autor de talento y a un creyente teólogo.

En él nos comunica su intención al escribir. Por este prólogo sabemos lo que es un evangelio. Sirve

de introducción y presentación de sus dos libros.

"Teófilo" ("amigo de Dios') es el nombre con el que Lucas comienza sus dos libros. Le ofrece

sus escritos, esperando que tome a su cargo los gastos necesarios para sacar varias copias de sus

manuscritos. Además de ser un recurso literario para dar valor y prestigio a la obra.

Señala que han escrito "muchos" antes que él. Sólo conocemos a Marcos y a Mateo. ¿Hubo más?

No sabemos. Se coloca detrás de sus predecesores, pero con la convicción de aportar algo nuevo.

Se ha informado de todo, ha arrancado de los orígenes, su información ha sido cuidadosa.

Como punto de partida están "los hechos que se han verificado entre nosotros", con lo que alude

fundamentalmente a los acontecimientos de la vida de Jesús. Sobre esa base se han elaborado "las

tradiciones transmitidas por los que primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la

palabra".

Lucas ha recogido, en gran parte, las mismas tradiciones incluidas en Marcos y Mateo, refle-

jando lo que en la Iglesia antigua se decía de Jesús y de su obra. Sobre ese fondo de historia y tradi-

ción elaboró su evangelio.

Cuando Lucas se plantea escribir sus dos libros y comienza a recopilar datos, habían pasado

muchos años desde la muerte de Jesús y el anuncio de su resurrección. Los cristianos habían cre-

cido mucho en número y estaban esparcidos por todo el imperio romano. Habían proliferado las

narraciones, leyendas, reflexiones de las comunidades... en torno a la figura de Jesús y a los orí-

genes de la Iglesia. Los apóstoles habían transmitido a sus discípulos experiencias vividas junto al

Maestro. De boca en boca, a través de estos años, la fe en Jesús había elaborado un abundante

material.

Lucas se informó de todo lo que consideró necesario saber. Es cierto que tiene preocupa-

ciones de historiador. Es historiador, pero según la teoría de la historia que se hacía en aquel

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tiempo: los historiadores se preocupaban menos de referir los hechos que de servirse de ellos

para presentar una enseñanza. Lucas arranca de unos hechos históricos, pero va más allá de ellos.

El prólogo alude a los diversos elementos que componen el evangelio y que deben tenerse en

cuenta en el momento de interpretarlo: los hechos de la vida de Jesús, en los que el Padre nos ha

comunicado la plenitud de su palabra e interpretados por la Iglesia primitiva, que los ha modelado

y transmitido. Finalmente, el trabajo literario de Lucas: tanto su forma de hablar como sus

puntos de vista más característicos intervinieron en la elaboración de su mensaje. Es necesario

conocerlos para penetrar plenamente en el testimonio que nos ofrecen.

Se deduce que, cada vez que meditamos un pasaje evangélico, nos ponemos en contacto con el

misterio de Jesús, tal como ha sido vivido y aceptado por la primitiva Iglesia.

Los creyentes hemos de leerlo como contemplativos, preocupados por entrever el misterio que

encierra, y tratando de encarnarlo en nuestro presente, única forma de ser fieles al Espíritu de

Jesús.

Descubrir la forma en que los autores evangélicos pensaron y escribieron la historia de Jesús

es aprender a interpretar una historia que incluye la de Jesús, la de las comunidades cristianas de

todas las épocas y lugares y la de cada uno de nosotros.

Jesús vivió su buena nueva, su evangelio, y llegó a ser el hombre pleno; y así es el Mesías, el

Hombre-Dios. Los evangelistas escribieron esa vida. Cada uno de nosotros y cada comunidad

cristiana, iluminados por la vida y obra de Jesús, tenemos que vivir -"escribir"- nuestro evangelio,

que será tanto más parecido al de Jesús cuanto más se parezca nuestra vida a la suya. Los grupos

sociales que le aceptaron y le siguieron nos aceptarán y nos seguirán a nosotros; los grupos que

le rechazaron, nos rechazarán a nosotros. ¿Nos ocurre así en la actualidad?

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Anuncio del nacimiento de Juan Bautista

En tiempos de Herodes, rey de Judea, había un sacerdote llamado Zacarías, del turno de Abías, casado con una descendiente de Aarón llamada Isabel.

Los dos eran justos ante Dios, y caminaban sin falta según los mandamientos y leyes del Señor. No tenían hijos, porque Isabel era estéril, y los dos eran de edad avanzada.

Una vez que oficiaba delante de Dios con el grupo de su turno, según el ritual de los sacerdotes, le tocó a él entrar en el santuario del Señor a ofrecer el incienso; la muchedumbre del pueblo estaba fuera rezando durante la ofrenda del incienso.

Y se le apareció el ángel del Señor, de pie a la derecha del altar del incienso. Al verlo, Zacarías se sobresaltó y quedó sobrecogido de temor.

Pero el ángel le dijo: -No temas, Zacarías, porque tu ruego ha sido escuchado: tu mujer Isabel te

dará un hijo y le pondrás por nombre Juan. Te llenarás de alegría y muchos se alegrarán de su nacimiento. Pues será grande a los ojos del Señor: no beberá vino ni licor; se llenará del Espíritu Santo ya en el vientre materno, y convertirá muchos israelitas al Señor, su Dios. Irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, para convertir los corazones de los padres hacia los hijos, y a los desobedientes a la sensatez de los justos, preparando para el Señor un pueblo bien dispuesto.

Zacarías replicó al ángel: -¿Cómo estaré seguro de eso? Porque yo soy viejo y mi mujer es de avanzada

edad. El ángel le contestó: -Yo soy Gabriel, que sirvo en presencia de Dios; he sido enviado a hablarte para

darte esta buena noticia. Pero mira: guardarás silencio, sin poder hablar, hasta el día en que esto suceda, porque no has dado fe a mis palabras, que se cumplirán en su momento.

El pueblo estaba aguardando a Zacarías, sorprendido de que tardase tanto en el santuario. Al salir no podía hablarles, y ellos comprendieron que había tenido una visión en el santuario. Él les hablaba por señas, porque seguía mudo.

Al cumplirse los días de su servicio en el templo volvió a casa. Días después concibió Isabel, su mujer, y estuvo sin salir cinco meses, diciendo:

-Así me ha tratado el Señor cuando se ha dignado quitar mi afrenta ante los hombres.

(Lc 1,5-25)

1. En los umbrales de la buena noticia

Los dos primeros capítulos de Lucas son una seleccionada y pulida recopilación de

tradiciones y cánticos surgidos en torno al nacimiento de Jesús. Narraciones, diálogos y cánticos

que están inspirados en otros que ya estaban en el Antiguo Testamento, aunque sea muy difícil

saber con certeza dónde buscó y de dónde sacó cada uno de los himnos y narraciones. Lo que

realmente nos interesa es descubrir las enseñanzas de fondo que Lucas nos quiere transmitir.

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Estos dos capítulos, que refieren la infancia de Jesús, tienen como primera finalidad desta-

car la dependencia que existe en el cristianismo del judaísmo, en cuyo interior nació. Dependencia

por los lugares: todo empieza en Jerusalén y en el templo, y todo termina en estos mismos

lugares privilegiados (Lc 24,52-53). Los personajes que intervienen son representativos del judaísmo:

Zacarías, Isabel, Simeón, Ana... Las continuas alusiones al Antiguo Testamento confirman esta

dependencia.

El evangelio "surge" desde el "resto de Israel": esa minoría que mantuvo viva la fe en el Dios de

Abrahán y en la que nació Jesús. Minoría de pobres, seguidora de los profetas y olvidada y despre-

ciada por los detentadores del poder religioso. ¿Por qué habría de ser ahora distinto, si toda la

palabra de Dios es profecía?: se cumple "hoy", fuera del espacio y del tiempo, por ser eterna.

¡Qué importante sería que la Iglesia "oficial" reflexionara seriamente en el fracaso de Israel como

pueblo de Dios, para evitar seguir cayendo en sus mismos errores!

Con el "decreto del emperador Augusto" (Lc 2,1), entra en escena la realidad no judía. Con

su presencia autoritaria modifica la historia y rodea, como un inmenso marco, la modesta aven-

tura de aquella comunidad judía en cuyo seno nace Jesús y, con él, el cristianismo. Dios lleva

adelante su obra salvadora dentro de la historia de los hombres.

Lucas tiene interés en indicarnos a los cristianos que nuestra fe emana de una experiencia

situada con precisión en la historia. Por eso reseña cuidadosamente los lugares, las circuns-

tancias y los momentos en que nació el evangelio.

Además, estos capítulos, que empiezan presentando al pueblo judío en oración y terminan

con María, que "conservaba todo esto en su corazón" (Lc 2,51), son una reflexión adornada con

imágenes, llenas de simbolismo, acerca del significado y del lugar que debe ocupar la oración en

la vida de los cristianos.

2. El templo de Jerusalén y su culto

El templo era el centro de la religiosidad y del culto en Israel. No tenía la forma de nuestros

templos actuales. Constaba de un gran recinto amurallado de cerca de quinientos metros de largo

por trescientos de ancho. En su interior, y en el centro, se encontraba una enorme construcción, a

la que no podían acceder los no judíos, dividida en tres partes: el "atrio de las mujeres", el

"atrio de los hombres" y el "atrio de los sacerdotes" con el altar de los holocaustos. Desde este

último se pasaba al santuario, cuya entrada, cerrada por una gran cortina, estaba prohibida al

pueblo.

El santuario constaba de dos recintos fundamentales: "el santo" y "el santo de los santos", que

era la morada exclusiva de Dios y al que sólo podía entrar el sumo sacerdote el "Gran día del

perdón". Los sacerdotes se encargaban del culto, que se oficiaba todos los días en "el santo".

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Al frente del culto estaba el sumo sacerdote, del linaje de Aarón y de la tribu de Leví. Su función

era la de ser mediador entre Dios y el pueblo (Heb 5,1-4). Era el presidente del sanedrín y oficiaba

en las grandes solemnidades.

Con el sumo sacerdote colaboraban los sacerdotes, también descendientes de Aarón. Presta-

ban servicio en el culto diario y en las grandes solemnidades, repartidos en veinticuatro grupos

de unos ochocientos sacerdotes cada uno. El servicio cultual más importante que ejercían era la

ofrenda del incienso, siempre que les tocase hacerlo.

Fuera de su tiempo de servicio en el templo -unas dos semanas por año-, se dedicaban a

otros oficios o tareas. Eran ayudados por los levitas, encargados de la música y del coro, de

la limpieza, vigilancia, apertura de las puertas...

3. Dios nos habla en la oración si vivimos abiertos a sus exigencias

Lucas nos sitúa en un ambiente plenamente judío: en Judea, en los tiempos de Herodes, en

casa de un sacerdote del bajo clero, pariente de galileos pobres y casado con una anciana

estéril -signo de oprobio para las mujeres de entonces- y descendiente también de Aarón;

gente que no contaba para nada en aquella sociedad, tan injusta como la nuestra, controlada

por unas pocas familias de terratenientes y negociantes, aliados del tirano Herodes, sin olvidar el

dominio que ejercían el sanedrín y los sumos sacerdotes. En aquella situación el pueblo lo pasaba

muy mal.

Zacarías e Isabel "eran justos". Era una pareja ejemplar. Estaban escribiendo con sus vidas

el plan de Dios sobre los hombres. "Isabel era estéril", "los dos de avanzada edad": rasgos

que la Biblia se complace en resaltar en quienes van a ser intermediarios de la salvación. De esta

forma la obra de Dios aparece más clara.

En el seno de una pareja judía, fiel a las exigencias de su fe y a su expresión cultual y cons-

ciente de su radical pobreza, va a resonar la primera palabra anunciadora del misterio cris-

tiano. Eran creyentes, y... "todo es posible al que cree" (Mc 9,23).

Existe un género literario particular en las Escrituras respecto a los anuncios de nacimientos:

siempre aparece un ángel; un personaje al que se presenta con un nombre que recuerda una

función; una dificultad que hay que superar; un signo dado como prenda; finalmente, detalles

concretos sobre el nombre del niño.

La anunciación de Juan está envuelta en un halo de santidad. Tiene lugar en el templo y

mientras se está orando solemnemente.

A Zacarías le tocó por sorteo, entre los sacerdotes de su turno, realizar la ofrenda del incienso.

Y, mientras presentaba la ofrenda, Dios le hizo saber que sería padre y que su hijo tendría una

misión principalísima en la llegada del Mesías esperado por la gente sencilla y oprimida. ¿Qué

puede desear y esperar el que vive contento y satisfecho de cómo le van las cosas?

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Un comienzo extraño. El templo de Jerusalén no sólo era el centro de la religiosidad del pueblo

judío, sino también el centro económico y social desde donde se explotaba y oprimía al pueblo. Allí

se daban todo tipo de injusticias y segregaciones, usando, ¡cómo no!, la religión para acallar al

pueblo. Entonces y ahora, ¡qué fácil es oprimir, explotar y manejar al pueblo invocando la

"voluntad" de Dios! La razón es que son pocos los que tienen tiempo, capacidad y ganas para

ahondar en los verdaderos caminos de Dios. Aquella religión era verdaderamente "opio del

pueblo".

En aquel templo, y en la hora del culto solemne, sitúa Lucas la primera escena de su historia.

¿Podían esperar algo de aquel lugar los que querían librarse de tanta comedia y opresión?

Pero... no había "otro" templo; como tampoco hay "otra" Iglesia.

La palabra de Dios llega a un hombre que ha rezado y que se encuentra en medio de una

comunidad en oración. Dios interviene de nuevo en la historia de su pueblo. Lo va a hacer de una

forma más decisiva que hasta ahora.

En la mentalidad religiosa de entonces, cualquier impulso o inspiración a obrar el bien, o

un buen consejo recibido de otra persona, o un recuerdo relacionado con la Biblia..., podían

ser considerados como obra directa de Dios, como presencia suya. Se las consideraba como "apa-

riciones", no directamente de Dios, sino de sus ángeles o mensajeros. Y así imaginaban escenas de

apariciones de ángeles, les ponían nombres, creaban diálogos..., hasta el punto de llegar a creer que

lo imaginado había sucedido en realidad. Pero siempre quedaba patente que lo importante era la

experiencia religiosa que se quería transmitir.

Estando en oración, Dios le reveló a Zacarías que tendría un hijo, que sus peticiones habían

sido escuchadas. Y, de acuerdo con la mentalidad de entonces, se representa con la aparición de

un ángel. En nuestra vida de cada día nunca se nos aparece un ángel. Pero Dios sí que se nos re-

vela con frecuencia; con tanta frecuencia como queramos, y nos señala el camino a seguir. Para ello

tenemos que guardar silencio en nuestro interior, para que Dios pueda hablarnos, porque Dios

habla en el silencio.

Creo que es necesario prescindir lo más posible de los símbolos y reflexionar en cómo nos podría

suceder esto ahora a nosotros.

"No temas, Zacarías". Cuando Dios, o un mensajero suyo, se revela a un hombre, le anima.

Sabe que su palabra trae compromiso y quiere ayudar. Lo que trae el mensajero no es un castigo,

sino una buena noticia. Por eso, el fruto más inmediato para los hombres es la alegría.

"Tu ruego ha sido escuchado". Zacarías esperaba que su vida cambiara, esperaba que todo

aquel culto religioso del templo tomara otra dirección, esperaba la manifestación de Dios... Es lógico

pensar, por su reacción, que lo esperaba de otra forma a como le llegó. Es lo que suele pasar

cuando buscamos o queremos algo: es difícil que coincidan nuestros deseos -siempre limitados y

egoístas- con los deseos de Dios.

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Su hijo se llamará "Juan", que significa "Dios es propicio". Y traerá alegría a los que van

encontrando sentido a la palabra de Dios en sus vidas. Los demás seguirán tirando como puedan

de su "fe" y de sus prácticas religiosas.

"Será grande a los ojos del Señor", que es la mejor forma de no serlo a los ojos de los hombres.

Su vida demostrará que fue grande a los ojos de Dios, pero pequeño y peligroso a los ojos de los

poderosos de su época, que acabaron asesinándolo.

Su fuerza procederá del Espíritu, y su misión será hacer volver los corazones de los hombres a

su Dios y señalar a Jesús. Tendrá que predicar unas severas exigencias. Intentará unir al pueblo

y prepararlo para la próxima venida del Mesías. Tendrá la fuerza de Dios, tal como la tuvo el

profeta Elías, hombre austero que, nueve siglos antes de Cristo, se enfrentó a los reyes y a los podero-

sos para llevar a Israel por el camino de la justicia, por lo que fue muy perseguido.

Zacarías es pesimista: no cree que de entre tanta pobreza y debilidad pueda surgir algo

nuevo. Le pasaba como a muchos de nosotros: rezamos, pero convencidos de no ser escuchados;

trabajamos por un mundo distinto, pero seguros de no lograr nada; queremos una Iglesia

mucho más evangélica, pero los hechos contradicen nuestras esperanzas... Con pesimismo y poca

o ninguna esperanza es imposible dar un paso. El ángel se lo echa en cara. Si el que debe llevar al

pueblo palabras de ánimo y de esperanza duda y no confía en la palabra de Dios, es mejor que se calle

y se dedique a otra cosa. No sirve. Por eso, la tradición se complace en dejar mudo a Zacarías

hasta que los hechos hablen por sí solos.

Zacarías busca seguridades. Todos buscamos seguridades en el riesgo del compromiso, en la

irrupción de Dios en nuestras vidas. A causa de ello, damos tanta importancia a los ritos religiosos:

nos dan seguridad y no comprometen la propia vida. Tememos ser engañados. La duda de Za-

carías no puede frenar la venida de la salvación-liberación, pero impide su alegría en el momento.

Zacarías se revela como hombre del Antiguo Testamento. El mutismo en que queda es signifi-

cativo: quien pertenece al tiempo antiguo, el que tiene una concepción ritualista -cuadriculada- de

la fe, no puede entender la novedad de Dios. Al rechazar la novedad de sus palabras, ya no

puede hablar. Recuperará el habla cuando haya aceptado la desconcertante novedad que trastorna

su vida porque trastorna al mundo. Hablará cuando haya aceptado el mensaje.

Isabel se retira para ahondar, en el silencio, en los caminos del Señor que presiente cercanos.

Llenará los días de espera en profunda oración.

Dios se acuerda (Zacarías) de lo que había prometido (Isabel), y se hace propicio (Juan)

escuchando la oración de su pueblo estéril. En el significado bíblico de los tres nombres tenemos

una síntesis de cómo culmina el Antiguo Testamento, representado por una pareja de ancianos

estériles, que rogaban a Dios les librase del oprobio de no tener descendencia, de no tener futuro.

Simbolizan a todos los que esperamos que Dios nos salve de una vida estéril y sin sentido, sometidos

a unas prácticas religiosas sin vida.

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Templos, sacerdotes, sacrificios..., ¿qué papel jugarán a lo largo del evangelio? ¿Vendrá de ellos la

liberación?

Este suceso, escrito en lenguaje religioso, nos tiene que llevar a un silencio sagrado, a una refle-

xión profunda. Y a sacar conclusiones para nuestro "hoy".

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Nacimiento de Juan Bautista y "Benedictus”

A Isabel se le cumplió el tiempo y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y la felicitaban.

A los ocho días fueron a circuncidar al niño, y lo llamaban Zacarías, como a su padre. La madre intervino diciendo:

-¡No! Se va a llamar Juan. Le replicaron: --Ninguno de tus parientes se llama así. Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una

tablilla y escribió: Juan es su nombre. Todos se quedaron extrañados. Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua y empezó a hablar bendi-

ciendo a Dios. Los vecinos quedaron sobrecogidos, y corrió la noticia por toda la montaña de

Judea. Y todos los que lo oían reflexionaban diciendo: -¿Qué va a ser este niño? Porque la mano de Dios estaba con él. Zacarías, padre de Juan, lleno del Espíritu Santo, profetizó diciendo:

-Bendito sea el Señor, Dios de Israel,

porque ha visitado y redimido a su pueblo,

suscitándonos una fuerza de salvación

en la casa de David, su siervo;

según lo había predicho desde antiguo

por boca de sus santos profetas. Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos

y de la mano de todos los que nos odian;

realizando la misericordia

que tuvo con nuestros padres,

recordando su santa alianza y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán. Para concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos en santidad y justicia, en su presencia todos nuestros días. Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de sus pecados. Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas

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y en sombra de muerte; para guiar nuestros pasos en el camino de la paz.

El niño iba creciendo y su carácter se afianzaba; vivió en el desierto hasta que se presentó a Israel. (Lc 1,57-80)

1. Dios cumple lo que promete

El nacimiento de Juan hace realidad el anuncio del ángel a Zacarías. Isabel, cuya actitud de

fe vimos en el relato de la visitación (Lc 1,39-45), da a luz a su hijo y desaparece inmediatamente

después del acontecimiento.

El nacimiento se convierte en fiesta colectiva, centrada en los ritos religiosos tradicionales y

populares.

Los "vecinos y parientes" contemplan el suceso con la convicción, extendida universalmente

entre los hombres religiosos, de que el nacimiento de un hijo es un don de Dios: "Y la felicitaban".

En muchos países de aquellos tiempos no había fenómeno más misterioso que la gestación y el

nacimiento de un niño. Israel participaba de esas ideas. Es lo que explica el entusiasmo de las

personas que rodean a Isabel. Ante la "gran misericordia" que el Señor ha tenido con ellos,

estas gentes no saben hacer otra cosa que alegrarse. Además, ¿no es el nacimiento de Juan algo

excepcional?

La circuncisión era la señal corporal por la que se entraba a pertenecer al pueblo de Dios.

Constituía un momento privilegiado en el conjunto de encuentros entre Dios y su pueblo. Consistía

en cortar parte o todo el prepucio que rodea el glande del pene.

Todos los que rodean a Zacarías e Isabel parecen no tener otra preocupación que el respeto

por las costumbres, poniendo el nombre al niño según las reglas vigentes. No sospechan nada de la

nueva aurora que empieza con el niño. Juan, fruto de una gracia especial de Dios, no pertenece

a sus padres; su destino no está en manos de su familia, sino que ha sido determinado por Dios.

Por eso no se llamará Zacarías, como su padre, sino Juan.

"Los vecinos quedaron sobrecogidos", perplejos. Les invade el temor ante la proximidad de

una realidad incomprensible. Y cuentan las cosas de las que han sido testigos "por todas las mon-

tañas de Judea". ¿Qué pueden significar todos estos acontecimientos? ",Qué va a ser este niño?", se

repite por todas partes.

Los vecinos de Zacarías adoptan la postura de aquellos a quienes no ha iluminado la pa-

labra de Dios: presentimiento del misterio, deseos de saber, reflexión prolongada, pero oscuri-

dad impenetrable. Dios acompañó a Juan desde pequeño. Y todos lo notaban. Sería un niño

revolucionario y profundamente religioso.

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2. Zacarías comprende y alaba a Dios

Zacarías, por fin, tiene las reacciones lógicas del que ha recibido la palabra divina. Tener el

privilegio de recibir la palabra no deja al agraciado al abrigo de todo problema. Una cosa es

oír la palabra y otra muy distinta aceptarla hasta el punto de creerla y comprometer en ella la

propia vida. Zacarías es la ilustración de esta dificultad: como la palabra le parece increíble, no

la acepta; por eso queda mudo. ¿Qué podía decir? Pero madura en medio del obligado silencio del

mutismo, se deja persuadir por los hechos, y se convierte en un discípulo obediente de la palabra.

Palabra que ha determinado el nombre del niño y que Zacarías corrobora.

Al aceptar la palabra, Zacarías "habla". Los vecinos no piensan más que en alegrarse; pero él

se pone a "bendecir a Dios", porque reconoce la presencia divina en los acontecimientos que está

presenciando. Comprende el sentido de las cosas al quedar "lleno del Espíritu Santo". Según Lu-

cas, la función principal del Espíritu es hacernos captar el verdadero significado de los hechos,

descubrir en ellos el misterio de la acción divina, entrever la orientación de esa acción y, con ello,

algo del futuro. De esa forma, Zacarías puede "ver" en su hijo al profeta del mañana.

Zacarías profetizó. Profetizar es saber descubrir la presencia liberadora de Dios en los he-

chos cotidianos que vivimos. Es saber ver de qué parte está Dios en los conflictos de la historia,

que suelen ser conflictos de clase; meternos en ellos y allí encontrar a Dios.

A los romanos y al tirano Herodes estos poemas no podían gustarles. Tampoco al alto clero.

Habla de que vendrá un sucesor de David a liberar a Israel, y esto es subversivo. El himno también

deja claro que Dios nunca se manifiesta a los hombres de una manera neutral. Dios siempre

está de parte de las capas sociales explotadas y aplastadas. Dios quiere estar con todos, pero

no puede estar de parte de todos. ¿Cómo va a estar de acuerdo con los que oprimen y explotan a los

hombres y a las naciones?

El poema está formado por numerosas expresiones del Antiguo Testamento. Es un texto ambi-

guo en algunos aspectos, al mezclar el carácter espiritual de la salvación con deseos políticos de

liberación. Pero deja clara su esencia: vivir en fidelidad sirviendo al Señor en los hermanos,

poniendo en práctica sus enseñanzas.

En los acontecimientos en que la mayoría de la gente no reconoce más que hechos aislados sin

ninguna significación, el himno capta la acción eficaz de Dios. El pueblo fiel se alegra y da gracias

porque se van a cumplir todas sus aspiraciones.

Zacarías acepta el destino de su hijo. Juan tendrá la misión de predicar la conversión de los

pecados, condición necesaria para poder recibir a Jesús, "sol que nace de lo alto, para iluminar a

los que viven en tinieblas y en sombra de muerte".

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3. Juan se prepara en el desierto

Juan vive en el desierto -lugar físico y espiritual del encuentro con Dios-, que era donde vivían

los descontentos con la situación política y religiosa, separados todo lo posible de la vida social y de

sus trampas. No podemos olvidar que era sacerdote, como su padre.

En el silencio, en la meditación de la palabra, en la reflexión sobre la vida de su pueblo, en la

oración y en el trabajo manual se preparaba para la liberación del pueblo querida por Dios.

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Genealogía de Jesús

Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán. Abrahán engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob a Judá y a sus

hermanos. Judá engendró, de Tamar, a Farés y Zará; Farés a Esrón, Esrón a Aram, Aram a Aminadab, Aminadab a Naasón, Naasón a Salmón; Salmón engendró, de Rahah, a Booz; Booz engendró, de Rut, a Obed; Obed a Jesé, Jesé engendró a David, el rey.

David, de la mujer de Urías, engendró a Salomón; Salomón a Roboam, Roboam a Abías, Abías a Asaf, Asaf a Josafat, Josafat a Joram, Joram a Ozías, Ozías a Joatán, Joatán a A caz, Acaz a Ezequías, Ezequías engendró a Mana-sés, Manasés a Amós, Amós a Josías; Josías engendró a Jeconías v a sus hermanos, cuando el destierro de Babilonia.

Después del destierro de Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, Salatiel a Zorobabel, Zorohahel a Abiud, Abiud a Eliaquín, Eliaquín a Azor, Azor a Sadoc, Sadoc a Aquim, Aquim a Eliud, Eliud a Eleazar, Eleazar a Matán, Matán a Jacob; Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo.

Así las generaciones desde Abrahán a David fueron en total catorce; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce, , desde la deportación a Babilonia hasta el Mesías, catorce.

(Mt 1,1-17)

Jesús, al comenzar, tenía unos treinta años v se le creía hijo de José, de Helí, de Matat, de Leví, de Melquí, de Janaí, de José, de Matatías, de Amós, de Naúm, de Elí, de Nagaí, de Maat, de Matatías, de Semeín, de Josec, de Yodá, de Joanán, de Resá, de Zorohahel, de Salatiel, de Nerí, de Meljí, de Ahdí, de Kosam, de Elmadam, de Er, de Jesús, de Eliezer, de Jorim, de Matat, de Leví, de Simeón, de Judá, de José, de Jonam, de Eliakim, de Meleá, de Menná, de Matazá, de Natam, de David, de Jesé, de Jobed, de Booz, de Sala, de Naasón, de Aminadab, de Admín, de Arní, de Esrón, de Fares, de Judá, de Jacob, de Isaac, de Abrahán, de Tara, de Nacor, de Seruc, de Ragaú, de Fálec, de Eber, de Sala, de Cainam, de Arfaxad, de Sem, de Noé, de Lamec, de Matusalá, de Enoc, de Járet, de Meleleel, de Cainán, de Enós, de Set, de Adán, de Dios.

(Lc 3,23-38)

1. Mateo y su evangelio

Mateo, uno de los doce apóstoles, también llamado Leví, era publicano, cobrador de

impuestos. Se le representa acompañado de un ángel.

Parece ser que escribió un primer evangelio, que se ha perdido, para los cristianos convertidos

del judaísmo, que sirvió de base al actual. Este primer texto perdido debía parecerse al actual

evangelio de Marcos, y fue escrito en arameo -lenguaje del pueblo-, similar al hebreo

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-lengua sagrada judía-.

Al traducirse este primer ensayo al griego, se le añadieron discursos y parábolas de Jesús, de los

que algunos se leen también en el evangelio de Lucas. Por ello, y por el análisis del texto que

conservamos, podemos concluir que el texto griego actual no es una simple traducción del

arameo, sino un verdadero original griego.

El autor -desconocido- del texto que conservamos aparece como un creyente judío de len-

gua griega, experto conocedor de la Biblia, con posible formación rabínica. No es posible admitir

que haya sido escrito, tal como está, por un apóstol de Jesús: dependería de Marcos, que no lo fue.

Las fuentes de este evangelio son varias: el evangelio de Marcos; una fuente anterior anóni-

ma -¿el texto perdido?- que usan Lucas y él, con independencia entre ellos y material propio

y exclusivo, proveniente probablemente de tradición oral: el evangelio de la infancia, buena parte

del sermón del monte, algunas parábolas y narraciones.

Sigue muy de cerca la temática de Marcos. Recoge prácticamente todo el material narrativo

de este evangelista e inserta gran cantidad de material nuevo. Aproximadamente la mitad del

evangelio de Mateo no tiene paralelo en el de Marcos. Y lo que recoge de éste lo reelabora

siguiendo líneas bien definidas: elimina lo concreto y anecdótico y suprime o cambia las

referencias a las emociones de Jesús. En las narraciones de milagros pone en evidencia el

encuentro entre Jesús y el creyente, suprimiendo personajes secundarios; en ellos utiliza un estilo

muy apto para la catequesis: se interesa más por la enseñanza que contienen para la vida de la

comunidad que por el hecho milagroso en sí mismo.

El autor, que escribe entre judíos y para judíos, se cuida especialmente de mostrar en la

persona y en la obra de Jesús el cumplimiento de las Escrituras. En cada punto clave de su libro

se remite al Antiguo Testamento para probar cómo se cumplen en Jesús la ley y los profetas, cómo es

él el Mesías esperado por todas las naciones, Jesús no se limita a su cumplimiento, sino que los

supera y los lleva a plenitud.

También los otros dos evangelios sinópticos utilizan este argumento escriturístico. Pero, aparte

de debérselo quizá al evangelio primitivo perdido de Mateo, el Mateo griego lo refuerza notable-

mente, hasta el punto de hacer de él un rasgo notable de su evangelio. Esto, unido a la cons-

trucción sistemática de su exposición y a su lenguaje vivo y actual, hace de él un documento tan

completo y tan bien estructurado, que es comprensible que haya sido recibido y utilizado con

predilección por la Iglesia naciente.

Muestra gran interés por las palabras de Jesús, por su doctrina. Pero, a pesar de este innegable

interés por la doctrina de Jesús, el autor no pretende en absoluto reducir el evangelio a una

doctrina. Nos presenta a Jesús, el Mesías y Salvador enviado por Dios, como el gran Maestro

de la palabra de Dios. Por eso reúne la enseñanza de Jesús en cinco grandes discursos, nueva ley

cristiana, introducidos por algunos hechos y milagros.

Se va abriendo paso la teoría de que el actual evangelio según Mateo es el resultado de la

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reflexión y vivencia de una comunidad judeo-cristiana de Antioquía o Palestina. Algunos piensan

que fue escrito en Siria. Supone la destrucción de Jerusalén, por lo que la fecha de composición se

coloca alrededor de los años 80. Una comunidad rodeada de un judaísmo que, perdida su

consistencia política después de la catástrofe del año 70, cierra filas alrededor de la ley y de una

renovada ortodoxia. El evangelista se preocupa de indicar -frente a la piedad judía y a las

cuestiones de los fariseos y de los letrados- la originalidad cristiana. Por esta razón, el autor

desarrolla su evangelio a través de un debate y enfrentamiento constantes con la doctrina de los

letrados y fariseos. Tampoco faltan los problemas internos de la misma comunidad.

El tema central del evangelio es el reino de los cielos, que presenta preparado por Juan Bautista,

anunciado por las enseñanzas de Jesús y realizado en signos que liberan a los hombres de sus males.

Un reino que crece entre la oposición y las dificultades y que irrumpe definitivamente en la muerte y

resurrección de Jesús.

Un reino que se hace presente en la comunidad de la Iglesia. Una Iglesia que vive en la

persecución, que ha superado todo puritanismo; que es ya adulta y sabe que en su seno existen

buenos y malos, trigo y cizaña, fervor y tibieza, amor y odio. Un reino y una Iglesia abiertos

universalmente a toda nación, raza o lengua. Universalismo que ha traicionado Israel.

Insiste en la infidelidad del pueblo de Israel, sobre todo de sus dirigentes, como toque de

atención para la Iglesia, nuevo Israel, que siempre debe temer falsear el mensaje de Jesús. Presenta

el ser cristiano como un seguimiento del Maestro; detalla el significado de la misión de los cris-

tianos en el mundo y se extiende en las normas de la vida comunitaria. Subraya el papel de

Pedro como piedra fundamental y pastor de la Iglesia en nombre de Jesús y llama a la vigi-

lancia, a vivir con responsabilidad el momento presente.

Es un libro lleno de enseñanzas simples y profundas, que ayuda a vivir intensamente la fe en un

mundo complejo y con frecuencia hostil al evangelio.

La actividad de Jesús la desarrolla en dos escenarios: Galilea y Jerusalén, unidos por el viaje

que traslada a Jesús desde el primero al segundo. Viaje que ha perdido relieve en Mateo, en

comparación con la importancia que tiene en Marcos y, sobre todo, en Lucas.

Su estilo narrativo es sobrio y, en general, sigue un orden más sistemático que cronológico. El

material didáctico es abundante y no aparece disperso, sino formando bloques, como los ya in-

dicados cinco grandes discursos terminados por frases parecidas (cc. 5-7, 10, 13, 18 y 24-25).

Entre los discursos intercala diversos episodios de la actividad de Jesús: entre el primero y el

segundo (cc. 8-9), diez milagros; entre el segundo y el tercero, otros que muestran la oposición o

la incomprensión (cc. 11-12), con bastante doctrina; entre el tercero y el cuarto, la formación de los

discípulos (cc. 14-17), y entre el cuarto y el quinto, la ruptura total con los jefes del pueblo (cc.

19-23). A partir del capítulo 21 describe la actividad de Jesús en Jerusalén.

Este cuerpo del evangelio está precedido por los orígenes de Jesús e incidentes durante su

infancia (cc. 1-2) y por la preparación para su ministerio (cc. 3-4). Culmina con el relato de su

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pasión y muerte y el anuncio de la resurrección (cc. 26-28).

Los discursos no están colocados de forma arbitraria; los temas enlazan con el esquema

cronológico de la vida de Jesús que tiene su origen en Marcos.

Como insiste en el tema del reino de los cielos, podemos dividir también este evangelio en siete

apartados sobre la venida del reino de Dios:

1. Genealogía, nacimiento e infancia de Jesús (cc. 1-2).

2. Promulgación del reino:

Preparación para el ministerio (cc. 3-4).

Discurso programático: Sermón del monte (cc. 5-7).

3. Predicación del reino:

Diez milagros de Jesús, como "señales" que acreditan sus palabras (cc. 8-9).

Discurso apostólico: Misión de los doce (c. 10).

4. El misterio del reino:

Obstáculos por parte de los hombres (cc. 11-12).

Discurso parabólico: Parábolas del reino (c. 13).

5. La Iglesia, primicia y camino del reino:

Comienzos en un grupo de discípulos (cc. 14-17).

Discurso eclesiástico: Comportamiento de la comunidad (c. 18).

6. Próxima venida del reino:

La crisis que prepara su advenimiento definitivo, suscitada por la oposición cada vez

mayor de los dirigentes judíos (cc. 19-23).

Discurso escatológico: Actitud del cristiano ante los acontecimientos finales (cc. 24-25).

7. Advenimiento, en dolor y triunfo, del reino:

Pasión, muerte y resurrección de Jesús (cc. 26-28).

2. Ni racismo ni pureza de sangre

Hace mucho más del millón de años que apareció sobre la tierra el primer grupo de

hombres. Pero nuestra historia cristiana cuenta escasamente con veinte siglos. Tenemos un año

cero, un punto culminante en la historia humana a partir del cual el mundo conoció una nueva

forma de existencia.

El año cero -que no coincide exactamente con nuestra era por error de cálculo de Dionisio "el

Exiguo" en el siglo VI-, Jesús, el hombre pleno y creador de un nuevo estilo de vida, irrumpe en la

historia, emparentado con una larga serie de personajes que lo precedieron. Hombres y

mujeres del pueblo hebreo: los hijos de Abrahán.

Jesús, reconocido como Hijo de Dios por la comunidad cristiana, tiene un origen humano

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estrechamente unido al pueblo de Israel y a los avatares de la historia humana. Su ascen-

dencia empieza con la de un idólatra convertido (Abrahán) y pasa por todas las clases sociales:

patriarcas opulentos, esclavos en Egipto, pastor llegado a rey (David), reyes poderosos, cautivos en

Babilonia, algunas mujeres prostitutas, obrero manual (José). Jesús no es pura abstracción, idea o

doctrina. Se encarnó en la vida real y concreta de los hombres. Por ello, un cristianismo al mar-

gen de la historia de los hombres no parece que pueda ser evangélico.

La genealogía, con la que Mateo abre su relato y Lucas la vida pública de Jesús, puede

suscitar en nosotros -lectores occidentales- una impresión negativa. Nos dan la impresión de

ser unas páginas áridas e inútiles.

La genealogía es género literario reconocido en la Biblia para mostrar la vinculación de los

hombres a la historia de su propio pueblo y es, al mismo tiempo, título que garantiza la trans-

misión legítima de la bendición de Dios. Y así, la finalidad de la presente genealogía es demostrar

la verdadera mesianidad de Jesús, con los recursos propios de una comunidad judeo-cristiana

antigua.

Las genealogías vienen de lejos. Ya los beduinos del desierto se servían de ellas para transmitir

sus complicados lazos de parentesco.

En tiempos de Jesús estaban en boga. La verdadera intención de las genealogías bíblicas es

trazar, mediante nombres áridos y de manera esquemática, una historia continua. El centro es

Jesús en cuanto hijo de David y en el contexto de la polémica con los judíos que negaban su

mesianidad.

Esta genealogía intenta afirmar que Jesús es hijo de David a través de José, que lo adoptó

legalmente. Al mismo tiempo, nos da a entender que Jesús es mucho más: es el Mesías, aunque

no responda a las esperanzas que se habían forjado muchos judíos con el reino de David.

La genealogía de Jesús en Mateo difiere notablemente de la que presenta Lucas. La de Mateo

sigue un orden descendente, de Abrahán a Jesús, mientras que la de Lucas presenta un

orden ascendente: va de Jesús a Adán y a Dios. Lucas presenta de esta forma el universalismo de

la obra del Mesías. Mateo limita la genealogía de Jesús a los antecesores del pueblo elegido -a las

dos series que derivan de Abrahán y de David-, al considerar que Jesús es el Mesías prometido

a Israel.

Mateo construye su genealogía siguiendo un esquema claro: un título, una división de las gene-

raciones en tres bloques de catorce miembros cada uno y una conclusión. Comienza la genealogía

de Jesús con los comienzos de Israel (Abrahán). Lucas se remonta hasta Adán y hasta Dios. De

esta forma queda integrada en el Israel mesiánico toda persona que dé su adhesión a Jesús.

La historia de Israel es la historia de la humanidad.

El hecho de que Abrahán no lleve patronímico y que se niegue a José la paternidad de Jesús,

puede querer indicar un nuevo comienzo. Lo mismo que con Abrahán empieza el Israel étnico,

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con Jesús va a comenzar el Israel universal, que abarcará a la humanidad entera.

"Engendrar", en el lenguaje bíblico, significa transmitir no sólo la propia vida, sino también la

propia manera de ser y de comportarse. El hijo es imagen de su padre. Por eso, la genealogía se in-

terrumpe bruscamente al final: José sólo es padre legal de Jesús. Jesús no está condicionado por

una herencia histórica; su único Padre será Dios; su ser y su actividad reflejarán el ser y la activi-

dad del mismo Dios. El Mesías no es un producto de la historia, sino una novedad en ella.

Resalta, mediante tres agrupaciones de catorce generaciones cada una, los jalones principales

de la historia de la salvación hasta llegar al heredero de las promesas hechas a Abrahán, al Mesías

del linaje de David. Dios se vale de los hombres para llevar adelante sus planes en la historia

humana.

Las figuras principales de Abrahán, David y el destierro comienzan en Mateo cada uno de los

bloques de catorce nombres. El nombre de Abrahán trae a la memoria la elección y la apertura

universal de Dios (Gén 12,1-3); es decir, un proyecto de salvación que no está ligado a la sangre

y que se extiende a todos los hombres. El rey David evoca el esplendor del reino y las esperanzas

mesiánicas a él ligadas (2Sam 7,11-14; Sal 2). Pero la transición entre David y Jesús no es inme-

diata: el destierro marcó el fin de la casa de David como grandeza política. Jesús será un rey sin

corona. La genealogía no hace ninguna concesión a un proyecto mesiánico de tipo político y

triunfalista.

El número catorce es intencional e importante para Mateo, que manipula las fuentes del

Antiguo Testamento en que se inspira con tal de conservar el número catorce en las tres partes

de la genealogía.

El número catorce -doble de siete- indica también perfección y plenitud. Aquí significaría la

providencia especial de Dios sobre la historia, que culmina en Jesús. La división en genera-

ciones establece al mismo tiempo seis septenarios o semanas de generaciones. Con Jesús, el Mesías

esperado, comenzaría la séptima semana, el comienzo de la ultima edad del mundo, la época

final de la humanidad. La octava semana será el mundo futuro.

Aparte de María, la madre de Jesús, la lectura de Mateo menciona a cuatro mujeres.

Sorprende que se mencionen mujeres, y más aun cuando éstas no son ilustres y célebres esposas

de los patriarcas, sino cuatro extranjeras que permanecen en la sombra: Tamar, a quien Judá

rehúsa el derecho a la descendencia, pero ella con insolente astucia consigue su derecho prosti-

tuyéndose (Gén 38); Rahab es una prostituta cananea que prestó gran ayuda al pueblo elegido

(Jos 2,1-11); Rut, mujer piadosa, no tiene ninguna mancha moral, pero era moabita

-bisabuela de David- (Rut 4,12-17), y Betsabé, "la mujer de Urías", heteo, con la que David

cometió adulterio (2Sam 11-12). Quizá Mateo ha querido destacar el universalismo de la nueva

alianza: Jesús viene de la humanidad, no sólo de Israel. También ha podido querer indicarnos

que la salvación se ofrece a todos, justos y pecadores, y que Jesús es solidario de la historia de

los hombres; forma parte de la raza humana tal cual es, mezcla de luces y de sombras, y asume

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en su persona todo el drama humano. Ni racismo ni pureza de sangre: la humanidad como es.

Los planes de Dios terminan siempre cumpliéndose, aunque con frecuencia por caminos des-

concertantes e imprevistos. Lo desacostumbrado y extraordinario es común a todas estas mujeres.

A pesar de su sangre extranjera o de su indignidad, se ha llevado a término el plan de Dios. Su vo-

luntad firme e inflexible de salvar siempre al hombre se abre paso. También esto debe tenerse en

cuenta cuando se oigan contar las inusitadas circunstancias que rodean el nacimiento de Jesús.

Los caminos de Dios son muy distintos de los caminos de los hombres. Jesús es fruto, más que de

los hombres, de una voluntad de Dios, que sabe seguir adelante incluso cuando los hombres preten-

den cerrarle el camino.

Queda por ver el punto principal de la genealogía: a José no se le atribuye la generación.

¿Quién es el padre de Jesús? La respuesta se nos dará más adelante, en el relato del nacimiento (Mt

1,18-25). Por ahora es suficiente con constatar que a la línea de la sangre va unida la línea de la

elección, que es la que cuenta. Jesús no es sólo hijo de David, sino que viene de Dios. La línea hori-

zontal, aunque afirma la profunda solidaridad de Jesús con los hombres, no está en condiciones

de explicar suficientemente el origen de Jesús; se precisa la línea vertical.

Con Jesús algo nuevo se abre paso en nuestra vida. Pero ¿qué es eso nuevo? Siguiendo paso a

paso la lectura del evangelio, la buena noticia, lo iremos descubriendo.

Mateo ha intentado comunicarnos, aunque sea todavía como en ciernes, el misterio de Jesús;

misterio que encierra la sorpresa y, para muchos, el escándalo. Jesús queda inscrito en la historia

judía, pero su origen viene de lo alto. Cumple las esperanzas de los hombres, pero su modo de

hacerlo es sorprendente.

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Último testimonio de Juan Bautista

Después de esto, fue Jesús con sus discípulos a Judea, se quedó allí con ellos y bautizaba.

También Juan estaba bautizando en Enón, cerca de Salín, porque había allí agua abundante; la gente acudía y se bautizaba (a Juan todavía no lo habían metido en la cárcel).

Se originó entonces una discusión entre un judío y los discípulos de Juan acerca de la purificación; ellos fueron a Juan v le dijeron:

-Ove, rabí, el que estaba contigo en la otra orilla del Jordán, de quien tú has dado testimonio, ése está bautizando v todo el mundo acude a él.

Contestó Juan: -Nadie puede tomarse algo para sí si no se lo dan desde el cielo. Vosotros

mismos sois testigos de que yo dije: “Yo no soy el Mesías, sino que me han enviado delante de él" . El que lleva a la esposa es el esposo; en cambio, el amigo del esposo, que asiste v lo oye, se alegra con la voz del esposo. Pues esta alegría mía está colmada; él tiene que crecer y yo tengo que menguar.

El que viene de lo alto está por encima de todos. El que es de la tierra, es de la tierra v habla de la tierra. El que viene del ciclo está por encima de todos. De lo que ha visto y ha oído da testimonio, v nadie acepta su testi-monio. El que acepta su testimonio certifica la veracidad de Dios. El que Dios envió habla las palabras de Dios, porque no da el espíritu con medida. El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano. El que cree en el Hijo posee la vida eterna; el que no crea al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios pesa sobre él.

(Jn 3,22-36)

1. Juan y su evangelio

Juan fue uno de los doce apóstoles; el discípulo más amado de Jesús. Asistió a los principales

acontecimientos de la vida del Maestro con su hermano, Santiago el Mayor, y Pedro. Hijo de

Zebedeo y de Salomé. Pescador de profesión. Escribió el Apocalipsis, tres cartas y el cuarto

evangelio. Este último hacia el año 95, probablemente en Éfeso, en griego y destinado a las igle-

sias de Asia Menor. Murió hacia el año 100 en Éfeso. Se le representa mediante la figura de un

águila.

Hacía casi treinta años que Marcos, Mateo y Lucas habían escrito sus evangelios cuando

Juan terminó de redactar el suyo. No pretendió añadir a éstos palabras o hechos de Jesús, sino

fundamentalmente ahondar en el misterio de su persona. Aunque parece que los conoce, no toma

como base ninguno de estos evangelios. La mayor parte del material que utiliza es inde-

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pendiente de los sinópticos y de las fuentes que ellos usaron.

El cuarto evangelio presenta características propias, tanto en el contenido como en el estilo y en

el aspecto teológico. Son dos tipos diferentes de evangelios: los sinópticos, por una parte; el de Juan,

por otra.

En los tres sinópticos abundan los milagros y las palabras de Jesús. Juan relata sólo siete mi-

lagros o "signos" -número simbólico- y algunos largos discursos, en los que suele repetir las

mismas palabras clave.

Lo que contempló en la persona del Maestro, lo expresa en las realidades más comunes de la

vida humana: pan, luz, agua viva, unidad, amor... Nos explica quién es Jesús tomando como

puntos de referencia las aspiraciones más profundas presentes en cada hombre.

El objetivo fundamental de su evangelio es el de presentarnos a Jesús como el enviado de Dios:

palabra, agua viva, pan, luz, resurrección, camino, verdad y vida del mundo.

Trata de la persona de Jesús, misión, origen y destino, de la actitud de los hombres ante él.

Los detalles adquieren significado sólo en relación con el objetivo principal.

El cuarto evangelio quiere poner en claro el sentido de la vida, de las acciones y de las palabras

de Jesús. Los acontecimientos de la vida de Jesús son "señales", cuyo sentido no apareció desde

un principio: sólo fue comprendido después de su resurrección.

Es una obra compleja: guarda relación con la predicación cristiana más primitiva y es, a la

vez, el resultado de un esfuerzo mantenido bajo la dirección del Espíritu Santo para alcanzar un

conocimiento más profundo del misterio de Cristo.

El evangelio de Juan es teológico. Es decir, no es una biografía de Jesús ni un resumen de su vida,

sino una interpretación de su persona y obra, hecha por una comunidad al profundizar en su

experiencia de fe.

La teología de Juan parte de la realidad humana de Jesús. Un Jesús que fue condenado a muerte

y ejecutado por una institución que lo rechazó por considerarlo peligroso para sus intereses políti-

cos, económicos y religiosos, apoyados en una ley interpretada por la misma institución según sus

conveniencias.

El enfrentamiento con los dirigentes se desarrolla a lo largo de todo el evangelio. En él cada

parte contiene la totalidad. El gran hecho es la muerte de Jesús en la cruz. Sobre ella vuelve conti-

nuamente, explicándola desde diferentes puntos de vista. El lenguaje simbólico, que emplea a lo lar-

go de toda la narración, se concentra en las escenas de la cruz.

Expone con diversas palabras y símbolos el amor incondicional de Dios por el hombre, mani-

festado plenamente en la entrega voluntaria de Jesús a la muerte para comunicar a la huma-

nidad la plenitud de vida que Dios desea para todos los hombres.

Este evangelio se puede estructurar así:

1,1-18: Prólogo.

1,19-51: De Juan a Jesús.

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2,1-21: Comienzo de las señales: Bodas de Caná.

2,13-4,54: Acontecimientos en torno a la primera pascua.

5,1-47: Curación de un paralítico en sábado.

6,1-71: El pan de vida.

7,1-10,21: Fiesta de las tiendas y curación del ciego de nacimiento. Jesús buen pastor.

10,22-11,54: Fiesta de la dedicación y resurrección de Lázaro.

11,55-12,50: Opción ante el Mesías.

13,1-17,26: Última cena.

18,1-19,42: Pasión y muerte de Jesús.

20,1-31: Resurrección de Jesús y apariciones.

21,1-25: Apéndice: Misión de la comunidad, en espera de la vuelta de Jesús.

2. Los bautismos de Juan y de Jesús

Para comprender correctamente una obra, sea del tipo que sea, es imprescindible conocer el

ambiente histórico y las motivaciones que han impulsado al autor a escribir. El mundo que tiene

delante el cuarto evangelio es distinto al que se refleja en los sinópticos.

¿Qué tendencias existen en este evangelio? Señalo ahora dos. Algunos discípulos de Juan

Bautista habían supervalorado a su maestro. Según el libro de los Hechos de los Apóstoles (19,1-

4) subsistían discípulos de Juan, apegados a él, lo que ocasionaba algunos problemas con los

seguidores de Jesús. Lo que Juan niega de sí mismo, lo afirman de él sus discípulos. Y era necesario

dejar clara la dependencia de Juan. De ahí que siempre que el Bautista entra en escena en este

evangelio lo haga como "testigo" de Jesús, inferior a él: Juan no es el Mesías, ni la luz; es sólo su

anunciador. Por otra parte, eran frecuentes las disputas con los judíos en torno a la persona de

Jesús y a sus enseñanzas. Discusiones que son, principalmente, las que surgieron posteriormente

entre el judaísmo y el cristianismo. También estarán presentes en este evangelio estos enfrenta-

mientos.

Los discípulos de Juan y el judío que menciona el texto no consideran el mensaje de su

maestro como anuncio y preparación del Mesías, sino como término en sí mismo. No han

comprendido al Bautista.

No es posible hoy reconstruir de forma convincente las relaciones que existieron entre Jesús y

Juan Bautista. Los datos históricos están tan unidos a las consideraciones teológicas, que es

prácticamente imposible distinguir los unos de las otras. Nos es más fácil imaginar las relaciones

entre los discípulos de ambos; relaciones frecuentemente de competencia y rivalidad, motivadas

por el mayor éxito de Jesús y de sus discípulos. Éxito que había sido preparado por el testimonio de

Juan, en parte al menos. Y esto es lo que le echan en cara al Bautista sus discípulos. Toda la

escena está orientada para que Juan Bautista dé un nuevo testimonio -el último- en favor de

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Jesús.

Para los sinópticos, Jesús comenzó a predicar al ser encarcelado Juan. Aquí no: los dos actúan a

la vez durante algún tiempo. El evangelista quiere resaltar la diversidad entre ambos.

Los presenta distinguiendo geográficamente los lugares donde cada uno actuaba: Jesús bauti-

zaba -más adelante nos dirá que los que bautizaban eran sus discípulos- en Judea, proba-

blemente en el bajo Jordán, cerca de su desembocadura en el mar Muerto; Juan Bautista, algunos

kilómetros al sur de donde el Jordán sale del lago de Tiberíades, fuera de la jurisdicción de Herodes

y del gobernador romano. Bautizaban, por lo tanto, en jurisdicciones políticas distintas. Ambos en

el río Jordán; Juan mucho más al norte que Jesús.

Jesús deja la capital Jerusalén y se desplaza a la provincia. Se presenta por primera vez en

Judea para ejercer su actividad con el pueblo. Su bautismo, como el de Juan, simboliza ruptura

con el pasado y añade la adhesión a la buena nueva que él representa. Despierta la inquietud en

el pueblo y gana adeptos en plena Judea, cerca de Jerusalén. Es un desafío a las autoridades reli-

giosas, que lo han rechazado.

Juan sigue bautizando con agua. La ruptura con la situación religiosa existente está a dispo-

sición de todos: hay "agua abundante".

Jesús y Juan aparecen separados. No colaboran. No hay trasvase de lo antiguo a lo nuevo.

Existen dos bautismos paralelos, y esta situación crea un dilema: ir a Jesús o a Juan. El problema

va a ser resuelto por este último.

Los discípulos que siguen apegados a Juan demuestran que no han entendido su mensaje de

ruptura. Lo mismo el judío del texto. Uno y otros siguen en la mentalidad de la antigua alianza:

no interpretan los bautismos de Juan y de Jesús como símbolos de adhesión a la persona del Me-

sías. Y si no se interpreta a Juan como precursor de Jesús, se le reduce a un personaje más de la

antigua alianza, integrado en el régimen de la ley.

Los discípulos de Juan van a informarlo, alarmados. Consideran a Jesús como un rival desa-

gradecido de su maestro, como un competidor desleal. Lo mismo que los fariseos (Jn 1,25), tam-

poco ellos saben por qué bautiza Juan. Es muy frecuente perder de vista las razones que movieron a

hacer algo y quedarse en ese "algo". La celebración de los sacramentos en nuestra sociedad,

incluida la eucaristía, es un ejemplo de haber perdido las razones que movieron a Jesús.

Mientras Juan anunciaba solamente una esperanza, una ruptura con el pasado, la gente

encuentra en Jesús, además, la persona a seguir. Por eso, "todo el mundo acude a él"; todo el

mundo necesita un guía. Los discípulos de Juan están molestos ante esta realidad.

Juan reafirma su misión de precursor, renuncia al papel de protagonista que quieren imponerle y

se mantiene al lado de Jesús. Lo que sucede con Jesús es designio divino. La razón de su mayor éxito

está en que "le es dado del cielo". Es él quien "tiene que crecer" en estima y aceptación. "Yo ten-

go que menguar", que desaparecer, porque mi misión está para terminar. Y lo aclara con una

comparación, muy presente en el Antiguo Testamento. En una boda el organizador de ella tiene

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gran importancia. Pero su protagonismo queda reducido a casi nada cuando se presenta el novio, el

esposo. Su misión era presentar a la esposa -el pueblo- al esposo -a Jesús-. La afirmación

es muy importante: Jesús es puesto en la misma categoría de Dios, el esposo de Israel.

Si Jesús se lleva la esposa, el pueblo, es porque es el Mesías. Juan es el amigo del esposo, el

encargado de tenerlo todo a punto para la boda. Y afirma la alegría que lo llena. "Se alegra con la

voz del esposo", que toma el puesto de la suya. Es consciente de lo provisional de su misión, de

su destino. Mientras Jesús enviará a sus discípulos a continuar su obra, la misión del Bautista no

tendrá continuadores.

3. Jesús pertenece a una categoría única

"El que viene de lo alto está por encima de todos..." Contrapone a Jesús con todos los enviados

anteriores, que no venían "de lo alto". Venir "de lo alto" es venir del mundo de lo divino. Por eso,

su testimonio sobre las cosas de arriba es necesariamente verdadero: habla "de lo que ha visto y

ha oído"; habla por experiencia personal. Sólo el que viene de arriba ofrece todas las garantías

de la veracidad de su testimonio. Debe ser aceptado plenamente por el hombre mediante la fe,

que es la que decide sobre la vida y la muerte, la que les da sentido pleno.

Ser "de la tierra" no significa no haber tenido encargo divino, sino la provisionalidad y lo

incompleto del encargo, limitado por su horizonte terreno: "habla de la tierra", desde la tierra.

Ninguna palabra que proceda de la tierra, por autorizada que sea, puede compararse con la

palabra de Jesús, que procede del cielo. Nadie puede entrar en competencia con él: "está por

encima de todos". Es importante no confundir sus palabras con nuestras interpretaciones de ellas.

Nosotros, incluido el Papa, siempre hablaremos "desde la tierra", siempre quedará gran parte de

su mensaje oculto a nosotros. Sólo se va desvelando desde la propia experiencia de vida

cristiana. ¡Y qué lejos estaremos siempre de la vida de Jesús!

"Nadie acepta su testimonio". El rechazo de la palabra es general entre los adictos a la

ley. A lo máximo que estamos dispuestos es a aceptar unos ritos e ideas que no pongan en

cuestión nuestros planteamientos y nuestra vida. En tiempos de Jesús, los dirigentes eran difícil-

mente dóciles a sus palabras; casi ninguno se hizo cristiano. ¡Ya eran seguidores de Moisés! Ahora,

¡ya somos cristianos! ¡Qué difícil es que se conviertan al evangelio los de "comunión diaria"!

La única voz acreditada para hablar en nombre de Dios es la de Jesús, por ser la del Hijo. Una

voz que debe ser reinterpretada en cada época histórica.

"Los que aceptan su testimonio" -normalmente los alejados de los dirigentes y de todo el

aparato del templo- "certifican la veracidad de Dios". En Jesús es Dios mismo quien habla;

sus palabras son la Palabra, reflejan el pensamiento y la acción de Dios en plenitud. Esta iden-

tidad entre sus palabras y la Palabra se da porque Dios "no da el espíritu con medida", sino en

plenitud: el Padre y el Hijo son uno (Jn 17,21). Jesús es la única Palabra que el Padre tenía y

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tiene que decir al hombre. Nuestra misión es ir descifrando, ahondando esa Palabra que es

Jesús, viviéndola. Nunca acabaremos esa tarea. ¡Qué pronto hemos llegado a la conclusión de

conocerla! Ésa es la causa principal de nuestra incapacidad de conversión, sin olvidar nuestra

pereza y conformismo.

Las verdaderas exigencias divinas no se reducen a palabras, a ritos o normas, sino que

comunican el Espíritu. Para el que acepta las exigencias de Jesús, el Espíritu no sólo se recibe en el

momento de "nacer de nuevo"; se va comunicando continuamente y sin límite alguno por la práctica

de esas exigencias. Cuanto mayor sea la respuesta del hombre en el amor a los demás, mayor será la

efusión del Espíritu sobre él. Las exigencias antiguas quedaban en meras normas externas. ¿Ahora?

Es la vida experimentada la que lleva al conocimiento de la verdad. El mensaje de Jesús no es un

testimonio meramente externo; es un mensaje que el creyente escucha dentro de sí mismo y en el

mundo que le rodea; es el testimonio del Espíritu. ¿Cómo no creer en él cuando nos está cayendo

encima?

"El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano". Jesús es el Hijo. Pertenece a una

categoría única. Tiene plena disposición sobre todo y lo es todo. De aquí se deduce una conclusión

importante: rechazarlo o aceptarlo tiene unas consecuencias decisivas. Él es "la vida" (Jn 14,6).

Aceptarlo o rechazarlo es lo mismo que aceptar o rechazar vivir. La vida eterna es Jesús; la

vamos adquiriendo en la medida en que nos acercamos a su modo de vivir.

¿Viven los que no le conocen? Sí, según vivan los valores que él representa: de amor, de justicia, de

libertad... Los que decimos que le conocemos estamos viviendo una vida verdadera siempre que

imitemos sus actitudes y compromisos con los pueblos.

Para el que ha conocido a Jesús no hay término medio entre aceptarlo o rechazarlo. Quien no le

acepta personalmente -incluso aunque se llame cristiano- no tendrá ni lejana experiencia de lo

que significa la vida que es Jesús.

La vida verdadera sólo se obtiene siguiendo a Jesús. Los que piensen obtenerla siguiendo

ritos, leyes, mandamientos, normas o costumbres se engañan: "no verán la vida".

4. Los fariseos, al acecho

Los fariseos se enteraron de que Jesús bautizaba y hacía más discípulos que Juan (aunque no bautizaba él personalmente, sino sus discípulos). Cuando Jesús lo supo, abandonó Judea y se volvió a Galilea.

(Jn 4,1-3)

Jesús se entera de que ha llegado a oídos de los fariseos lo que está haciendo: promover un

movimiento de ruptura con las instituciones judías y de seguimiento a su persona. Esto no podía de-

jarlos inactivos. Se ha convertido, incluso más que Juan, en una figura inquietante y tiene que

marcharse. De otra forma, su labor hubiera acabado pronto. Se va a Galilea, la provincia del

norte, fuera de la jurisdicción romana y alejada de las autoridades religiosas de Jerusalén. En

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Galilea puede, de momento, circular libremente. Pronto volverá a Jerusalén para continuar su

labor con el pueblo.

El texto precisa que bautizaban sus discípulos, reflejando la práctica de las comunidades

cristianas. La misión de Jesús puede ejercerse a través de otros, anuncia un porvenir fecundo.

Juan es un final; Jesús, un principio.

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Curación del hijo del funcionario real

Pasados los dos días, salió Jesús de Samaria y se fue a Galilea. Jesús mismo había hecho esta afirmación: - Un profeta no es estimado en su propia patria. Cuando llegó a Galilea, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto

todo lo que había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos habían ido a la fiesta.

Fue Jesús otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había un funcionario real que tenía un hijo enfermo en Cafarnaún. Oyendo

que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a verlo, y le pedía que bajase a curar a su hijo que estaba muriéndose.

Jesús le dijo: -Como no veáis signos y prodigios, no creéis. El funcionarlo insiste: -Señor, baja antes de que se muera mi niño. Jesús le contesta: -Anda, tu hijo está curado. El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino. Iba ya

bajando, cuando sus criados vinieron a su encuentro diciéndole que su hijo estaba curado. Él les preguntó a qué hora había empezado la mejoría. Y le contestaron:

-Hoy a la una lo dejó la fiebre. El padre cayó en la cuenta de que ésa era la hora cuando Jesús le había dicho

"tu hijo está curado ". Y creyó él con toda su familia. Este segundo signo lo hizo Jesús al llegar de Judea a Galilea.

(Jn 4,43-54)

1. El destino del profeta auténtico es el rechazo de los cercanos

"Pasados los dos días..." Juan insiste sobre la estancia de Jesús en Samaria para subrayar

la fe de aquel pueblo en él, en contraste con el rechazo que experimentó por parte de los

dirigentes judíos.

"Un profeta no es estimado en su propia patria". El tema del profeta rechazado por los

suyos se había convertido en proverbio. Es una realidad en todas las épocas y lugares. Lo

descubriremos a poco que abramos los ojos: "¿Qué va a decirnos a nosotros ése'?", decimos

constantemente, sobre todo si "ése" pone en evidencia nuestra fe y nuestro modo de vivir.

Aunque la frase aparece en los cuatro evangelios (Mt 13,57; Mc 6,4; Lc 4,24), existe una diferencia

importante entre los sinópticos y el evangelio de Juan. Mientras para los primeros la "patria"

de Jesús es Nazaret y refieren a ella el rechazo, Juan profundiza más y da a la palabra un

sentido más amplio: Jesús fue enviado al pueblo judío en general, cuyo centro religioso y

nacional era Jerusalén, y son los judíos, representados por los dirigentes, los que no lo

reciben. Además, en Juan, los galileos creyeron en él.

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La acogida favorable que tiene Jesús entre los galileos se basa exclusivamente en la gran

impresión producida por su actuación en Jerusalén, y no por el descubrimiento de su persona

y de su obra. No se trata, por tanto, de una fe auténtica. Creer en la persona de Jesús es

lo que constituye la verdadera fe del cristiano. Tampoco los galileos lo comprenden, pero no lo

persiguen. Hasta ahora, únicamente los samaritanos han recibido de verdad al Mesías.

2. El funcionario sólo entiende el lenguaje del poder

El episodio de la curación del hijo del funcionario real tiene muchas semejanzas con el

relatado por Mateo y Lucas (Mt 8,5-13; Lc 7,1-10), aunque las variantes son importantes. En

todos, lo fundamental es el diálogo entre Jesús y el oficial. Diálogo que pone de manifiesto la fe de

aquel hombre. Una fe inicial, que fue profundizada hasta llegar a la total aceptación del

evangelio.

El funcionario real era un empleado u oficial de Herodes Antipas, un hombre que ejerce

autoridad. Va a ver a Jesús movido por la necesidad. Y le pide una intervención directa: que

vaya en persona y cure a su hijo. Lo espera todo de la intervención de Jesús. Va a verlo

atraído por su fama, adquirida en Judea. Sabe que ha sido capaz hasta de enfrentarse con la

institución judía y expulsar a los vendedores del templo, lo cual lo muestra como un hombre

poderoso.

El funcionario real, que representa de alguna manera al poder político, sabe que nada

puede hacer ante la enfermedad y la muerte. En cambio, Jesús ha demostrado en Jerusalén

que, si quiere, sí puede vencer la enfermedad.

Jesús, con su respuesta, deja al descubierto la mentalidad del funcionario; mentalidad co-

mún en los hombres instalados en el poder, incapaces de entender la fuerza que hay en las cosas

sencillas y cotidianas. Sólo creen en la eficacia y en los grandes acontecimientos que arrastran

a las multitudes. Para ellos, la fe sólo puede tener como fundamento el despliegue de fuerza.

Esta mentalidad está también muy extendida entre el pueblo, manejado por los dirigentes

religiosos.

En el funcionario, Jesús se dirige a aquellos que lo esperan todo de la demostración del

poder: "Como no veáis signos y prodigios, no creéis".

El funcionario sólo entiende el lenguaje del poder; busca que Dios intervenga por medio de

Jesús. Si Dios es omnipotente, podrá hacerlo todo; y en una acción espectacular podrá reme-

diar su problema desde fuera, sin pedirle nada a cambio.

3. Jesús no hará ningún alarde de poder

Jesús no accede a su petición de bajar a su casa, ni al despliegue de poder que cree necesario

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para que su hijo escape de la muerte. Para salvar al hombre, Jesús no hará ningún alarde de

poder; no será el Mesías de los grandes prodigios, sino el Mesías del amor.

El padre pidió una cosa y quería que se hiciese como él decía. Cree que la salvación del

niño depende de la presencia física de Jesús y de la realización de un prodigio. Por ello insiste,

tratando a Jesús con gran respeto -lo llama "Señor"-, reconociendo su superioridad. Con

su insistencia confiesa la impotencia de su poder ante la enfermedad y la muerte. El poder es

impotente para salvar al hombre, no puede dar solución al problema decisivo de la

humanidad.

Espera la solución del poder de Jesús, tan superior y de calidad diferente al suyo. La pri-

mera respuesta de Jesús fue dura: "Como no veáis..." Pero aquel hombre no quería discu-

siones. Insiste: "Señor, baja antes de que se muera mi niño".

Y Jesús no se lo concede. Le pide una gran fe: que se vaya solo, que se fíe de su palabra. Una

palabra incómoda: ofrece la actuación de Dios, pero a cambio de que el hombre se despoje

radicalmente de sí mismo. La prueba es dura para la fe de aquel hombre.

Jesús, muchas veces, comienza rehusando lo que le piden. Esto confirma nuestra experien-

cia: ¡Cuántas veces nuestras oraciones y nuestras obras han sido aparentemente estériles!

Pero siempre acaba escuchando a los que insisten con confianza, aunque el modo como lo

realiza no se ajuste a nuestros deseos.

4. Una dura prueba

Le impuso una dura prueba: "Anda, tu hijo está curado". Nosotros conocemos la

historia; por eso nos parece fácil. Sin embargo, la curación a distancia era muy difícil de creer.

Pero tiene que marcharse. Se había acercado a Jesús, como cada uno de nosotros, teniendo

confianza de lograr lo que pedía, y se tuvo que marchar confiando únicamente en la palabra de

aquel hombre, en el que había puesto su esperanza. Una gran lección para nuestra vida,

para esos momentos en que parece que todo se nubla.

Jesús ha transformado la fe de este hombre. Y le ha exigido todo cuanto era capaz de

dar. Le ha concedido mucho más de lo que le había pedido: llegar al descubrimiento de su

persona, no quedarse en los hechos. Todo factor de muerte, desde la opresión hasta la enfer-

medad y la muerte física, quedan superados por la vida plena que sólo él puede comunicar.

Jesús le pide que se ponga en camino y vea la realidad de lo sucedido. Lo pone a

prueba, para que renuncie a su deseo de señales espectaculares. Si acepta la invitación de

Jesús, verá que su hijo ha salido de su situación de muerte.

El que pedía como poderoso cree ahora como hombre. El que antes se definía por su

cargo -"funcionario real"-, ahora se define por su condición humana -"el hombre creyó en

la palabra de Jesús..."-, presupuesto necesario para toda relación personal.

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El pobre hombre tuvo que desandar su camino, sin saber si estaba cometiendo la peor

equivocación de su vida o, por el contrario, la mejor acción que podía realizar.

El mundo pagano, representado por este funcionario de Cafarnaún, da la gran lección. Un

hombre que no era judío, o que si lo era estaba al servicio de Herodes Antipas, es puesto como

ejemplo de fe: "Creyó en la palabra de Jesús". Es la fe más verdadera que nos presenta el

cuarto evangelio: creer no por los signos o milagros, sino fiados en la palabra de Jesús, aunque

no veamos nada y todo nos parezca absurdo.

Le salen al encuentro sus criados. Su primera pregunta es para saber la hora en que se

curó, saber cómo lo había obtenido y por medio de quién.

Entonces comprendió todo el alcance de las palabras de Jesús. Y llegó a la fe plena; da a

Jesús su adhesión total.

Las acciones de Jesús carecerán de toda ostentación de poder. No será la suya una actividad

que nos ayude desde fuera, sino una comunicación de una fuerza de vida que nos renueve desde

dentro. Su acción no necesita su presencia física; será su mensaje el que comunique vida.

5. Es el "segundo signo"

La curación es calificada por el evangelista como el "segundo signo" realizado por Jesús.

El "signo" apunta siempre a una realidad más profunda. Más allá, y por encima del hecho, nos

remite a una enseñanza que nos quiere inculcar. En este caso concreto quiere decirnos que,

ante una institución que rechaza el plan de Dios, Jesús va a dar vida al hombre directamente,

fuera del marco institucional judío; nos pone de manifiesto el poder que tiene la palabra de

Jesús de comunicar vida.

Dios quiere darnos siempre más de lo que le pedimos. Quiere darnos todo lo que seamos

capaces de recibir. Quiere dársenos él mismo. Por eso, no debemos dictarle lo que queremos,

sino abrirnos plenamente a él.

Un muchacho moribundo ha sido curado a distancia por la palabra de Jesús. La curación

del enfermo, la constatación del hecho, la eficacia vivificadora de la palabra, la convicción en

el poder de Jesús, la aceptación de todo ello desde la fe, constituyen una clara y efectiva presen-

tación de la obra de Dios en su conjunto.

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La curación del paralítico y reacción de los oyentes

Después de esto, se celebraba una fiesta de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Hay en Jerusalén, junto a la puerta de las ovejas, una piscina que llaman en

hebreo Betesda. Ésta tiene cinco soportales, y allí estaban echados muchos enfermos, ciegos, cojos, paralíticos, que aguardaban el movimiento del agua (porque un ángel bajaba de vez en cuando y removía el agua; y el primero que se metía cuando el agua se agitaba quedaba sano de cualquier enfermedad).

Estaba también allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo. Jesús, al verlo echado, y sabiendo que ya llevaba mucho tiempo, le dice.

--¿Quieres quedar sano? El enfermo le contestó: --Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el

agua; para cuando llego yo, otro se me ha adelantado. Jesús le dice: -- Levántate, toma tu camilla y echa a andar. Y al momento el hombre quedó sano, tomó su camilla y echó a andar. Aquel día era sábado, y los judíos dijeron al hombre que había quedado sano: -Hoy es sábado y no se puede llevar la camilla. El les contestó: -El que me ha curado es quien me ha dicho: Toma tu camilla y echa a

andar. Ellos le preguntaron:

-¿Quién es el que te ha dicho que tomes tu camilla y eches a andar?

Pero el que había quedado sano no sabía quién era, porque Jesús, apro-vechando el barullo de aquel sitio, se había alejado.

Más tarde lo encuentra Jesús en el templo y le dice: -Mira, has quedado sano; no peques más, no sea que te ocurra algo peor. Se marchó aquel hombre, y dijo a los judíos que era Jesús quien lo había

sanado. Por eso los judíos acosaban a Jesús, porque hacía tales cosas en sábado. Pero Jesús les replicó: -Mi Padre sigue actuando y yo también actúo. Por eso los judíos tenían ganas de matarlo: porque no sólo violaba el sábado,

sino que también llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios. (Jn 5,1-8)

1. Los milagros tienen un sentido

La religiosidad popular mal orientada se convierte fácilmente en "milagrera", identificada

con lo maravilloso, perdiendo de vista lo más importante: la realidad de cada día, llena de

injusticias y "enfermedades" y necesitada de nuestra colaboración para su transformación.

No podemos negar que en los relatos evangélicos de curaciones de Jesús hay un núcleo histó-

rico. Pero es fundamental ahondar en el significado que tienen. Los "milagros" son "señales" o

"signos" de una realidad más profunda.

Una señal no tiene valor en sí misma. Apunta en una dirección, indica un camino. Si las

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curaciones de Jesús las interpretamos como hechos aislados, originados por la compasión que

le inspiraban los enfermos, no serían señales de nada, se agotarían en sí mismas. En cambio,

si los vemos como signos o señales que nos conducen a la comprensión de su misión, ampliamos

su horizonte.

Juan es muy parco en esta clase de signos: sólo narra siete milagros (bodas de Caná,

curación del hijo del funcionario real, curación del paralítico de la piscina, multiplicación de

los panes, caminar sobre las aguas, curación del ciego de nacimiento y resurrección de

Lázaro). Es fundamental para entender su evangelio ahondar en el sentido que él da a estas

señales.

El que Jesús de Nazaret haya curado a un paralítico hace casi dos mil años, ¿qué valor tie-

ne hoy para nosotros?, ¿de qué nos sirve? Pero, si profundizamos su significado, podemos ver

en este hecho que Jesús, ayudando a caminar por sí mismo a un hombre postrado, es capaz de

sacarnos de nuestra pasividad.

Hemos de hacer de los milagros una lectura en este sentido más amplio y profundo si quere-

mos ser fieles al mensaje evangélico, pues en cada uno de los curados por Jesús nos están dise-

ñando los evangelistas situaciones humanas concretas, válidas en todas las épocas y lugares; nos

están diseñando, tal vez, a nosotros mismos.

No podemos esperar de Dios lo que podemos lograr por nosotros mismos, con nuestro es-

fuerzo. Dios quiere que nos pongamos en pie y caminemos, que nos hagamos responsables de

nuestra vida y de nuestra historia, que crezcamos en libertad, que superemos los miedos y el

infantilismo religioso tan extendido.

En la milagrería fácil de muchas personas y grupos puede esconderse un enorme mate-

rialismo, al reducir la acción de Dios a una prueba palpable, comprobable, de su poder sobre el

hombre y sobre el mundo. Debemos saber que muchas curaciones de enfermedades pueden

producirse -y de hecho se han producido- por efecto de una fuerte impresión psicológica, por

sugestión, por "fe" en su posibilidad o en una persona. Es peligroso fundamentar la fe en accio-

nes "milagrosas" de Dios. ¿Dónde queda esa fe si se comprueba que nuestro cuerpo puede

realizarlas en determinados momentos de exaltación?

2. Entre seis fiestas

A diferencia de los evangelios sinópticos, que hablan de un único viaje a Jerusalén, Juan

presenta a Jesús actuando frecuentemente en esta ciudad. Es normal que, al menos en las

fiestas de peregrinación, subiera a la capital religiosa y nacional de su pueblo. Ya lo había

hecho por primera vez a los doce años (Lc 2,41-50).

Juan estructura toda la actividad de Jesús, hasta su muerte, dentro de un esquema de

seis fiestas. De ellas, la primera (Jn 2,13), la tercera (Jn 6,4) y la última (Jn 11,55; 12,1; 13,1) son

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fiestas de Pascua. La segunda (Jn 5,4) no se especifica. La cuarta (Jn 7,2) es la fiesta de las

Tiendas, y la quinta (Jn 10,22), la fiesta de la Dedicación. Esto, a la vez que nos muestra la

importancia que da Juan al tema pascual, nos sirve para delimitar los tres años de su

actividad pública.

Son fiestas "de los judíos" -de los dirigentes--, del régimen religioso que tiene oprimido

al pueblo. Sólo al final la fiesta se identificará con la Pascua de Jesús (Jn 12,1; 13,1).

3. El templo y la "piscina"

El tema de este capítulo es la sustitución de la ley por la persona de Jesús. Cambio que no

podrá hacerse pacíficamente por la oposición encarnizada de los representantes de la ley.

Jesús sube a Jerusalén por segunda vez en su vida pública. La primera vez había ido al

templo (Jn 2,13-14); ahora va en busca del pueblo marginado.

El texto contrapone el templo y la piscina. El templo explotador, lugar de un culto que debe

desaparecer y de unos dirigentes opresores, es donde se celebra la fiesta. La piscina, lugar de la

mayoría del pueblo explotado, dependiente del templo que le va matando la vida.

La arqueología ha descubierto esta piscina al nordeste de Jerusalén. Y aunque no se han

hallado vestigios de los "cinco soportales", es muy posible que en tiempos de Jesús existiesen;

aunque no podemos descartar que sean símbolo de los cinco libros de la ley o Pentateuco,

usados por los dirigentes para oprimir a la multitud que se agolpaba en ellos.

Cura a un paralítico durante esta "fiesta de los judíos", fiesta dirigida y controlada por el

sanedrín. Una fiesta que la mayoría del pueblo, marginado, veía como si les fuera ajena. La

fiesta no es para el pueblo. Ninguna fiesta es en realidad para el pueblo; muchas se hacen

para adormecerlo todavía más.

Jesús quiere sacar al pueblo de la esclavitud en que se encuentra, para que pueda optar

libremente por la vida que él ofrece, que no es ni parecida a la que le presentan los dirigentes.

Para ello es necesario el cambio de las instituciones y del culto. Quiere liberar al pueblo de la

letra de la ley por el don del Espíritu.

Los "enfermos" son "ciegos, cojos, paralíticos". El pueblo es ciego por haber hecho suyo el

desorden establecido, la opresión que amparan los jefes religiosos, y que le impide conocer el

proyecto de Dios sobre el hombre; es cojo, sin libertad de movimiento ni de acción; es

paralítico, privado de vida. Aunque ahora muchos piensen que no es así por la "culturilla"

que da la televisión, la radio y la prensa, tan ladinamente controladas por el capital y las

ideologías de todo signo.

La multitud tirada en los "soportales" es símbolo del pueblo excluido de la fiesta, de la

vida. Para el pueblo explotado no puede haber celebración ni alegría verdaderas, profundas,

humanas. Todo se hace muy superficial.

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La creencia popular atribuía al agua de la piscina un poder milagroso de curación, en

conexión con cierto movimiento de las aguas. Movimiento que, según la misma creencia

popular, realizaba un ángel. ¿Era una corriente de agua que alimentaba de vez en cuando la

piscina o una fuente intermitente? No lo sabemos y es de poca importancia para la enseñanza

que Juan quiere darnos. Lo que no puede extrañarnos es la existencia de aguas con poder

curativo: también las hay en la actualidad.

Entre los enfermos que esperaban, uno destacaba sobre los demás. Llevaba "treinta y

ocho años" esperando su oportunidad. ¿Qué significan estos años? Aparte de ser muchos años

de espera, cuando Juan nos ofrece datos numéricos de este estilo, hemos de suponer siempre

alguna intención más profunda. ¿Cuál?

La cifra treinta y ocho debemos interpretarla en relación con cuarenta, que equivalía a

la duración de una generación. En este contexto nos está indicando que el paralítico está al

final de su vida, una vida entera vivida en estado de invalidez. Los treinta y ocho años de enfer-

medad significan que el pueblo está a punto de muerte. Y es en este momento cuando se le

acerca Jesús.

El paralítico representa al pueblo que da su fe y su voto incondicional a la ideología

propuesta por los dirigentes, a la doctrina oficial de la ley, y no reconoce el proyecto divino

de vida sobre el hombre. Las señales de la larga enfermedad, de la alienación y opresión en

que vive el pueblo son bien visibles: los votos dados a los partidos burgueses, la masificación a

todos los niveles, la falta de creatividad e iniciativa, las horas interminables ante una televisión

degradante, en la que los programas de más audiencia suelen ser los más lamentables...

Jesús tiene que tomar la iniciativa y provocar en el enfermo el deseo de curación. Tal es la

alienación a que ha llegado. Quizá nuestros pueblos no sean conscientes ni de estar enfermos.

Tienen que meterlo en la piscina, tienen que darle todo hecho. Jesús no colaborará en esa

pasividad. No levanta al paralítico, lo capacita para que se levante él mismo y se ponga en

camino. Lo deja en libertad, lo hace hombre.

De un ser inutilizado hace una persona en camino de liberación. De un pueblo dominado

quiere hacer un pueblo libre, hacedor de su futuro. El hombre, una vez liberado, debe

encontrar su propio camino. Lo mismo que los pueblos.

Jesús actúa sin forzar la libertad: "¿Quieres quedar sano?" No es un líder político que

propaga una ideología. Su propuesta va a lo esencial del hombre, a su vida vivida en el amor y

en la libertad de acción.

La curación es el signo de la liberación de la multitud de marginados, sometidos a la

ley de unos pocos. Porque paralíticos son todos los esclavizados por el poder, la publicidad, los

vicios, la pereza; los hombres incapaces de caminar como personas libres y dignas.

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4. "Era sábado"

La escena adquiere un tono dramático por el día en que se ha realizado: "era sábado".

La observancia del sábado era el eje del sistema social y religioso de los judíos. Violarlo era ir

deliberadamente contra la ley en su conjunto. Estaba prohibido llevar peso ese día. "Los

judíos", los enemigos de Jesús, tienen aquí un buen punto de apoyo para comenzar su

ofensiva: "Hoy es sábado y no se puede llevar la camilla".

El ex paralítico eludió toda responsabilidad, traspasándola al que lo había curado: "El que

me ha curado es quien me ha dicho: Toma tu camilla y echa a andar". Es prueba de una

curación que aún no es completa. ¿De qué sirve que el pueblo sepa que está curado, que

puede caminar, si deja solos en las dificultades a los mejores de sus hombres? Y no podemos

negar que esta postura es la más corriente.

Es lo que buscaban "los judíos". Porque lo importante no era que un pobre hombre lle-

vase una camilla a cuestas el sábado, sino que Jesús hubiese hecho esta curación en sábado. Lo

importante es eliminar a los verdaderos líderes del pueblo -a los que se presentan como tales

sin serlo, es conveniente respaldarlos...-, para que éste siga siendo dócil a todos los desmanes,

víctima de todos los atropellos.

Jesús lo ha curado en sábado, violando el descanso según la interpretación de los diri-

gentes, con lo que provoca su oposición. A éstos, la curación o no del enfermo les tiene sin

cuidado; es más, no creen en su posibilidad.

Los dirigentes ponen la ley, interpretada y manejada por ellos, por encima del bien del

hombre. Jesús, que podía haber curado otro día, quiere enseñarnos que el bien del hombre

está por encima de toda ley, que el bien del hombre es la razón de ser de toda verdadera

religión.

Para Jesús, una doctrina religiosa que prescinde del bien del hombre, de todos los hom-

bres, no puede venir de Dios. Y las obligaciones que impone, tampoco. La fidelidad del

hombre a Dios no está en la observancia de los preceptos, sino en su entrega a los hermanos.

De esta forma niega a la ley y a sus intérpretes todo papel mediador.

Jesús nos muestra su total indiferencia hacia la institución judía, hacia sus leyes y

normas oficiales. Para él, la parálisis del hombre procede de su sumisión al sistema religioso

opresor, a la interpretación de la ley que daban sus dirigentes. El precepto del descanso, que

es una necesidad, se había convertido en un obstáculo para la libertad.

Algo parecido hacemos ahora con la reglamentación sobre los trabajos prohibidos en los

días festivos. Se detalla la prohibición de ciertos trabajos porque los hacían los esclavos. Era

una ley en favor de los marginados, para evitar su explotación. Los "señores" ya se encarga-

ban ellos de no trabajar en toda la semana. Una ley a favor del pueblo sencillo la hemos

convertido en opresión para ellos, al no clarificar ahora el sentido de esa ley. ¿Por qué no puede

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hacer un obrero su casa trabajando los domingos, único día que puede hacerlo -si tiene la

fortuna de tener trabajo-? No puede pagar los alquileres abusivos actuales, no puede hacer su

casa... Entonces, ¿qué es la religión para él? Menos mal que el caso que se hace de esta ley es

mínimo. Pero existe la confusión.

El descanso es cambio de ocupación; no es no hacer nada. Lo único que no deberíamos

hacer ese día es el trabajo que realizamos durante el resto de la semana.

Jesús se coloca al margen del sistema religioso. No acepta la limitación de ninguna ley en su

actividad en favor del hombre. Para él lo único que cuenta es el bien del hombre en cual-

quier circunstancia.

La violación del sábado será la disculpa para atacarlo. Los dirigentes, al abordar al

hombre curado, no le preguntan por los motivos que pueda tener para llevar la camilla. Y

no reaccionan ante la noticia de la curación. Sólo les importa la observancia externa de la

ley.

No nos importa el porqué de la gente para apartarse de las prácticas religiosas y de la

fe. Deben practicar sin más y obedecer a los dirigentes. Ya les dejamos que hagan las comedias

de sus primeras comuniones, lleven a sus difuntos a la iglesia antes de enterrarlos, que bauticen

a sus hijos..., sin importarnos la fe que pueda haber en todo ello. El caso es ser protago-

nistas, seguir con la rutina, que las masas sigan a nuestro lado aunque sea adormiladas.

Llevar la camilla siendo día de descanso era ir contra la ley. Quieren quitarle la libertad

que le ha dado Jesús. La ley -toda ley- estaba -y está- al servicio de los que mandan. El

hombre hace lo que le ha dicho el que le ha curado. Los jefes judíos se asustan: alguien

socaba su poder eximiendo de su ley.

No buscan soluciones a la desesperada situación del pueblo. Añaden encima otra esclavi-

tud: la de los preceptos. El pueblo no puede comer carne; está muy cara. Los dirigentes, sí;

todos los días. Por eso, les conviene variar y comer otras cosas exquisitas los viernes. ¿Es para

eso la ley de la abstinencia? ¡Cuántos ejemplos se podrían poner!

La suerte del pueblo les es indiferente, miran el mundo del trabajo con muchas preven-

ciones. Lo mismo a los partidos políticos de los obreros. Sólo actúan cuando están en peligro

sus privilegios. La legalidad es la tapadera de su opresión.

En la expulsión de los mercaderes del templo (Jn 2,14-17) aparece la institución religio-

sa como una explotadora económica del pueblo. Aquí la "fiesta de los judíos" resulta una

farsa. Hay una fiesta oficial, mientras existen multitudes abandonadas en su miseria.

Se hacen fiestas y se gasta mucho dinero en ellas y en otras muchas cosas superfluas,

cuando no perniciosas (por ejemplo, los armamentos de todo tipo), a pesar del paro obrero y de

tanta gente angustiada por no tener ni para comer.

La curación del paralítico debería haber sido motivo de alegría, en consonancia con la fiesta.

Los dirigentes la amargan invocando la obligación. Es que la curación no venía de ellos y la

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envidia corroe. No toleran la libertad del hombre que se opone a ellos. Y el hecho de que haya

quien libere los alarma. Ése es para ellos enemigo de Dios. Ahora, como entonces, deberíamos

ponernos de acuerdo sobre qué Dios defendemos.

Poner al hombre por encima de la obligación del descanso sabático era ponerlo por

encima de toda norma que se oponga a su libertad de acción, a su bien. Ven claro que el

hombre, de esa forma, queda totalmente libre de su dominio.

Dios no puede estar en un templo ni en unos dirigentes que se han convertido en mercado y

opresión. Mantenernos dentro de ese templo significa aceptar ser explotado y renunciar a la

libertad. Las comunidades cristianas queremos una Iglesia que tenga como única meta trans-

mitir al hombre de hoy el mensaje de liberación de Jesús de Nazaret. El templo y su culto

alienante deben desaparecer: son incompatibles con Jesús.

5. La curación aún no es completa

Jesús se encuentra posteriormente "en el templo" con el ex paralítico. Otra prueba de

no estar totalmente curado: ha vuelto al lugar de la opresión. Y le da un aviso: "No peques más,

no sea que te ocurra algo peor". ¿Creía Jesús, como era opinión generalizada, que la enferme-

dad era fruto del pecado del mismo que la padecía o de sus padres? Sabemos que no (Jn 9,2-

3). ¿Qué quieren decir, entonces, sus palabras? Probablemente hacen referencia al juicio de

Dios, que está más allá de la historia humana y que puede, a causa del pecado, conducir a

lo peor, a la condenación. Estas palabras nos indican que su enfermedad, y lo mismo la enfer-

medad del pueblo -de entonces y de siempre-, estaba causada por su pecado, del que de

alguna forma era culpable. Porque pecado es aceptar voluntariamente el dominio de los diri-

gentes, de la injusticia, de la opresión... Pecado es el individualismo, el miedo, la pasividad,

la cobardía... El pecado, cualquier pecado, es esencialmente un no querer caminar, es un

faltar a la cita con la propia vida, es no llegar al propio destino. Es permanecer bloqueado,

atrapado. El pecado de este hombre era "el pecado del mundo" (Jn 1,29), es decir, la

renuncia voluntaria a la vida. Para los dirigentes, pecado es ir contra la ley; para Jesús,

pecado es ir contra la vida.

Jesús fue acusado por quebrantar el sábado. Y responde a la acusación llamando a Dios

"mi Padre", haciéndose "igual a Dios". Lo mismo que el Padre está siempre activo, sosteniendo

el universo, él no puede dejar de actuar en favor del hombre. Afirma que Dios está con él y,

por tanto, en contra de los dirigentes que se le oponen.

Dios no conoce sábado, no cesa de trabajar en favor del hombre. Mientras el hombre esté

oprimido y privado de libertad, es decir, mientras no tengamos plenitud de vida, seguirá comu-

nicándonos vida, libertad, amor, justicia, paz...

Jesús actúa como el Padre, no reconoce leyes que limiten su actividad en favor del

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hombre. Al llamar a Dios su Padre, afirma su relación única con él.

La voluntad de Dios está plenamente manifestada en la persona de Jesús, que sustituye a

todos los códigos de moralidad y de conducta. Sustituye a la ley.

Estar con Jesús, con su opción de vida -sabiéndolo o sin saberlo-, es estar con Dios.

Estar contra Jesús, contra su opción por el pueblo, es estar contra Dios. No con palabras, sino

con el compromiso de la propia vida.

La persona de Jesús provoca la separación entre los que están a favor o en contra del

hombre. La realización o destrucción del hombre de todas las épocas y lugares depende de su

conducta con los demás.

Jesús sacará, a los que respondan a su voz, de la alienación a que hemos sido reducidos.

Acreditará la autenticidad de su misión con las obras de su vida. Misión que consistirá en

proseguir la obra del Padre. La vida de los dirigentes judíos es otra cosa.

Jesús nos invita a todos, en la persona del ex paralítico, a hacer de nuestra vida un servicio a

los que nos rodean.

6. Cuando hay mucho que defender el diálogo se hace imposible

Jesús actúa sin violencia, pero su actividad y su actitud minan la institución judía. Es por lo

que se irritan y le responden con la represión. Cuando hay mucho que defender el diálogo se

hace imposible.

La situación del pueblo explica la oposición de Jesús al sistema religioso-político, expresada

principalmente en la expulsión de los mercaderes del templo. También explica la violenta reac-

ción de los dirigentes, que quieren matarlo. Querer liberar al pueblo de la opresión y de la

miseria significa que a los dirigentes les toque menos: repartir lo mismo entre más personas

equivale a que le toque menos a cada una. Y esto en todos los campos: económico, político y

religioso. Sólo hay una excepción: en el campo del amor, cuanto a más personas se ame se ama

más a cada una, al aumentar en esa proporción la capacidad de amar.

Ésta es la verdadera razón de la oposición de los mangoneadores de los pueblos a que

éstos se desarrollen de verdad. Han inventado los partidos políticos de derechas para impe-

dirlo. ¡Lástima que los partidos de izquierda sigan el mismo camino cuando llegan al poder!

Los jefes religiosos nos quieren hacer creer que su autoridad viene de Dios; y los magnates

económicos nos han salido con el invento de que la propiedad privada es de derecho divino. Y

siempre fue muy peligroso oponerse a unos y a otros. ¡Cuántas autoridades y propiedades a

pesar de Dios!

El plan de actuación de Jesús les resulta intolerable y traman matarlo. Jesús es la ruina de

su tinglado. Entran en conflicto dos intereses: el bien del hombre, del pueblo, y el prestigio

y los privilegios de la institución.

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También ahora empleamos cantidad de normas y costumbres para defendernos del

evangelio de Jesús. Los dirigentes no dudaron entonces, ni dudan ahora. Si Jesús, o los que

traten de seguir de cerca su camino, se ponen de parte del pueblo con algo más que con palabras

vacías de contenido, deben ser eliminados. Naturalmente, las razones que se darán serán otras.

Los que piensan así son los representantes legítimos de Dios, los que se opusieron a Jesús

en el templo porque denunciaba su culto explotador. Bajo capa de religión, defendían y

defienden sus propios intereses.

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Discurso sobre la misión del Hijo

Jesús tomó la palabra y les dijo:

-Os lo aseguro: el Hijo no puede hacer por su cuenta nada que no vea hacer al Padre. Lo que hace éste, eso mismo hace también el Hijo, pues el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que él hace, y le mostrará obras mayores que ésta para vuestro asombro.

Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere.

Porque el Padre no juzga a nadie, sino que ha confiado al Hijo el juicio de todos, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que lo envió.

Os lo aseguro: quien escucha mi palabra y cree al que me envió, posee la vida eterna y no será condenado, porque ha pasado ya de la muerte a la vida.

Os aseguro que llega la hora, y ya está aquí, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que hayan oído vivirán.

Porque igual que el Padre dispone de la vida, así ha dado también al Hijo el disponer de la vida. Y le ha dado potestad de juzgar, porque es el Hijo del hombre.

No os sorprenda que venga la hora en que los que están en el sepulcro oirán su voz: los que hayan hecho el bien saldrán a una resurrección de vida; los que hayan hecho el mal, a una resurrección de condena.

Yo no puedo hacer nada por mí mismo; según le oigo, juzgo, y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió.

Si yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio no es válido. Hay otro que da testimonio de mí y sé que es válido el testimonio que da de mí.

Vosotros enviasteis mensajeros a Juan y él ha dado testimonio de la verdad. No es que yo dependa del testimonio de un hombre; si digo esto es para que vosotros os salvéis. Juan era la lámpara que ardía y brillaba, y vosotros quisisteis gozar un instante de su luz.

Pero el testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: las obras que el Padre me ha concedido realizar; esas obras que hago dan testimonio de mí: que el Padre me ha enviado.

Y el Padre que me envió, él mismo ha dado testimonio de mí. Nunca habéis escuchado su voz, ni visto su semblante, y su palabra no habita en vosotros, porque al que él envió no lo creéis.

Estudiáis las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna: pues ellas están dando testimonio de mi, ¡y no queréis venir a mí para tener vida! No recibo gloria de los hombres; además, os conozco y sé que el amor de Dios no está en vosotros.

Yo he venido en nombre de mi Padre y no me recibisteis; si otro viene en nombre propio, a ése si lo recibiréis.

¿Cómo podréis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros y no buscáis la gloria que viene del único Dios? No penséis que yo os voy a acusar ante el Padre, hay uno que os acusa: Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza. Si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él. Pero si no dais fe a sus escritos, ¿cómo daréis fe a mis palabras?

(Jn 5,19-47)

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1. Las obras de Jesús se identifican con las de Dios

Este discurso ya no se refiere a si el ex paralítico puede o no llevar la camilla en sábado. Trata

de ahondar en la misión del Hijo, oponiéndola a la interpretación que de la ley mosaica daban

los dirigentes judíos; interpretación puramente externa que a nada o casi nada compro-metía.

El tema del discurso está resumido en los dos primeros versículos. Nos dicen que el Hijo no

desarrolla su actividad independientemente del Padre, sino que sus acciones reflejan las acciones de

Dios, a quien hace visible entre los hombres (Jn 1,18). Esto no significa una limitación en el Hijo,

porque entre ambos existen relaciones plenas de amor, por las que el Padre ha dado al Hijo

todo cuanto es y tiene.

Jesús es uno con el Padre (Jn 17,22). No admite ninguna norma exterior que limite su acti-vidad

y su libertad, incluida la ley mosaica, representada principalmente por el precepto del descanso

sabático. ¿Ahora el precepto de la misa dominical?

El Padre ama al Hijo y no tiene secretos para él. El Hijo responde a ese amor con su

obediencia, hasta el punto de hacer de ella su alimento (Jn 4,34).

La actividad de Dios respecto del hombre es darle vida, suprimir toda clase de muertes. Signo

de ese deseo de Dios ha sido la curación de un paralítico, al que ha dado salud y libertad de

acción.

2. El futuro del hombre depende de su conducta con los demás

"El Padre no juzga a nadie". Es el mismo hombre el que se da la sentencia, aceptando o

rechazando a Jesús, con sus obras concretas. Aceptar vivir como Jesús es "honrar al Hijo" y "al

Padre". Rechazar su modo de vivir es rechazar "al Padre que lo envió". Jesús es la presencia

visible de Dios en la tierra (Jn 14,9): no hay más Dios que el manifestado en Jesús. Toda la ley

queda sustituida por la persona del Hijo. Es la vida, las obras en favor de los hombres o en

contra de ellos, la que califica o descalifica; nunca las palabras solas (Mt 7,21).

Lo que decide el futuro del hombre es la actitud ante los demás. La opción la provoca Jesús con

su vida en favor del hombre hasta la muerte (Jn 15,13-14; Flp 2,8), hasta llegar a identi-ficarse con

el hombre, de forma que lo que hagamos a los demás se lo hacemos a él (Mt 25,31-46). El hombre

sustituye a la ley.

Estamos cerca de Dios en la medida en que estamos cerca de los demás. Amamos a Dios en la

medida en que amamos a los demás y lo demostramos con la vida. Creemos y esperamos en Dios en

la medida en que creemos y esperamos en el prójimo.

No existe actitud ante Dios que no dependa de la actitud frente al hombre. La actitud que

adoptemos ante el hombre sustituye todas las leyes. Cada hombre, con su conducta hacia los

demás, realiza o hace fracasar el proyecto de vida del Padre sobre él. Una vida que no queda

limitada por la muerte física.

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La salvación no es sólo para después de la muerte, sino algo que vamos teniendo ya aquí según

nuestra vida se vaya identificando con la vida de Jesús. De la muerte, de todas las muer-tes, sólo

nos vamos liberando en la medida en que vamos optando por el modo de vida de Jesús, en que

vamos haciendo nuestro su amor, en que vamos siendo para los demás.

El que se opone a este modo de vivir, que es la vida, no puede recibirla. Se excluye personal-

mente. De la tiniebla-muerte sólo se sale optando en favor de la vida que ofrece Jesús.

Aceptar el mensaje del Padre, que es el de Jesús, produce en el hombre, ya ahora, una vida de

tal calidad, que es definitiva y no puede cesar nunca. Para el que la posee, el juicio es

superfluo porque "ha pasado ya de la muerte a la vida". Se ha colocado a otro nivel. La

muerte ha perdido su eficacia destructora por la presencia de la vida, por la palabra vivifi-

cadora de Jesús.

"Los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que hayan oído vivirán". No se refiere a

los físicamente muertos, sino a los muertos en vida: los que viven para sí mismos. Los que escuchen

su palabra y la pongan en práctica vivirán.

Los ya biológicamente muertos serán juzgados por la misma norma: "los que hayan hecho el

bien saldrán a una resurrección de vida; los que hayan hecho el mal, a una resurrección de

condena".

"No busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió". La raíz de todas las injusticias es la

búsqueda del propio interés, de los propios privilegios. Es el problema de los dirigentes de los

judíos, y es el problema de todos los hombres que no han optado radicalmente en su vida por los

demás, principalmente por los más marginados y explotados.

3. Testimonios en favor de Jesús

El testimonio que una persona da en su favor es normalmente interesado. Es muy difícil ser juez

imparcial en la propia causa. Por eso, no es válido en un proceso. La validez del testimonio dado por

Jesús sobre sí mismo debe ser garantizado por otra serie de testimonios.

El testimonio que da Jesús de sí mismo es válido, porque el Padre lo confirma. El Padre y él son

uno (Jn 10,30). No se puede hacer separación entre ambos. De lo que se sigue que en un único

testimonio confluyen la voz unánime de dos personas. Y eso era lo requerido por la ley judía para

admitir su validez.

Jesús señala a continuación otros testimonios en su favor.

Y en primer lugar, aduce el de Juan Bautista (Jn 1,7-8.15.19. 32.34). Todo lo que Juan negaba ser

él, lo afirmaba de Jesús. De sus palabras podía deducirse fácilmente que Jesús era el Mesías, el

enviado de Dios. La diferencia entre Jesús y Juan es la misma que existe entre la luz como tal y

una lámpara. A pesar de ello, los judíos prefirieron lo secundario, la lámpara, a lo primario, la luz,

prefirieron al testigo antes que al testimoniado por él, que era Jesús.

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Mayor testimonio que el de Juan Bautista son las obras de Jesús, a través de las cuales el Padre

da testimonio a su favor (Jn 14,11). El creyente que profundiza en el Padre, sin defensas ni

intereses particulares, irá descubriendo en Jesús la plena realización de la voluntad de Dios.

Sólo puede decir que cree en Dios el que cree en las obras de Jesús, aunque éstas le lleven por

caminos imprevisibles, incluso al desmantelamiento de todas sus seguridades. Sólo quien defien-da

la falsa idea de un Dios más preocupado de la observancia de la ley que del bien del hombre

puede rechazar las obras de Jesús.

El plan de Dios sobre el hombre es que tenga vida abundante (Jn 10,10), es liberarlo de toda clase

de muertes -la ambición, el individualismo, el odio...-, incluida la muerte física. Jesús da vida

comunicando su Espíritu de amor, de justicia, de paz, de libertad; porque el que practica la justi-cia,

la verdad, la libertad, el amor, es el que vive una verdadera vida.

La actividad de Jesús de dar vida es común con la del Padre; es la única expresión plena de su

voluntad: las obras que están de acuerdo con las obras de Jesús, están de acuerdo con Dios y son

buenas; lo que se oponga a Jesús está contra Dios y es considerado malo. Estar de acuerdo o no con

lo que Dios quiere se mide por estarlo con Jesús, no con palabras sólo, sino con las obras de una vida

entregada al servicio de los hermanos, en especial de los más oprimidos.

Desde Jesús, la ley -todas las leyes- ha quedado abolida en todos sus aspectos. No hay más ley que

la manifestada en su persona: amar hasta la entrega de la propia vida. Lo mismo podemos decir

de todos los preceptos de la Iglesia.

Vivir se identifica con imitar a Jesús. Vida que no se manifiesta en "no hagas", sino en obras que

construyan a la persona humana según el proyecto de Dios al crearla.

Todo el que comunique a los demás amor, libertad, verdad, justicia, paz, está con el Padre. Todo

el que se oponga está contra el Padre. El amor al hombre, demostrado en obras, estará siempre

apoyado por Dios. La vida de Jesús, por su amor sin límites a los hombres, es una cons-tante

manifestación de la presencia del Padre en él. Sólo puede negar esto la mala fe. Los diri-gentes de

Israel ignoran la verdadera característica de Dios: la de su amor al hombre, experi-mentable en Jesús.

Por esa razón sus instituciones son tan opresoras: nunca han escuchado el mensaje de amor que Dios

proponía. La causa principal de su incredulidad tenemos que buscarla en el círculo de intereses que se

han creado y que los cierra al amor de Dios y a las palabras de Jesús. Uno y otros defienden a un

Dios distinto, en gran parte opuestos: el Dios de Jesús, el Padre, que ama al hombre y quiere

que viva en plenitud; el de los dirigentes, que antepone una serie de normas y leyes, prescindiendo

del bien concreto del hombre, como vimos en el pasa-je del paralítico. Quien se cierra al bien

concreto del hombre no puede reconocer al Dios de Jesús.

Existe, además, un testimonio dado directamente por el Padre. Entramos en un terreno

mucho más oscuro. ¿Cómo puede ser entendido y valorado este testimonio dado por el Padre? Se

trata de un testimonio imperceptible a un observador neutral, asequible únicamente por la fe. Sin fe

en Jesús, este testimonio es imperceptible.

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El último testimonio lo ofrece la Escritura, el Antiguo Testamento, cuyo último represen-tante

fue el Bautista. Para los judíos era un deber grave estudiar las Escrituras. Resulta que éstas hablan

de Jesús, y lo rechazan. Los dirigentes la leen mal; su clave de interpretación está equivocada.

No captan en ella el rasgo fundamental de Dios: su interés y su amor por los hombres, especialmen-

te por los débiles; su solicitud por su pueblo. Muchos textos del Antiguo Testamento nos

muestran a Dios en favor del indefenso, del desgraciado; principalmente los libros proféticos.

Quien hubiera penetrado en esta característica de Dios, interpretando fielmen-te los textos, tendría

que concluir que la obra de Jesús en favor de los débiles era la de Dios. La vida, las obras de

Jesús, son la prueba de que Dios está con él, al conectar con las páginas de las Escrituras en que

está revelado. No parece que hayamos aprendido la lección...

4. Jesús no busca puestos ni honores

De la defensa pasa Jesús al ataque. Jesús y sus oponentes tienen puntos de vista completa-mente

distintos. Las aspiraciones de los judíos son puramente mundanas; su mundo es antropo-céntrico;

su preocupación, la buena fama, la estima, el honor y la gloria. Las aspiraciones de Jesús son el

bien de los hombres, cuya meta está en el Padre; su mundo es teocéntrico; por eso los judíos no lo

recibieron.

Jesús "no recibe gloria de los hombres". Esa gloria que nos damos unos a otros para hacer-nos

importantes, gloria situada al nivel de las aspiraciones mundanas de los hombres. Jesús no la

quiere y ellos no pueden entenderlo, como tampoco lo entendemos nosotros: están -estamos-

situados en dos niveles distintos.

Los intereses personales, las conveniencias, el escalafón... nos impiden entender el proyecto de

Dios sobre nosotros y sobre los demás. No hay peor sordo que el que no quiere oír porque no le

interesa.

Aquellos dirigentes judíos habían deformado la ley por utilizarla para sus propios fines, para sus

intereses personales. Hoy sigue pasando lo mismo. Y así, se sigue deformando la imagen de Dios,

hasta el punto de hacernos creer que estar con él es estar en contra del bien del hombre, y viceversa,

como si Dios fuera antagonista del hombre. Dios no puede ser indiferente a los desma-nes cometi-

dos contra la inmensa mayoría de los hombres y de los pueblos, muchas veces hasta en nombre

suyo. Para Jesús la norma suprema de todo es el bien del hombre y su plenitud.

Jesús no busca prestigio personal. Desea solidarizarse con los oprimidos, amándoles hasta dar

la vida por ellos. Por eso le acusaron de soliviantar al pueblo (Lc 23,5), de político: por eso

murió en la cruz.

Los jefes de los judíos carecen de ese amor. Se dedican a buscar honores humanos, puestos

brillantes, condecoraciones, bienes personales. Y esto les hace apartarse de los oprimidos.

Solamente se puede ser testigo de Jesús trabajando en favor del pueblo, siendo pueblo, sin buscar

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ventajas personales o institucionales a base de diplomacias.

Para los dirigentes de los judíos el pueblo no contaba; daban sólo para recibir, apoyaban sólo

para ser apoyados. No conocían el don de sí mismos, desinteresado y fiel. Cerrados en su círculo

privilegiado, buscaban mantener su posición y prestigio. Y así les era imposible creer. Utilizan la ley

como arma. No entienden su espíritu. Sin tener idea de Dios, se llaman sus representantes.

Los cristianos, si queremos seguir a Jesús, no podemos buscar honores humanos, sino

únicamente la liberación de los hombres y de los pueblos oprimidos. Nuestra única misión tiene

que ser transmitir la vida y el amor a los hombres, en un clima de plena libertad.

Finalmente, Jesús no necesita convertirse en acusador de los judíos. Moisés cumplirá ese

oficio, porque también él dio testimonio del Mesías. Hasta Moisés, de quien se profesan discípulos,

les acusa, con la misma ley que ellos dicen defender.

Esta controversia nos debería hacer reflexionar seriamente a los cristianos, especialmente a los

más altos dirigentes.

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Resumen de la actividad de Jesús junto al lago

Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del lago, y lo siguió una muchedumbre de Galilea.

Al enterarse de las cosas que hacía, acudía mucha gente de Judea, de Jerusalén y de Idumea, de la Transjordania, de las cercanías de Tiro y Sidón.

Encargó a sus discípulos que le tuviesen preparada una lancha, no lo fuera a estrujar el gentío.

Como había curado a muchos, todos los que sufrían de algo se le echaban encima para tocarlo.

Cuando lo veían, hasta los espíritus inmundos se postraban ante él, gritando: -Tú eres el Hijo de Dios. Pero él les prohibía severamente que lo diesen a conocer.

(Mc 3,7-12)

Pero Jesús se enteró, se marchó de allí, y muchos lo siguieron. Él los curó a todos, mandándoles que no lo descubrieran.

Así se cumplió lo que dijo el profeta Isaías: "Mirad a mi siervo, mi elegido, mi amado, mi predilecto. Sobre él he puesto mi espíritu para que anuncie el derecho a las naciones. No porfiará, no gritará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará, hasta implantar el derecho; en su nombre esperarán las naciones ".

(Mt 12,15-21)

1. Marcos y su evangelio

La tradición sostiene que el autor del más breve y antiguo de los evangelios es Juan Mar-

cos, primo de Bernabé, natural de Jerusalén, donde vivía con su madre. Probablemente de

buena posición económica; en su casa se celebraban reuniones de la comunidad cristiana

primitiva. Consta que su familia era conocida de Pedro. Joven inconstante, acompañó a Pablo

en su primer viaje, desertando en Panfilia. Por ello, el Apóstol no lo admitió en el segundo, siendo

la causa de la separación de Pablo y Bernabé, que protegía a su primo. Años más tarde es oyente

de Pedro en Roma y es uno de los pocos que acompaña a Pablo en la triste hora de la prisión

romana. Padeció el martirio en el año 68 y se le representa por un león.

Para algunos el autor del segundo evangelio fue un cristiano desconocido, que lo escribió en

Palestina entre los años 50-60. En todo caso, es uno de los escritos más antiguos del Nuevo Testa-

mento.

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Fue escrito en griego y destinado a las comunidades cristianas de origen pagano, en especial a

las de Roma y regiones vecinas; de ahí sus explicaciones acerca de las costumbres judías, descono-

cidas de esas comunidades.

El lugar de su composición fue posiblemente Roma, pero no deja de ser probable Antioquía. Si

hubiera sido escrito hacia los años 65-67, como solía proponerse, poco antes de la destrucción de

Jerusalén, la composición romana sería altamente probable. Si se admitiera la fecha propuesta

recientemente -hacia el año 50-, sería mucho más verosímil su origen antioqueno o palestino.

El estilo de este evangelio es concreto, directo, vivo y, con frecuencia, crudo. Los paisajes

de Palestina, las personas y las cosas cobran vida en este libro, en el que al autor le interesa poco

la finura de estilo.

Es el evangelio que más insiste en la humanidad de Jesús. A la vez, su objetivo principal es pre-

sentarlo como Mesías e Hijo de Dios. Un Mesías crucificado. Subraya enérgicamente su fracaso apa-

rente ante los hombres. Jesús es el "Hijo de Dios"; lo afirma la primera línea del evangelio, y lo

proclama en la última página el oficial romano que le vio morir. Pero ¿qué significa? Todo el

evangelio de Marcos quiere contestar con hechos a esta pregunta.

Cuando los apóstoles comenzaron la labor de transmitir el mensaje de Jesús, usaron sólo la

palabra, proclamando lo que habían visto y oído de él. Ninguno de ellos pensó en redactar una

vida de Jesús. Quizá no sabían ni escribir. Sin embargo, en algunos lugares se fueron poniendo por

escrito discursos, parábolas y hechos del Maestro. Marcos redactó su evangelio a partir de esos

documentos, añadiendo muchos detalles que supo por Pedro y por otros testigos oculares.

Este evangelio nos muestra, sobre todo, a Jesús actuando. No habla de su infancia ni de su vida

en Nazaret; tampoco nos transmite las enseñanzas y discursos suyos, como hacen los otros evan-

gelistas. Nos transmite pocas de sus palabras. Prefiere abundar en los relatos de los hechos y mila-

gros, que esconden siempre un oscuro y profundo significado. Sería un grave error leer este libro

como si fuera sencillo y fácil -lo mismo los demás evangelios-. Hemos de preguntarnos en cada

página qué nos quiere decir Marcos, procurando ahondar en el sentido interior de la narración,

aparentemente muy simple.

Para Marcos, Jesús es un personaje paradójico: es incomprendido y rechazado por los hom-

bres -que al principio lo reciben favorablemente, enfriándose pronto su entusiasmo-, siendo

el enviado de Dios; fracasa humanamente, pero alcanza el triunfo divino. Conocedor de las aspi-

raciones mesiánico-políticas de sus contemporáneos, el autor insiste en el carácter único del

mesianismo de Jesús, siervo sufriente de Dios. Para evitar falsas interpretaciones y entusiasmos

ilusorios, rodea de silencio sus milagros y su persona; al título de "Mesías", demasiado cargado de

gloria humana, prefiere el más humilde de "Hijo del hombre". Es lo que se llama "secreto

mesiánico".

El evangelio de Marcos es el menos sistemático. Su plan es convencional. Lo desarrolla sobre

cuatro grandes temas, representados por cuatro lugares simbólicos:

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1. El evangelio comienza con la conversión. El símbolo es el desierto, donde predica Juan y es

bautizado y tentado Jesús (Mc 1,1-13). El desierto no es un lugar geográfico; simboliza un tiempo

en el que los hombres nos disponemos para el encuentro con Jesús. Es tiempo de conversión o

cambio de vida, tiempo de oración y de prueba.

2. El reino se va haciendo presente en la Iglesia. El símbolo es Galilea, cuna de la Iglesia,

comunidad y familia de Jesús. Allí anuncia Jesús el reino y realiza la salvación, exigiendo la fe y

una vida comprometida. El reino no se inaugura con un golpe de fuerza, sino que será el

resultado de un crecimiento, y se extiende a todos los pueblos sin distinción de razas o credos. Su

mesianismo, pobre y espiritual, causa decepción en las gentes; la oposición no descansa y se

produce un choque frontal sobre la validez de la ley; entonces Jesús se aleja de Galilea para

consagrarse a la formación del pequeño grupo de discípulos fieles. Se va con los doce al norte, a la

región de Tiro. A su vuelta encuentra la misma oposición, y vuelve a marcharse, esta vez a la

región de Cesarea de Filipo, donde propone por primera vez a los discípulos la cuestión decisiva:

Pedro, en nombre de todos, declara haber reconocido en él al Mesías esperado. Es éste un

momento decisivo, a partir del cual todo se orienta hacia Jerusalén (Mc 1,14-8,30).

3. El camino del cristiano: seguir a Jesús. El camino hacia Jerusalén es símbolo del

seguimiento de Jesús a través de una actitud sincera de renuncia, humildad y servicio a los

hermanos. Jesús les aclara el sentido de su mesianismo y las condiciones para ser discípulo,

cortando en seco toda ilusión de triunfo político. El Padre glorifica esta actitud de Jesús. Emprende

el viaje a Jerusalén, instruyendo a sus discípulos y corrigiéndolos (Mc 8,31-10,45).

4. La revelación del Mesías crucificado. Jerusalén es el símbolo de la oposición y rechazo de

Jesús. Allí Jesús se muestra como auténtico Mesías que asume, tras una oposición cada vez

más dura, todo el drama de la cruz, coronado por la resurrección. Quien no acepta la cruz,

no puede vivir la pascua. Es la realidad profunda del fracaso humano de Jesús lo que Marcos

nos expone a la luz de la fe iluminada definitivamente por la resurrección. La entrada en Jerusa-

lén es la proclamación pública de su título de Mesías rey. Expulsa a los vendedores del templo,

con lo que se gana las iras de los sacerdotes, que deciden darle muerte. Pero no todo acaba en la

cruz: el ángel anuncia a las mujeres que ha resucitado y que va delante de los discípulos a

Galilea, donde le verán. Es una invitación al cristiano a seguir a Jesús en su vida y experimentar

por sí mismo que el crucificado está vivo (Mc 10,46-16,8).

El epílogo del libro pertenece a un redactor posterior y falta en los mejores manuscritos. El

estilo no es de Marcos y se inspira en relatos de Mateo y Lucas (Mc 16,9-20).

Ésta podría ser la división de este libro:

1,1-13: Introducción: el título, la predicación del Bautista, bautismo de Jesús y permanencia en

el desierto y tentación.

1,14-8,30: Mensaje de Jesús y eco entre los hombres:

Vocación de los discípulos y ministerio de Jesús (1,14-3,12).

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Elección de los doce y alejamiento de los incrédulos (3,13-6,6).

Misión de los doce e incomprensión creciente (6,7-8,30).

8,31-10,45: La obra redentora de Jesús: misterio de la muerte del Hijo del hombre:

Tres anuncios de la pasión (8,31-9,29; 9,30-50; 10,1-45).

10,46-13,37: Jesús en Jerusalén:

Obras simbólicas de alcance mesiánico (10,46-11,26).

Enfrentamiento con los círculos dirigentes (11,27-12,44).

Discurso escatológico (13,1-37).

14,1-16,8: Pasión, muerte y resurrección de Jesús (14,1-16,8).

16,9-20: Epílogo.

2. Los discípulos y la masa

Por violar el sábado, según su interpretación, los jefes judíos quieren matar a Jesús ¡para

cumplir la ley! Esta actitud nos debería ayudar a profundizar en las incontables violencias que los

cristianos hemos realizado, a lo largo de los siglos, para mantener "nuestra" fe, para "defenderla"

de los enemigos; y así curarnos de ellas para no volver jamás a tomar ese camino. Camino que

no fue en absoluto el de Jesús.

"Jesús se retiró con sus discípulos" para evitar el peligro, pero sigue actuando, sigue llevan-

do adelante su obra liberadora del hombre, sigue manifestándose mediante palabras y hechos y

suscitando actitudes diversas en sus oyentes. La decisión del hombre a favor o en contra de Jesús se

realiza en el corazón de cada uno, en ese lugar en el que se encuentran y chocan el misterio del bien y

del mal, el misterio de la verdad y de la mentira.

Jesús se va convenciendo de lo inútil que es aprovechar las instituciones judías para meter

en ellas la novedad evangélica del reino de Dios, y se retira con sus discípulos "a la orilla del

lago". Pero no rompe con el pasado: lo incorpora plenamente a su presente, pero para pro-

yectarlo a un futuro nuevo y desconocido. Pretende congregar el "resto fiel de Israel", resto de

pobres fieles a Dios, y con ellos fundar su Iglesia. Así se explican sus frecuentes ataques contra

aquel tinglado religioso-político, que no se parecía en nada al modelo de "pueblo de Dios" que

presentaban, sobre todo, los profetas.

"Acudía mucha gente de Judea, de Jerusalén y de Idumea, de la Transjordania, de las cercanías

de Tiro y Sidón". El eco del mensaje y de la actividad de Jesús se extiende y llega, incluso, hasta

territorio pagano. El eco se va haciendo universal.

El pueblo busca alivio para sus males, posiblemente sin entender ni reflexionar demasiado sobre

lo que verdaderamente plantea Jesús. La gente acude donde se habla de milagros, de curaciones...,

como ocurre ahora, pero sin ahondar en su significado. Van detrás de Jesús, y él intentará

despertarles y ponerles en condiciones de comprenderle, para que tomen las riendas de sus vidas,

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se hagan responsables de ellas y luchen por su liberación. Para ello tendrán que superar el

prodigio y profundizar en su persona.

Marcos ve a la gente con simpatía, pero afirma que Jesús toma sus distancias frente a ella

(Mc 1,36-38). Aquí "encargó a sus discípulos que le tuviesen preparada una lancha, no lo

fuera a estrujar el gentío".

A Jesús "lo siguió una muchedumbre" y dirige la palabra a todos, pero distingue entre los

discípulos y la gente. Son discípulos solamente los que escuchan su palabra y se deciden por él, los

que lo consideran como única norma de su vida. Gente son los que se muestran curiosos y asom-

brados ante las obras de Jesús, pero no saben ir más allá. El discípulo escucha y cree en Jesús, y, a

pesar de sus vacilaciones y temores, se aparta del comportamiento general de la multitud para

seguirlo. La gente lo usa en su provecho -ahora para fiestas sociales-. El discípulo se distingue de

la masa por su "amén" a la obra de Jesús; un amén vacilante y oscuro al principio, que poco a

poco se va clarificando y ahondando. Los cristianos no podemos discutir sobre el evangelio de Jesús;

solamente podemos obedecerlo.

Las gentes se agolpan en torno suyo "al enterarse de las cosas que hacía". La fama de sus

curaciones las atrae. Marcos resalta el afán milagrero de las turbas y su deseo de encontrar ayu-

da inmediata para sus dolores y males corporales. Los males o alienaciones del espíritu les importan

menos. Parece que no pasan los años por las masas...

3. Jesús trae esperanza al pueblo

El centro del relato no es la muchedumbre, sino la fuerza de atracción de la persona de Jesús,

el profeta que trae esperanza al pueblo, consuelo al abatido, curación para las heridas; que trae

consigo la lucha por la vida, aliento al ánimo quebrantado, perdón para el pecador, fraternidad

universal. Es el médico de la humanidad, profundamente enferma: se gastan cerca de cien billones

de pesetas al año en armamentos, mientras unos cincuenta millones de personas se mueren de

hambre anualmente. ¿No es una prueba de la enfermedad y locura de nuestro mundo? Nos dicen

que las armas son para defendernos. ¿De qué o de quiénes? De lo único que los hombres debe-

mos defendernos es de las violencias, de cualquiera de ellas. Jamás lo lograremos con las armas.

¿Los que se mueren de hambre no deberían ser también "defendidos'?

Los evangelistas nos relatan los episodios con la mentalidad de su tiempo, lo que es muy

normal. Es tarea nuestra descubrir el significado que tienen para nosotros esas curaciones y

expulsiones de espíritus inmundos.

"Los espíritus inmundos" lo reconocen. Siempre son los enemigos más rápidos que los amigos

en darse cuenta de las consecuencias de una doctrina o de una persona. En la Iglesia, los intentos de

renovación los descubrieron antes los que perdían con ellos sus privilegios que el pueblo sencillo al

que beneficiaban por no tener nada que perder y sí mucho que ganar. "Los hijos de este mundo

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son más astutos para sus cosas que los hijos de la luz" (Lc 16,8); y más peligrosos, sobre todo

cuando se llaman cristianos y tienen algo que perder.

Jesús no acepta la confesión de los "espíritus inmundos", porque su luz aparecería bajo un

aspecto falso. Sólo el amigo puede entender verdaderamente un mensaje y transmitirlo con

fidelidad.

También manda callar a los que han recibido sus beneficios. Para Mateo, Jesús quiere pasar

inadvertido, de momento, para evitar las controversias con los fariseos, en las que tendría que

exponer las razones de su actuación, que no eran otras que su mesianidad. Esto provocaría la

indignación y la persecución, y abortaría antes de tiempo su misión. Una razón de prudencia

aconsejaba evitar estos sufrimientos directos por ahora. Este afán de Jesús no era algo secunda-

rio: no quería romper todos los lazos con el judaísmo.

Además, Jesús quiere actuar secretamente. Comportamiento que sugiere a Mateo un pasaje

profético (Is 42,1-4), que es la cita más larga de todo el evangelio. Jesús es el "siervo" de Dios, en

él se cumplen las esperanzas de los judíos. Un siervo que vivió oculto, en el misterio, marcado por la

muerte y la resurrección en razón de su plena solidaridad con el hombre, al que venía a liberar.

Un siervo que apoyará a los débiles y concederá la justicia a todos, incluso a los paganos. Un siervo

que "no voceará por las calles", no buscará el éxito espectacular.

En Marcos, la razón es el llamado "secreto mesiánico": no quiere que desvirtúen su misión, que

se queden en los milagros, en lo externo. Espera que profundicen en su persona. Y esto lleva

tiempo.

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La limosna, la oración y el ayuno

Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario, no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no vayas tocando la trompeta por delante, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles con el fin de ser honrados por los hombres; os aseguro que ya han recibido su paga.

Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará.

Cuando recéis no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas para que los vea la gente. Os aseguro que ya han recibido su paga.

Cuando tú vayas a rezar entra en tu cuarto, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está en lo escondido, y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará.

Cuando recéis no uséis muchas palabras como los paganos, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes que se lo pidáis. Vosotros rezad así:

Padre nuestro del cielo, santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, danos hoy el pan nuestro, perdónanos nuestras ofensas, pues nosotros hemos perdonado a los que nos han ofendido; no nos dejes caer en tentación, sino líbranos del maligno. Porque si perdonáis a los demás sus culpas, también vuestro Padre del cielo os

perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas. Cuando ayunéis no andéis cabizbajos, como los farsantes que desfiguran su cara para hacer ver a la gente que ayunan. Os aseguro que ya han recibido su paga.

Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note no la gente, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará.

(Mt 6,1-18)

En el capítulo sexto -segundo de los tres que componen el sermón de la montaña-, sigue

Mateo la exposición de diversas enseñanzas dadas por Jesús y que muestran la

superioridad o perfección a que quiere llevar la práctica de la ley que monopolizaban los

fariseos. Lo podemos dividir así: doctrina general sobre la rectitud de intención en el obrar (v.

1); modo cristiano de practicar la limosna (vv. 2-4), de hacer oración -padrenuestro- (vv. 5-

15) y de ayunar (vv. 16-18); actitud cristiana ante las cosas temporales (vv. 19-23) y confianza en

la Providencia (vv. 24-34).

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1. La rectitud de intención en el obrar

El primer versículo es una llamada de atención para que las obras de los cristianos no

sean hechas jamás por una finalidad ostentosa, como era el caso de muchos fariseos. Las

obras no deben realizarse para ser vistas y alabadas por la sociedad; su única finalidad debe ser

el amor a Dios en el prójimo. ¡Cuántas veces las mejores obras son mal vistas por los que nos

rodean, y sobre todo por los que pretenden mandarnos!

El Padre sólo premia lo que se hace por el bien de los hombres. Lo que hagamos por osten-

tación, para adquirir buena fama o buenos puestos..., no será recompensado. La razón es evi-

dente: la recompensa ya se ha recibido: el aplauso de los demás.

Estas palabras de Jesús no van en absoluto en contra de las dichas en el capítulo ante-

rior: "Alumbre así vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas obras y den

gloria a vuestro Padre que está en los cielos" (Mt 5,16). Aquí dice que deben ser "luz" y

"sal" del mundo, que no esterilicen sus valores y su labor de apostolado, que deben animar a

los demás, dándoles ejemplo. En el presente texto no habla del valor social o apostólico de las

buenas obras, sino del espíritu que debe presidir e informar la conducta moral de sus seguido-

res. Las obras deben ser producto de lo que se vive en el corazón.

Jesús mantiene frente a las prácticas religiosas hipócritas la misma actitud que ante la

ley: no las critica en sí mismas, sino en la forma en que eran practicadas por los fariseos, que

eran quienes más insistían en ellas.

Las tres prácticas religiosas se hallan expuestas desde el principio de la retribución:

quien las hace por los hombres, para ser vistos por ellos, ya recibió su premio; quien las

haga por Dios, obtendrá de él la recompensa, lo mismo que el que las haga por el bien del otro

sin buscar nada para sí.

2. La limosna que Dios quiere

Entre las obras especialmente estimables y santas para el judío está la limosna, práctica reli-

giosa recomendada encarecidamente en el Antiguo Testamento (Dt 15,7-8; 15,11; Tob 4,7-11;

12,8-9; Prov 3,28; 14,21; 21,13; 31,20; Eclo 4,2...). Se la considera característica del hombre justo

y ocupa un lugar preferente.

Pero no basta dar limosna para ser un hombre justo. Para hacer ver el espíritu que de-

be informar la práctica de la limosna, Jesús va a presentar ésta en contraste con la forma de

realizarla los "hipócritas", que son, por el contexto y por otros pasajes, los fariseos (Mt 22,

18; 23,13.15.23.25.27.29; Lc 12,1).

"Hipócrita" es el que finge ejecutando una acción que no corresponde a su actitud inte-

rior. Es el duro calificativo que da Jesús a los fariseos, porque tenían toda la apariencia del

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hombre justo al hacer sus limosnas, cuando lo que buscaban en realidad era obtener el aplauso

y la gloria de los hombres.

"Tocar la trompeta" es una metáfora para significar el afán de publicar las limosnas he-

chas, ya que esta práctica realmente no existía, como es natural. Pero es una metáfora con un

realismo máximo. ¿No era, casi literalmente, hacer tocar delante de ellos la trompeta de la

alabanza por sus limosnas?

El cuidado de los pobres corría a cargo de la comunidad. Para ello, en tiempos de Jesús y

mucho antes, los sábados se recogían en todas las sinagogas, a la salida de las mismas, las apor-

taciones voluntarias de los fieles. Era un sistema anónimo. Además de estas colectas semanales,

se admitían todos los dones que voluntariamente quisieran hacer los judíos. Los fariseos solían

dar limosna con gran ostentación a los pobres encontrados en los caminos o reunidos en las

plazas con motivo de alguna solemnidad. Y parece que, para excitar la generosidad, se había

introducido la costumbre de proclamar los nombres de los donantes y la cantidad dada en las

reuniones sinagogales, en las calles o plazas, en las solemnidades, ante las gentes reunidas.

También se les llegaba a honrar ofreciéndoles los primeros puestos en las sinagogas, que eran

las sillas que estaban delante y vueltas hacia los fieles, y de cuyos puestos se gloriaban especial-

mente los fariseos (Mt 23,6).

Siguiendo el ritmo hebreo -paralelismo antitético-, después de haber expuesto la parte

negativa, dirá Jesús, positivamente, cómo debe practicarse la auténtica limosna. Ha de darse

"en secreto". Es lo que significa "que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha". No

parece que esta frase sea un proverbio en uso, pues no aparece en el Talmud ni en el lenguaje

popular. Es una frase de Jesús para expresar el gran contraste que debe haber entre el modo de

dar limosna los fariseos y el de los que de verdad pretendan ser seguidores suyos. A la publici-

dad de la limosna farisaica, hecha para que la vean y aplaudan los hombres, contrapone

Jesús la limosna cristiana, hecha para que la vea sólo Dios, por lo que debe hacerse oculta-

mente, nunca para ser vista y aplaudida por los demás.

Desde el pensamiento de Jesús, parece que no es lícito "estimular" a los hombres a dar por

medio de la publicación de listas de nombres de donantes y sus donativos, o con sorteos, o

afrontando a la gente con huchas por las calles... Se debe dar a fondo perdido y con total

voluntariedad. Sólo la limosna dada con amor logrará el verdadero objetivo. ¿De qué puede

servir un dinero dado a la fuerza o buscando fines egoístas de cara a la edificación del reino de

Dios?

En otro pasaje, Jesús nos dirá que el valor de la limosna no está tanto en la cantidad de ésta

cuanto en el espíritu y amor que en ella se ponga (Mc 12,41-44; Lc 21,1-4).

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3. La oración cristiana

Siguiendo el mismo ritmo anterior -aspectos negativo y positivo-, Jesús denuncia la

oración de los fariseos y expone cuál ha de ser el espíritu de oración de sus discípulos.

Todo judío piadoso, varón, tenía la obligación de rezar tres veces al día: por la mañana,

hacia la hora de tercia (sobre las nueve), hora del sacrificio matutino; a la mitad de la jornada,

sobre la hora de sexta (mediodía), y sobre la hora de nona (hacia las tres de la tarde), hora del

sacrificio vespertino. Generalmente se oraba de pie, aunque también era frecuente hacerlo de

rodillas. Se solía rezar tendiendo los brazos al cielo, e incluso vueltas las palmas de las manos

hacia arriba, como esperando el don que se deseaba recibir.

Los sacrificios en el templo iban acompañados de oraciones públicas. Las sinagogas eran

consideradas como una prolongación del templo de Jerusalén a efectos de la oración. Cuando

llegaba la hora de la misma, se hacía también en las calles, lo que se prestaba a la vanidad, sobre

todo porque se admiraba a aquellos que podían recitar de memoria largas oraciones. Éste era

el caso de los fariseos, que aprovechaban sus largas oraciones para acrecentar su prestigio

ante el pueblo.

Jesús no censura la posición para orar -de pie era lo más frecuente-, ni que se hiciera

en público: él mismo rezó ante la gente (Jn 11,41; 12,28; Mt 11,25), y la recomendó en otras

ocasiones (Mt 18,19-20). Censura el modo exhibicionista de rezar. Los que así oran, dice Jesús,

"ya han recibido su paga". No han rezado para agradar a Dios, sino "para que los vea la

gente". La admiración y el aplauso de los hombres ha sido su recompensa. No deben esperar

ninguna más.

Jesús señala a continuación, en forma positiva, la actitud del cristiano en la oración, el

espíritu con que debe acompañarla. En contraste con la exhibición y publicidad de los "hipó-

critas", el cristiano "entrará en su cuarto...". A la oración vanidosa del fariseo contrapone el

espíritu de sinceridad y humildad que debe acompañar la verdadera oración. El Padre sí

escuchará esta plegaria, que debe tener las condiciones que el mismo Jesús ha expuesto en otros

pasajes (Mt 15,21-28; Mc 7,24-30; Lc 11,5-13).

Seguidamente, Jesús expone otro aspecto esencial de la oración cristiana: evitar las "mu-

chas palabras". No han de imitar a "los paganos, que se imaginan que por hablar mucho les

harán caso". El contexto deja claro el sentido fundamental de estas palabras: deben evitar

la "charlatanería", ya sea diciendo cosas vanas o inútiles, o recitando fórmulas largas o

calculadas, como si ellas tuvieran una eficacia mágica ante Dios. Algunos rabinos decían:

"Quien multiplica las plegarias será escuchado". Los sacerdotes del dios Baal nos son presen-

tados en la Biblia con prácticas de este estilo (1 Re 18,26-29). Igualmente aparecen listas de

epítetos en los himnos babilonios y fórmulas de encantamiento en los papiros mágicos de la edad

helenística. Los dioses romanos exigían a sus fieles que se dirigieran a ellos con todos los

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títulos y requisitos si querían ser escuchados, por lo que tenían sus fórmulas determinadas, en

las que no se omitía detalle. Tampoco faltan oraciones de este estilo en el Antiguo Testamento

(2 Mac 1,23-30). Séneca habla de aquellas oraciones "que fatigan a los dioses".

No debe ser ésta la actitud ni el modo de la oración cristiana. No hay que tener esa minu-

ciosidad ridícula y mágica de creer que, si en la oración no se precisa y dice todo lo que se

quiere, ésta no alcanza su efecto por faltarle un requisito esencial. Jesús advierte que esto no

es necesario, porque "vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes que se lo pidáis". La

oración verdadera parte del corazón.

Naturalmente, Jesús no pretende condenar las largas oraciones. Él mismo da ejemplo de

ella en Getsemaní (Mt 26,39.42.44 y par.) y en todas las ocasiones en que los evangelistas nos

dicen que se pasaba largas horas de noche en oración o madrugaba para orar. Ataca la

"charlatanería" y la "mecanización", tan frecuentes entonces y ahora.

4. La oración dominical

Mateo introduce, como ejemplo de oración cristiana, el padrenuestro, en contraste con la

oración de los fariseos y de los paganos. El que Mateo la sitúe aquí no significa que sea éste su

lugar histórico. Parece que lo hace únicamente por el tema que está tratando. La razón

principal es que está entre tres ejemplos concretos, de un estilo paralelo -limosna, oración

y ayuno-, y la inclusión de esta oración en el segundo rompe abiertamente esta unidad.

Lucas la trae en otro contexto, en época mucho más tardía, y en forma más breve que

Mateo (Lc 11,2-4), pero sin precisar la cronología. Mateo, pues, la coloca en un contexto

lógico, y adelanta su momento histórico.

Modernamente se piensa que lo más probable es que Jesús no enseñara nunca esta oración

de forma literal, sino que es como un resumen de las peticiones e ilusiones que más le oyeron,

que más recomendó y suplicó, sobre todo al final de su vida. Constituye un resumen de todo el

evangelio. Para entenderla no basta con conocer el mensaje del reino; es necesario sentir en

profundidad los ideales de Jesús y vivir su misma aventura.

"Vosotros rezad así". No se trata de repetirla con una fidelidad literal. En la oración lo

que cuenta no son las palabras, aunque sean las de Jesús. Las palabras nunca tienen un

sentido mágico, como piensan los paganos y no pocos cristianos. Las palabras pueden

variar; nunca los contenidos. La formulación en plural nos está indicando que todo don de

Dios y toda postura cristiana verdadera son siempre un hecho comunitario.

El padrenuestro se divide en una introducción y dos partes. La primera, que incluye tres

deseos o peticiones relativas a la gloria de Dios, tiene como centro al Padre; la segunda, con

tres (o cuatro) peticiones relativas a los hombres, se centra en la comunidad. En la primera

parte, la comunidad pide por la extensión del reino de Dios a toda la humanidad. En la

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segunda, lo hace por sí misma; y también se refiere al reino, pero dentro de cada uno de sus

miembros.

a) Introducción

"Padre nuestro del cielo". Son las palabras que introducen la oración, que debe comen-

zar normalmente situando al que se ora y predisponiéndole a escuchar las peticiones que le van

a ser dirigidas. Refleja la estructura ambiental de otras oraciones judías, aunque ésta las

sobrepasa por la sobriedad, precisión y densidad que encierra. En efecto, existen escritos de

rabinos piadosos que comienzan de una forma parecida, pero que no llevan el contenido total-

mente nuevo y trascendente que se intuye en el padrenuestro. En el Antiguo Testamento, Dios

aparece llamado Padre varias veces: del pueblo elegido; de cada uno de los israelitas, que

son hijos de Yahvé; del hombre justo; de David y los suyos... Esta denominación de Dios,

poco frecuente en el Antiguo Testamento, encontró su auge en la sinagoga, y de ella pasó al

pueblo. En el ambiente judío neotestamentario, esta expresión está muy extendida. Dios es

Padre de Israel. Pero este concepto no pasaba de ser en ellos metafórico, basado exclusivamente

en las relaciones de Dios como creador o por su especial providencia sobre su pueblo. Pero

nunca pasó a ser un concepto de verdadera filiación. Jesús, en cambio, cuando habla de

"su" Padre, lo hace dirigiéndose a él con una vinculación única: Dios es el Padre de Jesús, su

Hijo unigénito (Jn 5,43; 20,17...).

"Padre" es el nombre de Dios en la comunidad cristiana. Esta palabra se repite diecisiete

veces en el sermón del monte. Se aplica a Dios por analogía -semejanza en parte con la

paternidad humana, pero infinitamente por encima de ella-, ya que ningún lenguaje puede

expresar el significado de esta paternidad en toda su realidad.

En esta oración, Jesús ya no dice "mi Padre", sino "nuestro", dando origen a la paternidad

de Dios sobre sus discípulos. Una paternidad y filiación que adquieren aquí su verdadero y hon-

do sentido. Es un Padre que eclipsa toda paternidad humana: "No llaméis padre vuestro a

nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo" (Mt 23,9). Él es el único que

merece este nombre: sólo él posee y puede dar la vida en plenitud y para siempre. Es com-

prensible que el auditorio no comprendiera todo el alcance de estas palabras. ¿Lo compren-

demos nosotros?

"Del cielo". Que Dios está presente en todas partes y que lo llena todo por su inmen-

sidad, está abiertamente enseñado en la Escritura: "pasea" por el paraíso (Gén 3,8), "baja"

al Sinaí (Éx 19,20), vive en algún lugar de Palestina (Gén 28,16), está presente en los cielos y en

los abismos (Sal 139,7-12). Situarlo en el cielo era reconocer su trascendencia y dominio sobre

todo lo creado. Queda así hecha la presentación del Dios al que se dirige la oración.

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b) Peticiones relativas a la gloria de Dios

"Santificado sea tu nombre". Esta primera petición es común a Mateo y a Lucas (11,2). Está

formulada con una terminología veterotestamentaria y con las fórmulas rabínicas de la

piedad judía.

"Nombre" está en lugar de la misma persona divina. Los judíos, por respeto y escrúpulos,

habían determinado no pronunciar el nombre de Dios. Lo sustituyeron por otras expresio-

nes que lo representaran indirectamente. Una de ellas es la simple palabra "nombre".

Este nombre puede ser profanado por el hombre y por los pueblos de varias formas:

desobedeciendo sus leyes (Jer 34,16), entregándose a idolatrías (Lev 18,21) o de otras maneras.

También hay otra forma de quedar profanado: al estar íntimamente ligado a su pueblo -a

sus fieles-, participa de alguna manera de la suerte de los mismos; humillados o vejados

éstos, queda también humillado o vejado el "nombre" de Dios (Núm 14,13-17; Ez 20,9).

En contraposición a esta profanación de su "nombre", está el que éste sea "santificado".

"Santificar" significa "reconocer". Añade al reconocimiento el sentido de la trascendencia, impli-

cado en la raíz "santo". Es el reconocimiento de una realidad excelente y distinta. Es evi-

dente que no se refiere a ninguna santificación esencial -interna- de Dios, que es absoluta-

mente imposible, sino a una santificación extrínseca, que puede tener un doble sentido: por

las alabanzas humanas, al contemplar sus maravillosas intervenciones (Is 29,23), guardando

sus mandamientos (Lev 22,31-32), fiándose totalmente de él (Núm 20,21)...; por la misma acción

de Dios, al defender y transformar a sus seguidores (Ez 36,20-38)... La gran intervención de Dios

en la historia es su obra mesiánica. Es ésta la que santifica, por excelencia, el nombre de

Dios. En esta petición se pide fundamentalmente la constante actualización del reino de Dios en

sus aspectos de extensión geográfica y temporal y en su mayor penetración en los corazones

de los hombres. El discípulo ora para que la comunidad sea transparente y permita descu-

brir la presencia liberadora de Dios, para que toda la humanidad lo reconozca como Padre.

Dios y el hombre, cada uno desde su puesto, contribuyen a esta santificación, aunque parece

que la petición busca un mayor protagonismo del Padre.

"Venga tu reino". Es también común con Lucas (11,2). ¿Qué se pide realmente aquí? El

concepto de reino está ya expresado en el Antiguo Testamento. Israel tiene una concepción

social teocrática. Yahvé reina en su pueblo y tiene la intención de hacer de éste una gran

nación. Al constatar, sobre todo después de la cautividad, que las promesas no se cumplían

inmediatamente, pero que siendo palabra de Dios tendrían que hacerse realidad algún día, se

comenzó a proyectar en una perspectiva más lejana: escatológica, que lo vinculó a la era ideal

que esperaba Israel: la era mesiánica. El Mesías sería el que instauraría esta era y este ideal

reinado de Dios sobre Israel.

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Sin embargo, la descripción profética de este reino no llevaba excesivas precisiones sobre

su carácter "espiritual". De ahí el lento proceso sobre su verdadero significado y el haber da-

do lugar a falsas interpretaciones en los ambientes judíos -reino terreno y triunfal-, incluidos

los mismos discípulos (Lc 24,21; He 1,6). Es la concepción que se refleja también en los escritos

rabínicos.

Es el evangelio el que da el sentido exacto a esta petición. Cuando Juan Bautista predi-

ca en el desierto dice: "Arrepentíos, porque está cerca el reino de los cielos" (Mt 3,2). Los

textos difieren sobre el tiempo en que se establecerá el reino: unos lo ponen como un hecho ya

presente (Lc 11,20; 17,20-21); otros, como una realidad futura (Mt 4,17; 10,7; 26,29; Mc 14,25; Lc

22,16.18). Si se tienen en cuenta todos los textos, hay que decir que esa aparición no es más que

una esperanza, pues la venida terrestre de Jesús no era aún un advenimiento pleno del reino.

Así las cosas, el sentido de la petición puede ser el siguiente: que el reino de Dios se implante

progresivamente en el mundo -en extensión geográfica y en profundidad en los corazones- y

llegue a su plenitud escatológica. Pedir la venida del reino de los cielos equivale a pedir que

Dios sea obedecido en el mundo; que la libertad, la verdad, la justicia, el amor, la paz, se

posesionen de la tierra. Y ésta es la gran búsqueda, el gran deseo de Jesús. Y es la comunidad

la que, con su modo de vivir, debe ir haciendo presente este reino entre los hombres.

"Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo". Es exclusiva de Mateo. Se pide que esta

voluntad divina se cumpla en la tierra con la perfección que la realizan los ángeles en el cielo (Sal

103,1921). Lo mismo que las dos peticiones anteriores, nos urge para que el plan que Dios ideó

al crear el universo y al hombre se vaya realizando progresivamente en extensión e intensi-

dad. Este proyecto de Dios sobre la creación está presente en el cielo, pero tiene que llevarse a la

práctica en la tierra. Se pide el cumplimiento del designio histórico sobre la humanidad.

Estas tres primeras peticiones están redactadas según el procedimiento semita, mediante

un ritmo de repeticiones en el que el pensamiento es, fundamentalmente, el mismo; pero en

su repetición se destacan aspectos distintos para hacer progresar de esa forma el pensa-

miento central.

En las oraciones de los rabinos es frecuente asociar la santificación del nombre de Dios con

la petición de la venida de su reino. Es posible que sea ésta la razón por la que Lucas haya

conservado únicamente estas dos peticiones relativas a Dios.

c) Peticiones en favor directo de los hombres

Esta tercera parte del padrenuestro está compuesta por las peticiones que se dirigen a

Dios en favor directo de los hombres. Son tres o cuatro, según se unan o no las dos últimas,

que pueden considerarse como una sola, rimadas al modo semita -en forma negativo-

positiva

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"Danos hoy el pan nuestro". También la trae Lucas (11,3). Parece esta cuarta petición la

más interesada; sin embargo, ocupa el centro, lo que indica su importancia.

¿Se refiere al pan -alimento- material o tiene mayor alcance? Es evidente que se pide, en

primer lugar, el alimento material cotidiano indispensable para la vida, siguiendo lo enseña-

do en la Escritura: "No me des ni pobreza ni riqueza" (Prov 30,8); dame el "pan" que me sea

necesario para la vida. Pero incluye, sin duda, todo aquello que los hombres necesitamos para

serlo de verdad.

¿Por qué debemos pedirlo cada día? El hombre debe vivir, conscientemente, en plena

dependencia de Dios, incluso en las cosas más materiales. Así se acordará siempre de él y

tratará de ser fiel a su voluntad. Ésta fue la dependencia del maná que vivieron los israelitas en el

desierto (Éx 16,4).

El pan que pedimos es en plural: "nuestro"; es un pan comunitario. Es el pan que hará

posible la venida del reino de Dios. Un reino que será realidad en la medida en que los

hombres nos vayamos construyendo según el proyecto creador de Dios.

"Perdónanos nuestras ofensas, pues nosotros hemos perdonado a los que nos han ofendi-

do". Esta quinta petición es común a Mateo y a Lucas (11,4).

Que tengamos que pedir frecuentemente -todos los días- perdón a Dios por nuestros

constantes pecados, es evidente para un creyente. Lo que ya no lo es tanto es que para pedir

perdón al Padre sea necesario perdonar a los demás. Es más: que este perdón sea imprescindible

para recibir el perdón divino. La razón de todo esto es que el hombre -creado a imagen y seme-

janza de Dios (Gén 1,26-27)- debe imitar al Padre del cielo, lo que exige amar y cumplir

todo lo que él ama y determina. La norma de la perfección humana expuesta por Jesús en este

sermón de la montaña fue el amor a los enemigos (Mt 5,44) para poder alcanzar la plenitud

del Padre (Mt 5,48).

Este perdón que se nos pide no es, ni puede ser, de igualdad con el perdón que Dios ofrece.

Pedimos perdonar como Dios perdona, aunque no en la medida -siempre infinita- en que

Dios lo hace. Pedimos que nos perdone porque perdonamos.

Después de las últimas peticiones, Mateo añade, en forma positivo-negativa, la corrobo-

ración de lo que será el efecto de esta petición si se perdona de corazón o si, por el contrario,

se rehúsa hacerlo: "Porque si perdonáis a los demás sus culpas, también vuestro Padre del

cielo os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre

perdonará vuestras culpas".

"No nos dejes caer en la tentación". Esta sexta petición -que también incluye Lucas

(11,4)- y la siguiente no forman en realidad más que una sola. El contenido de ambas es el

mismo, con la única diferencia de estar formuladas, siguiendo el ya indicado ritmo semita,

una en forma negativa y la otra positiva.

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La "tentación" aparece en la Escritura con un doble matiz: como pecado (Lc 8,13;

21,36; Mt 26,41) y como ocasión para superarse (Gén 22,1.16-17; Tob 12,13-14; Lc 22,28).

Aquí no se pide que nos libre de las tentaciones que podamos superar, imprescindibles

para nuestra realización humana, sino de las que llevan al pecado, de aquellas difíciles o

imposibles de superar sin la ayuda del Padre. "Caer" en la tentación es sinónimo de caer en el

pecado.

Esta petición nos remite a las tentaciones de Jesús en el desierto (Mt 4,1-11; Mc 1,12-13; Lc

4,1-13), al comienzo de su vida pública. Se pide ayuda para superar el escándalo frente a la pasión

y muerte de Jesús, ante el fracaso de los justos, ante la tergiversación que hacen del mensaje

del reino los que más tendrían la obligación de ser fieles a él, ante un Dios que resulta muchas

veces imprevisible e impotente... Pedimos hacer nuestra la victoria del Maestro, superando la

tentación de "facilitar" el camino. Pedimos nos otorgue optar por la pobreza y, con ella, la

renuncia al brillo y al poder, lo que nos hace inmunes a la tentación.

"Líbranos del maligno". Lucas no la recogió, posiblemente por considerarla incluida en la

anterior.

El "maligno" es la personificación del poder mundano y opresor, que excita la ambición y

va a oponerse a que los discípulos lleven el programa de Jesús adelante, como antes había

intentado desviarlo a él de su verdadero mesianismo. Que el Padre no permita que la comuni-

dad ceda a sus halagos es la petición final del padrenuestro. Lo contrario sería la ruina de

la comunidad de Jesús. ¡Cuán necesitados estamos de esta petición!

La oración comienza con el Padre y termina con el maligno, el adversario. En el medio está

el hombre, solicitado por una y otra parte. Pero no cabe el pesimismo: el discípulo sabe que

vencerá, lo mismo que venció Jesús (Jn 16,33).

5. El ayuno

También quiere Jesús enseñar a sus discípulos el modo cristiano de ayunar; otra de las

prácticas más estimables de la religiosidad y piedad judías. Los israelitas tenían señalado

un ayuno obligatorio para todos (Lev 16,29). El profeta Zacarías menciona cuatro en señal de

duelo nacional (Zac 8,19). Otros eran facultativos para la comunidad. El sanedrín imponía

circunstancialmente algunos con carácter general -por ejemplo, para pedir por la lluvia-.

Además de estos ayunos, las personas piadosas y los más celosos ayunaban dos veces por

semana (Lc 18,12). Y hasta había algunas personas piadosas (Lc 2,37) y algunos fariseos que

ayunaban todo el año.

En los días más severos del ayuno estaba prohibido saludar, y por eso se caminaba con la

cabeza baja y, a veces, velada. Y en otros ayunos secundarios se prohibía trabajar, tomar baños,

ungirse con perfumes y llevar calzado. Y, dentro de este ambiente, no faltaban quienes, deseo-

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sos de ser vistos por los hombres y adquirir así más fama de virtuosos por sus ayunos,

ensombrecían su cara y se presentaban muy entristecidos.

A todo este postizo ritual exhibicionista farisaico, opone Jesús la actitud que deben tener

sus discípulos al practicar el ayuno. Lo hará en fuerte contraste realista con lo que hacían

los fariseos. Opone el ayuno sincero a la conducta de los hipócritas, que con su aspecto descui-

dado daban a entender que estaban ayunando, con objeto de ser admirados por los hombres.

Sus discípulos, cuando ayunen, para honrar a Dios y nunca para buscar el aplauso de los

hombres, no demudarán sus rostros ni aparecerán entristecidos. Todo lo contrario: "perfu-

marán la cabeza y se lavarán la cara" de afeites (Mt 26,7; Mc 14,3; Lc 7,46), costumbres festivas

judías. Naturalmente, Jesús no pretende enseñar aquí que sus discípulos, cuando ayunen, hayan

de realizar estas cosas en su materialidad. Es un modo de expresión dentro del marco de las

hipérboles orientales. No enseña el ritual que debe observarse, sino el espíritu que debe

acompañar a la práctica religiosa del ayuno. Tampoco quiere decir textualmente que su

ayuno "no lo note la gente". Se valorará conforme al espíritu que aquí enseña.

El ayuno, por ser privación de alimento, fuente de vida, expresa solidaridad con el dolor de

la muerte; también solidaridad con el que pasa hambre. Era considerado como una exterio-

rización o manifestación de la penitencia-conversión.

El verdadero ayuno implica la auténtica conversión a Dios; lo que para Jesús es motivo de

alegría, porque la conversión misma es alegría. Por eso, los discípulos presentarán la cara lim-

pia, alegre y normal, porque el desprendimiento que exige el seguimiento no es una carga, sino

una alegría; no es una pérdida, sino una liberación y ganar el ciento por uno (Mt 19,29). Y

como la conversión es cuestión personal, entre Dios y el hombre concreto, debe mantenerse

secreta entre ambos, con la certeza de que Dios retribuirá aquello que nadie conoce, fuera de

los dos protagonistas.

El ayuno no es únicamente no comer. Es un medio para ir logrando una actitud de libera-

ción, una ayuda al espíritu para que domine al cuerpo, una expresión auténtica del deseo de

hacer penitencia por los pecados, una señal de arrepentimiento, un rechazo de las necesidades

que nos crea la sociedad de consumo -bebidas alcohólicas o refrescantes, modas, tabaco...-. Nos

lleva a la conversión del corazón, a superar la injusticia que hay en nosotros. Es un camino

de austeridad, de ir limitando cada vez más las cosas necesarias para vivir. Está en función de

la propia realización como persona, y por ello nos lleva a privarnos de todo lo que puede

impedir esta realización, nos lleva a privarnos de todo lo que pueda impedirnos vivir los propios

ideales. Es también ayuno evitar las palabras superficiales, vacías y las que puedan herir o

calumniar a los demás.

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Actitud cristiana ante diversas situaciones

La última parte del discurso del sermón de la montaña no está construida en contra-

posición a la justicia de los letrados y a las prácticas de los fariseos. Mateo agrupa, sin un

orden preciso, algunas palabras de Jesús importantes para todos los que quieran vivir una

existencia verdaderamente humana, que ya no tienen por finalidad directa el espíritu que debe

informar las prácticas religiosas del cristiano, sino su actitud ante diversas situaciones. Hasta el

final del capítulo sexto, parece centrarse sobre el interrogante: ¿cómo deben comportarse los

cristianos ante los bienes del mundo? Son como una explicación de la primera bienaventuranza.

1. El cristiano ante las cosas temporales

No amontonéis tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen, donde los ladrones abren boquetes y los roban.

Amontonad tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que se los roan, ni ladrones que abran boquetes y roben.

Porque donde está tu tesoro, allí está tu corazón. (Mt 6,19-21)

El afán de poseer es uno de los instintos más arraigados en la naturaleza humana. Los

hombres tendemos espontáneamente a dirigir nuestro corazón y nuestra acción a adquirir y

aumentar los bienes materiales.

La escena evangélica supone una de aquellas pobres casas palestinas de la época. En ellas

los judíos guardaban en cofres y arcones telas, trajes..., todo lo que tenía algún valor y no era

de uso diario. También en lugares disimulados de la casa, y hasta ocultos en tierra, tenían

escondidos en cajas y en jarras objetos valiosos, tales como monedas, joyas... Todo esto tan

esmeradamente guardado estaba expuesto a la destrucción y a la desaparición.

Dentro de la casa, la polilla ataca los tejidos y los acribilla (Lc 12,33). Los objetos metálicos

son también susceptibles de ser atacados por la herrumbre -"carcoma"-. Además, estos

"tesoros" pueden ser robados por enemigos exteriores de la casa, como son los ladrones. Las

palabras "abren boquetes" evocan de nuevo las casas palestinas de entonces, construidas de

adobes y argamasa, fácilmente vulnerables para los ladrones o para cualquiera que quisiera

entrar en ellas sin usar la puerta (Mc 2,4; Lc 5,19). Los tesoros así guardados son inciertos y

caducos.

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Para Jesús, la pobreza característica del reino de Dios consiste en la renuncia efectiva a la

riqueza. Para él, acumulación de bienes materiales y de dinero y reino de Dios son incompa-

tibles, pues el que los acumula vive necesariamente apegado a ellos.

Jesús no se limita a desengañar a los suyos librándolos de la fascinación ilusoria del po-

seer. Les indica -nos indica-, además, el verdadero camino de la liberación humana: "Amon-

tonad tesoros en el cielo..." Es allí donde han de acumularse los verdaderos tesoros, porque en el

cielo no pueden ser destruidos ni robados.

¿A qué tesoros se refiere? Jesús no nos lo dice expresamente. Para él, el corazón es la sede de

los deseos más íntimos y profundos del hombre. En el cielo, en Dios, colocamos nuestros bienes en

lugar seguro y para siempre. Estos bienes son, sin duda, las buenas obras: el tiempo dedi-

cado a los demás, la vida gastada en la promoción de la sociedad, la búsqueda de la verdad

y del amor, la lucha por la igualdad entre todos los hombres...

Lo que traiciona al hombre es la posesión desmedida para sí mismo, nunca las riquezas com-

partidas, nunca las riquezas que no engendran miseria alrededor ¿habrá alguna?- Los bienes

que el hombre busca y en los que pone su confianza, y a los que sacrifica todo lo demás, son

inconsistentes como el humo: de lejos prometen, pero luego decepcionan; acaparan el interés del

hombre y luego lo vacían.

La enseñanza termina con una sentencia que cierra este pasaje y prepara el que se refiere a la

confianza en la Providencia (Mt 6,24-34): "Porque donde está tu tesoro, allí está tu corazón". Si

el corazón del hombre se queda amarrado en los tesoros terrenos y es absorbido por ellos, es

imposible que pueda entender las cosas de Dios. Una persona que tenga muchos bienes es

imposible que pueda ser seguidora de Jesús, porque si está desprendida de ellos -como tantos

cristianos proclaman-, los irá dando a los que lo necesiten..., y pronto se quedará sin ellos.

Éste era el modo de actuar de las primeras comunidades cristianas, como puede verse en el

libro de los Hechos (He 2,44-45; 4,32-35).

El hombre se define por los valores que estima y las seguridades que busca. Esos valores y

esas seguridades orientan y marcan su personalidad y su vida. Si el hombre vive en Dios, estará

poniendo en práctica su voluntad, estará trabajando por un mundo más justo, más huma-

no; un mundo en el que no haya acaparadores y muertos de hambre. Este hombre está

edificando su vida para siempre.

Hemos de supeditar todos los bienes de la tierra a la voluntad de Dios. No olvidemos que a

la hora de la muerte no nos podremos llevar con nosotros nada de lo que tengamos, pero sí

todo lo que seamos. Desterremos de nosotros el individualismo y preocupémonos de los

demás. Entonces, la enseñanza de Jesús brotará de lo más profundo de nuestros corazones

como una consecuencia lógica.

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2. Sólo se ve bien con el corazón

La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, tu cuerpo entero tendrá luz; si tu ojo está enfermo, tu

cuerpo entero estará a oscuras. Y si la única luz que tienes está oscura, ¡cuánta será la oscuridad!

(Mt 6,22-23)

Estos versículos no tienen una fácil conexión con lo anterior. En Lucas el contexto es más

lógico (Lc 11,34-36). Es posible que aquí estén fuera de su propio lugar.

En la concepción judía primitiva, el corazón designaba la inteligencia, la voluntad, la

libertad, la conducta moral del hombre; era la sede del amor. Si consideramos el ojo como

sinónimo de corazón, lo mismo que éste lo es de la conducta humana, podemos encontrar una

posible relación con lo anterior, y deducir la enseñanza intentada por Jesús.

Cuando el ojo realiza su función normalmente, todo el cuerpo se beneficia de ello: ve la

realidad como es, aparentemente sin ningún tipo de deformación, aunque siempre será incapaz

de captar todo lo que encierra el hombre y la creación dentro de sí: los pensamientos, los

ideales, el amor a los demás..., los microorganismos... Pero si el ojo está enfermo, el cuerpo

quedará limitado en su visión de la realidad en la medida de esa enfermedad. De la misma

forma, si la conducta del hombre está "enferma", apegada desordenadamente a las cosas de la

tierra, ese "ojo", que dirige la acción del hombre, verá distorsionados los valores y llevará a

éste a una actuación contraria a la justicia, libertad, fraternidad... El problema se agrava si

estamos seguros de estar en la verdad, que son los demás los que se equivocan. Es eso lo que

quieren decir las palabras finales: "Y si la única luz que tienes está oscura, ¡cuánta será la

oscuridad!"

Las cosas no son como nosotros creemos o como nosotros las vemos, sino como son en sí

mismas, como son en Dios, aunque nosotros no lo sepamos, o no lo entendamos, o no lo crea-

mos. Lo mismo las personas y los acontecimientos. Veremos en la medida en que vayamos descu-

briendo en las cosas, en las personas y en los acontecimientos su profunda realidad, su imagen y

semejanza con el Dios creador, y vivamos conforme a esos descubrimientos. Nunca del todo,

porque jamás llegaremos a ahondar en la realidad con la profundidad del Padre. La ciencia y

la técnica han avanzado enormemente, pero ¡cuántos misterios sin resolver!...

3. Actitud cristiana ante las acciones del prójimo

No juzguéis y no os juzgarán. Porque os van a juzgar como juzguéis vosotros, y la medida que uséis, la

usarán con vosotros. (Mt 7,1-2)

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No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante.

La medida que uséis, la usarán con vosotros. (Lc 6,37-38)

¿Cuál es la originalidad del cristianismo? Mateo, a lo largo del sermón del monte, nos ha

ofrecido bastantes pistas, todas ellas orientadas a responder a esta pregunta.

"Tratad a los demás como queréis que ellos os traten: en esto consiste la ley y los profetas"

(Mt 7,12). En esta afirmación se puede resumir la última parte del discurso. Todos queremos

que nos traten bien, que nos quieran, que nos perdonen y comprendan cuando fallamos...

Podemos afirmar que el amor es, sin duda alguna, la originalidad cristiana. Pero no cualquier

amor, sino el amor de Jesús de Nazaret.

En este capitulo siete, que inicia con unas palabras sobre el juicio (vv. 1-2), Mateo se va a

servir de cinco comparaciones o parábolas para ayudarnos a profundizar ese "tratad a los

demás como queréis que ellos os traten": la paja y la viga (vv. 3-5); las perlas y los puercos

(v. 6); el pan y la piedra o el pescado y la serpiente (vv. 7-11); la puerta estrecha o los dos cami-

nos (vv. 1314), y el árbol se conoce por los frutos (vv. 15-20). Son comparaciones separadas,

que el evangelista ha reunido para ayudarnos a vivir como verdaderos discípulos de Jesús. El

que viva de acuerdo con ellas, está edificando su vida sobre roca (vv. 21-27). Termina el capitulo

con unas palabras sobre la reacción del auditorio ante el largo sermón de la montaña (vv. 28-

29).

Jesús nos prohíbe la rigidez y la hipocresía en el juzgar. No la critica y discernimiento, que

son una obligación.

Todos tenemos el riesgo de usar dos medidas distintas: una para juzgar a los demás y

otra para juzgar nuestras propias acciones. Quizá podamos añadir una tercera intermedia

para juzgar a las personas que nos "caen" bien. Este riesgo es el que va a tratar de evitar

Jesús en este breve apartado. El riesgo de juzgar-condenar a los demás se evita en gran mane-

ra si tratamos de comenzar la critica por nosotros mismos, condición indispensable para ver

con claridad y valorar con justicia las cosas que nos rodean.

El hombre no debe juzgar-condenar a los demás para no ser juzgado-condenado por

Dios. El juicio que aquí se prohíbe no se refiere, evidentemente, al que ejercen la sociedad y la

Iglesia por medio de sus legítimos representantes, y que el mismo Jesús reconoce (Mt 18,18).

Tampoco se refiere a la corrección fraterna, que supone un juicio desfavorable, al menos en su

acción externa (Mt 18,15-17), lo mismo que se supone en la quinta petición del padrenuestro

(Mt 6,12; Lc 11,4); ni incluye las cosas evidentes que no admiten excusa... Pero si exige siempre

separar la persona de la acción que ha realizado. Siempre nos faltarán datos para discernir el

porqué intimo del actuar de un ser humano. Ningún poder público ni privado podrá, en

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justicia, condenar las intenciones que han movido a obrar negativamente a una persona; su

juicio se limitará exclusivamente a su actuación externa. Sólo Dios conoce la intimidad, el

corazón del ser humano, todas las circunstancias que le han llevado a actuar de una forma

determinada. Sólo él puede valorar y sancionar la intencionalidad del hombre. ¡Cuántos

delincuentes, drogadictos..., fruto de la radical injusticia de nuestra sociedad!, en la que los

verdaderos culpables no sólo no son encarcelados, sino que la dirigen.

Era éste -y sigue siéndolo- un tema candente en aquel ambiente en el que los fariseos

condenaban "y despreciaban a los demás" al considerarse ellos solos como hombres "jus-

tos" (Lc 18,9). ¡Cuánto "justo" en nuestro mundo dirigiendo la economía, la política, el

armamento y las religiones!

Decía el rabí Eleazar: "En la olla en que vosotros hayáis cocido a los otros, vosotros seréis

cocidos por Dios". Se decía corrientemente: "Medida por medida"; "con el celemín que tú te

sirves para medir, se medirá para ti". Son modos de expresar "la ley del talión" (Mt 5,38).

Las palabras de Jesús no tienen el mismo valor de adecuación que las fórmulas prover-

biales rabínicas o populares. Habla de semejanza y de proporción. Dios nos juzgará-

condenará "con la medida" con que nosotros juzguemos-condenemos a otros. Es decir, si

nosotros no condenamos al prójimo, tampoco Dios nos condenará a nosotros. Y si disculpa-

mos y perdonamos a los demás, Dios nos verterá "una medida generosa, colmada, remecida,

rebosante" (Lc 6,38). Si perdonamos, Dios podrá manifestar su generosidad, infinitamente

superior a la nuestra.

Estos criterios deben ser practicados en toda comunidad cristiana que quiera subsistir

como tal. Son un severo aviso contra los que rompen toda relación con otra persona,

apoyándose en los defectos que encuentran en ella. El hombre que practica asiduamente la

crítica-condena implacable pierde la lucidez. Ésa es la razón por la que Lucas habla a continua-

ción de la incapacidad de los ciegos para guiar a los demás (Lc 6,39). ¿A qué ciegos se refiere?

Indudablemente a los dirigentes judíos, sobre todo a los fariseos.

Son ciegos los que no ven los acontecimientos y las personas en la misma dirección que los ve

Dios. Es lo que indicó Mateo al decirnos anteriormente que "la lámpara del cuerpo es el ojo"

(Mt 6,22).

4. El evangelio no se debe anunciar a todos

No deis lo santo a los perros, ni les echéis vuestras perlas a los cerdos; las pisotearán y luego se volverán para destrozaros.

(Mt 7,6)

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La segunda comparación es profunda, de difícil comprensión. Es exclusiva de Mateo. Está

como incompleta. De la misma manera que nadie arroja las cosas sagradas a los perros, ni las

perlas a los cerdos... Pero falta la segunda parte de la comparación.

No aparece en el Talmud ninguna sentencia de este estilo, aunque sí incluye la recomen-

dación de "no entregar a un gentil las palabras de la ley" y la de "no poner las cosas santas en

los lugares impuros". "Cosa santa" era todo lo relacionado con el templo y el sacrificio. Las

perlas las consideraban como objetos del máximo valor.

La imagen tiene todo el vigor de la realidad. El cerdo se tira por instinto a todo lo que le

arrojen, creyéndolo comida, en su bajo instinto de hartarse. Al tirarle perlas, se abalanza

sobre ellas, las mancha con sus pezuñas, y al ver que aquello no se come, enfurecido, se re-

vuelve contra los que se las arrojaron. ¿Cuál es la interpretación de esta breve parábola?

Lo "santo" y las "perlas" no pueden ser otra cosa que la enseñanza que aquí se hace

y, por extensión, todo el mensaje de Jesús. De la misma forma que no se debe juzgar-conde-

nar a los demás, tampoco se debe, por un celo indiscreto y ligero, perder el tiempo anunciando

la doctrina del reino a quienes no la pueden o no la quieren comprender. Sólo valdría, en este

caso, para que la desprecien, profanen o tergiversen para servirse de ella. Y hasta es posible

que hagan todo el daño que puedan a los que intentaron evangelizarlos.

Sólo se puede anunciar el mensaje de Jesús a las personas insatisfechas, que están en

búsqueda de lograr un sentido para su vida o tratando de ahondarlo. Los satisfechos y los insta-

lados no lo podrán entender jamás porque no les interesa, no lo necesitan. Es más, les irrita. Lo

máximo que están dispuestos a aceptar es una superficial sacramentalización. Es perder el

tiempo querer decirles, si se llaman cristianos, que el evangelio es y pide otra cosa. Es perder

el tiempo querer explicarles la experiencia de la fe, los propios ideales e ilusiones, la pala-

bra de Dios... ¿Para qué hablar cuando falta la buena voluntad de querer escuchar?

¡Cuántas experiencias en este punto! Aunque no debemos excluir a nadie de nuestro amor, no

por eso debemos estar ciegos a la actitud de los demás, evidente en tantas ocasiones.

Los perros y los cerdos no son los paganos, como corremos el riesgo de interpretar desde

nuestra seguridad de tener la verdad. Son aquellos -cristianos o no- que mantienen frente al

mensaje de Jesús -justicia, amor, libertad, paz...- la misma actitud desesperante que los cerdos

ante las perlas. Proponer el mensaje cristiano a los que por su modo de vivir son enemigos de él,

provoca reacciones violentas y ninguna ventaja. La única postura posible es el silencio y sacudir

el polvo de los pies en testimonio contra ellos (Mt 10,14; Mc 6,11; Lc 9,5; 10,11).

¿Qué se les podrá decir a los autosuficientes, a los seguros de sí mismos, a los cerrados total-

mente a cualquier compromiso fuera de su propio provecho, a los que viven aferrados a

unas cuantas prácticas religiosas o pertenecen a alguna asociación o pía unión o estamento

clerical, con olvido de los hermanos que no son de su casta, de su religión o de su ideología, a

los cristianos "de toda la vida"...?

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Jesús anunció a los suyos fracasos y persecuciones. Pero éstos no deben ser causados por la

propia imprudencia o falta de discernimiento. ¡Cuánto tiempo perdido con personas que tie-

nen claramente sus intereses en cosas que se pueden comprar con dinero! Es necesario que

nuestra Iglesia pise tierra y descubra dónde no hay nada que hacer.

5. El Padre escucha siempre la oración que brota del corazón de sus hijos

Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque quien

pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre. Si a alguno de vosotros le pide su hijo pan, ¿le va a dar una piedra?; y si le pide

pescado, ¿le dará una serpiente? Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los que le pidan!

(Mt 7,7-11)

La tercera comparación ilumina el sentido de la eficacia de la oración. También Lucas ha-

bla de esto, pero en otro contexto: a continuación de la parábola del "amigo importuno" (Lc

11,9-13).

En todo este pasaje está latiendo otra enseñanza: así como todo el que pide recibe, el que no

pide, normalmente no recibe.

Jesús quiere, con un ejemplo tomado de la vida humana, sacar una enseñanza importante: la

benevolencia de Dios ante la oración del hombre es infinitamente superior a la del padre con su

hijo. Si el buen padre da al hijo todo lo que le conviene para su vida, ¿cómo no va a hacer lo

mismo el Padre del cielo?

¿A qué se refiere Jesús al decir que los hombres somos "malos"? Llama malos a los hombres

en comparación con Dios, que es el único y exclusivamente bueno (Mc 10,18; Lc 18,19). En la

actuación de los padres con sus hijos encuentra el hombre la gran garantía de la genero-

sidad de Dios ante sus plegarias.

¿Cómo se armoniza esta oración con la experiencia de no recibir frecuentemente lo que

pedimos, o de recibirlo tardíamente? La negativa o el retraso sólo pueden deberse a que pedi-

mos cosas contrarias al reino o que no conducen a él. Un verdadero padre no le da a su hijo

todo lo que éste le pide; le da únicamente lo que sabe que le hará bien. El padre que da a su hijo

todo lo que éste le pide, llorará su proceder antes de lo que imagina. Dios no puede escuchar

las oraciones cuando le pedimos cosas que no nos convienen o para cuando no nos convienen.

Dice el apóstol Santiago: "Pedís y no recibís porque pedís mal, para derrocharlo en placeres"

(Sant 4,3). Dios tampoco nos concede las cosas buenas que le pedimos cuando no nos esfor-

zamos para conseguirlas.

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6. El amor, norma suprema

Tratad a los demás como queréis que ellos os traten: en esto consiste la ley y los profetas.

(Mt 7,12) De nuevo inserta Mateo una enseñanza que no tiene relación alguna con la anterior ni

con la siguiente. Hubiera tenido cabida lógica en este mismo capítulo, a continuación de la

primera comparación o parábola: la paja y la viga (Mt 7,3-5). Lucas nos propone esta mis-

ma enseñanza dentro de un contexto lógico, situado también en el sermón de la montaña: el

amor a los enemigos (Lc 6,31).

Las sentencias de los rabinos sobre el amor al prójimo eran siempre negativas. Así decía el

rabino Hillel: "Lo que te sea odioso no lo hagas a tu prójimo".

Jesús resume aquí toda la enseñanza moral de los escritos de "la ley y los profetas", sintetiza

lo que debe ser la norma de conducta que regule el amor de los hombres. Ese amor que le llevó

a él a la cruz, al vivir en un mundo que no comprende estas cosas; un mundo que a lo

máximo a que aspira es a que las cosas no empeoren... Lo hace de forma positiva y

apoyado en la más profunda psicología humana. La norma suprema del cristiano no

consiste en no hacer mal al prójimo, sino en amarlo como a uno mismo (Mc 12,31), en buscar

el bien de los demás tanto como el propio. Este precepto universal hace saber al momento cuál

debe ser la conducta que debemos seguir en la vida. Es un toque en lo más íntimo de las

aspiraciones humanas: si todos queremos lo mejor para nosotros, eso mismo hemos de hacer a

los demás. Sólo hay una dificultad: que no nos amemos a nosotros mismos de verdad, que

no sepamos qué es de verdad bueno o malo para una vida auténtica. Por eso es mejor decir:

tratad a los demás como el mismo Jesús los trata (Jn 13,15.34-35...).

7. Los dos caminos

Entrad por la puerta estrecha. Ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos

entran por ellos. ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida! Y

pocas dan con ellos. (Mt 7,13-14)

Siguiendo la misma línea de yuxtaposición de enseñanzas, sin una conexión inmediata,

expone Mateo estas palabras de Jesús sobre los dos caminos. Es su cuarta comparación o

parábola. Lucas sitúa un pasaje semejante (Lc 13,23-24) en un contexto distinto y lógico,

ya que es la respuesta a una pregunta concreta que le han hecho a Jesús sobre el número de

los que se salvan.

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Con esta cuarta comparación, Jesús viene a decirnos que no debemos dejarnos arrastrar

por lo que todos hacen; que hemos de salirnos de las cosas que se valoran en nuestro mundo

para atinar con la verdadera vida del hombre.

Ante cada ser humano se presentan dos caminos: vivir para sí mismo, con olvido de los

demás, o vivir para los demás, con olvido de sí mismo. No hay una tercera posibilidad, aunque

ninguno de los dos caminos se den en estado puro. Cada uno debemos elegir. Si no elegimos, es

evidente que nuestro camino es el ancho, por ser lo que el hombre busca superficialmente y la

sociedad del consumo nos está machacando constantemente.

Jesús no responde aquí a la pregunta de si serán muchos o pocos los que se salvan. No es

ésta la cuestión. Además, a esta pregunta nunca quiso responder.

Vivir para mí mismo me obliga a poner la meta de mi vida en el confort, la comodidad. Me

lleva a instalarme en la vida como si fuera ella mi morada para siempre. Y de esa forma este

camino, tan ancho y fácil al principio, se va convirtiendo paulatinamente en camino estrecho,

lleno de soledad, vacío y hastío de vivir. Este camino cómodo de la mediocridad, del pecado y

del vicio es muy transitado. Por ello hay tanta necesidad de verdadera alegría en el mundo.

Vivir para los demás me lleva a poner la meta de mi vida en el amor, la justicia, la verdad,

la libertad, la paz, la igualdad... para todos los hombres. Y así, me lleva a trabajar por la

construcción del reino de Dios, un reino que comienza ahora y aquí, pero que se perfeccionará y

llegará a su plenitud al final de los tiempos. Éste es el camino que conduce al Padre. Un camino

que, estrecho y difícil al principio, se va ensanchando cada vez más, y nos va descubriendo las

verdaderas dimensiones del corazón humano. Es el camino de las bienaventuranzas. Pocos

entran por él, porque son pocos los hombres con el coraje suficiente para correr el riesgo de

dejarse guiar por su corazón, que termina adormecido por los "cuidados" de la sociedad.

No es difícil entrar por la "puerta estrecha". Lo que pasa es que la mayoría de los hombres,

deslumbrados por las apariencias de la sociedad, ni se dan cuenta de que existe. Al decir que son

pocos los que entran por ella, Jesús nos está indicando que su camino no es el del mundo, el

del sentido común, el de la cultura y los valores dominantes, el que parece siguen los millones y

millones de cristianos... El suyo es siempre un camino de oposición, un camino minoritario:

el camino de la cruz, como vida plenamente vivida.

En su momento histórico es posible que el pensamiento de Jesús incluyera la actitud del

judaísmo frente a su ingreso en el reino. "Pocos" fueron los que entraron en él; "muchos"

-fariseos y pueblo- los que, por diversas causas, no ingresaron.

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8. Final del sermón de la montaña

Al terminar Jesús este discurso, la gente estaba admirada de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad y no como los letrados.

(Mt 7,28-29)

Con este primer discurso, Mateo sintetiza todo el mensaje de Jesús, fundamentando en él

todo lo que sigue. Al final nos da la impresión que causaron sus palabras en los oyentes.

Jesús no ha seguido el formulismo ritualista de los rabinos -letanía de sentencias,

aforismos, opiniones, leyendas...-; no ha basado su enseñanza en la mecánica de la tradición,

como hacían los doctores y rabinos, sino que ha hablado en nombre propio, censurando inclu-

so las interpretaciones rabínicas y fariseas y perfeccionando la inmutable ley mosaica. Y por si

fuera poco, nunca había asistido a las escuelas de los rabinos ni recibido la investidura oficial

para enseñar.

El auditorio se queda admirado, por la sinceridad y hondura del mensaje que les ha

transmitido y de la persona que lo encarna. Admiración que no llevará a seguirle más que a unos

pocos.

La forma de enseñar de sus dirigentes religiosos contrasta con la de Jesús, que habla con

autoridad: con convencimiento, creyendo y viviendo lo que dice. Ante sus palabras nadie debe

permanecer indiferente.

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Incredulidad de los judíos

-Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos hace fuerza y los esforzados se apoderan de él. Los profetas y la ley han profetizado hasta que vino Juan; él es Elías, el que tenía que venir, con tal que queráis admitirlo.

El que tenga oídos que escuche. ¿A quién se parece esta generación? Se parece a los niños sentados en la plaza que gritan a otros: "Hemos tocado

la flauta y no habéis bailado, hemos cantado lamentaciones y no habéis llorado".

Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: "Tiene un demonio" ' Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: "Ahí tenéis a un comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores".

Pero los hechos dan razón a la sabiduría de Dios. (Mt 11,12-19)

Al oírlo toda la gente, incluso los publicanos, que habían recibido el

bautismo de Juan, bendijeron a Dios. Pero los fariseos y los letrados, que no habían aceptado su bautismo, frustraron el designio de Dios para con ellos.

-¿A quién se parecen los hombres de esta generación? ¿A quién los compararemos?

Se parecen a los niños sentados en la plaza, que gritan a otros: "Tocamos la flauta y no bailáis, cantamos lamentaciones y no lloráis".

Vino Juan el Bautista, que ni comía ni bebía, y dijisteis que tenía un demonio; viene el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: "Mirad qué comilón y qué borracho, amigo de recaudadores y pecadores":

Sin embargo, los discípulos de la sabiduría le han dado la razón. (Lc 7,29-35)

1. Dios no puede circular libremente en nuestro mundo

Este pasaje parece uno de los más difíciles de los evangelios. ¿Por qué sufre violencia el reino de

Dios? ¿Quiénes son los esforzados?

Su sentido puede ser el siguiente: mientras el reino de Dios era sólo una promesa, todos los

judíos estaban a favor; pero cuando llega la realidad, su compromiso, que exige la conversión,

los círculos de poder se ponen en contra y usan la violencia contra él. De hecho, Juan, precursor de

ese reino, está ya en la cárcel y crece día a día la oposición a Jesús.

Nuestro mundo deja que se teorice, se hable..., pero cuando se quiere poner en práctica la teoría

y esa práctica pone en peligro los intereses de los individuos y de las naciones privilegiados, éstos

ponen en marcha sus mecanismos de defensa, que suelen hacer fracasar todos esos intentos.

Al reino de Dios se le opondrán siempre duras resistencias externas; su avance será siempre

obstaculizado y detenido diplomática o violentamente. Los planes de Dios no pueden circular

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libremente en nuestro mundo, porque los hombres y las naciones que dominan quieren otra cosa.

Todo lo que es verdaderamente de Dios deberá viajar de incógnito en nuestra sociedad, incluida

la cristiana.

El reino de Dios exige una entrega absoluta e incondicional, apasionada; exige posponer

todo lo demás. Los que así obran son esos "esforzados" que "se apoderan de él" (Mateo).

"Los profetas y la ley" anunciaron la promesa hasta Juan, y todos la aceptaban en teoría.

Juan anuncia su llegada, y por eso comienza la cruel oposición. Una oposición que también se

enfrentó violentamente con los mejores profetas (Isaías, Jeremías...): los muy ilusos pretendían

llevar a la práctica sus duras palabras.

Los judíos creían que la llegada del reino podría ser anticipada: "Si todos los judíos hiciesen un

solo día verdaderamente penitencia, vendría el reino ese mismo día". Esa convicción judía está

latente en la frase: "Desde los días de Juan el Bautista...", porque desde entonces se planteó de un

modo serio y definitivo la puesta en práctica de la promesa de Dios.

Desde el momento en que el reino de Dios ha hecho su aparición, todos, sin distinción de

ninguna clase, hemos de aceptar sus exigencias, hacernos violencia, jugarnos la vida para no

quedar excluidos de la Vida.

Y de aquí nace la otra violencia: la que surge del interior del mismo hombre que quiere y no

quiere, a la vez, aceptar las exigencias de ese reino.

Es posible que la narración de las tentaciones de Jesús (Mt 4,111; Mc 1,12-13; Lc 4,1-13) nos

ayude a comprender este difícil episodio.

2. Juan encarna la figura de Elías

En la doctrina de los letrados se afirmaba que el profeta Elías volvería precediendo al Mesías,

que llevaría todo a plenitud. Afirmaban, por tanto, que Elías sería el precursor. Jesús dice que Juan

encarna la figura de Elías, su misión. Y lo propone como algo que deberían aceptar sus oyentes sin

ningún tipo de demostración.

¿Cómo aceptar que Juan es Elías? Ellos esperaban un reino de Dios que se impondría desde

arriba, en el que Elías aparecería con gran poder. Y Juan, en lugar de haberse presentado como

una figura de gran poder, está en la cárcel. Por eso, esta verdad únicamente podría ser admitida

por los que hubieran renunciado a esperar cualquier tipo de triunfalismo.

Es por la dificultad que tienen de aceptar esto los que están imbuidos de la idea mesiánica

triunfalista por lo que Jesús añade: "El que tenga oídos que escuche" (Mateo). Sólo el que abra su

oído y esté dispuesto a entender bien y aceptar en su corazón lo que ha oído podrá comprender lo

que aquí se dice. Es lo que pasa con todas las verdades de la fe: aparentemente pueden parecer

absurdas, pero si se ahonda en ellas, si se intenta aplicarlas a la vida, se va descubriendo

paulatinamente su autenticidad.

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3. Excusas nunca nos faltan

Continúa Jesús hablando a la multitud. Ahora va a hacer una dura crítica de los que no

aceptaron a Juan ni lo aceptan a él. Para esta crítica se servirá, como tantas veces, de una parábola-

comparación.

La parábola tiene su punto de apoyo en el mundo infantil. Entre los niños es frecuente no ponerse

de acuerdo en sus juegos; y mientras unos quieren jugar a una cosa, otros prefieren hacerlo a otra. El

capricho y la terquedad de los niños en sus juegos es el punto de referencia de la comparación.

Al hablar de "esta generación", Jesús no se refiere a sus contemporáneos en general, sino a los

violentos a que nos hemos referido antes. De hecho, el pueblo había aceptado la predicación del

Bautista, y seguía a Jesús; y Jesús sentía por él un gran cariño. Por extensión, se puede aplicar

"esta generación" a todos los que a lo largo de los siglos se opondrán a su mensaje con mala inten-

ción. La palabra "generación" está usada en sentido peyorativo. Cuando un hombre o una socie-

dad prefieren rechazar algo, siempre encuentran excusas para justificar su actitud.

Jesús retrata en esta parábola al pueblo judío, que le ha negado la fe. Y de modo especial a los

dirigentes. Ellos son los responsables más directos.

Son caprichosos e irresponsables como niños que juegan a "bodas" y "entierros". Coloca-

dos en dos grupos, en la plaza, uno enfrente del otro, deciden jugar a bodas. Pero cuando el

primer grupo comienza a tocar, el otro ni se mueve; ha perdido todo interés por el juego.

Dicen que es demasiado alegre. Entonces cambian de juego, y lo hacen a funerales. Pero tampoco

esta vez se mueve el segundo grupo: el juego es demasiado triste.

Jesús nos reprocha ser como niños caprichosos, que no saben lo que quieren; o mejor, lo sabe-

mos muy bien: queremos que nos deje tranquilos. Para el que no quiere comprometerse siempre hay

excusas al alcance de la mano. Se rechaza una actitud, lo mismo que la contraria; unas ideas y las

opuestas... Es la prueba de la falta de sinceridad y de compromiso.

Los dirigentes judíos, un día por demasiado y otro día por poco, nunca aceptan las señales

de la llegada del reino. Son incapaces de captar sus signos históricos concretos. Inventan mil razo-

nes abstractas para no complicarse la vida y poder permanecer en su confortable situación. ¿Cómo

esperar un tiempo mejor del que ya tienen?

Los fariseos y los letrados se han negado a entrar en el "juego" de Dios. ¿Los cristianos en

general? Hay mucha tristeza en las palabras de Jesús cuando denuncia esta ruptura. La mayo-

ría se desentienden de todo, calificando de extravagantes y exagerados a unos, de locos a otros...

El "juego" de Dios está hecho de ayunos y banquetes, de lágrimas y sonrisas, de motivos

alegres y tristes, de cruz y de alegría, de ruptura con el mundo y de amor al mundo, de fiesta y de

lucha, de utopía y compromiso, de muerte y resurrección. El que acepta solamente una parte del

juego, se descalifica automáticamente.

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Los fariseos y los letrados no han aceptado la austeridad de Juan, ni aceptan la vida de Jesús,

que no practica la ascesis. Todo es para ellos motivo de crítica. Tomando pretexto de la austeridad

de vida de Juan y de su afán por alejar al pueblo de la institución judía centrada en el templo de

Jerusalén, quieren neutralizar su anuncio llamándolo loco. El pueblo busca a Dios en el profeta del

desierto, y no en su propia institución religiosa... Si lo dejan seguir en paz, ¿qué será de su

tinglado?

De Jesús rechazan su ruptura con los moldes de la religión judía y su aceptación de los

recaudadores de impuestos y pecadores en el reino de Dios, rompiendo con ello los esquemas religio-

sos tradicionales. Bueno, de Jesús lo rechazan todo. Por eso quieren desacreditarlo tomando

pretexto de su vida en medio de la gente despreciada. La campaña difamatoria intenta disimular

los verdaderos motivos de la oposición a Juan y a Jesús.

"El Hijo del hombre", el hombre acabado, pleno, portador del Espíritu de Dios, no se sale de

la sociedad, como Juan, para llevar una vida al margen del pueblo. Siendo el hombre pleno, la cima

de lo humano, no se avergüenza de ser hombre y asumir lo que es común a todo ser humano:

come con publicanos y pecadores, comparte toda su vida con el pueblo. Trae el tiempo de la

alegría, de la plenitud. Esta conducta de Jesús les parece demasiado mundana. ¿Quién procederá

bien para ellos? ¿En qué quieren creer?

Con su modo de vivir, Jesús rechaza el que sólo la práctica de la ascética signifique una

ascensión en la perfección humana. La pobreza que él propone y practica no significa privación

voluntaria de lo necesario.

Los dirigentes judíos, casi en general, siempre rechazaron la palabra de Dios, en cualquier

forma que se les propusiera. ¿Los dirigentes cristianos? Sentados en el sillón de una religión

desfigurada por ellos, y por lo mismo falsa, se sentían felices y justificados diezmando el anís, la men-

ta y el comino y descuidando, refugiados en su religiosidad oficial, lo fundamental de la ley: la

justicia, la misericordia, la fe (Mt 23,23). Sentados en la plaza, criticaban la actitud de todos los

enviados de Dios. Todos los que no entraban en sus caminos y se ajustaban a sus planes esta-

ban lejos del camino de la salvación; incluido el mismo Jesús.

Juan representa la piedad del desierto con el rigor de su austeridad y la dureza de su vida.

Las costumbres de la sociedad están pervertidas, por lo que no queda más remedio que irse al

desierto. En esta actitud se ha condensado el ideal del ascetismo de las grandes religiones de la tierra,

que han descubierto la necesidad de una purificación humana para que el encuentro con Dios

sea posible: hinduismo y otras religiones del Oriente, entre ellas la de los monjes esenios del tiempo

de Juan.

Esta religiosidad del vencimiento propio y la dureza de vida ha suscitado en las altas esferas de

Israel un clima de rechazo. Para las autoridades instaladas de Israel, Juan, el profeta de mirada

limpia y de palabra hiriente, no es más que un loco.

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En cambio, Jesús "come y bebe". Sabe que Dios se encuentra cerca de los hombres y los ama. Y

ese amor del Padre ha convertido la existencia humana en una fiesta de agradecimiento, de

alegría y de esperanza.

Esta religiosidad les pareció a los dirigentes de los judíos poco seria: no era propio de un

hombre de Dios el juntarse con los marginados y convivir con ellos. En otros pasajes se irán

acumulando otras razones para rechazarlo y acabar con él en la cruz.

4. A pesar de todo, los planes de Dios siguen adelante

Al final de la parábola, añade Jesús esta sentencia: "Pero los hechos dan razón a la sabi-

duría de Dios" (Mateo). Lucas ofrece la misma idea con palabras un poco distintas: "Los

discípulos de la sabiduría le han dado la razón". Juan y Jesús son los personajes fundamen-

tales de la realización del reino de Dios: uno como precursor, el otro como Mesías. Sus

conductas pueden parecer equivocadas y ser juzgadas como tales por los dirigentes del pueblo judío,

pero sus obras demuestran que están en la línea de la verdad y que, por tanto, los equivocados son

ellos.

A la campaña difamatoria de sus enemigos, Jesús opone sus obras. Obras de Dios que, en

último término, sólo son asequibles al hombre por la fe, por el compromiso de la vida. ¿Cómo no

creer en lo que, al vivirlo, nos cae encima?

No nos hagamos los "niños imposibles". De todos modos, con nuestra apatía y desgana no logra-

remos impedir el "juego" de Dios. Su plan siempre seguirá adelante, porque Dios siempre logrará

reclutar "niños" abiertos, comprometidos, dispuestos a entrar en el juego de la vida porque van

comprendiendo los caminos del Padre. Y de esta forma la "sabiduría de Dios" queda

justificada por esos hijos fieles.

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Sigue manifestándose la maldad de los dirigentes

-Si se planta un árbol bueno, su fruto será bueno; si se planta un árbol malo, su fruto será malo, pues el árbol se conoce por sus frutos.

Raza de víboras, ¿cómo podéis hablar cosas buenas siendo malos?, puesto que la boca habla de lo que rebosa el corazón.

El hombre bueno saca cosas buenas del tesoro que tiene en su interior; y el que es malo, de su fondo malo saca cosas malas.

Os digo que en el día del juicio los hombres tendrán que dar cuenta incluso de las palabras ociosas que hayan dicho. Por tus palabras serás declarado justo, y por lo que digas vendrá tu condenación.

Entonces, un grupo de letrados y fariseos dijeron a Jesús: -Maestro, queremos ver un milagro tuyo. Él les contestó: -Esta generación perversa y adúltera exige una señal; pues no se le dará más

signo que el del profeta Jonás. Tres días y tres noches estuvo Jonás en el vientre del cetáceo: pues tres días y

tres noches estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra. Cuando juzguen a esta generación, los hombres de Nínive se alzarán y

harán que la condenen, porque ellos se convirtieron con la predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás.

Cuando juzguen a esta generación, la reina del Sur se levantará y hará que la condenen, porque ella vino desde los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón.

(Mt 12,33-42)

La gente se apiñaba alrededor de Jesús, y él se puso a decirles: -Esta generación es una generación perversa. Pide un signo, pero no se le

dará más signo que el signo de Jonás. Como Jonás fue un signo para los habi-tantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para esta generación.

Cuando sean juzgados los hombres de esta generación, la reina del Sur se levan-tará y hará que los condenen; porque ella vino desde los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón.

Cuando sea juzgada esta generación, los hombres de Nínive se alzarán y harán que los condenen; porque ellos se convirtieron con la predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás.

(Lc 11,29-32)

1. De la abundancia del corazón habla la vida

Es muy duro vivir constantemente desde la fe cristiana. Y quizá más difícil aún en países

llamados cristianos. Para los israelitas, la fe capacitaba al creyente para captar los mensajes de Dios

a través de los acontecimientos históricos. Si no nos sentimos interpelados por Dios a través de las

esperanzas, las exigencias, las aspiraciones, los dramas y las conquistas de nuestro tiempo, nuestra

fe no es fe, sino comodidad o engaño "espiritual".

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La fe hace que hasta las palabras más ordinarias que decimos u oímos tengan siempre un

acento de novedad, como si fueran la primera vez que las decimos o las oímos. También los de-

más tendrán la misma impresión. Cuando habla un hombre de fe, los interlocutores sienten el

deseo de creer en lo que dice, o al menos de tomar en serio sus palabras. ¿Nos toman en serio hoy a

los cristianos? ¿No estaremos defendiendo como cristianos posturas antievangélicas? Es muy

sospechoso que la gente que busca una sociedad distinta no nos escuche...

Los adversarios de Jesús, los dirigentes religiosos del pueblo y los bien situados tienen que

definirse ante él sin calumnias. Si reconocen que sus obras son extraordinarias, deben recono-

cer también que Dios está con él. Y si rechazan a la persona, por lo mismo deben rechazar lo

que hace. Nunca rechazan al autor de unas obras y aceptan éstas. Las obras buenas son fruto

de la persona, como lo son los frutos de los árboles que los producen.

A primera vista, parece que Jesús dirige su atención a sus obras. Como si dijera: lo mismo que

juzgáis al árbol por sus frutos, juzgad también al hombre bueno por lo que hace. Si lo que yo

hago es bueno, la conclusión que debéis sacar es que Dios está conmigo. Pero, si leemos más

detenidamente, nos damos cuenta de que la comparación está situada más en profundidad: "La

boca habla de lo que rebosa el corazón", órgano al que se atribuye el centro de la personalidad.

Para Jesús, lo primero es tener un corazón limpio y recto, antes de seguir sus dictados. Porque

no se trata únicamente de hacer cosas con el corazón, sino de hacerlas con un corazón recto, capaz

de percibir el plan de Dios y de valorar lo justo y lo injusto. Nadie duda, creo, de que se puede

actuar con un corazón-conciencia equivocado.

La percepción de la verdad no es solamente cuestión de inteligencia; es sobre todo cuestión de

amor a la verdad, que requiere una gran dosis de desprendimiento y de libertad de espíritu. Si fal-

ta el amor a la verdad, el hombre se hace ciego y busca sólo lo que le interesa egoístamente. Un

ejemplo de esto lo tenemos en el juicio que hacen de Jesús los dirigentes religiosos de Israel. No

juzgan a Jesús por lo que hace, sino según sus propias conveniencias.

2. Las palabras pierden significado si no van acompañadas por las obras del que habla

"Raza de víboras, ¿cómo podéis hablar de cosas buenas siendo malos?" Valoran los aconte-

cimientos a la luz de su propio corazón, de sus propios intereses; riesgo constante en todos los hom-

bres. Y así, hacen un juicio positivo de los exorcismos que ellos realizan, a la vez que condenan los de

Jesús. Son un caso evidente de corazón sucio y torcido. Por esa razón, sus frutos tienen que ser

malos.

Para Mateo los deberes para con la verdad son al menos tres: obrar de acuerdo con lo que se

cree verdadero, desterrando toda hipocresía; adecuar lo que estimamos verdadero con la reali-

dad, siempre dispuestos a cuestionar nuestros puntos de vista, y crear dentro de nosotros una

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disponibilidad moral -de corazón- que haga posible la percepción de la verdad, que se logra

exclusivamente desde la desinstalación y el desprendimiento.

No sólo las obras deciden el destino del hombre; también son importantes las palabras, porque

también con ellas se puede hacer el bien o el mal. La calumnia, que acusa a Jesús de magia, pretende

impedir la liberación del pueblo y que éste conozca al verdadero Dios.

Las palabras, cuando se abusa de ellas y no van acompañadas de obras, dejan de significar;

no dicen nada. Expresan, a lo más, sonidos. Pero no una realidad o una persona. En nuestro mun-

do, dominado por la propaganda, las palabras suelen viajar desenganchadas de la vida, de las

obras. Y cuanto más desenganchadas están de la realidad y de la vida del que las pronuncia,

tanto más fáciles son. ¿Nos cuestan las palabras?

3. El sensacionalismo y el triunfalismo jamás llevan la marca divina

Hay cristianos que quieren milagros a toda costa, como si su fe dependiera de ellos más que de la

palabra de Dios. Su vida religiosa se desarrolla bajo el signo de lo excepcional -santos milagrosos,

santuarios marianos en los que únicamente se busca el prodigio...-, a veces incluso de lo extrava-

gante –Palmar...-. No han comprendido que el milagro es causado por la fe, y no al contrario. Han

trastocado el modo de actuar de Dios. No saben que el Dios verdadero gusta de pasar inadver-

tido, como lo prueba el que existan ateos y agnósticos. El sensacionalismo y el triunfalismo

jamás llevan la marca divina. Con su credulidad acaban haciendo el ridículo y provocando el

rechazo de la fe verdadera y de las personas críticas y honradas.

El milagro es un signo, una anticipación del reino de Dios; responde a la utopía del hombre

nuevo, porque ¿qué mayor milagro que el hombre llegue a serlo en plenitud?: justo, veraz, pacifi-

cador, comunicativo, desprendido, pobre...

La vida de Jesús de Nazaret está llena de relatos milagrosos: paralíticos que andan, muertos

que resucitan, ciegos que ven... Y, sin embargo, él es enemigo de ellos. Viene a marcarnos un estilo de

vida, a enseñarnos a vivir como hombres verdaderos, a convertirnos en "milagro", no a hacer mila-

gros. Se niega a lo espectacular. Los milagros le eran arrancados por la fe de los que se acercaban

a él y por la miseria en que vivían los hombres. No soportaba el sufrimiento del pueblo, y buscaba

que hombres y pueblos lo fueran en plenitud.

"Un grupo de letrados y fariseos dijeron a Jesús: Maestro, queremos ver un milagro tuyo".

Se dirigen a Jesús con cortesía. No les bastan los realizados hasta entonces. Implícitamente afir-

man que, si se lo concede, estarían dispuestos a creer en él.

Es imperdonable lo que están haciendo; sólo les guía la mala fe. ¿No les ha dado pruebas

suficientes? ¿Por qué no creen en sus obras?

Se va descubriendo la razón del enredo. La multitud sigue a Jesús porque presiente en él

algo grande y verdadero. Pero los dirigentes ven amenazados sus intereses y su prestigio, y tratan

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de anular las ideas y la acción de Jesús. El mejor camino para desprestigiarlo es empleando

argumentos religiosos. Si Jesús no es de Dios, si no tiene a su favor señales venidas claramente del

cielo, si ataca a la religión tradicional y no demuestra que lo nuevo que predica está avalado y

ratificado por Dios, entonces no hay que seguirle. Para un judío piadoso este argumento tenía

mucha fuerza. De esta forma los dirigentes pretenden hundir a Jesús. Quieren librarse de él. Ya ha

dado bastante guerra.

Enfrentados con el silencio de Dios, los hombres pedimos signos constantemente. Preten-

demos llegar a la fe apoyándonos en sensacionalismos y en hechos extraordinarios. Esta petición

de signos para creer era una de las posturas que más rechazaba Jesús.

Los hombres escuchamos al que habla y no compromete la vida. Por eso proliferan tanto

los líderes políticos que arrastran a las multitudes: no piden un seguimiento ni un compromiso

serio; a lo sumo, piden el voto. Ya harán ellos lo que haga falta. Pasa casi lo mismo con la mayo-

ría de los poetas, filósofos, escritores, dirigentes religiosos: se les lee o escucha con gusto, pero no

nos llevan a la práctica, al compromiso personal. El riesgo de Jesús está ahí: pide seguirle, pasar

por el camino que él pasó... Y para eso no estamos disponibles. Y hemos de buscar las disculpas,

las razones a nuestra mediocridad.

Jesús rechaza el signo que le piden. La fe no descansa en las obras portentosas, sino en la

aceptación de la palabra de Dios en nuestra vida.

4. El signo del profeta Jonás

"Esta generación perversa y adúltera" es el pueblo de Israel, que vivió siempre exigiendo

obras y signos extraordinarios a su Dios a la vez que adoraba a otros dioses.

La señal de Jonás es su muerte-resurrección, signo de su vida plena y para siempre, acaecidas

en un intervalo de tres días. Es un modo de negarles lo que le piden. Porque ¿qué signo podía ser

para ellos "el del Hijo del hombre" asesinado en una cruz y resucitado, si estaban cerrados a toda

evidencia? ¿Quién comprendería este signo? Un signo que únicamente se podía entender desde la fe,

que era precisamente lo que no tenían los que lo pedían. Solamente los que creen en él llegarán a

descubrir la presencia de Dios en su camino y aceptar la realidad de la resurrección.

El libro de Jonás era uno de los más populares del Antiguo Testamento. No había nada en la

historia de los judíos que pudiera compararse con el arrepentimiento de Nínive, ciudad pagana que

aceptó la palabra de Jonás y se convirtió.

Los paganos se habían convertido. Los dirigentes judíos se niegan a escuchar a Jesús, que

es superior a Jonás. El ejemplo puesto por Jesús es una severa condena al pueblo judío: los paga-

nos se muestran más disponibles a acoger la palabra de Dios que los judíos. Es una constante en

todos los relatos evangélicos. ¿Qué nos impide pensar que ahora sucede lo mismo con los

cristianos?

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La segunda lección la dará "la reina del Sur", que visitó a Salomón para disfrutar de su

sabiduría (IRe 10,1-13). Y ellos se niegan a escuchar a Jesús, que es mucho más que Salomón.

A causa de ello, unos y otra se alzarán contra "esta generación" el día del juicio, y la

condenarán.

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Parábola de la lámpara sobre el candelero

Les decía también a las muchedumbres: -¿Se trae el candil para meterlo debajo del celemín o debajo de la cama, o

para ponerlo en el candelero? Si se esconde algo, es para que se descubra; si algo se hace a oscuras, es para que salga a la luz.

El que tenga oídos para oír que oiga. Les dijo también: Atención a lo que estáis oyendo: la medida que uséis la usarán con vosotros, y con

creces. Porque al que tiene se le dará, y al que no tiene se le quitará hasta lo que

tiene. (Mc 4,21-25)

-Nadie enciende un candil y lo tapa con una vasija o lo mete debajo de la cama; lo pone en el candelero para que los que entren tengan luz.

Nada hay oculto que no llegue a descubrirse, nada secreto que no llegue a saberse o a hacerse público.

A ver si me escucháis bien: al que tiene se le dará, al que no tiene se le quitará hasta lo que cree tener.

(Lc 8,16-18)

-Nadie, cuando enciende una lámpara, la pone en sitio oculto, ni bajo el celemín, sino sobre el candelero, para que los que entren vean el resplandor.

La lámpara de tu cuerpo es tu ojo. Cuando tu ojo está sano, todo tu cuerpo está luminoso; pero cuando está malo, también tu cuerpo está a oscuras.

Mira, pues, que la luz que hay en ti no sea oscuridad. Si, pues, tu cuerpo está enteramente luminoso, no teniendo parte alguna oscura,

estará tan enteramente luminoso como cuando la lámpara te ilumina con su fulgor. (Lc 11,33-36)

1. El evangelio se entiende cuando se vive

Estos pasajes comprenden cuatro afirmaciones independientes, entretejidas por los evange--

listas. Es un método que utilizaron con frecuencia: reunir palabras dichas por Jesús en distintas

ocasiones y formar con ellas unas determinadas unidades.

"Un candil" encendido es "para ponerlo en el candelero", "para que los que entren tengan

luz". El evangelio es una luz encendida, escrito en un lenguaje popular nada misterioso, pero que

para irlo entendiendo es imprescindible tratar de ponerlo en práctica, sin ningún tipo de excusas.

No puede defenderse la idea, muy extendida, de tener que hacer grandes estudios teológicos

para interpretarlo. Lo que se logró con ello fue desviar la atención de lo fundamental: vivirlo. Se

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convirtió en una ciencia más, con el lenguaje y al servicio de los dirigentes religiosos, que podían

utilizarlo para tener dominado al pueblo. Cuando estos jefes se unían con las oligarquías domi-

nantes, el pueblo podía despedirse de la luz que brilla en él por sí misma: lo habían colocado

"debajo del celemín" (utensilio usado para apagar la lámpara lentamente). El evangelio no es

interpretado fielmente por los intelectuales, aunque sean teólogos, sino por los sencillos (Mt 11,25;

Lc 10,21).

Durante siglos la Iglesia intentó apartar al pueblo de la lectura directa de la Escritura.

Incluso se procuró hacer de ella una traducción y unos comentarios con palabras sacralizadas y

difíciles, lejos del lenguaje popular, que velaban los numerosos pasajes "peligrosos" para los inte-

reses económicos de los que dominaban. Es el lenguaje de muchos dogmas y de los aconteci-

mientos de la vida de Jesús más comprometidos. Sirva como ejemplo el de su muerte: se nos dice

que murió para redimirnos, con lo que la razón fundamental de su muerte queda velada: murió

a manos de los dirigentes religiosos y poderosos políticos porque les estorbaba, porque atacaba sus

planteamientos egoístas y de casta.

La Iglesia ha puesto actualmente la Biblia en manos del pueblo, en manos de todos los que

están dispuestos a poner su vida al servicio del reino de Dios, como hizo Jesús. Es un importante

gesto de conversión, que le honra.

Es necesario que volvamos ahora a hacer posible que el pueblo de Dios tenga acceso directo

a su lectura. Para ello, hemos de ponerla en lenguaje inteligible para todos, que es lo que hicie-

ron los evangelistas, a pesar de los géneros literarios y de los simbolismos que emplea frecuente-

mente.

Jesús anunció el reino de Dios al pueblo. La mayoría, influidos por los dirigentes, no le dieron

su asentimiento; sólo un pequeño grupo de discípulos recibió con fe sus palabras. Pero el evan-

gelio debe predicarse en el mundo entero, su luz debe iluminar a todos los hombres. Es la labor de

sus seguidores.

Una comunidad cristiana que se limita a su círculo, prescindiendo de comunicar su fe a los

que le rodean, hace como el que pone la lámpara "debajo del celemín o debajo de la cama".

El evangelio debe ser anunciado, en toda su radicalidad y verdad, a todos los pueblos. Es una

"lámpara" que debe iluminar a todos "los que entren" en sus planteamientos, en sus compro-

misos.

Hemos de procurar "que la luz que tenemos no sea oscuridad". Por el contrario, tender a no

tener "parte alguna oscura".

La luz es para iluminar. La certeza del triunfo final de la luz sobre las tinieblas está en la

base de todo el mensaje de Jesús. Y debe estarlo en el de la Iglesia, evitando las falsas seguridades a

que es tan aficionada.

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2. El mensaje del reino llegará a todos los pueblos

"Nada hay oculto que no llegue a descubrirse, nada secreto que no llegue a saberse o a hacerse

público" (Lucas). Esta segunda sentencia enlaza perfectamente con la anterior. Se aplica a la

predicación del mensaje del reino de Dios a todos los pueblos. Lo que ahora permanece oculto a

unos, y en otros está manipulado, se manifestará un día con claridad. El misterio de la persona y

de la obra de Jesús, el porqué de su vida y de su muerte, será desvelado a todos, a pesar de tantos

como quieren colocar su luz debajo del "apagavelas" de los intereses personales.

Es una llamada a que las comunidades cristianas presten oído atento y comprendan el

encargo y la obligación que tienen de actuar en el mundo: de actuar con el espíritu de Jesús,

desde sus planteamientos; jamás por razones bastardas.

Llevar una existencia individualista, guardarse para sí los conocimientos sobre el reino, es

contrario a la voluntad de Dios. Todo debe ser comunicado, a tiempo y a destiempo (2Tim 4,2).

El evangelio es como el agua: si se estanca, si se guarda para sí, se pudre en el corazón. Quizá sea

ésta una de las razones de tantos cristianos mediocres y desilusionados. La Iglesia no debe nunca

encerrarse en un "ghetto"; lo mismo las comunidades y los cristianos en particular. Debemos ser

un signo de Dios en el mundo, dando testimonio de él a través de las obras y de las palabras.

Primero de las obras, después de las palabras; porque toda palabra que no esté apoyada en las obras

del que las pronuncia se convierte en mentira.

Estas palabras de Jesús no se refieren a que el hombre pierda el derecho a su propia inti-

midad, al secreto del corazón, a ese misterio personal que no puede hacer patente a nadie, por-

que las palabras son incapaces de expresarlo. Pero sí desvelan la ambivalencia de la intimidad, que

puede llevar a un ocultamiento egoísta o a expresar la riqueza de una vida interior abierta

amorosamente a los otros y al Otro. Desde aquí se esclarecen las palabras de Jesús: la luz es gracia

cuando penetra en el interior del hombre, lo vuelve transparente hacia los demás y lo abre hacia el

misterio de la vida: la resurrección. De esta forma, no se pierde la intimidad, sino que se

comparte.

"El que tenga oídos para oír que oiga". Es una sentencia muy del gusto de aquellos tiem-

pos. Los oídos son para oír lo que es, no lo que nos dicen o lo que nos parece o nos conviene. Y

hemos de reconocer que nunca estaremos seguros de saber que lo que oímos es en realidad lo que es.

3. Para oír de verdad hemos de prestar la máxima atención

"Atención a lo que estáis oyendo: la medida que uséis la usarán con vosotros, y con creces"

(Marcos). De los predicadores se pasa a los oyentes, a la atención que éstos deben prestar a la

palabra. Nos insta a prestar la máxima atención si queremos oír de verdad. A la vez, nos recuerda

que la atención que pongamos en entender las palabras de los demás, pondrán ellos en entender

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las nuestras. Porque es verdad que una persona que habla con sinceridad obliga a escuchar. Al que

habla de memoria, sin entender lo que dice por no pagar el precio de vivirlo, se le descubre pronto.

"Atender" no indica simplemente una actitud receptiva; exige además el deseo de aplicar a

la propia vida lo escuchado y hacerlo fructificar en obras. Al que actúa así, Dios le irá aumen-

tando el tesoro de la fe y del amor; irá descubriendo que cada día le escuchan mejor... por-

que también él escucha las palabras de los demás, iluminando con ellas las propias.

La Iglesia debería reflexionar seriamente en por qué no se le escucha con más atención, en

por qué le escuchan con más complacencia los bien situados económicamente. ¿Escucha ella las

palabras que le llegan de tantos campos comprometidos con la justicia, la libertad, la paz, la fe...

para algo más que para sentar "cátedra"?

4. Hacia la plenitud o hacia el fracaso

"Al que tiene se le dará, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene". Es evidente que

no se refiere a la acumulación de riquezas materiales, aunque sea esa interpretación la que le

hayan dado en la práctica tantos individuos.

"El que tiene", el que vive abierto a la palabra y dando frutos, entenderá cada vez mejor

y podrá recibir un día el reino en su plenitud -"cuando la lámpara le ilumine con todo su

fulgor" (Lucas)-. "Al que no tiene", al que vive cerrado a todo compromiso con la justicia,

con la libertad..., "se le quitará hasta lo que cree tener", hasta llegar al fracaso total, a la ausen-

cia total de luz, de fe. Y es posible que, por su cerrazón a los verdaderos valores humanos, tenga

cada vez más en otros campos: económico, puestos influyentes... Cada paso liberador engendra

otros, cada egoísmo embota más; hasta la plenitud del hombre o hasta el total fracaso. Libera-

ción o egoísmo que pasan necesariamente por los oprimidos de la tierra, para sacarlos de su

opresión o para aumentarla, porque en este campo no puede haber neutrales.

Estas palabras que, aisladas y tomadas literalmente, resultarían quizá difíciles de entender,

resultan comprensibles a la luz de las sentencias anteriores.

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Banquete en casa de un fariseo

Cuando Jesús terminó de hablar a la gente, un fariseo lo invitó a comer a su

casa. Él entró y se puso a la mesa. Como el fariseo se sorprendió al ver que no se lavaba las manos antes de

comer, el Señor le dijo: -Vosotros, los fariseos, limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por

dentro rebosáis de robos y maldades. ¡Necios! El que hizo lo de fuera, ¿no hizo también lo de dentro? Dad limosna de lo de dentro, y lo tendréis limpio todo. Pero, ¡ay de vosotros,

fariseos, que pagáis el diezmo de la hierbabuena, de la ruda y de toda clase de legumbres, mientras pasáis por alto el derecho y el amor de Dios!

Esto habría que practicar sin descuidar aquello. ¡Ay de vosotros, fariseos, que os encantan los asientos de honor en las sinagogas

y las reverencias por la calle! ¡Ay de vosotros, que sois como tumbas sin señal, que la gente pisa sin saberlo! Un jurista intervino y le dijo: -Maestro, diciendo eso nos ofendes también a nosotros. Jesús replicó: -¡Ay de vosotros también, juristas, que abrumáis a la gente con cargas

insoportables, mientras vosotros no las tocáis ni con un dedo! ¡Ay de vosotros, que edificáis mausoleos a los profetas, después que vuestros

padres los mataron! Así sois testigos de lo que hicieron vuestros padres, y lo aprobáis; porque ellos

los mataron y vosotros les edificáis sepulcros. Por algo dijo la sabiduría de Dios: "Les enviaré profetas y apóstoles; a algunos

los perseguirán y matarán”; y así a esta generación se le pedirá cuenta de la sangre de los profetas derramada desde la creación del mundo; desde la sangre de Abel hasta la de Zacarías, que pereció entre el altar y el santuario.

Sí, os lo repito: se le pedirá cuenta a esta generación. ¡Ay de vosotros, juristas, que os habéis quedado con la llave del saber: vosotros,

que no habéis entrado y habéis cerrado el paso a los que intentaban entrar! Al salir de allí, los letrados y fariseos empezaron a acosarlo y a tirarle de la lengua

con muchas preguntas capciosas, para cogerlo con sus propias palabras. (Lc 11,37-54)

1. El lenguaje de los profetas

Este pasaje es un ataque frontal contra los fariseos y los juristas o letrados. Los fariseos eran

miembros de una secta, externamente muy rigurosa, que dirigía la vida religiosa de los judíos de

entonces. Los juristas o letrados eran los intérpretes de la ley de Moisés y los que recopilaban las

nuevas tradiciones morales y rituales del pueblo. Unos y otros aparecen siempre más preocupados

del cumplimiento externo de unas normas y de la perfección de los demás que de su propia fidelidad

a lo que enseñan. Por eso no nos puede extrañar que Jesús y sus discípulos hayan chocado violenta-

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mente contra ellos. Ambos grupos se creían los verdaderos sucesores de los profetas y de los

maestros de sabiduría. Pero no lo son ellos, sino Jesús. Presentan como voluntad de Dios lo que no

lo es; por ejemplo, en la cuestión de la pureza legal.

Palabras análogas a estas de Lucas se encuentran también en Mateo (23,1-36). Ambos

utilizan una tradición común, aunque Mateo dejó su discurso para el final de la actividad pú-

blica de Jesús, cuando la ruptura con los fariseos y letrados era ya definitiva. Lucas lo presenta co-

mo tema de conversación en una comida.

Consta de seis "¡ay de vosotros!": tres contra los fariseos y otros tres contra los juristas.

¿Eran tan malos todos los fariseos y juristas para merecer una condena tan tajante de Jesús?

¿No habría sido más "cristiano", teniendo en cuenta la buena posición política y económica de

ambos grupos, decir, por ejemplo: "Mi corazón paternal de enviado de Dios lamenta que quizá

algunos, posiblemente llevados por una buena intención, acaso estén contribuyendo a desorientar a

los creyentes, transmitiendo al pueblo unas opiniones que fácilmente no estén de acuerdo con la

ortodoxia religiosa"? No. Los profetas no hablan nunca así. Ése es el lenguaje diplomático de los

funcionarios religiosos, de los que tienen miedo a perder sus posiciones. Los fariseos y los juristas,

como clase social, eran opresores del pueblo, y como tales había que denunciarlos y atacarlos.

2. La verdadera limpieza es interior

"Un fariseo lo invitó a comer a su casa", y Jesús "no se lavó las manos antes de comer",

como estaba mandado en la ley. La sorpresa del fariseo mereció el duro ataque de Jesús. La

comida acabará mal.

Los fariseos daban gran importancia a las prescripciones relativas a la pureza legal. Antes de

comer había que lavarse las manos; la vajilla usada para comer y beber se limpiaba con un cuida-

do escrupuloso... Estos usos no eran preceptos de la ley, sino que procedían de la tradición de los

antiguos rabinos.

¿Quién es puro delante de Dios? Para los fariseos lo era el que observaba los ritos externos de

pureza, el que limpiaba el exterior del vaso y del plato, el que lavaba sus manos antes de las comi-

das. Para Jesús, el que tenía el corazón limpio de injusticias y de comportamiento inmoral.

Para él, el amor era la plenitud de la ley.

"Vosotros, los fariseos, limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro rebosáis de

robos y maldades". Estas palabras de Jesús reflejan toda su polémica en contra del ritualismo de

los fariseos de aquel tiempo. Es verdad que toda religión tiene unos ritos, unos gestos para expre-

sar la relación del hombre con Dios. Pero el rito externo debe ser la expresión de lo que el hombre

vive en su corazón, que siempre será lo más importante. Todo rito corre el riesgo de convertirse en

absoluto cuando se desvirtúa su razón esencial: la fidelidad del corazón a Dios. Entonces se fosili-

za y pierde todo contenido. Tal parece haber sido el caso de los fariseos.

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Lo que mancha al hombre no es la falta de un determinado rito -aquí, no lavarse las manos-,

sino la ruindad del corazón. No se trata de limpiezas rituales, sino de vivir pendientes de los que

nos necesiten. No se trata de bendecir las casas o los bienes que tengamos, ni de afirmar que los

usamos sin faltar a ninguna norma dada por los dirigentes religiosos. Sólo el que comparte sus

bienes con los demás los purifica. Es decir: todo lo que los hombres retenemos para nosotros

mismos es impuro; y todo lo que ofrecemos y compartimos con los demás lo hacemos puro. No

importa lo de fuera; lo que importa es el corazón, el interior de la persona. Sólo el que entrega su

vida, como un don para los otros, se purifica de verdad y cumple los mandatos del Padre.

Los fariseos no sólo no realizan obras de purificación verdadera -como era la limosna-, sino

que además "rebosan de robos y maldades". La acusación de Jesús no puede ser más grave.

3. Diatriba contra los fariseos

¿No hemos caído en la cuenta de la mala educación de Jesús con los muy acomodados, según

las normas de nuestra sociedad, al acusar tan duramente a los fariseos en la propia casa de uno

de ellos? Nosotros no lo hubiéramos hecho... Otra cosa sería si hubiera sido un pobre hombre del

pueblo al que hubiéramos tenido que reprender.

"¡Ay de vosotros, fariseos, que pagáis el diezmo..., mientras pasáis por alto el derecho y el

amor de Dios! Esto habría que practicar sin descuidar aquello". Cumplían la ley escrupulosa-

mente en las cosas pequeñas, pero prescindían de lo importante. Jesús deja al descubierto su

hipocresía: parecen buenas personas, cumplidores escrupulosos de la ley, pero están llenos de

corrupción interna. Han convertido la religión en un espectáculo externo, en unas normas sin vida,

en una farsa. Preocupados por las nimiedades de un ritualismo rigurosamente exacto, abando-

naron lo esencial: el amor y la justicia. Pero Dios reclama la reforma del corazón. Se justifican

con "oír" misa los domingos, dedicando el resto de la semana a sus "saneados" negocios.

"¡Ay de vosotros, fariseos, que os encantan los asientos de honor en las sinagogas y las

reverencias por la calle!" Los títulos honoríficos y el lucimiento personal; el estar a bien con los

que tienen dinero -siempre se puede "caer" algo- más que la fidelidad al evangelio de Jesús; el

hacer una carrera brillante más que todo lo demás.

"¡Ay de vosotros, que sois como tumbas sin señal, que la gente pisa sin saberlo!" Son como una

trampa para el pueblo, al presentar como voluntad de Dios lo que no lo es. Es el peor de los

engaños, el que presentan los dirigentes religiosos, porque hace falta tener la mente y el corazón

muy despejados para descubrir sus mentiras. Son guías ciegos (Mt 23,16) que llevan a los hombres

a una existencia vacía de contenido.

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4. El turno de los juristas o letrados

La intervención de un jurista, en defensa de su grupo, va a ser la ocasión para que Jesús los

desenmascare con más dureza, si cabe, que a los fariseos, que eran sus discípulos más sumisos y

crédulos. Lo que enseñaban los juristas o doctores de la ley lo ponían en práctica principal-

mente los fariseos.

"¡Ay de vosotros también, juristas, que abrumáis a la gente con cargas insoportables,

mientras vosotros no las tocáis ni con un dedo!" La ley que Dios les había dado para el bien y

la salvación-liberación del pueblo, la han convertido en una carga insoportable para los demás,

ya que ellos saben muy bien esquivar su dureza mediante interpretaciones sutiles. Manipular las

conciencias de los hombres es la mejor manera de explotarlos y oprimirlos. Es lo que hacían los

juristas, apoyados por los fariseos, colaborando así a la opresión política y económica del pueblo.

¡Qué actitud tan distinta la de Jesús, cuyo "yugo es suave y su carga ligera"! (Mt 11,30).

Han -hemos- separado la doctrina de la vida, han convertido la religión en algo odioso, han

hecho de Dios un juez y un policía, han dejado sus propias vidas fuera de las exigencias que

imponen a los demás. Son -somos- culpables no sólo de dureza, sino también de hipocresía.

"¡Ay de vosotros, que edificáis mausoleos a los profetas, después que vuestros padres los

mataron!" Lucas nos ofrece aquí una breve historia de la suerte que siguieron los que anun-

ciaron la palabra de Dios: asesinatos, calumnias, destierros, expulsiones... En la época de Jesús

se habían levantado monumentos a profetas asesinados o perseguidos, lo que indicaba el aprecio

que se tenía por la palabra de Dios y por los que la habían anunciado. Los sepulcros de Amós

y de Habacuc eran muy visitados por los peregrinos en aquellos días. Pero ¿qué pasaba en reali-

dad? Que los dirigentes religiosos del pueblo, a la vez que levantaban monumentos a los profetas

anteriores, maquinaban contra la vida de Jesús, el mayor de los profetas, con lo que se hacían

solidarios con los asesinatos de los anteriores. Es más seguro matarlos o marginarlos y luego

interpretarlos a nuestro gusto. Es lo que se suele hacer.

¿Cómo es posible que se honre a unos muertos y se ataque a la vez a sus más fieles seguidores?

¿Por qué ahora siguen siendo realidad estas palabras de Jesús? El hombre siempre se revelará

contra las genuinas exigencias de Dios, lo que supone revelarse contra su yo más noble. Son las

consecuencias dramáticas de ese pecado del mundo (Jn 1,29) que no nos acabamos de creer. La

historia da testimonio de que desde el principio los hombres de Dios son entregados a la muerte, a

la calumnia, a la incomprensión... y muchas veces en nombre del mismo Dios, como le sucedió a

Jesús, cuya muerte violenta representa el punto culminante de esta historia de la resistencia contra

la palabra de Dios.

El enfrentamiento de Jesús con las autoridades religiosas de Israel tiene su prólogo en la

escalofriante historia de la tragedia que la palabra de Dios ocasionaba en sus mejores profetas y

que nos narra el Antiguo Testamento. Prólogo que debe incluir a todos los justos de la tierra que

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han padecido las consecuencias por el compromiso de sus vidas y la bondad de sus ideales. Enfren-

tamiento que sigue en el tiempo de la Iglesia, como constante de toda auténtica existencia del

hombre sobre el mundo. Constante que incluye el enfrentamiento entre la Iglesia institucional y

la Iglesia profética.

La historia de Israel se resume en dos datos: Dios que envía a sus profetas para indicar a los

hombres el camino de la verdadera vida, y el pueblo, inducido por sus dirigentes, que los mata

o margina. Resumen que sirve también para entender la vida de la Iglesia y de toda la huma-

nidad: preferir cerrarse en sus verdades parciales que no comprometan la propia vida, defen-

diendo sus posturas con violencia.

El evangelio exige la transformación de la sociedad, lo que lleva a la autodefensa violenta de

todos los que se sientan amenazados en sus intereses y privilegios. Todos los que se opongan a

los intereses de los poderes políticos, religiosos o económicos, serán perseguidos, marginados o

asesinados. Ésta es la experiencia de Jesús, de su Iglesia y de la humanidad. Esto significa que

todo aquel que trate de vivir una vida semejante a la de Jesús, sabiéndolo o no, vivirá amenazado

por la fuerza de este mundo cerrado en sus propios esquemas de dinero, dominio y poder.

"¡Ay de vosotros, juristas, que os habéis quedado con la llave del saber: vosotros, que no ha-

béis entrado y habéis cerrado el paso a los que intentaban entrar!" Todos los desmanes de los

juristas tienen aquí su raíz: no pusieron como centro de todo la palabra de Dios, sino su propia

sabiduría. Es muy peligroso edificar la Iglesia sobre el Código de Derecho Canónico, dejando a

un lado el Evangelio. ¡Qué triste y sin sentido sería una Iglesia sin Jesús! ¡Qué absurdo pretender

ser los propietarios del saber de Dios, identificado tantas veces con las propias miopes perspectivas e

intereses!

No podemos olvidar que este peligro amenaza siempre a nuestra Iglesia y a cada uno de los

cristianos, que la verdad de Jesús está condicionada por los hombres, que hemos de luchar cons-

tantemente contra las posibles manipulaciones, que es esencial que nos volvamos transparentes a

la palabra del Padre.

5. La comida acabó mal

Y aquella comida, que empezó como signo de amistad, aunque superficial, terminó en

enfrentamiento y rabia. Es lo que sucede cuando se dicen las cosas como se sienten. Ésta es la

paz que trae Jesús.

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El cristiano debe hablar con franqueza y sin miedo

Miles y miles de personas se agolpaban hasta pisarse unos a otros. Jesús empezó a hablar, dirigiéndose primero a sus discípulos: - Cuidado con la levadura de los fariseos, o sea, con su h ip o cre s ía . Nada hay cubierto que no llegue a descubrirse, nada hay escondido que no llegue

a saberse. Por eso, lo que digáis de noche, se repetirá a pleno día, y lo que digáis al oído

en el sótano, se pregonará desde la azotea. A vosotros os digo, amigos míos: no tengáis miedo a los que matan el cuerpo,

pero no pueden hacer más. Os voy a decir a quién tenéis que temer: temed al que tiene poder para matar y

después echar en el fuego. A ése tenéis que temer, os lo digo yo. ¿No se venden cinco gorriones por dos cuartos? Pues ni de uno solo se olvida Dios. Hasta los pelos de vuestra cabeza están contados. Por lo tanto, no tengáis miedo: no hay comparación entre vosotros .v los

gorriones. Si uno se pone de mi parte ante los hombres, también el Hijo del hombre se

pondrá de su parte ante los ángeles de Dios. Y si uno me niega ante los hombres, lo renegarán a él ante los ángeles de Dios. Al

que hable contra el Hijo del hombre se le podrá perdonar, pero al que blasfeme contra el Espíritu Santo no se le perdonará.

Cuando os conduzcan a la sinagoga, ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo os vais a defender.

Porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel momento lo que tenéis que decir. (Lc 12,1-12) 1. Han de mostrarse por fuera como son por dentro

Lucas recoge aquí varias sentencias de Jesús sobre el comportamiento que deben tener los

discípulos, dichas seguramente en momentos y en situaciones diversas.

Los enfrentamientos de Jesús con los dirigentes religiosos son cada vez más duros. Ya ha

acusado a los fariseos y a los juristas (Lc 11,37-54). Ahora vuelve a atacar a los fariseos. Pero de

esta situación tirante van a ser él y sus discípulos los que salgan perdiendo aparentemente.

Éstos, al ver el peligro, tienen miedo. Jesús no va a prometerles ventajas de ningún tipo. Les

hablará de un valor más grande que la vida y que la muerte.

El discurso de Jesús lo podemos dividir en tres partes: los discípulos deben estar penetrados

de la palabra de Dios hasta lo más íntimo de su ser, única forma de poder ser fieles transmi-

sores de ella; deben proclamarla sin el menor temor a los hombres, porque Dios se cuida de

ellos; a los que le sean fieles, les promete los bienes más valiosos.

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El número de los que se interesan por Jesús y por su palabra es cada vez mayor. Se cuentan

por millares. Indudablemente es ésta una exageración del evangelista, muy del estilo oriental. Se

apiñan hasta atropellarse. De toda esta multitud, ansiosa de novedades, muy pocos le segui-

rán. Es el problema de ahora y será el de siempre: todo va bien hasta que se nos pide

arriesgar nuestras seguridades, nuestro modo de vivir cómodo.

Antes de dirigirse a las masas, habla a sus discípulos. Éstos han de ser sus intermediarios

ante el pueblo. Cuando ellos estén penetrados profundamente de la palabra de Dios, podrán

comunicarla a los demás. Necesitan, por eso, una mayor dedicación a su escucha y a su práctica.

La palabra hará salir a flote las inmensas y sofisticadas trampas que corroen a la sociedad. Y

han de estar preparados para afrontar la respuesta del enemigo. De la postura que está

adoptando Jesús, es fácil prever la fuerte represión de los que ostentan los poderes en el mundo.

Por fariseo se entiende aquí al hombre que, bajo capa de una profunda piedad religiosa,

defiende sus propios intereses, lo que les lleva a vivir hipócritamente: aparecen al exterior como

no son en la realidad; aparentan santidad y están vacíos de virtud y llenos de maldad. Los discí-

pulos deberán guardarse de ese dualismo: deben ser interiormente y vivir lo que anuncian y

enseñan a los demás. Han de mostrarse por fuera como son por dentro. La levadura era

considerada como un poder oculto de efectos perniciosos. Es de suponer que a los fariseos no

les haría ninguna gracia la comparación.

Además, ¿de qué les sirve la simulación? Todo lo oculto llega a descubrirse y lo secreto a

conocerse. Los sentimientos ocultos en el corazón, las verdaderas razones de nuestro actuar,

pugnan por salir a la luz. Lo primero que quiere Jesús de sus discípulos -de todos nosotros-

es la transformación interior. Transformación interior que hará más eficaz la palabra ante

los demás. ¿Cómo no escuchar al que nos habla con convicción porque está tratando de vivir lo

que dice?

2. Ningún poder del mundo podrá sofocar la palabra de Dios

La verdad quiere siempre salir a la luz. Lo que él ha dicho al pequeño grupo de segui-

dores será público. Aunque él o sus discípulos abarquen un campo de acción aparentemente

pequeño y restringido, no deben preocuparse temiendo que su acción no llegue a extender-

se ampliamente. Aunque en los tiempos de persecución sólo puedan transmitir su mensaje en

las horas nocturnas, en lugares apartados y en voz baja, deben tener la plena seguridad de que

llegará a todos. La palabra de Dios tiene tal fuerza que ningún poder del mundo podrá

sofocarla.

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Los discípulos de Jesús son sus verdaderos amigos. A ellos ha dedicado su amor, los ha

iniciado en los secretos de su mensaje, les ha contado todo (Jn 15,15). Ellos participarán de su

misma suerte: tendrán enemigos, serán perseguidos y amenazados de muerte; muchos serán

asesinados. Con una serena reflexión quiere quitarles el miedo, enseñarles lo único que de

verdad hemos de temer: perder la vida (Mt 16,25-26). No hay que temer a los que pueden

matar el cuerpo, pero no pueden ejercer el menor influjo en la vida plena y definitiva del

hombre: en su libertad, en su amor, en su justicia...

Cuando Jesús habla de "matar el cuerpo" no está pensando en "cuerpo" y "alma", como dos

cosas que pudieran separarse. "Cuerpo" indica todo el hombre. El enemigo puede matarlos, pero

Dios puede hacer de esa muerte, y de la vida que condujo a ella, un mayor bien para todos:

puede hacer que tengan sentido, que sean como la semilla sepultada que debe morir para que

salga el fruto (Jn 12,24).

Los que le sigan estarán a la intemperie. No quiere esconderles los peligros: llevan en sus

vidas la señal del Maestro, sus exigencias de vida verdadera para todos, y tendrán que pagar

por ello. En un mundo en el que cada cual busca su interés egoísta, entre unos hombres

ansiosos de seguridades, sus discípulos no encontrarán amparo. Quizá muchos les den

buenas palabras y ataquen, sin comprometerse demasiado, a sus enemigos, pero a la hora

de la verdad estarán solos.

Es normal sentir miedo ante los peligros de la persecución, ante el riesgo de un testimonio

que nos pueda hacer perder las ventajas económicas, sociales o la misma vida. Jesús nos dice que

ese miedo no puede frenarnos. Lo único que hemos de temer es el fracaso ante Dios,

renunciar a la verdadera vida humana.

Estas palabras de Jesús siguen siendo duras; no debemos escamotearlas. Son muchos los

cristianos que, diciéndose fieles al evangelio, buscan sus propios intereses y seguridades

sociales, económicas y mundanas. Tienen miedo a apostar decididamente por Jesús, a perder

sus ventajas en esta vida, y no quieren darse cuenta de que están perdiendo su verdadera

existencia: el amor, la esperanza... Dicho en lenguaje tradicional: prefieren "perder el alma".

El temor de Dios -temor a perder la vida verdadera- no es lo único que nos debe dar

fuerzas en medio de las persecuciones. Dios mira por los hombres. Todo lo que a éstos les

interesa, le importa también al Padre; hasta las cosas más insignificantes y pequeñas, como los

pájaros del campo y los cabellos de los hombres. Si Dios se cuida de cosas tan pequeñas, con más

razón se cuidará de los seguidores del Hijo. Esto significa que vivimos en un mundo de amor y

de confianza, porque Dios nos quiere y nos sostiene con su amor y su exigencia. Por esta razón,

la última palabra de Jesús es siempre "no tengáis miedo". Podemos caminar por la vida con

la seguridad de que Dios nos ayuda, nos apoya cuando todo parece insostenible, y nos espera

siempre, aunque no seamos conscientes de ello ni sepamos cómo, al otro lado de la muerte.

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Preguntémonos: ¿Qué grupos perseguían a Jesús y a los suyos? ¿Quiénes nos persiguen

ahora a nosotros a causa de nuestro modo de interpretar el evangelio, de entender el

cristianismo? ¿Son los mismos grupos sociales y religiosos, o no? Buena pregunta para

respondernos cada uno y poder encontrar en su respuesta pistas para descubrir la verdad o la

mentira de nuestro seguimiento.

3. La misión del Espíritu Santo

Ponerse de parte de Jesús ante los hombres significa reconocerle públicamente como Mesías. En

algunos momentos puede ser fácil hacerlo, pero no cuando escribe Lucas. Corrían tiempos de

persecuciones y violencias; los cristianos estaban siendo expulsados de las sinagogas, llegando en

algunos casos a peligrar sus vidas. Es entonces cuando es preciso declararse discípulo de Jesús. Optar

por él -por todo lo que representa- es cuestión de vida o muerte; es optar por vivir para los demás

y ganar la vida, o vivir para sí mismo y perderla. Vivir para los demás aun a riesgo de acabar

asesinado, como Jesús; vivir para sí mismo y acabar asfixiado por las seguridades. Aceptando o

rechazando el mensaje de Jesús, los hombres nos jugamos nuestra existencia definitiva.

Jesús, un simple profeta asesinado que no ofrece seguridades de ningún tipo ante los tribunales

de este mundo, tiene la misión de realizar el juicio definitivo de Dios sobre el hombre. Para

quitarnos el miedo al mundo injusto, nos recuerda el juicio futuro y definitivo. Aquel en cuyo

favor se declare, estará salvado; aquel en cuyo favor no se declare, estará perdido. Que el Hijo del

hombre intervenga en favor de alguien o no, dependerá de confesar o no a Jesús en la tierra, con

las obras.

"Al que hable contra el Hijo del hombre se le podrá perdonar, pero al que blasfeme contra el

Espíritu Santo no se le perdonará". Jesús vive como un hombre bastante corriente. El que sólo lo

vea como hombre, es fácil que no llegue a ser consciente de su error, por lo que no se le puede

imputar. Blasfema contra el Espíritu Santo el discípulo que, sabiendo que Jesús es el Hijo de

Dios, le niega o se separa de él. Blasfema contra el Espíritu Santo el que cierra los ojos a la evidencia

de la obra de Dios a través de Jesús.

Lo que importa no es confesar a Jesús con palabras; lo decisivo es seguir sus huellas. Son

muchos los que niegan -por las razones que sean- externamente a Jesús y, sin embargo, viven

de su Espíritu: aman y se preocupan de los demás, luchan por un mundo más justo... Están en el

buen camino.

Ya vimos (Mt 12,31-32; Mc 3,29-30) que la blasfemia contra el Espíritu Santo consistía en

interpretar la actividad de Jesús como fruto de su alianza con Belzebú; rechazar su mensaje

porque destruye la vida de los hombres, cuando es todo lo contrario. Tal rechazo sólo puede ser

fruto de una mala voluntad que no se quiere corregir. Con lo que este pecado no puede tener

perdón. ¿Cómo perdonar al hombre que se empeña en no querer ser perdonado?

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Las últimas líneas del texto nos traen unas palabras importantes sobre el Espíritu Santo.

Cuando, a causa de su fe, comparezcan los cristianos ante los tribunales judíos o paganos, civiles o

religiosos, no deben preocuparse de su defensa, porque el Espíritu Santo les irá indicando en cada

momento la palabra oportuna. Cuando piensen que ya no hay nada que hacer, que van a

sucumbir, el Espíritu les animará a seguir adelante en medio de todo tipo de pruebas. Nunca los

dejará abandonados a sus limitaciones e impotencias humanas. Incluso cuando perezcan en medio

de la lucha por una vida más digna para todos, en el olvido de los otros hombres, la ayuda

del Espíritu no les faltará. Es la fuerza que sostiene a los que siguen a Jesús en el combate

escatológico; el que sostiene a los creyentes, les arraiga en la verdad y les concede la garantía del

triunfo final por encima de todos los terrores de la tierra.

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Sólo entendemos lo que nos interesa

Decía también a la gente: -Cuando veis subir una nube por el poniente, decís en seguida: "Chaparrón

tenemos"; y así sucede. Cuando sopla el sur decís: "Va a hacer bochorno”; y lo hace. Hipócritas: si sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no sabéis

interpretar el tiempo presente? ¿Cómo no sabéis juzgar vosotros mismos lo que se debe hacer?

Cuando te dirijas al tribunal con el que te pone pleito, haz lo posible por llegar a un acuerdo con él mientras vais de camino, no sea que le arrastre ante el juez, y el juez te entregue al guardia y el guardia te meta en la cárcel.

Te digo que no saldrás de allí hasta que no pagues el último céntimo. (Lc 12,54-59)

1. Las señales de Jesús deben ser interpretadas correctamente

Al terminar la enseñanza a sus discípulos, Jesús se dirige a las multitudes. Si los discípulos están

en peligro de desconocer la importancia y el significado del tiempo, mucho más lo está el

pueblo. Las señales de Jesús deben ser interpretadas correctamente.

Este pasaje evangélico trata de la necesidad y urgencia de interpretar y aprovechar bien el tiempo

presente.

Los oyentes, gentes de campo o de mar, saben predecir el buen o el mal tiempo por su

experiencia del cielo. Observando los cambios atmosféricos, les es fácil saber el tiempo que va a

hacer. Ahora, más fácil por los adelantos técnicos y las informaciones de la radio y de la televisión.

Cuando asoman las nubes oscuras por poniente es lógico concluir que va a llover; si sopla viento del

sur, pensamos que hará calor...

¿Por qué no juzgan por ellos mismos lo que es justo? Dios tiene también sus señales: el pueblo

acude en masa a Jesús, éste habla con autoridad de profeta, expulsa demonios, cura a los

enfermos..., ¿qué más quieren para deducir que es un enviado de Dios?

Ahora aceptamos a Jesús como tal enviado, pero rechazamos a sus más comprometidos

seguidores. Es necesario que hagamos el esfuerzo de interpretación si no queremos correr el

riesgo de no entender nada.

El hombre moderno cada vez interpreta con más claridad los ritmos más difíciles y oscuros de

las cosas y de las personas: la marcha del espacio indefinido, el movimiento de los corpúsculos de

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un átomo, el proceso de gestación y maduración de una persona... Pero parece que carece de

capacidad o de interés para captar la presencia del tiempo de Dios en nuestra historia.

Los judíos se prepararon durante siglos para la llegada del Mesías, y cuando llegó fue

rechazado por la mayoría. ¿Por qué? Jesús les acusa y nos acusa de hipocresía, de no entender

más que lo que queremos o nos interesa. No nos molestamos en averiguar lo que puede compro-

meternos y poner en peligro nuestra comodidad. Todo lo juzgamos según nos conviene, sin

profundizarlo ni intentar entenderlo.

Lo mismo que el científico trabaja constantemente por descubrir los secretos de la materia, de

la vida o de la historia, el cristiano debe indagar los signos de la presencia de Dios en nuestro

mundo. De otra forma, corremos el grave peligro de dejar de caminar al paso de Jesús, de

perder este tiempo de la decisión, del que depende todo nuestro futuro.

2. El tiempo de rectificar se acaba con la muerte

Lucas añade a continuación una parábola que Mateo trae en otro contexto y a otro propósito,

dentro del sermón de la montaña (Mt 5,25-26). Esta nueva parábola nos ayudará a juzgar recta-

mente del tiempo y a hacer lo que debemos. Mientras caminamos con el contrario a un proceso,

tenemos la posibilidad de negociar con él, de recurrir a su bondad, de tratar de ganarle la

voluntad. Una vez que ha comenzado la vista de la causa, el pleito sigue su camino: todo

procede automáticamente. Ya no hay forma de pararlo.

Lucas tiene presente el proceso judicial romano al escribir para los paganos. Era un orden

jurídico duro e inexorable. Del magistrado pasaba el acusado al juez, del juez al ejecutor de la

sentencia, del ejecutor a la cárcel, y de la cárcel no se salía hasta pagar la pena en su totalidad. Lo

más sensato era intentar la conciliación antes de llegar al tribunal.

Mientras vivimos en este mundo tenemos posibilidad de cambiar, de convertirnos, de poner en

orden nuestras cuentas: tenemos tiempo. Pero el tiempo se acaba con la muerte. Después el proceso

seguirá su curso. Un proceso que se está gestando ahora y aquí, y que ganaremos o perderemos

según esté siendo nuestra vida.

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Curación de una mujer encorvada

Un sábado enseñaba Jesús en una sinagoga. Había una mujer que desde hacía dieciocho años estaba enferma por causa de

un espíritu, y andaba encorvada, sin poderse enderezar. Al verla, Jesús la llamó y le dijo: -Mujer, quedas libre de tu enfermedad. Le impuso las manos, y en seguida se puso derecha. Y glorificaba a Dios. Pero el jefe de la sinagoga, indignado porque Jesús había curado en sábado,

dijo a la gente: -Seis días tenéis para trabajar: venid esos días a que os curen, y no los

sábados. Pero el Señor, dirigiéndose a él, dijo: -Hipócritas: cualquiera de vosotros, ¿no desata del pesebre al buey o al burro y lo

lleva a abrevar aunque sea sábado? Y a ésta, que es hija de Abrahán y que Satanás ha tenido atada dieciocho años, ¿no había que soltarla en sábado?

A estas palabras sus enemigos quedaron abochornados, y toda la gente se alegraba de los milagros que hacía.

(Lc 13,10-17)

1. Jesús tiene un interés especial por curar en sábado

En la comunicación de su mensaje a los hombres, Jesús arranca siempre de una actividad libe-

radora real, de una práctica, de unos hechos concretos en favor de los hombres.

El milagro que comentamos ahora es propio de Lucas, que ha recogido tres variantes de un

episodio probablemente idéntico. En todos -los otros dos son: la curación del hombre de la

mano paralizada (Lc 6,6-11) y la curación del hombre que sufría de hinchazones o hidropesía

(Lc 14,1-6)- cura en sábado, dándonos el verdadero enfoque del descanso y de la fiesta. La narra-

ción de la curación del hombre de la mano paralizada la transmiten también los otros dos evan-

gelistas sinópticos (Mt 12,9-9-14; Mc 3,1-6).

Lucas, interesado en el aspecto de liberación que ofrece el mensaje cristiano, ha mostrado

un interés especial en este tipo de narraciones y disputas. Nos insiste en el interés de Jesús por cu-

rar en sábado, cuando podía muy bien haberlo hecho otro día de la semana al no ser urgentes

las curaciones, para indicarnos la necesidad de superar el ritualismo judío, dando prioridad al

amor al hombre, que desborda todas las fijaciones de una religiosidad formal o legalista.

Se repiten en este pasaje casi todos los datos básicos que ya se daban en la actividad de Jesús

entre las masas populares de Galilea: en la sinagoga, lugar habitual de las reuniones religiosas

del pueblo; en sábado, que era el día más polémico por las leyes alienadoras que en torno a él

había elaborado el judaísmo farisaico; una persona oprimida, poseída por un demonio o un

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espíritu; la acción liberadora de Jesús, expresada en forma de milagro espectacular; acusa-

ción de los fariseos o dirigentes de turno; respuesta de Jesús denunciando su hipocresía al dar leyes

en su propio provecho y dejando vigentes muchas leyes opresoras del pueblo; rabia de los dirigen-

tes y alegría y admiración del pueblo.

No debemos perder nunca el contacto con el punto de arranque histórico del que nace la ma-

yor parte del mensaje y actividad de Jesús: la opresión de la masa popular y su vida y dolor de

cada día. Por haber perdido este punto de referencia, la mayor parte de la Iglesia de hoy no

conecta con el pueblo; con el agravante de que gran parte de las masas populares la consideran su

enemiga.

2. El sábado está al servicio del hombre

Una mujer enferma de la columna vertebral, que le impedía tomar la posición normal, es cura-

da por Jesús. Apenas se describe el milagro. En pocos rasgos, pero con profundo sentido se

representa lo que significa la acción de Jesús. Delante de él, la miseria humana: una mujer que

lleva dieciocho años bajo el dominio del mal, enferma, encorvada, sin posibilidad de erguirse,

completamente inclinada hacia la tierra, sin poder dirigir su mirada a las estrellas. Jesús se

enfrenta con esa miseria: mira a la mujer lleno de ternura y compasión, la llama, le habla, le impone

las manos; y ella se ve libre de las cadenas de la enfermedad, se yergue y recobra la esperanza, se

ve en libertad para glorificar a Dios porque ya puede trabajar por construirse a su imagen y

semejanza.

Jesús había tomado la iniciativa. La mujer se había mantenido a la sombra, perdida

totalmente la esperanza de recobrar la salud, atada no sólo por la enfermedad, sino también

por la misma exigencia de un cumplimiento sabático riguroso.

La curación de Jesús suscita la disputa, el enfrentamiento con el jefe de la sinagoga. Éste no

conoce las señales de Jesús. Es uno de esos hipócritas que saben leer correctamente las señales en

la tierra y en el firmamento (Lc 12,54-56), pero se niegan a interpretar los signos de liberación de

Jesús. Su interpretación de la ley, su encarnizado aferramiento a las tradiciones humanas, su

incapacidad para el amor y la misericordia hacia la mujer enferma, le imposibilitan para

comprender debidamente el tiempo de Jesús.

Con su respuesta, Jesús ataca toda aquella casuística inhumana de los rabinos, da un nuevo

sentido al sábado e ilumina el tiempo de salvación-liberación que él anuncia y aporta.

Los jefes religiosos permiten soltar en sábado al buey o al asno para llevarlo a beber. Se lee en el

Talmud: "No sólo se permite en sábado llevar a un animal a abrevar, sino también sacar agua

para él". Jesús pone la ley del reposo sabático totalmente al servicio del hombre, que vuelve a

recuperar su dignidad: no volverá a ser pospuesto "al buey o al burro". Redime a los hombres

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para siempre de la pesada carga que les había caído encima por la interpretación que de la ley

hacían los dirigentes. Cuidemos de no dejarnos atrapar de nuevo.

La fiesta del sábado vuelve a ser día de gozo para el pueblo: es el día séptimo, la fiesta de la

conclusión de la obra de la creación. El signo es la curación de la mujer.

Los adversarios de Jesús quedaron abochornados, en tinieblas. Pero el pueblo "se alegraba de

los milagros que hacía".

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El endemoniado de Gerasa

Llegó Jesús a la otra orilla, a la región de los gerasenos. Desde el cementerio dos endemoniados salieron a su encuentro; eran tan furiosos

que nadie se atrevía a transitar por aquel camino. Y le dijeron a gritos: -¿Qué quieres de nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido a atormentarnos antes de

tiempo? Una gran piara de cerdos a distancia estaba hozando. Los demonios le rogaban: -Si nos echas, mándanos a la piara. Jesús les dijo: -Id. Salieron y se metieron en los cerdos. Y la piara entera se abalanzó acantilado abajo y se ahogó en el agua. Los porquerizos huyeron al pueblo y lo contaron todo, incluyendo lo de los

endemoniados. Entonces el pueblo entero salió a donde estaba Jesús y, al verlo, le rogaron que se

marchara de su país. (Mt 8,28-34)

Jesús y sus discípulos llegaron a la otra orilla del lago, a la región de los gerasenos. Apenas desembarcó, le salió al encuentro, desde el cementerio, donde vivía en las

tumbas, un hombre poseído por un espíritu inmundo; ni con cadenas podía ya nadie sujetarlo; muchas veces lo habían sujetado con cepos y cadenas, pero él rompía las cadenas y destrozaba los cepos, y nadie tenía fuerza para domarlo.

Se pasaba el día y la noche en los sepulcros y en los montes, gritando e hiriéndose con piedras.

Viendo de lejos a Jesús, echó a correr, se postró ante él y gritó a voz en cuello: -¿Qué tienes que ver conmigo, Jesús, Hijo de Dios altísimo? Por Dios te lo

pido, no me atormentes. Porque Jesús le estaba diciendo: -Espíritu inmundo, sal de este hombre. Jesús le preguntó: -¿Cómo te llamas? Él respondió: -Me llamo Legión, porque somos muchos. Y le rogaba con insistencia que no los expulsara de aquella comarca. Había una gran piara de cerdos hozando en la falda del monte. Los espíritus le rogaron: -Déjanos ir y meternos en los cerdos. Él se lo permitió. Los espíritus inmundos salieron del hombre y se metieron en los cerdos; y la piara,

unos dos mil, se abalanzó acantilado abajo al lago y se ahogó en el lago. Los porquerizos echaron a correr y dieron la noticia en el pueblo y en el campo.

Y la gente fue a ver qué había pasado. Se acercaron a Jesús y vieron al endemoniado que había tenido la legión sentado, vestido y en su juicio.

Se quedaron espantados. Los que lo habían visto les contaron lo que había pasado al endemoniado y a los

cerdos.

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Ellos le rogaban que se marchase de su país. Mientras se embarcaba, el endemoniado le pidió que lo admitiese en su

compañía. Pero no se lo permitió, sino que le dijo: - Vete a casa con los tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo por su

misericordia. El hombre se marchó y empezó a proclamar por la Decápolis lo que Jesús había

hecho con él; todos se admiraban. (Mc 5,1-20; cf Lc 8,26-39)

1. Una salida al extranjero

Este relato es una mezcla de historia, mitología y teología, realizado por Jesús en la región de

Gerasa, a unos diez kilómetros al sudeste del lago de Genesaret. Según la mitología judía, los demo-

nios, que andan sueltos por el mundo causando daño a los hombres, serían atados y castiga-

dos al fin de los tiempos. Los antiguos les atribuían aquellos males que sobrepasaban su capaci-

dad de entendimiento: las enfermedades mentales, la epilepsia... La ferocidad de muchos de estos

endemoniados era tal que, para evitar que se hiciesen daño a sí mismos o a otros, ya que ataca-

ban á los caminantes, les ataban con cadenas. Los rabinos usaban medios mágicos y exorcismos

para curarlos. Existían cantidad de libros con rituales y fórmulas mágicas (He 19,13-19).

Es un relato popular, de estilo burlesco, del que se sirvieron las primeras comunidades cristia-

nas para poner de manifiesto el poder benéfico de Jesús. Hay en él algunas incoherencias y dife-

rencias entre los evangelistas, que dejan traslucir ciertas adaptaciones y algunos manejos en la

redacción. Pero no es eso lo que debe interesarnos. Si lo leemos con ojos penetrantes y con de-

seo de descubrir en él un mensaje para nosotros -única intención de sus autores-, veremos

detalles sorprendentes y ricas intuiciones teológicas.

Mateo y Lucas han tomado la historia del evangelio de Marcos, que es el que la cuenta con más

detalles y de forma más sensacional. Mateo es el que más la abrevia, a la vez que amplía otros

detalles: en lugar de un poseso, como hacen Marcos y Lucas, habla de dos para acentuar la magni-

tud del milagro. La escena pretende, fundamentalmente, describir un encuentro de Jesús con los

paganos. Cronológicamente, los tres evangelistas sitúan esta escena a continuación de la travesía

del lago y la milagrosa calma de la tempestad (Mt 8,23-27; Mc 4,35-40; Lc 8,22-25). Sucede al

desembarcar de aquella travesía.

La región de los gerasenos ya no era territorio judío. Ésta es la única salida que realiza Jesús

al extranjero en el relato de Lucas; los otros dos evangelistas narran otras. Es probable que

Jesús, movido por las incomprensiones y resistencias de los judíos, sobre todo de sus dirigentes,

probara a transmitir su mensaje a las regiones extranjeras vecinas. La escena presente sería la

respuesta que habían dado los paganos.

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2. El colmo de la marginación

Un endemoniado -dos en Mateo- sale al encuentro de Jesús desde el cementerio -lugar

impuro para los judíos-, donde vive. Vive con los muertos, en la condición de muerto en vida. Es

muy violento y peligroso a causa de los demonios que lo poseen. Vive marginado y en condición

inhumana y en rebelión con la sociedad. Representa a la clase oprimida. Es un caso extraordina-

riamente difícil de posesión: ni siquiera puede ser reducido con gruesas cadenas. Su morada en

las tumbas, sus alaridos de día y de noche y su aspecto feroz subrayan lo difícil del caso. Estaba

habitado por una "legión" de demonios, que vivían dentro de él como en su casa, y, además, era

pagano; su vida era el colmo de la marginación.

La sociedad, como hace siempre, ha marginado a aquel hombre. Es la forma más rápida de

resolver los problemas: se encierra al enfermo en su enfermedad y se le deja inmóvil en su situa-

ción, para que no moleste. Tenían muchos motivos para condenarlo a la soledad. Todos tenemos

siempre muchos motivos para condenar a un hombre a la soledad o para evadirnos de un

problema que pueda complicarnos la vida. Ya nadie pensaba en salvarlo: era un caso perdido; un

pobre hombre desquiciado, privado de sus facultades mentales, que no es dueño de sí mismo y que

se ha convertido en su propio enemigo al no ser capaz de luchar por su liberación y de superar la

propia alienación. Ha tocado el fondo de lo inhumano.

Pero la vocación de Jesús es la de acercarse a los que ha marginado la sociedad. El desa-

rrollo del relato nos mostrará que son éstos precisamente los que le están esperando, los que

están abiertos a su mensaje de liberación y de vida. ¿Qué van a esperar los hartos, los que ya lo

tienen todo? Quizá sea lo que hoy llamamos "alienación", que divide al hombre en lo más

profundo de sí mismo y lo empuja contra sí mismo, el mal que quiere combatir Jesús con más

insistencia.

La narración tiene su centro en la lucha de Jesús con los demonios. Jesús no pronuncia

ninguna palabra, pero los demonios conocen su derrota, su radical enemistad con el que llega. Lo

que permanece oculto a los amigos, está patente a la perspicaz inteligencia de los antagonistas.

Conocen a Jesús y se saben sometidos a él. Reconocen su inferioridad y expresan la realidad

evangélica más profunda: con Jesús ha llegado el tiempo en el que Dios intervendrá de una

manera especial en favor de los hombres. Con él han comenzado los últimos tiempos, la fase

escatológica. En ella vivimos ahora, trabajando y esperando únicamente su culminación.

Después de la curación aparece vestido y en su sano juicio. Jesús lo restituye a los gerasenos,

a la sociedad. Lo imposible -la liberación de los marginados- se había hecho posible. El endemo-

niado era ya como uno más del pueblo. Este hecho llena de esperanza la utopía cristiana: que

un día todos los hombres seamos iguales y hermanos.

El relato indica también que el encuentro con Jesús no fue únicamente una curación para

aquel hombre, sino una verdadera liberación, un encontrarse a sí mismo, una reconquista de la

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propia personalidad. De un ser dividido e insociable, Jesús ha hecho un hombre dueño de sí,

capaz de edificarse como persona responsable.

3. El mal siempre puede ser vencido

A la narración no le falta el humor; por ejemplo, ese detalle de los demonios que piden permiso

para entrar en los cerdos. Es inútil intentar descifrar lo que hay en esto de legendario y lo que hay

de histórico. Lo que importa es la enseñanza.

En Gerasa había crianza de cerdos, cosa que no se daba en Palestina porque el cerdo era

considerado animal impuro. Había por allí una piara numerosa, que representaba un capital

considerable. Los demonios, con el permiso de Jesús, entraron en los cerdos, precipitándose en

el mar. No pudieron disfrutar mucho de sus nuevas moradas.

Los demonios expulsados o vencidos habían querido mostrar su poder, afirmar que su

actividad todavía no había cesado. Su derrota no era definitiva. Es lo que quiere indicarnos la

escena de los cerdos: por un lado, hace visible la liberación del hombre del que han salido; por otro,

demuestra que todavía tienen un tremendo poder destructor.

Quizá sonriamos ante las ideas populares de entonces; ideas extrañas, que contradicen

nuestra concepción científica de la naturaleza y del hombre. Tampoco tenemos mucho sentido

para el humor secreto que late en la irrupción de los demonios en la piara de cerdos y en el hecho de

precipitarse dos mil animales en el lago. Pero Dios acomoda su pensamiento a los hombres. Si nos

ponemos en el lugar de los discípulos, para quienes aquella curación de Jesús fue una experiencia

impresionante, comprenderemos mejor lo que esta historia quiere decirnos: el poder del mal es

grande en el mundo; parece invencible, pero tiene que retroceder ante el Mesías de Dios. Las

desigualdades económicas, el paro obrero, la carrera de armamentos... parecen no tener solución;

pero si aceptamos en toda su radicalidad el amor de Jesús y lo ponemos en práctica, veremos

que en la medida en que lo estemos viviendo irán teniendo solución los problemas que ahora nos

parecen sin remedio.

Para los judíos, el cerdo era símbolo de Roma, el poder pagano que dominaba al pueblo

judío. La piara representa también al poder político-económico, poseedor de la riqueza y

opresor del pueblo. Los demonios, impuros, vuelven a su lugar natural: los cerdos impuros. El

espíritu de violencia de los oprimidos -simbolizado en el endemoniado- procede de la

violencia del sistema opresor. En la liberación que hace Jesús se encuentra el final del sistema

opresor.

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4. El precio de la liberación

Entran en escena los habitantes del pueblo. Los gerasenos se admiran de lo ocurrido; pero

cuando se enteran de lo que ha pasado con los cerdos, invitan a Jesús a que se aleje de su

territorio. Se asombran de la transformación conseguida en el enfermo, pero creen que es

demasiado el precio que han tenido que pagar por ella. Su actitud es muy comprensible; quizá

temen más perjuicios del ya causado por la pérdida de toda la piara. Aquel hombre es un riesgo

para sus propiedades. Intuyen que el mensaje de Jesús, por muy liberador y benéfico que sea, les

obligará a cambiar sus modos rutinarios de vida. No lo echan violentamente; conocen los buenos

modales y posiblemente le tienen miedo. No le reprochan las pérdidas, ni le piden que les compen-

se. Simplemente le ruegan que se vaya; no quieren correr más riesgos.

Según la mentalidad normal, aquello fue un mal negocio y Jesús un mal economista.

¡Cómo no trató de evitar ese desastre económico! Reincorporar un hombre a su pueblo resulta-

ba carísimo, sobre todo a los dueños del rebaño, que posiblemente eran muchos. Si sigue

planteando así las cosas y actuando de esta manera, les va a cambiar el equilibrio económico. Sus

preferencias no son la de Jesús ni, por tanto, las del reino. Actúan como nuestro sistema capitalista:

marginando y hundiendo todo lo que les impida tener, producir y ganar, sin ahondar en los plan-

teamientos que vayan en contra de su montaje. La liberación de un hombre jamás puede valer lo

que una piara de cerdos. Optan por la solución menos costosa; obligados, naturalmente, por el

bien común, que es el suyo. Sólo el que es capaz de elegir al hombre estará en condiciones de

elegir a Dios. Para Jesús liberar al hombre de todas sus alienaciones es de un valor superior a

todo lo demás.

Pongámonos en el lugar de los gerasenos, propietarios de los cerdos. Jesús les invita a una

elección increíble: dos mil cerdos -¡los suyos!- o un hombre. Un hombre al que conocían

muy bien: un loco furioso, por el que creían haber hecho todo lo humanamente posible.

Ahora les preocupan más sus puercos. Si no hubieran sido suyos es fácil que su reacción hubiera

sido distinta. Como creemos que es la nuestra.

Siempre hay que pagar un precio por la liberación de un hombre. Jesús le pide este

precio a los gerasenos, y ellos no aceptan. Son hombres con sentido de los negocios; como noso-

tros. ¿Qué cambios estaríamos dispuestos a apoyar para que hubiera trabajo para todos y más

igualdad económica? Los buenos sentimientos no dan de comer; los cerdos, sí. Los cerdos son su

fortuna, su bienestar, su seguridad... Siempre hay una familia que mantener. No se puede vivir con

los pies en las nubes. Es necesario pisar tierra.

El rechazo de los gerasenos es probablemente un eco de las desilusiones de los primeros

discípulos en tierras paganas. Y es que el hombre oprimido y alienado no suele querer ser liberado

de su alienación. Mucho menos aún el que vive rodeado de bienes de este mundo. Este rechazo

simboliza y anticipa el rechazo del mensaje de Jesús en todos los tiempos, al ser muy alto el precio

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que exige. El relato es, así entendido, historia y profecía al mismo tiempo; continuación de la

oposición, expresada en la narración de la tempestad, a la actividad de Jesús en territorio

pagano. Es toda la "ciudad" (Lucas) de los hombres la que se encuentra amenazada por la

actividad de Jesús y la que le ruega que se aleje de ella. Simboliza la sociedad injusta y

confortable en la que vivimos, causante en gran medida de la miseria del llamado tercer mundo.

Son muchos los cristianos que se han salido del camino por olvidarse del hombre. ¿Qué vale

para mí un hombre? El hombre en cuanto tal, independientemente de su cartera, religión, color de

la piel... ¿Estoy dispuesto a elegir al hombre antes que cualquier otra cosa? Porque Jesús nos impo-

ne a cada uno de nosotros, como a los gerasenos, la misma elección decisiva: en un platillo de la

balanza, el hombre; en el otro, todo lo demás.

Si condenamos a los gerasenos, nos condenamos a nosotros mismos, porque también nosotros

pertenecemos a su raza. También nosotros tenemos un patrimonio que defender, una "piara de

cerdos" que guardar, un oficio, una familia que sacar adelante... No necesitamos ni queremos

que vengan a inquietarnos. Sabemos lo que cuesta hacer caso a Jesús: cambiarlo todo, porque su

amor socava por dentro. Preferimos engañarnos con sucedáneos religiosos. No queremos que nos

saque de nuestra mediocridad. Mientras se trate de ir a misa, de dar alguna limosna, asistir a

alguna reunión, quejarnos de lo mal que va el mundo... todo irá bien. Pero cambiarlo todo, ¡no!

Revisar nuestra escala de valores, ¡tampoco! Preferimos nuestra honradez a la locura del

evangelio, nuestra seguridad a su aventura. Ya hay otras personas llamadas para eso. Yo no

puedo, no valgo...

5. Debemos dar testimonio entre los nuestros

El hombre que ha sido liberado de su marginación quiere seguirlo, pero Jesús no se lo

permite. ¿Por qué? Quizá por ser un pagano y no querer a ninguno de ellos a su lado como una

prueba sensacionalista, o porque la hora de los paganos aún no había llegado, o para dejar un

testigo en aquella región: "Vete a tu casa con los tuyos y anúnciales..." Un testigo que hablara de

su liberación a unos hombres que, hablando mucho de ella, lo habían excluido de entre ellos.

Seguir a Jesús no significa abandonar el propio ambiente en busca de una comunidad

"ideal". Cada uno, normalmente, debemos dar testimonio entre los nuestros, por conocer

mejor sus costumbres y poder adaptar mejor el mensaje. No era necesario formar parte del

grupo de Jesús para convertirse en anunciador de su palabra. El nuevo discípulo proclama el

mensaje de Jesús por toda la Decápolis (federación de diez ciudades helenistas, situadas en

Transjordania, excepto Escitópolis, que estaba en Cisjordania, y que fueron separadas del

territorio judío por Pompeyo el año 64 a.C.).

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Curación de dos ciegos y un mudo

Al marcharse Jesús de allí, le siguieron dos ciegos gritando: -Ten compasión de nosotros, Hijo de David. Al llegar a casa se le acercaron los ciegos, y Jesús les dijo: -¿Creéis que puedo hacerlo? Contestaron: -Sí, Señor. Entonces les tocó los ojos, diciendo: -Que os suceda conforme a vuestra fe. Y se les abrieron los ojos. Jesús les ordenó severamente: -¡Cuidado con que lo sepa alguien! Pero ellos, al salir, hablaron de él por toda la comarca. Salían ellos, cuando le llevaron a Jesús un endemoniado mudo. Echó al demonio,

y el mudo habló. La gente decía, admirada: -Nunca se ha visto en Israel cosa igual. En cambio, los fariseos decían: -Este echa los demonios con el poder del jefe de los demonios.

(Mt 9,27-34)

1. Jesús realiza todas las esperanzas humanas

La curación de los dos ciegos y del mudo endemoniado, aunque de escaso interés histórico, tiene

gran importancia teológica en este evangelio. Mateo, en los capítulos 5-7, nos ha presentado al Me-

sías de la palabra; en los capítulos 8 y 9, al Mesías de los hechos; era lógico que al final del

cuadro recogiera un acontecimiento claro y profundo para que no quedara duda sobre quién es

Jesús. No podemos olvidar que la ceguera era una de las enfermedades más extendidas y temi-

das en Oriente, y que el Antiguo Testamento había incluido entre los bienes que traería el Mesías

la curación de los ciegos (Is 29,18; 35,5). Mateo quiere prepararnos para que cuando leamos

"los ciegos ven" (Mt 11,3-5) concluyamos con fundamento que Jesús es "el que había de venir"

(Mt 11,3).

Jesús trae la salud al pueblo; realiza todas las esperanzas de ese futuro en el que Dios interven-

drá definitivamente para liberar a los pobres. En él, el futuro esperado es ya presente.

Las curaciones de los dos ciegos y el mudo endemoniado están unidas por el lugar en que se

realizaron: la "casa" de Jesús, figura de su comunidad, lugar de la salvación que elimina todas

las limitaciones humanas.

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2. Comprenden el verdadero mesianismo de Jesús

Al salir de la casa de Jairo, en la que acaba de resucitar a su hija, siguen a Jesús dos ciegos

que le piden la curación aclamándolo como "Hijo de David", título claramente mesiánico para

ellos. Sienten profundamente una carencia en su vida -la falta de la vista- y desean verse

curados de ella. Precisamente dos ciegos conocen lo que permanece oculto a la masa del pueblo

dotado de vista. Con la luz interior de la fe han reconocido a Jesús como lo que realmente es: el

Mesías, aunque de un modo imperfecto.

Porque aclamarlo entonces como Hijo de David significaba no conocer su verdadera identidad;

significaba considerarlo como un Mesías nacionalista. No en vano hacen tal afirmación cuando

todavía son ciegos. Jesús sólo aceptará ese título después de su entrada en Jerusalén como

Mesías no violento (Mt 21,4-5) y de haber llevado a cabo la expulsión de los mercaderes del

templo, signo de su ruptura con la institución judía (Mt 21,13). Estos sucesos darán a este

título su verdadero sentido mesiánico.

Él no tiene padre humano, no se le puede definir por la ascendencia de José. Su dependencia

de la tradición de Israel se rompe por su nacimiento virginal. Nacido por obra del Espíritu y

teniendo por Padre a Dios, se define como el Mesías Hijo de Dios e Hijo del hombre.

Jesús no reacciona ante la aclamación de los ciegos, y sigue su camino hasta su "casa". Allí se le

acercan los dos ciegos. Les pregunta sobre su fe en la posibilidad de ser curados, pero no hace

alusión alguna al título mesiánico que le han dado.

Los ciegos afirman su fe en él, y Jesús los cura tocando sus ojos y pronunciando unas palabras.

Las tinieblas en que vivían se desvanecen. Es comprensible la explosión de júbilo de los ex ciegos y

de los pocos testigos ante aquella súbita curación. Tenían la concepción nacionalista del Me-

sías, que entonces era la oficial. Jesús les libera de esa ideología -encarnada en la interpre-

tación de la ley-, que les impedía comprender la obra de liberación de Dios sobre los hombres.

Al verse libres de ella, podrán salir de su esclavitud y seguir el camino del reino de Dios

predicado por Jesús. Ahora han comprendido su verdadero mesianismo, el sentido auténtico de la

fe y de la vida humanas.

Les manda que no divulguen la noticia. No quiere convertirse en un taumaturgo sensacional.

Prefiere que su misión sea bien entendida y comunicada en el momento oportuno. Si se divulgase

ya ahora su verdadera misión -crear la nueva comunidad de discípulos-, crecerían las difi-

cultades de una forma innecesaria, porque aún no ha roto abiertamente con la sinagoga. Este

mandato de guardar silencio está en la línea del llamado "secreto mesiánico" de Marcos.

Los ex ciegos no le hacen caso y "hablaron de él por toda la comarca". Sienten la necesidad de

comunicar su descubrimiento. Más adelante, Mateo volverá a contarnos otra curación de dos

ciegos (Mt 20,29-34).

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3. El camino estaba abierto

Al salir los ciegos, "le llevaron a Jesús un endemoniado mudo". En la mentalidad de aquella

época, la mudez, lo mismo que la sordera, que casi siempre la acompañaba, era atribuida al demo-

nio; a un poder hostil al hombre, que lo limita y esclaviza.

El pasaje está en estrecha relación con el anterior y con el episodio de la hemorroísa y la hija de

Jairo. En todos ellos el contexto es el mismo: Jesús sigue queriendo liberar a Israel de la muerte.

Este mudo es incapaz de comunicación. Pero su enfermedad no es física, sino causada por un

demonio. Nuevo símbolo de Israel, que se cierra en sí mismo.

Así como la causa de la ceguera de los dos ciegos era la concepción del Mesías como Hijo de

David, lo que les impedía ver la realidad como la ve el Padre, la mudez se debe a la mentalidad

exclusivista de Israel, consecuencia de su exacerbado nacionalismo, y que le incapacitaba para

llevar adelante una vida solidaria con la humanidad. Con esta mentalidad era imposible enten-

der a Jesús. Israel tiene que abrirse a la humanidad, si no quiere ser infiel a su vocación de pueblo

elegido. Esta exigencia de Jesús vale para cualquier otro pueblo y, por supuesto, para la Iglesia y

para todos y cada uno de los cristianos.

"Echó al demonio, y el mudo habló". El evangelista no nos dice qué habló. Pero es de suponer

que al verse libre del "demonio" -de todo aquello que le impedía ser persona libre y responsable-

hablaría de las limitaciones de la ley mosaica, de sus deseos y esperanzas de vida, de superación, de

futuro... Deseos y esperanzas a los que Jesús les había abierto el camino.

4. Reacciones contradictorias del pueblo y de los dirigentes

La reacción de los presentes ante el hecho es doble: unos asienten con entusiasmo: "Nunca se ha

visto en Israel cosa igual"; otros, los dirigentes, disienten: "Echa a los demonios con el poder del

jefe de los demonios". Hasta sus milagros son discutidos y leídos diversamente. Es que cuando no

se quiere entender... La multitud no está lejos de la fe; los dirigentes, cada vez más distantes. Es lo

que ocurre siempre con Jesús y con los que quieran seguirle de cerca: los jefes religiosos ya lo

saben todo y, además, tienen que defender ante el pueblo sus criterios y sus privilegios. Es curiosa la

constante contradicción entre lo que piensa el pueblo y los dirigentes religiosos.

El odio de los fariseos hacia Jesús estallará en la discusión recogida más adelante (Mt 12), y

seguirá hasta acabar con él en la cruz. Quieren explicar el poder de Jesús por su contacto con el jefe

de los demonios. Era la única forma de negar su mesianidad, ya que estaba anunciado que el

Mesías realizaría esa clase de prodigios.

Se hace patente el abismo que se abre entre Jesús y los dirigentes del pueblo. No es una

controversia sobre un pasaje o sobre un aspecto de la vida o de la Escritura, sino una oposición

irreconciliable. Interpretan mal hasta los hechos más evidentes. Su mala fe es patente. Y es que el

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poder siempre corrompe.

Los fariseos, defensores fanáticos de la superioridad y exclusivismo de Israel sobre todos los

demás pueblos, afirman que la liberación que hace Jesús no procede de Dios, sino que su acción

destruye el verdadero plan de Dios, que siempre pasará por ellos. Quieren zanjar la cuestión

calumniándolo. Su calumnia es la más pérfida que contra él levantaron los fariseos ante las turbas.

Si esta insidia calase en las gentes, el desprestigio de Jesús ante ellas estaría asegurado. La

respuesta de Jesús la expone Mateo al final de otro pasaje similar a éste (Mt 12,24-32) al hablarles

de la blasfemia contra el Espíritu Santo.

Jesús seguirá adelante con su misión, que no es otra que la liberación de los hombres de

todos los males que los afligen, sin excluir el hambre y la opresión de los pueblos del tercer mundo.

Los que veían y hablaban -los fariseos-, no ven ni hablan las maravillas que obra Jesús. Los

que no veían y el que no hablaba, por desconocer la ley, ven a Jesús y descubren quién es. Al ser

conscientes de su incapacidad y de sus limitaciones, buscaron la solución y la encontraron. Los

fariseos no podían buscar ninguna novedad porque estaban cerrados a ella.

Estos signos nos están indicando que los cristianos somos unos hombres libres, capaces de

luchar contra todas las opresiones, de ver la vida desde los más pobres y de proclamar el evangelio

de la dignidad humana; que vivir el cristianismo es liberarnos y ayudar a liberarse a los demás

hombres de todas las ataduras que nos impidan realizarnos en plenitud.

La palabra del Mesías (Mt 5-7) y sus hechos (Mt 8-9) deberán ser continuados por sus

discípulos. Por ello, Mateo sitúa a continuación el discurso de la misión (Mt 10).

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Política de Herodes y de Jerusalén

En aquella ocasión, se acercaron unos fariseos a decirle: -Márchate de aquí, porque Herodes quiere matarte. Él contestó:

-Id a decirle a ese zorro: "Hoy y mañana seguiré curando y echando demo-nios; pasado mañana llego a mi término"

Pero hoy y mañana y pasado tengo que caminar, porque no cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén.

¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían!

¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus pollitos bajo las alas! Pero no habéis querido.

Vuestra casa se os quedará vacía. Os digo que no me volveréis a ver hasta el día que exclaméis: "Bendito el que

viene en nombre del Señor": (Lc 13,31-35)

1. La astucia de Herodes

Lucas no nos señala, en esta escena exclusiva suya, tiempo ni lugar del suceso. Parece que pasaba

Jesús por el territorio de Herodes Antipas, que comprendía Galilea y Perea (al este del río Jordán),

cuando le llega un aviso extraño, no por el contenido, sino por los encargados de hacerlo: "unos

fariseos". Procedente de éstos, el consejo no debía de venir con buen fin. ¿Por qué le avisan sus

mismos adversarios? ¿Querían atraerlo a Jerusalén porque allí tenían ellos poder judicial y político

más directo sobre él, y así poder eliminarlo?

Da la impresión de que los fariseos que le avisan lo hacen por encargo de Herodes, inquieto por la

actividad de Jesús, temeroso de él y del alboroto que puede suscitar en el pueblo. Por eso quiere

verlo lejos de su territorio.

Es difícil saber si proyectaba en realidad matarlo. El mensaje que hace llegar a Jesús parece

haber sido solamente una argucia para echar del país al hombre molesto e inquietante. Lo que

hoy calificaríamos de una buena jugada política.

Porque Herodes es un político que quiere asegurarse la tranquilidad personal y de su pobla-ción,

y para eso la presencia de un profeta es siempre un estorbo. Un profeta suele dejar al descu-bierto

muchas cosas inconfesables y presentar batallas imprevisibles. Como político, Herodes es un

"zorro"; busca con astucia su provecho y no se para ante prejuicios morales o religiosos si lo

exige, claro está, "la razón de Estado". Por eso amenaza a Jesús, esperando que se calle por miedo

o salga fuera de su territorio.

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2. El camino de Jesús sólo lo determina Dios

El camino de Jesús no lo determinan los poderes de este mundo, sino sólo Dios. Herodes presu-

me de tener poder para disponer de la vida de Jesús.

Jesús aprovecha la ocasión para atacar al rey y a los dirigentes religiosos que le llevaron el

recado. Responde en la línea de los profetas de Israel: no hay poder humano que pueda oponerse

a su tarea; su misión de pregonar el reino divino viene de Dios y no se apoya en los permisos o

ventajas que le puedan ofrecer las potencias de este mundo. No ha pedido permiso para anunciar

el mensaje, ni lo pedirá, ni cambiará su postura ante posibles amenazas. Su vida y su acción depen-

den únicamente de la voluntad de Dios.

Jesús prosigue de una forma misteriosa: "Hoy y mañana..., porque no cabe que un profeta

muera fuera de Jerusalén". Estas palabras indican que la muerte de Jesús no es un problema

que se pueda resolver en Galilea, ni que su causa serán razones políticas; por tanto, no es cues-

tión de Herodes. Sus palabras son también una advertencia para los que le llevaron la noticia,

pues los fariseos colaborarán en su muerte de forma importante. Su muerte no destruirá su

trabajo, sino que lo coronará y llevará a feliz término.

Jesús se llama profeta a sí mismo. Es el profeta del pueblo, que habla en voz alta en las plazas y

pone el dedo en la llaga. La experiencia le decía que su muerte final sería la de los profetas: sellar

con su sangre la validez de su mensaje. Y, con amarga ironía, les dice que eso debía ocurrir en

Jerusalén, ciudad de fuertes contradicciones: de la máxima proximidad de Dios y, a la vez,

lugar del asesinato de sus enviados. Como verdadero profeta, Jesús tiene que situarse en el centro de

su pueblo, que es Jerusalén.

Cuando se escriben los evangelios, Jesús ya ha muerto a manos de las autoridades religiosas,

aunque el brazo ejecutor hubieran sido los romanos. Pero los evangelistas saben también que ha

sido el mismo Jesús el que decidió acudir libremente al enfrentamiento con ellas en Jerusalén.

Su muerte no fue fruto de un acaso ni efecto de un cálculo político, sino la consecuencia de

un enfrentamiento frontal con las autoridades religiosas de Israel.

3. Jerusalén no acepta a Jesús

"¡Jerusalén, Jerusalén...!" Mateo sitúa estas palabras antes del discurso escatológico (Mt

23,37-39). Son lamentos que condensan una larga experiencia. Los enviados de Dios, que venían a

ofrecer la salvación y a que rectificaran sus errores, fueron asesinados y apedreados como blasfe-

mos; Jesús siguió la misma suerte; sus discípulos también han predicado en vano. Pero el repudio

de Dios alcanzará en Jesús su punto culminante: su palabra era la definitiva.

Jesús quería recoger a los hijos de Jerusalén, a todo Israel, y ponerlos bajo la protección del

Padre. Quería cobijarlos como "la gallina reúne a sus pollitos bajo las alas". Pero su oferta

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fue desechada. Ninguna religión instalada puede aceptar a Jesús. Confiando soberbiamente en lo

que ya tienen y son, rechazan a todo el que pretenda traerles palabras nuevas, sin ahondar en el

origen de ellas. Se sienten seguros. Dios ya no tiene nada más que decirles. Al rechazar al máximo

enviado, Jerusalén completa su historia de asesinatos de profetas y su "casa se quedará vacía". El

final de Jesús en Jerusalén será también el fin de la ciudad.

El pueblo de Israel se fue quedando solo, el templo perdió su sentido y fue destruido. Muchos

siglos de historia religiosa han acabado en el fracaso a causa de su cerrazón. Este hecho constituyó

para la Iglesia primitiva una de sus más dolorosas experiencias.

La muerte que espera a Jesús en Jerusalén no será su fin. Jerusalén, ciudad de su muer-

te, será también la ciudad de su glorificación.

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Parábola del gran banquete

Uno de los comensales dijo a Jesús: -¡Dichoso el que coma en el banquete del reino de Dios! Jesús le contestó: -Un hombre daba un gran banquete y convidó a mucha gente; a la hora del

banquete mandó un criado a avisar a los convidados: - Venid, que ya está preparado. Pero ellos se excusaron uno tras otro. El primero le dijo: -He comprado un campo y tengo que ir a verlo. Dispénsame, por favor. Otro dijo: -He comprado cinco yuntas de bueyes y voy aprobarlas. Dispénsame, por favor. Otro dijo: -Me acabo de casar y, naturalmente, no puedo ir. El criado volvió a contárselo al amo. Entonces el dueño de la casa, indignado, le dijo al criado: -Sal corriendo a las plazas y calles de la ciudad y tráete a los pobres, a los lisiados,

a los ciegos y a los cojos. El criado dijo: -Señor, se ha hecho lo que mandaste y todavía queda sitio. -Sal por los caminos y senderos, e insísteles hasta que entren y se me llene la

casa. Y os digo que ninguno de aquellos convidados probará mi banquete.

(Lc 14,15-24)

1. Comer juntos, signo del reino

Esta parábola-alegoría la narra también Mateo en los últimos días de la vida de Jesús, con más

precisión de términos, en orden a lo que quiere enseñarnos (Mt 22,1-14). En Lucas surge dentro de

un contexto lógico. Seguimos en casa del fariseo rico que había invitado a comer a Jesús (Lc

14,1-14).

Por los años en que Lucas escribía su evangelio, ya se reunía la comunidad cristiana primitiva

en Jerusalén los domingos para "partir el pan". En esas celebraciones se sentía penetrada de

gozo por lo que iba a venir; todo en ellas estaba orientado hacia la salvación definitiva, escato-

lógica. La eucaristía era signo de la gran esperanza del banquete del fin de los tiempos.

En estas narraciones, la mirada de los cristianos pasaba de la comida del sábado que se

celebraba al banquete eucarístico, y de éste al banquete del reino de Dios.

"Uno de los comensales" toma la palabra y, partiendo de las últimas palabras de Jesús (Lc

14,14), formula la esperanza que late en estas comidas: "¡Dichoso el que coma en el banquete del

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reino de Dios!"

Al fariseo que pronunció estas palabras no le cabía la menor duda de que él estaría presente

en el banquete del reino. Para eso practicaba con escrupulosidad toda la ley, y edificaba alrededor

de ella una muralla que impidiera la menor violación y el paso a los marginados por sus institu-

ciones.

2. Israel rechaza los verdaderos planteamientos de Dios

Jesús no le responde directamente. Lo hace por medio de una parábola, en la que ataca a los

judíos, sobre todo a los dirigentes religiosos, por no aceptar los verdaderos planteamientos de

Dios, que él les presentaba. Como no quieren estar en el banquete de la fraternidad universal a

causa de su exclusivismo nacionalista, se quedarán fuera y sus puestos serán ocupados, precisa-

mente, por los que ellos marginan y desprecian.

La parábola está enmarcada en el contexto de la exclamación del comensal. El reino es como

un banquete al que Dios ha cursado invitación a todos los hombres, empezando por los hijos de

Israel. Al estar dirigida a los propios judíos, da la impresión de invitar a los demás únicamente

por haber rechazado éstos la invitación. Impresión errónea, sobre todo si tenemos en cuenta

otros pasajes evangélicos, claramente universalistas. Aquí trata, fundamentalmente, de dar una

lección a los dirigentes judíos y acabar con su autosuficiencia.

Parece como si los hombres no tuviéramos en la vida más que una obsesión: prescindir de

Dios, emanciparnos de él, rechazar todo lo que de alguna manera nos venga de él, con lo que

tendemos a rechazar todo lo que nos ayudaría a ser verdaderamente lo que debemos ser. Pero Dios

no cede, no quiere estar sin nosotros, nos invita constantemente a su mesa a todos los hombres.

Jesús nos hablará en la parábola del comportamiento de los invitados, de la necesaria decisión

personal para participar en el reino. Siempre evitó describir la magnificencia del banquete de los

últimos tiempos, porque el reino de Dios sobrepuja toda representación humana: "Ni el ojo vio, ni

el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que le aman" (ICor 2,9).

Se trata de un gran banquete, porque son muchos los invitados. Primero se hace una invitación

previa, con la que se anuncia el banquete, sin precisar la hora. "A la hora del banquete mandó un

criado" a los invitados, que ya habían aceptado la invitación cursada con anterioridad, para

que acudan porque "ya está preparado". De esta forma el anfitrión observa la práctica de cortesía

de invitar dos veces, que se había hecho habitual en los ambientes distinguidos de Jerusalén. Tam-

bién exigía la cortesía que, al haber aceptado la primera invitación, se asistiese sin ningún tipo

de excusa.

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3. Todo nos parece bueno para evadirnos de Dios

Ser invitado a un banquete era un honor y una alegría. Como si se hubieran puesto de acuerdo,

todos los invitados se excusan, aunque ya habían aceptado la invitación previa, lo que era una

grosería. Es lógico que el dueño de la casa hubiera preparado la comida de acuerdo con el número de

comensales; dejarlo ahora plantado era una tremenda indelicadeza. ¿Qué pensaríamos nosotros si

los invitados a una boda hubieran aceptado ir al banquete y luego no aparecieran?

Se excusan todos, sin ninguna excepción. El hecho es grave. Rechazar la invitación, sobre todo en

el último momento, se tenía por una ofensa. Los motivos alegados son fútiles, pues el banquete

no podía retrasarse y los motivos que ellos alegaban sí. Incluso el que dice que se ha casado, ya que,

cuando aceptó la invitación, sabía su plan futuro, y no le pareció obstáculo. Anteponen sus conve-

niencias personales a otro tipo de exigencias. El disgusto del amo era lógico. Además, si nos

fijamos en las palabras de los invitados que se niegan a asistir, notamos que son una negativa total,

no sólo una excusa para acudir más tarde. Las propiedades, las ocupaciones y la esposa son las

disculpas puestas para no acudir; son las causas que les hacen perder todo el interés por la

invitación. Todo esto tiene para ellos más importancia que la invitación de Dios.

Por un momento han parecido animados, y han aceptado la primera invitación. Pero su

decisión no había sido seria, al no traducirse en obras. Resuena aquí la parábola del sembrador

que siembra junto al camino, en terreno pedregoso y entre zarzas (Mt 13,1-23). Prefieren el

bienestar material y disfrutarlo. Todos se encuentran absorbidos y entretenidos en sus pequeños

y grandes problemas e intereses y prefieren no escuchar la voz que llama a un cambio. Han aceptado

pertenecer al pueblo de Dios, pero rechazan sus verdaderas exigencias.

Todos encontramos rápidamente una excusa cuando se trata de asuntos de Dios. Todo nos

parece bueno para evadirnos de él. Todos creemos que nuestro caso es legítimo, que nuestros

motivos son perfectamente válidos. Únicamente cuando nos damos cuenta de que los demás han

hecho lo mismo comenzamos a comprender, a veces, que la única razón que nos mueve a ello es

evitar los compromisos. Siempre estamos dispuestos a cualquier cosa antes de decidirnos a

seguirle. Parece como si la invitación de Dios no hiciera feliz a nadie. ¿No vemos, por ejemplo, las

pegas que ponemos para no rezar? Siempre dejamos para más tarde el tiempo de ocuparnos de

Dios: cuando acabe los estudios, cuando me haya creado una posición, cuando no tenga que

trabajar tanto, cuando tenga tiempo... Con esta actitud echamos a Dios de nuestra vida real,

demostramos que juzgamos incompatibles la vida de Dios y la vida que llevamos, que no creemos que

él busque ante todo nuestro verdadero bien, que no puede ser otro que su amor.

4. Son invitados los marginados y los paganos

"El criado volvió a contárselo al amo". El amo, naturalmente, se indigna. No piensa

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suspender el banquete. Debe buscar otros comensales.

Envía al criado "a las plazas y calles de la ciudad". Éstos no tienen casa, pero por lo menos

viven resguardados por los muros de la ciudad. Los nuevos invitados son los excluidos por los

judíos de su comunidad cultual: los pobres, los lisiados, los ciegos y los cojos; los publicanos y los

pecadores. Hay que llevarlos; les parece increíble que los inviten a un banquete, y no se atreven a ir

por su cuenta a pesar de haber oído la invitación.

La parábola va avanzando cada vez más hacia Jesús. Primero se habla de "un hombre",

luego del "dueño de la casa" y, por último, se le llama "Señor".

Con la segunda invitación no ha quedado llena la sala. Y se envía por tercera vez al criado

que hace las invitaciones. El amo quiere llenar su casa. La tercera invitación se dirige a los que

vagan por los campos en los alrededores de la ciudad porque no tienen derecho de ciudadanía en

ella. Tiene que insistirles para que vayan al banquete. La invitación les parece un sueño. Tampoco

éstos se consideran dignos.

Dos clases de hombres han sido llevados al banquete y han ocupado los puestos de los

primeros invitados. Y son precisamente los mismos grupos sociales que los fariseos excluían del

reino de Dios: los marginados y los gentiles o paganos. Ni unos ni otros pertenecen a la

"sagrada" comunidad de Israel, por lo que no podían esperar gozar del banquete del reino de

Dios.

Jesús tiene otra opinión. Es a los pobres y a los gentiles a los que encamina hacia el

banquete del reino. Es en ellos donde encuentra las actitudes fundamentales para poder acceder

a él. Los pobres, los ciegos y los sordos, los tullidos y los mudos y todos los perdidos y olvidados de la

tierra, son los llamados por Jesús al reino de su Padre. Llama a los que tienen como única

propiedad su miseria y se mantienen abiertos a lo nuevo. Llama a los que saben que la vida no es

dominio ni posesión que ata, sino un camino en el que existe la sorpresa de un Dios que nos ama y

nos busca.

5. ¿Entendemos los cristianos?

Las últimas palabras de la parábola no las dice ya el amo de la casa, sino Jesús: "Ninguno de

aquellos convidados probará mi banquete". El fariseo que había hecho la exclamación, y que

estaba seguro de tomar parte en el banquete del fin de los tiempos, ¿estaría tan convencido

después de escuchar la parábola? ¿La entendería? ¿La entendemos los cristianos?

Israel fue invitado por Dios a lo largo de la historia de la salvación. Con Jesús tiene lugar

la última y decisiva llamada. El resultado ha sido el rechazo total. ¿Aprenderemos los cristianos la

lección o seguiremos con nuestras seguridades?

La palabra de Dios, que actúa en Jesús, ha trazado una línea divisoria entre los hombres

que ponen el orden sagrado o profano por encima del bien de la persona, y los que ponen todo su

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ser al servicio del prójimo. En el primer grupo se encuentran los que habían recibido previa-

mente la invitación al banquete y se niegan a ,asistir por estar ocupados en sus cosas: sus ritos

religiosos, su preocupación por la observancia externa de los preceptos de la ley, sus privilegios y sus

seguridades; los que cuelan el mosquito y se tragan el camello (Mt 23,24). Ante las razones de su

negativa, Dios no insiste. A un banquete no se obliga a nadie. El que prefiera sus pequeñas o

grandes posesiones, es libre de hacerlo, pero que no culpe a nadie de no encontrar su verdadera

vida. En el segundo grupo están todos los que nunca se creen dignos de banquetes, pero que dedi-

can su vida a hacer un poco más humano este selvático mundo.

La parábola proyecta luz sobre nuestras reuniones eucarísticas semanales. ¿Quiénes somos los

que en ellas nos reunimos? Pablo hace así la presentación de la comunidad cristiana de Corinto:

Hermanos: Fijaos en vuestra asamblea, no hay en ella muchos sabios en lo humano, ni muchos

poderosos, ni muchos aristócratas; todo lo contrario, lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios.

Aún más, ha escogido la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta para anular a lo que cuenta, de modo que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor.

('1 Cor 1,26-29)

¿Pasa así entre nosotros? No se asiste a un banquete por ser digno; es Dios quien hace dignos

a los hombres que convoca y que reciben la voz de su llamada. El reino es un don de Dios, y no se

puede confundir con ningún tipo de privilegios o perfecciones humanas. Se nos da y debemos

aceptarlo. Eso es todo.

En una comida festiva de sábado, llena de convidados selectos, sólo un hombre encontró la

salud: el pobre hidrópico despreciado que, además, no estaba invitado (Lc 14,2-4). Dios se goza en

darle todo a los que no tienen nada: al hidrópico, a los tullidos, a los cojos, a los ciegos y a los

gentiles... Todos ellos son saciados porque tienen hambre y no poseen nada. Los que estaban

seguros de su perfección, salieron con las manos vacías (Lc 1,53).

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Dios detesta la arrogancia

Oyeron esto unos fariseos, amigos del dinero, y se burlaban de él. Jesús les dijo: Vosotros presumís de observantes delante de la gente, pero Dios os conoce por

dentro. La arrogancia con los hombres Dios la detesta. La ley y los profetas llegan hasta Juan; después se proclama el reino de Dios y a

todos les cuesta conquistarlo. Es más fácil suprimir el cielo y la tierra que dejar a un lado una sola letra de la ley. Todo hombre que se divorcia de su esposa y se casa con otra comete adulterio. Y

el que se casa con una mujer divorciada de su marido comete adulterio. (Lc 16,14-18)

1. La burla como defensa

"Oyeron esto unos fariseos, amigos del dinero, y se burlaban de él". Después de exponer a sus

discípulos la parábola del mayordomo infiel ([,e 16,1-8), Jesús había afirmado que no podemos

servir a la vez a Dios y al dinero (Le 16,13).

Sabemos por la historia que los fariseos del tiempo de Jesús no eran, casi en general, dueños de

grandes fortunas. Sin embargo, como herederos de una larga tradición que se remonta hasta los

orígenes de Israel, consideraban las riquezas, la honra y una vida larga como premio a la humildad y

al temor de Dios (Prov 22,4). Miraban la pobreza como una maldición y castigo por el pecado. No es

extraño, por tanto, que, amparados por esas creencias, fueran aficionados al dinero, y se burlen de

Jesús y lo desprecien. Aseguraban su vida mediante las riquezas, y su fidelidad a Dios con la práctica

de la ley. De esa forma se tenían por justos y estaban convencidos de tener a Dios de su parte.

Jesús desbarata sus seguridades y su modo de pensar, reduce a escombros esa construcción

religiosa que les sirve de trinchera. Por Jesús, Dios invierte el juicio de los fariseos.

A los que están aferrados a sus riquezas -en la práctica, la totalidad de los que las poseen-,

todo esto que dice Jesús les causa malestar y risa. Les parece algo tonto, ingenuo, impracticable.

Piensan que Jesús no pisa tierra.

Los fariseos "se burlaban" de las opiniones de Jesús, lo mismo que sigue burlándose nuestra

sociedad de consumo, la sociedad de las quinielas y loterías... Se supone que los pueblos, las fami-

lias y las personas tienen perfecto derecho a gozar de los bienes que la fortuna o el trabajo propio

les ha dado. Jesús, en cambio, nos dice que nadie tiene derecho a usar sus bienes como mejor le

plazca mientras haya hambre y miseria a su lado, porque las riquezas de este mundo no son objeto

de posesión individual, sino un medio de amor y de servicio.

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2. El dominio espiritual

Pero la mayor riqueza de los fariseos se mueve en un plano diferente: son personas que

presentan ante Dios sus propios méritos como objetos de posesión. Se creen justos y mejores que

los demás porque realizan muchas prácticas religiosas. Son los verdaderos amigos de Dios. Por eso,

aunque la mayoría no dispongan de riquezas materiales, sus auténticos bienes son su conciencia, su

seguridad en que hacen todo siempre bien: "Vosotros presumís de observantes delante de la gente,

pero Dios os conoce por dentro".

Si la riqueza material es mala porque cierra al hombre sobre sí mismo y lo incapacita para

vivir con los demás, mucho peor es la riqueza espiritual, la soberbia de aquellos que se consideran

justos y desprecian a los otros.

Junto al dominio material sobre los pueblos que ejercen los que tienen las riquezas de este

mundo, existe el dominio espiritual de los que, fingiendo o creyéndose los dueños y señores de la

verdad, avasallan las conciencias ajenas. Esta segunda forma de dominio es tan perversa como la

anterior y más sutil. El hombre bueno debe poner todas sus cualidades al servicio de los demás. La

soberbia de los fariseos -dirigentes religiosos-, cerrados en su buena conciencia y en su superio-

ridad sobre los demás, constituye una abominación delante de Dios. Así nos lo enseña Jesús: "La

arrogancia con los hombres Dios la detesta".

Los fariseos no son conscientes de la novedad de Jesús. No reconocen que con él ha llegado el

tiempo de la realización de la promesa, que el primer período de la historia ha terminado con

Juan Bautista, encerrado en la cárcel de Maqueronte. Ha terminado el tiempo de la ley y de los

profetas y comenzado la proclamación del reino de Dios. Y que todos deben esforzarse igual-

mente para conquistarlo.

Jesús no abroga la ley y los profetas. "El cielo y la tierra", que es lo más permanente que conoce

el hombre, serán más fácilmente suprimibles que "una sola letra de la ley". La ley, bien enten-

dida, se mantiene en vigor, es superada por Jesucristo y se incorpora a la nueva economía del reino.

Termina el texto con una breve alusión al divorcio. La fidelidad matrimonial es un caso concreto

de fidelidad al reino, como lo es el desprendimiento de las riquezas (Mt 19,1-9).

El Antiguo Testamento admite la posibilidad del divorcio. Una escuela de doctores de la ley

había interpretado tan ampliamente las posibilidades de divorcio, que por aquellos días todo

matrimonio podía ser disuelto (Mt 19,3).

Jesús proclama la indisolubilidad del matrimonio, equiparando el nuevo matrimonio de los

divorciados al adulterio. El que toma una nueva esposa y el que toma por esposa a la mujer

divorciada obran contra la santidad del matrimonio. Marca un ideal que debe ser asumible por los

cristianos, pero nunca imponerse a los demás.

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Las persecuciones serán inevitables Dijo Jesús a sus apóstoles:

-Mirad que os mando como ovejas entre lobos; por eso, sed sagaces como serpientes y sencillos como palomas.

Pero no os fiéis de la gente, porque os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes por mi causa; así daréis testimonio ante ellos y ante los gentiles.

Cuando os arresten, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en su momento se os sugerirá lo que tenéis que decir; no seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros.

Los hermanos entregarán a sus hermanos para que los maten, los padres a los hijos; se rebelarán los hijos contra sus padres, y los matarán.

Todos os odiarán por mi causa: el que persevere hasta el final, se salvará. Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra. Creedme, no terminaréis con las ciudades de Israel antes de que vuelva el Hijo del

hombre. Un discípulo no es más que su maestro, ni un esclavo más que su amo; ya le basta

al discípulo con ser como su maestro, y al esclavo como su amo. Si al dueño de la casa lo han llamado Belzebú, ¡cuánto más a los criados!

(Mt 10,16-25)

1. Vivirán "como ovejas entre lobos"

Estamos en el discurso de la misión, segundo de los cinco que nos transmite Mateo en su

evangelio, que agrupa, siguiendo su procedimiento sistemático, enseñanzas dichas por Jesús en

ocasiones diversas.

Anuncia a sus discípulos que vivirán "como ovejas entre lobos". ¿Quiénes son los "lobos"?

Son bastantes los que piensan que eran los letrados y los fariseos. Pero el contexto tiene unas pers-

pectivas más amplias, ya que habla de persecuciones por parte de las sinagogas judías y de los

tribunales gentiles. Estos alegóricos lobos tienen la amplitud de este doble enemigo.

Al anunciarles los peligros que les acarreará la misión que les confía, les indica la conducta

que deben tener: "sed sagaces como serpientes y sencillos como palomas". Deben ser hábiles,

prudentes, astutos para conducirse en la práctica. Si, en el medio ambiente en que van a vivir, los

enemigos se van a portar como lobos, ellos les opondrán la simplicidad de la verdad sin doblez,

pero nunca la ingenuidad sin precaución. No deberán ponerse imprudentemente en manos de los

"lobos". Imitarán la sencillez de la paloma, animal que aparece en la literatura rabínica también

como símbolo del ave que no se deja coger. No tienen por qué comunicar su mensaje a cualquie-

ra: la sociedad se defenderá de ellos con toda clase de insultos y calumnias. ¿Para qué exponerse

en vano?

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2. Un triple grupo de enemigos

En esta obra de apostolado les profetiza un triple enemigo: los tribunales judíos, los tribunales

paganos y la propia familia. Serán perseguidos por su amor y entrega a la causa del Maestro.

El primer enemigo serán las sinagogas judías. Además del gran sanedrín de Jerusalén, que

constaba de setenta y un miembros, presididos por el sumo sacerdote, y que intervenía en las

causas más graves, existían también sanedrines locales en las poblaciones de más de ciento veinte

hombres, y que entendían en cosas de menor importancia. Estos tribunales estaban formados por

siete miembros, llegando en algunas épocas a veintitrés. Para algunas cuestiones actuaban única-

mente tres jueces.

"Os azotarán en las sinagogas". Los Hechos de los Apóstoles destacan la presencia de éstos

y de discípulos ante los tribunales judíos de la diáspora. El mismo san Pablo nos habla de su

propia actuación antes de su conversión: "Yo andaba por las sinagogas encarcelando y

azotando a los que creían en ti" (He 22,19; cf 26,11). También el alto tribunal de Jerusalén actuó

en contra de los apóstoles (He 5,40-41).

El segundo enemigo serán los "gobernadores y reyes". La historia de la Iglesia demuestra el

cumplimiento de esta profecía. Cuando las religiones no sirven a los intereses de los poderes de este

mundo, éstos las persiguen, si se consideran atacados en sus planteamientos, con todos los medios

a su alcance. Si algún poder mantiene buenas relaciones con los dirigentes religiosos -¡tantas ve-

ces y en tantas épocas!-, hemos de sospechar de la fidelidad al mensaje de Jesús de estos últi-

mos. Cuando sean perseguidos y llevados a estos tribunales civiles, darán el verdadero testimonio

de Jesús, porque es entonces cuando podrán dejar en evidencia las injusticias de este mundo.

Su defensa ante los tribunales será un testimonio asombroso, una manifestación de la verdad

de Dios en la debilidad del hombre. Ante el tribunal no deben preocuparse por encontrar las pala-

bras convenientes. El mismo Espíritu que habita en sus corazones les irá diciendo lo que deben

responder. Es la defensa que realiza de su misión todo hombre convencido, enamorado de lo que

tiene entre manos. También esto está reflejado en el libro de los Hechos: los apóstoles hacen

callar a los doctores y a las autoridades judías a pesar de ser hombres sin cultura.

La persecución surgirá también dentro de la propia familia. Este vaticinio parece que no se

refiere a los apóstoles, de los que no se sabe que tuvieran dificultades de este tipo... Al contrario,

los textos evangélicos nos señalan la colaboración que prestaron a Jesús y al grupo de apóstoles

familiares de éstos: la suegra de Pedro les sirve (Mt 8,15 y par.), la madre de Santiago y Juan

está presente en la muerte de Jesús (Mt 27,56), aunque su seguimiento no dejaba de ser interesado

(Mt 20,21). Jesús, en cambio, sí tuvo algunas dificultades familiares (Mc 3,21).

"Todos os odiarán por mi causa". Las persecuciones vendrán por todos los frentes. Todo el

que pretenda defender unos privilegios y mantener unas estructuras injustas será perseguidor

del evangelio de Jesús.

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3. No hay lucha sin esperanza

"El que persevere hasta el final, se salvará". ¿A qué final se refiere? No puede ser al término

de las persecuciones, porque éstas durarán siempre, sino al término de la vida del testigo. Dice Bertol

Brecht: "Hay hombres que luchan un día y son buenos; hay otros que luchan un año y son

mejores; hay quienes luchan muchos años y son muy buenos; pero hay los que luchan toda la vida:

ésos son los imprescindibles". Sólo el que lucha hasta el final de su vida logrará construirse como

persona en plenitud; sólo éste se salvará-liberará de todas sus esclavitudes.

"Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra". Este versículo es propio de Mateo. Los

apóstoles no deberán exponerse a la muerte de una forma temeraria. Podrán refugiarse en otros

lugares cuando arrecien las persecuciones, siempre que ello no vaya en detrimento del testimonio

que deben dar constantemente.

"Un discípulo no es más que su maestro..." Es inútil pretender ser fiel al camino marcado

por Jesús a base de diplomacia y sin riesgos personales. Si nuestro testimonio cristiano no susci-

ta la oposición de los "gobernadores y reyes" ni de las "sinagogas", haríamos bien en poner

en duda nuestra fidelidad a Jesús de Nazaret.

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Jesús, signo de contradicción

Dijo también Jesús a sus discípulos: -No penséis que he venido a la tierra a sembrar paz: no he venido a sembrar

paz, sino espada. He venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; los enemigos de cada uno serán los de su propia casa.

(Mt 10,34-36)

La paz y la justicia son inseparables

Estas pocas líneas destacan otro aspecto de las persecuciones que sufrirán sus seguidores.

La literatura profética y rabínica ya hablaba de "los dolores del Mesías", de los dolores nece-

sarios que habrá para el alumbramiento o venida del reino mesiánico.

Jesús disipa un malentendido. La paz que trae (Mt 5,9) se basa en la opción contra la

riqueza, el prestigio y el poder (tentaciones del desierto), y establece la justicia entre los hom-

bres. Es una paz por la que hay que trabajar, pero cuya propuesta suscita una tremenda

oposición. Esta oposición se debe a que el mundo no desea el mensaje que propone. ¿No niega

nuestra sociedad constantemente la verdadera paz con su modo de proceder? Por eso, el reino

que proclama Jesús viene como "espada". La espada de la opción ante la que sitúa al hombre.

Lo contrario es lo que se llama paz en nuestro corrompido mundo: una paz que se apoya en

los armamentos de los fuertes y que deja las injusticias como están, o peor, ante el gozo de los

poderosos. ¡Cuándo descubriremos el verdadero motivo de las alianzas militares y de la

alocada carrera de armamentos!

Estas palabras de Jesús parece que contradicen la profecía de Isaías cuando dice que el

Mesías vendrá como "príncipe de la paz" (Is 9,5), y parece que contradicen la misma bienaven-

turanza de Jesús sobre la paz. Pero no es que Jesús no venga a traer la paz -imposible sin

la justicia universal-, sino que a causa de su doctrina -"espada"- va a ser ocasión de

enfrentamientos. No en vano "será como una bandera discutida" (Lc 2,34). Esta guerra que se

producirá a su alrededor se presenta aquí dentro del hogar (Mt 10,21; Miq 7,6).

Las palabras de Jesús nunca deben ser interpretadas en el sentido de justificar guerras y

egoísmos humanos, ni tampoco para defender intransigencias religiosas. La espada de Jesús no es

ninguna declaración de guerra a los que no acepten el cristianismo.

La lucha no es de los cristianos contra los demás hombres, sino de los demás hombres contra

los verdaderos creyentes en el hombre, sean o no cristianos; ni contra los que se llaman cris-

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tianos, ya que muchos de entre ellos también estarán en contra de estos verdaderos cre-

yentes en Jesús y en el hombre. Una lucha que se plantea inexorablemente entre las exigencias

de Jesús: su mensaje exige renunciar hasta a lo más querido, en caso de conflicto entre el reino

de Dios y eso más querido. Coloca las exigencias del reino por encima de todo lo demás. Y

siempre serán muy pocos los que lo entiendan y traten de ponerlo en práctica. Y estos pocos

tendrán que pagar el precio de este desafío a la masa de la humanidad.

Esta división ya había sido vivida, como amarga experiencia, por la Iglesia primitiva al ser

excomulgada de la sinagoga. La experiencia de la Iglesia de todos los tiempos, en la medida en

que ha sido fiel al mensaje de Jesús, y sólo en esa medida, ha experimentado siempre en su

carne la verdad de estas palabras. ¿Cómo interpretan estas palabras de Jesús los cristianos

que viven al margen del pueblo? ¿Qué lectura hacen del evangelio?

Las exigencias que impone Jesús a sus seguidores de renunciar a todo y a todos, es natural

que encuentren la incomprensión y la oposición de todos los que no están dispuestos a pagar ese

precio.

Ante esta lucha entre la sangre y la fidelidad a Jesús, ¿cuál debe ser la conducta a seguir?

Dejarlo todo por él: "El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el

que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; el que no toma su cruz y me

sigue, no es digno de mí" (Mt 10,37-38).

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Asesinato de Juan Bautista

Como la fama de Jesús se había extendido, el rey Herodes oyó hablar de él.

Unos decían: -Juan Bautista ha resucitado, y por eso los ángeles actúan en él. Otros decían: -Es Elías. Otros: -Es un profeta como los antiguos. Herodes, al oírlo, decía: -Es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado. Es que Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel

encadenado. El motivo era que Herodes se había casado con Herodías, mujer de su hermano

Felipe, y Juan le decía que no le era lícito tener la mujer de su hermano. Herodías aborrecía a Juan y quería quitarlo de en medio; no acababa de

conseguirlo, porque Herodes respetaba a Juan, sabiendo que era un hombre honrado y santo, y lo defendía. En muchos asuntos seguía su parecer y lo escuchaba con gusto.

La ocasión llegó cuando Herodes, por su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea.

La hija de Herodías entró y danzó, gustando mucho a Herodes y a los convidados. El rey le dijo a la joven: -Pídeme lo que quieras, que te lo doy. Y le juró: -Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino. Ella salió a preguntarle a su madre:

-¿Qué le pido? La madre le contestó: -La cabeza de Juan el Bautista. Entró ella en seguida, a toda prisa, se acercó al rey y le p i d i ó : -Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan el

Bautista. El rey se puso muy triste; pero por el juramento y los convidados no quiso

desairarla. En seguida le mandó a uno de la guardia que le trajese la cabeza de Juan. Fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una bandeja y se la entregó a la

joven; la joven se la entregó a su madre. Al enterarse los discípulos, fueron a recoger el cadáver y lo enterraron.

(Mc 6,14-29)

Oyó el virrey Herodes lo que se contaba de Jesús, y dijo a sus ayudantes: -Ése es Juan Bautista, que ha resucitado de entre los muertos, y por eso los

poderes actúan en él. Es que Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel

encadenado, por motivo de Herodías, mujer de su hermano Felipe; porque Juan le decía que no le estaba permitido vivir con ella.

Quería mandarlo matar, pero tuvo miedo de la gente, que lo tenía por profeta.

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El día del cumpleaños de Herodes, la hija de Herodías danzó delante de todos, y le gustó tanto a Herodes, que juró darle lo que pidiera.

Ella, instigada por su madre, le dijo: -Dame ahora mismo en una bandeja la cabeza de Juan Bautista. El rey lo sintió; pero por el juramento y los invitados, ordenó que se la

dieran; y mandó decapitar a Juan en la cárcel. Trajeron la cabeza en una bandeja, se la entregaron a la joven, y ella se la llevó a su

madre. Sus discípulos recogieron el cadáver, lo enterraron, y fueron a contárselo a Jesús.

(Mt 14,1-12)

Herodes, el tetrarca, reprendido por Juan a causa de Herodías, la mujer de su hermano, y a causa de todas las malas acciones que había hecho, añadió a todas ellas la de encerrar a Juan en la cárcel.

(Lc 3,19-20)

El virrey Herodes se enteró de lo que pasaba y no sabía a qué atenerse, porque unos decían que Juan había resucitado, otros que había aparecido Elías y otros que había vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.

Herodes se decía: -A Juan lo mandé decapitar yo. ¿Quién es éste de quien oigo semejantes cosas? Y tenía ganas de verlo.

(Lc 9,7-9)

1. Lo ocurrido con Juan anticipa lo que sucederá con Jesús

Marcos es el evangelista que más extensamente nos narra el asesinato de Juan Bautista.

Mateo prescinde de algunos detalles que no le interesaban para su finalidad; por ejemplo, la esti-

ma que tenía Herodes a Juan, cuya opinión pedía en muchas ocasiones, según nos dice Marcos.

Los hombres como Herodes sienten cierta admiración por los hombres coherentes y rectos como el

Bautista, pero no hasta el punto de dejarse convertir por ellos. Están dispuestos a dejar un sitio

para los profetas, a condición de que sus denuncias se queden en la teoría; cuando los profetas

se "pasan", les hacen callar; eliminan sin ningún escrúpulo todo lo que pueda poner en peligro su

poder. A Mateo le interesa subrayar la unión inseparable que existe entre el profeta verdadero y

el sufrimiento, el rechazo y la muerte (Mt 23,29-32.37). Lucas habla del asesinato de pasada.

El relato pretende introducirnos, ya desde ahora, en el destino que espera a Jesús en

Jerusalén. Lo ocurrido con Juan anticipa lo que sucederá con Jesús.

Herodes Antipas, hijo de Herodes el Grande y heredero de la cuarta parte de sus territorios,

era el rey del norte de Palestina (Galilea y Perea). Como antes su padre (Mt 2,3), nos es presentado

como un hombre violento y asesino. Todavía reciente el asesinato del precursor, recibe la noticia

del nuevo profeta que conmueve a las gentes de su tierra, y se preocupa. Una preocupación peligro-

sa para Jesús: los poderosos tienen muchos medios para acabar con los que tienen la osadía de

enfrentarse con ellos. Al peligro de los dirigentes religiosos se une el peligro del poder político.

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Por las mismas fechas en que la predicación se expande se organizan los poderes contrarios para

acabar con ella.

En Jesús, lo mismo que antes en Juan, se perciben pruebas de poder divino. Ni siquiera Hero-

des puede hacerse sordo a ellas. En boca del reyezuelo, Lucas nos plantea una pregunta clave

para todos los que queramos ser cristianos: "¿Quién es éste de quien oigo semejantes cosas?"

La actividad de Jesús -en la misma línea del Bautista- despertó en Herodes Antipas su con-

ciencia de culpabilidad, y aunque no creyera en las opiniones populares que circulaban por enton-

ces, estaba intranquilo. Estas creencias populares demuestran la fe deficiente de las masas.

2. Jesús no puede ser confundido con ningún otro profeta

La primera figura con la que se identifica a Jesús es con Juan Bautista. ¿Es también la opinión

de Herodes? No parece lógico que un hombre que no creía en la resurrección pueda tener esta

opinión de verdad. Quizá su frase tenga un sentido irónico. Se puede hacer frente a muchas situa-

ciones con la burla. Suele hacerse cuando no hay respuestas serias a lo que nos preguntan, sobre

todo si lo que nos plantean compromete demasiado.

La idea de que Juan Bautista hubiera resucitado era fruto de la creencia judía, que conside-

raba que un inocente asesinado podía regresar a la vida, y tratan de explicar así la sorprendente

actividad de Jesús. En esta perspectiva aparece Juan como el profeta escatológico de Dios, que,

derrotado momentáneamente por Herodes, vuelve otra vez y, retomando la figura de Jesús, hace

que su obra llegue hasta su culminación.

La segunda es Elías, uno de los profetas preferidos por los judíos, para los que estaba en

el cielo sin haber pasado por la muerte (2Re 2,lss). Esa certeza le había convertido en centro

de atracción de la esperanza israelita, que suponía volvería para terminar su misión sobre la

tierra. Podemos suponer que se corrió la voz de que Jesús estaba realizando la misión de Elías,

con lo que sería natural que algunos le identificaran con el viejo profeta.

Finalmente, lo confundieron con un profeta antiguo; quizá con el patriarca o profeta Enoc, que,

según la tradición, tampoco había muerto (Gén 5,24). De su vuelta o de su obra corrían por aquellos

tiempos multitud de narraciones. Algo parecido se creía de Moisés y de Jeremías (Mt 16,14). De

todos ellos se afirmaba en ciertos círculos que estaban en el cielo y volverían a la tierra para realizar

obras portentosas. Por eso, los que han visto a Jesús y no comprenden sus prodigios, lo han

confundido con alguno de los personajes que habrían de retornar al mundo.

El pueblo le coloca en la misma línea de los antiguos profetas; no capta su originalidad. Su fallo

está en que suponen que Jesús no ha realizado nada verdaderamente nuevo. Cada grupo religioso

le introduce dentro de sus moldes y le interpreta simplemente como el cumplimiento de sus viejas

esperanzas.

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3. Así actúan los tiranos

El diálogo sobre quién es Jesús sirve de entrada a la narración del asesinato de Juan Bautista.

El historiador judío Flavio Josefo da como motivos de la ejecución razones políticas. En el

libro dieciocho de su "Arqueología judía" escribe que Herodes Antipas, por miedo a los desórdenes

políticos que habría podido acarrear el movimiento suscitado por Juan, lo encarceló en la forta-

leza de Maqueronte, en el sur de Perea, donde lo mandó ejecutar. Es la forma de actuar de los

tiranos.

Marcos y Mateo prefieren contarnos lo que decía el pueblo: Juan había sido víctima de la

venganza de una mujer irritada. Con su muerte había pagado la valentía de haber hablado claro

a los grandes de esta tierra.

El relato está lleno de las inexactitudes lógicas de lo transmitido de boca en boca. El matrimo-

nio que habían contraído Herodes y Herodías era adúltero, aunque hubieran cubierto todas las

formalidades jurídicas, porque la ley judía declaraba inválido el matrimonio entre cuñados (Lev

18,16).

Algunos han dado a este episodio un sentido teológico: Herodías representaría a los dirigentes

judíos que han dado su fidelidad a Herodes, representante del poder político -tiránico y asesino-,

con lo que se han hecho infieles a Dios. La hija de Herodías representa al pueblo sometido

totalmente a los dirigentes. Los dirigentes convencen al pueblo para que pida la muerte de Juan.

Juan encontró la muerte en medio de una escena frívola y mundana -¿de alianzas de

poderes?-. El poder del mal se revela en la insensatez y absurdo de la fiesta celebrada en

Maqueronte. Era normal que el aniversario de un gobernante se caracterizara por actos de

clemencia, por la liberación de encarcelados. Aquí sucede todo lo contrario: la alegría desenfre-

nada de la fiesta desemboca en la escena macabra de la degollación de Juan. Desde que el mundo es

mundo, los justos mueren muchas veces por cosas de poca importancia, por algo que no merece la

pena: el prestigio de un tirano -aquí-, la honra que hay que salvar, el honor de la bandera...

Por un capricho ante un juramento imprudente pierde la vida otro profeta de Israel: el

precursor. ¡Qué fácilmente se ve aquí que para Dios nadie es imprescindible!

Los discípulos de Juan vinieron y sepultaron su cadáver. Es como un remate consolador: el

varón de Dios ha encontrado su reposo.

El martirio de Juan, situado en Marcos entre el envío de los discípulos a misionar y su

regreso, es una señal anticipada de la oposición del mundo a Jesús y a sus seguidores y de la

suerte que habrán de correr todos ellos.

En Mateo, los discípulos de Juan fueron a comunicar la noticia a Jesús. El evangelista parece

decirnos: los discípulos del Bautista tienen que ir a Jesús, porque sólo en él encontrarán la

plenitud. Cuando conoció el encarcelamiento de Juan (Mt 4,12), Jesús había comenzado a recorrer

las ciudades de Galilea anunciando el reino. Impedida una voz, se había alzado rápidamente otra.

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Ahora, enterado de la muerte, se retira de allí en una barca a un lugar desierto (Mt 14,13). Las

etapas del martirio de Juan son para Jesús señales de su actividad: el encarcelamiento le llevó a

hablar a las multitudes en todas partes; su muerte le invita a concentrarse en sus discípulos,

que habrían de ocupar su puesto, previendo su propio martirio.

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Curaciones en Genesaret

Terminada la travesía, llegaron a tierra de Genesaret. Y los hombres de aquel lugar, apenas lo reconocieron, pregonaron la

noticia por toda aquella comarca y trajeron donde él a todos los enfermos. Le pedían tocar siquiera la orla de su manto; y cuantos la tocaron quedaron

curados. (Mt 14,34-36)

Cuando Jesús y sus discípulos terminaron la travesía, tocaron tierra en Genesaret, y atracaron.

Apenas desembarcados, algunos lo reconocieron, y se pusieron a recorrer toda la comarca; cuando se enteraba la gente dónde estaba Jesús, le llevaba los enfermos en camillas.

En la aldea o pueblo o caserío donde llegaba, colocaban a los enfermos en la plaza, y le rogaban que les dejase tocar al menos el borde de su mamo, y los que lo tocaban se ponían sanos.

(Mc 6,53-56)

1. La cuna del evangelio

Mateo y Marcos, únicos evangelistas que recogen esta escena, terminan la narración del viaje de

Jesús con sus discípulos describiendo su llegada, la reacción de los habitantes de la región y

las curaciones milagrosas realizadas por el joven profeta galileo. Es una descripción de tipo

general, como un cuadro global, con el que se nos quiere evocar la obra liberadora de

Jesús en su conjunto. Los discípulos no llegan adonde tenían previsto: Cafarnaún (Jn

6,17) o Betsaida (Mc 6,45). El viento ha estropeado probablemente sus planes, obligándoles a

modificar la ruta inicial. Así pues, parece que Jesús viene a Genesaret no para predicar, sino de

camino hacia Cafarnaún, donde pronunciará en su sinagoga el discurso sobre el "pan de vida"

(Jn 6,26-59).

Llegan a Genesaret, que significa "jardín del príncipe" por su gran fertilidad. Es una región

situada en la ribera occidental del lago, al que dio nombre; una fértil franja de terreno, de unos

cinco kilómetros de longitud y dos de ancho, muy poblada en aquellos tiempos por villas y pueble-

citos. Estaba limitada al norte por las cercanías de Cafarnaún y al sur por la ciudad de Magdala,

patria de María Magdalena; en el centro se encontraba la ciudad de Genesaret. En esta región

es donde Jesús realizó su actividad más intensa y en ella nació el evangelio.

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2. Camino de Cafarnaún

Durante el tiempo que permaneció en aquella región, que debió ser de pocos días (Jn 6,22-25), no

residió en un solo punto. La gente le acercaba sus enfermos por el camino en su ruta hacia

Cafarnaún.

Apenas desembarcaron, algunos "reconocieron" a Jesús y lo pregonaron por la comarca. La

actitud del pueblo sigue invariable: lo buscan para remediar sus necesidades inmediatas, sin que

germine en sus corazones una fe más profunda en él, un deseo de ahondar en el porqué de su

persona y de su obra. Pese a todos los acercamientos y contactos, el distanciamiento interno entre

Jesús y el pueblo será cada vez más grande, por faltarle hondura a los planteamientos de la ma-

sa. Buscan lo extraordinario, lo llamativo. En esta ocasión Jesús no dará ninguna enseñanza; se

limitará a curar a los enfermos que le presentan, que ya es una importante enseñanza para el

que quiera entender.

Le piden "tocar siquiera la orla de su manto", unos flecos de color violeta prescritos por la

ley mosaica y que significaban el recuerdo que debían tener siempre de Yahvé y de sus precep-

tos (Núm 15,38-39). La meticulosidad de los rabinos había determinado la longitud, anchura... de

estos flecos de una manera pintoresca y ridícula. Esta petición de los enfermos puede estar

influenciada por el prodigio acaecido a la hemorroisa, que curó al tocarle el manto (Mt 9,20-22;

Mc 5,27-29; Lc 8,43-44).

De todas formas, es interesante constatar que la gente ha comprendido que el mensaje de

Jesús no es algo abstracto, sino que trata de mejorar la situación actual de los hombres necesita-

dos. Jesús no sólo habló al pueblo -aunque en esta ocasión no lo haga-, sino que hizo en su favor

todo lo que estaba a su alcance en aquellos momentos. No sólo anuncia una "buena noticia" sino

que, además, la pone en práctica. ¿No fue ese ponerla en práctica la causa principal de su muerte?

La fe del pueblo es interesada, pero sencilla e infantil. Y Jesús no retrocederá ante ella. Es una

fe que expresa lo que sienten sus corazones, por lo que no puede ser rechazada. Otra cosa sería si

se tratara de supersticiones.

Los textos hablan de enfermos, sin ninguna mención a endemoniados como en otras ocasiones. Si

son enfermos, ¿cómo van a ser capaces de entender? Primero tendrá que curarlos. Las curaciones

de Jesús son signos del reino de Dios, anticipan un mundo sin enfermedades ni pecados, un mun-

do en el que sea posible entender. Curaciones que no se conciben sin una cierta conversión del cora-

zón. Curaciones que no hablan un lenguaje dirigido a los hombres de ciencia, sabios autosufi-

cientes, ni pretenden la adhesión de los indiferentes. Son signos que Dios dirige a la fe, y que sólo la

fe puede distinguir y acoger. Quizá por eso podamos decir que la primera curación que el hombre

necesita es la conversión del corazón. Todo lo demás viene por añadidura.

Como no basta con tener una teoría de la historia muy verdadera, sino que es necesario a la

vez transformar la realidad, Jesús se presenta como el médico de los pobres y de los enfermos.

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"Cuantos la tocaron quedaron curados". La descripción global nos indica la obra benéfica

universal que Jesús realiza y la fuerte impresión que causaba. El mínimo contacto con él bastaba

para librarlos de su penosa situación. Como Jesús es "la vida" (Jn 14,6), producía vida con sólo

tocarle "la orla de su manto".

Los cristianos hemos de aprender que es preciso "tocar" a Jesús de un modo mucho más

profundo y personal que lo hicieron los galileos. A ellos les llevó a un alejamiento de sus compro-

metidos planteamientos. ¿A nosotros? Cuando en la vida buscamos la novedad, lo mara-

villoso..., estamos matando el futuro.

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Segunda multiplicación de los panes

Jesús se marchó de allí y, bordeando el lago de Galilea, subió al monte y se sentó en él.

Acudió a él mucha gente llevando tullidos, ciegos, lisiados, sordomudos y muchos otros; los echaban a sus pies y él los curaba.

La gente se admiraba al ver hablar a los mudos, sanos a los lisiados, andar a los tullidos y con vista a los ciegos, y dieron gloria al Dios de Israel.

Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: -Me da lástima de la gente, porque llevan ya tres días conmigo y no

tienen qué comer. Y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que se desma-yen en el camino.

Los discípulos le preguntaron: -¿De dónde vamos a sacar en un despoblado panes suficientes para saciar

a tanta gente? Jesús les preguntó: -¿Cuántos panes tenéis? Ellos contestaron: -Siete y unos pocos peces. Él mandó que la gente se sentara en el suelo. Tomó los siete panes y los

peces, dijo la acción de gracias, los partió y los fue dando a los discípulos, y los discípulos a la gente.

Comieron todos hasta saciarse y recogieron las sobras: siete cestas llenas. Los que comieron fueron cuatro mil hombres, sin contar mujeres y niños. Él despidió a la gente, montó en la barca y fue a la comarca de Magadán.

(Mt 15,29-39)

Uno de aquellos días, como había mucha gente y no tenían qué comer, Jesús llamó a sus discípulos y les dijo:

-Me da lástima de esta gente; llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer, y si los despido a sus casas en ayunas, se van a desmayar por el camino. Además, algunos han venido desde lejos.

Le replicaron sus discípulos: -¿Y de dónde se puede sacar pan aquí, en despoblado, para que se queden

satisfechos? Él les preguntó: -¿Cuántos panes tenéis? Ellos contestaron: -S ie te . Mandó que la gente se sentara en el suelo: tomó los siete panes, pronunció la

acción de gracias, los partió y los fue dando a sus discípulos para que los sirvieran. Ellos los sirvieron a la gente.

Tenían también unos cuantos peces: Jesús los bendijo, y mandó que los sirvieran también.

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La gente comió hasta quedar satisfecha, y de los trozos que sobraron llenaron siete canastas; eran unos cuatro mil.

Jesús los despidió, luego se embarcó con sus discípulos y se fue a la región de Dalmanuta.

(Mc 8,1-10)

1. Los destinatarios son los paganos

El texto consta de dos partes: la curación de muchos enfermos realizada por Jesús (Mateo) y la

segunda narración de la multiplicación de los panes (Mateo-Marcos). Los destinatarios de estas dos

escenas son los paganos.

Las curaciones de la hija de la cananea (Mt 15,21-28; Mc 7,2430) y del sordomudo (Mc 7,31-

37) van seguidas de las de muchos enfermos (Mateo); señal de la extensión universalista de la

obra liberadora de Jesús. Los enfermos representan a los paganos que tienen fe en él. Las curacio-

nes son signos de la llegada del reino de Dios.

"Jesús subió al monte y se sentó en él". El monte es lugar de soledad y, al mismo tiempo, de

la proximidad y revelación de Dios. En el monte siempre suceden cosas trascendentales, al estar

más cerca de Dios (según la opinión antigua, que situaba a Dios arriba). Desde el monte habla

(Mt 5,1) y obra el Mesías, como en otro tiempo lo había hecho Moisés. Se sienta en el monte porque

está en el lugar que le corresponde como propio: el mismo de Dios, al ser su enviado.

"Acudió a él mucha gente llevando tullidos, ciegos, lisiados, sordomudos y muchos otros; los

echaban a sus pies y él los curaba". Impresiona este gentío numeroso, que ha llegado a pie de

todas partes, que sigue y escucha a Jesús durante días y días. Toda esta gente nos hace sospechar

la formación de un movimiento mesiánico de tipo político que ve en Jesús a un posible jefe. La

gente sigue más fácilmente al líder político que intenta cambiar las estructuras sociales -sobre todo

si no nos exige mucho compromiso-, que al que pide la conversión del propio corazón. Por eso,

Juan, al narrarnos su única multiplicación de los panes, nos dice al final que la gente buscaba a

Jesús para hacerlo rey, y que él se retiró a la montaña a rezar (Jn 6,15); huye de nuevo del

falso mesianismo que le acechaba desde las tentaciones del desierto, al comienzo de su vida públi-

ca. El ambiente de Galilea estaba bastante politizado por aquel entonces y bastaba cualquier suceso

fuera de lo cotidiano para suscitar fanatismos mesiánicos. Jesús no quiere fomentar esas espe-

ranzas de la gente y, lo mismo que había hecho al final de la primera multiplicación de los panes, se

apartará de ella al concluir este segundo relato. Es en la soledad de la oración donde irá

encontrando la claridad de su camino mesiánico hacia la cruz y el ánimo para recorrerlo.

Jesús se presenta como el revelador del Padre también para los gentiles. También a ellos les

anuncia la llegada del reino de Dios. Y, con él, la desaparición de toda enfermedad y dolencia, inse-

parables de la vida humana hasta entonces. Por eso son mencionadas las tres enfermedades princi-

pales de la época: tullidos, ciegos y sordomudos. Con la llegada de los tiempos mesiánicos todo

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eso desaparecería (Is 35,5-6). Jesús es el Mesías, y con estas curaciones demuestra que ha llegado la

plenitud de los tiempos, el final de todos los males, que las esperanzas se han cumplido. Nace una

nueva época, en la que han desaparecido todos los impedimentos que limitaban la vida humana: la

época de la comunidad escatológica.

"Y muchos otros". El texto quiere resaltar el gran número, la universalidad de la salvación

que trae Jesús.

La alabanza de la gente "al Dios de Israel" nos indica que la multitud que le seguía no era

israelita.

2. ¿Hubo en realidad una segunda multiplicación?

Mateo y Marcos nos cuentan dos multiplicaciones de panes y peces; Lucas y Juan sólo una.

¿Hubo en realidad una segunda multiplicación? La segunda es tan similar a la primera, que

resulta difícil evitar concluir que se trata de una variante del mismo episodio.

En efecto, las diferencias son tan mínimas que pueden reducirse a los datos numéricos: número

de panes, de comensales y de cestos sobrantes, además del distinto lugar en que se desarrolla.

¿Cómo calificar la torpeza de los discípulos si se tratara de una verdadera segunda multipl-

cación de panes y peces? Si hubieran sido ya espectadores de un hecho similar, ¿no habría que

tenerlos por enfermos de algo más que de dureza de corazón? Entonces, ¿por qué esta segunda

narración? Sería absurdo concluir que se trata sin más de una repetición, con diferencias muy

secundarias.

Desde la época patrística se ha pensado que esta segunda narración tiene el objetivo de

manifestarnos la llamada de los paganos a la salvación. El primer relato de los panes se desa-

rrolló en la Galilea de los judíos y comió una multitud israelita; ahora tiene lugar en la región

de la Decápolis, en la Galilea de los gentiles, y la gente alimentada es pagana. El número de

panes y de cestos sobrantes -siete- aludirían a los setenta pueblos paganos, a los siete diáconos

elegidos para atender a la comunidad helénica de la primitiva iglesia de Jerusalén (He 6,1-7) o a las

siete comunidades destinatarias de las cartas del libro del Apocalipsis (cc. 2-3). Los cuatro mil

hombres que fueron alimentados indican los cuatro puntos cardinales, a la humanidad entera. Es el

universalismo de la salvación que trae Jesús lo que late con más fuerza en todo este relato:

liberar a los hombres de todo tipo de alienación.

3. Saciar el hambre es la primera exigencia de la justicia del reino

Jesús siente "lástima de la gente", que lleva "ya tres días con él" y no tienen qué comer. El

segúndo relato subraya con más fuerza que el primero la compasión de Jesús hacia el pueblo.

"Algunos han venido desde lejos", matiza Marcos para indicarnos la situación de los paganos:

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están lejos de Dios; los israelitas son los próximos.

No tienen prisa. Parece que el tiempo se ha parado. Han encontrado al pastor. ¿Qué les diría

en aquellos tres días para que se olvidaran de comer? ¿Por qué el aburrimiento en tantas reuniones

y celebraciones cristianas nuestras? ¿Por qué la falta de convocatoria actual de la Iglesia ante los

intelectuales, los obreros y los jóvenes, principalmente? Son interrogantes que no deberíamos

eludir ni responder antes de una profunda reflexión-oración.

Jesús toma la iniciativa. No es una multitud crónicamente hambrienta; su hambre se debe a

haber estado tres días con Jesús... ¿Habrán descubierto el hambre de vida verdadera que trae

el Mesías? El pan que les va a dar es signo de la eucaristía, como ya vimos en la primera multipli-

cación. Pero, aunque es signo, es real.

Saciar el hambre es la primera exigencia de la justicia del reino. Saciar el hambre de pan y de

Dios es la primera exigencia de los cristianos. Mas ¿cómo hablarle de Dios al que vive en la miseria?

¿Y cómo se atreverá a hablarle el que abunda en bienes materiales y no reparte? ¡Y hablan! Las

comunidades cristianas verdaderas nunca se limitan a las bellas palabras, sino que intentan rea-

lizar el "milagro" de compartir los propios bienes con los demás. Son muchos los textos del

libro de los Hechos de los Apóstoles que lo atestiguan. La Iglesia nunca debió ser tan suave con la

acumulación de bienes en pocas personas y naciones -y menos cuando se trata de cristianos-, ni

contentarse con cartas pastorales más o menos comprometidas, sino que debió ser siempre un

claro ejemplo del compartir. Lo mismo cada comunidad y cada cristiano. ¿Lo somos?

Y no es repartiendo los propios bienes como llegamos a encontrar al otro. Sólo dándonos como

don llegaremos al encuentro con el hermano. ¿Y cómo dar lo que soy sin repartir antes lo que tengo?

Jesús no sabe qué hacer con los expertos en ofrecer soluciones; necesita seguidores que se ofrezcan

como solución.

Las sobras llegan después de haber comido todos, no antes. Después que el compartir hizo

posible el milagro. Dieron todo lo que tenían y sobró más de lo que había. Debemos darlo todo,

gastarnos totalmente en favor de los hermanos, sin reservarnos nada. No debemos ahorrar en

previsión de futuras necesidades. Sólo cuando lo demos todo, sin reservarnos nada, recogeremos

"las sobras": una vida llena de significado.

Nuestro mundo prefiere acumular y defender esa acumulación armándose de forma irracional,

y así hay tantos que se ven privados de lo más indispensable...

No demos una interpretación espiritual a estos milagros. Dios también ve la indigencia mate-

rial del hombre y quiere acabar con ella. Dios quiere que todos los hombres vivamos con dignidad.

Su reino no se dirige solamente a los valores espirituales y a las actitudes internas: abarca a

todo hombre y a todos los hombres. Y esto no lo podemos olvidar sus seguidores, cuando vemos

las penurias de tantos a nuestro alrededor y lejos de nosotros.

Jesús "despidió a la gente" y "se embarcó con sus discípulos". El lugar a que se dirige es

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designado de forma distinta por Mateo y Marcos. El primero dice que "fue a la comarca de

Magadán", el segundo "a la región de Dalmanuta". ¿Es una misma localidad o son dos distintas?

¿Dónde está -o están- situadas? Se han dado distintas opiniones sobre el tema, pero la solución,

que carece de verdadero interés de cara al anuncio del reino de Dios, aún no se ha encontrado.

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La ceguera crónica de los hombres

Entonces se le acercaron los fariseos y saduceos y, para ponerlo aprueba, le rogaron que les mostrase una señal del cielo.

Pero él les respondió: -Al atardecer decís: "Va a hacer buen tiempo, porque el cielo tiene un rojo de

fuego"; y a la mañana: "Hoy habrá tormenta, porque el cielo tiene un rojo sombrío" ¡Conque sabéis discernir el aspecto del cielo y no podéis discernir las señales de los tiempos! ¡Generación malvada y adúltera! Una señal reclama, y no se le dará otra señal que la señal del profeta Jonás.

Y dejándolos, se fue. Los discípulos, al pasar a la otra orilla, se habían olvidado de tomar panes. Jesús les dijo: -Abrid los ojos y guardaos de la levadura de los fariseos y saduceos. Ellos hablaban entre sí diciendo: -Es que no hemos traído panes. Jesús, dándose cuenta, les dijo: -Hombres de poca fe, ¿por qué estáis hablando entre vosotros de que no

tenéis panes? ¿Aún no comprendéis, ni os acordáis de los cinco panes de los cinco mil hombres, y cuántos canastos recogisteis? ¿Ni de los siete panes de los cuatro mil, y cuántas espuertas recogisteis? ¿Cómo no comprendéis que no me refería a los panes? Guardaos, sí, de la levadura de los fariseos y saduceos.

Entonces entendieron que no había querido decir que se guardasen de la levadura de los panes, sino de la doctrina de los fariseos y saduceos.

(Mt 16,1-12)

Se presentaron los fariseos y se pusieron a discutir con Jesús; para ponerlo a

prueba, le pidieron un signo del cielo. Jesús dio un profundo suspiro y dijo: -¿Por qué esta generación reclama un signo? Os aseguro que no se le dará un

signo a esta generación. Los dejó, se embarcó de nuevo y se fue a la otra orilla. A los discípulos se les olvidó llevar pan, y no tenían más que un pan en la barca. Jesús les recomendó: - Tened cuidado con la levadura de los fariseos y con la de Herodes. Ellos comentaban: -Lo dice porque no tenemos pan. Dándose cuenta, les dijo Jesús: -¿Por qué comentáis que no tenéis pan? ¿No acabáis de entender? ¿ Tan torpes

sois? ¿Para qué os sirven los ojos si no veis, y los oídos si no oís? A ver, ¿cuántos cestos de sobras recogisteis cuando repartí cinco panes entre cinco mil? ¿Os acordáis?

Ellos contestaron: -Doce.

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-¿Y cuántas canastas de sobras recogisteis cuando repartí siete entre cuatro mil? Le respondieron: -S ie t e . Él les dijo: -¿ Y no acabáis de entender?

(Mc 8,11-21)

¡Qué dos escenas seguidas más distintas! Inmediatamente antes, atmósfera de paz y de unidad

con los sencillos, con el pueblo, en la segunda multiplicación de los panes; y ahora la separación

radical con los dirigentes religiosos del pueblo elegido. ¿Es profecía o casualidad? ¿Pasa lo mismo

ahora? Los dirigentes religiosos siempre defienden la institución -es su modo de vida-, por lo

que el problema surge cuando el "tinglado" se aparta de sus objetivos. ¿Qué relación encontramos

entre los fines de la Iglesia y los que presenta Jesús en su evangelio? La pregunta es demasiado seria

para que queramos resolverla sin una profunda reflexión. Las dos posturas -la del pueblo y la de

los dirigentes- pertenecen al destino del Mesías: la aceptación del pueblo, sin que por eso le

siga, y el rechazo constante de los dirigentes, salvo contadas excepciones. Las dos están suficien-

temente claras en los cuatro evangelios para que necesiten demostración.

El texto que vamos a comentar consta de dos partes: la señal que le piden a Jesús unos diri-

gentes religiosos "para ponerlo a prueba", y la catequesis de Jesús a sus discípulos sobre el

peligro constante que tienen -tenemos- de caer en los mismos errores. En ambos, el tema

dominante es la ceguera crónica de los hombres, nuestra insaciable pretensión de someter a Jesús y

su mensaje al examen de los signos.

1. Jesús no es el Mesías que esperan los dirigentes

Apenas pisa Jesús suelo judío le salen al encuentro los fariseos y los saduceos. Son enemigos

entre sí, pero se han unido en la enemistad contra él. Representan a los dirigentes de Israel. Con

la petición que van a hacerle expresan lo que exigen del Mesías. La presencia de los saduceos, que

instalados en el poder carecen de expectación mesiánica, expresa su mala fe.

Le piden "una señal del cielo", un signo que muestre indiscutiblemente su autoridad. Lo curio-

so es que lo piden en un contexto ya rico en milagros. Pero éstos no son los que ellos buscan.

Quieren llevarlo al fracaso, dejarle en ridículo ante la gente, obligarle a una demostración espec-

tacular, seguros de su incapacidad. Haga lo que haga ya encontrarán la forma de atacarle.

La palabra "señal" quiere decir "sello que distingue exteriormente". La "señal del cielo" -un

prodigio sólo atribuible a Dios- sería el refrendo divino de su misión. Piden señales como las que

fueron dadas a los principales personajes del Antiguo Testamento. Sólo estarían dispuestos a creer si

Dios se manifestara ahora, en el momento y de la forma que a ellos les convenza. Siempre el

hombre tratando de dominar a Dios, prescribiéndole lo que tiene que hacer. Repiten la tenta-

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ción del desierto (Mt 4,5-7; Lc 4,9-12).

Evidentemente, no es Jesús el Mesías que ellos esperan, el que libera a los pobres, sino otro que

confirme su posición de prestigio y poder. Las pretensiones de Jesús son falsas, ya que no respeta los

rasgos esenciales de su teología. Jesús hace milagros no para asombrar a la pobre gente, sino

para liberarla de toda opresión: de la enfermedad, de la angustia, de la muerte. Los fariseos espera-

ban un Mesías triunfal que obligara a todos a obedecerle.

Cuando se piden señales, cuando la fe termina por depender de una demostración visible, se

sitúa en un camino equivocado: se reduce a una deducción lógica, a la que puede llegarse incluso

sin compromiso personal. ¿Es la fe de muchos que se dicen creyentes? Hemos de distinguir siempre

entre una señal dada libremente por Dios, capaz de interrogar y fortalecer nuestra fe, y una

señal exigida por el hombre, que destruye esa fe. Pedirle a Dios otras señales que las que él

quiera darnos es un abuso inexcusable. Significa reducir la libertad de Dios a los límites de los

propios prejuicios, de los propios esquemas subjetivos. Los hombres solemos estar ciegos a las

señales que Dios nos ofrece. Los fariseos y saduceos buscaban sus propias señales: no más

espectaculares -¿no lo fueron las multiplicaciones de los panes?-, sino al servicio de otro

mensaje. No es la grandiosidad del mensaje lo que está en juego -ése es el pretexto-, sino su

significado. ¿Qué "señales" buscamos nosotros?

2. Las señales de Jesús son claramente proféticas

Los evangelistas nos han conservado dos tipos de respuestas dadas por Jesús a esta trampa:

Marcos rechaza toda clase de señal, mientras Mateo y Lucas aluden a "la señal de Jonás" (Lc 11,29-

30). Son respuestas equivalentes: el verdadero signo es el mismo Jesús, el conjunto de su actividad

y de su predicación, su invitación constante a la conversión del corazón. Es lo que sucedió con

el profeta Jonás: llevó a los ninivitas el mensaje de Dios y éstos lo creyeron sin pretender ningu-

na señal del cielo. Pero la persona de Jesús es una señal que requiere capacidad de lectura y coraje

para decidirse; dos cosas que les faltaban a los fariseos y a la gran mayoría de los cristianos

actuales.

Las señales que realiza Jesús están en la línea de los textos proféticos. ¿Por qué no son capaces

de descubrirlas, lo mismo que prevén el tiempo que va a hacer? No son los signos los que hay que

cambiar o aumentar, sino los corazones de los que los observan y valoran.

La pretensión de los fariseos y saduceos no es sólo de ellos, sino que es expresión de una postura

más general: la de la "generación malvada y adúltera", la de aquellos que se rebelan contra la

revelación divina. Saben discernir los fenómenos atmosféricos y valorar otras muchas cosas bue-

nas..., pero están ciegos para descubrir los signos de Dios, que son también previsibles de alguna

manera.

"Jesús dio un profundo suspiro", nos dice Marcos. La expresión denota amargura, tristeza,

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indignación, estupor y cansancio ante la obcecación de sus corazones. Es un suspiro doloroso

ante tanta incredulidad. Su negativa es tajante, dura, como lo son las de los verdaderos profetas de

Dios, oponiéndose a los deseos interesados de los hombres. Se mantiene firme en sus exigencias de

conversión y de fe. El que busque seguridades humanas y tiente a Dios, debe cargar con las

consecuencias de su incredulidad. Dios no se deja forzar, porque sabe que no nos conviene.

El verdadero cristiano vive abierto a los "signos de los tiempos", porque sabe que los

acontecimientos históricos entran en la trama del reino de Dios.

Es enorme la cantidad de cristianos que podrían vivir, sin cambio alguno, su "cristianismo"

en el siglo X o en el XX. Su uniformidad es total, fruto de un espiritualismo desencarnado, que los

convierte prácticamente en desertores de su tiempo. No han entendido el pasado, deforman el

presente y tienen un miedo visceral al futuro. Viven encerrados en su propio bienestar, ausentes

en medio de las realidades concretas, dejando a los demás el peso de las decisiones y cambios

necesarios.

El verdadero cristiano es el que asume el momento histórico en que vive, el que sabe descubrir

en la etapa actual de la historia del mundo la etapa actual de la historia de la salvación. Una

salvación que no caerá como llovida del cielo. ¿Cómo no descubrir, por ejemplo, en los movi-

mientos populares de liberación del llamado tercer mundo un signo del reino de Dios, al ser la

única salida que tienen para librarse de la explotación de los países poderosos? ¿O deberán seguir

explotados y muertos de hambre para hacer posible el superlujo de los grandes países capitalistas...

y "cristianos"?

La verdad de nuestro cristianismo se mide en gran parte por la capacidad para comprome-

ternos con los problemas de nuestro tiempo; por la lucidez en descubrirlos y por nuestra aporta-

ción a su solución: injusticia social, gastos de armamentos, paro obrero...

Los cristianos no podemos concebir el "más allá" separado del "más acá". Toda traición a lo

temporal es una traición a lo eterno. Para nosotros todo acontecimiento actual tiene un germen

de futuro escatológico. "La fe en Jesucristo se podrá conservar o difundir en el futuro sólo a

través de la fe en el mundo", decía Teilhard de Chardin. Y Péguy: "Lo espiritual está siempre

reclinado en el lecho de lo temporal".

3. Su marcha es ya un juicio

"Y dejándolos, se fue". Sube de nuevo a la barca y se aleja de ellos pasando a la orilla opuesta.

Su marcha es ya un juicio. Los deja plantados, sin cumplidos. Les abandona a su curiosidad, a su

pretensión de controlarlo a través de señales espectaculares. Se aleja de todos los que piden pruebas

exteriores para creer en él. No está dispuesto a fomentar los equívocos, a comprar la adhesión de

los hombres, complaciéndoles en sus manías sensacionalistas, respondiendo a sus deseos de

facilidad. Quiere que afrontemos los riesgos de la fe en toda su radicalidad.

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Nunca faltan los fariseos de siempre para exigir pruebas a todos aquellos que pretendan

desviarse lo más mínimo del camino por ellos marcado. Atentan constantemente contra la liber-

tad de Dios al imponerle los modos en que debe manifestarse. Y lo mismo hacen con todos los

demás. Pretenden "signos" de fidelidad, de religiosidad, de autenticidad cristiana... Los signos que

ellos llevan en la cabeza, naturalmente. Y pobre del que dé una respuesta que no responda a sus

intereses o no esté contenida en sus manuales... Se le margina inexorablemente. Esos sacerdotes

dedicados de lleno al pueblo explotado y criticando duramente el cristianismo de consumo que

vivimos... entienden bien lo que digo. O se responde a su forma de entender el cristianismo o no

hay nada que hacer. Siempre están dispuestos a medirlo todo con su metro mezquino y ridículo.

Ya puede alguien hacer incluso milagros, que, si no son los autorizados por ellos, no supera los

exámenes. Solamente creen cuando la señal es a su favor.

El apego a viejas tradiciones o costumbres, válidas quizá en otros tiempos, puede impedirnos

descubrir el nuevo rumbo que Dios traza en la historia. Jesús, que realizó grandes hechos en el

pasado, ¿no los hará también ahora? No pongamos obstáculos a su permanente actividad, aunque

no acabemos de comprender su nueva forma de proceder. La historia de la Iglesia es maestra

en enseñarnos que muchas veces los caminos de Dios se han apartado de los caminos de los dirigentes

religiosos: Francisco de Asís, Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Vicente de Paúl... y en general

todos los fundadores de órdenes religiosas a partir de los siglos VII u VIII. ¿Por qué esperar a

eliminar a los profetas de hoy para seguirlos? ¿Por qué no escarmentamos en el lamentable proceso

de Jesús?

En lugar de esta búsqueda de la autenticidad y del compromiso, muchas parcelas de la Iglesia

han caído constantemente en la tentación "farisaica" de buscar y ofrecer señales asombrosas

para hacer callar a los adversarios. Es curioso constatar que esta tentación se acentúa en momen-

tos de decadencia de la fe: no teniendo para ofrecer testimonios vivos y reales de autenticidad

cristiana, intentan suplirlos mediante supuestos fenómenos sobrenaturales, muy lejos del espíritu

de los milagros que obró Jesús y muy cerca de los resultados de la moderna ciencia de la parapsi-

cología.

4. Los que ya lo saben todo terminarán por no comprender nada

La segunda parte del texto es como una catequesis a los discípulos, todavía bajo la impresión

de la petición del signo que le habían pedido los fariseos y saduceos. El diálogo tiene lugar en la

barca, durante la travesía, según Marcos. En Mateo, por el contrario, una vez llegados a la orilla

opuesta del lago, al final de la travesía. En ambos, Jesús está solo con sus discípulos, preocupado

por el peligro de la incredulidad que acechará siempre a sus seguidores. ¿No eran los fariseos

ejemplo de fidelidad a la ley? Y, sin embargo...

Hemos de estar siempre dispuestos a oír y aprender de nuevo. Es la condición indispensable

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para no equivocar el camino. Y la razón de la extraña conversación entre Jesús y sus discípulos. A

los que están dispuestos a oír y aprender, sin defensas de ningún tipo, Jesús les abre con prontitud

la inteligencia. Los que ya lo saben todo terminarán por no entender nada.

Los discípulos se han olvidado de llevar pan y están preocupados por ello. Es posible que se

hayan reprochado unos a otros el olvido.

"Abrid los ojos y guardaos de la levadura de los fariseos y saduceos", les dice Jesús en la

versión de Mateo. Marcos suprime a los saduceos -lo mismo que había hecho en la sección

anterior- y pone en su lugar a Herodes; pero la idea es la misma, como veremos.

Para comprender bien el texto es necesario que conozcamos el significado de la palabra "leva-

dura". Los rabinos, y toda la mentalidad judía, consideraban la levadura como una imagen de

la fuerza que actúa internamente en sentido negativo, predisponiendo al mal. Solamente en una

parábola Jesús la traducirá en clave positiva (Mt 13,33; Lc 13,20-21). Principio de fermen-

tación, la levadura era considerada como principio de corrupción. La palabra de Jesús induce a

pensar en un sentimiento pernicioso que invade a los hombres y que se puede contagiar a los

demás.

No es casual que los panes fermentados no se pudieran ofrecer en el templo. ¿Cómo ofrecer en el

templo algo que era considerado como signo y causa de corrupción?

Es interesante ver aparecer reunidos a grupos tan distintos entre sí. Pero, aunque por diferentes

motivaciones -religiosas en unos, políticas en otros, económicas en todos-, tienen en común el

rechazo de Jesús. Los fariseos y saduceos pretendían otras señales; Herodes preferiría que no

hubiera ninguna como lo más seguro para que no peligrara su reino. Los primeros veían amena-

zado su prestigio religioso y sus bienes económicos; para los herodianos Jesús era una amenaza a

su política. Por unas u otras razones, todos estaban cerrados a Dios: sin examinar las palabras y

acciones de Jesús, sin ni siquiera ponerse a pensar si no estaría Dios actuando por su mediación,

seguros de lo que ya saben, lo rechazan.

Jesús quiere que sus seguidores se mantengan lejos de las actitudes de estos partidos: de los

fariseos, porque su religión es más exterior que profunda; de los saduceos, porque están total-

mente cogidos por las cosas del mundo; de los herodianos, por estar absorbidos por una política

que busca sólo el provecho de sus dirigentes. Teniendo los tres partidos en común todas estas

actitudes, aunque en cada grupo destaque una sobre las demás. Sus discípulos deben buscar a

Dios en la más absoluta disponibilidad, libres de todo interés bastardo.

Jesús les advierte encarecidamente contra la doctrina de estos grupos, sin afirmar que ya la

tengan. Advertencia que hemos de tener en cuenta todos los que queramos ser verdaderos segui-

dores suyos. Hemos de estar siempre atentos a no dejarnos contagiar por la mentalidad triunfalista

e hipócrita.

Así como los antiguos profetas llevaron adelante su misión en medio de un pueblo insensato y

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rebelde, y a Jesús le está pasando lo mismo, sus seguidores estarán rodeados constantemente de

incomprensión, incredulidad y señales sensacionalistas, con el peligro inminente de caer en sus

redes. Las tentaciones del desierto estarán siempre al acecho del seguidor de Jesús.

Los discípulos no entienden; su incapacidad para escuchar parece crónica. Piensan que Jesús

se refiere a su olvido de llevar pan. Están tan sumergidos en sus pensamientos terrenos y cotidianos,

que no comprenden ni de lejos la intención de Jesús. El significado de los dos relatos de la

multiplicación de los panes, que los dirigentes del pueblo se empeñaban en rechazar, debería haber-

les abierto los ojos y los oídos para entender las palabras de Jesús. No pueden caer en la misma

incredulidad manifestada por los fariseos y saduceos, al pedirle una señal en el momento en

que estaban rodeados de ellas. ¿No manifestaban los discípulos la misma incredulidad al

tergiversar las palabras de Jesús? Hubieran entendido de verdad si hubieran profundizado la

experiencia que entonces tenían. Pero la preocupación por el pan que han olvidado tiene dormidos

sus corazones y menguada su fe.

5. Por fin, entienden de qué se trata

Jesús les dirige un prolongado reproche cargado de preguntas. Con ellas pretende llevarles a la

reflexión. ¿No estaban presentes en las dos multiplicaciones de panes? ¿No recogieron ellos las

sobras? ¿Cómo pueden preocuparse de no haber llevado pan después de haber sido testigos de

tales hechos?

Los discípulos recuerdan perfectamente las cifras de comensales, de panes que había y de

cestos que sobraron. Pero no han comprendido el significado de los hechos que se han desarro-

llado ante sus ojos. Y eso era lo importante. No basta recordar los hechos, conocer la reali-

dad; es necesario captar el significado, sacar las consecuencias. Hacer el suceso actual, única

forma de entender plenamente.

Jesús busca la actitud plena del hombre, su íntima posición religiosa. Por eso, ataca toda la

postura de los discípulos hasta aquel día. A pesar de su situación privilegiada, están a la misma

altura que el resto de los oyentes del Maestro. Sin embargo, una diferencia esencial los distingue

de los dirigentes religiosos, crispados en su terquedad: su disposición para dejarse enseñar e ilumi-

nar por Jesús.

Por fin, entienden de qué se trata. Tienen que resguardarse de su mentalidad triunfalista,

huir de los prodigios que puedan obligar al hombre a creer. No se trata de alcanzar poderes,

sino de servir a la humanidad necesitada. Éste es el único milagro que un cristiano debe realizar

en este mundo, a la vez que proclama la gran noticia del reino de Dios. La lección que habían

recibido con las multiplicaciones de los panes era clara: el compartir no empobrece, sino todo lo

contrario. Sólo compartiendo se hace posible el reino de Dios comenzado por Jesús. Ésta es la

lección que los cristianos, contagiados por la mentalidad mundana, estaremos siempre tentados

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de no aceptar. ¿Cómo vamos a aceptar el mesianismo de Jesús si estamos absorbidos por la

sociedad de consumo?

Es inútil acumular hechos si éstos no son interpretados en su profundo significado. Interpre-

tación que no se logra estudiando, sino siendo cada vez más dóciles al Espíritu de Jesús. Sin él,

estaremos incapacitados para entender el alcance de los gestos realizados por Jesús, para

penetrar su hondura, para captar su sentido y para sacar las consecuencias. La misma incapa-

cidad experimentaremos en los acontecimientos actuales.

Hemos de apearnos de toda postura de suficiencia y reconocer nuestra incapacidad e

ignorancia para comprender las cosas de Dios. Es así como su misterio -realidad llena de vida-

se nos irá abriendo paulatinamente. Mientras, la mayoría de los hombres -creyentes o no-

continuará exigiendo prodigios y un "evangelio" que pueda comprenderse humanamente...

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Curación de un ciego en Betsaida

Jesús y los discípulos llegaron a Betsaida. Le trajeron un ciego pidiéndole que lo tocase. El lo sacó de la aldea, llevándolo de la mano, le untó saliva en los ojos, le

impuso las manos y le preguntó: -¿Ves algo? Empezó a distinguir, y dijo: - Veo hombres, me parecen árboles, pero andan. Le puso otra vez las manos en los ojos; el hombre miró: estaba curado, y veía

todo con claridad. Jesús lo mandó a casa, diciéndole: -No se lo digas a nadie en el pueblo.

(Mc 8,22-26)

1. Valor de signo

Es un relato exclusivo de Marcos. ¿Por qué lo ha introducido aquí? Muchos le suponen un valor

de signo: lo mismo que devolvió la vista a aquel ciego de modo gradual, debe tratar Jesús de curar

lenta y pacientemente la ceguera de la incomprensión que atenaza a sus discípulos. Según esta opi-

nión, Marcos recogió este relato, que le ofrecía la tradición, y lo colocó entre el "embotamiento"

de los apóstoles, que acaba de relatar (Mc 8,11-21), y la confesión de Pedro, que va a narrar a

continuación (Mc 8,27-30), dándole un significado simbólico. La omisión de este milagro en los

otros dos evangelios sinópticos acaso sea para evitar que sus lectores puedan devaluar algo el poder

taumaturgo de Jesús al no hacer una curación instantánea.

2. El ciego se deja llevar

"Jesús v los discípulos llegaron a Betsaida", la patria de Pedro, Andrés y Felipe (Jn 1,44).

Estaba situada al este de la desembocadura del río Jordán, en el lago de Genesaret.

El relato del ciego es paralelo al del sordomudo (Mc 7,31-37). Algunos lo consideran como un

duplicado, lo que es poco probable. Son muy notables las semejanzas entre ambos, aunque tam-

bién sean llamativas las diferencias: la curación en dos tiempos y la ausencia de reacción de los

asistentes. La introducción se repite casi de un modo literal: presentan a Jesús a un hombre

víctima de una grave dolencia, y le suplican que le imponga las manos.

En aquellos tiempos eran muy frecuentes en el Oriente Medio las enfermedades de los ojos,

que se agravaban a causa del sol, del polvo y de la suciedad. La ceguera la consideraban como

un castigo divino, personal o familiar.

Jesús "lo sacó de la aldea", llena de gente que cree que ve, "llevándolo de la mano". Busca la

discreción ante posibles explosiones mesiánicas populares prematuras. Además, dentro de la

"ciudad" edificada por los hombres es imposible entender las palabras y los gestos de Dios (Gén

11,4-9). El ciego se deja llevar. Quiere ver y obedece en silencio a Jesús. Con su actitud va a hacer

posible el milagro. Es verdad que permanece completamente pasivo, pero no pone dificultades, no

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se defiende. Es consciente de su ceguera y quiere salir de ella. Hubiera sido más difícil devolverle la

vista a un ciego que quisiera seguir siéndolo o que creyera que veía bien -¿imposible?-. ¿No será

nuestro caso?

Jesús hace uso de gestos que parecen mágicos, a primera vista. Trata de curarlo con unos

gestos perfectamente comprensibles para la gente de entonces. Una y otra vez emplea la saliva

y el contacto de sus manos para realizar la curación; dos antiguos remedios curativos en opi-

nión popular, muy usados por los curanderos dentro de sus ritos supersticiosos e increíbles.

Si pone saliva en sus ojos no es para utilizarla como remedio natural, ya que era totalmente

inútil, sino para excitar la fe del ciego en su curación. Después le pregunta si ve algo. La respues-

ta del ciego nos indica que no lo era de nacimiento: sabe lo que es un árbol.

La curación se realiza paso a paso, lo que prueba la gravedad del caso y el esfuerzo y empeño

de Jesús en llevarla a feliz término. La curación se realiza en dos tiempos -caso único en los

evangelios-: ¿para indicarnos la lenta y progresiva iluminación de los discípulos, su gradual

abrirse a la comprensión a través de la fe? El milagro se acomoda al curso normal de la recupera-

ción natural de una enfermedad, y al itinerario de la fe, que procede progresivamente y con

vacilaciones.

El ciego es curado porque quería ver; no como los fariseos y saduceos, que estaban cerrados a

la luz. Este querer es el que hará ver un día a sus discípulos: "Se llenaron todos de Espíritu Santo y

empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería" (He

2,4).

3. El lento progreso de la fe

"Jesús lo mandó a casa" con la petición de no decírselo "a nadie en el pueblo". De nuevo el

"secreto mesiánico", presentándose de una manera obsesiva en todos los relatos milagrosos del

segundo evangelio. Jesús no busca los aplausos, no quiere ser mal interpretado: lo ha sacado del

pueblo y lo envía a casa rogándole silencio. Y es que los milagros no sirven para demostrar nada

de un modo triunfal; son testimonios o experiencias de la venida del Mesías, que han de ser

contados discretamente por aquellos que han sido favorecidos por ellos.

La curación del ciego es una magnífica síntesis del crecimiento en la fe: poco a poco y en

contacto con Jesús, se van abriendo los ojos del espíritu para "ver" lo que antes estaba oculto,

para discernir lo valioso de lo ficticio, para descubrir los grandes valores que debe desarrollar la

humanidad. La fe nos permite ver el mismo mundo de antes desde la perspectiva de Dios.

Es posible que seamos capaces de decir y de creernos que vemos perfectamente, pero es porque no

tenemos ni idea de lo que significa ver la realidad como la ve Dios. Es el Señor el que nos irá diciendo

si vamos viendo bien, si nuestra vista va funcionando.

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Curación de un niño epiléptico Cuando Jesús hubo bajado del monte, al llegar adonde estaban los demás

discípulos, vieron mucha gente alrededor, y a unos letrados discutiendo con ellos. Al ver a Jesús, la gente se sorprendió, y corrió a saludarlo. Él les preguntó: -¿De qué discutís? Uno le contestó: -Maestro, te he traído a mi hijo; tiene un espíritu que no le deja hablar; y

cuando lo agarra, lo tira al suelo, echa espumarajos, rechina los dientes y se queda tieso. He pedido a tus discípulos que lo echen, y no han sido capaces.

Él les contestó: -¡Gente sin fe! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo os tendré que

soportar? Traédmelo. Se lo llevaron. El espíritu, en cuanto vio a Jesús, retorció al niño; cayó por tierra y se revolcaba

echando espumarajos. Jesús preguntó al padre: -¿Cuánto tiempo hace que le pasa esto? Contestó él: -Desde pequeño. Y muchas veces hasta lo ha echado al fuego y al agua para

acabar con él. Si algo puedes, ten lástima de nosotros y ayúdanos. Jesús replicó: -¿Si puedo? Todo es posible al que tiene fe. Entonces el padre del muchacho gritó: -Tengo fe, pero dudo; ayúdame. Jesús, al ver que acudía gente, increpó al espíritu inmundo, diciendo: -Espíritu mudo y sordo, yo te lo mando: Vete y no vuelvas a entrar en él. Gritando .y sacudiéndolo violentamente, salió.

El niño se quedó como un cadáver, de modo que la multitud decía que estaba muerto.

Pero Jesús lo levantó cogiéndolo de la mano, y el niño se puso en pie. Al entrar en casa, sus discípulos le preguntaron a solas: -¿Por qué no pudimos echarlo nosotros? Él les respondió: -Esta especie sólo puede salir con oración y ayuno.

(Mc 9,14-29)

Cuando llegaron donde la gente, se acercó a Jesús un hombre, que le dijo de rodillas:

-Señor, ten compasión de mi hijo, que tiene epilepsia y le dan ataques: muchas veces se cae en el fuego o en el agua. Se lo he traído a tus discípulos, y no han sido capaces de curarlo.

Jesús contestó: -¡Gente sin fe y perversa! ¿Hasta cuándo os tendré que soportar? Traédmelo. Jesús increpó al demonio, y salió; en aquel momento se curó el niño. Los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron, aparte: -¿Y por qué no pudimos echarlo nosotros? Les contestó: -Por vuestra poca fe. Os aseguro que, si fuera vuestra fe como un grano de

mostaza, le diríais a aquella montaña que viniera aquí, y vendría. Nada os sería imposible.

(Mt 17,14-21)

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Al día siguiente, cuando bajaron del monte, les salió al encuentro mucha gente. En esto, un hombre de entre la gente empezó a gritar:

-Maestro, te suplico que mires a mi hijo, porque es el único que tengo, y un espíritu se apodera de él y de pronto empieza a dar gritos, le hace retorcerse echando espuma, y difícilmente se aparta de él, dejándole quebrantado. He pedido a tus discípu-los que lo expulsaran, pero no han podido.

Respondió Jesús: -¡Oh generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros y

habré de soportaros? ¡Trae acá a tu hijo! Cuando se acercaba, el demonio lo arrojó por tierra y lo agitó violentamente;

pero Jesús conminó al espíritu inmundo, curó al niño y lo devolvió a su padre; y todos quedaron atónitos ante la grandeza de Dios.

(Lc 9,37-43a)

1. Una magnífica catequesis sobre la fe

La narración de Marcos es, como es fácil comprobar, mucho más detallada que la de Mateo

y Lucas. Mientras éstos van a la sustancia del hecho, del que nos dan una rápida descrip-

ción, Marcos nos lo cuenta con detalle: además de la curación, nos transmite una magnífica

catequesis sobre la fe. Pertenece por su estilo a los grandes milagros de curaciones, y se relaciona,

en parte, con la curación del endemoniado de Gerasa (Mc 5,1-20): allí se trataba de locura furiosa;

aquí, de epilepsia. Estos extraños casos clínicos, que provocaban miedo, se atribuían a posesión

diabólica. ¿Participaba Jesús de esas creencias? Nada tiene de extraño que participara de la

cultura de sus contemporáneos. Lo cierto es que, a primera vista, un epiléptico en pleno ataque

da la impresión de que alguien o algo extraño se ha apoderado de él. Podemos hacernos también

otra pregunta: ¿Los "milagros" de Jesús se pueden explicar científicamente por la parapsi-

cología? Un verdadero creyente es indiferente a la respuesta que se dé a esta pregunta. A los evan-

gelistas no les interesan estos relatos antiguos como tales; les interesan las enseñanzas que de ellos

podían sacar para las comunidades primitivas. Lo mismo debemos hacer nosotros.

2. Es imposible discutir con una persona que responde con hechos

Al bajar del monte de la transfiguración, Jesús y sus tres acompañantes se encuentran con

mucha gente y con unos letrados que sostienen una discusión con el resto de sus discípulos. No se

nos dice el motivo de la discusión, pero por lo que sigue es fácil deducir que se habla sobre el

poder de los discípulos para expulsar demonios, y sobre si Jesús podría curar aquel caso grave de

posesión. Así parecen indicarlo las palabras del padre y la pregunta de los discípulos a Jesús al

llegar a casa. Que también hablaban de Jesús lo demuestra la sorpresa de la gente al verle.

Cuando hablamos negativamente de una persona, ¿no quedamos sorprendidos y sin habla si ésta

aparece? Es probable que los letrados, aprovechando la incapacidad de los discípulos, estén

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afirmando también la incapacidad de Jesús.

La gente, después de un momento de sorpresa, corre a saludarle. No son ellos los que están

poniendo en duda los poderes del Maestro, sino los letrados, que, citados al principio, desapa-

recen en seguida. Quizá fueron capaces de sostener una discusión con los discípulos, pero no con

Jesús. Es prácticamente imposible discutir con una persona que responde con hechos.

A la pregunta de Jesús: ",De qué discutís?", el padre responde exponiéndole la enfermedad

del hijo y la incapacidad de los discípulos para curarlo. Éstos estarían ilusionados por creerse en

posesión de un poder del que podían disponer automática y autónomamente en cualquier ocasión.

El fracaso les convencerá de que no basta haber recibido un poder para que éste sea siempre efi-

caz; necesita unas condiciones. La descripción que le hace el padre presenta un ataque de

epilepsia. Los síntomas son claros, expresados en Marcos con cinco verbos: "lo agarra, lo tira

al suelo -muchas veces hasta lo ha echado al fuego y al agua para acabar con él-, echa

espumarajos, rechina los dientes y se queda tieso".

Lucas presenta al niño como hijo único; lo mismo que el hijo de la viuda de Naín (Lc 7,12) y la

hija de Jairo (Lc 8,42). De esta forma, la angustia del padre era mayor si cabe.

¿El demonio que posee al niño representa toda ideología contraria al plan de Dios, que ciega

al hombre y le incapacita para ser él mismo? Si fuera así, el niño sería figura del pueblo que busca

esporádicamente (ataque epiléptico) salir de su situación usando la violencia y acabando en el

fracaso. Sólo Jesús podrá sacarlo de su situación. Los discípulos no han podido, como tampoco han

podido los guerrilleros zelotes con sus rebeliones armadas...

3. "¿Hasta cuándo os tendré que soportar?"

"¡Gente sin fe y perversa! ¿Hasta cuándo os tendré que soportar?" Esta respuesta de Jesús a

la petición del padre es tremenda. Está dirigida a todos los presentes, sobre todo a sus discípulos;

y, en ellos, a todos los que en el futuro nos llamáramos cristianos. Contiene un principio de

respuesta a la pregunta de por qué los discípulos no habían podido hacer la curación, de por

qué ahora nosotros no ilusionamos a nadie con nuestro modo de vivir la fe.

Jesús está bajo la impresión de la transfiguración. El Padre ha revelado su condición de

Mesías y ha hecho un llamamiento a creer en sus palabras. ¿Y con qué se encuentra ahora? La

hostilidad de los letrados de la ley es cada vez mayor, la insaciabilidad de la gente en buscar prodi-

gios para quedarse en ellos no tiene fin, la incomprensión de sus discípulos es total, la indiferencia

y el rechazo del pueblo parece invencible. ¿Qué respuesta ha dado el cristianismo a sus palabras

durante la mayor parte de sus siglos de existencia? Aparentemente, un éxito muy superior al

del Maestro: ¿cuántos millones de cristianos somos en el mundo?; pero, en realidad, qué pocos

le siguen de verdad.

El duro reproche de Jesús significa sufrimiento y cansancio. Es el lamento del profeta desde los

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tiempos de Moisés (Dt 32,5.20), que se siente cansado de su situación: una situación que parece

repetirse sin fin, monótona, sin salidas. Compendia el conjunto de su misión, que va siempre a

estrellarse contra la incredulidad de los hombres. ¿Qué resultado han dado su predicación, su

paciencia, los muchos signos realizados?

Hacía ya muchos años que había comenzado la pasión del Mesías, sin que lo notaran la

gente y los discípulos. Son dolores que no podemos ni imaginarnos si no los padecemos: esos

dolores del alma que no están causados por sufrimientos corporales ni por decepciones humanas,

sino por el hecho de soportar la incredulidad constante de los que le rodean, la experiencia de la

esterilidad y la ineficacia del trabajo que tiene entre manos. ¡Hasta los discípulos forman parte de

la "generación incrédula y perversa"! (Lucas). Es la fría muralla de la incredulidad la que tiene

delante Jesús. Y la queja y el dolor brotan de él en público y sin reservas. Esta queja, profunda-

mente humana, que aquí sale a la luz, es para nosotros conmovedora y consoladora al mismo

tiempo: conmovedora, porque nos muestra su sufrimiento; consoladora, porque en ella aparece

Jesús como verdadero hombre.

Es fácil reconocerse en el desahogo de Jesús, aunque no lleguemos a comprender su hondura:

¡Cuántas veces nos hemos encontrado atenazados por la desconfianza, vaciados por la experien-

cia de la inutilidad de lo que estamos intentando! Y hemos concluido que no valía la pena conti-

nuar, que para qué insistir..., mejor dejarlo todo. ¡Para lo que se consigue! Además, ¡cuántas

veces se ponen en contra hasta los que tendrían la obligación de apoyar!

Las duras palabras de Jesús sobre sus contemporáneos explican a las comunidades de todos los

tiempos sus propias y tristes experiencias. Y son también una llamada para que no caigan en los

mismos errores. E invitan a los predicadores y a los cristianos en general a no rendirse ante la

oposición que puedan encontrar a su alrededor y dentro de sus propios corazones.

Jesús, que se ve solo frente a la incredulidad de todos los que le rodean, no se resigna, sino que

permanece fiel a la misión que Dios le ha confiado de anunciar y realizar la salvación-liberación de

la humanidad. Después del desahogo, más que comprensible, que se ha escapado de sus labios,

Jesús se vuelve de nuevo hacia los problemas de los hombres. Está cansado, pero sigue ade-

lante: "Traédmelo". Es esta perseverancia en el camino elegido la que distingue a los verdaderos

creyentes.

4. No hay fe sin dudas y desfallecimientos

"Se lo llevaron". Ante sus ojos, el muchacho sufre un nuevo ataque. La pregunta de Jesús

acerca del tiempo que padecía tales males permite al padre exponer de nuevo lo grave del caso. El

niño tiene el mal desde la infancia, y con frecuencia ha estado al borde de la muerte al haberse

arrojado al fuego y al agua.

"Si algo puedes, ten lástima de nosotros y ayúdanos". El diálogo que mantendrá con Jesús le

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servirá para conducirle a una fe más completa.

"Todo es posible al que tiene fe". La fe se convierte en el tema central del episodio. En las

palabras del padre latía la duda acerca del poder de Jesús para liberar al muchacho de sus pade-

cimientos. Jesús con su respuesta impide que el padre atribuya exclusivamente a los discípulos la

responsabilidad del fracaso. Tampoco él ha sido capaz de curar a su hijo a causa de su incredu-

lidad. Jesús da la vuelta al argumento del padre: la curación no depende de mí, sino de ti; si

tienes fe, todo es posible para ti. No desafía al padre, sino que le hace una oferta: te basta creer.

Porque Jesús no se refería a su propia fe, sino a la del padre -y en él a todos nosotros-, que así

lo entiende: "Tengo fe, pero dudo; ayúdame". Se aferra inmediatamente a la oferta, reconociendo

sus límites.

Las palabras del padre son de gran actualidad para todo hombre; nos hablan a los creyentes

de nuestra propia situación existencial. Este hombre tiene un ardiente deseo de creer, pero es

consciente de su debilidad. Por ello podrá llegar a creer. ¿Cómo llegará a creer el que sin tener fe

está seguro de poseerla? ¿No es el caso de la mayoría de creyentes? Hemos de ser conscientes

-como el padre del epiléptico- de que en nosotros anida más bien la incredulidad, y de que la fe

sólo puede venirnos como don de Dios. Por eso, la respuesta del hombre se ha convertido en una

oración fervorosa: "Ayúdame". Jesús le ha hecho tener conciencia de su poca fe. Sabe que

para aumentar la fe es necesario ser antes conscientes de su falta.

No existe fe alguna que no conozca las dudas y los desfallecimientos. Sólo Dios puede

convertir la fe humana en una certeza indefectible e inconmovible. En la realidad de este mun-

do, en medio de lo enigmático de sus fenómenos, en medio de la incredulidad de los otros hombres

que impugnan constantemente la verdadera fe al reducirla a lo que pueden ver, medir, pesar o

demostrar, ni siquiera el hombre honradamente creyente está a resguardo de la inseguridad y de la

duda. En su existencia concreta, al lado de la fe que mantiene y quiere mantener, siempre habitará

una buena dosis de incredulidad. La plegaria del padre, que brota de su corazón angustiado, es

también la oración del hombre creyente de nuestro tiempo. Una oración sincera que Dios

escuchará, lo mismo que Jesús va a escuchar a este padre atribulado por la enfermedad de su

hijo.

Sólo siendo conscientes de la propia incredulidad se puede reconocer el don divino de la fe

con alegría y confianza. Fe que es apertura incondicional a Dios.

Jesús, al darse cuenta del peligro de que se aglomerase gente, aceleró la curación. Quiere huir

de toda espectacularidad.

A su voz de mando el demonio debe obedecer, aunque salga a regañadientes, gritando y sacu-

diendo violentamente al muchacho. Jesús estaba totalmente al lado de Dios, y para él nada es

imposible.

Cuando el demonio ha sido expulsado, Jesús toma de la mano al muchacho, que yacía inerte

-como había hecho con la hija de Jairo (Mc 4,41; Mt 9,25; Lc 8,54)-, y lo hizo levantarse. Se

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describe la curación como la resurrección de un muerto. ¡Qué difícil es salir de los atolladeros en

que nos metemos o nos mete la sociedad, y que nos incapacitan para ser lo que debemos ser! ¿No

pensamos que es imposible, tan imposible como la resurrección de un muerto? Jesús nos dice que

todo es posible al que tiene fe, y sabemos que siempre tiene razón. La presente curación es una

prueba más de ello.

Lucas termina el relato haciendo alusión a la admiración de los presentes. Para los otros dos, la

gente no da muestras de mayor fe después de la curación. Después de la incapacidad demostrada

por los discípulos, además de la misma dificultad de la enfermedad curada, debiera haberse

impresionado más. Sigue siendo la generación incrédula.

5. La fe necesita a la oración

Marcos y Mateo concluyen la narración con una pregunta de los discípulos a Jesús: "¿Por

qué no pudimos echarlo nosotros?" En Marcos, la pregunta se la hacen "al entrar en casa"; en

Mateo, separados de la gente. En ambos el diálogo es privado.

Los discípulos, que hasta entonces habían permanecido callados -quizá humillados por su

fracaso-, ahora preguntan al Maestro sobre las causas que lo han motivado. La pregunta es

lógica desde el momento en que Jesús les había concedido precisamente este poder (Mc 6,7; Mt

10,1; Le 9,1), y en otras ocasiones sí había dado resultado (Mc 6,13).

La respuesta de Jesús no es la misma en los dos evangelistas: para Marcos la causa es la falta

de oración y de ayuno; para Mateo, la poca fe.

"Esta especie sólo puede salir con oración y ayuno", responde Jesús en la versión de Marcos.

Admite que se trata de una raza especial de demonios, para los que se requiere una fuerza

especial, que únicamente se puede obtener con la oración y el ayuno. Era un "espíritu mudo y

sordo", con el que no se podía entablar diálogo, parte muy importante en los exorcismos. Una

respuesta destinada a la comunidad: muchos de nuestros males, personales y colectivos, necesi-

tan la ayuda de la oración para que sean superados. A la fe, a la que todo le es posible, debe

seguir la oración -más bien acompañarla- para que sea verdadera. Esa oración que pone cerco a

la gracia de Dios, que espera de él humildemente lo que es humanamente imposible. Enseñanza

profunda de cómo cada creyente y cada comunidad debemos confiar únicamente en Dios en

medio de las dificultades y tribulaciones, sin dispensarnos jamás del propio esfuerzo. Justo en

el momento en que adquirimos conciencia de la debilidad de nuestra fe y de nuestros propios

fallos, encontraremos en la oración la fe adecuada con la fuerza para llevarla a la práctica. No es

el solo esfuerzo del hombre el que transformará el mundo; siempre necesitará la ayuda de Dios.

El ayuno -que no aparece en los códices más antiguos- parece ser un añadido de la Iglesia

primitiva, perfectamente coherente con la enseñanza de Jesús. El ayuno es signo de que Dios es

nuestro alimento, que sólo él puede saciar nuestra hambre y venir en ayuda de nuestra

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debilidad. Es signo de nuestra espera y de nuestra esperanza. Abstenerse de comer

-considerando el sustento como don de Dios- significa manifestar que se espera todo de él y no

de los recursos humanos. Lo decisivo es siempre la actitud que adoptemos ante Dios. Necesitamos

recuperar el sentido de la oración y del ayuno si no queremos encontrarnos faltos de fuerzas.

6. La fe mueve montañas

"Por vuestra poca fe. Os aseguro que, si fuera vuestra fe como un grano de mostaza, le diríais

a aquella montaña que viniera aquí, y vendría. Nada os sería imposible". Es la respuesta de Jesús

según Mateo. Las posibilidades de Dios están limitadas por la fe del hombre. Parece una

contradicción: Jesús reprende a sus discípulos por su poca fe, y dice luego que basta una poquita.

Se refiere a la calidad, no a la cantidad.

La fe es un don que hay que acoger en medio de dudas y vacilaciones, más que el

producto del esfuerzo humano. Es la palabra de Dios acogida como una semilla y destinada a un

crecimiento insospechado. Fe es creer que Dios puede llevarnos siempre más allá de nuestros lími-

tes, de nuestra impotencia; que con él podemos superar nuestros pecados. Es dejar de confiar en

nosotros mismos y poner en Dios toda nuestra esperanza. Es el acto por el que renunciamos a

contar con nosotros mismos, a buscar nuestra propia realización personal, fiados en que Dios lo

hará mejor que nosotros. El acto de fe es necesario para la intervención de Dios en el mundo.

¿Quién será capaz de medir su fe? Los hombres somos incapaces de valorarla adecuadamente,

y lo que nosotros llamamos poca fe o incredulidad, puede ser verdadera fe para Jesús. La fe no

es medible, pues la fe débil -cuando es auténtica- es ya fe en su totalidad. Porque la fe

auténtica, aunque sea pequeña "como un grano de mostaza", es participación en el poder de

Dios. Por eso puede decirse de ella que traslada montañas. Es una descripción poética del poder

del Creador, para el que nada es imposible; ni el traslado de lugar de las montañas, que es lo más

sólido que existe fuera de él. El creyente, por el hecho de serlo, debe salvar también todos los

obstáculos.

Si Jesús se queja y reprocha a los discípulos su fracaso es porque cree que ellos podrían hacer lo

mismo que hace él (Jn 14,12). Algo falla en ellos. Su fe no está "metida" en la vida. Hablan de Dios,

pero no saben hacerlo presente y actuante en sus vidas, en su historia concreta, en su lucha

contra las injusticias establecidas. Su fe es mediocre, pusilánime, desencarnada, endeble. En el

hombre que lucha por la liberación y la justicia, está Dios. La prueba de la fe son las obras.

¿Qué obras hacemos los cristianos?

La fe ha de transformar a los hombres por dentro y hacerlos aptos para Dios, que es lo mismo

que hacerlos aptos para trabajar por el mundo nuevo.

La fe íntegra lo puede todo; es audaz y arrojada, y se atreve a lo que en apariencia es

imposible. La fe ha comprendido la única cosa necesaria: trabajar por el reino de Dios y su justicia

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(Mt 6,33). No se debilita ni se equivoca en la prueba, en el sufrimiento, en la enfermedad, en la

persecución, en la calumnia... ni incluso en la oscuridad de la muerte. El que en todo esto logra no

agarrarse a su vida, sino que la deja en manos de Dios, hace algo mayor que mover montañas

de un lugar a otro.

Pienso que nadie entenderá que Jesús nos pide trasladar físicamente montañas. Podría crear

grandes complicaciones en el campo internacional. Pero sí tenemos la obligación de remover nuestra

mediocridad y la del mundo en que vivimos. ¿Más difícil que mover de lugar las montañas?

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El tributo al templo

Cuando llegaron a Cafarnaún, los que cobraban el impuesto de las dos dracmas se acercaron a Pedro y le preguntaron:

-¿Vuestro Maestro no paga las dos dracmas? Contestó: -Sí. Cuando llegó a casa, Jesús se adelantó a preguntarle: -¿Qué te parece, Simón? Los reyes del mundo, ¿a quién le cobran impuestos y

tasas, a sus hijos o a los extraños? Contestó: --A los extraños. Jesús le dijo: -Entonces, los hijos están exentos. Sin embargo, para no darles mal ejemplo, ve

al lago, echa el anzuelo, coge el primer pez que pique, ábrele la boca y encontrarás una moneda de plata. Cógela y págales por mí y por ti.

(Mt 17,24-27)

1. La condición de Hijo de Dios libera de toda imposición

Parece un relato parabólico. El centro de la narración no es el milagro, sino el motivo por el

que se ha realizado: "para no darles mal ejemplo".

No se refiere al impuesto recaudado para el Imperio romano por medio del gobernador. Se trata

de un impuesto personal anual, propio de los israelitas para la conservación del templo de Jeru-

salén. La cantidad era muy pequeña, por lo que se consideraban obligados a pagarla todos,

ricos y pobres, a partir de los veinte años, lo mismo si vivían en Palestina o dispersos por el

Imperio (Éx 30,11-16). Pero la obligación de pagarlo no podía ser urgida desde la ley. Según los

saduceos sólo podían reclamarse por la ley los impuestos señalados en ella expresamente; y el

referente al templo no figuraba.

Es posible que los que cobraban el impuesto intentasen sondear la opinión del joven maestro de

Galilea sobre aquella cuestión, además de cobrarlo. Su pregunta a Pedro tenía su razón de ser, ya

que los sacerdotes y algunos rabinos pretendían estar exentos de pagar este impuesto. Como a

Jesús se le llama maestro (rabino), podría pretender el mismo privilegio.

Se recaudaba en la segunda quincena de marzo, comienzo del año litúrgico. En abril tenía

que estar cobrado. Debía ser pagado en moneda hebrea antigua.

La respuesta de Pedro había sido afirmativa. Al llegar a casa, Jesús también lo interrogó. Su

pregunta está basada en una analogía con el modo de actuar de los romanos con el pueblo

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palestino: Roma había concedido la administración de Palestina a unos reyes o tetrarcas; todos los

súbditos de estos últimos estaban obligados a pagar los impuestos, pero no los ciudadanos romanos.

Su pregunta parece que tiene este sentido: lo mismo que los romanos están exentos de los tribu-

tos, deben los judíos estar libres de los impuestos relativos al templo. Lo que se había convertido

en impuesto obligatorio debía nacer de la voluntad y libertad de quienes lo ofrecían. A un

nivel más profundo, podría interpretarse así: el Señor del templo es Dios; Jesús es su Hijo, luego

debe estar exento del tributo. Y como los que creen en él participan de esa filiación, deben quedar

exentos igualmente de la obligación. Otra cosa es que quieran contribuir libremente. La condi-

ción de hijos de Dios libera de toda imposición.

Ni Jesús ni los suyos tienen ninguna obligación de pagar. Si lo hacen es por respeto al pueblo

y al templo, en cuanto es la casa de Dios. Nunca para contribuir a los negocios que en él se

desarrollaban.

2. Hay escándalo y escándalo

En otras ocasiones Jesús no ha vacilado en escandalizar. Pero hay escándalo y escándalo. Una

cosa es afirmar, cueste lo que cueste, las exigencias de Dios, de su verdad y su justicia; y otra,

afirmar los derechos de uno. A estos últimos se podrá renunciar si existe alguna razón superior. Es

lo que hace Jesús aquí: afirmar su derecho a no pagar el tributo, pero luego renunciar a ello.

Lo mismo podríamos decir sobre el escándalo a fariseos o a gente sencilla. Al primero no se debe

renunciar; sí al segundo. Siempre se debe tener en cuenta a las personas. Una cosa es escandalizar a

los ricos, a los arrogantes, a los seguros de sí mismos, a los fariseos de ahora y de siempre..., y otra

muy distinta escandalizar a los pequeños, a los sencillos.

En la vida de la Iglesia también hay situaciones en las que tiene que ser tenido en cuenta el

escándalo a los demás: cuando es preferible no hablar con total claridad para no derribar

más que construir. Nunca para evitar el escándalo de los que mandan, como hizo Jesús ante el

sanedrín. No es fácil encontrar el equilibrio. Sólo la fe íntegra, capaz de trasladar montañas, la fe

que se lo juega todo a la carta de Dios, puede encontrar este equilibrio.

De todos modos, Pedro no ha de pagar el impuesto con lo que tiene el grupo. La "moneda de

plata" no se saca de la caja común, sino que hay que encontrarla. Por medio del pequeño

milagro queda patente que el mismo Dios cuida de este asunto. Así se evidencia la exención

del Mesías, se honra a Dios y no se da mal ejemplo a los hombres honrados.

El hombre no tiene que privarse de lo necesario para darlo al templo. Los cristianos

debemos contribuir al sostenimiento de la comunidad, pero no como súbditos dominados, sino

como hijos libres.

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Parábola de la sal

Todos serán salados a fuego. Buena es la sal; pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la sazonaré is? Repartíos la sal .y vivid en paz unos con otros.

(Mc 9,49-50)

1. El seguidor de Jesús debe estar dispuesto a todo

EI principio y el final de este texto son difíciles de interpretar, aunque sí podamos captar su

sentido fundamental.

La sal tenía una especial importancia religiosa para los antiguos. Se tomaba como símbolo de

duración y de valor, en cuanto servía para purificar, condimentar y conservar. Por esta razón,

se ponía en relación con Dios, mientras que el hedor y la corrupción les hacía pensar en los

demonios, que, según las costumbres orientales, eran arrojados con la sal. Por eso, la sal se

usaba abundantemente en el culto: para rociar a las víctimas que iban a ser sacrificadas (Lev 2,13);

a los recién nacidos se les daba una fricción de sal (Ez 16,4); para dar solidez a los tratos, ambas

partes gustaban juntos pan y sal, o sal sola (Núm 18,19; 2Crón 13,5), a lo que se llamaba "pacto

de la sal".

Pero ¿qué quiere decir que "todos serán salados a fuego'?

La palabra "fuego" está tomada en un sentido distinto que en la imagen anterior: "abismo,

donde el gusano no muere y el fuego no se apaga" (Mc 9,48). Aquí se piensa en el rito de los

sacrificios, en los que las víctimas, una vez rociadas con sal, eran consumidas por el luego (Ez

43,24). Significa la purificación que obtendrá el discípulo a través de su fidelidad al camino

marcado por el Maestro.

Fuego y sal son palabras sinónimas. Juntas designan la disposición del seguidor de Jesús al

sacrificio, al servicio personal y lleno de renunciamientos que pide la fidelidad al reino de Dios,

como algo insoslayable y que con nada puede ser sustituido.

Bajo la unión simbólica fuego-sal laten las persecuciones a que serán sometidos los seguidores

de Jesús. No podemos olvidar que Marcos escribe para una iglesia que conoce las persecuciones

más crueles. Por lo que estas palabras podrían significar: la persecución, en ciertos casos, es

el único modo de conservar la fe y demostrar la propia fidelidad, y hará de elemento

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purificador -como el fuego- al ir destruyendo todo lo que no es digno de Dios. En

definitiva, persecución y sufrimiento garantizan la autenticidad de la fidelidad del discípulo. La

disponibilidad a la persecución y al sacrificio no puede ser interpretada como un fin en sí

misma, pero indica que el cristiano atribuye al seguimiento de Jesús el máximo valor, por el

que está dispuesto a pagar cualquier precio; precio que será alto en todos los casos.

2. La sal-amor, elemento indispensable en las comunidades

"Buena es la sal; pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la sazonaréis?" Palabras semejantes a

las pronunciadas por Jesús en el sermón de la montaña (Mt 5,13).

Parece ser que los químicos afirman que la sal no puede perder sus propiedades. En Pales-

tina, la sal recogida en el mar Muerto, mezclada como estaba con yeso y con otras sustancias,

se hacía fácilmente insípida. Pero la "sal" de que aquí se trata sí puede perder sus propieda-

des. Jesús piensa en sus seguidores, que deben ser como la sal: purificar y conservar este

mundo, haciéndolo digno del Padre del cielo; pero que si pierden las exigencias sustanciales del

seguimiento, habrán dejado de ser útiles a la sociedad y se habrán convertido en seres inservi-

bles y perjudiciales. La sal en el discípulo es esa fuerza interna que le anima a superar todos

los obstáculos que se opongan al seguimiento del Maestro; es el amor, núcleo del cristianismo,

que, si falla, desaparece la identidad cristiana.

"Repartíos la sal y vivid en paz unos con otros". Paz, en el sentido semita, es sinónimo

de todos los bienes. La sal-amor es el elemento indispensable en las relaciones internas de la

comunidad. Pero no cualquier amor: debe ser un amor como el de Jesús (Jn 15,12). En la

medida en que vivamos ese amor, viviremos en paz unos con otros. ¿Cómo puede haber

riñas y celos en las comunidades en que impere el amor de Cristo? Solamente si conservamos

la sal-amor dentro de nosotros podremos vivir en paz con los demás. El amor de Jesús nos

llevará a ser nosotros mismos, a no dejarnos perder en la masa, en el anonimato.

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Jesús abandona Galilea definitivamente

Recorría Jesús la Galilea, pues no quería andar por Judea porque los judíos trataban de matarlo. Se acercaba la fiesta judía de los campamentos.

Sus parientes le dijeron: - Ya que haces tales cosas, sal de aquí y vete a Judea, que también tus discípulos de

allí vean tus obras. Cuando alguien pretende tener fama, no obra a escondidas. Puesto que haces milagros, tienes que darte a conocer al mundo.

Sus parientes hablaban así porque no creían en él. Jesús les contestó: -Para vosotros todas las horas son buenas; para mí aún no ha llegado la hora. El

mundo no puede odiaros a vosotros: a mí sí que me odia, porque yo le demuestro que sus obras son malas. Subid vosotros a la fiesta; yo no voy a esta fiesta porque mi hora aún no ha llegado.

Así habló Jesús, y ,se quedó en Galilea. Cuando sus parientes habían subido ya a la fiesta subió también él; pero no

mostrándose, sino privadamente. Los judíos, durante la fiesta, andaban buscándole, y decían: -¿Dónde estará ése? Entre la gente se oían comentarios acerca de él. Unos decían: -Es un hombre de bien. Otros decían: -No, es un hombre que engaña al pueblo. Pero nadie hablaba abiertamente de él por miedo a los judíos.

(Jn 7,1-13)

1. La fiesta de los campamentos

Poco después de la curación del paralítico de la piscina (Jn 5,115), Jesús regresa a Galilea,

donde permanece por un período impreciso de tiempo, enseñando y curando al pueblo. El

conflicto con las autoridades judías a raíz de la violación del sábado y de su pretendida igualdad

con el Padre le obliga a dejar Jerusalén y Judea para ponerse a salvo de las insidias de los

dirigentes religiosos, que quieren matarlo (Jn 5,16-18) por considerarlo un gran peligro para su

sociedad. Jesús no se expone innecesariamente. Por eso, se aleja de su jurisdicción política, que

ejercían únicamente sobre Judea.

En Galilea también ha fracasado: muchos de sus seguidores lo han abandonado después de su

discurso sobre "el pan de vida" en la sinagoga de Cafarnaún (Jn 6,66).

Es en este ambiente en el que Juan nos narra su traslado definitivo a Judea y Jerusalén,

ciudad en que le espera la muerte en el plazo de unos seis meses. En efecto: corren los últimos días

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de septiembre y Jesús morirá en los primeros días de la primavera siguiente.

"Se acercaba la fiesta judía de los campamentos". Los dos próximos capítulos del cuarto

evangelio se desarrollarán en los días de su celebración. Jesús enseñará al pueblo en el

templo de Jerusalén (Jn 7,14-8,20), presentándose como el "agua viva" (Jn 7,37-38) y la "luz del

mundo" (Jn 8,12), claras alusiones a su mesianismo, inspiradas en los ritos de la fiesta. Con

ambas declara que él sustituye al templo e invita al pueblo a seguirlo, abandonando la corrompida

institución religiosa judía, cuyo dios es el tesoro (dinero). El resto del capítulo octavo continúa la

denuncia que hace Jesús de los dirigentes, con los que mantiene un violento enfrentamiento,

que culminará con el intento de apedrearlo y la salida de Jesús del templo (Jn 8,21-59).

Aunque la fiesta más importante de los judíos era la pascua (se celebraba entre los meses de

marzo y abril, como ahora nuestra semana santa, dependiendo de la primera luna llena de

primavera), la de los campamentos era la más popular de todas las solemnidades y la ocasión en

que acudían más peregrinos a la capital. Se celebraba al principio del otoño, y su sentido más

primitivo fue agrícola: agradecer a Dios las cosechas, que terminaban con la vendimia, y pedirle

su bendición para las futuras. Posteriormente se le unió también otro significado: celebrar la obra

de Dios con su pueblo, al sacarlo de Egipto y hacerlo habitar en el desierto en cabañas. Final-

mente, tomó también un sentido mesiánico y escatológico, anunciando las alegrías y bendiciones

que habría en la era mesiánica, y excitando la esperanza del futuro reinado de Dios y de la

liberación del pueblo (Éx 23,16; Lev 23,33-36.39-43; Dt 16, 13-15; Zac 14,16-19).

Duraba siete días, coincidentes con los últimos de septiembre y primeros de octubre, a los que

se añadía uno de clausura, que revestía una solemnidad especial; por lo que en total eran ocho

días (Núm 29,12-39).

El nombre le venía de las tiendas o cabañas en las que tenían que habitar, comer y dormir

los judíos durante estos días. Las levantaban en los terrados y patios de las casas o en sitios

públicos, incluso en los atrios del templo (Neh 8,16-17).

Todos los días eran ofrecidos numerosos sacrificios en el templo. Como todas las fiestas,

estaba manejada por los dirigentes religiosos, que sacaban de ella grandes beneficios económicos.

El pueblo hacía el oficio de comparsa, colaborando con sus aportaciones en el negocio de los que

mandaban.

2. Sus parientes tampoco le comprenden

"Sus parientes" -gente de Galilea- invitan a Jesús irónicamente a salir de la clandes-

tinidad y a manifestar públicamente en Jerusalén todas las cosas que es capaz de hacer. Debe

aprovechar la proximidad de la fiesta más concurrida del año si quiere constituirse en un perso-

naje famoso. La invitación parece presuponer que los milagros que ha obrado últimamente en

Galilea sobrepasan, en número e importancia, a los realizados en Jerusalén durante las fiestas

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anteriores.

No comprenden su línea de conducta, ni el peligro que corre Jesús en Judea. Le proponen

todo lo contrario a lo que él desea: si Jesús pretende salir de la institución judía y sacar al pueblo

de la opresión, ellos le invitan a manifestarse en Judea, lo que equivalía a entrar en dicha institu-

ción y colaborar en la ceguera del pueblo.

Como ellos no esperaban nada de Jesús, le proponen que se manifieste públicamente a sus

"discípulos de allí"; es decir, a los admiradores o discípulos que había conquistado en sus visitas

anteriores a Jerusalén y Judea. ¿Cómo iban a creer ellos que Jesús fuera el Mesías si lo conocían

desde pequeño? ¿El origen del Mesías no sería desconocido? (Jn 7,27.41-42). Por si fuera poco

saber de dónde era, habían visto con sus propios ojos lo que consideraban el fracaso de Jesús:

el abandono de la mayoría de sus seguidores (Jn 6,66). Lo desafían a que haga en la capital una

demostración pública que anime a sus admiradores de allí y ayude a volver a su lado a los que lo

han abandonado. Quieren que busque la aprobación oficial de los letrados y fariseos y el aplau-

so de sus seguidores. Si lo logra, ya se aprovecharán ellos de las ventajas de esa aprobación y

de esos aplausos. Suponen que Jesús tiene la pretensión de ser el Mesías en el sentido puramente

terreno y político, y que con los milagros buscaba legitimar tales aspiraciones.

Desde sus propias esperanzas mesiánicas tienen razón: Jesús debe proponer claramente sus

aspiraciones y tratar de demostrarlas con su actuación. Y esto no sólo en Galilea, sino en la

propia capital. Si pretende lo que ellos presuponen, su conducta es incongruente. Si busca encar-

nar una misión y conseguir el reconocimiento público -como parece-, no puede contentarse

con obrar a escondidas. Trasladar el escenario de su actividad a Jerusalén será la mejor forma

de lograr que los discípulos conquistados en aquella ciudad crean decididamente en él y se animen

a proclamarlo Mesías públicamente. Si quiere darse a conocer al mundo, sólo podrá lograrlo en

Jerusalén, capital del pueblo judío y residencia de los principales dirigentes religiosos. Es en esta

ciudad donde, según las creencias judías, el Mesías se revelaría al pueblo y levantaría su trono.

Le proponen una manifestación personal, para su propia gloria, que también ha sido y será

rechazada por Jesús (Jn 5,41; 7,18).

3. La "hora" de Jesús no será de gloria humana

Jesús ha llegado al mínimo de su popularidad: los sumos sacerdotes, letrados y fariseos lo

persiguen a muerte, la mayoría de sus seguidores lo han abandonado y, ahora, sus parientes y

paisanos tampoco están de su parte.

Jesús no acepta su propuesta, aduciendo como razón que aún no ha llegado su "hora". Una

"hora" que no será para él de gloria humana, sino de muerte en la cruz (Jn 12,23).

Según el pensamiento de los rabinos, existen para cada hombre y para cada cosa momentos que

Dios ha fijado desde la eternidad para la realización de determinados acontecimientos. Si Jesús es el

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enviado de Dios, es natural que dependa de su voluntad en todo su obrar y que cada momento de

su actividad esté previsto. Para sus parientes "todas las horas son buenas" porque viven en el

tiempo del interés y del provecho propio. Como no están enfrentados con los dirigentes de Jerusa-

lén, al tenerles sin cuidado los verdaderos deseos de Dios, pueden ir y venir libremente, sin

problemas. A continuación les va a explicar el porqué de la diferencia.

La palabra "mundo" se usa para designar a los dirigentes religiosos como grupo y tipo

de todo sistema opresor. A ellos no pueden odiarles porque son gente sometida, dócil, que partici-

pa en sus fiestas. Ésa es la razón principal por la que no siguen a Jesús.

A Jesús sí lo odian a causa de sus obras y de sus palabras. Porque denuncia su comporta-

miento para con Dios, al que rinden un culto puramente externo; y para con el pueblo, al que

tienen en total abandono y oprimido por la interpretación que hacen de la ley. Temen que

ponga al descubierto ante el pueblo su verdadera conducta.

No pudiendo desmentir el testimonio que contra ellos hace Jesús, lo persiguen con odio

implacable. Por eso no debe subir a Jerusalén para revelarse de forma definitiva mientras no

llegue la hora fijada por el Padre.

Al indicarles que suban ellos a la fiesta, les está poniendo ante los ojos su complicidad con los

dirigentes.

4. Sube a la fiesta para enseñar al pueblo

Una vez que sus parientes se han ido a la fiesta, debió esperar algunos días hasta que se hubie-

ran marchado todos los peregrinos galileos, que solían viajar en grupos bastante numerosos. Des-

pués, también Jesús se pone en camino hacia Jerusalén, acompañado de los doce. Sube a la fiesta,

pero no para participar en sus celebraciones, sino para enseñar al pueblo. Entra inadvertidamente

en Jerusalén, cuando ya han transcurrido algunos días de la fiesta. Fue de incógnito, pero Jesús

no puede pasar inadvertido. Su presencia y sus declaraciones terminarán con el intento de

apedrearle (Jn 8,59). Jesús no busca el conflicto por sí mismo. Éste surgirá a causa de su fidelidad a

la misión recibida.

Su ausencia durante los primeros días de la fiesta no pasa inadvertida en Jerusalén. Los

dirigentes le buscan intranquilos. Sus choques anteriores con Jesús habían tenido lugar con

ocasión de las fiestas (Jn 2,13ss; 5,1.16ss). Ahora hacen pesquisas para apresarlo si se presenta en la

capital (Jn 7,1). Al no encontrarlo, se preguntan con curiosidad dónde puede estar.

Los comentarios acerca de él también existían entre la multitud, compuesta en gran parte de

peregrinos. Jesús es ya una figura popular. El pueblo está dividido: para unos, Jesús es bueno;

para otros, no. Los primeros son los que se fijan en sus obras sin ideas preconcebidas y sin dejarse

manejar por las autoridades. Los segundos prefieren verle desde la ortodoxia de sus dirigentes, de

la que evidentemente se desvía Jesús. Los primeros se apoyan en su vida; los segundos, en la

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ideología que les han enseñado.

Los comentarios del pueblo son en voz baja. Domina el miedo a los dirigentes religiosos. La

gente conoce la postura de éstos respecto a Jesús y no se atreven a expresar sus opiniones en voz

alta si éstas le son favorables, naturalmente. Se ve en estas líneas la presión que ejercían los

dirigentes sobre la opinión pública. El pueblo está impedido de expresar libremente sus opiniones.

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Jesús, enviado de Dios Mediada ya la fiesta, subió Jesús al templo y se puso a enseñar. Los judíos, asombrados, decían:

-¿Cómo sabe tanto éste sin haber estudiado? Jesús les respondió: -Mi enseñanza no es mía, sino del que me ha enviado. El que quiera hacer la

voluntad de Dios, comprobará si mi enseñanza viene de él o si hablo por mi propia cuenta.

El que habla en nombre propio busca su propia gloria, pero el que busca la gloria del que lo envió, ése está en la verdad .v la maldad no está en él.

¿Acaso no os dio Moisés la ley? Y, sin embargo, ninguno de vosotros la cumple. ¿Por qué, entonces, tratáis de matarme?

Respondió la gente: -Tienes un demonio. ¿Quién quiere matarte? Jesús les respondió: Una sola obra hice v todos estáis maravillados. Moisés os impuso la circuncisión

(en realidad, ya antes de Moisés la practicaban los patriarcas), y vosotros circuncidáis a uno en sábado. Luego si el hombre recibe la circuncisión en sábado y no por eso se quebranta la ley de Moisés, ¿cómo os indignáis contra mí porque en sábado curé a un hombre entero?

No juzguéis por las apariencias. Juzgad con juicio recto. Entonces algunos que eran de Jerusalén dijeron: -No es éste el que intentan matar? Pues mirad cómo habla abiertamente y no le

dicen nada. ¿Será que los jefes se han convencido de que éste es el Mesías? Pero éste sabemos de dónde viene, mientras que el Mesías, cuando llegue, nadie sabrá de dónde viene.

Entonces Jesús, mientras enseñaba en el templo, gritó: -A mí me conocéis y conocéis de dónde vengo. Sin embargo, yo no vengo por mi

cuenta, sino enviado por el que es veraz: a ése vosotros no lo conocéis; yo lo conozco porque procedo de él y él me ha enviado.

Entonces intentaban agarrarlo; pero nadie le pudo echar mano, porque todavía no había llegado su hora.

(Jn 7,14-30) 1. Enseña en el templo

Vimos la situación de miedo en que vive el pueblo respecto a los jefes religiosos. Cómo temen

expresar sus opiniones positivas sobre Jesús y la presión que ejerce la ideología oficial, escudada en

la ley de Moisés, que los dirigentes interpretan y mantienen como último criterio de bien y de mal.

Jesús, al hablar a los peregrinos reunidos en Jerusalén para la fiesta de los campamentos,

toma como punto de partida para su enseñanza un acontecimiento sucedido de cuatro a seis

meses antes: la curación de un paralítico en sábado y la polémica que suscitó (Jn 5). Por esta

razón, muchos suponen que este pasaje es continuación de aquél.

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Recoge un discurso de Jesús en el templo, en un ambiente de hostilidad. Se van a debatir dos

cuestiones: el criterio para conocer si su doctrina es o no de Dios y el origen del Mesías. Jesús

choca contra los prejuicios creados en el pueblo por las enseñanzas de las escuelas. Todo el episodio

está ensombrecido por la amenaza de muerte que pesa sobre Jesús.

En la primera cuestión destacan dos ideas fundamentales: su doctrina es verdadera por-

que "no es mía, sino del que me ha enviado", y el ejemplo de la circuncisión en sábado

-apoyado en la ley de Moisés- para probar la legitimidad de sus curaciones en ese día de descanso.

Jesús fue a Jerusalén unos días después que sus parientes y paisanos. Y sobre el cuarto o

quinto día de la fiesta "subió al templo", expresión debida a la topografía y al uso. No sube

para participar en el culto alienante que en él se celebra, sino para enseñar.

En medio de la falta de libertad y de temor en que vive el pueblo, alza su voz para enseñar

a la muchedumbre, desafiando a la institución. Enseña en el templo, en cuyos pórticos tenían sus

escuelas los rabinos. Es un reto evidente.

Nunca había enseñado antes en Jerusalén. Expone su doctrina, aunque Juan no nos explicita

el contenido. Prefiere narrarnos la controversia que suscita.

2. Tercer enfrentamiento con los dirigentes de Jerusalén

"¿Cómo sabe tanto éste sin haber estudiado?" Su enseñanza en el templo -corazón del

judaísmo- provocó el asombro de las autoridades, efecto de una sorpresa que desconcierta e

indigna cuando alguien manifiesta unas pretensiones absolutamente injustificadas. Es el asombro

que despierta una actitud de desconfianza, incomprensión y hostilidad. Conocían a Jesús por las

cosas que había hecho en la capital en sus visitas anteriores, consideradas de gravedad por ellos.

Que ahora, además, enseñe al pueblo, les resulta intolerable. ¿Quién le ha constituido en maes-

tro de Israel? ¿Con qué autoridad enseña en el templo? ¿Cómo puede apelar a las Escrituras de

Moisés si no ha recibido una formación metódica en el oficio de rabino o de letrado? Su saber les

resulta inexplicable y les deja perplejos. No olvidemos que toda autoridad para enseñar le venía al

alumno del maestro en cuya escuela había aprendido, y Jesús no había frecuentado ninguna que

le hubiese capacitado en la técnica de interpretar la Escritura. Es la razón por la que los diri-

gentes judíos lo consideran un "indocto", sin derecho alguno a enseñar. Hablan de él despectiva-

mente: "éste".

En la interrogación que se hacen los dirigentes había encerrada una insidia. Si Jesús enseñaba

la Escritura, exponiéndola y comentándola sin haberla estudiado oficialmente en las escuelas de

los rabinos, es porque la había estudiado por su cuenta. Y esto le hacía ser un innovador o seductor,

nombres con que la literatura rabínica denominaba a los que se apartaban de la ley y tradi-

ciones de Israel.

A esta pregunta, tirada maliciosamente sobre la muchedumbre, va a responder Jesús. Su

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respuesta tiene una hondura extraordinaria, como es habitual en el cuarto evangelio. Es verdad

que él no estudió con los rabinos, cuya única misión consistía en transmitir las tradiciones recibi-

das, sin tener nunca doctrinas propias que enseñar. Pero no por eso es un innovador, porque su

doctrina no es un invento suyo, sino una revelación de Dios. ¿No está suficientemente garantizada

con sus milagros? Su doctrina no es opinión personal ni ha sido aprendida en las escuelas oficia-

les: es de Dios mismo. Los dirigentes saben que con estas palabras se vuelve a declarar Hijo de

Dios (Jn 5,17-18), esta vez delante del pueblo. Es el tercer enfrentamiento con los dirigentes religio-

sos de Jerusalén (los dos anteriores: Jn 2,13ss; 5,16ss).

3. Dos razones para demostrar que su doctrina es de origen divino

Alega dos razones para probar su afirmación. Con la primera nos remite a la experiencia que

puede tener todo hombre de fe y de buena voluntad; la segunda es un hecho de evidencia psico-

lógica y cotidiana: la veracidad del hombre que actúa con desinterés personal.

Toda persona que se decida a hacer la voluntad de Dios, es decir, quien considere el bien

del hombre como valor supremo, relativizando toda otra norma, y se dedique a ese bien,

tendrá la evidencia de que la doctrina de Jesús es de origen divino. El criterio para discernir la

veracidad de su doctrina está dentro del mismo hombre. Es la práctica de lo que Dios quiere

la que lleva a la veracidad de lo que Jesús enseña. Jesús no se impone; cada uno debemos en-

contrar la certeza, colaborando en la obra creadora de Dios con nuestro trabajo en favor de la

humanidad. En quien busca la plenitud de vida, la doctrina de Jesús produce una experiencia

que le hace percibir su verdad en forma vital e íntima, de plena satisfacción de conciencia que

hace "conocer" que lo que Jesús dice no sólo no está en contra de lo que Dios enseña, sino que lleva

profundamente a ello y al desarrollo de una mayor perfección en el cumplimiento de esa misma

ley de Dios. Es una prueba basada en un hecho de experiencia vital religiosa; es el fundamento

del conocimiento místico, que procede más por intuición que por razonamiento. El conocimiento

es personal, nunca por testimonio ajeno ni por imposición externa. ¿Hemos "sentido" alguna vez

esta experiencia?

Si ellos no quieren reconocer la veracidad de su doctrina, es culpa de su infidelidad a Dios.

La pretensión de Jesús únicamente es aceptable desde la fe que cumple la voluntad de Dios. Una fe

que llevaría a aceptarlo como enviado de Dios.

Por la fe, llevada a la vida, el hombre descubre que Jesús no hablaba por cuenta propia.

También por la misma fe llegará al convencimiento de que tampoco hablaba para sí mismo,

que no buscaba su propia gloria, sino la de Dios. El desinterés personal con que Jesús expone su

doctrina hace ver que no busca su propio provecho personal y, en consecuencia, que su doctrina

no es suya, sino de Dios, lo que ha acreditado con numerosos milagros.

El que habla por cuenta propia -sin contar con la autorización de Dios- "busca su propia

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gloria" y trata de defender intereses personales, con lo que siempre se puede sospechar, con razón,

que el objetivo final de sus afanes no sea precisamente la verdad. El que está en tales condiciones

-todos sus adversarios- debe al menos reconocer la veracidad y honradez del hombre que

busca únicamente la gloria de Dios, que es el bien del hombre. Tal es el caso de Jesús. Toda

muestra o intención de engañar son ajenas a un hombre de su lealtad.

La búsqueda de la "propia gloria" es constatable, al ser exterior al hombre, por lo que puede

servir de criterio para juzgar la procedencia de una doctrina. El que al hablar o actuar

busca su propio interés y prestigio, demuestra con ello que lo que dice o hace no procede de

Dios, sino de sí mismo; son un medio para favorecer sus propios fines.

Esta segunda razón completa la primera. Aquélla se dirigía a quien escucha la doctrina de

Jesús, y consistía en la experiencia interna que produce su enseñanza en quien está a favor del bien

del hombre. Pero la muchedumbre a la que Jesús hablaba estaba influida por la doctrina ofi-

cial, que también era presentada como venida de Dios: la ley, interpretada y manejada por los

círculos de poder. Y todos sabemos lo difícil que es cambiar las rutinas y costumbres vacías de

un pueblo, sobre todo cuando están defendidas por los intereses de los que mandan. Por eso aña-

de un criterio externo: los intereses que defiende el que propone una doctrina. La doctrina acaba

reflejando la actitud del que la enseña, es expresión de la persona e inseparable de ella. ¿Qué

quedaría de nuestra Iglesia y de nuestras comunidades si aplicáramos este principio? Mejor

dicho: ¿qué ha quedado?, ¿qué opinión tiene de ella el hombre de hoy comprometido con la

historia?

Jesús no propone una doctrina abstracta. Sus palabras y sus exigencias son siempre una

explicación de lo que él es y hace. Sus obras dan el sentido de sus palabras; son sus palabras.

Quien al hablar de Dios sólo busca su propio prestigio e interés, necesariamente terminará por

falsificarlo, caricaturizarlo. ¡Ese Dios terrible tan extendido entre los cristianos!

Dios no es un dogma, ni una ley, ni unos ritos..., sino una presencia. Cuando se pierde de

vista su realidad, se convierte en ideología opresora de los pueblos. El que no busca su propio

interés, no explota al hombre ni manipula una ley, como han hecho los dirigentes religiosos

para conservar sus puestos de privilegio. Ninguna enseñanza que redunde en beneficio de los que

la exponen merece crédito. ¡Cuántas horas de meditación necesitaríamos para asimilar estas pala-

bras de Jesús y ponerlas en práctica!

En resumen: Jesús enuncia ante el pueblo dos criterios para distinguir quién habla en

nombre de Dios y quién se aprovecha de su nombre para oprimir al pueblo. En el primero

afirma que ninguna doctrina que impida de algún modo la realización plena del hombre puede

presentarse como originaria de Dios. Con el segundo denuncia a los que emplean la doctrina

para ganar prestigio o bienes personales. Sólo es de fiar quien, olvidando su propio interés,

pone el bien del hombre como valor supremo y actúa en consecuencia.

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4. Incoherencia de los dirigentes

Jesús pasa a continuación a demostrarles la legitimidad de la curación del paralítico en

sábado (Jn 5,1-16), que había realizado y que provocó las iras de los jefes. Lo hace partiendo del

ejemplo de la legitimidad de la circuncisión en sábado.

"¿Acaso no os dio Moisés la ley?" Jesús no se incluye entre sus destinatarios; está por encima de

ella. Apoyándose en Moisés, va a demostrar a los dirigentes la incoherencia de su conducta con

la misma ley. A la vez, les objeta que no tienen el menor derecho para presumir de defensores y ven-

gadores de la ley, cuando ellos mismos no la cumplen al usarla como medio de represión: tratan

de matarle amparados en ella. Tampoco la cumplen, al violarla constantemente practicando la

circuncisión en sábado, sin que esto esté preceptuado explícitamente por Moisés. No la cumplen

con el espíritu con que debe ser creída y practicada; de otra forma, estarían mejor dispuse-

tos hacia él y su obra, como ya les dijo en otra ocasión (Jn 5,39.45-47). Ésa es la razón por la que

quieren darle muerte acusándolo de violar el sábado. Él es el enviado de Dios para enseñar la

verdadera ley, no la materialidad de una fórmula. Descubre abiertamente ante el pueblo las

maquinaciones de sus autoridades.

Ante la grave acusación de Jesús, interviene la multitud para quitarle la idea de que sus

dirigentes tengan intención de darle muerte. La expresión "tienes un demonio" es un modo

fuerte de decir que es presa de una idea fija. No pueden creer que sus autoridades tengan

intención de matarlo. Lo que dice Jesús les parece insostenible. Estas palabras son, sin duda, de

los peregrinos, que, conociendo las actividades de Jesús, no ven motivo alguno para que quieran

condenarlo y menos matarlo. El pueblo de Jerusalén sí sabía de las intenciones de sus dirigentes,

como veremos más abajo (v. 25), por lo que es lógico que permanecieran ahora callados, tenien-

do en cuenta el miedo que tenían a los que mandaban, como ya vimos.

Jesús no hace caso de la ofensa, y continúa su ataque contra los dirigentes, expresando su

extrañeza de que se manifiesten tan escandalizados de una sola violación del sábado realizada

por él, cuando precisamente ellos lo quebrantan constantemente, ya que para cumplir el precep-

to dado por Moisés de circuncidar a los niños al octavo día de su nacimiento, no dudan en

realizar este rito aunque ese octavo día coincida en sábado. Moisés ordenó circuncidar, sin poner

restricciones explícitas, al octavo día (Lev 12,3), y ellos lo practican religiosamente para que lo

mandado por Moisés no se quedara sin cumplir. En esto estaban todos de acuerdo. También

les precisa que la circuncisión no proviene directamente de Moisés, sino de Abrahán (Gén

17,12).

Arrancando de la circuncisión, Jesús va a sacar un argumento de los usados preferentemente

por la lógica rabínica: partiendo de lo menos, llegar a lo más. Va a demostrarles que ellos no

penetran el verdadero significado de la ley de Moisés. Si es lícito quebrantar el sábado para hacer

una intervención quirúrgica en uno de los 248 miembros del cuerpo humano, para que no quede sin

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cumplimiento la ley de Moisés, más lícita será la curación total de un hombre en dicho día. La

veracidad del argumento es evidente. La circuncisión se consideraba un bien hecho al hombre

en un miembro particular, y los que la realizaban ponían de hecho lo que ellos consideraban

beneficioso para el hombre por encima del precepto del descanso, y eso por prescripción de la misma

ley. Jesús les demuestra de esta manera la falta de fundamento de su acusación.

Una obra de caridad con un enfermo es más importante que la fidelidad a la letra de la ley.

Por eso el juicio que los dirigentes hacen de la acción de Jesús no es justo, porque se basa en

criterios superficiales; es un juicio que se funda en las solas apariencias. Y les exhorta a juzgar con

juicio recto, a practicar la justicia, adoptando como único criterio de actuación el bien del hombre.

5. Origen del Mesías

Entramos en la segunda cuestión: el verdadero origen del Mesías. La escena no se realiza

delante de Jesús. La lectura del texto da la impresión de que, mientras Jesús enseña en el

templo, un grupo de vecinos de Jerusalén, un poco apartados de él, al oírle hablar cuchichean

entre ellos. Al ser habitantes de Jerusalén, están enterados de las intenciones de sus jefes. Les

extraña que, si éstos quieren matarlo, le permitan hablar tan valiente y claramente en el templo. No

les pasa por la cabeza la posible maldad del sanedrín, hasta el punto de creer ingenuamente en la

posibilidad de que los letrados y fariseos, junto con los sumos sacerdotes, hayan pensado mejor las

cosas y aceptado a Jesús como Mesías. Nace en ellos la duda, pero es un grupo demasiado

pendiente de la opinión de sus superiores y de las ideas que circulaban sobre el origen del Mesías.

Se preguntan..., pero rechazan en seguida por absurda semejante idea. Jesús pasaba ante el

pueblo, ignorante de los detalles de su nacimiento en Belén, como hijo de José y María y como

un galileo originario de Nazaret. Mientras que el Mesías, según creencia popular, sería una persona

de origen desconocido, que aparecería triunfalmente y de improviso en el momento oportuno

para llevar a cabo su gran obra. Nacería en Belén de la estirpe de David y ni él mismo sabría que

estaba designado Mesías. Permanecería oculto en algún lugar desconocido hasta el momento de

su manifestación. ¿Cómo conciliar ambas cosas? No había más remedio que negar la mesianidad

de Jesús. No pensaron ni por un momento que podían faltarles datos sobre Jesús, como así era, y

como nos suele ocurrir siempre con todas las personas.

El pensamiento de este grupo no permanece oculto a Jesús, aunque el texto no nos dice cómo

ha llegado a enterarse. Sólo nos dice que, "mientras enseñaba en el templo", les dio la debida

respuesta.

Jesús "gritó". Este gritar para enseñar nos indica la importancia de lo que va a decir. En

efecto, son palabras de gran trascendencia teológica y cristológica. Les concede que saben de su naci-

miento terreno, pero su ignorancia es total sobre su verdadero origen. Y es precisamente la

información que tienen de su ascendencia humana lo que les impide tener un verdadero cono-

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cimiento de su persona, al rehusar la aceptación de su función mesiánica. Sólo quien conozca y

acepte tal misión conocerá su verdadero origen. Él no se presenta con autoridad propia, sino que ha

sido enviado por Dios. En este sentido su origen es oculto, nadie lo conoce. Y no lo conocen

porque no conocen a Dios. Palabras verdaderamente provocativas, ya que los judíos no sólo

presumían de conocer a Dios, sino de poseerlo en exclusiva. Y ahora les dice Jesús que no conocen

a Dios. Estas palabras significan un reto para los judíos, para los cristianos y para todos los

creyentes de las distintas religiones. El que de verdad conoce a Dios no puede rechazar a Jesús -lo

que representa de bien para el hombre-. Rechazar a Jesús equivale a tratar a Dios de

impostor. El recto conocimiento de Dios y el recto conocimiento de Jesús son correlativos.

Jesús, ante aquellas creencias fantásticas que impiden a la gente reconocerle como Mesías, ha

reaccionado con energía para refutarlas. No se puede dictar a Dios una manera concreta de

actuar, ni eliminar la espontaneidad del Espíritu, en nombre de unas tradiciones por muy

sagradas e importantes que nos parezcan.

Todo hombre que esté aferrado a unas creencias, del tipo que sean, perderá todas las

oportunidades de encontrarse con Dios y con su Cristo, porque ambos suelen presentarse como

don libre de vida, fuera de las complicadas redes tejidas por los mismos hombres religiosos.

El verdadero Mesías no ha de ser reconocido por el lugar de procedencia, como ellos

piensan, sino por ser el portador del Espíritu, cuya actividad se reconoce en las obras. El

verdadero Mesías se reconoce por la libertad, justicia, amor, verdad y paz que comunica a los

hombres oprimidos. Ésta es la única condición para reconocerlo. El que no lo reconozca así es

porque ha subordinado a Dios y a Jesús a sus propios intereses personales y a sus propios

prejuicios.

Al decir "vosotros" incluye a todos -de entonces y de ahora- los que comulguen con las ideas de

sus oponentes, sean dirigentes o subordinados. Cuando la ideología religiosa oculta el amor de

Dios por el hombre, impide su verdadero conocimiento y el de sus enviados. Cuando la Iglesia está

más preocupada por la pureza de una revolución que por el bien del pueblo, algo muy grave está

fallando en su comprensión del Dios liberador de Jesucristo.

Su ignorancia del origen verdadero de Jesús es culpable. ¿Cómo han llegado a desconocer al

Dios constantemente manifestado a través de los profetas? ¡Los dirigentes del pueblo elegido!

Cada palabra de Jesús debería ser una sacudida a nuestras conciencias cristianas, tan seguras de

poseer una verdad inmutable.

Jesús conoce a Dios porque procede de él, porque nunca ha dejado de buscarlo en los

acontecimientos de cada día y en la oración. Expresa aquí su propia experiencia de unión con el

Padre, de verdadero Hijo. ¿Cómo saber quién es Dios sin tratar de ser un verdadero hijo y herma-

no? Y ¿cómo ser hijo sin saber que Dios es Padre?

La declaración de Jesús, que invalida el modo corriente de concebir al Mesías y acusa de no

conocer a Dios a los que profesan tales ideas, provoca la indignación de parte de los oyentes, que

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quieren detenerlo. No están dispuestos a renunciar a sus convicciones ni a que sean puestas en

duda. Quieren -queremos- por Mesías al triunfador que les dé todo hecho. No consiguen

echarle mano, "porque todavía no había llegado su hora": la hora para morir en la cruz. Aún

no estaba "todo cumplido" (Jn 19,30)...

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La razón de la fuerza

Muchos del pueblo creyeron en él, y decían: -Cuando venga el Mesías, ¿realizará más signos milagrosos que este hombre? Se enteraron los fariseos de que la gente hacía estos comentarios acerca de Jesús,

y, de acuerdo con los jefes de los sacerdotes, enviaron policías del templo para prenderlo.

Entonces Jesús dijo: -Poco tiempo estaré ya con vosotros, pues me voy al que me ha enviado. Me

buscaréis y no me encontraréis. Donde yo esté, vosotros no podéis ir. Se decían entre sí los judíos: -¿Adónde se irá éste que nosotros no le podamos encontrar? ¿Acaso piensa ir a

los países griegos a enseñar a los judíos dispersos y a los mismos paganos de esos países? ¿Qué significa lo que dice: "Me buscaréis y no me encontraréis" ; y "donde yo esté, vosotros no podéis ir”:

(Jn 7,31-36)

1. Los dirigentes quieren prenderlo

Pero el pueblo en su mayoría no está en contra de Jesús. Sus enseñanzas de aquellos días en

el templo, junto con el recuerdo de sus milagros, especialmente los realizados en Jerusalén, crearon

en gran parte de sus oyentes una opinión muy favorable a él, lo que va a provocar una reacción

policíaca de los fariseos y una respuesta de Jesús de gran importancia.

Muchos aceptan creer que él es el Mesías. Jesús les ha abierto los ojos: dejan las teorías doc-

trinales para fijarse en los hechos. Y los hechos le son claramente positivos. El elevado número

de seguidores va a provocar la alarma de las autoridades religiosas: el negocio que se han monta-

do a la sombra del templo corre un grave peligro; y lo mismo el dominio que ejercen sobre el

pueblo.

La hostilidad de los dirigentes pasa a la acción. Los fariseos, celosos defensores de su ley, se

dan cuenta de los comentarios favorables que hace la gente acerca de Jesús, y se alarman. Y

aunque en muchas cuestiones eran adversarios de los sumos sacerdotes, se alían con ellos para

tratar de prender a Jesús, por el peligro en que pone el poder de ambas instituciones. De esta

forma, el sanedrín envía por primera vez guardias del templo para detener a Jesús, con la inten-

ción de buscar luego una fórmula para poder eliminarlo. Es necesario que el pueblo vuelva a su

autoridad, atajando inmediatamente todo lo que la ponga en peligro.

Es muy posible que este envío de los guardias del templo para prender a Jesús tuviera lugar

el último día de la fiesta de los campamentos, ya que es inverosímil que regresen ese día si la

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misión les hubiera sido confiada algún día antes. También las palabras de Jesús que siguen han

debido ser pronunciadas al final de la citada fiesta.

Jesús alude con sus palabras a su próxima muerte. Ésa es la razón de estar con ellos por

"poco tiempo".

No se indican los destinatarios u oyentes de sus palabras. Parece que son la multitud, los

guardias que han ido a prenderle y algún grupo de letrados y fariseos, que nunca faltaron en

los momentos cruciales de su vida.

2. Le buscarán y no le encontrarán

Jesús comprende inmediatamente las intenciones de las autoridades judías, y toma posición ante

ellas. Sus palabras están llenas de ironía. No se turba ante los que van a prenderle: sabe que aún

no ha llegado su hora (Jn 7,30). Su misión está para terminar, el tiempo que pasará entre ellos

es ya muy corto. Por eso los exhorta a no perder el tiempo, a aprovechar la ocasión. Él está

para marcharse con el Dios que ellos no conocen (Jn 7,28), aunque hablen mucho de él. Deben

aprovechar la oferta que les ofrece en el poco tiempo que resta.

Sus adversarios, encabezados por los dirigentes, no sospechan siquiera lo que su muerte

significará para todos ellos. Piensan que será una suerte poder librarse de él, por ser un peligroso

agitador de masas y un molesto rival. Sin embargo, la realidad será muy distinta: con su marcha

del mundo quedarán privados del enviado de Dios, de la posibilidad de conectar con él. Ellos, que

esperaron siempre al Mesías, buscarán a Jesús implícitamente -sin saberlo-, pero jamás lo

encontrarán al haberlo rechazado culpablemente. Llegará el día en que los que ahora le son

tan hostiles mirarán hacia él, buscando con nostalgia al Salvador, a aquel que dé sentido y pleni-

tud a sus vidas sin futuro. Pero no lo encontrarán, porque no podrán llegar nunca al lugar en

que está él. Para ellos será demasiado tarde. Para encontrarle tendrían que recorrer el camino

imposible del arrepentimiento, de la conversión, del cambio de dirección de sus pensamientos y

actividades. ¿Le encontraremos los cristianos? ¿Le buscamos? ¿No es para nosotros el evangelio

una disculpa para justificar el montaje institucional, más que el fundamento de toda nuestra vida

individual y comunitaria?

El lugar en el que habita Jesús es la esfera del Padre. En el mismo lugar estarán también sus

discípulos. Para estar donde está Jesús hay que dar un paso que sus oyentes no quieren dar:

romper con el sistema injusto en que viven y adherirse a su persona; ponerse a favor del

hombre, buscar el bien de la humanidad. ¿Cómo creer en Jesús sin luchar por un mundo más

justo y fraternal? Pero no están -no estamos- dispuestos a ello, porque la cruz no entraba en

sus planteamientos. Y sigue sin entrar en nuestras comunidades.

Los oyentes, que se encuentran seguros dentro de su institución, no entienden lo que dice

Jesús. Están colocados en otra perspectiva. Interpretando su ausencia en sentido material, se

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preguntan si quizá, enojado por su fracaso, está pensando en abandonar el país y marcharse a los

países griegos para enseñar en ellos a los judíos de la diáspora y a los mismos paganos. En

seguida reconocen que sus posiciones carecen de fundamento: en cualquier sitio a que fuese, ellos lo

encontrarían cuando quisieran, porque las comunidades judías que habitaban en los países vecinos

estaban en constante contacto con Jerusalén. Y se declaran completamente desconcertados ante

las palabras de Jesús.

Jesús volverá a hablar, en el evangelio de Juan, otras cinco veces de su próxima partida del

mundo, usando en todas ellas expresiones muy semejantes: una vez a los dirigentes religiosos (Jn

8,21-22), otra a la multitud (Jn 12,35) y tres veces a los discípulos (Jn 13,33; 14,19-20; 16,16-

22). Estos repetidos anuncios representan, en cierto sentido, pasajes paralelos a la triple predicción

de la pasión, que se leen en los evangelios sinópticos (Mt 16,21-23; 17,22-23; 20,17-19 y par.).

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Jesús, "agua viva"

El último día, el más solemne de las fiestas, Jesús en pie gritaba: -El que tenga sed, que venga a mí; el que cree en mí, que beba. (Como dice la

Escritura: de sus entrañas manarán torrentes de agua viva.) Decía esto refiriéndose al Espíritu, que habían de recibir los que creyeran en él.

Todavía no se había dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado. (Jn 7,37-39)

1. Jesús responde a lo que buscamos en lo más profundo del corazón

"El último día de las fiestas" puede ser el séptimo o el octavo. Las mayores probabilidades es-

tán a favor del séptimo día, punto culminante de las fiestas. El día octavo, llamado también fiesta

de la clausura, era considerado como día aparte. El día séptimo se distinguía de los otros seis en

que la procesión de los sacerdotes se hacía siete veces, en lugar de una.

En este día, procediendo como los profetas del Antiguo Testamento, que gustaban de hablar

en las grandes solemnidades, rodeado sin duda de una gran multitud, y posiblemente al térmi-

no del rito litúrgico de derramar el agua -traída en procesión desde la fuente de Siloé entre las

aclamaciones de la muchedumbre- sobre el altar, "Jesús en pie gritaba: El que tenga sed que

venga a mí..." El sentido de su gesto no es sólo un elevar la voz por razón del gran auditorio, sino

el de dar una enseñanza importante y de modo solemne.

Sus palabras son síntesis de lo conversado con la samaritana (Jn 4,7-26). Contienen una

invitación y una promesa. Invitación a ir a él y a beber de él. Promesa del Espíritu para quienes lo

hagan. El pueblo tiene sed de vida. Sed que ni el templo ni sus fiestas pueden calmar. Sólo el

Espíritu... Jesús se presenta como lo imprescindible para que los hombres podamos vivir una

vida verdaderamente humana. Y es que únicamente siguiendo su estilo de vida -vida de entre-

ga, desprendimiento y amor- seremos personas auténticas.

En el momento "más solemne de las fiestas", cuando la tensión aumenta y la expectación se

acentúa, Jesús ha respondido a lo que el hombre busca en lo más profundo de su corazón. Para

ello ha tomado pie de los ritos que se estaban celebrando. Y es que es necesario arrancar de la

vida concreta para que los hombres podamos entender.

Ir a él equivale a seguirle, a darle adhesión, a aceptarle como camino de vida y de verdad

(Jn 14,6). En su persona quedan sustituidas todas las antiguas instituciones y realizadas todas

las promesas. La fe en Jesús implica, por tanto, la ruptura con el antiguo templo y con la

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antigua ley. La fe es un encuentro con Jesús como dador del agua-Espíritu. El agua, como sím-

bolo del Espíritu. ¿Por qué hemos vuelto a caer en el mismo error al llenarnos de templos,

leyes, normas... olvidando a Jesús?

Jesús invita a todos los que tengan sed a ir a él, pues él puede saciarla. Pero pone una

condición: tener sed, ser consciente de las propias limitaciones y de los propios deseos. ¿Cómo

podrá querer beber el que no es consciente de su sed de vida más plena?

Este último día de la fiesta y el más solemne predice el verdadero último día: el de Jesús en la

cruz. Será último, porque en él todo quedará terminado (Jn 19,30); será el más solemne, porque

inaugurará el nuevo templo (Jn 2,19-21), del que fluirán el agua y la sangre del Espíritu (Jn 19,34).

Sólo puede beber de esa agua el que crea que Jesús es el Mesías: la respuesta plena a todas las

verdaderas esperanzas de los hombres.

2. El "agua" brota del interior del creyente que ha "bebido" de Jesús

La expresión "de sus entrañas", significa "de su interior". ¿Del interior de quiénes "manarán

torrentes de agua viva'? Cabe una doble lectura: manarán de Jesús o de sus seguidores. Ambas

lecturas tienen, aproximadamente, los mismos partidarios.

Pienso que las dos son verdaderas. De Jesús es evidente que mana una vida auténtica. Y

también lo es que cuando un hombre sigue de cerca su camino -el de Jesús- se nota en él algo

distinto que interroga a los que lo observan y contagia a los que tienen sed -deseos- de vivir más

plenamente. El agua brota del interior del creyente, como consecuencia de haber "bebido" de Jesús.

El origen de esa "agua" que brota del interior del creyente está siempre en Jesús; es un don suyo.

Invitando a beber, Jesús promete calmar la sed del ser humano. La condición es sentirla: el

satisfecho, el instalado, el seguro de tener ya la verdad y la verdadera vida, no se acerca a él, porque

no siente la necesidad, la sed. ¡Cuántos millones y millones de cristianos!

El agua que debe ser bebida es signo del "Espíritu, que habían de recibir los que creyeran en

él". Jesús ofrece el verdadero don de Dios: el Espíritu. Tener sed significaba darse cuenta de la

insuficiencia de la institución en que vivían como esclavos; una institución que no respondía a las

necesidades del hombre, al no ofrecer el agua del Espíritu: caminos de realización humana.

"Todavía no se había dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado". Se comunicó

con la resurrección de Jesús, porque con ella se completó su vida, y es esa vida total la que nos

comunica su Espíritu. Una vida que vamos haciendo nuestra en la medida en que seguimos al

Mesías de Dios. Una vida que nos irá cayendo encima a la vez que iremos comprendiendo su

evangelio. ¿Cómo no comprender, al fin, lo que se está experimentando en la propia carne? ¡Qué

lejos está esto de la rutina de nuestras prácticas y de la frialdad de nuestra moral y de nuestros

dogmas! A la luz de la resurrección de Jesús la Iglesia primitiva descubrió la clave para

interpretar el mensaje del Maestro. Iglesia de Cristo, ¿en qué momento de tus vergonzosas

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diplomacias y escándalos financieros has perdido la guía del Espíritu? ¿Por qué ya no respondes

a las esperanzas de los pobres -hombres y naciones- de la tierra? ¿Por qué éstos tienen que

buscar en otra parte lo que Jesús dejó tan claro?

Podemos distinguir en el Espíritu dos aspectos: en cuanto habita en Jesús y en cuanto

es recibido por los hombres. El Espíritu es el amor de Jesús. Es su amor lo que recibimos y

nos constituye en hombres nuevos, siempre que respondamos a ese amor. Un amor-espíritu

que también nosotros debemos comunicar.

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Distintas opiniones sobre Jesús en sus oyentes

De la gente que oyó estos discursos de Jesús, unos decían: -Éste es de verdad el profeta. Otros decían: -Éste es el Mesías. Pero otros decían: -¿Es que de Galilea va a venir el Mesías? ¿No dice la Escritura que vendrá

del linaje de David, y de Belén, el pueblo de David? Y así surgió entre la gente una discordia por su causa. Algunos querían prenderlo,

pero nadie le puso la mano encima. Los guardias del templo acudieron a los sumos sacerdotes y fariseos, y éstos les

dijeron: -¿Por qué no lo habéis traído? Los guardias respondieron: -Jamás ha hablado nadie así. Los fariseos les replicaron: -¿También vosotros os habéis dejado embaucar? ¿Hay algún jefe o fariseo que

haya creído en él? Esa gente que no entiende de la ley son unos malditos. Nicodemo, el que había ido en otro tiempo a visitarlo y que era fariseo, les

dijo: -¿Acaso nuestra ley permite juzgar a nadie sin escucharlo primero y averiguar lo

que ha hecho? Ellos le replicaron: -¿También tú eres galileo? Estudia y verás que de Galilea no salen profetas. Y se volvieron cada uno a su casa.

(Jn 7,40-53)

1. Triple reacción

Ante la situación de injusticia y opresión en que vive el pueblo, Jesús ha propuesto su

alternativa: la nueva comunidad en el Espíritu. No se puede reformar una sociedad ni una

religión cuyos principios básicos son injustos y se oponen a la plenitud humana. El único princi-

pio válido para construir una sociedad humana, según la voluntad de Dios, es el amor. Un amor

que hace posible el nacimiento de un hombre nuevo, distinto del actual. Hombre nuevo que Jesús

llevó a plenitud y que nos comunica a través de su Espíritu, siempre que nosotros lo aceptemos

libremente. Porque Jesús no nos comunica un saber teórico, sino el Espíritu. Un saber que sólo

podemos alcanzar a través del amor, único que nos permite penetrar realmente en la hondura

humana y encontrar en ella la imagen y semejanza de Dios que somos. La sabiduría que da el amor

saca de la ambigüedad todo conocimiento, impidiéndole convertirse en culto de sí mismo y en

instrumento de opresión.

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Ante el ofrecimiento de Jesús, hay una triple reacción: división de opiniones entre el pueblo;

debilidad exasperante en los guardias del templo, que no ejecutan las órdenes recibidas porque

iban en contra de su conciencia, y la unidad de criterio en los dirigentes religiosos, ligeramente

empañada por la tímida oposición de Nicodemo. Estos últimos no toleran las palabras de Jesús,

que terminarían con sus situaciones de privilegio. Su única respuesta será la violencia, que

justificarán en nombre de la ley.

Ante las palabras de Jesús durante los últimos días de la fiesta de los campamentos, las

opiniones entre el pueblo se dividen. Jesús nunca suscita pasividad; todo lo contrario que la gran

mayoría de los que nos denominamos cristianos. Para unos es "el profeta". Distinguen entre éste

y el Mesías, lo que estaba de acuerdo con las expectativas del pueblo, fundamentadas en la

Escritura, que esperaba a un profeta especial que preparara, al estilo de Elías, los días mesiánicos.

Por esta razón, cuando apareció Juan Bautista en las orillas del Jordán con su atuendo de profe-

ta y su vida de austeridad, las gentes pensaron si no sería "el profeta" (Jn 1,21.25). No han

acabado de entender sus palabras. Para otros es "el Mesías". Éstos aciertan totalmente, han

comprendido las palabras de Jesús al menos externamente. El contenido profundo de la expresión

irá llegando más tarde.

Frente a los grupos que estaban a favor de Jesús, aunque sus opiniones fueran distintas,

otros se oponían a él. El Mesías no podía tener su origen en Galilea, patria de Jesús según lo que

ellos sabían, sino en Belén de Judá. El lugar del nacimiento de Jesús no era conocido por sus

oyentes, no debió, trascender en vida de Jesús más allá del círculo de sus familiares e íntimos.

Solamente fue conocido por los lectores de los evangelios. Ironía de la vida, fruto de la incredu-

lidad culpable. Evidentemente, hubieran rechazado igualmente a Jesús aunque lo hubieran

sabido. ¿Cuántas cosas sabemos de Jesús los cristianos que no estamos dispuestos a poner en

práctica, porque pondrían en peligro nuestro cómodo modo de vivir? ¡Cuánto estorban las ideas

preconcebidas y el afán de defender los propios intereses!

Algunos de los que rechazaban las palabras de Jesús quieren detenerlo. Son los que

defienden el templo y la ley, cuya sustitución ha anunciado Jesús. Su actitud es fruto de haber

entendido su enseñanza. Un Mesías que no continúa sus tradiciones les resulta insoportable. Son

los que están de acuerdo con la opresión que ejercen los dirigentes, porque les beneficia en sus

obras malas (Jn 3,19). Es el fanatismo religioso oriental, presente en nuestra Iglesia con demasiada

frecuencia en las épocas de su mayor decadencia. Y es que el fanatismo religioso es y será siem-

pre enemigo de la verdadera fe. Fanatismo que sigue vivo en las esferas más integristas de nuestro

cristianismo, camuflado en una fidelidad o legalidad muy sospechosas: cuando alguien molesta se le

amenaza o se le sustituye, sin intentar siquiera el más mínimo diálogo. De momento, ninguno de

esos "fieles" se atrevió a prender a Jesús.

Los guardianes del templo, enviados por el sanedrín para detener a Jesús, regresaron a

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quienes les habían mandado sin cumplir la misión. Los sumos sacerdotes y los fariseos, que,

aunque eran antagonistas entre sí, habían formado grupo contra Jesús, se indignan de que no

hayan cumplido la orden, y preguntan el motivo.

2. "Jamás ha hablado nadie así"

Han quedado impresionados por el modo de hablar de Jesús. Su palabra irresistible les ha

causado tal impresión, que no han tenido ánimo para ejecutar la orden recibida. Les parece que

no se trata de un agitador popular, sino de un maestro único. No es que los guardias se hayan

convencido de la mesianidad de Jesús, pero sí de la grandeza de su persona y de su mensaje. Algo

intolerable. ¿Desde cuándo un subordinado tenía derecho a pensar? Mucho menos a contradecir

las órdenes del superior.

La réplica de los fariseos se veía venir: "¿También vosotros os habéis dejado embaucar?" ¿Es

que en lugar de respaldar y hacer cumplir las órdenes de los responsables del pueblo, como es

su obligación, se han dejado seducir por este hombre, como el populacho? Los fariseos, que eran

los judíos más piadosos, no pueden soportar que la gente escape de su dominio. Su reacción es

típica: si Jesús se les opone es porque es un impostor, y el que se deja convencer por él se deja

engañar. Y como argumento complementario alegan el que ningún jefe o fariseo ha creído en Jesús.

¡Faltaba más! Y lo que ellos no creían, pensaban que nadie podía admitirlo. Muestran su sufi-

ciencia una vez más. Pretenden que la opinión oficial sea normativa para todos. Los individuos no

tienen derecho a formarse un juicio, sólo los jefes pueden hacerlo porque únicamente ellos poseen la

legítima autoridad o poder ideológico. Parece que no pasa el tiempo...

3. Los dirigentes se atrincheran en su ley

Y van a justificar su rechazo -ironía de todo el relato- desde el estudio de la Escritura: "Esa

gente que no entiende de la ley son unos malditos". Los rabinos y fariseos despreciaban

profundamente al pueblo, porque no dedicaba su actividad al estudio de la ley. Desde la Escritura

rechazan a aquel que es el centro de todo su estudio. En Jesús cree solamente el populacho, los

ignorantes de la ley, a los que tratan con el máximo desprecio. Ni el pueblo ni sus opiniones

cuentan para ellos, porque no conocen la ley al no estudiarla. Y como no la conocen, tampoco

pueden practicarla ni agradar a Dios. En el judaísmo el conocimiento y la observancia de la ley son

una misma cosa; instrucción y piedad coinciden. El hecho de que el pueblo crea en Jesús lo expli-

can los fariseos por la ignorancia que tiene de la ley. Han creado una religión de élite, en la que sólo

los que estudian pueden estar a bien con Dios. Son ellos, los entendidos, quienes enseñan lo que

Dios quiere. De esa forma tienen en sus manos el poder religioso y el dominio sobre la masa, que

carece de opinión personal.

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Es terrible constatar que es la propia ideología religiosa, fundamentada en la Escritura, la que

les cierra el paso para creer en Jesús. En vez de abrir su corazón a la enseñanza de Jesús y dejar-

se influir por sus milagros, como hace el pueblo sencillo, se atrincheran detrás de su ley. Los fari-

seos confundían el conocimiento de la ley, cuya observancia ponían como meta de todo, con el

conocimiento de Dios, que se manifiesta a través de las obras hechas a favor del hombre. Ahora

identificamos la verdad de Dios y la de Jesús con la verdad de la Iglesia, lo que es un tremendo

error. La Iglesia, el Papa, los obispos juntos o separados, los sacerdotes, los cristianos en general...

tendremos verdad en la medida que sigamos a Jesús, en la medida que sus planteamientos sean los

nuestros. El Espíritu Santo actúa si le dejamos...

4. Protesta de Nicodemo

Nicodemo, a pesar de pertenecer a la clase dirigente, era sensible a la injusticia. Protesta del

intento de condenar a Jesús sin haberlo escuchado ni haber examinado su actividad. Su argu-

mentación es la propia de un doctor de la ley: la ley no condena a nadie sin antes oírle permitiendo

su defensa, sin haberlo interrogado y establecido con exactitud el grado de culpabilidad (Dt

1,16-17; 17,4). Sigue también el principio de Jesús: son las obras, no los prejuicios, los que han

de decidir en favor o en contra de la persona (Jn 5,36). Pero piensa que la ley puede usarse como

instrumento de justicia. No se da cuenta Nicodemo de que, en manos del sanedrín, es sólo un medio

de dominio y de venganza.

La intervención de Nicodemo ha sido velada, pues aún no es discípulo de Jesús. Su defensa

resulta pobre al apoyarse en la ley, cuando debía haberlo hecho en el convencimiento de la

inocencia del acusado.

5. En lugar de responder a Nicodemo, lo insultan

La respuesta de los fariseos a Nicodemo encierra una fuerte y doble injuria camuflada: lo

llaman galileo y lo mandan a estudiar. No responden a la cuestión que les ha planteado. Ellos no

pretenden juzgar a Jesús: quieren matarlo (Jn 7,1.9.25). No atienden a razones: la actividad de

Jesús los tiene exasperados.

En lugar de responder a Nicodemo, lo insultan. De sobra sabían el noble origen de

Nicodemo. Tratan de injuriarle, puesto que para los habitantes de Judea los galileos eran

considerados como judíos inferiores. Con sus insultos quieren encubrir su postura. Ahora, en

Occidente, es el marxismo el chivo expiatorio, la disculpa de todos los desmanes del salvaje

capitalismo. Los fariseos, de entonces y de ahora, saben prescindir de la ley y de la justicia cuando

estorba a sus intereses.

Y tratándolo como a un ignorante, le recomiendan que estudie para que vea que de Galilea no

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salen profetas. Basados en ello, ni siquiera les parece necesario examinar los fundamentos en que

se basa Jesús para atribuirse títulos mesiánicos. Su mala fe queda más en evidencia si tenemos

en cuenta que de Galilea sí había surgido un profeta (2Re 14,25), aunque fuera de poca impor-

tancia, y ellos tenían que saberlo. ¿Por qué no podía ser Jesús la segunda excepción? Su aversión a

Jesús los tiene ciegos: está poniendo en peligro su influencia y su modo de vivir.

En una ocasión anterior (Jn 5,39) afirmó Jesús que el estudio de las Escrituras debería haber

llevado a los dirigentes a darle fe, pues daban testimonio de su persona. Ahora, los fariseos

recomiendan a Nicodemo el estudio de las mismas para disuadirlo de defender a Jesús. ¿Tan

difícil es su interpretación? Sí, porque depende de la disposición profunda del hombre, de los

objetivos que se proponga, de la "pobreza" en que viva...

La reunión se disolvió: cada uno se marchó a su casa. Las razones del injuriado

Nicodemo no fueron rebatidas. Y quedó flotando sobre el sanedrín una terrible acusación: la

condena a muerte de Jesús, en forma más o menos oficial, sin haberle dado la oportunidad de

defenderse. Un hecho que se repetirá demasiadas veces en la Iglesia a través de los siglos...

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Jesús, "luz del mundo"

Dijo Jesús a los judíos:

-Yo soy la luz del mundo: el que me sigue no camina en las tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. Le dijeron los fariseos:

-Tú das testimonio de ti mismo, tu testimonio no es válido. Jesús les contestó: -Aunque yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio es válido, porque sé de

dónde he venido y adónde voy; en cambio, vosotros no sabéis de dónde vengo ni a dónde voy. Vosotros juzgáis por lo exterior; yo no juzgo a nadie; o, si juzgo yo, mi juicio es legítimo, porque no estoy yo solo, sino que estoy con el que me ha enviado, el Padre. Y en vuestra ley está escrito que el testimonio de dos es válido. Yo doy testimonio de mí mismo, y además da testimonio de mí el que me envió, el Padre.

Ellos le preguntaban: -¿Dónde está tu Padre? Jesús contestó: -Ni me conocéis a mí ni a mi Padre: si me conocierais a mí, conoceríais

también a mi Padre. Jesús tuvo esta conversación junto al arca de las ofrendas, cuando enseñaba en el

templo. Y nadie le echó mano, porque todavía no había llegado su hora. (Jn 8,12-20)

El evangelio de Juan describe la misión realizada por Jesús con rasgos muy distintos de los que

emplean los otros tres evangelios. En los sinópticos, Jesús se presenta como el Mesías que anuncia el

reino de Dios ya próximo y obra unos milagros que testifican la veracidad de su mensaje. En

Juan, en cambio, la idea dominante es la revelación de Dios a través de la persona de Jesús. Para el

cuarto evangelista, Jesús es ante todo el Enviado de Dios. Jesús mismo habla de Dios con la

expresión "el que me envió" unas veinticinco veces en este evangelio. Es pensamiento básico en la

enseñanza de Juan el que no es posible conocer y poseer a Dios si no se conoce y se posee a Jesu-

cristo, su Hijo. La misión terrena de Jesús no era otra que llevar a los hombres al conocimiento y a

la comunión con Dios a través de su persona. Es así como se obtiene la vida eterna.

1. Jesús ilumina esencialmente la vida humana

Jesús reanuda su enseñanza en el templo -posiblemente también el día octavo de la fiesta

de los campamentos-, con una afirmación solemne tomando pie de nuevo de las ceremonias de la

fiesta.

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En efecto, en la primera y en la octava noche de la fiesta de los campamentos ardían en el atrio

de las mujeres cuatro enormes candelabros de oro, cargados de innumerables luces, de más de

veinticinco metros de altura y que, al sobresalir más de trece metros sobre los muros del

templo, se veían en toda la ciudad. A su resplandor, los hombres danzaban llevando en sus

manos teas encendidas, mientras los levitas tocaban instrumentos musicales y cantaban salmos.

Los candelabros eran encendidos para conmemorar la "columna de nube y de fuego" con las que

Dios los guió por el desierto camino de la tierra prometida (Éx 13,21-22). Tenían también sentido

mesiánico, en cuanto la luz es símbolo de felicidad, alegría, liberación-salvación.

En este ambiente cargado de simbolismo pronuncia Jesús su declaración: "Yo soy la luz del

mundo". No es una luz para el pueblo judío únicamente; su misión es universal. Con sus palabras

quiere decirles que es a la luz que emana de él a la que deben gozarse y orientar su vida. Con

ellas nos descubre lo que él es y lo que quiere ser para nosotros. Con su misión liberadora,

Jesús ilumina esencialmente la vida humana. Identifica la luz que es Dios con la suya propia; no es

la suya una luz cualquiera, sino "la luz". Con estas palabras reclama para sí la divinidad, con-

forme a los procedimientos bíblicos y semitas conocidos.

"El que me sigue no camina en las tinieblas". Jesús es una luz que está en movimiento

constantemente y nos invita a todos a seguirle para salir de la tiniebla. Es evidente que si la luz

está en movimiento, únicamente vivirá iluminado por ella el que sigue ese movimiento, ese camino.

Seguirle es hacerse su discípulo, vivir tratando de darle a las personas, a los acontecimientos y a las

cosas su verdadero valor: el que tienen para Dios.

Reaparece la oposición entre luz y tinieblas establecida en el prólogo (Jn 1,5). También aquí

ambas tienen un ámbito universal.

Al proclamar estas palabras en el templo, centro de la institución opresora que han creado

los dirigentes religiosos para su propio provecho, Jesús invita al pueblo a abandonarlo. Y nos

invita a todos los hombres, a la humanidad entera, sometidos a un sistema de poder que tiene como

fundamento el dinero, a seguirlo. ¿No ocupa en el templo el dinero -"el arca de las ofrendas", junto

a la que Jesús habla al pueblo- el lugar de Dios? Y lo que domina el dinero es un espacio de

muerte, de tiniebla. Jesús apela a la libertad humana: el hombre debe salir voluntariamente de

la opresión, de la tiniebla en que vive. El seguimiento de Jesús le irá descubriendo lo acertado

de su opción.

Sus palabras son un desafío en medio de la hostilidad de las autoridades. En ellas nos ofrece

Jesús su alternativa.

Invita a todos a seguirle, pero en singular. A Jesús no se le puede seguir masivamente, es

necesaria la decisión personal: cada miembro de su comunidad ha de ser responsable de su

opción. ¿Qué podrá decir a esto nuestro masificado cristianismo?

Jesús crea una comunidad nueva en el Espíritu; es decir, sus miembros se relacionarán entre

sí por el amor mutuo. La cohesión o seguridad nunca le vendrá de una organización exterior, sino

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del Espíritu de Jesús, lo que les llevará a buscar y a encontrar constantemente los caminos para

hacer eficaz la nueva relación humana del amor. La dirección justa de ese camino la dará el

seguimiento de Jesús, en la práctica de una vida de acuerdo con ese seguimiento. Caminar en

tinieblas es lo mismo que vivir una vida sin objetivo, un moverse que lleva a la muerte.

"El que me sigue... tendrá la luz de la vida". "Tener" es lo mismo que "poseer". El segui-

miento no es algo exterior, sino la vida misma comunicada por Jesús, y que se hace propiedad

de cada uno, lo mismo que el "agua viva" que da a los suyos se convierte en manantial dentro

de ellos (Jn 4,14). La comunidad de Jesús es el lugar de la vida, de la luz..., mientras que la

sociedad dominada por el dinero lo es de la muerte, de la tiniebla.

2. Se trata de aceptar una experiencia íntima

Las palabras de Jesús no implican condenación para nadie, sino todo lo contrario: su amor

es universal, su luz es para todos. Sin embargo, los fariseos, que han comprendido de sobra la

presentación que ha hecho de sí mismo como Mesías, lo rechazan arguyéndole con la ley, según

la cual el testimonio de uno solo no es válido (Dt 19,15). Han vuelto a plantear erróneamente la

cuestión: piden una evidencia externa, cuando de lo que se trata es de aceptar una experiencia

íntima. La invitación de Jesús es sentida por los opresores como una acusación; no quieren

entender, ni pueden, porque ellos encarnan las tinieblas. Y todos sabemos quiénes son los

peores sordos... Se sienten atacados, porque Jesús derriba el sistema legal en el que se han

instalado. ¿Cómo van a querer entender y aceptar al que daña su propio modo de vivir? Es inútil

explicar y dar razones a quienes se han colocado en otra perspectiva, o se han instalado en la

propia conveniencia.

3. Entiende quien esté a favor del hombre

Jesús rechaza el principio jurídico que le alegan, y reivindica plena validez para su testimonio

personal. Pero no se esfuerza demasiado en demostrárselo. Sabe que sólo lo puede entender

quien esté a favor del hombre y coloque su bien por encima de la ley, porque sólo éstos son per-

meables al Espíritu de Dios, que no es el caso de sus adversarios.

Si un profeta estaba convencido, a veces, de que Dios le hablaba y comunicaba esas manifes-

taciones, ¡cuánto más él, que sabe de dónde viene y adónde va! Su caso no se puede juzgar como

los otros casos. Su testimonio es válido, el único válido. ¿Cómo van a aceptar tan extrañas

palabras quienes rechazan de antemano a la persona que las dice? El camino de la fe es el

inverso: primero aceptamos a la persona, sólo después podremos creer en lo que dice. Para

aceptar a la persona solemos fijarnos en la coherencia de su vida.

Jesús apoya su declaración en la conciencia que tiene de su origen y de su misión: ha nacido

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de Dios (Jn 3,6); tiene decidido su programa de vida, que consiste en dedicar su vida entera, hasta

la muerte, en favor del hombre; no busca su gloria (Jn 5,41), su propio interés ni su prestigio,

sino la gloria del que le envió (Jn 7,18). ¿Cómo va a ser falso el testimonio de un hombre de

estas características? Su propia realidad interior será su aval. Su asesinato en la cruz demos-

trará la absoluta coherencia de su vida (Jn 8,28).

Ellos, los dirigentes religiosos del pueblo, están totalmente incapacitados para reconocer en

él al Mesías, porque viven ajenos al Espíritu de Dios. Sus intereses van por otros caminos.

Los fariseos lo rechazan porque lo juzgan según las apariencias externas. Lo ven como un

hombre que va en contra de muchas de sus prescripciones, sin preocuparse de profundizar el

porqué. Están completamente seguros de su ortodoxia. ¿Cómo un hombre que vive de una forma

tan distinta a la que ellos proponen puede ser el Mesías? No son capaces de descubrir sus ideales, los

móviles que le llevan a vivir como lo hace. Parece mentira que unos hombres tan piadosos

sean incapaces de saber que lo esencial, lo más importante del ser humano, es invisible a los ojos. Si

no llegan a su pleno nivel humano, ¿cómo van a aceptar que en Jesús haya otro origen, otro

principio de vida? Claro que si llegaran a su pleno nivel humano, llegarían al divino, porque en él

ambos se identifican, al ser "el Hijo".

El que sea incapaz de captar, aunque nada más sea, algo del Espíritu, juzgará a Jesús según

su realidad exterior, y no lo entenderá. Se moverá en el ámbito de la "carne", como Nicodemo

(Jn 3,5-6). Es lo que le sucede a la mayoría de los cristianos, formados a base de lecciones de

catecismo; saben -sabemos- los pormenores de su vida: nacimiento en Belén, milagros, muerte en la

cruz "para redimirnos", resurrección... Pero ¿por qué y para qué? ¿Qué misión nos encargó a

los cristianos?...

Jesús no responde a sus expectativas. El Mesías que esperan no es más que la personificación de

sus ambiciones y de sus deseos de revancha y dominio.

Jesús podía cambiar los papeles y juzgarles a ellos por su incredulidad. Pero él "no juzga

a nadie". "Juzgar" aquí es sinónimo de "condenar". No excluye a nadie de su invitación a seguir-

le. Ha venido a salvar, no a condenar.

Aunque Jesús no pretenda excluir a nadie, el rechazo que de él hacen equivale a una auto-

exclusión, a una condenación. En presencia de la luz que él comunica, ellos prefieren las tinieblas a

causa de la maldad de sus obras (Jn 3,19). Jesús no puede comunicar vida al que no quiere

aceptarla.

Además, si él pretendiera juzgarles, su sentencia sería legítima, porque estaría avalada por su

propio testimonio y el del Padre. ",No está escrito en vuestra ley que el testimonio de dos es

válido?" A la vez que se distancia de sus instituciones -"vuestra ley"-, les argumenta con lo

mismo que ellos han hecho al comienzo de esta disputa.

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¿Cómo puede el Padre dar testimonio de Jesús? Aquí no se dice expresamente. En otros pasajes

se indica que lo hace a través de las obras que le permite realizar (Jn 5,36; 10,37-38). Los milagros

que realiza son los "signos" de la autenticidad de su misión, el aval del Padre.

Jesús, para afirmar lo que es, ni necesita ni puede tener el apoyo de otros; le basta su

experiencia interior del Padre, origen de su misión y meta de su camino. Y esto es cuestión de

fe: de aceptarlo o de rechazarlo. Una fe que, de alguna manera, se puede apoyar en la búsqueda

personal del conocimiento de Jesús.

4. El único rostro visible de Dios es el de Jesús

Los fariseos le preguntan irónicamente: "¿Dónde está tu Padre?" Que venga y testifique, ya que

para ellos lo único que cuenta es la "materialidad" de las personas. Son incapaces de ir más allá.

La respuesta de Jesús es profunda y contundente. No conocen al Padre precisamente porque

por su obstinación no lo quieren conocer a él como el Enviado y el Hijo de Dios. No responde a su

pregunta, pero les descubre el origen y las consecuencias de su oposición. El único rostro

visible de Dios es el de Jesús. La ignorancia que han fingido tener con su pregunta, Jesús se

la confirma seriamente: quien no es capaz de descubrir a Dios a través de sus obras en favor

del bien de los hombres, jamás lo podrá conocer. ¿Cómo van a comprender y a creer a Jesús los

que desprecian a los demás?

¿Por qué Juan menciona junto a la discusión con los fariseos el "arca de las ofrendas'? En

ella se guardaban los frutos de la explotación del pueblo. Era ella el centro del templo, el verda-

dero santuario. El "dios" del templo ya no era el Padre, sino el dinero (Jn 2,16). Por esa razón

era el templo el lugar de máximo peligro para Jesús. Jesús, el verdadero santuario de Dios (Jn

2,19-21), es incompatible con el templo del que su Padre ha sido sustituido por el lucro. Esa

incompatibilidad será la causa de su muerte: los dirigentes religiosos optarán por la muerte de

Jesús antes de poner en peligro los beneficios económicos en que fundamentaban su poder.

Continúa el deseo de prenderle, pero "nadie le echó mano, porque todavía no había

llegado su hora". A medida que la luz avance, las tinieblas le opondrán más resistencia, hasta

que logren apagarla... aparentemente.

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Jesús, Mesías de Dios

Dijo Jesús a los judíos: -Yo me voy y me buscaréis, y moriréis por vuestro pecado. Donde yo voy no

podéis venir vosotros. Y los judíos comentaban: -¿Será que va a suicidarse, y por eso dice "donde yo voy no podéis venir

vosotros”? Y él continuaba: - Vosotros sois de aquí abajo, yo soy de allá arriba: vosotros sois de este mundo,

yo no soy de este mundo. Con razón os he dicho que moriréis por vuestros pecados: pues si no creéis que yo soy, moriréis por vuestros pecados.

Ellos le decían: -¿Quién eres tú? Jesús les contestó: -Después de todo, ¿para qué seguir hablándoos? Podría decir y condenar

muchas cosas en vosotros; pero el que me envió es veraz y yo comunico al mundo lo que he aprendido de él.

Ellos no comprendieron que les hablaba del Padre. Y entonces dijo Jesús: -Cuando levantéis al Hijo del hombre sabréis que yo soy, y que no hago nada

por mi cuenta, sino que hablo como el Padre me ha enseñado. El que me envió está conmigo, no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada.

Cuando les exponía esto, muchos creyeron en él. Dijo Jesús a los judíos que habían creído en él: -Si os mantenéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la

verdad y la verdad os hará libres. Le replicaron: -Somos linaje de Abrahán y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices

tú: seréis libres?

Jesús les contestó:

-Os aseguro que quien comete pecado es esclavo. El esclavo no se queda en la casa para siempre, el hijo se queda para siempre. Y si el Hijo os hace libres, seréis realmente libres. Ya sé que sois linaje de Abrahán; sin embargo, tratáis de matarme, porque no dais cabida a mis palabras. Yo hablo de lo que he visto junto a mi Padre, pero vosotros hacéis lo que le habéis oído a vuestro padre.

Ellos replicaron: -Nuestro padre es Abrahán. Jesús les dijo: -Si fuerais hijos de Abrahán, haríais lo que hizo Abrahán. Sin embargo,

tratáis de matarme a mí, que os he hablado de la verdad que le escuché a Dios, y eso no lo hizo Abrahán. Vosotros hacéis lo que hace vuestro padre.

Le replicaron: -Nosotros no somos hijos de prostituta; tenemos un solo padre: Dios. Jesús les contestó: -Si Dios fuera vuestro padre me amaríais, porque yo salí de Dios y aquí estoy.

Pues no he venido por mi cuenta, sino que él me envió. ¿Por qué no entendéis mis palabras? Porque no podéis aceptar mi mensaje.

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Vosotros tenéis por padre al diablo y queréis realizar los malos deseos del diablo; él fue homicida desde el principio y no ha permanecido en la verdad porque en él no hay verdad. Cuando dice mentira habla según su propia naturaleza, porque es mentiroso y padre de la mentira.

Yo, en cambio, os digo la verdad y no me creéis. ¿Quién de vosotros encontrará en mí falsedad? Entonces, si os digo la verdad, ¿por qué no me creéis? El que es de Dios escucha las palabras de Dios; por eso vosotros no me escucháis, porque no sois de Dios.

Los judíos le respondieron: -¿No decimos con razón que eres samaritano y que tienes un demonio? Jesús contestó: -Yo no tengo un demonio, sino que honro a mi Padre, y vosotros me deshonráis

a mí. Yo no busco mi gloria; ya hay quien la busca y la juzga. Os aseguro: quien guarda mi palabra no sabrá lo que es morir para siempre. Los judíos le dijeron:

-Ahora vemos claro que estás endemoniado; Abrahán murió, los profetas también, ¿y tú dices "quien guarde mi palabra no conocerá lo que es morir para siempre'? ¿Eres tú más que nuestro padre Abrahán, que murió? También los profetas murieron, ¿por quién te tienes?

Jesús contestó: -Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada. El que me

glorifica es mi Padre, de quien vosotros decís: "Es nuestro Dios”; aunque no lo conocéis. Yo sí lo conozco, y si dijera "no lo conozco" sería, como vosotros, un embustero; pero yo lo conozco y guardo su palabra. Abrahán, vuestro padre, saltaba de gozo pensando ver mi día: lo vio, y se llenó de alegría.

Los judíos le dijeron: -No tienes aún cincuenta años, ¿y has visto a Abrahán? Jesús les dijo: -Os aseguro que antes que naciera Abrahán existo yo. Entonces cogieron piedras para tirárselas, pero Jesús se escondió y salió del

templo. (Jn 8,21-59)

Seguimos, probablemente, en el último día de la fiesta de los Campamentos. La incom-

prensión del auditorio, que en este texto no parece incluir a la multitud, sino sólo a los dirigentes,

al ser las argumentaciones más de fariseos que del pueblo, es cada vez mayor si cabe. Y es que

Jesús y sus adversarios están situados en terrenos distintos. Empeñados en no querer ver en Jesús

al Mesías de Dios, su lenguaje les resulta incomprensible y escandaloso.

1. Rechazar a Jesús tiene unas consecuencias desastrosas

La primera parte de este pasaje (vv. 21-30) presenta notables semejanzas con otro (Jn 7,31-36).

Jesús habla de su vida -de su muerte- por segunda vez en este evangelio. En la primera, los

oyentes se habían preguntado si se iría al extranjero, fuera de Palestina. La obstinación de los

representantes de la situación religioso-política en rechazarlo tendrá para ellos unas consecuencias

desastrosas. Lo buscarán cuando se haya ido; es decir, andarán desesperados en busca de un

salvador capaz de dar sentido a sus vidas, de perdonar sus pecados y de darles vida para siempre;

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pero será demasiado tarde, porque rechazaron al único verdadero Salvador. Hemos de recordar que

en los tiempos de Jesús existía gran expectación mesiánica, como lo prueba el movimiento popu-

lar creado en torno a Juan Bautista y la creciente vigilancia de la comunidad de Qumrán en

el desierto. En todo ello, los judíos buscaban implícitamente al Mesías, del qué se creía que

estaba próximo. Al buscarlo fuera de Jesús, les sería imposible encontrarlo. El desastre llegará a

todos (Jn 7,34), pero la responsabilidad recaerá sobre los dirigentes. El que ellos rechazan por

considerarlo un peligro es el único que les podría haber salvado. Su adhesión a las instituciones

corrompidas y opresoras, cuyo dios es el dinero, será su ruina. Es ahí donde está la raíz del pecado

de que les habla. Por esa razón, su mención sigue inmediatamente a la del tesoro del templo (Jn

8,20).

Los dirigentes religiosos no aceptarán nunca a un Mesías crucificado, ni estarán dispuestos ja-

más a dar la vida por el pueblo como Jesús, sino a quitársela con la explotación que ejercen sobre

él. Aceptar y seguir a Jesús les hubiera obligado a abandonar su posición, dejar de buscar sus

propios intereses, a salir de sí mismos y de todo lo que eran y tenían.

¡Con qué profunda atención y como dichas a nosotros deberíamos ahondar los cristianos estas

palabras de Jesús! Porque hemos de reconocer que no hemos "traducido" los valores y luchas

del Jesús histórico a nuestra época. Cuando alguien camina un poco cercano a Jesús surge el

escándalo en los círculos eclesiásticos, como si el único escándalo posible en nuestra Iglesia

fuera la fidelidad al evangelio. Si un cristiano se pone a trabajar de verdad en favor de las reivin-

dicaciones del pueblo, ¿no se le descalifica inmediatamente?

La profunda injusticia de nuestra sociedad lleva la muerte en sí misma y acabará en su ruina,

arrastrando en ella a los individuos. La única forma de salir de la espiral de opresión, violencia,

gastos de armamentos, paro... consiste en aceptar a Jesús como modelo de hombre nuevo; un

Jesús que se entrega a sí mismo para que los hombres obtengamos la verdadera vida, vida que sólo

se consigue siguiendo su camino. Un Jesús que luchó contra todas las injusticias de su época y

que entregó su vida al bien de todos los demás hombres, en especial de los más pisoteados. Por eso

acabó tan mal.

El pecado -traición del hombre a sí mismo- consiste en la renuncia a la plenitud de vida

que Dios quiere para el hombre. Se comete por la integración voluntaria en el orden injusto que

padecemos. Esta traición fundamental nos llevará a cometer otras muchas por no arriesgarnos,

arrastrándonos a la pérdida definitiva de la vida.

Una vez más los dirigentes no entienden las palabras de Jesús y las comentan irónicamente,

lo que deja patente su grado de endurecimiento. Comentan sarcásticamente si pensará suicidar-

se, lo que era una gravísima injuria a Jesús y, a la vez, un modo de manifestar la seguridad que

tenían de su santidad y del premio que les esperaba. En efecto, el suicidio era considerado como

un tremendo delito, digno de la gehenna -infierno-. Y era ese lugar al único al que ellos no

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podían ir.

2. Jesús es el "yo soy" de Dios

Jesús no hace caso de sus maliciosos comentarios, e insiste en la radical diferencia que existe

entre él y aquella gente, como ya hiciera en otra ocasión en términos parecidos (Jn 3,31-32): Jesús es

de "arriba", de la esfera del Espíritu (Jn 3,3-7); ellos pertenecen a este mundo, en el que Dios está

ausente.

El término "mundo" tiene en Juan una gran importancia teológica. Se lee setenta y siete veces

en su evangelio. Con esta palabra designa el conjunto de lo que existe fuera de Dios: todo lo crea-

do, de duración limitada, que abarca a los hombres y a la naturaleza. Se contrapone a la eterni-

dad e incorruptibilidad, que constituye el objeto de la esperanza escatológica.

En un sentido más restringido, el mundo es la morada de los hombres y el escenario de la

historia humana.

Todavía tiene un tercer significado: cuando designa simplemente a la humanidad, prescin-

diendo del resto de la creación: objeto del amor de Dios (Jn 3,16-17); Jesús borra su pecado (Jn

1,29), es su Salvador (Jn 4,42), su luz (Jn 8,12), su verdadera vida (Jn 6,33.51)...

Juan sabe bien que la gran masa de los hombres rechaza el amor de Dios que se revela en la

misión del Hijo. Por eso, el término "mundo" tiene también el sentido de potencia hostil a Dios,

siendo este significado el que más le caracteriza. De esta forma el mundo es, para Juan y en este

sentido, una potencia personal colectiva que culmina en el demonio. Contra esta potencia

diabólica tendrán que combatir Jesús y los suyos. Ahora está encarnada en los adversarios. Los

que acepten a Jesús son sacados del mundo (Jn 17,6), aunque sigan viviendo en él (Jn 17,11)...

Si es verdad que el mundo es malo, no lo es por ser materia, sino por haberse desligado de la

unión con Dios. Los dirigentes no aceptan a Jesús porque están inmersos en el orden injusto de

aquí abajo. El abismo que les separa no es insalvable, sólo necesitan creer en él. Si así lo hacen, tam-

bién ellos podrán llegar al lugar adonde él se dirige.

Jesús afirma de sí mismo: "Yo soy". ¿Qué significa esta frase enigmática y tan frecuente en

Juan? Indica a alguien en cuanto no tiene principio ni fin. Es lo que respondió Dios a Moisés

desde la zarza ardiendo (Éx 3,14). Al aplicársela a sí mismo, Jesús se coloca a nivel divino: como el

"yo soy" de Dios; es decir, su total y única verdad en pensamiento y conducta, la verdadera forma

de vivir.

3. "¿Quién eres tú?"

Es la misma pregunta que le hizo a Juan Bautista la comisión investigadora (Jn 1,19), y es la

pregunta que debe hacerse todo el que quiera encontrarse con él. Aquí parece una pregunta

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innecesaria después de las repetidas declaraciones que les ha hecho: es el "agua viva" (Jn 7,37-

38), la "luz del mundo" (Jn 8,12), el "enviado de Dios" (Jn 5,36; 7,28; 8,18). Es el Mesías, aunque

prefiere no emplear este título debido a que su mesianismo es muy distinto del admitido en gran

parte del pueblo judío. No quiere partir de un nombre cuyo contenido haya que rectificar más

adelante, sino de la realidad de sus obras en favor del hombre. Después de su muerte y resurrec-

ción, se le podrá aplicar ese título sin peligro de equívocos (Jn 20,31). Un título que cada gene-

ración de cristianos debe profundizar para no caer en el mismo error que los judíos. Por no

hacerlo, el "Mesías" cristiano es muy parecido al que esperaban los dirigentes de Israel. ¿No

tenemos un cristianismo burgués y conservador?

"¿Para qué seguir hablándoos?" El es lo que les ha venido afirmando constantemente con

sus obras y con sus palabras. Ellos no lo aceptan, con lo que se cierran a todo lo que pertenezca a

la esfera del Espíritu. ¿Para qué perder más el tiempo explicándoos quién soy, si no queréis

entender?

Como Mesías enviado por Dios, Jesús podría condenar muchas cosas en ellos, que aparecen

como representantes de Dios cuando tan lejos están de él; de su actitud hostil e incrédula, de su

empeño en que Dios y su Mesías sean lo que ellos quieren que sean... Pero, de momento, no va

a seguir ese camino. El que le envió, que "es veraz", quiere que ejerza ahora únicamente su

función de Salvador del hombre. Y su misión es comunicar al mundo lo que ha aprendido de

él, hacer su voluntad.

"Ellos no comprendieron que les hablaba del Padre". Siguen sin entender, sin descubrir

vínculo alguno entre Jesús y Dios. Según su idea de Dios, Jesús no puede ser enviado. Y como su

idea de Dios no van a cambiarla en absoluto..., ya puede explicarles...

A pesar de todo, continuó dándoles pistas de su mesianidad. La actitud hostil e incrédula que

tienen con él será un día vencida por la evidencia de los hechos: "Cuando levantéis al Hijo del

hombre sabréis que yo soy..." Cuando lo crucifiquen se darán cuenta de su mesianidad. Su

muerte será la prueba definitiva de su misión divina, porque les demostrará la plena coheren-

cia entre sus palabras y su vida. La coherencia de un amor que llega hasta dar la vida por los

hombres (Jn 15,12-14).

"Levantar en alto" tiene el doble significado de muerte y de glorificación. En su muerte

brillará la plenitud y la fidelidad de su amor. Para ellos, su muerte en la cruz significará destruir-

lo; pero, sin saberlo ni pretenderlo, van a ser instrumentos de su triunfo final, de su entrada en

la gloria del Padre. Entonces comprenderán que hizo siempre lo que Dios quería.

Ante la oposición que sufre y el riesgo que corre, Jesús no se acobarda, porque no está sólo:

el Padre lo acompaña y apoya. Ha recibido de él una misión, y le ayuda a llevarla a término.

La prueba de ello es la total coherencia que mantiene siempre en todo lo que dice y hace.

El resultado de este discurso es que "muchos creyeron en él". Es lo mismo que le había sucedido

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en ocasiones anteriores (Jn 2,23; 7,31). El vigor y la convicción de sus palabras impresionó al

auditorio. Pero la debilidad e insuficiencia de su fe se pondrán de relieve muy pronto. Es una

adhesión sin más raíces que las de un entusiasmo momentáneo.

4. "La verdad os hará libres"

El auditorio que va a intervenir ahora, en este durísimo enfrentamiento con Jesús, parecen ser

unos judíos que "han creído en él", y a los que Jesús invita a mantenerse en su palabra para

que puedan ser de verdad discípulos suyos, porque sabe que es posible decir que se cree en él sin

sacar las consecuencias. Pero extraña que unos oyentes que creen en sus palabras respondan de

una forma tan combativa y virulenta, hasta el punto de querer darle muerte, como les recordará

a continuación en dos ocasiones (vv. 37 y 40) y dejarán patente al final con su intento de ape-

drearle. Todo esto hace suponer la intervención de otro auditorio judío, mezclado entre los que

han creído y compuesto de dirigentes religiosos, que sería el que se le opuso. También es posible

que Juan haya unido conversaciones y disputas sucedidas en momentos históricos distintos. Sea lo

que sea, la mención del grupo de creyentes es un dato accidental, ya que su pensamiento

fundamental va dirigido a la constante polémica, mantenida en casi todas las páginas de este

evangelio, con sus encarnizados enemigos: los dirigentes religiosos de Israel. Sus respuestas serán

despectivas e insuficientes, al entender las palabras de Jesús siempre en sentido literal material.

Da que pensar que hombres tan piadosos sean capaces de tanta incredulidad. ¿Por qué tanto

empeño de los cuatro evangelistas en presentarnos este hecho con tanta asiduidad? ¿Y por

qué tanto afán por ocultarlo a los cristianos? No deberíamos estar tan seguros de la verdad de

nuestros planteamientos cristianos... Nos puede pasar como al pueblo de Israel, llevado al rechazo

del Enviado de Dios por sus "piadosos" dirigentes.

Jesús declara a los que "han creído en él" que para ser sus discípulos no es suficiente una

adhesión momentánea, sino que deben mantenerse en su palabra, ser fieles a ella con su vida. En

la fidelidad constante a su palabra "conocerán la verdad y la verdad los hará libres".

Es evidente que Jesús no habla de una verdad y libertad como la que suelen entender y hablar

los hombres en general. Los suyos no son conceptos políticos ni filosóficos. Nos habla de una verdad

y libertad nuevas: aquella que, brotando del interior del hombre, le hace superar el pecado, verda-

dera causa de la esclavitud y mentira humanas. Verdad y libertad que vienen sólo de Dios, no

de la pertenencia a un linaje o creencia religiosa. La libertad reside en la verdad cuando se vive en

la práctica. No es libre el hombre sabio lleno de conocimientos, sino el que asume una forma de

existencia veraz.

La verdad es Dios. Jesús nos manifiesta esa verdad con su modo de vivir. Por eso, su palabra

se hace verdad en nosotros cuando la recibimos con sinceridad y la ponemos en práctica.

Poseemos esa verdad en la medida en que la vivimos en los acontecimientos diarios. De la

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vivencia de la verdadera vida -la eterna- nace para el discípulo la libertad.

La fe en Jesús tenemos que demostrarla en la práctica. Él no necesita admiradores, sino

seguidores, hombres que lleven a la práctica sus enseñanzas; enseñanzas que se identifican con su

vida.

No es suficiente para ser discípulos suyos con aceptar su mensaje intelectualmente, teóricamente.

Es necesario llevarlo a la práctica, trabajando decididamente contra todas las injusticias. ¿Cómo

hablar a los hombres de Dios Padre sin luchar por llenarles el estómago y responder a todas

sus "hambres"?

La vida comprometida con el pueblo explotado lleva al conocimiento de la verdad. Quien

decide dedicar su vida al bien del hombre, recibe a través de Jesús el don del Espíritu, que le

hace experimentar a Dios como Padre y a todos los hombres como hermanos.

La verdad lleva necesariamente a la libertad. Jesús, lo mismo que el Padre, expresa su

libertad en el don total de sí mismo en favor de la humanidad. Sólo cuando nos decidamos a

seguir sus huellas iremos recibiendo la verdad y la libertad, la nueva vida (Jn 3,3).

Para los dirigentes judíos, la verdad era la ley, cuyo estudio hacía al hombre libre. Para

Jesús, es la vida que él comunica al hombre en cuanto se hace experiencia consciente y formu-

lada. Esta experiencia relativizará todo lo que antes parecía tan absoluto y válido. Entonces

descubriremos la opresión en que habíamos vivido bajo la ley -bajo las prácticas religiosas

vacías-, y podremos llegar a ser libres como Jesús.

Sin una vida consecuente con la palabra de Dios no hay conocimiento verdadero ni libertad.

El que no vive como piensa, acaba pensando como vive.

5. ¿Cómo puede ser liberado uno que es libre?

Una vez más los judíos no entendieron las palabras de Jesús. En su respuesta sale a la

superficie su orgullo de raza: "Somos linaje de Abrahán y nunca hemos sido esclavos de nadie".

Una respuesta que contiene dos afirmaciones. Por descender de Abrahán se consideraban una

raza superior a todas las demás. Que jamás habían sido esclavos no significa que negaran los

muchos siglos de su historia vividos dominados por otros pueblos (más de diez siglos de los catorce

de su historia antes de nuestra era), sino el hecho innegable de no haberlos soportado volunta-

riamente. Siempre han conservado su libertad interior. Muchas habían sido las luchas mante-

nidas contra los invasores, cuyo exponente por entonces eran los zelotes, en rebeldía armada al

poder de Roma.

Su orgullo de raza ya se lo había puesto en entredicho Juan Bautista al decirles que Dios podía

sacar hijos de Abrahán hasta de las piedras (Mt 3,9; Lc 3,8). Lo segundo es lo lógico y patriótico

ante una invasión extranjera o ante un gobierno impuesto por la fuerza bruta sin el consentimiento

del pueblo (dictadura militar).De todas formas, se trata de un pueblo desconcertante, un pueblo

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que tiene algo que los demás pueblos no tenemos.

Su reacción es lógica dentro de su mentalidad. ¿Cómo puede ser liberado uno que es libre?

¿Cómo reconocer que viven esclavos de una ley que no saben interpretar? Según sus creencias, la

herencia recibida era mucho más importante y preciosa que cualquier enseñanza que Jesús les

pudiera impartir. Por eso, no es extraño que también se le opusieran los que habían creído en él.

¿Qué podía añadir Jesús a la fe que ya tenían? ¿Quién será capaz de añadir algo a la fe de la

mayoría de los cristianos? Decía León Felipe que cualquiera puede enterrar a un muerto

menos un sepulturero; con dignidad, claro. El pueblo elegido por Dios rechaza una y otra vez a su

Enviado. Y es que Jesús es el Enviado de un "Dios-no-esperado", el rostro divino que nunca

hubiéramos pensado. Un Dios que escandaliza la mente humana siempre deseosa de un Dios que

dé poder y prestigio social. Jesús es un Mesías que rompe el esquema humano y desorienta a

quien no esté muy vigilante. Los judíos esperaban un Mesías glorioso..., y ya vemos las conse-

cuencias.

Abrahán había sido un hombre de una fe, una piedad y un mérito extraordinarios. Dios le

había hecho grandes promesas en relación con sus descendientes, por las que éstos tenían

asegurada una plaza en el orden nuevo que Dios crearía para los hombres. Esto no significa que

pensaran que las promesas hechas al patriarca serían aplicadas de una manera mágica y

mecánica. Estaban convencidos de la necesidad de la integridad personal y de la justicia, sin

las cuales nadie tendría acceso a la salvación. Pero partían de un presupuesto arraigado en el

pueblo: el hecho de ser judío será el factor más importante que Dios tendrá en cuenta en el

juicio final. De esto a vivir como si el ser judío fuera el único factor no hay más que un paso.

6. "Quien comete pecado es esclavo"

Jesús les explica que la libertad a que se refiere es la libertad del pecado. El hombre que se halla

en pecado y que lo comete no es un ser libre, sino un esclavo, aunque se trate de un hijo de Abrahán

o de un seguidor de Jesús. El pecado impide la vida del hombre, es su más terrible servidumbre.

En una casa, el "esclavo" siempre está expuesto a ser despedido, a no permanecer en ella. El

"hijo", en cambio, es como dueño y heredero natural de la misma, permanece para siempre.

Sólo Jesús es Hijo de Dios en realidad, luego sólo él es libre. Sólo él no tiene pecado (Heb 4,15).

El hijo vive en la casa por su propio derecho y puede disponer de lo que hay en ella. Sólo el

Hijo, Jesús, en cuanto heredero y dueño, puede dar la libertad a un esclavo, hacerlo pasar a

la condición de hijo y partícipe de la herencia. Sólo él, dando el Espíritu, puede liberar al

hombre del pecado, puede dar la verdadera y genuina libertad.

Después de negarles que sean libres, Jesús da un paso más y les niega que sean hijos verda-

deros de Abrahán. Son, es verdad, "linaje de Abrahán", descendientes suyos según la carne,

pero son completamente distintos a él. Subraya la contradicción que implica su conducta.

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Gloriarse de ser linaje de Abrahán y, al mismo tiempo, perseguir a muerte a Jesús son

actitudes que no se compaginan. Porque Jesús no presenta una doctrina propia: su mensaje es el

de Dios mismo. Rechazarlo a él es lo mismo que rechazar a Dios y, por tanto, a Abrahán. Les

insinúa que ellos tienen otro padre que no es ni Dios ni Abrahán.

7. Ser hijo significa comportarse como el padre

"Nuestro padre es Abrahán". Han entendido que Jesús les niega la calidad de hijos de

Abrahán en el sentido verdadero de la palabra, y le responden irritados que Abrahán es su padre

material y también espiritual.

Jesús niega sus pretensiones y los enfrenta de nuevo con su modo de obrar. La comunidad de

sangre tiene que traducirse en parecido de conducta. Si ellos hacen lo contrario de Abrahán, será

porque son hijos de otro padre. Su intento de matar a un inocente, cuyo único "crimen" ha sido

decirles la verdad, no corresponde en absoluto al modo de obrar del patriarca. Sus obras

inducen a pensar que su padre es el diablo. Les insinúa que llevan el nombre de un padre, pero

en realidad han sido engendrados por otro. Equivalía a decirles que eran hijos de prostitución.

Cuando faltan las razones se acude a los insultos: "Nosotros no somos hijos de prostitución;

tenemos un solo padre: Dios". Veladamente acusan a Jesús de haber nacido así. Es ésta una

calumnia que los judíos divulgaron cuanto pudieron, utilizándola en la propaganda anticristiana

en los tiempos en que Juan escribió su evangelio, y quizá antes.

También indican con sus palabras que ellos no son idólatras. En el lenguaje profético se expresa

con las palabras "prostitución" o "fornicación" la idolatría, la infidelidad de Israel adorando a

otros dioses, fuera del suyo. Afirman la fidelidad a su único padre: el Dios de Israel (Éx 20,2-6).

Niegan rotundamente ser un pueblo idólatra.

"Si Dios fuera vuestro padre me amaríais..." Ser hijo de Dios se demuestra con la conducta.

Jesús les rebate siempre con el mismo argumento: ser hijo significa parecerse al padre, comportarse

como el padre. Si su conducta fuera la de verdaderos hijos de Dios, necesariamente le amarían

y le aceptarían a él, que viene de parte de Dios. Al no tener los mismos sentimientos ni el mismo

modo de obrar de Dios, no pueden ser sus hijos. Después de haberles negado su filiación con

respecto a Abrahán, ahora les niega que sean hijos de Dios. Sigue en pie la acusación de

idolatría. El que inspira la actividad de los dirigentes es otro dios, al preferir la mentira a la

verdad, la muerte a la vida. El que es de Dios, o quiere serlo de verdad, escucha y acepta a Jesús;

los demás, no. Sus adversarios están incluidos en el último grupo. La conclusión es lógica.

Si sois hijos de Dios, "¿por qué no entendéis mis palabras?" Porque son una amenaza al

sistema que ellos defienden y que respalda sus intereses. El amor al hombre, la ayuda a los

débiles, el don de sí mismo a los demás... son conceptos que les repelen, porque exigen la

ruptura con el orden injusto que sostienen y en el que ocupan una posición de dominio. Jesús es la

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negación de todo lo que ellos defienden: ha puesto al descubierto su ambición de honores y

prestigio, les ha echado en cara su infidelidad a Moisés y a las Escrituras... Al poner sus privilegios

e intereses por encima del bien del pueblo, no pueden soportar el modo de hablar de Jesús.

Cuando alguien, con verdad, nos acusa de obrar mal, tenemos dos caminos: convertirnos o

eliminar al acusador. El segundo es el menos exigente y el que solemos elegir, a ejemplo de los

oponentes de Jesús.

Jesús sigue aplicando su criterio y acorralándolos: "Vosotros tenéis por padre al diablo..."

Su modo de proceder muestra de quién son hijos. Los hijos salen al padre. Ellos quieren matarlo,

lo que habrán aprendido de un padre que sea homicida, y ése es el diablo.

El corazón humano vive dividido entre "dos señores": Dios y dinero (Mt 6,24). A los dos no se

les puede servir a la vez, porque ambos buscan la exclusividad. En el templo convivían momentá-

neamente el Dios de Jesús y el "arca de las ofrendas" (Jn 8,20). Los dirigentes han de decidirse

por uno u otro. Al intentar matar a Jesús (Jn 8,59), habrán hecho su opción definitiva. El

ruido del dinero incapacita para comprender y buscar el verdadero bien de la humanidad.

Al decir que el diablo "fue homicida desde el principio", alude Jesús al relato simbólico de los

orígenes del mal (Gén 3,lss). Los dirigentes religiosos de Israel representan el linaje de la serpien-

te (Gén 3,15), cuyo más claro equivalente es el dinero, motor oculto y todopoderoso de su

corrompida institución. El orden basado sobre el poder del dinero es el causante de la

maldad y de la opresión en que viven los hombres. El "diablo" es la representación de todos los

sistemas opresores que han sacrificado siempre a los pueblos al interés económico de unos pocos.

Cuando se emplea el nombre de Dios para presentar como un valor lo que mutila y disminu-

ye al hombre, la mentira adquiere rasgos de blasfemia. Es lo que hacían los dirigentes. Al enseñar

como voluntad de Dios lo que a ellos favorecía, cortaban en el hombre su tendencia fundamen-

tal a la plenitud. Todo sistema de gobierno o ideología y toda religión que estén basados en el

interés económico no pueden promover más que la mentira.

Jesús les dice la verdad y no le creen. Es natural: ¿cómo van a creerle si les demuestra la false-

dad en que viven, a la vez que les denuncia sus verdaderos motivos, si no piensan cambiar? Si él

buscara, como ellos, su propia ambición, lo aceptarían. Pero entonces diría mentira...

8. Calumnia, que algo queda

"¿Quién de vosotros encontrará en mí falsedad?" Son unas palabras de especial interés y

que reflejan la seguridad que tiene Jesús en la total coherencia entre sus palabras y su vida. ¿No le

han acusado frecuentemente de transgredir la ley? ¿Cómo se atreve a desafiarles con esta

pregunta?

Jesús cambia radicalmente la noción de pecado. Para los judíos, la ley era la norma

absoluta de toda conducta, interpretada según los intereses del sanedrín. Para Jesús, pecado es

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toda injusticia que se comete contra el hombre. Jesús ha estado siempre en favor del hombre y

los desafía a probar lo contrario. Admitir un principio absoluto por encima del bien del hombre

lleva inevitablemente a sacrificarlo en favor de ese principio.

Jesús termina estas palabras dándoles la razón última de su incredulidad: a pesar de sus preten-

siones, no tienen a Dios por padre; la prueba es que no escuchan sus exigencias. Sólo quien

pertenece a la verdad está en condiciones de aceptar la palabra de Dios (Jn 18,37).

Los dirigentes, al no tener argumentos que oponer a los de Jesús, le replican de nuevo con

insultos: le llaman "samaritano" y "endemoniado". Es lo de siempre: calumnia, que algo queda.

Llamarle samaritano ya sabemos que era un grave insulto para un judío, al considerarlos

como raza bastarda e idólatra. "Tener un demonio" equivalía a llamarlo "loco". En la posesión

diabólica hallan la explicación del concepto tan elevado que tiene Jesús de sí mismo, y que es para

ellos motivo de escándalo. Ambos insultos ya se los habían lanzado en otras ocasiones. No eran,

como vemos, nada originales.

Del primer insulto Jesús no se defiende, al no considerarlo como tal. Responde al segundo.

Lo que él está haciendo no es ni más ni menos que restituir la verdadera imagen de Dios, que ellos

han destruido y sustituido por una falsa, acomodada a sus conveniencias de casta. Él no hace

otra cosa que defender el honor de Dios, mostrando al pueblo su verdadero rostro. Un Dios que

es para ellos una herejía y una insensatez. Prueba de ello es que en ningún momento ha buscado

su propia gloria, su propio interés y prestigio. "Ya hay quien la busca y juzga": el Padre con las

obras que le permite realizar y con las que está juzgando su actitud hostil contra su Mesías.

9. Su mensaje es espíritu y alumbra un nuevo nacimiento

"Quien guarda mi palabra no sabrá lo que es morir para siempre". La vida que él ofre-

ce está muy por encima de la que se adquiere por el linaje, porque es la definitiva, la que no

conoce fin, la eterna. Su mensaje es Espíritu y alumbra un nuevo nacimiento (Jn 3,6): el que no

conoce ocaso. Jesús ofrece a todos la vida verdadera, incluso a los que quieren matarlo. La

muerte física no interrumpe la vida. ¿De qué serviría la fe en Dios si la muerte fuera el final de

todo? ¿Qué queda de una religión sin "más allá"?... Sería absurda. Sus palabras hacen al hombre

hijo de Dios, y el hijo -ya lo vimos antes- permanece en la casa para siempre.

De las palabras de Jesús podemos deducir que un hombre puede respirar, caminar,

comer... y estar muerto en su espíritu. Y al contrario: estar muerto en su cuerpo y vivo para

siempre en su espíritu, gracias al nuevo nacimiento ofrecido por Jesús.

Una vez más los judíos entienden equivocadamente las palabras de Jesús, interpretándolas

como si pretendiera preservar a sus seguidores de la muerte física. Han encontrado la prueba

definitiva de su locura al colocarse por encima de Abrahán y de los profetas, que han muerto. Si

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ni los hombres más cercanos a Dios han logrado la inmortalidad, ¿cómo va él a preservar de la

muerte a los que guarden su palabra? "¿Por quién te tienes?"

Contra lo que insinúan, Jesús no pretende arrogarse títulos. Es el Padre quien lo honra. No

caen en la cuenta que la preservación de la muerte no se la ha atribuido a sí mismo, sino a la

palabra de Dios.

Los judíos no pueden admitir la gloria que Jesús recibe del Padre a través de sus signos,

porque no lo conocen, a pesar de estar todo el día con su nombre en los labios. Les muestra la

contradicción entre la religión que profesan externamente y su conducta. Al vivir para su propio

provecho, no conocen ni pueden conocer al verdadero Dios.

Jesús sí sabe quién es Dios. Sólo él lo sabe y lo "explica" con su mensaje y con su vida. Y no

puede menos de decir que lo conoce, porque si lo negara sería un mentiroso como ellos, que se

jactan de tenerlo por padre. Qué impresión más nefasta causa la gente que siempre tiene a Dios

en la boca para afirmar o negar en su nombre lo que les venga en gana. El creyente verdadero

suele mostrar mucho más respeto y veneración hacia el Padre; sabe que es siempre muy poco

lo que podemos afirmar o negar como suyo.

10. Antes que Abrahán existía el Hijo

"Abrahán, vuestro padre, saltaba de gozo pensando en ver mi día: lo vio, y se llenó de alegría".

Con estas palabras trae Jesús a su favor el testimonio del mismo patriarca. En ellas son varias las

afirmaciones. Una, que su único Padre es Dios, por eso les dice "vuestro padre". ¿Qué significa

"ver mi día'? Abrahán sabía que la promesa que se le hacía sería plena realidad en el tiempo

futuro con la llegada del Mesías, que nacería de su descendencia. Y suspiró por ver a ese personaje,

suspiró por la llegada del día en que la bendición prometida se hiciera realidad. Una esperanza que

embargaba el corazón de todos los israelitas. Y ellos, que lo tienen delante, no lo quieren ver. Su

"alegría" es una manera de interpretar la "risa" del patriarca ante el anuncio del nacimiento de

su hijo Isaac (Gén 17,17), considerada como signo de alegría y no de duda en la tradición judía. En

la prolongación de aquel nacimiento "vio" el "día" del Mesías. Es una forma de expresar la fe de

Abrahán en el cumplimiento de lo que se le prometía.

De nuevo los judíos interpretan las palabras de Jesús literalmente, como si Jesús pretendiera

tener un conocimiento personal e inmediato de Abrahán. Y le muestran sarcásticamente su absur-

do: ¿Cómo pretendes ser contemporáneo de Abrahán si aún no tienes cincuenta años? Cin-

cuenta se emplea como número redondo. Ya sabemos que Jesús tenía bastantes menos. Eran

varios siglos los que separaban en el tiempo a Jesús del patriarca.

A las palabras burlonas de los dirigentes, Jesús responde con una declaración solemne,

mesiánica: "Os aseguro que antes que naciera Abrahán existo yo". Al hacer esta afirmación, Jesús

toma pie de las opiniones que circulaban por entonces sobre el Mesías. En la literatura rabínica se

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afirma con frecuencia que, desde antes de la creación del mundo, Dios había concebido el

proyecto de varias realidades posteriores, entre ellas la ley, Israel y el Mesías.

Antes que naciese Abrahán ya existía el Hijo. No se emplea deliberadamente el mismo verbo para

indicar el nacimiento de uno y la existencia del otro. Jesús afirma su preexistencia. Esta preexis-

tencia define su existencia como divina y eterna. Jesús, como Palabra (Jn 1,1) e Hijo único de

Dios (Jn 1,18), está por encima del tiempo y más allá de él. Aunque también esté en el tiempo.

11. Quieren apedrearlo

Esta vez los judíos entienden sus palabras y ven en ellas una monstruosa blasfemia contra Dios.

La ley judía castigaba este pecado con la lapidación (Lev 24,16). Recogen piedras para tirár-

selas, pero "Jesús se escondió y salió del templo". Decididamente, el templo ya no es la casa de

Dios. El asesino y el embustero -el arca de las ofrendas- han ocupado su puesto. Jesús, el

nuevo santuario (Jn 2,19-21), no encuentra acogida en el antiguo templo y tiene que salir de él,

porque su presencia resulta intolerable. Es el templo del dinero, del poder, el lugar de la mentira,

incompatible con la verdad que es Dios.

Los diálogos de Jesús con los dirigentes judíos son siempre trágicos en el evangelio de Juan.

Esa tenaz incomprensión, esa implacable resistencia, esa total insensibilidad a Dios que les habla y

les llama, nos debe llenar de estupor. También nos deberían poner en guardia, porque su postura

puede ser la nuestra. Es malo acostumbrarse a ser cristianos, a repetir unos ritos, a formular

unos dogmas... Puede ocurrirnos como a los judíos de las páginas evangélicas: que de tanto saber y

repetir lo que sabían, su ignorancia sobre Dios se había hecho total. Pienso que el empeño de Juan

por narrarnos estos enfrentamientos es debido al riesgo constante que tienen -tenemos- los

hombres religiosos de equivocar el camino.

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La venida del reino de Dios y del Hijo del hombre

A unos fariseos que le preguntaban cuándo iba a llegar el reino de Dios, Jesús les contestó:

-El reino de Dios no vendrá espectacularmente, ni anunciarán que está aquí o está allí; porque mirad, el reino de Dios está dentro de vosotros.

Dijo a sus discípulos: -- Llegará un tiempo en que desearéis vivir un día con el Hijo del hombre, y no

podréis. Si os dicen que está aquí o está allí, no os vayáis detrás. Como el fulgor del relámpago brilla de un horizonte a otro, así será el Hijo del

hombre en su día. Pero antes tiene que padecer mucho y ser reprobado por esta generación. Como sucedió en los días de Noé, así será también en los días del Hijo del hombre:

comían, bebían y se casaban, hasta el día que Noé entró en el arca; entonces llegó el diluvio y acabó con todos.

Lo mismo sucedió en tiempos de Lot: comían, compraban, vendían, sembraban, construían; pero el día que Lot salió de Sodoma llovió fuego y azufre del cielo y acabó con todos.

Así sucederá el día que se manifieste el Hijo del hombre. Aquel día, si uno está en la azotea y tiene sus cosas en casa, que no baje por ellas; si uno está en el campo, que no vuelva.

Acordaos de la mujer de Lot. El que pretenda guardarse su vida, la perderá,-.y el que la pierda, la recobrará. Os digo esto: aquella noche estarán dos en una cama: a uno se lo llevarán y al otro

lo dejarán; estarán dos moliendo juntas: a una se la llevarán y a la otra la dejarán; estarán dos en el campo: a uno se lo llevarán y al otro lo dejarán.

Ellos le preguntaron: -¿Dónde, Señor? Él contestó: -Donde está el cadáver se reunirán los buitres.

(Lc 17,20-37)

1. El reino ya está presente en el mundo

Las cuestiones relativas al tiempo final han preocupado a los hombres de todas las épocas y

lugares. ¿Qué habrá después de la muerte?... Lucas mezcla aquí dos temas en la respuesta que

Jesús da a la pregunta que le han hecho los fariseos. A éstos les habla de cómo llegará el reino de

Dios, no del "cuándo", que es lo que le han preguntado; a los discípulos, de la venida del Hijo del

hombre, con datos que se repetirán más ampliamente en el llamado "discurso escatológico" (Mt

24; Mc 13; Lc 21,5-36). El reino de Dios está ya presente, el Hijo del hombre tiene que venir aún.

En la expresión "reino de Dios" estaba reunido todo lo que Israel aguardaba para el

futuro. La pregunta de "cuándo" será realidad esa gran esperanza preocupaba a todos: a los

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fariseos, al pueblo, a los discípulos de Jesús. Desde los tiempos del profeta Daniel se habían

marcado setenta semanas de años para su aparición (Dan 9,24). Su llegada estará precedida de

grandes tribulaciones: insurrecciones, guerras, pestes, hambres, catástrofes de la naturaleza...

serán señales de la llegada de los tiempos mesiánicos. Lo nuevo nacerá de lo viejo con "dolores de

parto" (Mc 13,8).

Si Jesús anuncia el reino de Dios, deberá responder a la pregunta de "cuándo" vendrá. Su

respuesta los deja desconcertados. En contra de lo que se esperaba, el reino de Dios no llegará de

una forma ostensible y triunfal. Su proximidad no puede observarse; viene de tal forma que nadie

puede decir: "está aquí o está allí". No sirven los vaticinios ni los cálculos. El verdadero fin del

mundo, o llegada del reino de Dios, no se puede confundir con unos signos misteriosos en la luna,

el sol o las estrellas, como pretenden las previsiones apocalípticas antiguas y modernas.

La razón que les da era impensable: "Porque mirad, el reino de Dios está dentro de vosotros".

¿Dónde quedaban las expectativas triunfalistas a que somos tan aficionados los seres humanos?

Esta frase se traduce también: "Está en medio de vosotros", "entre vosotros". Jesús les indica

con su respuesta que no tiene razón de ser observar el momento de su aparición, o calcularlo, y

buscar el lugar en que ha de aparecer.

¿En medio de nosotros o dentro de nosotros? Ambas traducciones me parece que se comple-

mentan: el reino llega al corazón del hombre que ama, es pobre, justo, libre..., y a la sociedad

en la medida en que vive esos valores. Conscientes de que su plenitud está siempre más allá, que

sólo podrá llegar para cada uno con su muerte y para la sociedad con el fin de este mundo.

Que el reino de Dios ya ha llegado se demuestra con la vida y las obras de Jesús: sus milagros

son signos de la superación definitiva del mal y del pecado. Jesús satisface todas las esperanzas de los

creyentes, de los que van ahondando en el sentido profundo de todas sus palabras y acciones.

El reino de Dios es un "misterio" (Mc 4,11; Lc 8,10) -realidad llena de vida-, que sólo se

puede captar con la fe en la palabra de Jesús. Su presencia es "visible" por la acción del Espíritu

en el corazón del creyente (Lc 24,29).

El reino ya está presente en el mundo, pero su implantación no será posible más que en medio

de grandes sufrimientos, por causa de los conservadurismos y egoísmos que se oponen a los necesa-

rios cambios de la sociedad. Un reino que exige la igualdad y la fraternidad universal, que

derriba todas las fronteras ideológicas, de clases, credos, sexo...

Tengamos cuidado con no caer en la interpretación burguesa del "dentro de vosotros". El

reino de Dios no está limitado a la intimidad de cada uno con Dios, no es algo meramente espiri-

tual, como quieren hacernos creer para impedir las justas reivindicaciones sociales de los pueblos.

El reino no viene con la "resignación cristiana", sino con la lucha.

Unos hombres -los fariseos- que no movían ni un dedo para que viniera una sociedad

justa, sin clases ni odios, sino que más bien se oponían a ella, han preguntado a Jesús cuándo

vendría esa sociedad que él anunciaba como reino de Dios. Para ellos, si siguen así, no llegará nunca

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porque no la desean.

Dentro de nosotros está el reino de Dios, el orden nuevo introducido por Jesús. No

preguntemos "cuándo" será establecido, porque depende de nosotros. Comprometerse con él es

empujar la historia hacia adelante, es adelantar su llegada. No es algo sobreañadido venido de

otra esfera de realidades; es la plenitud de la justicia, la libertad y el amor abiertos al infinito de

Dios.

El reino de Dios propugna un cambio radical en nuestra empecatada sociedad; nos invita a no

entretenernos con valores caducos, a no perder el tiempo. El reino de Dios no será "otro mundo",

sino este mismo transformado. Una transformación que abarcará su totalidad: naturaleza, estruc-

turas, hombres..., ¡todo!

2. Entre la posesión y la esperanza

Después de responder a los fariseos, Jesús se dirige a los discípulos para hablarles del "Hijo

del hombre". Por un contexto lógico, Lucas une los dos temas: Jesús, con su venida histórica,

inauguró el reino; con su segunda venida al final de los tiempos lo llevará a su plenitud.

Jesús anuncia días de terror. La tribulación será tan grande que los discípulos desearán

ardientemente la vuelta del Mesías, el final de las calamidades. Pero deberán perseverar con

paciencia. El tiempo de la tribulación se extiende desde la ascensión de Jesús hasta su segunda

venida al final de la historia. Es el tiempo de la Iglesia. Los discípulos -todos los que luchen de

verdad por el reino de Dios, aunque no hayan oído ni hablar de él- vivirán desalentados,

perseguidos y probados duramente. Experimentarán en sí mismos que "no hay nada que hacer",

que los poderes de este mundo son indestructibles. Lo que les animará será la esperanza en el

retorno del Hijo del hombre, la llegada del futuro por el que luchan y que parece "cosa de

locos". Con Jesús, el final del mal ya ha comenzado, pero falta su exterminación definitiva. El

seguidor del camino de Jesús vive en tensión entre lo que ya está presente y lo que todavía no se

ha manifestado, entre la realización y la expectativa, entre la posesión y la esperanza, entre el

gozo de lo ya alcanzado y el temor ante el futuro.

Cuando los hombres nos hacemos conscientes de que vivimos en un mundo radicalmente

injusto y en el que las dificultades se amontonan, estamos tentados a prestar oído a todas las

voces que anuncien liberación de sufrimientos, sobre todo a lo que nos presenten como fácil de

conseguir. Aparecen estos falsos profetas y mesías, que no han faltado a lo largo de la historia de

la humanidad y de la Iglesia, ofreciendo sus rebajas. Es normal ceder ante la presentación de un

final victorioso que no incluya compromiso personal. Pero el discípulo de Jesús no debe dejarse

engañar: nada verdadero se logra sin esfuerzo, sin trabajo.

La llegada del "Hijo del hombre" no pasará inadvertida para nadie ni dejará lugar a dudas.

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Será un acontecimiento cargado de luz que se verá "de un horizonte a otro". Cuando venga el

Señor en su gloria, no hará falta que unos se lo hagan notar a los otros. Todos verán y sabrán

"que está aquí".

"Pero antes tiene que padecer mucho..." Jesús ya pasó por esos padecimientos, consecuencia de

no querer que las cosas siguieran igual, fruto de tantos intereses empeñados en que las injusticias se

sigan cometiendo... No son esos sufrimientos ocasionados por las injusticias padecidas resignada-

mente, como nos enseñaron tantas veces, sino fruto del esfuerzo por su eliminación. Ya sabemos que

el resultado fue el asesinato en una cruz. En el camino de Jesús se vislumbra también el camino de

sus verdaderos discípulos y de la Iglesia, el camino de todos aquellos que se empeñan en serio por

implantar la justicia y la libertad en la tierra. Si las cosas que le sucedieron a él no nos pasan a

los cristianos de hoy ni a la Iglesia, es señal evidente de haber seguido otro camino, de estar al servi-

cio de otro mensaje, de haber cedido a la facilidad de los falsos mesías y profetas, de los falsos

pastores. La verdadera Iglesia de Jesús y todos y cada uno de sus fieles seguidores experimen-

tarán necesariamente el sufrimiento y la tribulación antes de alcanzar la meta prometida. Una

Iglesia y unos cristianos aburguesados, ¿de quién son seguidores y testigos?

3. La venida será inesperada

Algo semejante a lo que sucedió en los tiempos de Noé y de Lot, la venida del Hijo del hom-

bre será inesperada, súbita. Ni la generación del diluvio ni los habitantes de Sodoma se deja-

ron convencer por los testimonios de ambos. Siguieron viviendo de espaldas a una vida digna

de un ser humano, ocupados en los grandes afanes de su vida: fortuna, diversión, negocios,

placer... Quehaceres absorbentes que hacen olvidar la dimensión de profundidad y trascendencia

que tiene la vida.

La venida del Hijo del hombre es una promesa confortante y una amenaza inquietante. No

contamos con ella lo suficiente. Seguimos el curso normal de la vida, como los contemporáneos de

Noé y Lot. Satisfacemos las necesidades suscitadas por el hambre, la sed y el instinto sexual;

dedicados a los trabajos y esfuerzos que aseguran la existencia y la hacen agradable. Pero no

somos conscientes de la seriedad que da a nuestra vida la repentina venida del Hijo del hombre

como juez. ¿Por qué no pensamos más en que la vida futura depende de esta venida inesperada

del Señor? El hombre sensato es el que actúa en el presente como hubiera deseado haber vivido

en el momento de su muerte.

La destrucción cayó repentinamente sobre ellos, por medio de agua y fuego. Dos elementos que

nos indican la poca consistencia que tienen las cosas en que nos apoyamos, cuán repentinamente

desaparece lo que poseemos. "Y acabó con todos".

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¿Qué tendrá consistencia y valor "aquel día'? Aun las cosas más imprescindibles habrán de

abandonarse: los utensilios de la casa, los aperos para el cultivo del campo... Lo único importante

será "la manifestación del Hijo del hombre". Y es que todo queda -desvalorizado cuando aparece

el verdadero valor: salir airoso del juicio del Señor. Es esta actitud escatológica la que debe mar-

car la vida entera del discípulo de Jesús de Nazaret, única forma de poder alcanzar la verdadera

vida: el reino de Dios. Aquel que no logre desprender el corazón de lo terreno no podrá

conseguirlo.

Ante esta llamada pueden darse dos tipos de fracasos diferentes: el de aquellos que están tan

ocupados en sus cosas que prefieren no escuchar, como los habitantes de Sodoma; o el de los que,

escuchando en principio la llamada, sienten la nostalgia de lo que han abandonado y prefieren

retornar a lo antiguo, como "la mujer de Lot".

La mujer de Lot nos debe servir de lección. Salió de la ciudad, pero como seguía apegada a lo

que dejaba atrás, quiso volver, y quedó petrificada, convertida en estatua de sal (Gén 19,26).

Sólo logra la verdadera vida el que está dispuesto a perder la vida terrena y el disfrute de

ella, cuando no hay otro medio de cumplir la palabra de Dios. La muerte engendra la vida.

"Perder la vida" significa entregarla como Jesús y con Jesús por los otros. Es el único modo de

"recobrarla".

"En aquella noche estarán dos en una cama..., moliendo juntas..., en el campo: a uno se lo

llevarán y al otro lo dejarán". Según la creencia judía, el Mesías llegaría en la noche pascual para el

juicio, que comenzaría con la separación de los justos y de los pecadores (Mt 25,32). La senten-

cia, favorable o desfavorable, se pronuncia sobre todos, hombres y mujeres. Les sorprenderá en

medio de su trabajo cotidiano. Para unos la llegada del reino será una ruina, para otros el

cumplimiento de todas sus esperanzas.

¿Qué es lo que determinará la sentencia? Los judíos suponían que la salvación se inclinaría

hacia los hombres de su pueblo, mientras los gentiles sufrirían la condenación. Es el plantea-

miento actual de muchos cristianos... La salvación y la condenación responderán a la actitud que

se haya tomado ante la vida. De poco sirve decir que se cree en Dios, se vaya a misa..., si con la

vida lo desmentimos. Los que viven únicamente preocupados de sí mismos no podrán esperar otra

respuesta que la condenatoria; los que viven para los demás lograrán la vida definitiva. El juicio

pasará por el medio de las personas que viven y trabajan juntas..., verificando la actitud y la

verdad de cada uno, profundizando hasta las mismas raíces de la vida. En la hondura de la vida

es donde tiene lugar el juicio. Dios no se ocupa de las apariencias. Lo que importa es la actitud, la

decisión fundamental, la hondura en que se juega el verdadero valor de la existencia.

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4. En todas partes y en cualquier momento

"¿Dónde, Señor?" La pregunta de los fariseos por el "cuándo iba a llegar el reino de Dios"

abrió el discurso de Jesús sobre el tiempo final. La pregunta -¿de sus discípulos?- sobre el

"dónde" aparecerá "el Hijo del hombre" para el juicio lo cierra. Preguntas ambas curiosas,

superficiales, que nos distraen de lo esencial. La respuesta de Jesús viene a decir: en todas

partes y en cualquier momento. Debemos vivir en constante alerta. "Donde está el cadáver se

reunirán los buitres", es un proverbio que indica que esta venida inevitable será cuando y donde

esté determinado en el plan de Dios.

Al igual que lo importante no era "cuándo" llegará el reino de Dios, sino el "cómo", ahora no

importa el lugar del juicio. Todos sabemos que los cadáveres atraen a los buitres. Pues bien, como

los buitres son atraídos por los cadáveres, así será atraído por los hombres pecadores el juicio

que condena y por los justos el que salva.

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Se estrecha el cerco

Los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron el sanedrín y dijeron: -¿Qué estamos haciendo? Este hombre hace muchos milagros. Si lo dejamos

seguir, todos creerán en él y vendrán los romanos y nos destruirán el lugar santo y la nación.

Uno de ellos, Caifás, que era sumo sacerdote aquel año, les dijo: -Vosotros no entendéis ni palabra: no comprendéis que os conviene que uno

muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera. Esto no lo dijo por propio impulso, sino que, por ser sumo sacerdote aquel año,

habló proféticamente anunciando que Jesús iba a morir por la nación; y no sólo por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos.

Y aquel día decidieron darle muerte. Por eso Jesús ya no andaba públicamente con los judíos, sino que se retiró a la región vecina al desierto, a una ciudad llamada Efraín, y pasaba allí el tiempo con los discípulos.

(Jn 11,47-54)

La previsible reacción de las autoridades supremas de Israel ante el hecho de la resurrección

de Lázaro no se hace esperar. La acción de Jesús en favor de la vida y libertad del hombre

resulta intolerable para la institución religiosa judía. Tratarán de justificar su hostilidad hacia

Jesús con pretextos. No están dispuestos a que disminuya el poder que ejercen sobre el pueblo.

Cuando la religión se convierte en poder religioso pierde su misma razón de ser al abandonar su

principal objetivo: la fidelidad a Dios

1. Se reúne el sanedrín

Los fariseos, enemigos mortales de Jesús ya desde el comienzo de su vida pública, y los sumos

sacerdotes, en su mayor parte saduceos y partidarios de la dominación romana, convocaron

una reunión oficiosa del sanedrín, para ver lo que convenía hacer en vista de los milagros que

hacía Jesús. No se cita a los ancianos, tercer grupo del gran consejo. Unos y otros pasan por

ser los representantes de Dios. Los fariseos -grupo al que pertenecía la mayor parte de los

letrados del sanedrín- tenían una enorme influencia espiritual sobre el pueblo a causa de su

ciencia y su ejemplar observancia externa de la ley. Los sumos sacerdotes ostentaban el poder

político-religioso. Son los dos mismos grupos que dieron orden de detener a Jesús (Jn 7,32.45).

No les iba a ser difícil engañar y manejar al pueblo. ¿Lo ha sido alguna vez?

Los reunidos comentan con pesimismo la situación, se reprochan unos a otros el no haber

tomado medidas más enérgicas contra Jesús. Se preguntan lo que deben hacer. Su actuación

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no será positiva, sino negativa: contrarrestar la actividad del galileo. Es lo que suele hacer todo

poder cuando alguien tiene la osadía de oponérsele: eliminarlo de la forma más rápida posible.

Urgía tomar una decisión, pero ¿cuál?

Recordemos que los evangelistas recogen no sólo lo ocurrido en tiempos de Jesús, sino tam-

bién lo que estaba ocurriendo cuando pusieron por escrito aquellos acontecimientos: el judaísmo

era sustituido por las primeras comunidades cristianas, su ley por el mensaje de Jesús. Recogen

también -no olvidemos que la Biblia es profecía y que Dios "dicta" en presente- lo sucedido en

todas las épocas de la historia humana, incluida la nuestra.

No mencionan a Jesús por su nombre. Reconocen sus milagros, aunque no crean en su origen

divino. Se dan perfecta cuenta de que tales acciones no proceden de un hombre cualquiera; pero eso

no les importa. Lo único que buscan es defender sus propios intereses. Es posible que sigan

atribuyendo estos signos al poder de Belzebú, como habían hecho al comienzo de su vida pública

(Mt 9,34; 12,24; Lc 11,15). Jesús da vida, libertad y autonomía al hombre, y todo eso va en contra

de la institución elitista que ellos han formado y desde la que oprimen y explotan al pueblo.

Jesús es claramente una amenaza para ellos: se ha mostrado su adversario declarado y ha

pronunciado sobre la institución las más graves acusaciones. Temen que todos se vayan con él,

lo que significaría el final de su dominio y de sus privilegios.

No les interesa analizar en aquella reunión el sentido de "signo" que tiene toda la actividad de

Jesús. Sólo buscan el pretexto: de seguir así, las masas pueden reconocerle como Rey-Mesías (Jn

6,15), en el sentido político-social que ellos pensaban, lo que daría lugar a levantamientos naciona-

listas de independencia de Roma, que se vería obligada a intervenir y a privar a los judíos del culto

en el templo -"el lugar santo" es el templo de Jerusalén- y de la escasa libertad que les habían

dejado.

Jesús es un peligro para sus instituciones e intereses, que quieren conservar cueste lo que cueste.

Pretenden defender a Dios defendiendo su propio sistema. Dios no entra en sus cálculos. Lo han

"enjaulado" en su institución religiosa y en su ley y no le reconocen actividad propia. ¡Cuántas

veces en la historia de las religiones! No dudan ni por un momento de la legitimidad de su actuación.

Les parece que por decir que creen en Dios les está permitido todo.

Lo que los dirigentes temen que suceda si el pueblo sigue a Jesús -la destrucción del templo-,

sucederá precisamente por rechazarlo. Se va a cumplir la profecía (Jer 7,4-15).

Reflexiones de esta índole encajan muy bien en la mentalidad de los sumos sacerdotes saduceos,

colaboradores de los romanos no sólo porque temían su poder aplastante, sino también porque a la

sombra de ellos estaban logrando grandes beneficios económicos y sabían que el triunfo de cualquier

movimiento mesiánico significaría el final de su propio dominio sobre el pueblo y de sus ingresos.

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2. Interviene Caifás

Todos los presentes en la reunión están de acuerdo en que se debe hacer algo urgentemente para

conjurar el peligro que representa Jesús para su institución. Como no se propone nada concreto, el

sumo sacerdote Caifás se dirige a los sanedritas con aspereza. Habla con rudeza, sin respeto al

consejo, pero apela al interés personal de los reunidos -- "os conviene"-, y así gana su voluntad y su

voto. Les propone una solución política: el individuo particular debe ser sacrificado ante el bien de la

comunidad. Formulaciones explícitas de este principio se encuentran abundantemente en la antigüe-

dad y en todas las épocas de la historia humana. La nación que ellos dirigen debe prevalecer. El

que por cualquier motivo -innovador blasfemo, piadoso alucinado, patriota sincero...- fuera causa

de su peligro, debía morir. No les importa cometer una grave injusticia con el pretexto de defender

la nación y el templo.

¿Por qué dice que Caifás era "sumo sacerdote aquel año"? Estas palabras han dado lugar a

diversas interpretaciones. El cargo era vitalicio según la ley, hasta que los romanos la alteraron,

dándolo por el tiempo que les parecía oportuno. Parece que Juan hace esa puntualización para

señalar que Caifás era el pontífice de aquel año excepcional.

En la historia de Israel, en momentos especialmente importantes, se recordaban sueños o

visiones proféticas. El sumo sacerdote era el órgano oficial de Dios. El verdadero sacerdote, por el

hecho de serlo, era también profeta, sobre todo si era fiel a su misión.

Juan descubre en las palabras de Caifás una profecía inconsciente e involuntaria del valor

salvador de la muerte de Jesús. Que la muerte de aquel hombre fuera salvación para el pueblo

era precisamente el designio de Dios. Caifás, a causa de su cargo, dijo más de lo que sabía. El

verdadero sentido de sus palabras permaneció oculto para él. Pero no podía ser en sentido

directo una verdadera profecía, pues Dios no podía mover a Caifás a pronunciar la condena de

Jesús. Juan ve en las palabras del sumo sacerdote una indicación providencial de la muerte de

Jesús, a la que el evangelista otorga un valor salvador universal. La expresión "reunir a los hijos

de Dios dispersos" proviene del Antiguo Testamento, donde designa el regreso a Palestina de los

judíos de la diáspora, esperado para la era mesiánica.

3. Deciden darle muerte

La propuesta de Caifás halla buena acogida en la asamblea. Por fin toman la firme deci-

sión, tanto tiempo anhelada, de dar muerte a Jesús. Los numerosos conatos anteriores (Jn

5,18; 7,1; 8,40.59; 10,31) encuentran ahora su final eficaz. El jefe ha formulado lo que todos

llevan dentro. El "proceso" que montarán contra él no será más que una apariencia de juicio

para consumar esta decisión. La muerte de Jesús no se hará por un linchamiento, como habían

intentado en ocasiones anteriores, sino por una decisión oficial, justificada políticamente.

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No han celebrado un juicio formal, para el que hubiera sido necesario la presencia de Jesús.

No hacía falta: no pretenden hacer justicia, sino defender sus propias posturas. Demuestran ser

unos consumados políticos. Desgraciadamente, en nuestra querida Iglesia han abundado y abun-

dan más los políticos que los profetas.

4. Jesús se retira en espera de su "hora"

Por ahora no podrán hacer efectiva tal decisión, porque Jesús se apresura a abandonar

Betania y a retirarse, en compañía de sus discípulos, a la apartada ciudad de Efraín, donde

pasa algún tiempo sin llamar la atención. Se cree que Efraín estaba situada donde la actual

Taybeh, a 20 kilómetros al norte de Jerusalén, próxima al desierto de Judea. Era un lugar

seguro, porque en caso de persecución judía podía atravesar el desierto y establecerse en Perea.

Debió tener conocimiento de esta resolución del sanedrín por algún miembro del mismo

consejo -Nicodemo pertenecía a él y era discípulo oculto suyo (Jn 19,39)-, o por medio del

rumor popular, al que habría llegado la noticia de las intenciones de sus dirigentes, y en el caso

probable de que Nicodemo no hubiese sido convocado.

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Parábola de las diez onzas de oro

Estando la gente escuchando estas cosas, dijo Jesús una parábola; el motivo era que estaba cerca de Jerusalén y se pensaban que el reino de Dios iba a despuntar de un momento a otro:

Dijo, pues: -Un hombre noble se marchó a un país lejano para conseguirse el título de rey, y

volver después. Llamó a diez empleados suyos y les repartió diez onzas de oro, diciéndoles: -Negociad mientras vuelvo. Sus conciudadanos, que lo aborrecían, enviaron tras de él una embajada para

informar: "No queremos que él sea nuestro rey': Cuando volvió con el título real, mandó llamar a los empleados a quienes

había dado el dinero para enterarse de lo que había ganado cada uno. El primero se presentó y dijo: -Señor, tu onza ha producido diez. El le contestó: -Muy bien, eres un empleado cumplidor; como has sido fiel en una minucia,

tendrás autoridad sobre diez ciudades. El segundo llegó y dijo: -Tu onza, Señor, ha producido cinco. A ése le dijo también: -Pues toma tú el mando de cinco ciudades. El otro llegó y dijo: -Señor, aquí está tu onza; la he tenido guardada en el pañuelo; te tenía miedo

porque eres hombre exigente, que reclamas lo que no prestas y siegas lo que no siembras.

El le contestó: -Por tu boca te condeno, empleado holgazán. ¿Conque sabías que soy exigente, que reclamo lo que no presto y siego lo que

no siembro? Pues ¿por qué no pusiste mi dinero en el banco? Al volver yo, lo habría cobrado con los intereses. Entonces dijo a los presentes. -Quitadle a éste la onza y dádsela al que tiene diez. Le replicaron: -Señor, ya tiene diez onzas. -Os digo: Al que tiene se le dará, pero al que no tiene se le quitará hasta lo

que tiene. Y a esos enemigos míos que no me querían por rey, traedlos acá y degolladlos en

mi presencia. Dicho esto, echó a andar delante de ellos, subiendo hacia Jerusalén.

(Lc 19,11-28)

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1. Similar a la parábola de los talentos

Jesús sube a Jerusalén para la fiesta de la pascua. Su camino hacia la ciudad toca a su fin.

Grandes caravanas de peregrinos se dirigen hacia la ciudad santa para celebrar en ella la libera-

ción de Israel de la esclavitud de Egipto. La esperanza mesiánica se agudizaba entre los judíos en

aquellos días de exaltación nacionalista. Jesús, que había realizado tantos milagros, se presenta-

ba como Mesías. Resulta comprensible que muchos pensaran en la inmediata manifestación del

reino de Dios a través del profeta galileo.

La parábola de las onzas de oro pone freno a la entusiasta espera de la pronta venida del

Mesías (político para la mayoría), a la vez que alimenta la esperanza escatológica. A las suposiciones

de los discípulos de que serían transformadas las antiguas estructuras, Jesús debe aclarar que la

llegada del reino de Dios no tendrá lugar sin el esfuerzo del hombre. El reino se construye, precisa-

mente, a través del trabajo de los hombres que habitan nuestra tierra.

Se admite generalmente que esta parábola de Lucas es la misma que la de los "talentos" de Mateo

(25,14-30), como puede comprobarse fácilmente comparando la estructura de ambas, aunque difie-

ran en detalles. La finalidad principal de Lucas no es, como en Mateo, rendir cuentas de los

ahorros, sino destacar la marcha de Jesús -es el "hombre noble" que "se marchó a un país

lejano"- y la tardanza de su retorno en la parusía. Durante su ausencia deben trabajar para

que los dones dados a cada uno con la vida rindan al máximo.

Jesús aprovecha los hechos cotidianos para elaborar sus parábolas. Algunos opinan que la

marcha por aquellos días de algún importante terrateniente de Palestina sirvió de base a Je-

sús, y posteriormente a Lucas, para elaborar esta parábola, que en su redacción actual parece

ser una fusión de dos parábolas separadas en su principio. Es una parábola mixta: tiene varios

elementos alegorizados. El auditorio, aunque no se dice, son los discípulos. Su contenido interno

está impregnado de mentalidad capitalista, patronal, bancaria, lo que no quiere decir que Jesús la

defendiera.

2. El don de la vida

Conforme al testamento de Herodes el Grande, el territorio por él gobernado se había de

repartir a su muerte entre sus tres hijos: Herodes Antipas, Filipo y Arquelao. Jericó, ciudad en

la que se cuenta esta parábola, pertenecía a la jurisdicción de Arquelao, que había de recibir la

región de Judea con el título de rey. Antes tuvo que negociar con el emperador romano Augusto

para obtener este título. Para ello se dirigió a Roma a la muerte de su padre. Los judíos aborre-

cían a los Herodes y no querían que reinaran sobre ellos, por lo que enviaron a Roma una

embajada de cincuenta miembros -según el historiador Flavio Josefo- para impedir que el

emperador nombrara rey de Judea a Arquelao (lo mismo habían hecho con su padre, aunque con

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menos fortuna). Augusto le otorgó sólo el título de etnarca. La parábola puede referirse también

a este hecho, sucedido después de la muerte de Herodes el Grande. En sentido alegórico, es Jesús el

que va a recibir la corona real, pero primero tendrá que ir a un país lejano -al cielo a través de

la muerte-. De allí volverá, con poder y dignidad regias, para pedir cuentas. Sus conciudadanos

tampoco quieren que reine sobre ellos, como quedará patente en su proceso ante Pilato al exigir su

muerte y proclamar que no tienen más rey que al César (Jn 19,15). En el tiempo de su ausencia

tampoco descansarán los enemigos de Jesús -enemigos del hombre-. El tiempo de la Iglesia será

tiempo de persecución, con la que se probará al verdadero seguidor suyo.

El número de "diez empleados" parece que no tiene otra finalidad que la de resaltar la

dignidad del propietario.

Dios nos ha entregado a cada ser humano una "onza de oro". Simboliza el don de la vida, las

diversas cualidades, los bienes de fortuna... Bienes que cada uno debemos desarrollar con libertad

durante el tiempo que dure nuestra existencia. Lo mismo debe hacer la humanidad hasta la

parusía. Conseguir que los bienes o dones recibidos fructifiquen al máximo significa poner toda la

vida al servicio de los demás, porque se desarrolla o gana únicamente aquello que se entrega. El

que esconde sus dones, o los hace producir sólo en su propio provecho, fracasa ante Dios, aun-

que sea muy considerado por la sociedad.

3. El examen será sobre el amor

Después de recibir la dignidad real, volvió el propietario y pidió cuentas a sus empleados. Sólo

se presenta a tres de los diez. En ellos hay un máximo, un medio y una falta total de rendi-

miento. Las parábolas pretenden darnos una enseñanza, no aburrir.

Los dos -primeros empleados han negociado con éxito. No hablan de su propio esfuerzo:

"Tu onza, señor, ha producido..." Saben que es Dios quien hace posible nuestro crecimiento, al

que hemos de cooperar con nuestro trabajo. El señor aprueba su fidelidad "en una minucia".

Recibirán un encargo mayor. El que cumple con su deber en su quehacer de cada día está

capacitado para tareas que exigen más entrega y disponibilidad. Un paso adelante hace más

fácil el siguiente...

El tercer empleado no había hecho producir su onza. La había guardado en un pañuelo para

devolvérsela cuando regresara. No había entendido la gratuidad de la existencia y la libertad con

que la hemos de vivir. Reprocha al señor su exigencia, causa de su miedo. Lo trata de déspota

cruel, de negociante avaro y rapaz, de egoísta sin consideraciones. El amo es el único culpable de

su falta de ánimo y de su miedo. ¡Qué postura más distinta a la de los dos primeros! Son disculpas

fruto de su mala conciencia. Este empleado quiere estar seguro y por eso no arriesga. Quizá se

trasluce aquí el sentido originario de la parábola, dirigida a los fariseos, que concebían a Dios

como a un ser exigente y sin misericordia, que observan con ansiedad la letra de la ley, que

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cumplen externamente todo lo mandado, pero que no arriesgan sus vidas. Jesús, en cambio,

concibe a Dios como el que da y el que ama, exige más que lo mandado en la ley y enseña que su

reino lo pide todo porque lo da todo.

El propietario no se conforma con la simple restitución del dinero confiado. El "empleado

holgazán" no ha cumplido el encargo de negociar que les había dado al marcharse. Incluso ha

impedido que el dinero mismo, sin trabajo por su parte, reportara ganancias en el banco. El

quería fidelidad en la administración, valor en el obrar, trabajo... La verdadera actitud escato-

lógica no es una espera inactiva, llena de temor. La espera del Señor, que ha de venir a pedirnos

cuentas, no paraliza la vida, sino que la estimula. Si nos paraliza es que hemos entendido mal.

El rey celebra juicio. Manda que le quiten la onza que tiene aún en la mano el mal empleado y

se la entreguen al que más ha ganado. La vida no consiste en guardar, sino en trabajar y

luchar por mejorar sus condiciones para todos. En ella no hay haberes inactivos. El que preten-

da conservar tranquilamente lo poseído descubrirá pronto que habrá perdido incluso lo que

creía poseer. Cuanto más se trabaja y se lucha por una vida mejor para todos, el hombre se

hace más capaz de comprender y de seguir las constantes llamadas de Dios a la plenitud huma-

na. Es lo que quiere decir la frase "al que tiene se le dará". El que por su apatía y holgaza-

nería vive una vida despreocupada acabará perdiendo "hasta lo que tiene". Este doble prover-

bio se encuentra citado en otros pasajes evangélicos (Mt 13,12; Mc 4,25; Le 8,18). Sólo el que vive un

amor abierto hacia el misterio de Dios y el bien de toda la humanidad -van siempre juntos- está en

disposición de recibir el amor libre y transformante que Dios mismo nos ofrece.

El rey decreta el degüello de sus enemigos. Procede con ellos como un soberano oriental, sin

misericordia. Es una forma de describirnos el máximo castigo: el definitivo, que será firme en la

parusía. Cuando regresó Arquelao de Roma -aunque sin la dignidad real que había pretendido-

se vengó sangrientamente de sus adversarios.

Jesús actuará en su retorno como juez. El juicio responderá al grado de la fidelidad o de la

culpa (Le 12,46-48). La enseñanza va directamente contra los dirigentes religiosos, empleados

inútiles que se hunden cada vez más en la espiral de su egoísmo y ceguera. Quedarán sin nada, solos.

Esta soledad, sin Dios y sin los hombres, es lo que teológicamente llamamos infierno. Es un

riesgo que tenemos todos, principalmente los que dirigen los destinos de los pueblos.

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Mandan prenderle

Se acercaba la pascua de los judíos, y muchos de aquella región subían a Jerusalén antes de la pascua para purificarse. Buscaban a Jesús y, estando en el templo, se preguntaban:

-¿Qué os parece? ¿No vendrá a la fiesta? Los sumos sacerdotes y los fariseos habían mandado que el que se enterase de

dónde estaba les avisase para prenderlo. (Jn 11,55-57)

1. Entramos en los últimos días

La "hora" de Jesús, que culminará en la cruz, está cerca. En ella tendrá lugar el desenlace de la

tensión acumulada a lo largo de las narraciones evangélicas entre las autoridades religiosas de Isra-

el y Jesús. La resurrección de Lázaro -final de la actividad de Jesús en el evangelio de Juan-- ha

provocado su condena a muerte por parte de los jefes supremos. Con esta condena el enfrenta-

miento ha llegado a su máximo, y el pueblo se verá forzado a optar entre Jesús y la institución, entre

la vida que comunica el primero y la opresión que protagoniza la segunda. Los campos de uno y otra

están cada vez más delimitados: quien en adelante se ponga de parte de Jesús se colocará, por lo mis-

mo, frente a la institución judía y correrá la misma suerte que el Mesías. Una opción que deberán

hacer en toda época los cristianos: entre la fidelidad a Jesús y la obediencia a unas instituciones que, a

pesar de tener en él su origen, poco o nada tengan que ver con el verdadero camino comenzado por

el Nazareno. En esta perspectiva universalista debemos interpretar el sentido de todos los aconte-

cimientos que se relatan a continuación, porque lo sucedido a Jesús también les ocurrirá a los que

intenten poner en práctica con sinceridad sus enseñanzas, salvando las distancias de entrega

-máxima en Jesús y limitada en los demás- y de modos de eliminar a los que molestan -ahora

no se crucifica a los que importunan a los poderes: se emplean, normalmente, métodos más

"civilizados"-.

El día de Caná de Galilea terminaba -en el cuarto evangelio (Jn 2,1)- un período de seis

días. El día de la muerte de Jesús concluirá la segunda seisena, comenzada con la cena de Beta-

nia (Jn 12,1). De esta forma, el principio y el fin de su actividad están bajo el signo del día sexto,

el de la creación del hombre. Este número seis, símbolo de lo incompleto, no va a desembocar,

como sería de esperar, en un día séptimo, símbolo de lo completo, aunque cerrado, sino en un

día primero (Jn 20,1) que, en lugar de ser término de esa creación, es comienzo de una nueva

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realidad. La creación del hombre sólo puede ser terminada a través de una liberación interior

y exterior, que incluya un éxodo -salida, peregrinación de un pueblo emigrante-, una nueva ley

y una nueva festividad: la pascua.

Este breve texto describe el ambiente que existe entre la gente respecto a Jesús, y menciona el

mandato dado por los dirigentes religiosos al pueblo para que el que sepa donde se encuentra

Jesús lo delate para poder capturarle. Consta de tres partes: momento histórico, interrogantes

de muchos sobre Jesús y el mandato de captura dado por las autoridades.

2. Se acerca la pascua de Jesús

Se acerca la tercera pascua, última de las seis fiestas mencionadas en el evangelio de Juan (las

otras: Jn 2,13; 5,1; 6,4; 7,2; 10,22). Por última vez se añade la denominación "de los judíos",

que indica su calidad de fiestas del "régimen", de la institución opresora del pueblo. A partir del

próximo capítulo (Jn 12,1) se llamará simplemente "la pascua", pues se referirá ante todo a la

pascua de Jesús, que es la de Dios, y que llegará a su término con su muerte-resurrección.

Mientras, la pascua judía quedará truncada en la preparación y nunca llegará a celebrarse (Jn

19,42). La cercanía de la fiesta es un dato cronológico que separa estos últimos días de Jesús de

los acontecimientos anteriores, terminados en Juan con una estancia de Jesús fuera de Judea

-en Efraín- de una duración no precisada, pero corta (Jn 11,54).

La proximidad de la pascua hacía subir a la capital a muchos judíos para someterse a los

ritos de purificación impuestos por la institución religiosa, sobre todo a los que vivían mezclados con

los gentiles. La pureza ritual era requisito indispensable para poder penetrar en el atrio interior

del templo y para comer el cordero pascual (Jn 18,28). Los que estaban en estado de impureza

no podían celebrarla en la fecha fijada, y tenían que esperar al mes siguiente (Núm 9,1-14; 2Crón

30,15-20). La cita del libro de los Números narra que algunos la retrasaron por haber tocado un

cadáver. Como esta purificación exigía ritos -algunos de una semana de duración (Núm

19,12; He 21,26-27)- y el número de peregrinos que necesitaban purificarse era muy grande,

explica por qué muchos adelantaran unos días su viaje a Jerusalén, para poder cele-brar la

principal festividad judía conforme a la ley. Todavía creen en sus instituciones. Van a purificarse de

manchas externas, legales, mientras que, sin darse cuenta, viven sometidos a una institución

que les impide vivir.

3. Muchos le buscan

Según van llegando a la ciudad, los peregrinos judíos son informados de la orden que ha

hecho pública el sanedrín de que, si alguno sabe el paradero de Jesús, dé aviso a la autoridad

religiosa, para proceder a arrestarlo. Este mandato de los dirigentes hace que la situación de Jesús

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sea crítica, al ser considerado por los jefes como un enemigo muy peligroso para sus intereses.

Esto hace que en el atrio del templo, donde tienen que permanecer para las ceremonias de la

purificación, se discuta acaloradamente sobre si Jesús tendrá el valor de presentarse a la

fiesta, afrontando el peligro que lo amenaza. El tono no es de malevolencia, sino de simple

expectación. Estos judíos, sometidos a sus instituciones, buscan a Jesús, que se ha colocado

frente a ellas y frente a los dirigentes. Sólo Jesús podrá sacarlos del recinto donde se encuentran

(Jn 10,3-4), y en el que siguen sumisos, sufriendo la explotación de unos hombres que se apacien-

tan a sí mismos (Ez 34,7-10).

Ésta es la última escena que el evangelio de Juan sitúa en el templo de Jerusalén. En este lugar

se han desarrollado las grandes polémicas entre Jesús y los fariseos y demás dirigentes. En lo

sucesivo será mencionado una sola vez por Jesús ante Anás, al referirse a sus enseñanzas

pasadas (Jn 18,20).

Jesús no irá a esta fiesta, que, en la narración evangélica, nunca será celebrada. Él ha de

celebrar su propia pascua...

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El llanto de Jesús

A1 acercarse Jesús a Jerusalén y ver la ciudad, le dijo llorando: -¡Si al menos tú comprendieras en este día lo que conduce a la paz! Pero no: está escondido a tus ojos. Llegará un día en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán, apretarán

el cerco, te arrasarán con tus hijos dentro y no dejarán piedra sobre piedra. Porque no reconociste el momento de mi venida.

(Lc 19,41-44)

1. Las lágrimas revelan su impotencia

Este breve texto es exclusivo del tercer evangelista, y nos enfrenta con una de las grandes

paradojas del evangelio. Al rechazar a Jesús, al ignorar el verdadero sentido de su misión, Jeru-

salén se ha convertido en una simple ciudad de la tierra, ha perdido su carácter de signo divino

al definirse exclusivamente en función de un extremismo político, representado en su lucha contra

Roma. Sucumbirá en la guerra del año 70 d.C.

Al bajar por el monte de los Olivos, ya muy cerca de Jerusalén, y contemplar su hermosura y

su deslumbrante templo, Jesús no puede reprimir las lágrimas. Está rodeado de aclamaciones,

pero sabe lo que le espera a él y que la ciudad será repudiada y destruida. Lo que dijo Yahvé a

Jeremías se cumple ahora en Jesús (Jer 14,17), que llora por la ciudad. Pocas imágenes son tan

evocadoras como ésta. Jesús ama a su pueblo de una forma violenta y dolorosa. Lo ama de tal

modo que el rechazo de sus paisanos constituye una de las bases de su pasión sobre la tierra.

Pasión que deben tomar como fuente de consuelo todos aquellos que sufren por la suerte

-opresión, explotación, incredulidad...- de sus propios pueblos... y de la Iglesia.

La destrucción viene sobre ella. Jesús no la puede ya desviar. Las lágrimas revelan su

impotencia. Ha curado enfermos, expulsado demonios, convertido a publicanos y pecadores,

resucitado muertos..., pero no ha podido vencer las resistencias y las barreras puestas por los

dirigentes religiosos contra él. Unos dirigentes que, lógicamente, vivían seguros de la verdad de

todo lo que decían y hacían. ¿No son hijos fieles de Abrahán? (Jn 8,33.37.39). ¿No somos ahora

cristianos? ¿Qué tenemos que aprender y hacer que no sepamos y practiquemos ya? Su llanto de

impotencia encierra un profundo misterio, hasta el punto que en las primeras comunidades

cristianas llegó a ser considerado por algunos como escandaloso para la fe en el poder absoluto de

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Jesús, y no querían tenerlo por verdadero. No habían descubierto -¿será necesario experi-

mentarlo?- que el verdadero amor se muestra en la debilidad y en el fracaso. El Dios de Jesús

toma tan en serio la libertad humana, que prefiere llorar de impotencia en Jesús antes que

privarnos de ella.

El llanto de Jesús es el último llamamiento a la conversión dirigido a la ciudad endurecida,

símbolo de la incredulidad de los que más deberían haberlo aceptado y apoyado. Son los suceso-

res de los que mataban a los profetas y apedreaban a los verdaderos enviados por Dios (Mt

23,37; Lc 13,34).

Los jefes religiosos del pueblo, en lugar de reconocerlo como Mesías, lo rechazarán y no ten-

drán escrúpulos en amañar unos procesos para llevarlo a la cruz. Será un asesinato "bendecido"

por Dios, al que seguirán otros muchos (Jn 16,2). ¡Qué tranquila debe quedar la conciencia ante

este deber cumplido!

Al no reconocer a Jesús como Mesías, han quedado ciegos. Se trata de esa nefasta ceguera

espiritual que penetra -¿por qué?- diabólicamente en los dirigentes religiosos de todos los

tiempos.

2. La destrucción de Jerusalén es signo de una condena

"¡Si al menos tú comprendieras en este día lo que conduce a la paz!" Eran muchos los intereses

y privilegios que estaban en juego. Aceptar a Jesús significaba reestructurar todo el sistema

religioso y eliminar el negocio que se había desarrollado a la sombra del templo (Jn 2,14-16; Mt

21,12-13; Mc 11,15-18; Lc 19,45-46). ¿Era pedir demasiado a unos hombres que tenían el nombre

de Dios todo el día en la boca? Llevan siglos esperando al Mesías, y cuando llega... lo crucifican. Y

nosotros no somos mejores.

"Pero no: está escondido a tus ojos". Los ojos del corazón -únicos capaces de captar en

profundidad la realidad- sólo se abren ante el desprendimiento de una vida volcada en la

búsqueda del bien de la humanidad. Y éste no era el caso de aquellos dirigentes.

"Llegará un día en que tus enemigos te rodearán de trincheras..." La destrucción de Jerusa-

lén se describe con los elementos usuales del asedio a una ciudad. Algo semejante ya se encuentra

en Isaías para hablar del sitio de Jerusalén por los asirios (Is 29,3-7).

El tono profético de las palabras de Jesús es garantía de su irrevocabilidad. La descripción

por Flavio Josefo de esta catástrofe y la arqueología han probado su cumplimiento. Un cumpli-

miento que seguramente ya había tenido lugar cuando los evangelistas lo pusieron por escrito con

detalle en el llamado "discurso escatológico" (Mt 24; Mc 13; Lc 21,5-36).

Una muerte o destrucción puede tener dos sentidos: de gloria y salvación o de condena. La

muerte de Jesús se ha convertido en fundamento de vida de plenitud y para siempre. Por el

contrario, la caída de Jerusalén es reflejo de una condena. Quienes sigan el camino de Jesús

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llegarán, a través de la muerte física, a su misma pascua. Quienes lo rechacen, a ejemplo de

Jerusalén, al final se encontrarán con el máximo fracaso.

Todo ello "porque no reconociste el momento de mi venida". La "venida" de Dios es frase

frecuente en el Antiguo Testamento para indicar premios o castigos. El "momento de la venida"

de Jesús corresponde a toda su vida pública, a sus enseñanzas y milagros, tanto en Galilea

como en Judea, pero principalmente a sus enseñanzas y milagros en Jerusalén.

El rechazo de Jerusalén tiene una larga historia: cuanto más cercanas a Dios eran la misión

y las palabras de los profetas, más oposición recibían de los jefes religiosos de Israel y, en

consecuencia, del pueblo manejado por ellos. A partir de su asentamiento en la tierra prometida,

la fidelidad a Yahvé fue mantenida por un "resto" de pobres. Con Jesús la oposición llegó al

máximo. No en vano era el Enviado divino. El rechazo siguió en los primeros años del cristianismo,

hasta que la separación se hizo definitiva. Nos lo cuenta en detalle el libro de los Hechos de los

Apóstoles. Todos los esfuerzos de Dios para que su pueblo se mantuviera fiel a la alianza han resulta-

do infructuosos. Por eso, la vieja ciudad de la esperanza del Antiguo Testamento se convertirá en

breve en un montón de ruinas. Donde la salvación se ha preparado y ofrecido de una forma

más intensa, la ruina y el rechazo se hacen más dolorosos e incomprensibles.

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Cura y enseña en el templo

En el templo se le acercaron ciegos y cojos, y él los curó. Los sumos sacerdotes y los letrados, al ver los milagros que hacía y a los niños que gritaban en el templo "Viva el Hijo de David" le dijeron indignados:

-¿Oyes lo que dicen ésos? Jesús les replicó: -Sí. ¿Nunca habéis leído aquello: "De la boca de los niños de pecho has

sacado una alabanza”? (Mt 21,14-16)

Todos los días enseñaba en el templo. Los sumos sacerdotes, los letrados y los senadores del pueblo intentaban quitarlo de

en medio; pero se dieron cuenta de que no podían hacer nada, porque el pueblo entero estaba pendiente de sus labios.

(Lc 19,47-48)

1. Comprendieron el verdadero significado de los acontecimientos

Sólo Mateo nos ha transmitido este episodio de curaciones en el templo, que ha vinculado

literariamente a la escena de su purificación (Mt 21,12-13). Lo sitúa el mismo día de la entrada

mesiánica de Jesús en Jerusalén, a su terminación "en el templo". Al templo acudirán los enfer-

mos para ser curados; "los sumos sacerdotes y los letrados", los que se creen sanos (Mt 9,12-13)

y en posesión de la verdad, para acusarle. Los "ciegos y cojos", para ver y andar; los guías "viden-

tes", para acrecentar su ceguera. Son guías ciegos que han conducido al pueblo al hoyo (Mt 15,14).

No estaba permitido que ciegos y cojos entraran en el templo, apoyados en unas palabras del

rey David (2Sam 5,8). Posiblemente pedían limosna a sus puertas, como en otro suceso protagoni-

zado por Pedro y Juan (He 3,2), y se acercaron a Jesús a su llegada al santuario. Y, contagiados del

entusiasmo de la gente que lo acompañaba, se metieron dentro, donde los curó: les ayudó a com-

prender el verdadero significado de todo lo que estaba aconteciendo.

2. Se llenaron de "santa" indignación

"Al ver" las autoridades religiosas "los milagros que hacía y a los niños que gritaban en el

templo" aclamándolo como Mesías, se acercaron a él "indignados".

El título "Hijo de David" no sólo era uno de los títulos mesiánicos, sino el más usual de todos.

El griterío de los niños es un eco de las aclamaciones triunfales del gentío en su recorrido (Mt

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21,9 y par.).

Ningún milagro hará cambiar la opinión a aquellos dirigentes envilecidos por la casuística, de

cabeza y corazón endurecidos. Ni aunque resucite un muerto (Lc 16,31). Para ellos era evidente

que Jesús no era el Mesías. Según la creencia popular, el Mesías tendría un origen desconocido,

aunque había de nacer en Belén. Además, se creían que lo presentaría a Israel el profeta Elías,

que lo ungiría como tal en el templo. Para ellos, y para la mayoría, Jesús era de Nazaret.

"¿Oyes lo que dicen éstos?" Tratan de comprometerle, de empujarle a que se declare Mesías y

poder acusarle. A la vez, desvirtuar y reducir la importancia de lo que estaba ocurriendo delante

de sus ojos.

Al presentarse Jesús en estas condiciones, enfrentado con las caprichosas, y muchas veces

ridículas, elaboraciones y prácticas rabínicas, se llenaron de "santa" indignación. ¿No era una

clara profanación del templo realizar en él estas obras en favor del pueblo? ¿Qué mayor

peligro para ellos que un pueblo crítico, adulto? Y, por si fuera poco, las aclamaciones de los

niños. Pero el temor a las turbas, que lo rodean triunfalmente, les hace contenerse y dejar para

otra ocasión más propicia su detención y asesinato. Experimentará en sí mismo el riesgo de

enfrentarse a los que mandan.

La respuesta de Jesús no sólo no rechaza aquellas aclamaciones, sino que las admite y las justi-

fica con un texto de las Escrituras (Sal 8,3). Con ella, Jesús aceptaba el homenaje y el reconocimiento

que se le hacía como el esperado Mesías. Dios sabe que no puede esperar alabanzas de "sabios y

entendidos" (Mt 11,25). ¡Bastante trabajo tienen con incensarse a sí mismos y unos a otros! No

tienen tiempo, ni capacidad, para nada más. Son los sencillos, entre los que los "niños" ocupan

un lugar importante, los capaces de reconocer en los otros su verdadero valor. Dios elige siempre

lo considerado último para confundir a los que se creen los primeros; eleva al pequeño y derriba al

grande (Lc 1,52); acepta a los pobres, enfermos, pecadores y niños, y deja estar a los prudentes

dirigentes religiosos. ¿Cómo recibir el reino de Dios si nos falta la actitud del niño?

3. Congrega y enseña a su pueblo

Texto exclusivo de Lucas. Jesús a los doce años se había quedado en Jerusalén, en el templo,

en medio de los letrados, oyéndoles y haciéndoles preguntas (Lc 2,46). Había sido su primera

toma de contacto con los dirigentes religiosos. Desde entonces habían ocurrido muchas cosas, sus

ideas se habían aclarado. Ahora, actuando con la autoridad del Mesías e Hijo de Dios, congrega y

enseña a su pueblo en el templo. Una enseñanza que continuarán los apóstoles después de su

ascensión al cielo (He 5,12.20.25.42). Mientras el judaísmo no repudie definitivamente el mensaje

de Jesús, será el templo el enlace con el nuevo culto fundado por el profeta galileo. Algunos años

después, la destrucción de Jerusalén y del templo hizo definitivo el endurecimiento del judaísmo,

que excluyó a los cristianos de sus filas, rompiendo con la Iglesia. Israel renunció así a su misión de

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puente con el nuevo y universal pueblo de Dios.

Por su enfrentamiento con el mercado que se desarrollaba en el templo -y que Lucas sitúa

inmediatamente antes (Lc 19,45-46)-, Jesús se acarreó aún más la hostilidad de las autoridades

religiosas del judaísmo, principales beneficiarios del tráfico que se practicaba dentro de él. Traman

su muerte. No pueden permitir que destruya una institución que les reporta tantos beneficios y

tanto poder. También después de la muerte de Jesús continuarán sus manejos contra sus

seguidores para impedir que se vaya formando la Iglesia.

"No pueden hacer nada", de momento, "porque el pueblo entero estaba pendiente de sus

labios"; sigue adherido a Jesús, aunque muy superficialmente. Cuando los apóstoles comiencen

a predicar el reino de Dios sucederá lo mismo. Por temor al pueblo, el sanedrín no intenta

proceder abiertamente contra Jesús empleando la violencia.

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La misión de la higuera es dar higos

Y, dejándolos plantados, salió de la ciudad, se fue a Betania y pasó la noche allí. Al amanecer, cuando volvía a la ciudad, sintió hambre. Viendo una higuera

junto al camino, se acercó a ella, pero no encontró nada más que hojas. Entonces le dijo:

-¡Que nunca más brote fruto de ti! Y la higuera se secó de repente. Al verlo, los discípulos preguntaron asustados: -¿Cómo es que la higuera se ha secado de repente? Jesús les contestó: -Os aseguro que si tuvierais una fe sin reservas, no sólo haríais esto de la

higuera, sino que si le dijerais a ese monte: "Quítate de ahí y tírate al mar", lo haría. Y todo lo que le pidáis a Dios con fe lo recibiréis.

(Mt 21,17-22)

Después de que la muchedumbre lo hubo aclamado, entró Jesús en Jerusalén, en el templo, lo estuvo observando todo, y, como era muy tarde, se marchó a Betania con los Doce.

Al día siguiente, cuando salió de Betania, sintió hambre. Vio de lejos una higuera con hojas, y se acercó para ver si encontraba algo; al

llegar no encontró más que hojas, porque no era tiempo de higos. Entonces le dijo: -Nunca jamás coma nadie de ti. Los discípulos lo oyeron. Llegaron a Jerusalén... Se enteraron los sumos sacerdotes y los letrados, y como le tenían miedo, porque

todo el mundo estaba asombrado de su enseñanza, buscaban una manera de acabar con él.

Cuando atardeció, salieron de, la ciudad. A la mañana siguiente, al pasar, vieron la higuera seca de raíz. Pedro cayó en la cuenta y dijo a Jesús: -Maestro, mira, la higuera que maldijiste se ha secado. Jesús contestó: -Tened fe en Dios. Os aseguro que si uno dice a este monte: "Quítate de ahí

y tírate al mar"; no con dudas, sino con fe en que sucederá lo que dice, lo obtendrá. Por eso os digo: Cualquier cosa que pidáis en la oración, creed que os la han

concedido, y la obtendréis. Y cuando os pongáis a orar, perdonad lo que tengáis contra otros, para que

también vuestro Padre del cielo os perdone vuestras culpas. (Mc 11,11-15a.18-26)

Después de la entrada mesiánica en Jerusalén, los tres evangelistas sinópticos nos relatan la

expulsión de los mercaderes del templo. Era la única posibilidad que tenían de contarnos tan

importante acontecimiento, ya que, según ellos, Jesús no subió a Jerusalén más que una vez

durante los tres años en que recorrió Palestina predicando el reino de Dios, y ésta al final de su

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vida. Juan, por el contrario, lo sitúa al comienzo de su vida pública, lo que les parece más de

acuerdo con la realidad a la mayoría de los estudiosos de la Biblia.

En Marcos -a diferencia de lo que ocurre en Mateo y en Lucas- a la entrada mesiánica

en Jerusalén no sigue inmediatamente la purificación del templo. Prefiere intercalar entre ambos

hechos la maldición de una higuera, para significar la esterilidad del judaísmo institucional. La

higuera, con mucha apariencia, pero sin frutos, está en paralelo con el templo esplendoroso, pero

infiel a su misión. Para dejar más claro su pensamiento nos contará el agostamiento de la higuera

"a la mañana siguiente" de la maldición y de la expulsión de los mercaderes del templo.

1. Pasa las noches en Betania

Después de responder con una cita bíblica (Sal 8,3) a la pregunta que le han formulado las

autoridades religiosas de Israel (Mt 21,16), Jesús no espera a la respuesta de estos dirigentes del

pueblo: "Y, dejándolos plantados, salió de la ciudad, se fue a Betania y pasó la noche allí".

Se piensa generalmente que esta salida a Betania por las noches es una medida de precaución

de Jesús, quien no podía sentirse seguro dentro de los muros de Jerusalén, donde las autoridades

le son enemigas y pueden prepararle una encerrona. Pero no parece que sea sólo una medida de

precaución. Se percibe en ella el signo de una ruptura definitiva con aquella religiosidad. Si el

motivo hubiera sido el miedo a los miembros del sanedrín, no se les hubiera enfrentado con

toda valentía en los días sucesivos.

2. Jesús condena a una higuera a la esterilidad

Comienza el segundo día que va a pasar Jesús en Jerusalén, según los relatos de los dos

primeros evangelistas.

El episodio de la higuera es considerado como uno de los sucesos más curiosos y enigmáticos

de la vida pública de Jesús. ¿No constituye un hecho absurdo maldecir un árbol que no lleva fruto

en una época del año en que no puede tenerlos? Es evidente que hemos de buscar el sentido de este

gesto.

Es una parábola escenificada, al estilo de las que con frecuencia narraban los profetas del

Antiguo Testamento, que realizaron, guiados por Dios, numerosas acciones incomprensibles si no

se descubre su significado (1 Re 11,29-33; Is 20,2-5; Jer 13,1-7; Ez 3,13; 4,1-4; 5,1-4; Os 1-3...). Eran

hechos simbólicos que revelaban un pensamiento, que precedían y clarificaban una historia,

generalmente de juicios y desgracias, a causa de la infidelidad del pueblo elegido.

Jesús sale de Betania con sus discípulos para dirigirse a Jerusalén. Es "al amanecer" (Mateo).

En el camino "sintió hambre". Plantada "junto al camino" (Mateo), "vio de lejos una higue-

ra" (Marcos). Y fue hacia ella "para ver si encontraba algo" (Marcos) para comer. "Pero no

encontró nada más que hojas" (Mateo-Marcos). Y Marcos resalta: "porque no era tiempo de

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higos". Jesús la condenó a la esterilidad, y siguieron camino de la ciudad. Mateo indica que "la

higuera se secó de repente". Marcos precisa más los hechos y deja para el día siguiente este

detalle. En ambos el significado es el mismo: la higuera se secó sin seguir un proceso natural, que

siempre sería progresivo y lento. Éste es, en síntesis, el hecho.

"Los discípulos lo oyeron" (Marcos). Es evidente que Jesús quiere dar una lección, hacernos

entender algo. La cuestión más importante no está en la historicidad o no del hecho sino en desen-

trañar su significado. Más que concretar qué ha sucedido en realidad, debemos preguntarnos qué

mensaje quería y quiere comunicarnos Jesús a través de sus intérpretes, los evangelistas o las

comunidades cristianas primitivas.

Es claro que su gesto no debemos atribuirlo al hambre, a no ser que le demos a este término un

sentido más amplio: hambre de justicia, de sinceridad, de amor... La clave de todo parece que está

en la palabra "fruto". Los higos son frutos característicos de la tierra prometida (Dt 8,8), y la

higuera, junto con la vid, ha simbolizado siempre en la tradición bíblica al pueblo de la alianza que

da fruto. El judaísmo no ha sido capaz de ofrecer los frutos que Dios, por boca de los profetas y de

Jesús, esperaba. Ya ha sido reprendido muchas veces. El templo de Jerusalén -centro de

aquella religiosidad- se ha convertido en una planta estéril, con abundante follaje -dignidades

religiosas, ceremonias, sacrificios, oraciones...- que intenta ocultar la falta desoladora de frutos de

justicia, de libertad, de servicio al pueblo... Dentro de él no hay lo que debe haber. Es verdad que

hay muchas cosas, pero no las que él busca. Planta estéril es también la gente que corre a su

alrededor, que le aclama, que se deja transportar por el entusiasmo, que asiste asiduamente a

los cultos, sin cambiar sus planteamientos ni el sentido de sus vidas. Gentes en las que sus

sentimientos permanecen ambiguos por falta de compromiso.

El significado resulta transparente: el hombre y la comunidad que no acogen los plantea-

mientos de Jesús -lo sepa o no-, que se cierran a su verdadero mensaje de fraternidad universal,

se condenan a la esterilidad más absoluta, incapaces de realizar los frutos que Dios espera. Para

esto todas las "estaciones" son propicias. Pese a la suntuosidad de las ceremonias y de los sacrifi-

cios, la verdadera fe está muerta.

3. Inutilidad religiosa ¿de Israel?

La maldición de la higuera expresa plásticamente un juicio sobre Israel. No es la esterilidad

de la higuera lo que condena Jesús, sino la ostentación y vaciedad del culto que se celebra en el

templo de Jerusalén. A primera vista se tiene la impresión de una floreciente vida religiosa: los

sacrificios humean día y noche en el templo; en los atrios, filas de hombres y de mujeres tocan el

suelo con sus frentes; bajo los pórticos, doctores de la ley y laicos discuten con ardor incansa-

ble; Palestina entera se pone en marcha hacia la capital en las grandes fiestas...

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Jerusalén era la ciudad del poderoso e imponente activismo religioso, pero en realidad no

había nada más. Todo se reducía a un gran movimiento externo, sin sentido religioso verdadero.

Sin olvidar el negocio económico y el montaje de prestigio personal que tenían hecho los diri-

gentes, y a los que dedicaban todos sus afanes. Israel era como la higuera, que brillaba "de

lejos" en el esplendor de su follaje, pero no daba ningún fruto. La religiosidad de Israel era como

una magnífica fachada, que escondía detrás de sí un interior lleno de conveniencias, de hipocresía y

de vacío. Jesús advierte a los dirigentes religiosos que con esa religiosidad engañan al mundo y se

engañan a sí mismos, al traicionar lo que hay de más sagrado en toda religión: el sentido trascen-

dente de una vida vivida en el amor, la justicia, la libertad y la paz universales. Ese sacerdocio

ambicioso, esos arrogantes doctores de la ley..., ¿a quién piensan que engañan? ¿No son ellos los

peores incrédulos, los ateos más recalcitrantes? ¡Cómo debiéramos reflexionar este pasaje los cris-

tianos! ¿No hemos caído en los mismos o parecidos errores?

La esterilidad religiosa camina de la mano de la ostentación, los honores, la opulencia, las

dignidades, la palabrería; de todo aquello que busca lo accesorio, tener más, "subir" en la escala

social, ser bien visto por los que mandan...

Existe un follaje eclesiástico-religioso que consiste en preocuparse prioritariamente por cosas

que deben ser hechas: sacramentos, preceptos de la Iglesia... Se hacen cursillos, se dan catequesis y

clases de religión para llevar a esas prácticas..., y creemos que ya está todo. Pretendemos ignorar

que nos falta lo esencial: el seguimiento personal de Jesús. Un seguimiento que debe descubrir y

realizar cada uno de los creyentes; un seguimiento que debemos estimular y contagiar en los

demás con el propio.

Follaje es todo lo que impresiona pero no existe, lo que promete pero no da. Follaje puede ser

el estilo de vida, el conjunto de modos de obrar, de pensar, de relacionarse..., en los que las hojas

viejas se sustituyen con hojas nuevas que no se convierten en frutos.

Jesús ha venido a comprometernos, a inquietarnos, pero nosotros no queremos compromisos

ni inquietudes: preferimos vivir tranquilos, y que la gente se siga bautizando, confirmando, yendo

a misa... y nos diga que todo va bien, que estamos en el buen camino porque somos muchos. Si

las iglesias se vacían, ¿para qué sirve ya el cura? ¿Cómo mantener de otra forma toda la buro-

cracia eclesiástica?... Pero no parece que a Jesús le importara perder "fieles" que sólo lo eran

por fuera. Muchas veces prefirió quedarse solo a rebajar sus exigencias, por ejemplo en su discurso

sobre "el pan de vida" (Jn 6,67).

Los creyentes somos como árboles destinados a dar fruto. No somos plantas ornamentales:

el nombre inscrito en el libro de bautismos..., no hago mal a nadie -que es mucho decir-...

¿Es ése todo mi cristianismo? Jesús quiere frutos de justicia, de amor... Quiere que se repartan

mejor entre todos los bienes materiales, el trabajo...

De estas palabras y gestos de Jesús no podemos concluir la imagen de un repudio definitivo

de Israel, de una maldición contra aquel pueblo, contra todos los judíos. La advertencia recae

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sobre los dirigentes religiosos que presidían entonces los destinos del pueblo, y sobre los que en lo

sucesivo se cierren culpablemente a la llamada de Dios que se escucha en Jesús. Advertencia que

haremos muy bien en aplicarnos cada cristiano, cada comunidad y, sin duda, la Iglesia en

general.

4. Los dirigentes no descansan

En un paréntesis, Marcos y Lucas (Lc 19,47-48) dicen que "los sumos sacerdotes y los letrados"

oían las enseñanzas de Jesús y "buscaban una manera de acabar con él", pero de espaldas al

pueblo. Llena la ciudad de peregrinos y admiradores suyos, temían que el pueblo armase una

revuelta en su favor si hacían algo contra él, lo que provocaría una nueva intervención de la

autoridad romana de perspectivas siempre peligrosas para sus intereses.

Marcos presenta al "pueblo" de una forma positiva hasta el prendimiento secreto de Jesús

(Mc 14,2). Para el autor del segundo evangelio no es el mismo pueblo el que aclama a Jesús en

su entrada mesiánica en Jerusalén y el que pide su muerte (Mc 11,810; 15,8-15).

"Cuando atardeció, salieron de la ciudad", para ir de nuevo a Betania a pasar la noche.

5. La fe que mueve montañas

La pregunta que los discípulos hicieron a Jesús a la vista de "la higuera seca de raíz" da ocasión

al Maestro a una nueva enseñanza sobre la fe, la oración y el perdón. Su respuesta parece que está

fuera de tema, al no ofrecer una explicación del episodio en sí. Hemos de leer estos versículos, en

los que se han reunido palabras de Jesús pronunciadas en distintas circunstancias, en relación es-

trecha con la purificación del templo y con la cita que hace Jesús de la Escritura: "Mi casa será

llamada casa de oración, pero vosotros la habéis convertido en cueva de ladrones" (Mt 21,13 y

par.). Solamente la fe es capaz de devolver la vida al árbol-templo condenado a la esterilidad.

La eficacia de la fe verdadera -confianza plena en el Padre- es ilimitada. Para indicar la

fuerza de esta "fe sin reservas", Jesús utiliza una comparación-proverbio familiar en la literatura

judía: "mover montañas", aplicándolo a una realidad concreta. Usaban esta frase hiperbólica

cuando querían señalar la realización de cosas que no podían ser hechas por medios naturales y

ordinarios, como la remoción de un obstáculo considerado inamovible o la posibilidad de resolver

una situación particularmente difícil. Nunca se aplicaba para justificar una fe que intentaba

servirse del nombre de Dios para realizar milagros inútiles y espectaculares. No se puede dispo-

ner de Dios a capricho. Este tipo de fe ya lo había rechazado Jesús en otras ocasiones (Mt 4,6-7 y

par.). Nunca se trata de esa fe mágica o autosugestiva sobre la que podemos disponer y a la que el

hombre es tan aficionado. Siempre presupone una confianza inconmovible, directa, infantilmente

fuerte, en Dios Padre. Al rabino que era capaz de superar todas las dificultades que se le presen-

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taban, lo llamaban por eso "movedor de montañas".

Las palabras de Mateo y Marcos son fundamentalmente iguales. Muchos opinan que el monte al

que Jesús se refiere es el de los Olivos, y el mar es el mar Muerto, que se divisa a lo lejos desde la cima

de dicho monte.

Ya en otras ocasiones habían tratado los evangelios sinópticos la fuerza de la fe con otras imáge-

nes semejantes: la higuera que se arranca de raíz y se planta en el mar (Mt 17,20; Lc 17,6), o el grano

de mostaza que se convierte en árbol (Mc 4,31 y par.).

Algunos señalan que Jesús insinúa con esta hipérbole que esta fe "sin dudas" hará posible la

desaparición de la institución religiosa judía, el rompimiento radical y definitivo con ella de sus

seguidores, como ha hecho él. No hay sistema opresor, por fuerte que parezca, que no pueda ser

derrotado por esta fe.

Jesús no habla de cantidad, sino de una fe sin dudas, sin vacilaciones, sin cálculos huma-

nos. A una fe desprendida de toda conveniencia personal es a la que se le promete todo, precisamente

porque no espera nada de sí misma, sino que todo le venga de Dios. Una fe que anima a trabajar

como si todo dependiera de ese trabajo y a esperar como si todo viniera de Dios. Esa fe que lleva a

creer que ha sido escuchada antes de haber recibido el don. La duda a que Jesús se refiere es la

que hace vivir dividido entre Dios y todas las otras realizaciones e ideas posibles e imaginables; esa

duda que nos lleva a convencernos de que Dios no ha actuado, simplemente porque no hemos

conseguido lo que pretendíamos. Una fe de esta naturaleza no es algo que se pueda alcanzar por

medios humanos, con el entrenamiento y la vigorización de la voluntad, porque es don exclusivo

de Dios. ¿Cómo creer que se nos ha concedido algo que aún no hemos recibido? Pero sí se puede

pedir (Mc 9,28-29).

No siempre lo que nosotros calificamos de fe lo es en realidad a los ojos de Dios. Las abun-

dantes oraciones de los judíos y sus numerosas prácticas no eran consecuencia de una fe verda-

dera. ¿Lo son las nuestras?

Fe es esperar de Dios, no de nosotros mismos ni de nuestras obras, aquello que él quiere dar-

nos. La fe verdadera es gratuita, don de Dios, y por eso mismo se expresa en la oración. No

podemos pretender en absoluto ser nosotros la medida de ese don-proyecto de Dios. La medida es

siempre Dios, nunca el hombre.

Fe es hacernos disponibles para que Dios nos abra a la "novedad" de su reino y a la univer-

salidad de la creación. El repliegue sobre sí mismo y la búsqueda celosa de los propios privilegios

son la negación más radical de la fe de Jesús.

La fe lleva al creyente a trabajar por transmitir a todos los que le rodean lo que Dios ha hecho

por él. Esta fe es la fuente y la medida del perdón fraterno. ¿Cómo no perdonar y amar a los

demás cuando tenemos conciencia de haber sido nosotros los primeros en ser perdonados, los

primeros en ser amados gratuitamente?

Fe es fiarse totalmente de Dios, decir "amén" a su proyecto, trabajar por el mundo que Dios

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quiere. No se trata de una fe ciega que espera, de un modo irracional y emotivo, algo que es imposible

humanamente, sino de una fe en el Dios que se revela en la vida de cada día, siempre a favor de los

más marginados, ya sean pueblos o individuos.

¡Qué fácilmente nos hacemos la ilusión de tener fe cuando hacemos una confesión o busca-

mos las máximas seguridades o cuando todo nos sonríe alrededor! La verdadera fe es aquella que

se mantiene en medio de las tinieblas, en las situaciones de la vida en las que parece que todo se

tambalea, en el desvalimiento humano, cuando parece que ya no quedan salidas...

6. La oración que el Padre siempre escucha

A la hipérbole sobre la fe le siguen unas palabras sobre la oración. El que cree de verdad,

reza necesariamente. Orar es un proceso existencial entre el hombre y Dios, al que las demasiadas

reflexiones le pueden arrebatar su fuerza. El hombre que cree y ama pide simplemente como un niño

a su padre, que está seguro de ser escuchado porque es su padre. Y lo mismo que la fe excluye

toda duda, la oración que nos propone Jesús excluye cualquier vacilación o inseguridad de

ser escuchada (Mt 7,7-11; Lc 11,9-13). Se supone que se pedirá lo que convenga. Es evidente que

no todas las cosas pueden ser objeto de petición (1 Jn 5,14) -por ejemplo: los bienes materiales

superfluos, el gordo de la lotería, los castigos para los que nos han perjudicado...-. Son dos, por

tanto, las condiciones de la oración de petición en la comunidad y en el creyente: pedir cosas

adecuadas y la exclusión de cualquier duda.

La fe tiene que superar las falsas necesidades y el amor tiene la obligación de realizar

milagros. El que no ama pide tonterías. Quizá por esa razón pedimos tan poco a los demás: un

poco de tiempo, el cuerpo, la belleza, unos segundos de placer, un poco de consideración, una

propina de dinero, algún aplauso... Al no amar a nuestros semejantes, al no estimarlos, nos limita-

mos a pedirnos unos a otros esas miserias. El que ama se exige y pide para los que ama los verda-

deros valores: la libertad, la justicia...

Dios Padre nos ama, nos quiere inmensamente. Por eso nos lo pide todo y nos lo quiere dar

todo. Quiere que realicemos cosas imposibles, aquellas que están por encima de nuestras capacida-

des. Lo mismo que exigió higos a la higuera fuera del tiempo, nos pide a nosotros que llevemos a

cabo acciones "imposibles": que vivamos a imagen y semejanza suya, a la que fuimos creados (Gén

1,26-27). Jesús va siempre más allá de cada uno, más allá de donde hemos situado la meta de

nuestros proyectos e ilusiones de futuro.

La oración que Dios escucha con mayor atención es la que se realiza en comunidad; una

comunidad que debe rezar con la certeza de que ya ha obtenido lo que pide (1 Jn 5,15), a pesar de

tener la evidencia de no haber sido atendida en muchas ocasiones. ¡Cuántas cosas hemos pedido

que no hemos recibido! No debemos identificar nunca nuestra idea de "recibir" con la de Dios.

La oración da al creyente serenidad y confianza, le aleja del vivir angustiado y preocupado.

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Sabe que está en las manos de un Padre que siempre le concederá lo que más le convenga, aunque

a primera vista parezca el mayor de los fracasos.

7. Perdonar para ser perdonado

Las palabras finales de Marcos nos indican con claridad que una relación auténtica con Dios

incluye siempre una actitud de verdadera fraternidad con el prójimo. Nos evoca la petición del

padrenuestro sobre la necesidad que tenemos de perdonar a los demás si queremos que Dios

nos perdone a nosotros. Sin esta postura, nuestra oración al Padre es desleal e ineficaz. En

las promesas del Padre hay siempre unas exigencias duras. Lo mismo que la fe plena, el perdón y la

reconciliación fraterna son condición indispensable para que la oración consiga los dones del Padre.

La verdadera comunidad cristiana se caracteriza por una fe sin vacilaciones en Dios, que se

expresa en una oración confiada, hecha en un clima de auténtica comunión fraterna. El don

más excelente del amor del Padre es el perdón sin límites, esa experiencia de acogida que serena el

espíritu y abre al futuro. ¿Cómo no perdonar cuando tenemos esa experiencia?

La comunidad es para Marcos la verdadera "casa de oración" del futuro, el nuevo templo

abierto a todos los hombres que vivan buscando al Dios de Jesús, presente en los aconteci-

mientos de nuestros hermanos los hombres.

No es que Jesús desdeñe el culto y las oraciones. Todo lo contrario. Le gustan de tal forma que

quiere que continúen también en la vida cotidiana. Se muestra tan interesado por ellos, que quiere

que produzcan el fruto conveniente: la venida ya ahora y aquí de su reino. Somos nosotros los que

preferimos que todo se limite al templo.

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La autoridad de Jesús

Jesús fue al templo y, mientras enseñaba, se le acercaron los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo para preguntarle:

-¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad? Jesús les replicó: -Os voy a hacer yo también una pregunta; si me la contestáis, os diré yo

también con qué autoridad hago esto. El bautismo de Juan, ¿de dónde venía, del cielo o de los hombres? Ellos se pusieron a deliberar: -Si decimos "del cielo'; nos dirá: "¿por qué no le habéis creído?" Si le decimos

"de los hombres”; tememos a la gente; porque todos tienen a Juan por profeta. Y respondieron a Jesús: -No sabemos. El. por su parte, les dijo: -Pues tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto.

(Mt 21,23-27)

Jesús y los discípulos volvieron a Jerusalén, y, mientras paseaba por el templo, se le acercaron los sumos sacerdotes, los letrados y los senadores, y le preguntaron:

-¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad.'' Jesús les replicó: -Os voy a hacer una pregunta, y si me contestáis, os diré con que autoridad hago

esto. El bautismo de Juan, ¿era cosa de Dios o de los hombres? Contestadme. Se pusieron a deliberar: -Si decimos que es de Dios, dirá: "¿ Y por qué no lo habéis creído?" Pero

como digamos que es de los hombres... (Temían a la gente, porque todo el mundo estaba convencido de que Juan era un profeta.)

Y respondieron a Jesús: -No sabemos. Jesús les replicó: -Pues tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto.

(Mc 11,27-33)

Uno de aquellos días, mientras enseñaba al pueblo en el templo anunciándoles la buena noticia, se acercaron los sumos sacerdotes y los letrados con los senadores, y le preguntaron:

-Dinos: ¿Con qué autoridad actúas así? ¿Quién es el que te ha dado esa autoridad? Jesús les respondió: -También yo os voy a hacer una pregunta. Decidme: El bautismo de Juan,

¿era cosa de Dios o de los hombres? Ellos se pusieron a deliberar entre sí:

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-Si decimos "de Dios”; dirá que por qué no le creímos. Y si decimos "de los hombres”; el pueblo entero nos apedreará, porque están convencidos de que Juan era un profeta.

Y contestaron: -No sabemos. Entonces Jesús les replicó: -Pues tampoco yo os digo con qué autoridad actúo así.

(Lc 20,1-8)

Entramos -si nos apoyamos en Marcos- en el tercer día de la estancia de Jesús en Jerusa-

lén. Los enfrentamientos entre los miembros del gran consejo y Jesús, en estos días que prece-

dieron a su asesinato, fueron numerosos.

En la perspectiva literaria de los tres sinópticos, las autoridades religiosas judías plantean a

Jesús el problema de su autoridad. Es improbable que el diálogo-enfrentamiento se haya desa-

rrollado como lo narran los textos evangélicos por varios motivos: difícilmente los representantes

del sanedrín habrían descubierto su fallo delante del pueblo; además, en el cuarto evangelio la

discusión discurre por caminos distintos (Jn 12,37-50). El esquema está montado partiendo de

la costumbre rabínica de disputar a base de preguntas, contrapreguntas y respuestas.

Uno de los aspectos que más impresionó a los contemporáneos de Jesús fue la autoridad con

que enseñaba y actuaba (Mc 1,27). Los sacerdotes y letrados judíos, cuando enseñaban, buscaban

el oportuno respaldo a su doctrina en la ley o en la tradición de sus mayores. Jesús, en cambio,

enseñaba y actuaba sin apoyarse en nada ni en nadie, si exceptuamos al Padre. Recordemos,

por ejemplo, sus seis antítesis en el sermón de la montaña (Mt 5,21-48). Es la autoridad de Jesús el

tema central de este pasaje.

1. Se le acercan representantes de los tres grupos del sanedrín

Jesús ha vuelto al templo. "Mientras enseñaba" (Mateo y Lucas) al pueblo -"mientras

paseaba" (Marcos)-, "se le acercaron los sumos sacerdotes, los letrados y los senadores"

(Marcos y Lucas) para hacerle una pregunta. Buscan un nuevo pretexto para hacerle un proceso y

así librarse de él. Aparecen los tres grupos que componen el sanedrín, suprema autoridad de los

judíos. Marcos y Lucas ponen así de relieve el carácter oficial de la pregunta. Estos dirigentes son

y representan -¡cuándo no!- a la aristocracia sacerdotal y seglar, a los socialmente más

privilegiados, a los primeros en temer las comprometidas enseñanzas y la popularidad de Jesús, a

los que pretenden acallar su voz para luego interpretarlo y transmitirlo a su propia conveniencia.

Cuando plantean la pregunta a Jesús obran legítimamente. De la misma forma habían

interrogado a Juan Bautista (Jn 1,19-28) e interrogarán más tarde a los discípulos de Jesús (He

4,5-22).

No buscan la verdad. Para ellos es un impostor, un "subversivo", al que ya han condenado a

muerte (Jn 11,53). ¡Qué difícil es querer y buscar la verdad cuando perjudica nuestros propios

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intereses!

El hecho de enseñar era una actividad que podía ejercer cualquier israelita varón adulto,

por lo que nadie podía impedírsela ejercer a Jesús. Por eso, la pregunta no se va a referir a

enseñar o no, sino a quién le había dado la facultad para hacerlo en el templo como rabino. La

enseñanza en el templo era oficial. La ejercían rabinos autorizados oficialmente, siguiendo una

cadena que se suponía ininterrumpida desde Moisés. Autorización que se concedía después de un

largo aprendizaje y de haber recibido la "imposición de manos" de otro rabí. Si él no tenía esa

autorización, que sólo ellos podían otorgar, su enseñanza no era oficial y, por tanto, sospechosa.

Han olvidado el caso de los grandes profetas de Israel, que tenían autoridad directamente de Dios.

Pero ¿cómo Jesús, que se les ha enfrentado, puede ser uno de ellos? Jesús se ha presentado como

maestro, pero nunca ha frecuentado las escuelas de los doctores de la ley ni ha sido confirmada

su formación y su ciencia mediante la imposición de las manos de otro maestro. Pasa ante el pueblo

por profeta, pero formula reivindicaciones más profundas que las de éstos. En el fondo del

problema de la autoridad late la cuestión de la mesianidad, soslayada por los dirigentes hasta el

final (Mt 26,63; Mc 14,61-62; Lc 22,70).

Los gestos y las palabras del galileo tenían que irritar necesariamente a los responsables del

culto y de la doctrina. Eran unos gestos y unas palabras que dejaban al descubierto su hipó-

crita y egoísta modo de actuar.

2. Todo estaba en orden

Para ellos todo estaba en orden en el templo. Los rabinos, colocados bajo el pórtico,

impartían la enseñanza oficial y respondían a las preguntas y a las dudas de los oyentes. Eran

expertos en el oficio, para el que se habían preparado con largos estudios y al que dedicaban todo

su tiempo. Los mercaderes, en el centro del patio, provistos de todas las licencias y permisos, y

puntuales en pagar al templo los impuestos correspondientes. Los cambistas, sentados en sus

puestos, también autorizados y exactos en el cumplimiento de sus obligaciones pecuniarias. El

único que no tiene permiso para hacer lo que está haciendo es Jesús. Precisamente el que quiere

poner un poco de orden en todo aquel "mercado".

Es la misma trágica comedia de hoy, que se repite a lo largo de los siglos. La obligación de tener

el correspondiente nombramiento, los títulos, los estudios, los permisos..., cuando el modo de

actuar pone en entredicho a las autoridades religiosas. Lo que hacen los dirigentes siempre

está bien, ellos nunca se equivocan, por algo son los que mandan. Han sido elegidos directamente

por Dios y sólo a él tienen que dar cuentas de sus actuaciones. Mientras tanto, el pueblo

languidece en medio de un culto y una doctrina muertos... ¡Cuántos han abandonado la Iglesia

asqueados de tanto negocio, mentira, alianzas y vaciedad! ¡Y cuántos no se van porque saben

que no hay otra Iglesia! ¿Quién te ha autorizado a decir esas cosas, a actuar así, a cambiar lo

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establecido desde hace siglos?... ¡Qué pocas veces reflexionamos sobre la vida de Jesús y sobre las

verdaderas razones que le llevaron a la cruz!

Le faltan los permisos oficiales, que nunca le darán porque todo está bien como está, como

ha sido siempre. Además, indudablemente, Dios está de su parte y si algo hicieran mal, él se lo haría

saber. ¿No son sus legítimos representantes? Y así, encerrados en tanta seguridad y certeza,

cualquier intento de cambiar el montaje defendido por ellos no puede ser considerado más que

como una amenaza, un atentado a la verdad, una ofensa a la religión, una blasfemia...

De esta forma el profeta -Jesús-, que tiene la manía de no estar de acuerdo con lo que

interesa a los que mandan, es condenado. Siempre le falta algún permiso o le sobra alguna

palabra. Y sabe que jamás tendrá en regla todos sus "papeles" y todas sus ideas. Será acusado

de fomentar desórdenes, de confundir a la gente, de meterse en política, de exagerado... El

problema no es de legalidad, sino de autenticidad.

A Jesús no le han perdonado, desde el comienzo de su predicación, que no haya dicho las cosas

que a ellos les gustaba escuchar. Al contrario, se ha permitido la osadía de atacarles frontalmente

delante del pueblo, de dejarlos en ridículo. Además, la gente quiere que se le repita lo que ya sabe,

rechaza las novedades que comprometen las propias seguridades. Por eso Jesús está cada día más

solo. Debería haber tenido la perspicacia de mostrarse de acuerdo con los intereses de las

autoridades y con los caprichos del pueblo. Se habría ahorrado muchas discusiones... y la cruz.

Hasta le habrían ofrecido algún puesto importante, a él, que se expresaba con tanta facilidad, que

demostraba tanta inteligencia, haciendo la vista gorda sobre el hecho de no haber acudido a

sus escuelas. Siempre, lógicamente, que llevara el catecismo oficial bajo el brazo. Hasta es posible

que le hubieran otorgado alguna condecoración. Los jefes saben agradecer los servicios

prestados.

3. Quieren saber dos cosas íntimamente relacionadas

"¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?" Siendo ellos los

responsables del templo y de su administración, se han sentido atacados por la actuación de Jesús y

por sus enseñanzas. Y no sólo por el revuelo que ha armado con la expulsión de los mercaderes

y de los cambistas. La pregunta se refiere a toda su actividad y a toda su doctrina. Jesús se

ha comportado, y sigue comportándose, como si fuera el Mesías, el encargado de mantener el

orden en el recinto sagrado y de juzgar lo que conviene o no para el culto de Dios. Se han sentido

desbancados de su autoridad y, además, perjudicados en sus intereses económicos. El atrevi-

miento de Jesús ha sido grave y tendrá que pagar por ello. Debe justificar claramente su modo de

actuar.

La pregunta es objetiva y fría. Considera las dos posibilidades: Si Jesús reivindica una

autoridad propia para actuar como lo hace, ¿qué autoridad es ésa?; si se remite a una potestad

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delegada por otro, debe declarar abiertamente a quién representa. La pregunta está cuidado-

samente formulada: se le interroga sobre sus poderes mesiánicos, ya que un comportamiento tan

audaz como el de Jesús solamente le habría sido lícito al Mesías en persona. Si Jesús deja entrever

que él es el Mesías, podrían abrirle un proceso legal como falso pretendiente a la mesianidad.

Tendrían para ello motivos suficientes.

Lo hacen de mala fe, convencidos de que un individuo así no puede ser el Enviado de Dios. Su

intención es perversa, insidiosa, indigna de unos dirigentes religiosos. Sólo buscan la ocasión opor-

tuna para ejecutar la condena a muerte que ya han decretado contra él. Están llenos de

prejuicios contra el profeta galileo, del deseo maligno de tenderle una trampa. Aunque con su

pregunta pretendan reflejar su preocupación por la ortodoxia, por el orden: Si el primero que

llega hace lo que Jesús, ¿dónde iremos a parar?

No se rompen las tradiciones impunemente; especialmente las que rinden beneficios y prestigio

a los dirigentes. Lo importante era que compraran, que ofrecieran a Yahvé sacrificios, frecuenta-

sen el templo -sobre todo su cepillo de las limosnas-, las ceremonias religiosas... Es verdad que

algunos profetas habían atacado esos sacrificios y esas ceremonias; pero ya se sabe que los

profetas siempre tienen algo que decir, y suelen ser muy impulsivos, entrometidos e imprudentes.

Con la excusa de que eran enviados de Dios, se metían con todos y con todo; incluso en lo que no

era de su competencia. Como si los sacerdotes no fuesen también los ungidos de Dios y los

guardianes del templo. No podían olvidar que la prudencia, el equilibrio, el buen sentido...

siempre fueron prerrogativas clericales. Los sacerdotes eran los responsables del templo, sólo a

ellos competía dar permisos y prohibiciones. ¿Qué le importaba a él, laico y contestatario, lo que

ellos hacían? Además, si siempre se había hecho así, sería por algún motivo. ¿O es que sus ante-

pasados habían sido unos necios y sólo él, galileo por más señas, sabía lo que había que cambiar

y hacer?

4. Origen del bautismo de Juan

La respuesta de Jesús comienza, al estilo de los debates rabínicos, con una contrapregunta para

llevarles, si se dejan, a la respuesta verdadera. No lo hace para evadir la respuesta que le han

pedido, como tampoco les ha discutido el derecho que tienen a plantearle la cuestión de su auto-

ridad. Pretende forzarles a descubrir su postura interna, hacerles recapacitar. Está convencido

de que sus interlocutores no tienen fe ni en él, ni en Juan, ni en Dios, a pesar de ser sus máximos

representantes. Le han preguntado para comprometerle, nunca para ahondar en la posibilidad

de que Jesús fuera en realidad el Mesías. Quiere que descubran su incredulidad y lo va a hacer de

la forma que considera más conveniente.

Juan había causado una gran conmoción en Israel. Llamó a la conversión en el Jordán,

bautizó y anunció la proximidad del reino de Dios. A él acudían gentes de Jerusalén, de Judea y de

todas las regiones del Jordán, confesaban sus pecados y eran bautizados por él en el río (Mt 3,1-12

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y par.). Hasta el historiador judío Flavio Josefo se hizo eco de este movimiento excepcional y del

aprecio en que tenía el pueblo al Bautista, al que consideraban un verdadero profeta, hasta el

punto de enviar el sanedrín, muy preocupado, una representación para investigar oficiosamente

quién era (Jn 1,1928). Jesús había continuado, de alguna manera, la tarea del precursor, aunque

no bautizaba personalmente (Jn 4,2). Llamó también a la conversión y proclamó la llegada del

reino.

La pregunta que les propone Jesús apunta directamente a la cuestión de la autoridad. Juan

había ejercido su misión sin credenciales jurídicas, y no sólo al margen de la institución, sino

incluso denunciándola (Mt 3,7-9). Los dirigentes, al contrario que el pueblo, no habían creído en la

predicación de Juan. Ahora les pide que se pronuncien: ¿Tenía o no Juan autoridad divina para

hacer lo que hacía?; es decir, ¿puede haber una misión divina que prescinda de lo jurídico? Su

pregunta equivale a inquirir de ellos si tenían a Juan por un profeta verdadero o falso. La

respuesta a la pregunta sobre la autoridad del Bautista proyectará luz sobre la autoridad de

Jesús, al que preparó el camino. El planteamiento de Jesús era bueno, pero faltaba la buena

intención, el deseo de búsqueda de la verdad, en los representantes del sanedrín.

La pregunta sobre el bautismo de Juan implica toda su predicación, su invitación a la

penitencia y a la conversión en orden al reino inminente. La pregunta lleva al terreno mesiánico,

ya que Juan, con toda su actuación, había preparado y anunciado la inminente llegada del

Mesías.

Si le contestan, Jesús está dispuesto a responderles. Conoce de antemano la confusión en que su

pregunta pondrá a sus adversarios. También sabe que la actitud que tomaron con Juan, será la

que tomen con él. La autoridad del Bautista para administrar el bautismo de penitencia en el

nombre de Dios se fundaba en su mensaje. La autoridad de Jesús para enseñar en el templo en

el nombre de Dios se funda en el mismo mensaje del reino, llevado a plenitud. De esta forma, Jesús

une su suerte a la de Juan.

5. "No sabemos"

La pregunta de Jesús los ha colocado en un gran aprieto, que los evangelistas reflejan me-

diante las deliberaciones que se hacen entre sí o para sus adentros. Tales cavilaciones no parten

de la pregunta que les ha formulado; giran en torno a su posición y prestigio personales. A

pesar de la importancia que se dan, fruto de su incredulidad, no les preocupa la causa de Dios o

del pueblo, sino sus propias personas.

Se encuentran en un callejón sin salida. Son conscientes de haber rechazado a Juan, pero

temen al pueblo. Deben dudar bastante antes de responder. Son personas habituadas a todas

las sutilezas dialécticas. Intentan imaginar la réplica que seguirá por parte de Jesús a cada una

de sus posibles respuestas. Sopesan las palabras, para no comprometerse y ofrecer al enemigo la

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posibilidad de dejarlos al descubierto.

Se dan cuenta de la trampa en que han caído. Respondan lo que respondan, van a quedar

muy mal parados. Si declaran divino el origen del bautismo de Juan, les echará en cara su incre-

dulidad y les obligará a creer en él, lo que implicaría dejar de buscar sus intereses y entregarse de

verdad al servicio de Dios. Si lo declaran humano, sus vidas corren peligro porque el pueblo lo

tenía por verdadero enviado divino. Los judíos allí presentes serían capaces de lapidarlos por

blasfemos, ya que este delito religioso llevaba aneja tal condena. Y ya sabían que el pueblo

reaccionaba impulsiva y ciegamente en estos casos (Jn 10,31; He 7,56-59). Saben también que

el pueblo no los quiere, que no gozan de la simpatía de la gente. Su temor estaba, por tanto, muy

justificado.

Quieren conservar su prestigio, su buena conciencia, el puesto... y los intereses materiales.

Lo fundamental para ellos es no perder su reputación. Una postura a la que, ciertamente, no se

le puede dar el nombre de fe.

"No sabemos". Tuvo que ser duro para ellos, que constantemente hacían ostentación y

vivían de su saber, dar una respuesta de este género. Responder que no lo saben es una solemne

mentira que delata su mala fe. Con este mismo espíritu mentiroso acusarán a Jesús. Son incapaces

de decir "no" a Dios, de vivir sin religión, y así viven en una situación absurda.

La acusación de incredulidad es, para los tres evangelistas, el punto central de estas delibe-

raciones. Si los dirigentes religiosos no están ya a favor de la verdad de Dios ni la sostienen, ¿cómo

pueden guiar al pueblo en el nombre de ese Dios? Con su respuesta destruyen su propia auto-

ridad, demuestran vivir en la ambigüedad: por una parte, han rechazado a Juan y, por lo mismo,

a Jesús y a Dios, y por otra, quieren gozar del favor del pueblo.

6. Sin lealtad, cualquier revelación es inútil

Si se han mostrado incompetentes para juzgar en el caso de Juan, ¿cómo lo van a ser en el

suyo? Por eso, Jesús renuncia a dar un testimonio explícito de sí mismo. ¿Cómo convencer con

sus palabras a quienes se han opuesto a toda su actuación con su actitud incrédula y negativa?

"Pues tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto". ¿Para qué responder? ¿Para qué

perder el tiempo en explicaciones si no quieren entender? No existen pruebas de ninguna clase

para los que no quieren creer. Para encontrar la verdad es preciso buscarla con desprendimiento e

interés, y sin rehuir el posible compromiso que la suele acompañar.

Jesús podría haber ironizado sobre el particular. Sin embargo, ha preferido seguir su juego.

También él esconde su respuesta ante su incredulidad. Sin lealtad, cualquier revelación es inútil. La

fe es don, ciertamente, pero exige la disponibilidad por parte del hombre para desmantelar las pro-

pias defensas, para salir de esos refugios de seguridad que son los prejuicios, las ideas preconce-

bidas.

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Les declara incapaces de juzgar su caso. Si después de todo lo que vieron y oyeron del

Bautista no se decidieron a formar un juicio y a creer en él, ¿cómo lo harán con Jesús, con

quien han actuado, y seguirán actuando, de la misma forma? Los gestos que había realizado

durante sus tres años de deambular por Palestina habían acreditado de sobra quién era. Así se lo

había dicho Nicodemo (Jn 3,2). Pero los que iban con mala intención lo que menos buscaban

era la verdad. No había que pedir explicaciones a quien se había mostrado sobradamente, como

había hecho Jesús. Y no había que responder a quienes de antemano no querían comprender.

En realidad, Jesús ha respondido al rehusar contestar. Pero lo ha hecho de una forma que

deja en evidencia el rechazo de sus adversarios. Nunca revela el misterio de su persona a

quienes lo han encuadrado con anterioridad dentro de unas categorías determinadas. Se da a

conocer sólo a los pequeños, a los marginados (Mt 11,25; Jn 4,26; 9,37). Su silencio ha sido más

elocuente que el más brillante discurso.

La negativa de Jesús es el punto final. Un final cargado de malos augurios.

Con este comportamiento, Jesús nos da un ejemplo de actuación profética. Siempre se ha

presentado con la misma sinceridad, sin temor a las consecuencias que le pudieran sobrevenir.

Ahora, ante estos dirigentes que buscan su muerte, actúa como hicieron siempre los profetas en

la clandestinidad: utilizar un lenguaje ambiguo para responder, asequible a los que buscan la

verdad con sinceridad, a los iniciados. Y es que la verdad solamente se puede comunicar a

aquellos que son dignos de ella. No se pueden dar perlas a puercos (Mt 6,6). Las autoridades

judías habían demostrado sobradamente su mala intención.

No hemos de confundir nunca la sinceridad con la ingenuidad. Cuando uno se encuentra con

unos dirigentes de clara y manifiesta mala fe, no tiene que cometer la ingenuidad de declararse,

pensando que está obligado a ello. No hay pruebas evidentes para los hombres que no quieren

creer, que ya han hecho su "ficha". En la Biblia tenemos abundantes ejemplos de este lenguaje

ambiguo frente al poder opresor. El género literario llamado apocalíptico está lleno de simbolis-

mos para describir a los enemigos. Con su modo de actuar, Jesús nos recuerda su enseñanza:

"Sencillos como palomas, pero astutos como serpientes" (Mt 10,16).

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Doble origen del Mesías

Mientras seguían reunidos los fariseos, les preguntó Jesús: -¿Qué pensáis del Mesías?, ¿de quién es hijo? Contestaron ellos: -De David. El replicó: - Pues ¿cómo David, movido por el Espíritu, le llama Señor cuando dice: "Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies "? Pues si David lo llama Señor, ¿cómo puede ser hijo suyo? Ninguno fue capaz de responder nada; y desde aquel día nadie se atrevió a hacerle

más preguntas. (Mt 22,41-46)

Mientras enseñaba en el templo, Jesús preguntó: -¿Cómo dicen los letrados que el Mesías es hijo de David? El mismo David, movido por el Espíritu Santo, dice: "Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, y haré de tus enemigos estrado de tus pies”.7

Si el mismo David lo llama Señor, ¿cómo puede ser hijo suyo? La gente, que era mucha, disfrutaba escuchándolo.

(Mc 12,35-37)

Jesús les preguntó: -¿Cómo dicen que el Mesías es hijo de David? Porque el mismo David dice en el

libro de los Salmos: "Dijo el Señor a mi Señor:, siéntate a mi derecha que voy a hacer de tus enemigos estrado de tus pies": De modo que David lo llama Señor; entonces, ¿cómo puede ser hijo suyo?

(Lc 20,41-44)

Los tres evangelios sinópticos insertan en estos últimos días de la vida de Jesús este episodio,

en el que el joven galileo pasa al ataque, tocando el punto central de la expectación mesiánica,

pendiente desde la triunfal manifestación que le acompañó en su entrada en Jerusalén (Mt

21,9.15 y par.). Con la invocación de "hijo de David" le han llamado también los ciegos (Mt

20,30 y par.), sin que Jesús les haya llevado la contraria. Para el judío éste era el título más claro

para proclamar al Mesías.

Con esta narración, los evangelistas pretenden hacer ver que la simple enseñanza de los

letrados y fariseos, que presentaban al Mesías únicamente como descendiente de David por la

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sangre, no era suficiente para valorar su origen. Van a apelar a la Escritura, con un proce-

dimiento típico de los rabinos, para orientar a los dirigentes religiosos y al pueblo judío hacia la

divinidad del Mesías. No faltaban en aquel ambiente grupos o sectas judías que ya defendían esta

divinidad, apoyados en una especial interpretación de la profecía de Daniel (Dan 7,13-14).

Mateo y Marcos desarrollan esta narración al final del tema de cuál es el principal manda-

miento de la ley, mientras que Lucas lo sitúa después del tema de la resurrección de los muertos.

1. Jesús no es sólo "hijo de David"

Los fariseos han preguntado maliciosa y reiteradamente a Jesús. Los debates se cierran con

esta pregunta sobre el origen del Mesías. La escena sucede en el templo, mientras Jesús enseñaba

(Marcos), posiblemente junto a alguno de sus grandes pórticos.

Los fariseos siguen reunidos (Mateo) después de los enfrentamientos que han tenido con él.

Dirigiéndose a ellos, les hace la pregunta: "¿Qué pensáis del Mesías?, ¿de quién es hijo?" (Mateo).

Una pregunta que debe hacerse todo cristiano que quiera tener una idea más exacta de quién es

Jesús.

Desde el comienzo de sus evangelios, Mateo y Lucas han afirmado que Jesús es hijo de

David (Mt 1,1; Lc 1,32), por ser hijo legal de José (Mt 1,16.20; Lc 2,48), descendiente de

David y natural de Belén de Judea, lo mismo que Jesús, aspecto desconocido para los dirigentes y

para el pueblo de Israel, que creían a Jesús oriundo de Nazaret de Galilea.

Entre las promesas hechas por Yahvé a David sobre su descendencia se incluía la perma-

nencia eterna de su reinado, que llegaría a su máximo esplendor con la llegada del Mesías (Is 9,5-6;

11,1; Sal 2,6-9; 89,29-30.36-38); reinado que los israelitas habían interpretado como meramente

terreno, viviendo en su mayoría en esa expectación triunfalista. El Mesías sería un poderoso rey

humano, nacionalista y temporal.

Siguiendo las huellas de la Escritura (2Sam 7,12-16; Am 9,1115; Jer 23,5; 33,15-26; Ez 34,23;

37,24), los fariseos responden: "De David" (Mateo). Los otros dos evangelistas incluyen esta respues-

ta en la pregunta que les hace Jesús. No solamente decían esto los letrados, que eran fariseos,

sino también la Escritura, y era la creencia popular.

¿Cómo puede ser el Mesías sólo "hijo de David", si el mismo "David lo llama Señor"? (Sal

110,1). ¿Cómo va a llamar "Señor", nombre que indica superioridad, a un hijo suyo? Invoca un

salmo considerado como davídico y mesiánico por la tradición antigua. Los apóstoles lo citan fre-

cuentemente en este sentido (He 2,34; 1 Cor 15,25; Ef 1,20-22; Heb 1,3; 5,6; 7,17-21; 8,1; 10,12-13; 1 Pe

3,22). Pero después de la muerte de Jesús, al ser muy utilizado por los cristianos para probar su me-

sianismo, los judíos le negaron este carácter mesiánico para evitar estas argumentaciones. Poste-

riormente se le volvió a dar su sentido tradicional. En el siglo III lo cita el Talmud como mesiánico.

En esta situación ambiental tiene lugar la argumentación de Jesús.

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Esta pregunta debe hacerles reflexionar. Al hacerla, pretende conseguir dos efectos: enseñarles

que para interpretar fielmente la Escritura deben considerar y contrastar entre sí todos sus textos

y forzar a los dirigentes religiosos al silencio. La aparente contradicción de la Escritura consigo

misma tiene una explicación que deben ahondar.

Es importante destacar que Jesús no se proclama Mesías ante los fariseos. Su pregunta es

teórica, sin alusión alguna a su persona. No pretende manifestar su verdadero origen -perdería

el tiempo-, sino rectificar ciertas ideas insuficientes sobre el Mesías. Jesús no pretende negar la

descendencia davídica del Mesías, sino presentar su origen trascendente (Rom 1,2-4).

2. Procede también de Dios

Con su pregunta, Jesús da por ciertas tres cosas: que el Mesías desciende de David; que ese

origen no justifica el título de "Señor" que le da, y que su afirmación es tan verdadera que está

avalada por lo que dice el salmo inspirado. Hace ver que la dignidad de ser "Señor" no le viene al

Mesías por el simple hecho de su origen real humano. Sólo si tiene también un origen trascendente

puede caberle ese título. Éste es el intento de Jesús al hacer su pregunta: orientar hacia el

doble origen del Mesías.

El Mesías participa del poder, de la dignidad y de la naturaleza de Dios. Es la conclusión a que

lleva el haberse proclamado, ya antes, superior al rey Salomón (Mt 12,42), al profeta Jonás

(Mt 12,41), al sábado (Mt 12,8) y hasta al mismo templo (Mt.12,6).

La pregunta de Jesús incluye, por tanto, los dos orígenes. No niega que el Mesías sea de la

estirpe de David, lo que estaría en contradicción con la Escritura, sino que sea su simple sucesor y

que vaya a restaurar la monarquía, sucediendo a David como rey de Israel, según creencia muy

generalizada. Afirma que el reino mesiánico será muy superior al de David, de otro orden y más

vasto que él. Ésa es la razón de que David llame al Mesías "Señor".

Jesús pretende mostrar a los fariseos que el Mesías no es mero sucesor de David y que

tampoco tendrá lugar esa restauración gloriosa y guerrera, esperada por los nacionalistas

judíos, para liberar por la fuerza al pueblo de la dominación extranjera. Rectifica así el sentido

de la aclamación de la multitud durante su entrada en Jerusalén.

Atribuir al texto la intención de mostrar una oposición entre dos estados sucesivos de Jesús,

el de su vida terrestre y el de su exaltación, carece de fundamento. No se pregunta cuál es la rela-

ción entre el Mesías y Dios, sino únicamente la relación de David con el Mesías.

3. Reacciones

La reacción de los oyentes fue triple, si tenemos en cuenta los relatos de Mateo y Marcos.

Lucas no trata de ello.

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"La gente, que era mucha, disfrutaba escuchándolo" (Marcos).

"Ninguno fue capaz de responder nada" (Mateo). Los fariseos, conocedores de la tradición,

comprendieron que las palabras de Jesús estaban de acuerdo con lo que afirmaban algunos

sectores y que su objeción no la resolverían con responder que lo llamaba "Señor" por ser

Mesías.

"Y desde aquel día nadie se atrevió a hacerle más preguntas" (Mateo). Estas palabras

aparecen también en los tres últimos temas (el tributo al César, la resurrección de los muertos y el

primer mandamiento de la ley). Puede responder a grupos más o menos distintos, que reaccionan

de un modo semejante ante su agudeza; o indicar que no se atrevían a objetarle ni a discutir con

él, convencidos de ser derrotados; o ser una forma literaria de finalizar las disputas.

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Ocho anatemas contra letrados y fariseos

Siguió diciendo Jesús: -¡Ay de vosotros, letrados y fariseos hipócritas, que cerráis a los hombres el reino

de los cielos! Ni entráis vosotros ni dejáis entrar a los que quieren. ¡Ay, de vosotros, letrados y fariseos hipócritas, que devoráis los bienes de las viudas

con pretexto de largas oraciones! Vuestra sentencia será por eso más severa. ¡Ay de vosotros, letrados y fariseos hipócritas, que viajáis por tierra y mar

para ganar un prosélito, y cuando lo conseguís lo hacéis digno del fuego el doble que vosotros!

¡Ay de vosotros, guías ciegos, que decís: "Jurar por el templo no obliga, jurar por el oro del templo sí obliga".' ¡Necios y ciegos! ¿Qué es más, el oro o el templo que consagra el oro?

O también: "Jurar por el altar no obliga, jurar por la ofrenda que está en el altar sí obliga ". ¡Ciegos! ¿Qué es más, la ofrenda o el altar que consagra la ofrenda? Quien jura por el altar, jura también por todo lo que está sobre él; quien jura por el templo, jura también por el que habita en él, y quien jura por el cielo, jura por el trono de Dios y también por el que está sentado en él.

¡Ay de vosotros, letrados y fariseos hipócritas, que pagáis el décimo de la menta, del anís y del comino, y descuidáis lo más grave de la ley: el derecho, la compasión y la sinceridad!

Esto es lo que habría que practicar, aunque sin descuidar aquello. ¡Guías ciegos, que filtráis el mosquito y os tragáis el cam e l lo ! ¡Ay de vosotros, letrados y fariseos hipócritas, que limpiáis por fuera la copa y el

plato, mientras por dentro estáis rebosando de robo y desenfreno! ¡Fariseo ciego!, limpia primero la copa por dentro y así quedará limpia también por fuera.

¡Ay de vosotros, letrados y fariseos hipócritas, que os parecéis a los sepulcros encalados! Por fuera tienen buena apariencia, pero por dentro están llenos de huesos y podredumbre; lo mismo vosotros: por fuera parecéis justos, pero por dentro estáis repletos de hipocresía y crímenes.

¡Ay de vosotros, letrados y fariseos hipócritas, que edificáis sepulcros a los profetas y ornamentáis los mausoleos de los justos, diciendo: "Si hubiéramos vivido en tiempo de nuestros padres, no habríamos sido cómplices suyos en el asesinato de los profetas"! Con esto atestiguáis, en contra vuestra, que sois hijos de los que asesinaron a los profetas. ¡Colmad también vosotros la medida de vuestros padres!

(Mt 23,13-32)

1. La hipocresía es la gangrena de la espiritualidad

Prosigue el durísimo discurso de Jesús contra los letrados y fariseos, representantes oficiales

de la religiosidad del pueblo de Israel, que se habían convertido en los principales obstáculos de la

verdadera fe. Dice el concilio Vaticano II que la falsificación de Dios es una de las causas

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determinantes del ateísmo (Gaudium et spes 19). ¿Nos imaginamos las reacciones que habría si

algo semejante se dijera hoy sobre los dirigentes de nuestra Iglesia que estén incurriendo en sus

mismos errores? Porque también ahora se sigue insistiendo en la necesaria ortodoxia del dogma,

de los ritos y prácticas religiosas, pero descuidando, e incluso atacando de forma alarmante, la

promoción social de los pobres de la tierra, bajo capa de materialismo. Basta que una revolución

sea protagonizada por el pueblo para que la jerarquía eclesiástica se ponga en guardia y encuentre

imperfecciones de todo tipo, lógicas en toda lucha y actuación humanas. Imperfecciones que se

silencian frecuentemente cuando la violencia es ejercida por los amos del dinero y del bienestar

económico, siempre amparados por los ejércitos.

La sección que vamos a comentar consta de ocho anatemas a aquellos dirigentes. Amenazas

extensivas a todos los que en el futuro siguieran sus falsos planteamientos.

En las ocho amenazas es puesta en evidencia la hipocresía de los letrados y fariseos y la

búsqueda de sí mismos bajo capa de celo por la ley y de una gran piedad. Es la hipocresía la

palabra que sirve de unión a todo el texto, la hipocresía que es la gangrena de la espiritualidad.

Porque el hipócrita es fundamentalmente un hombre que separa las palabras de los hechos,

un hombre que recita, que gusta de la publicidad y de los buenos puestos. Para él lo que cuenta

es lo externo, lo que se ve; nunca lo interno, lo que no se ve. Estudia cada gesto, cada palabra,

para llamar la atención sobre su propia virtud y bondad. Con una "sabia" casuística adapta las

leyes a sus propios intereses, pretenden ser fieles a Dios por practicar observancias mínimas

-muy importantes, sin duda-, mientras descuidan los preceptos más graves. La hipocresía es la

falsificación y lo más opuesto al ideal evangélico.

Letrados y fariseos son representantes de quienes supeditan todo a la propia seguridad

personal. Por lo general, son conservadores, nada propensos a la conversión y a la esperanza.

Los movimientos populares les aterran, todo lo nuevo les asusta, porque pueden dejar al

descubierto muchas mentiras, injusticias y opresiones.

Con sus duras palabras, Jesús critica y condena todo legalismo de vía estrecha. Crítica y conde-

na que no van dirigidos en absoluto contra le ley, sino contra todos aquellos que, amparándose en

ella, pretenden burlar sus profundas exigencias. Ataca a los leguleyos, a los que han convertido la

vida y la fe en casuística y prácticas externas. Mateo ha recogido el sentido profundo de esta

crítica de Jesús en sus seis antítesis (Mt 5,21-48). También Pablo nos describe esta tendencia

farisaica que falsifica la verdadera ley (Rom 2,1729), y él era fariseo.

No es el único caso del evangelio en que resuena el "ay de vosotros". Lo leemos por primera vez

en el relato de Lucas, en su discurso de la montaña: al "bienaventurados los pobres..., los que

ahora tienen hambre..., lloran... y son perseguidos" (Lc 6,20-23) se contrapone el "ay de vosotros

los ricos..., los que ahora estáis hartos..., reís..., sois alabados" (Lc 6,24-26). Estas amenazas van

dirigidas a todos los que en la práctica viven encerrados en sus propios intereses y privilegios, a

todos los que cierran su corazón y su mente a la voluntad del Padre, que se expresa en la búsqueda

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de la justicia y de la fraternidad universales, en la lucha por el bien y la igualdad de todos los

hombres y pueblos. Actitud que hace ciegos. Porque están "hartos", estos hombres no com-

prenden las bienaventuranzas del reino, no quieren saber que es justamente su riqueza, su sacie-

dad, su comodidad..., la razón del hambre, del llanto... de muchos otros. Sobre todo no compren-

den que alguien quiera el cambio de las estructuras sociales y religiosas y de los corazones; y al

no comprenderlo, lo persiguen. ¿Qué hombre de buena voluntad puede dudar de que el

despilfarro y progreso económico de los Estados Unidos y, en menor grado, de Europa

Occidental y Japón lo están pagando los innumerables pueblos del llamado tercer mundo, y de que

ésa es en realidad la política del "mundo libre'? Llamar libertad a que algo más del seis por ciento

de la humanidad (USA) se lleve cerca del cincuenta por ciento de los bienes del mundo es algo que

clama al cielo. Ésa es, y nada más que ésa, la verdadera política norteamericana, bien apoyada por

los intereses del resto del mundo capitalista.

Las mismas palabras de amenaza dirige Jesús a las ciudades de Corozaín y Betsaida (Mt 11,21).

Ciudades que han oído el anuncio del reino y visto los signos que le acompañaban, pero que no se han

abierto al mensaje. Además, para justificar su rechazo buscaron pretextos que en realidad testi-

monian su mala voluntad (Mt 11,16-19). Habrían aceptado los signos y las palabras de Jesús si

hubieran estado al servicio de otro anuncio: del anuncio que dejara las cosas tal cual estaban.

La tercera vez -en nuestro texto es la cuarta- estas duras palabras recaen sobre el

mundo a causa de sus escándalos (Mt 18,7). Ese mundo -incluido el religioso- que no cree y al

que le molesta que haya verdaderos creyentes, y trata de desorientar la fe de los que quieren seguir

de verdad a Jesús. Ese mundo que se sirve hasta de la cultura y de todo su poder para desorientar

a los que confían en las palabras siempre frágiles e inermes de Jesús de Nazaret. Ese mundo

que rechaza todo lo que no le pertenece, todo lo que le turba y pone en peligro su tranquilidad (Jn

15,18-19). Esa parte de Iglesia que desvía a los suyos del verdadero compromiso cristiano y

persigue a los mejores de sus hijos. Jesús no dirige su amenaza a los escándalos que nacen de la

debilidad humana, sino a los que son fruto de una mala voluntad resuelta a destruir toda

convicción evangélica.

2. Ni entran en el reino ni dejan entrar

El reino de Dios, anunciado por los profetas, apareció entre los hombres con la persona de

Jesús. Juan Bautista lo había precedido (Mt 3,2). Los dirigentes espirituales del judaísmo tenían que

haberlo reconocido, ya que a él como Mesías se referían los libros sagrados que ellos estudia-

ban. El mismo Moisés escribió de Jesús (Jn 5,46-47). Sus obras tenían que haberles hecho

reflexionar (Jn 10,25). Pero se han negado obstinadamente a recibirlo. Y con su autoridad han

impedido que el pueblo recibiera su mensaje. Al hacerse "sabios y entendidos" (Mt 11,25), se han

incapacitado para descubrir los caminos de Dios. Además, no se han limitado a rechazarlo,

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sino que se han opuesto decididamente a que otros lo aceptasen (Jn 9,22). Oposición que siguió

después del asesinato de Jesús y que nos cuenta con detalle el libro de los Hechos de los

Apóstoles.

Los letrados y fariseos han cerrado el reino de Dios a los hombres; es decir, con su

proceder han hecho invisible la presencia de Dios en la historia humana, al encerrarlo en el

templo entre incienso y sacrificios. Al ser los transmisores e intérpretes oficiales de la ley, tenían la

"llave" de la misma (Lc 11,52), por lo que su enseñanza de las Escrituras era fundamental para la fe

del pueblo, que les seguía casi ciegamente. Su rechazo culpable del Mesías tuvo unas funestas

consecuencias para Israel. Su responsabilidad fue enorme. De aquí las palabras de Jesús: "Ay

de vosotros, letrados y fariseos hipócritas, que cerráis a los hombres el reino de los cielos! Ni

entráis vosotros ni dejáis entrar a los que quieren". Ellos que, por su saber, debían haber

preparado el camino del reino, son los que impiden que éste alcance sus objetivos.

Han retorcido los signos, distraído la atención de lo esencial y centrado en lo que es secun-

dario, cambiado el designio del Padre de fraternidad, amor, justicia... por un peso que oprime y

enajena. Han complicado sin motivo el mandamiento principal del amor a Dios en el prójimo

(Mt 22,36-40), exteriorizado y rodeado de escapatorias la ley -recordemos los seiscientos trece

preceptos-, para poder evadirse ellos -expertos en interpretarla a su conveniencia- de sus

exigencias con tranquilidad de conciencia.

3. Simulan largas oraciones y se apropian los bienes de las viudas incautas

“¡Ay de vosotros, letrados y fariseos hipócritas, que devoráis los bienes de las viudas con

pretexto de largas oraciones! Vuestra sentencia será por eso más severa". Algunos manuscritos

y la Vulgata incluyen este segundo anatema, tomado de Marcos y Lucas (Mc 12,40; Lc 20,47).

Al no incluirlo el texto griego, es considerado casi unánimemente por los críticos como una

interpolación tomada de los otros dos evangelistas sinópticos. Es la razón por la que muchas

traducciones omiten este versículo 14.

Los letrados y fariseos aprovechan el culto y su situación privilegiada para enriquecerse a

costa de los pobres, ocultando sus verdaderas intenciones con largas oraciones y prácticas. Mu-

chos afirman que se hacían pagar espléndidamente los consejos y recomendaciones que daban a la

gente del pueblo, y que incluso se hacían mantener por las mujeres pobres, abusando de su

hospitalidad y buena voluntad.

Su culpa es mayor, porque deberían saber mejor que los demás cuál es la voluntad de Dios.

¿No se dedicaban al estudio de la ley y de los profetas? Serán juzgados por Dios con más rigor.

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4. Su apostolado no lleva a Dios

La tercera acusación de Jesús se refiere a su obra de apostolado: "¡Ay de vosotros, letrados y

fariseos hipócritas, que viajáis por tierra y mar para hacer un prosélito, y cuando lo conseguís

lo hacéis digno del fuego el doble que vosotros!" Les acusa de no llevar a los convertidos al cono-

cimiento del verdadero Dios, sino de hacerlos fanáticos defensores del legalismo que ellos proponen.

Son misioneros falsos. No llevan a Dios, sino a sí mismos. Están guiados exclusivamente por el

interés de aumentar la influencia y el prestigio de Israel, al que va muy unido el suyo propio.

Se consideran portadores de una cultura superior.

"Prosélito" era el nombre que recibía un pagano cuando se convertía a la religión judía,

recibía la circuncisión y se comprometía a la observancia de la ley.

El proselitismo que los judíos desarrollaban fuera de las fronteras de Israel nos es conocido

por la Biblia y por los historiadores paganos. Las comunidades judías de la diáspora estaban

invadidas por estos conversos, la mayoría de ellos aparentes. El mismo Talmud llega a decir

que los "prosélitos" eran una enfermedad en Israel, y los presenta como un obstáculo a la venida

del Mesías. Los autores paganos de la época acusan, sarcásticamente, al judaísmo de la diáspora

de la propaganda y coacción con que rodean su apostolado. Tenían el mismo afán que tenemos

ahora por bautizar y sacramentalizar a una sociedad que evidentemente no vive ni quiere vivir

los valores que nos propone Jesús. Ellos lo justificaban por el convencimiento que tenían del

reinado universal de Yahvé, del que ellos eran el pueblo elegido y, por tanto, el pueblo más impor-

tante de la tierra. Parece que estos convertidos eran más fanáticos aún que los mismos judíos.

Suele suceder cuando las enseñanzas que recibimos nos benefician personalmente, o las

entendemos a medias o son asimiladas por personas que se creen o son consideradas como

inferiores. La única forma de vencer el fanatismo y ser fraternal y comprensivo es convertirse en

verdadero creyente. Sólo éste puede experimentar que la fe se vive en la libertad o no es fe, y

obra en consecuencia. Su autosuficiencia y autoafirmación en la verdad de la ley por ellos

interpretada y enseñada les cerraba el camino a cualquier otra posibilidad. Creían tener el poder

omnipotente de Dios a su entera disposición; poder que habían vinculado a sus prácticas legales

y rituales. No les importaba más que aumentar el número de prosélitos, aunque no cumplieran

el espíritu de la ley, como tampoco ellos lo cumplían (Gál 6,13). Identificaban la verdad de Dios

con la suya propia.

El fariseo que ganaba a un prosélito y le infundía su espíritu, lo alejaba del reino mesiánico, al

alejarlo del Mesías. Y lo hacía "digno del fuego el doble que ellos". Es la reacción natural del

"novicio" falsamente convertido y que quiere ganarse la simpatía de su "maestro".

5. Son ciegos que creen tener buena vista

La cuarta censura tiene por objeto el juramento. Está en la línea más pura del sermón de la

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montaña, en el que Jesús reprueba todo lo que supere el "sí, sí" o el "no, no" hasta excluir

todo juramento en la nueva comunidad. Para él lo único válido es que rija la moral de la since-

ridad. Lo que vale es la palabra dada: que el "sí" sea "sí", y el "no" sea "no" (Mt 5,33-37).

Llama a los letrados y fariseos "guías ciegos", al ser ellos los jefes y directores espirituales del

judaísmo popular. No sólo es falsa su piedad; también lo es su doctrina. Viven seguros de sí

mismos y se las dan de guías, pero su seguridad es la del ciego -otra palabra que, junto a la de

hipócrita, marca el ritmo de todos los anatemas-. "Son ciegos que guían a ciegos" (Mt 15,14)

porque, aunque estudian con cuidado meticuloso la ley y se esfuerzan en practicarla externamente,

son incapaces de descubrir su profundidad y, mucho menos, la radical novedad que trae Jesús.

La enseñanza moral que proponen muestra su ceguera. Caerán y harán caer en el "hoyo"

(Lc 6,39). Los signos de su ceguera son muchos: han confundido la auténtica obediencia al

Señor con un rigorismo minucioso en la observancia de la ley, la renovación interior profunda

con una escrupulosa pureza externa, la justicia con los preceptos marginales...

Jesús ataca duramente la práctica que había dentro del judaísmo, señalando que el mismo

nombre de Dios queda cuestionado por la casuística. Parecen ignorar que el juramento tiene

una esencial relación con Dios, representado por el templo, el altar, el santuario o el cielo. Hacen

profano lo que es sagrado: hacen del templo un mero edificio; del altar y del cielo, una realidad

en sí mismos. Los juramentos que consideran válidos son en realidad supersticiosos, como si algo

inanimado pudiese imponerse al hombre, y sobre todo interesados -obliga todo lo que incluye

bienes materiales-. El verdadero juramento tiene siempre una estrecha relación con el mismo Dios,

sean cuales sean los términos en que se exprese.

La seriedad del juramento, que implicaba a Dios como testigo de las acciones humanas, se

había resquebrajado por la casuística rabínica. Jesús quiere poner las cosas en su sitio. Dios está

siempre muy por encima de las ofrendas humanas, las cuales no pueden jamás limitarle, ni condi-

cionarle, ni obligarle. Ni siquiera el oro o los sacrificios. Todo eso es inferior al templo y al altar

que simbolizan la presencia divina. Los que piensen de otra forma son "ciegos"; y si lo

enseñan al pueblo, "guías ciegos". El calificativo pasó al lenguaje oficial cristiano en su lucha con

los judíos (Rom 2,19).

La ley judía condenaba severamente el perjurio y mandaba cumplir estricta y escrúpulo-

samente lo prometido a Dios. Pero los letrados y fariseos, interpretando el juramento como un

acto religioso y para hacer más actos religiosos -tenían más valor las acciones que se

realizaban así-, habían autorizado y multiplicado los juramentos hasta el absurdo. Se juraba por

todo: por Dios, por el cielo, por el poder de Dios, por el templo, por el altar, por el servicio del

templo... Con ello pretendían ganar más méritos por sus obras. En lugar de eso, habían

conseguido que degenerara el respeto debido a Dios al tomarlo como testigo de la verdad de lo

jurado, que con frecuencia eran cosas intrascendentes. Su complicadísima red de juramentos hacía

la vida insoportable. En vez de ir a la raíz del mal, reduciendo el uso y abuso de los juramentos,

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mantuvieron el principio de poderse hacer todo tipo de juramentos. Y establecieron una casuística

interpretativa para invalidar el cumplimiento de algunos juramentos y votos. Decían, entre otras

muchas cosas, que el que jurase "por el templo", o "por el altar" de los holocaustos, o "por el

cielo" no quedaba obligado a nada. Pero si jura "por el oro del templo" sí quedaba obligado. El

Talmud dedica un capítulo entero al voto y otro al juramento.

Es en este ambiente y en esta casuística en los que Jesús va a censurar a los fariseos. Pretende

hacerles ver su materialismo, que ahoga y va en contra del mismo espíritu del juramento y del

voto, y hasta de la misma ley natural. Son unos "hipócritas", porque si vale el juramento hecho

"por el oro del templo" o "por la ofrenda que está en el altar", tiene que valer el juramento

hecho "por el templo", "por el altar" o "por el cielo", ya que son precisamente el templo y el altar

los que hacen "santos" el oro que decora el templo y la ofrenda que está sobre el altar. Lo mismo

que el que "jura por el templo, jura también por el que habita en él", y el que "jura por el cielo,

jura por el trono de Dios y también por el que está sentado en él".

Tal era el laxismo de los letrados y fariseos, que utilizaban toda su sutileza en su favor. Con su

casuística ejercían el monopolio de las conciencias y se enriquecían. Este modo de pensar y

actuar llegó a conocimiento de los paganos, con el lógico desprecio para estos dirigentes.

6. Se escudan en minucias para evadirse de lo fundamental

La quinta denuncia de Jesús a los letrados y fariseos se refiere a que aparentan una pretendida

fidelidad a Dios hasta en las cosas más ínfimas, mientras omiten lo esencial. Su ceguera expresa

una perversión religiosa total. Jesús respetó la ley. Vino a darle todo su sentido y plenitud (Mt

5,17-19), y se vio obligado a atacar la concepción e interpretación farisea de la misma (Mt 5,20).

La religión es cuestión del corazón, tanto en relación con Dios como con el prójimo. Cuando

esto no sucede se convierte en algo añadido y superpuesto al hombre, en algo que le abruma, asfi-

xia y esclaviza. Una religión así entendida se transforma en un monstruo amenazador, al que hay

que tener contento dándole mucho más de lo que necesita para evitar que nos devore. La Inter.-

pretación de aquellos dirigentes espirituales del pueblo había convertido a la ley en este monstruo.

La ley mosaica preceptuaba el pago de los "diezmos" de los animales y de los productos de la

tierra (Lev 27,30-33; Dt 14,2229), para que el hombre aprendiese a depender de Yahvé y a temerle,

por ser el dador de la vida, de la fecundidad y de la fertilidad (Dt 14,22-23). Esa décima parte

servía para el mantenimiento del templo y para el servicio del culto. Recordemos que la tribu de Leví

no recibió tierras en el reparto de Palestina cuando llegaron a ella los israelitas procedentes de

Egipto. Vivían del diezmo que les pagaban las demás, al dedicarse ellos al servicio del templo. Los

letrados y fariseos, para cumplir meticulosamente la ley -no para aprender el temor y el

amor a Dios-, habían extendido estas prescripciones a toda clase de productos, incluso los más

insignificantes, utilizados como condimentos de las comidas: "la menta, el anís y el comino". Lucas

habla de la "ruda y de toda legumbre" (Lc 11,42). Los rabinos llevaban esto con ostentosa escrupu-

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losidad, mientras descuidaban lo fundamental.

Jesús critica aquel modo de actuar principalmente porque había servido para olvidar lo más

importante de la ley: "el derecho, la compasión y la sinceridad". Por una parte, tanta minuciosi-

dad; y por otra, tanta laxitud. La enseñanza de Jesús es clara: la escrupulosidad que mani-

fiestan en las cosas más mínimas debería ser exponente de una escrupulosidad mayor para las

cosas fundamentales. Pero no era así en los letrados y fariseos que él ataca. Hacían estas cosas

para que "los viera la gente" (Mt 23,5). Por eso omitían lo más esencial, pero que podía pasar

más inadvertido a los ojos de los hombres. La práctica de sus "diezmos" era, pues, pura

hipocresía.

Lo más importante, lo único esencial, es el amor a Dios en el prójimo (Mt 22,34-40; 1 Jn

4,20). Todo lo demás debe emanar espontáneamente de esta base sólida y permanente. Para los

profetas, los deberes de la justicia social y del amor eran más importantes que los deberes del culto.

Los letrados y fariseos hacen la vista gorda en las cosas que realmente importan.

El texto menciona tres virtudes: "el derecho" o justicia, que procede de Dios y se refleja

como verdadera en la adecuada conducta humana; "la compasión" o misericordia, que lleva a

tener un comportamiento con el prójimo en la misma línea de la actuación de Dios para con el

hombre (Mt 5,7; 6,14-15; 18,33), "y la sinceridad" o fidelidad, que es el mayor atributo de Yahvé

en el Antiguo Testamento, y que refleja un proceder sin cambios, a pesar de las infidelidades del

pueblo. Así es como debe actuar el hombre creyente. Prescindir de esto y aferrarse a las menu-

dencias prescritas equivale a colar el vino para que no pase un mosquito y tragarse tranquila y

conscientemente un camello. La comparación de Jesús es una especie de proverbio, ya que el mos-

quito se tomaba corrientemente para expresar las cosas pequeñas y el camello las cosas grandes.

Los que tienen dos caras no sirven para el reino de Dios. Es a éstos a los que no aguanta

Jesús. Bien está hacer lo primero, pero siempre que sea expresión y signo de lo segundo. Sólo así

será verdadero el seguimiento de Jesús.

7. Es inútil querer estar limpios por fuera sin estarlo por dentro

"Limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro estáis rebosando de robo y de-

senfreno". Con este sexto anatema les censura que no solamente omiten lo fundamental escu-

dándose en las minucias, sino que su actitud es contraria a toda justicia. Son unos malvados,

aunque por fuera presenten una apariencia respetable. En esto reside su principal hipocresía:

profesan una estricta observancia externa de la ley, pero toda su actitud es una ficción. La

fidelidad a Dios no depende de ritos exteriores, sino de la disposición del corazón (Mt 5,8;

15,11.18-20; Mc 7,15.20-23), y el corazón de los letrados y fariseos es profundamente impuro. Es

inútil querer estar limpios por fuera sin estarlo por dentro: la suciedad interior acaba por

transparentarse y hacerse visible, porque el árbol se conoce por sus frutos (Mt 7,16-20; 12,33; Lc

6,4344). Lo que importa no es el ceremonial externo, sino los sentimientos interiores. En

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aquellos dirigentes religiosos no cuadraba lo interno y lo externo, la manera interna de pensar y

el comportamiento exterior. ¿Cuadra en nosotros? Hacen ostentación de piedad, pero por

dentro su corazón está vacío. Si cambiaran de actitud interior, su actuación ante los hombres

sería pura.

Las prescripciones legales sobre la purificación de los vasos sagrados, utilizados en el culto,

habían sido ampliadas y aplicadas por los letrados y fariseos a todos los utensilios empleados en

el uso doméstico, para evitar contaminarse con alguna impureza legal, y hacer más patente su

religiosidad, al convertir el hogar en una prolongación del templo. Con tal fin habían elaborado

un código de prescripciones minucioso e insoportable. Marcos recoge una alusión a esto y hace una

explicación de estas costumbres (Mc 7, 2-4). El Talmud recoge todo un verdadero código de

prescripciones y minuciosidades sobre estas "purificaciones". Esta costumbre o ampliación legal

le sirve a Jesús de punto de partida para una reflexión sobre lo más importante de la religión:

lo primero es lo interior, el corazón; después, y como consecuencia, vendrá lo exterior.

La censura es clara y está en armonía con todas las demás. Limpiaban escrupulosamente

por "fuera" los utensilios que iban a utilizar para comer, pero no se ocupaban en absoluto de lo

que iban a poner "dentro" del plato, indicando con ello su actitud interior: su apetito desor-

denado de sensualidad y de deseo de las cosas ajenas, su indiferencia ante las injusticias que

padecía el pueblo, muchas de ellas causadas por ellos mismos. También Lucas nos ha transmitido

esta censura de Jesús (Lc 11,39-40).

Frente a esta actitud hipócrita, Jesús les dará la norma de conducta: "Limpiad primero

la copa por dentro y así quedará limpia también por fuera". Es necesario que la intención

que tengamos al actuar sea buena, para que la obra sea verdadera. Con estas palabras, Jesús no

censura las prácticas preventivas y sensatas que ayuden a un mejor cumplimiento de la ley,

pero sí sus excesos y absurdos. Lucas cambia esta segunda parte, dándole un sentido más

directo, invitándoles a que den "limosna de lo de dentro", para que puedan tener todo limpio

(Lc 11,41). Mateo se refiere directamente a los utensilios, que deben limpiarse por dentro y por

fuera, pero haciendo referencia de manera indirecta al estado de la vida moral de aquellos

representantes de Dios.

8. Se parecen "a los sepulcros encalados"

La séptima censura tiene el mismo sentido que la anterior al poner nuevamente de manifiesto

la discrepancia entre lo que aparentan y lo que son: "Os parecéis a los sepulcros encalados. Por

fuera tienen buena apariencia, pero por dentro están llenos de huesos y podredumbre".

Los sepulcros eran para los judíos lugares impuros. Cualquiera que tocase un muerto, o huesos

humanos, o un sepulcro, quedaba legalmente impuro por siete días (Núm 19,16). De ahí la costum-

bre preventiva que tenían de blanquear los sepulcros antes de las grandes fiestas, sobre todo de

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la pascua, cuando acudían a Jerusalén tantos peregrinos. Con ello intentaban que presentaran

un aspecto agradable y evitar que la gente pisara sobre ellos e incurriera en la impureza legal seña-

lada. Pero, a pesar de todos los cuidados, su interior seguía guardando "huesos y podredum-

bre". El Talmud recoge esta costumbre de encalar los sepulcros antes de la pascua. Los letrados y

fariseos "por fuera parecían justos, pero por dentro estaban repletos de hipocresía y crímenes". Su

apariencia de justicia es engañosa al ocultar la maldad que realmente existe en sus corazones. El

punto central de la comparación es fácil de ver: contrapone lo exterior y lo interior, la apariencia y

la realidad de aquellos dirigentes. Su maldad está en que, bajo el pretexto de cumplir la ley, lo

que pretenden es burlar sus exigencias más profundas. Su hipocresía está en que no cumpliendo

la ley se vanaglorían de ella (Mt 6,2.5.16), en utilizar el cumplimiento de las prescripciones legales

para adquirir fama y prestigio ante los hombres.

El pensamiento de Lucas difiere en su formulación, aunque en el fondo es el mismo. Los

compara con sepulturas que no se ven y que los hombres pisan sin saberlo (Lc 11,44). Sepultura que

se pisa sin saber que es sepultura, que se pisa creyendo que es campo. Así los letrados y fariseos: se

les trata sin ser conscientes del peligro que supone obedecerles, a causa de su falta de rectitud moral.

9. Veneran a los antiguos profetas porque están lejanos, idealizados y vaciados

Yahvé había suscitado en su pueblo un gran número de profetas y justos. Sus contemporáneos

los había rechazado. Los descendientes les levantaron monumentos, tumbas caras y magníficas.

Pero esto no bastaba. El corazón obstinado, cerrado a la novedad por miedo a las consecuencias, es

lo que hace que los hijos se parezcan a sus padres.

El culto que los judíos daban a los profetas martirizados y a los grandes hombres de la histo-

ria de su pueblo da ocasión a Jesús para la octava y última censura, que también nos transmite

Lucas (11,47-48): los acusa de asesinos de profetas. Se jactan de edificar sepulcros a los profetas

que asesinaron sus antepasados y de adornarlos en forma de monumentos. Y así se consideran

mejores que sus padres, que les dieron muerte. Con sus construcciones en honor de los grandes

hombres del pasado quieren distanciarse de los que les dieron muerte, pero en realidad son sus

herederos, pues sus crímenes van a ser peores si cabe. Sus protestas de adhesión a los profetas y

justos asesinados no son más que otra manifestación de su hipocresía: los veneran porque están

lejos, idealizados y vaciados de todo compromiso. No deberían conformarse con venerar los

sepulcros de los profetas, sino hacer lo que ellos dijeron. En realidad, obran lo mismo que sus

padres: rechazan y dan muerte a los profetas actuales. Prueba de ello es que darán muerte a Jesús

y, después de él, a muchos de sus mejores seguidores. Ahora hacemos lo mismo: ni sabemos con

certeza quiénes son los profetas actuales ni tenemos interés en descubrirlos... Nos conformamos con

seguir a los del pasado, después de haberlos despojado de toda "peligrosidad" y compromiso,

incluido el mismo Jesús. ¡Y desdichado de aquel que pretenda otra cosa!

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No sabemos cuántos profetas y justos fueron martirizados. Aunque la Escritura solamente

habla de Zacarías (2Crón 24,20-22), la leyenda judía había aumentado de tal forma su número que

universalizó esta clase de muerte para ellos.

"¡Colmad también vosotros la medida de vuestros padres!" Por sus venas corre también sangre

asesina. Van a llevar hasta su culminación la serie de persecuciones y asesinatos que habían ini-

ciado sus antepasados. Jesús les habla así porque es consciente de la suerte que le esperaba si

continuaba -e iba a continuar-- por el camino emprendido. Cuando dice "colmad" se está refi-

riendo a su propia muerte. Debe correr la misma suerte que los profetas que le han precedido. Y

serán ellos, los escrupulosos cumplidores de la ley, los encargados de hacer posible el crimen.

Sólo es posible hacer una crítica auténtica y descubrir lo verdadero a nuestro alrededor si

somos conscientes de nuestras culpas y limitaciones, de nuestro pasado, y tenemos deseos de

caminar siempre más allá, cueste lo que cueste y pase lo que pase.

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Castigos a letrados y fariseos y a Jerusalén

Siguió diciendo Jesús: -¡Serpientes, raza de víboras! ¿Cómo lograréis escapar de la condenación del

infierno? En adelante os voy a enviar profetas, sabios y maestros, pero a unos los degollaréis y crucificaréis y a otros los azotaréis en las sinagogas o los perseguiréis de una ciudad a otra. Pues tiene que recaer sobre vosotros toda la sangre inocente que ha sido derramada en la tierra, desde la sangre del justo Abel hasta la sangre de Zacarías, hijo de Baraquías, a quien matasteis en el altar dentro del templo. Yo os aseguro que todo esto recaerá sobre esta generación.

¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que Dios te envía! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina reúne a sus pollitos bajo las alas, y tú no has querido! Por eso os quedaréis con la casa vacía y ya no volveréis a verme hasta que digáis:

"; Bendito el que viene en nombre del Señor!'' (Mt 23.33-39)

Esta predicción del castigo a letrados y fariseos y a Jerusalén es el tercer tema de este

capítulo de Mateo. Son palabras proféticas y palabras de lamento, que repiten una vez más el

tema de los evangelios: Jesús es el Mesías prometido en el Antiguo Testamento, pero el pueblo

elegido, desviado por sus dirigentes, lo ha rechazado. y por eso Israel quedará excluido de la

historia de la salvación que trae Jesús.

1. Futuro de letrados y fariseos

"¡Serpientes, rara de víboras! ¿,Cómo lograréis escapar de la condenación del infierno?"

Mateo pone aquí en boca de Jesús las duras palabras pronunciadas por Juan Bautista contra

fariseos y saduceos (Mt 3,7). Son falsos dirigentes, destinados a perecer. Se les anuncia un castigo,

sin que pueda afirmarse que sea el castigo eterno. Puede referirse a los males que experimentarán en

el asedio y destrucción de Jerusalén, que será el final de su mandato y prestigio ante el pueblo.

Lucas también nos menciona este párrafo, aunque con algunas variantes (Lc 11,49-51).

"Os voy a enviar profetas, sabios y maestros..." Jesús se presenta a sí mismo como dueño que

dispone de profetas, sabios y maestros propios. Son los apóstoles y misioneros cristianos (Mt

10,40-41). Ahora ya sabemos lo que les sucederá a los verdaderos enviados suyos: persecución, incom-

prensión, torturas, marginaciones... y hasta muerte, porque el discípulo no es más que su maestro

(Mt 10,24).

Van a perseguir a los discípulos de Jesús, como antes sus antepasados persiguieron a los

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enviados de Dios. La persecución tendrá lugar tanto en Palestina como fuera de ella. No se puede

esperar otra cosa de su hipocresía y maldad. Van a dar remate a las iniquidades cometidas desde el

principio de la humanidad. A unos los matarán: Esteban (He 7,57-60), Santiago el Mayor (He

12,2)... "A otros los azotarán en las sinagogas": Pablo da buena cuenta de las flagelaciones

recibidas (2Cor 11,24-25); todos los apóstoles fueron azotados en Jerusalén (He 5,40-41). "Los

perseguiréis de una ciudad a otra": es lo que nos dice el libro de los Hechos (8,1), que sólo recoge

algunos datos que confirman la predicción de Jesús. La historia de la naciente Iglesia tenía en su

haber un buen número de persecuciones antes del año 70. No han faltado nunca: ni por parte de

miembros cualificados de la misma Iglesia ni de fuera a ella.

Toda esta conducta homicida de letrados y fariseos iba a tener unas consecuencias funestas para

ellos, ya indicadas más arriba. Iban a pagar por "toda la sangre inocente" derramada sobre la

tierra, "desde la sangre del justo Abel hasta la sangre de Zacarías..." Ya sabemos que Abel es un

personaje simbólico, que representa a todas las víctimas que los hombres habían ocasionado

desde su creación. Se duda de qué Zacarías se trata. Puede ser el último de los profetas menores (Zac

1,1), de cuya muerte no sabemos nada. Flavio Josefo habla de un Zacarías, hijo de Baruc, matado

por los zelotes el año 69 d.C. en el templo. El Antiguo Testamento habla de otro Zacarías, hijo

del sumo sacerdote Yóyada, muerto también en el templo (2Crón 24,20-21). Sea lo que sea, la idea

es clara: pagarán por todos, desde el primer asesinado hasta el último.

El castigo "recaerá sobre esta generación". La muerte de Jesús será el centro de convergencia

de toda esta sangre inocente, el crimen que sintetiza todos los demás.

2. Futuro de Jerusalén

Mateo nos narra a continuación, en un contexto completamente natural, unas palabras de Jesús

llenas de tristeza, de impotencia, sobre el futuro que espera a Jerusalén y a toda la nación judía.

Se insinúa su destrucción y la dispersión del pueblo, aliado con sus jefes para pedir la muerte de

Jesús (Mt 27,20-25). Lucas lo sitúa en otro contexto, que no debe corresponder a su situación

histórica, pues está incluido dentro de la estancia de Jesús en Galilea (Lc 13,34-35).

"¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que Dios te envía!" La ciudad

santa se ha convertido en asesina. Él ha hecho todo lo que ha podido. La imagen del ave que

protege a las crías se encuentra en la Escritura (Dt 32,11; Is 31,5; Sal 36,8; 91,4) para expresar

el amor y el cuidado que tiene Yahvé por su pueblo. El amor de Jesús por Israel ha fracasado a

causa de la mala voluntad de sus jefes religiosos.

"Os quedaréis con la casa vacía". Ya lo había anunciado Jeremías (Jer 22,5). Israel ha

rechazado a su Dios, y Dios deja a su pueblo a su suerte. La terrible destrucción de Jerusalén por

Tito, el año 70, fue acompañada de deportaciones en masa. Según Flavio Josefo, aparte del gran

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número de muertos en el asedio, fueron deportados unos noventa y siete mil judíos, y vendidos

todos los menores de diecisiete años. El año 135 d.C., el emperador Adriano dejó a los judíos sin

templo y sin patria, situación que duró hasta después de la segunda guerra mundial, con la

creación del nuevo Estado de Israel (año 1948).

Pero no es un abandono definitivo y sin esperanza; el plan de Dios no está roto. Las últimas

palabras de Jesús son una alusión a su muerte, pero también, y sobre todo, a su vuelta gloriosa. ¿A

qué vuelta se refiere? Los autores se dividen al señalarla. Para unos es la parusía final y triunfal de

Jesús al final del mundo (1Tes 4,1318); para otros se refiere al momento en que Israel acepte

el mensaje evangélico. La primera es difícil de admitir; significaría un rechazo definitivo de Israel. Es

la segunda posición la que parece más lógica: el encuentro de Jesús con Israel en el futuro está

condicionado a la conversión de este pueblo.

Jesús nada dejó por intentar: ni en milagros, ni en palabras, severas y amenazantes unas veces e

indulgentes y llenas de compasión en otras; en la oración solitaria y en la compañía sofocante de la

multitud; en la ciudad y en el campo; en Galilea y en Judea; con la gente sencilla y con los dirigentes

del pueblo. Ha intentado serlo todo para todos, pero ha sido en vano. El Mesías tiene que retirarse

de su pueblo. ¡Qué difícil es para nosotros comprender que el Mesías -desde un punto de vista

humano- ha fracasado en su misión con "esta generación"! Es como si cada generación tendiera a

rechazar sistemáticamente a los enviados actuales, refugiados en los anteriores previamente

vaciados de compromiso. ¿No se palpa hoy en nuestra Iglesia algo semejante?

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Incredulidad de los judíos ante el mensaje de Jesús

Aunque había realizado tan grandes señales delante de ellos, los judíos no creían en él; así se cumplieron las palabras del profeta Isaías:

"Señor, ¿quién ha creído nuestro mensaje?, ¿a quién se ha revelado la fuerza del Señor?" Y no podían creer por lo que también había dicho Isaías: "Les ha cegado los ojos .v embotado la mente para que sus ojos no vean ni su mente discurra ni se conviertan y los tenga que sanar': Esto lo dijo Isaías hablando de él, porque había visto su gloria. A pesar de eso, muchos, incluso de los jefes, creyeron en él; pero no lo confesaban

por miedo a los fariseos, para que no los expulsaran de la sinagoga; preferían el honor que dan los hombres al que da Dios.

Entonces Jesús dijo gritando: -El que cree en mí no cree en mí, sino en aquel que me ha enviado; y el que me

ve a mí ve a aquel que me ha enviado. Yo he venido al mundo como luz, para que todo el que cree en mí no siga en las

tinieblas. Al que escucha mis palabras y no las cumple yo no lo juzgo, porque no he

venido para juzgar al mundo, sino para salvarlo. El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien lo juzgue: el mensaje que yo he hablado, ése lo juzgará el último día, porque yo no he hablado por mi cuenta, sino que el Padre que me ha enviado me ha mandado lo que tengo que decir y hablar, y yo sé que su mandato es vida eterna. Por eso, las palabras que yo hablo, las hablo como el Padre me lo ha dicho a mí.

(Jn 12,37-50)

1. La manipulación de los pueblos

La gran tragedia de los pueblos oprimidos es la de asimilar y hacer propias las ideologías de

los sistemas que los oprimen, aceptar como verdaderos los principios que éstas proponen. A

esta tragedia no son ajenas las religiones, que normalmente acaban siendo manipuladas y

empleadas para sus propios fines por los poderosos. Para eso las transforman en normas y

prácticas sin incidencia real en la vida de los hombres. Y, de esta forma, los pueblos se

resignan ante todo tipo de injusticias sin apenas protestar. ¡Como han existido siempre! Y así los

pueblos quedan ciegos para ver y apreciar toda realidad que de alguna manera contradiga los

planteamientos de sus "salvadores" de turno. De aquí la enorme responsabilidad de aquellos

dirigentes religiosos judíos -¿nuestros dirigentes cristianos?-, ciegos a todo lo que no fuera la

defensa de sus propios intereses y privilegios.

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El texto que vamos a comentar nos plantea el dilema que se presenta al hombre cuando la

acción de Dios tira por tierra sus antiguas seguridades. Es lo que ha intentado Jesús con toda

su acción: convencerles del error en que viven -vivimos- y, a la vez, replantearles las verdaderas

exigencias de Dios. En la opción que adopte el pueblo ante él se juega todo su futuro: o se fía de

él y acepta el riesgo y el compromiso que ello supone, o se cierra al Espíritu aferrándose a la ley,

aunque ya no le conste su validez. Es la opción que debe tomar todo hombre en algún momento

de su vida, entre la luz y las tinieblas, entre vivir en la libertad o dejarse "vivir" por otros. El que

nunca optó personalmente -¿cuántos?-, no vivirá en libertad, no vivirá de verdad, aunque lo

que esté haciendo sea bueno, porque no vive desde lo profundo de su propio corazón.

2. Causas de la incredulidad

La entrada mesiánica en Jerusalén y el discurso sobre su cercana "glorificación" señalan, en el

relato de Juan, el final de la vida pública de Jesús. Al terminar de narrar la obra del Mesías,

el cuarto evangelio nos plantea un problema, que también han acusado los otros tres: la reacción

de Israel ante la actuación de Jesús. ¿Por qué no creyó Israel en él siendo tan claros los signos

que ha presentado? Juan se refiere al rechazo del pueblo en general, puesto que hubo grupos

minoritarios de dirigentes y de pueblo que sí creyeron en él, como nos indica este mismo texto. Un

planteamiento que estaría bien que nos hiciéramos hoy los cristianos: ¿Creemos en Jesús?, ¿estamos

siguiendo su mismo camino o estamos al servicio de otro mensaje?...

El evangelista comprueba que, a pesar de las numerosas señales que ha obrado Jesús en

presencia de los judíos (Jn 5,36; 9,4; 10,25.38), la mayoría de ellos, y en particular sus dirigentes,

no han respondido más que con una actitud de incredulidad; actitud en que se ven cumplidas

unas profecías de la Escritura, citadas en el texto evangélico. Sus milagros han sido signos, y sus

palabras han revelado su profundo sentido. La negativa de Israel a ver y oír es tema común de

los profetas (Is 42,18; Jer 5,20-23; Ez 12,2...). Según estos y otros textos, la responsabilidad de la

ceguera recae sobre el pueblo; sin embargo, a veces, se expresa de forma retórica como un designio

de Dios provocado por su cólera. Pero el causante de la ceguera y del embotamiento de la

mente de Israel no puede ser de ningún modo Dios, que ha enviado al Hijo para salvar (Jn 3,17).

Juan comienza constatando la incomprensión que encuentra Jesús en el pueblo, a pesar de la

evidencia de sus palabras y signos. Para el evangelista no existe una postura intermedia entre fe y

no-fe. La forma negativa significa un rechazo y no un estado de mera indiferencia. Israel, que

había aclamado a Jesús, no le ha dado su adhesión. De las innumerables señales que había

realizado Jesús, Juan sólo ha relatado una selección significativa (Jn 20,30; 21,25), pero el pueblo

se niega a leerlas y lo rechaza. La causa de la incomprensión la encuentra formulada en los

textos citados del profeta Isaías. Es la ley -su interpretación farisaica-, apoyo e instrumento del

régimen judío, la que ha cegado a los dirigentes y al pueblo, impidiéndole reconocer en Jesús al

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Mesías tan esperado desde siglos. Concretamente, la causa inmediata ha sido su doctrina sobre el

Mesías que no debía morir (Jn 12,34). Los dirigentes han utilizado la ley prometiendo al pueblo

un mesías futuro que continuaría las instituciones existentes. De esta forma han cegado al pueblo,

impidiéndole reconocer al Enviado de Dios. Han identificado el futuro con el pasado y progra-

mado de antemano la intervención de Dios en la historia. Toda manifestación divina que no entre

en sus esquemas tiene que ser falsa. Y era evidente que la actuación de Jesús no entraba en sus

cálculos... ¿Entra en los nuestros?

La incredulidad de los judíos fue para los primeros cristianos un grave problema (Rom 9-11).

¿Cómo explicarlo? Juan nos afirma que esta incredulidad ya fue prevista y profetizada por Dios,

por lo que si los judíos rechazaban a Jesús nadie debe escandalizarse por ello. Los judíos, con su

resistencia, están cumpliendo las profecías reseñadas y, sin saberlo ni pretenderlo, están

confesando la mesianidad de Jesús. No son las profecías la causa de la incredulidad, sino ésta la

razón de aquéllas. No podemos decir que lo rechazaron porque estaba profetizado, sino que

estaba profetizado porque lo iban a rechazar.

El primer texto de Isaías citado por Juan se refiere al poema del Siervo de Yahvé (Is 53,1). El

segundo pertenece a la escena de su llamamiento (Is 6,9-10). Pero el texto que nos presenta el

evangelista en segundo lugar no corresponde exactamente al hebreo ni a la traducción griega de

los LXX. Juan omite las frases que se refieren al oído. Para él, lo importante son los ojos y el

corazón -la mente-, porque se trata de ver señales y de interpretarlas. Los judíos no han

cerrado los oídos a una doctrina, sino los ojos y el corazón a una realidad. A causa de su mala

disposición, cuanto más les hable Jesús, mayor será la resistencia de Israel a sus palabras.

Son los dirigentes, interesados en mantener sus posiciones, los primeros que han rechazado a

Jesús y han acordado matarlo (Jn 11,53). Son ciegos voluntarios, porque se han negado a aceptar

la luz, seguros de su buena vista (Jn 9,40-41). Han obrado con perfecta libertad y son plenamente

responsables de su incredulidad.

Jesús ha venido a liberar al pueblo de todas sus esclavitudes, principalmente de la opresión

que ejercen sobre él las instituciones (Jn 2,14-16; 5,1-18). Pero el pueblo, instigado por sus jefes,

no acepta la vida que le ha ofrecido. Prefieren seguir cansinamente con sus prácticas y rutinas sin

vida.

"Les ha cegado los ojos" de forma durable y definitiva. "Y embotado la mente", sede del

pensamiento, de la voluntad y de los sentimientos.

"Esto lo dijo Isaías hablando de él, porque había visto su gloria". Juan añade aún una

cita más para resaltar la actitud negativa de Israel ante Jesús. Es la visión que tiene Isaías de

Dios sobre el templo (Is 6,1-3), donde los serafines lo aclamaban con el triple "santo". Al citar

aquí este pasaje, Juan lo está refiriendo a Jesús, proclamando su divinidad al identificarlo con la

teofanía de Yahvé en el templo. La gloria que vio Isaías se identifica con la que posee Jesús, por ser

la que el Padre le ha dado (Jn 17,4.22). La resistencia al mensaje profético que Israel había

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manifestado anticipaba la que tendría ante el mensaje del Mesías. ¿Profetiza la resistencia que

opondrán siempre las instituciones ante sus propios profetas?

3. Cobardía y traición de los jefes

A pesar del rechazo general de Israel, cegado por sus dirigentes fariseos, una parte del pueblo

judío y de sus jefes "creyeron en él". Han descubierto y reconocido en Jesús al Mesías esperado.

Han comprendido su mensaje, pero no se han atrevido a desafiar a los fariseos, custodios de la

ley, y, por miedo a perder su posición de privilegio, callan, causando así la ruina del pueblo. Estos

jefes se distinguen de los fariseos, como se ve por otros pasajes del evangelio de Juan (7,48). Perte-

necen al sanedrín, al grupo de los senadores, considerados como los "laicos" del gran consejo,

para distinguirlos de los sumos sacerdotes y de los letrados. Entre éstos están Nicodemo y José de

Arimatea (Jn 19,38-39), seguidores suyos privados, que externamente no lo manifestaban por

miedo a los fariseos, que eran los más hostiles enemigos de Jesús. No tienen el valor de profesar

abiertamente su fe y de declararse favorables al profeta galileo, porque temen ser expulsados de la

sinagoga (Jn 7,13; 9,22; 16,2). Les preocupa más el honor que viene de los hombres que el que

procede de Dios (Jn 5,44). Su fe no es todavía completa, pero puede llegar a serlo.

Estos jefes han verificado las abundantes señales de Jesús (Jn 11,47), han comprendido y

están de su parte, pero no se pronuncian por miedo a los fariseos. Éstos, al haberse arrogado el

monopolio de la interpretación de la ley, se imponían a todos, incluso al sanedrín. En nombre de

ella podían expulsar de la sinagoga a los que no les obedecieran, acusándolos de herejes. Y como

aceptar a Jesús públicamente comportaba la ruptura con las instituciones, no tienen valor para

dar el paso. Ven la luz y la reconocen, pero se quedan en las tinieblas, por no arriesgarse a las

consecuencias de su decisión.

Es ésta su gran crisis: haber llegado a ver que lo que creían verdadero era falso, y seguir

defendiéndolo por miedo al riesgo del futuro. Es el mismo problema de muchos cristianos actuales,

sacerdotes y laicos, ante los caminos abiertos por el concilio Vaticano II: han visto claro que

muchos de sus planteamientos y prácticas poco o nada tenían que ver con las exigencias evan-

gélicas, pero han preferido seguir con ellos por miedo a quedarse solos y a la intemperie. Han

preferido seguir refugiados en la falsa seguridad de ser muchos y estar apoyados por los máxi-

mos responsables eclesiales.

Juan nos describe su cobardía: fingir creer lo que ya no creen, para no sufrir las consecuen-

cias de la verdad. Con ello se traicionan a sí mismos, malogran su vida y traicionan al pueblo

por apego a ella (Jn 12,25). Su adhesión pública a Jesús habría facilitado la de muchos del pueblo,

que se fiaban de ellos (Jn 7,26). Al ocultar su descubrimiento y permanecer externamente al lado

de los enemigos del Mesías, proponen como verdadero lo que saben que es falso, desorientan al

pueblo, impidiéndole alcanzar la liberación que les ofrece Jesús. Sin ser ciegos, ciegan al pueblo;

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ocultan la verdad para conservar su posición.

Estos "jefes" establecen con su conducta que el valor supremo en este mundo es la búsqueda

del propio interés, por encima de la verdad percibida y del bien del pueblo; simbolizan a todos los

que han puesto como máximo objetivo de su vida la búsqueda de dinero y de poder, a todos los

que proponen como verdad lo que saben que es mentira, a todos los que privan a los demás de la

vida que nos ofrece Jesús... Saben que aceptar a Jesús como norma de sus vidas significa, ineludi-

blemente, perder su situación de privilegio. Y, ante tal alternativa, optan por continuar donde esta-

ban, renunciando a vivir de verdad (Jn 3,36). Su posición social los tiene atados de pies y manos; y

aunque saben que Dios está a favor de la vida integral de los hombres, prefieren seguir siendo sus

opresores.

De esta forma constatamos que son dos las causas de la incredulidad. Una, en el pueblo: el

apego a las tradiciones que le han enseñado sus dirigentes; otra, en los dirigentes: "preferir el

honor que dan los hombres al que da Dios". Son estos últimos los responsables principales de la

incredulidad de Israel, pues son ellos los que tienen sometido al pueblo con su prestigio y su

interpretación de la ley, impidiéndole ver la realidad.

4. Necesidad de creer en Jesús

Jesús ha venido a ofrecer vida al hombre. Los dirigentes lo han rechazado y decretado su

muerte (Jn 11,53). El pueblo, que no había tomado parte en la decisión contra Jesús, ha

tenido que optar entre la idea del Mesías poderoso propuesto por sus dirigentes y el Mesías

encarnado en Jesús. Y ha elegido, como era lógico, el mismo que los dirigentes. ¿No preferimos el

triunfalismo al fracaso, aunque sepamos que son aparentes? Las palabras de Jesús que vienen a

continuación son las últimas que dirá en público. En adelante hablará sólo con sus discípulos y con

los que le interrogarán en los dos procesos -judío y romano- que se le avecinan. En ellas nos

ofrece una síntesis del significado y consecuencias de su actividad. En cada frase resuenan textos

anteriores, por lo que muchos piensan que estos versículos son en realidad un resumen de la

predicación de Jesús, hecho por el evangelista: la misión de Jesús, la revelación del Padre, la

luz del mundo, el juicio, la vida eterna. Otros opinan que estas palabras son originariamente

continuación del discurso sobre "el proceso del grano de trigo" (Jn 12,20-36), como lo demos-

traría la relación existente entre los versículos 35-36a y el 46. Algunos consideran estas palabras de

Jesús como las últimas dirigidas al hombre en general, como el grito de la propia conciencia, por

cuya razón carecen de toda determinación de lugar y tiempo, lo que las hace más válidas para toda

época y hombre. Con ellas deja abiertas las puertas a que cada uno optemos personalmente;

opción que será la que nos juzgue.

"Entonces dijo Jesús gritando". Es la tercera y última vez que hace una declaración

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gritando. Las dos anteriores habían sido también en el templo (Jn 7,28.37). Es una forma de

decirnos el evangelista que va a darnos unas enseñanzas importantes, en forma solemne y al

modo de los profetas. En todas, la idea central es el origen divino de su mensaje. Va a resumir los

diversos aspectos bajo los cuales se ha presentado ante el pueblo: creer en él, verlo, significa creer

y ver al que lo ha enviado, porque él refleja a Dios, lo acerca al hombre, lo da a conocer, lo

comunica; Jesús es la luz, su misión es ser portador de salvación; la suerte y destino del

hombre se juega en el dilema fe-incredulidad, aceptación o rechazo de su persona; su venida entre

los hombres, sus signos y sus palabras tienen el único propósito de comunicar vida eterna.

"El que cree en mí no cree en mí, sino en aquel que me ha enviado, y el que me ve a mí ve a

aquel que me ha enviado". Jesús ha insistido constantemente en la necesidad de creer en él (Jn 3,15;

5,38.46; 6,29.40; 8,24...). Necesidad que se funda en su unidad con el Padre (Jn 17,11.21-22). Creer

en él equivale a creer en Dios; verlo a él, con los ojos de la fe, significa ver al Padre (Jn 14,9). El

objeto de la fe no es doble: sólo en Jesús se puede tener acceso a Dios; la posición que el hombre

adopte ante él -ante los valores que representa- resulta decisiva para su destino eterno. Estar con

Jesús es estar con el hombre y con Dios; no estar con él es oponerse al bien del hombre y a Dios.

Jesús, a través de su persona, explica lo que es Dios (Jn 1,18). ¿No deberíamos los cristianos

"explicar" con nuestra propia vida quién es Jesús? No es posible reconocer al verdadero Dios sin

aceptar al Jesús del evangelio. No hay más modo de conocer a Dios que mirar a Jesús, presente

en los acontecimientos cotidianos, lo que lo hace imprevisible. La fe en este Jesús encarnado en

el mundo nos lleva a renunciar a toda idea preconcebida de Dios, a convertir la vida entera en

una constante búsqueda. Decía Guy de Larigaudie, "rover scout" francés muerto al comienzo de la

segunda guerra mundial: "Mi vida entera ha sido una larga búsqueda de Dios. En todas las

partes, en cada acontecimiento, he encontrado su huella y su presencia. La muerte será para mí un

maravilloso encuentro".

5. Jesús es la luz que comunica la vida plena y para siempre

"Yo he venido al mundo como luz, para que todo el que crea en mí no siga en las tinieblas". El

tema luz-tinieblas ha aparecido en Juan desde el prólogo de su evangelio. Jesús se ha identificado con

la luz del mundo (Jn 8,12; 9,5; 12,35-36). A través de su obra podemos "ver" la verdad. Al que

le sigue, lo saca de las tinieblas del error y de la mentira del sistema político-religioso judío. Aceptarlo

a él significa rechazar toda opresión al hombre y aspirar a la plena realización humana.

"Al que escucha mis palabras y no las cumple yo no lo juzgo, porque no he venido para juzgar al

mundo, sino para salvarlo". No será Jesús quien juzgue -condene- a los que lo rechazan, porque

su misión primordial es comunicar vida a los hombres. Hemos dado a la palabra "salvación" un

sentido muy restringido, aunque importante: pensamos que "salvarse" es ir al cielo, lo que es

verdad, pero no completa. Nos estamos salvando paulatinamente en la medida en que vamos

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haciendo nuestra la vida de Jesús. Jamás por realizar unas prácticas o recibir unos sacramentos,

que siempre serán medios, ayudas para poder vivir como Jesús, cercanos a él. Sólo viviendo como él

vivimos de verdad. Jesús nos ha propuesto su mensaje de amor, pero respeta la libertad del

hombre. Nos salva dándonos su capacidad de amar, de desarrollar el propio ser. La respuesta a

ese amor ha de ser libre. El que no hace suyas las exigencias del mensaje de Jesús, él mismo se

malogra, porque no logrará nunca realizarse como verdadero hombre; frustra en sí mismo el

proyecto creador de Dios. Ésa será su sentencia, dictada por el mismo que rechaza su camino de

vida. Dios ofrece su propia vida a los hombres a través de Jesús. La ofrece a toda la humanidad sin

ningún tipo de discriminación. La discriminación la hacemos los hombres según sea la respuesta que

demos al Hijo.

"El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien lo juzgue: el mensaje que yo he

hablado, ése lo juzgará el último día". Dios no se impone; los hombres somos responsables de nuestro

futuro escatológico. Rechazar a Jesús significa renunciar a la plenitud de vida. Este juicio se verifi-

cará "el último día", porque sólo ese día la suerte del hombre será definitiva. Eso no quiere decir

que el juicio no se vaya haciendo día a día, según vaya siendo la respuesta que estemos dando

a los acontecimientos cotidianos.

En contraposición a lo que afirmaban algunos apocalipsis judíos, que veían al Mesías como

juez, Juan destaca aquí la misión salvadora de Jesús. Esta enseñanza judicial no va en contra de

otras, en las que se dice que es Jesús el que juzga (Jn 5,22; Mt 25,31). Ambas afirmaciones son,

lógicamente, verdaderas, pues ningún texto evangélico puede estar en contradicción con otro u otros.

Cada uno resalta un aspecto de la misión de Jesús, verdadero Juez del mundo.

6. Su mensaje es el del Padre

La razón última de la verdad de todas las palabras de Jesús está en que "no he hablado por mi

cuenta, sino que el Padre que me ha enviado me ha mandado lo que tengo que decir y hablar, y yo

sé que su mandato es vida eterna". Jesús no habla por su cuenta (Jn 7,17; 14,10), pues lo que

debe decir le ha sido mandado por el Padre, que le ha hablado a través de sus largas oraciones

y de su contacto con la realidad humana. Son palabras que comunican a los hombres la vida eter-

na (Jn 6,68; 8,51), y hacen inútil la ley de Moisés, a la que los judíos atribuían el oficio de dar la

vida (Jn 5,39; Mc 10,17).

La suerte final del hombre depende de la actitud que adopte ante Jesús, ante la vida que él

representa. Y ello se debe a que el mensaje que nos ha comunicado no es invención humana,

sino palabra de Dios. Juan alude a los libros de la ley (Dt 18,18).

Para que podamos vivir de verdad como seres humanos, Jesús nos invita a amar con su mismo

amor, a entregarnos como él se ha entregado (Jn 12,24-26; 13,34...). Deshace toda ilusión de preten-

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der acceder a Dios empleando modos de obrar diferentes al suyo. La antigua ley ha caducado. Nos

advierte que transmite exactamente lo que el Padre le ha comunicado (Jn 8,28.38.40), por lo que no

debemos relativizar ni rebajar sus palabras: "Las palabras que yo hablo, las hablo como el Padre

me lo ha dicho a mí".

Jesús es la única revelación plena de Dios. Aceptarle a él es aceptar al Padre. Toda idea de

Dios que no sea compatible con la vida de Jesús es falsa. Sus enemigos son, a la vez, enemigos

del Padre. No existe otro mensaje de vida más que el de Jesús: amar hasta el límite como él ha

amado (Jn 13,1).

Estas palabras de Jesús abren en Juan el relato de su pasión, muerte y resurrección. Ya sean

suyas o síntesis de sus enseñanzas, hecha por Juan, son un programa esquemático del porqué

será condenado. Reflejan la lucha entre la luz y la ceguera voluntaria de los dirigentes de Israel.

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Resumen de las últimas actividades de Jesús

Jesús pasaba el día enseñando en el templo, y salía a pasar la noche al monte de los Olivos. El pueblo en masa madrugaba para acudir al templo a escucharle.

(Lc 21,37-38)

Lucas, que va a narrar en los dos capítulos siguientes la pasión de Jesús, nos hace ahora una bre-

ve indicación histórica sobre los últimos días del Mesías en Jerusalén. Mateo y Marcos, que también

van a relatarnos en los próximos capítulos la pasión de Jesús, no nos precisan sus últimas activida-

des como hace Lucas. Juan dedicará antes cinco capítulos a la cena de despedida con sus discípulos.

El Maestro enseñaba durante el día en el templo, adonde el pueblo madrugaba para escucharle.

Tenían "hambre" de ideales, de ilusiones, de vida verdadera, de futuro..., y sus jefes eran incapaces

de saciarles. Cuando alguien habla con convicción, con el corazón, y tiene algo que decir, obliga a

escuchar.

Algunas noches las pasaba en el monte de los Olivos, en el huerto de Getsemaní. Judas lo sabía y

allí conduciría dos días más tarde a los guardias para que lo prendieran. Otras noches las pasó en

Betania, como vimos.

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El odio del mundo

Siguió diciendo Jesús a sus discípulos: -Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya; pero como no sois del

mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia. Recordad lo que os dije: No es el siervo más que su amo. Si a mí me han perse-

guido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guar-darán la vuestra.

Y todo esto lo harán con vosotros a causa de mi nombre, porque no conocen al que me envió.

Si yo no hubiera venido y no les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa de su pecado.

El que me odia, odia también a mi Padre. Si no hubiera hecho entre ellos obras que no ha hecho ningún otro, no tendrían

pecado; pero ahora las han visto, y nos odian a mí y a mi Padre. Pero así se cumple lo que está escrito en la ley: Me han odiado sin motivo.

(Jn 15,18-25)

Os he hablado de esto para que no se tambalee vuestra fe. Os excomulgarán de la sinagoga; más aún, llegará incluso la hora cuando el que os dé muerte, pensará que da culto a Dios. Y esto lo harán porque no han conocido ni al Padre ni a mí.

Os he hablado de esto para que cuando llegue la hora, os acordéis de que yo os lo había dicho.

(Jn 16,1-4a)

Estamos en la última cena de Jesús, que nos ha hablado de su amor por nosotros y de la

respuesta que debemos darle amándonos unos a otros, demostrándolo en el trabajo-lucha por la

transformación de la sociedad. Ahora quiere referirse a los riesgos y esperanzas que ocasionará

ese amor: deberán destruir muchos privilegios e injusticias, lo que traerá como consecuencia el

odio de los dirigentes y beneficiarios de este orden injusto.

El texto está claramente delimitado por los temas del odio y de las persecuciones.

1. El odio del mundo es inevitable...

"Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros". Cercano a la

muerte, Jesús no quiere que los suyos se hagan ilusiones: "el mundo" responderá a la misión de sus

seguidores con el odio y la persecución, de la misma forma que lo han odiado y perseguido a él.

Odio y persecución que estarán en relación estrecha con la fidelidad que mantengan en la

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práctica a su doctrina. ¿Cómo odiarlos y perseguirlos si se acomodan a los "valores" de este

mundo? "Valores" que están en contradicción con el evangelio. Cuando la Iglesia y los cristianos los

copiamos, dejamos de ser "sal" y "luz" (Mt 5,13-16). ¿No está sucediendo así en nuestro cristianis-

mo? ¿Por qué tanto maridaje entre los poderes políticos, económicos, militares y religiosos? Un

signo claro de estar siendo fieles al ideal de Jesús de transformación de la sociedad es el odio, la

persecución, la incomprensión, la intriga... de las fuerzas que lideran este mundo de la opresión y de

la injusticia. ¿Nos odian por ser justos o por inhibirnos en la lucha por un mundo nuevo? ¿Nos

odian los dirigentes de la sociedad o los desheredados de la tierra?... El odio del mundo no debe

extrañarles (1 Jn 3,13): Es el precio que deben pagar por su fidelidad a un Maestro que acabó

crucificado por pretender su transformación en el reino de Dios.

"El mundo" designa todo sistema injusto, incluida la institución religiosa judía, causante del

asesinato de Jesús. Cuando Juan escribe su evangelio la comunidad cristiana sufría ya persecuciones

y odios, como nos relata el libro de los Hechos de los Apóstoles. Es el odio que se siente hacia la luz

que deja al descubierto las malas obras, pues todo el que obra mal aborrece la luz (Jn 3,20).

"El mundo" odia a Jesús a causa de la denuncia que éste hace de su modo de obrar (Jn 7,7). Y

odiará a los suyos en la medida en que sean fieles continuadores de esa denuncia.

"Si fuerais del mundo..." "El mundo" les hará blanco de su odio, porque ellos no le perte-

necen (Jn 17,14). A los que le pertenecen no los rechaza (Jn 7,7; 1 Jn 4,5). Su favor o su

desgracia depende de la aceptación o no de sus "valores". "El mundo" exige que los hombres nos

integremos en él, que nos acomodemos a sus principios, que no nos demos por enterados de sus

injusticias. A los que se ponen de su parte les ofrece su amistad y sus "dádivas". Gozar de su

favor significa haber manifestado de algún modo el propio acuerdo con su modo de obrar perverso.

Los seguidores fieles de Jesús han roto con "el mundo". Saben que no pueden estar con Jesús

y con "el mundo", que optar por Jesús implica romper con toda injusticia y opresión, que no

podemos "servir a dos señores" (Mt 6,24).

La primera experiencia amarga de la Iglesia fue la persecución; primero de los judíos,

después de los gentiles. El texto nos dice la razón: porque no son "del mundo", no le pertenecen

al haberlos escogido Jesús y sacado de él. "El mundo" sólo ama a los "suyos". Los verdaderos

cristianos dan testimonio contra él de sus injusticias, de sus pecados; con su modo de vivir

condenan su conducta. ¿Cómo podría amarlos sin decidirse antes a una sincera conversión? Son

muchos los cristianos que viven confortablemente y de acuerdo con él, en medio de las innumerables

injusticias que padecen tantos hermanos. Prefieren compaginar, engañar, fabricarse un evangelio

que no comprometa y adormezca las conciencias... Y cuando lo han conseguido, tratan de defender-

lo como sea, incluso asesinando.

"No es el siervo más que su amo..." Jesús repite la primera parte del proverbio que había

citado con ocasión del lavado de los pies (Jn 13,16). Entonces lo utilizó para inculcarles que

amor significa servicio mutuo, a ejemplo suyo; ahora, para mostrarles las consecuencias inevitables

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que les ocasionará tal proceder: el siervo no tiene derecho a esperar mejor suerte que su amo (Mt

10,24-25; Lc 6,40). Los discípulos deben estar seguros de que serán perseguidos, como fue perse-

guido él. No se puede denunciar a los poderosos impunemente... Pero ¿cómo explicar ser persegui-

dos por los mismos cristianos, incluso por la jerarquía?... El mensaje cristiano alarma e irrita a los

opresores, provoca constantes recelos y sospechas, incesantes presiones, porque acusa y desinstala.

Pero no todos les perseguirán: sus palabras serán escuchadas y puestas en práctica por un

"resto", como fueron escuchados los profetas y el mismo Jesús. Son esos hombres que buscan, que

viven insatisfechos, que no encuentran sentido a sus vidas, que no se bastan a sí mismos, que esperan

y trabajan por un mundo distinto... Mientras la masa humana -incluida la cristiana- vegeta,

acumula, se sitúa..., bautiza y confirma a los hijos, se casa por la Iglesia, festeja las primeras

comuniones, cumple sus preceptos... para pagar la renta del cielo... si lo hay. No se puede seguir a

Jesús sin encarnarse en el pueblo, sin trabajar por su total liberación.

El mensaje de los discípulos debe ser el mismo de Jesús; debe brotar del convencimiento

interior, de la propia asimilación y hecho vida propia.

Jesús pronuncia la más dura acusación contra todo sistema religioso que oprima al hombre:

"Y todo eso lo harán con vosotros a causa de mi nombre, porque no conocen al que me envió".

"Nombre" está por "persona". En tiempos de Jesús no conocían al verdadero Dios ni los máxi-

mos dirigentes religiosos -el sanedrín-, a pesar de tenerlo constantemente en los labios. ¿No

condenó a muerte a su Hijo por blasfemo? (Mt 26,65-66; Mc 14,6364; Lc 22,71). ¿Pasará ahora lo

mismo? ¿Defiende y proclama nuestra Iglesia al mismo Dios que defendía y proclamaba Jesús?

Creo que sería muy beneficioso para todos ponerlo, al menos, en duda. Los tratarán como a él,

siempre que realicen las obras del Padre, que busca en todo momento el bien del hombre.

Los dirigentes se han negado a reconocer que Jesús era el Enviado de Dios. Han creado

una imagen falsa de Dios (Jn 5,37-38) y por eso se oponen al verdadero. Al que llaman su Dios no

lo conocen (Jn 8,54-55). Al que ellos adoran lo hacen cómplice de la opresión y del dominio que

ejercen en su nombre (Jn 5,10; 9,14.24). No pueden tolerar al Dios que está a favor del pueblo,

liberándolo de la manipulación que ellos hacen de la ley de Moisés. No descansarán hasta acabar

con Jesús, en nombre de esa interpretación de la ley (Jn 19,7).

2. ... E inexcusable después del mensaje y actividad de Jesús

"Si yo no hubiera venido y no les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen

excusa de su pecado". No sólo les ha expuesto el mensaje del Padre, sino que lo ha rubricado con

"obras que no ha hecho ningún otro". Estos versículos afirman que la incredulidad del "mun-

do", encabezada por sus dirigentes, es culpable y, por tanto, pecado. En todo lo que ha hecho, en

obras y en palabras, Jesús se ha dado a conocer con tal claridad que "el mundo" ha debido

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creerle si hubiera tenido un poco de buena voluntad. Pero ha preferido negarse a aceptarlo.

Jesús había afirmado que la ceguera de los dirigentes judíos era voluntaria (Jn 9,41). Con sus

palabras y obras ha intentado que rectifiquen, que reconozcan su propia incoherencia y mala

voluntad (Jn 5,19-47; 8,12-58; 9,39-10,38). La respuesta ha sido siempre la oposición (Jn 8,48; 10,

30), la violencia (Jn 8,59; 10,31.39), el intento constante de matarle (Jn 5,16-18; 7,1.19.25.30.32.44;

8,20.37.40; 11,47-54; 12,10). Cometen la injusticia a sabiendas. Con el rechazo de Jesús culminan la

opción que han hecho en favor de sus propios intereses y en contra del bien del pueblo. Antes de la

venida de Jesús su mala fe no era tan evidente, aún era posible su conversión. Ahora ya no: han

cerrado voluntaria y definitivamente sus ojos a la verdad y a la luz a causa de la maldad de sus

obras (Jn 3,19). Es necesario que analicemos y profundicemos estas palabras en nuestra vida

de cada día. De no hacerlo, podríamos sufrir alguna desagradable sorpresa. La única forma de

interpretar válidamente el mensaje de Jesús es aplicarlo a nuestra propia vida.

"El que me odia, odia también a mi Padre". Rechazar al Enviado de Dios es un acto de

hostilidad hacia Dios mismo, pues no existe un Dios diferente del que se hace presente en Jesús,

habla y actúa a través de él.

No aceptan a Jesús ni al Padre porque no legitiman su poder ni sus injusticias. Al deshacer

Jesús todos sus sofismas y denunciar sus opresiones, se rebelan. Quien no está a favor del bien

del hombre no puede aceptar al verdadero Dios. La práctica de la injusticia lleva a odiar a Dios

y a todo lo que él representa. El miedo a perder los privilegios, las seguridades, las ideas muy

queridas, la situación social... cierra totalmente la mente. Hemos de reconocer que creer en Dios es

muy difícil, porque los hombres tendemos a creer sólo en lo que nos conviene, en lo que nos

favorece personalmente. ¿Estamos haciendo algo a contrapelo de nuestros propios intereses, en

contra de ellos? ¿Qué valores nos impulsan a actuar?

En el odio infundado que "el mundo" les profesa se cumple una profecía: "Me han odiado sin

motivo". Sin motivo religioso, aunque sí, como hemos visto, con muchas razones de conveniencia.

Es una cita, hecha libremente, de dos salmos (Sal 35,19; 69,5) en los que se habla del "justo"

perseguido. Con ella intenta aportar un argumento decisivo en favor de su causa, al ser la

Escritura el argumento definitivo para un judío. Quiere hacer ver a sus adversarios que, por

haber tergiversado el verdadero sentido de la Escritura, se están identificando con los que en ella

se oponen a los planes de Dios.

Jamás podrá conciliarse el evangelio con el espíritu mundano. Pero este espíritu -el odio, la

envidia, el poder, la egolatría...- no se vence con la violencia, sino con una, vida como la del Padre,

manifestada en Jesús de Nazaret.

3. Sufrirán persecuciones

El capítulo 16 del evangelio de Juan enlaza conceptualmente con el 15,18-21, en que se

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anuncian el odio del mundo y las persecuciones a los discípulos.

"Os he hablado de esto para que no se tambalee vuestra fe". Jesús explica de nuevo a sus

discípulos su intención al hacerles estas dolorosas confidencias. Instruidos sobre los verdaderos

motivos en que se funda el odio del mundo, comprenderán mejor las persecuciones que les

caerán encima, y les ayudará a superar el escándalo que podría hacer tambalear su fe. Partici-

parán en el drama de los profetas: el justo es para el impío un reproche viviente, un testigo

del Dios verdadero, al que se prefiere ignorar. Al condenar a Jesús, los judíos seguirán en la

misma línea. Seguir a Jesús es aceptar e imitar su abnegación total, su pobreza absoluta. Es mejor

suprimir a un testigo así. Ya en otras ocasiones les ha anunciado que serán perseguidos y odiados

(Mt 5,11; 10,16-19; 24,9 y par.; Lc 6,22; 12,4). Ahora se hace más urgente este anuncio a causa de su

inminente asesinato. Lo que va a decirles es algo que han de esperarse, por muy contradictorio que

les parezca.

"Os excomulgarán de la sinagoga". Será por su causa. Sólo se mencionan aquí las persecu-

ciones que les vendrán de los judíos (I Tes 2,14-15; Ap 2,9-10). No se contentarán con infligirles

malos tratos físicos (He 5,40-41; 2Cor 11,24), sino que los expulsarán de la comunidad de Israel

-"la sinagoga"-, grave castigo para un judío. Era esto lo que podía parecer más inexplicable a los

discípulos y hacerles abandonar a Jesús. ¿Cómo entender -entonces y ahora- ser combatidos

por las instituciones religiosas que deberían ser fieles al mismo Dios que Jesús proclamaba

como Padre suyo?

Juan ha mencionado dos veces la expulsión de la sinagoga (Jn 9,22; 12,42), que era

practicada desde la vuelta de la cautividad (Esd 10,8). Tenía diversos grados; el más grave

llevaba anejo la anulación de todos los derechos civiles y religiosos para el excomulgado, incluido el

embargo de sus bienes. El pueblo tenía verdadero pánico a esta expulsión, por lo que era fácilmente

manipulado por sus dirigentes, sobre todo por los fariseos (Jn 4,1-3; 7,32.47-48; 8,13; 11,46).

"Más aún, llegará incluso una hora cuando el que os dé muerte pensará que da culto a Dios".

No se darán por satisfechos con expulsarlos; llegarán hasta a darles muerte. Aquí ya no se refiere

sólo a los judíos, sino a las persecuciones y asesinatos que sufrirán en todos los tiempos en cual-

quier país y de cualquier religión instalada. Cuando las instituciones religiosas prescinden de

su razón de ser y se transforman en un fin en sí mismas, dejan de creer en el Dios verdadero para

adorar a un dios que acepta como culto la muerte del hombre. Se fabrican un dios a su propia

imagen y semejanza, y le sacrifican al hombre. La institución religiosa judía no tiene otra alter-

nativa que el asesinato en nombre de Dios si quiere seguir manteniendo sus posiciones. Los

judíos creían que, en determinadas circunstancias, era un grave deber religioso castigar la blasfe-

mia con la muerte. Pensaban que así ofrecían un acto de culto litúrgico. Y, naturalmente, a los

cristianos los consideraban como blasfemos. Tal es la paradoja del fanatismo de Israel contra los

seguidores del Hijo de Dios.

Los verdaderos seguidores del Dios de Jesús serán siempre marginados por los fanáticos

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representantes de Dios e "intérpretes" de su voluntad, cuando buscan su propio provecho, por los

defensores acérrimos de las leyes y de los códigos canónicos. La institución que dará muerte a

Jesús y perseguirá a sus discípulos es aquella cuyos súbditos, inválidos, llenaban los pórticos de la

piscina (Jn 5,3). Era una institución que producía muertos en vida y daba muerte a los que se le

oponían. No deben alarmarse si las instituciones religiosas posteriores los rechazan. ¡Qué difícil

es mantener la primera opción! (Ap 2,4).

"Y esto lo harán porque no han conocido ni al Padre ni a mí". Como ya había dicho más

arriba (Jn 15,21), la razón de tal proceder no es otra que el desconocimiento del Padre y de su

Enviado. Detrás de su impresionante fachada, los dirigentes religiosos judíos, y a causa de ellos

sus instituciones, esconden un fraude al pueblo, pues no conocen a Dios (Jn 5,37; 8,19.47.54-55).

El Dios que ellos adoran es la antítesis del que se manifiesta en Jesús. Al no reconocer al verdadero

Dios, tampoco reconocen a Jesús, que es su manifestación plena. ¿Cómo lo van a reconocer si ha

puesto el bien del hombre por encima de cualquier ley e institución? A causa de sus intereses perso-

nales han vaciado de contenido el verdadero ser de Dios y han llenado su nombre con la proyección

de sus propias ambiciones.

"Os he hablado de esto para que cuando llegue la hora os acordéis de que yo os lo había

dicho". Jesús previene a sus discípulos de lo que va a suceder. Al manifestarles el odio del mundo

les había anunciado las persecuciones (Jn 15,20), pero ahora les indica que estas persecuciones les

vendrán también de las instituciones religiosas a las que ellos pertenecen, por formar parte del

"mundo" enemigo de Dios. El "mundo" religioso se opondrá a ellos cuando den testimonio de

Jesús, cuando muestren la falsedad de su dios y el fraude de su culto oficial (Jn 2,16; 8,20). Lo cual

no debe ser una sorpresa para los discípulos. El mundo de la tiniebla tendrá su hora, la de su triunfo

aparente. Cuando los poderes de la tierra persigan a sus fieles, deben saber que el Maestro se lo

anunció; que estas persecuciones no son fruto del fracaso de su doctrina, sino la consecuencia lógica

de ella. Así les anuncia el triunfo final por el camino de la persecución.

Estas palabras sirven de transición al resto del capítulo, que trata de la partida de Jesús de este

mundo.

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El Espíritu juzgará al mundo

Continuó diciendo Jesús a sus discípulos: -No os dije esto desde el principio porque estaba yo con vosotros.

Pero ahora me voy al que me envió, y ninguno de vosotros me pregunta: ¿Adónde vas? Sino que, por haberos dicho esto, la tristeza os ha llenado el corazón. Sin embargo, lo que os digo es la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito. En cambio, si me voy, os lo enviaré.

Y cuando venga, dejará convicto al mundo con la prueba de un pecado, de una justicia, de una condena. De un pecado, porque no creen en mí; de una justicia, porque me voy al Padre y no me veréis; de una condena, porque el príncipe de este mundo está condenado.

(Jn 16,4b-11)

Jesús se va, pero su marcha no debe ser motivo de tristeza para sus discípulos, porque

les va a enviar el Espíritu, para que les ayude en su tarea. Su presencia será más eficaz

que la del mismo Jesús. Este Paráclito juzgará al mundo y les dará fuerzas en medio de

las persecuciones. También les ayudará a interpretar las nuevas situaciones históricas y a

tomar decisiones a la luz del mensaje de Jesús.

1. "Os conviene que yo me vaya"

Hasta ahora ha sido Jesús el centro de las persecuciones de los dirigentes religiosos. En

adelante lo serán sus seguidores, porque él se va al Padre y ya no podrán hacer nada en su

contra directamente. Los discípulos siguen sin comprender esta marcha; para ellos la

muerte es el fin de todo. En lugar de pedirle explicaciones, se llenan de tristeza al pensar

en la separación. Les parece que sin Jesús están perdidos en medio de la hostilidad del

mundo. Jesús quiere invitarles a que no se limi-ten a considerar la pérdida que implica la

separación, sino que piensen también en las ventajas que de ella se seguirán. Deberían

preguntarle adónde va, y su respuesta les ayudaría a salir de su pro-fundo

abatimiento, porque su retorno al Padre es la condición absolutamente indispensable

para que venga el Paráclito, cuya venida compensará con creces la ausencia física de

Jesús. A través del Espíritu continuará realizando Jesús la misión encomendada por

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el Padre (Jn 14,26; 15,26; 16,13-14), pero libre ya de las limitaciones de tiempo y espacio

a que le sometía esta vida mortal. Por eso hará más bien a los discípulos la "presencia"

y ayuda del Espíritu que la presencia física de Jesús. La presencia del Maestro se va

a hacer más interior y profunda. Por medio de su Espíritu irán comprendiendo todo lo

que él les había dicho, incluso las cosas que les parecieron inexplicables. Pero antes de

enviarles al Paráclito debía darles la última prueba de su amor por la humanidad, la

última prueba de la veracidad de su mensaje: su asesinato en la cruz. Como el grano de

trigo se transforma al morir (Jn 12,24), de la misma forma la muerte-resurrección de

Jesús, su don total, liberará en él toda la fuerza del Espíritu que contenía, y lo hará

comunicable (Jn 19,30). El sentido de esa muerte-resurrección sólo podrá ser

comprendido a la luz del Espíritu. Antes de su muerte-resurrección eran incapaces de

comprender el acontecimiento Jesús. Tenía que ser vivido, experimentado, para que

sintiesen la necesidad de dejarse iluminar por la luz del Consolador. Si ellos han de ser los

testigos del Mesías de Dios, lo primero que deben tener claro es quién es Jesús, qué

significó su presencia entre los hombres, cuál fue el sentido de su muerte-resurrección.

Entenderán el porqué del odio del mundo y de las persecuciones, siempre intolerables

cuando no se está bien convencido de aquello por lo que uno es odiado y perseguido.

El Espíritu dará a sus seguidores la posibilidad de amar como Jesús (Jn 13,34). Un

amor que sólo podrán ir entendiendo después de la entrega de su vida por ellos (Jn 15,13).

Sí: les conviene que se marche, porque no podrán ser como él hasta que muera. Hasta

ahora es para ellos un modelo externo a ellos mismos. El Espíritu hará que Jesús sea la

fuente interior de su vida, el "agua viva" (Jn 4,10-14). Los irá haciendo semejantes a él.

Lo único que deben hacer es dejarse, quitar los impedimentos.

Al decir Jesús: "Os lo enviaré", se atribuye un atributo exclusivo de Dios en el Antiguo

Testamen-to; se presenta como Dios.

La Iglesia y cada uno de los cristianos debemos dejarnos llevar por el Espíritu,

porque sólo él nos puede comunicar la vida verdadera. Lo hará -lo está haciendo-

desde dentro de nosotros mismos y en la medida en que no le pongamos obstáculos.

Por eso... nos convenía que se marcha-ra Jesús.

2. El Padre tiene la última palabra

El "mundo" se ha constituido en juez de Jesús y lo ha condenado como a un

criminal. Con ello ha afirmado la culpa del profeta galileo (Jn 18,30) y la legitimidad

de su propio sistema. Pero el juicio no ha terminado: el Espíritu de Dios va a abrir de

nuevo el proceso para pronunciar la senten-cia contraria. Los que se erigieron como

jueces son los culpables; el condenado a muerte tenía razón, por lo que Dios condena al

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sistema que se atrevió a cometer semejante injusticia. La muerte-resurrección de Jesús

será, a la vez, la máxima manifestación del poder diabólico del sistema que domina en este

mundo y la máxima expresión del amor de Dios. Al matar a Jesús, "el mundo" pronun-

cia su propia condena: quien se atreve a asesinar al hombre muestra no detenerse ante

nada, máxime si ese hombre es el Mesías. La resurrección de Jesús es el signo del futuro

pleno y eterno que Dios ha preparado a sus hijos.

No se trata de una acusación ante un tribunal, sino de la denuncia que hace el

Espíritu dentro de la comunidad de creyentes en Jesús para confirmarla en su fe en él,

para que ésta, a su vez, testifique contra "el mundo". La Iglesia de Jesús y "el

mundo" estarán siempre enfrenta-dos, porque éste intenta demostrar que los cristianos

están equivocados cuando quieren llevar a sus últimas consecuencias el mensaje de

Jesús, que son unos ilusos al poner su fe en un hombre que terminó crucificado, que el

fracaso de Jesús y de sus seguidores es inevitable según los principios que rigen en

nuestra sociedad. El Paráclito demostrará a los suyos todo lo contrario. Su ofen-

siva contra "el mundo" va a ser triple: "dejará convicto al mundo con la prueba de un

pecado, de una justicia, de una condena". Este proceso no se realizará únicamente al

final de los tiempos, en el juicio final, sino en el curso de toda la historia, a partir de la

resurrección de Jesús.

"De un pecado, porque no creen en mí". Rechazar culpablemente a Jesús fue el

gran pecado de Israel (Jn 3,18-20; 5,44-45; 6,36; 8,46; 9,41; 10,37-38; 15,22.24). Su pecado

es el "pecado del mundo" (Jn 1,29): negarse a reconocer el proyecto creador de Dios y a

realizarse, como colectividad y como individuos, según ese plan (Jn 1,10). Más aún:

oponerse al Creador e intentar destruir su imagen en el hombre. Este "pecado del

mundo", anterior a la opción contra Jesús, ha llega-do a su máxima y definitiva

expresión al rechazarlo a él. Jesús les había dado la posibilidad de salir de su pecado por

la adhesión a él como Mesías (Jn 8,24), y nos la sigue dando a los hombres de todas las

épocas y lugares. Pero ellos -¿nosotros?- han preferido los "valores" del "mundo"

(Jn 8,44), por lo que le darán muerte. La Iglesia, y la vida de cada cristiano, deberían

ser siem-pre un argumento en contra de los que no creen en Jesús. "El pecado"

encarna la solidaridad humana vaciada de amor y de vida, desata una fuerza

destructora que trasciende a los individuos que la componen, integra en el orden

perverso y hace al hombre solidario de su injusticia. Creer en Jesús es vivir de él y

como él. El pecado sólo tiene cabida en el cristiano como debilidad, pero jamás como

actitud, porque para él Jesús de Nazaret lo es todo. Es imprescindible tener esto muy en

cuenta.

"De una justicia, porque me voy al Padre y no me veréis". La acogida del Padre

demuestra que Jesús tenía razón. Al acogerlo, el Padre invierte el juicio dado por "el

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mundo". Los enemi-gos de Jesús son los enemigos de Dios. De esta acogida tendrán

plena conciencia sus discípulos a través de la experiencia del Espíritu que de él van a

recibir (Jn 15,26). Sus seguidores van a gozar de otra clase de presencia suya (Jn 16,16-

22). Los que le han rechazado no le verán más, porque si "el mundo" no acepta la

luz, ésta no le podrá iluminar. La "luz del mundo", Jesús (Jn 8,12), sólo podrá

iluminar a los que la deseen, a los que sean conscientes de su "tiniebla" y quie-ran salir

de ella. Pero "el mundo" prefiere las tinieblas; de otra forma dejaría de ser "el mun-

do". La sociedad que padecemos mata en el hombre la sed de absoluto... Por eso lo

mundano no puede ni quiere creer en Jesús, y no podrá "verlo".

"De una condena, porque el príncipe de este mundo está condenado". Cuando el

orden. injusto se creía más seguro por el asesinato de Jesús, la acción del Paráclito

hará que sus fieles experimenten dentro de sí mismos que el Padre está en contra del

"príncipe de este mundo", que los "valores" de este mundo están superados, que son

mentira. La comunidad se siente juzgada y condenada por "el mundo" (Jn 16,1-4),

pero el testimonio del Espíritu la convence de lo contrario. Así, a pesar de las persecucio-

nes y odios, no se siente culpable ni se acobarda, porque siente el apoyo del Espíritu.

Jesús se le muestra como vida, y el sistema que domina en la sociedad como muerte. La

prueba de la verdad de Jesús son los hombres que viven según su estilo, al haber

descubierto otro sentido de la vida diferente al del "mundo". "El príncipe de este

mundo" será desposeído de su poder (Ap 12,7ss). Lo está siendo siempre que alguien es

fiel al camino de Jesús y en la medida en que lo es. Jesús lo venció (Jn 16,33). En el juicio

final se realizará la expulsión definitiva (Jn 12,31-38).

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Dolor por la ausencia y alegría por la nueva presencia de Jesús

Siguió diciendo Jesús a sus discípulos: -Dentro de un poco, ya no me veréis; dentro de otro poco, me veréis.

Porque voy al Padre. Algunos discípulos comentaban: -¿Qué es eso que dice: "Dentro de un poco, ya no me veréis, y

dentro de otro poco, me veréis', y "voy al Padre”. Y se preguntaban: -¿Qué significa ese `poco "? No sabemos de qué habla. Comprendió Jesús que querían preguntarle, y les dijo: -Estáis discutiendo de lo que he dicho: "Dentro de un poco, ya no me

veréis, y dentro de otro poco, me veréis". Yo os aseguro: lloraréis y os lamentaréis vosotros, mientras el mundo estará alegre. Vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría.

La mujer cuando va a dar a luz siente tristeza, porque ha llegado su hora; pero en cuanto da a luz al niño, ni se acuerda del apuro por la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre. También vosotros ahora sentís tristeza; pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y nadie os quitará vuestra alegría.

Aquel día no me preguntaréis nada. Yo os aseguro: Si pedís algo al Padre, en mi nombre os lo dará. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre: pedid y recibiréis,

para que vuestra alegría sea completa. Os he hablado de esto en comparaciones: viene la hora en que ya no hablaré en comparaciones, sino que os hablaré del Padre claramente.

Aquel día pediréis en mi nombre, y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os quiere, porque vosotros me queréis y creéis que yo salí de Dios.

Salí del Padre y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo y me voy al Padre.

Le dicen sus discípulos: -Ahora sí que hablas claro y no usas comparaciones. Ahora vemos

que lo sabes todo y no necesitas que te pregunten; por ello creemos que saliste de Dios.

Les contestó Jesús: -¿Ahora creéis? Pues mirad: está para llegar la hora, mejor, ya ha

llegado, en que os disperséis cada cual por su lado y a mí me dejéis solo. Pero no estoy solo, porque está conmigo el Padre.

Os he hablado de esto para que encontréis la paz en mí. En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: Yo he vencido al mundo.

(Jn 16,16-33)

En este texto podemos distinguir dos partes (vv. 16-23a y 23b-33), divididas a su vez cada una

de ellas en dos unidades. En la primera, el anuncio de Jesús de su breve ausencia, seguida de su

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presencia, se entrelaza con las reacciones correspondientes de la comunidad de discípulos: la

tristeza y la alegría. Al comentario desorientado de "algunos discípulos" ante las palabras de Jesús

(vv. 16-18), le sigue la explicación de éste (vv. 19-23a), en la que ocupa lugar destacado la

comparación con la mujer que da a luz. En la segunda, la unidad está indicada por la mención del

Padre, cuya relación con la comunidad es el tema central. Su estructura invierte la de la primera

parte, de la que es simétrica. Comienza con la enseñanza de Jesús (vv. 23b-28) y termina con un

diálogo de éste con los discípulos (vv. 29-33).

1. La tristeza acabará en alegría: "Dentro de un poco..."

Para entender estas palabras es necesario que sepamos a qué momento se refiere el nuevo

encuentro de Jesús con los suyos: ¿se trata de la parusía, de su retorno glorioso al final de los

tiempos, o de su resurrección, con las apariciones que le siguen? Parece que el retorno a que Jesús

se refiere aquí no es el de la parusía, como parece demostrarlo todo el contexto de la última

cena, sino a los tres días que median entre su muerte y su resurrección. Después de resucitado

sólo le podrán "ver" sus seguidores (Jn 14,19): los que vivan las bienaventuranzas; para el resto

permanecerá invisible, incomprendido... Muchos hablarán y dirán que creen en él, pero hablarán

de otro mesías, creerán en otro Jesús. No podemos creer en él si vivimos con unos planteamientos

distintos a los suyos. Les pasó a sus más cercanos seguidores: fueron comprendiendo lentamente

después de su resurrección, con la ayuda imprescindible del Espíritu. ¿Por qué iba a ser ahora

distinto?

"Dentro de un poco... Porque me voy al Padre". La frase "dentro de poco" formaba

parte del vocabulario corriente de cualquier maestro judío que estuviese convencido de tener

cierta visión de futuro. Todo rabí que creyese que el mundo tiende hacia una consumación -es

la fe judía y cristiana- y que Dios intervendría de una manera definitiva en la historia, al ser

preguntado por el cuándo sucedería todo esto, respondía con la frase "dentro de poco".

Jesús se esfuerza por asegurar a sus discípulos que su muerte no es un final, sino el principio de

una presencia nueva entre ellos, que no les faltará nunca. En forma velada les está hablando de

su muerte-resurrección. El tiempo de soledad será de corta duración: pronto volverá a estar con

ellos, aunque de manera diversa a como ha estado durante su vida mortal. Experimentarán

momentos de cercanía y de lejanía de Jesús, a causa de los tiempos difíciles que se les avecinan,

en los que les parecerá que están desamparados; pero a cada prueba exterior sucederá una nueva

presencia de Jesús, si perseveran. El ciclo muerte-resurrección de Jesús se convertirá en ritmo de

la comunidad: momentos en los que parece que todo se hunde, unidos a otros en los que

prevalece la esperanza.

En los evangelios sinópticos está expresada esta idea con mayor claridad en los tres anuncios

que hace Jesús a sus discípulos de su pasión-muerte-resurrección (Mt 16,21; 17,22-23; 20,17-19 y

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par.).

"No sabemos de qué habla". Los discípulos no entienden, están desconcertados, pero no se

atreven a preguntarle. Se limitan a cuchichear entre sí, a preguntarse qué habrá querido

decir. No comprenden que su marcha con el Padre es la garantía de su futura presencia y la

prueba de su razón frente al "mundo". ¿Cómo podría vencer "al mundo" por el camino que ha

emprendido y volver a ellos si la muerte fuera el final de todo?

2. En constante alumbramiento

Jesús no les explica el enigma que encierran sus palabras. Les repite textualmente lo dicho

anteriormente para que les quede bien grabado. Habla de dos presencias y, por lo mismo, de dos

modos de visión: la corporal y la propia de una experiencia espiritual. Entre esta doble presen-

cia suya habrá un intervalo en el que Jesús estará ausente, como si se hubiera ocultado o hubiese

muerto. Pero los discípulos deben saber que su desaparición es momentánea, que pronto volverán

a verlo. La frase se refiere principalmente a la próxima muerte de Jesús, pero incluye las

dificulta-des y aprietos que sufrirán los suyos en la historia. En medio de un mundo hostil, la

comunidad participará continuamente de dos realidades: la muerte de Jesús y su vida-

resurrección. La vida-resurrección la experimentará la comunidad como una realidad interior,

íntima (Jn 14,19); externamente vivirá rodeada de luchas y de muerte. La enemistad perpetua

(Gén 3,15) entre la comunidad de creyentes y "el mundo" tendrá sus momentos de intenso dolor

y angustia. La vida es ya una realidad en ellos; la muerte será sólo el paso a esa vida. Pero mientras

llega, tendrán que seguir a Jesús, dispuestos a la entrega total (Jn 12,25; 21,19). La muerte

producirá tristeza, pero no duradera. Su fruto será el nacimiento del hombre nuevo, la vida

plena y para siempre.

Para expresar el dolor de los discípulos y la violencia de la prueba, Jesús usa dos verbos

que expresan el luto por un muerto: llorar y lamentarse. Mientras los que le sigan vivirán en

medio de persecuciones y odios, "el mundo" estará alegre pensando que los ha derrotado.

Mientras vivía Jesús, "el mundo" se sentía amenazado constante-mente; al asesinarlo, cree

haberse librado del testigo molesto. Intentará hacer lo mismo con sus discípulos... Pero habrá un

cambio de situación: "vuestra tristeza se convertirá en alegría", y ésta será tan grande que les

hará olvidar la angustia y la tristeza que ahora les embarga. Alegría que nace de la presencia de

Jesús, de la certeza de su victoria y del fruto que nace. El triunfo definitivo será de Dios, del

amor, de la verdad, de la justicia, de la paz, de la libertad..., de la vida.

Para describir la lucha entre "el mundo" y sus fieles, Jesús nos trae la imagen de la mujer

en trance de dar a luz. Los dolores intensos del parto, poco duraderos por lo general, quedan

olvidados "por la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre". Jesús va a dar su vida para

hacer posible al hombre nuevo. También el sufrimiento de los suyos, perseguidos por el

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orden injusto, son dolores de parto de la nueva sociedad.

"La mujer" es aquí figura de la humanidad. Jesús alude en este pasaje al nacimiento de una

nueva humanidad, libre de toda opresión y angustia, que son muerte. Lo mismo que los

dolores de parto de la mujer son causados por el nacimiento del niño, la persecución y la

muerte son prenda de resurrección y de vida. Esta imagen está en relación con la del grano de

trigo que cae en tierra y muere (Jn 12,24). Las dos imágenes tienen en común un aspecto

negativo (muerte-tristeza) y otro positivo (fecundidad), consecuencia del primero.

Lo que le sucederá a Jesús es ley para todos los que sigan su estilo de vida. Para

producir fruto abundante, el grano de trigo tiene que morir. Si la comunidad quiere ser

fecunda, conocerá momentos de muerte. Cada seguidor suyo y cada comunidad tendrán que

pasar por su propia muerte, no sólo física, sino muerte a sí mismo por la entrega de la propia

vida en favor de la humanidad. La vida surge de la muerte.

Ahora tienen dolor por el anuncio de su partida. Pero se verán de nuevo, después de su

resurrección, "y se alegrará vuestro corazón y nadie os quitará vuestra alegría". Su muerte

representa los dolores del parto; su resurrección, el nacimiento del hombre nuevo, de la nueva

humanidad. Es a través de la entrega total, del amor hasta el extremo (Jn 13,1), como

llega el hombre a su condición definitiva, a la plenitud de existencia a la que el Padre le ha

destinado para siempre. Por esta razón, con Jesús -el hombre totalmente entregado- entra

la humanidad en su etapa definitiva.

Una vez que los discípulos hayan experimentado con la resurrección de Jesús el triunfo de

la vida sobre la muerte, su alegría será permanente. Y se verán impulsados a seguir su camino,

convencidos de la victoria final. La lucha contra "el mundo" durará toda la historia de la

humanidad, que será como un constante alumbramiento. El sistema injusto se alegraba del

aparente triunfo de la muerte sobre la vida; los discípulos se alegrarán del triunfo definitivo de la

vida sobre la muerte.

La tristeza transformada en alegría se refleja en los capítulos que los evangelistas dedican a

narrarnos la resurrección y las apariciones de Jesús. Alegría que depende de la presencia de

Jesús y de su victoria.

"Aquel día no me preguntaréis nada", porque el Espíritu les habrá llevado a la verdad

completa (Jn 16,12-15). Muchas veces tuvo que hablarles en forma figurada, utilizando

comparaciones. La grandeza del tema y la rudeza de ellos le forzó a emplear parábolas y

alegorías. Cuando llegue "aquel día" comprenderán. Las preguntas que se han ido sucediendo

en la cena (Jn 13,36; 14,5.8.22; 16,17-19) mostraban que los discípulos no entendían el significado

de la muerte de Jesús. No podrán entenderla mientras no tengan la experiencia del Espíritu, el

cual responderá a todas sus preguntas (Jn 14,20.26), en caso de que las tengan... Habrá cesado

la incomprensión. Jesús dejará de ser para ellos el Maestro desconcertante que ha sido hasta

ahora. Esta plena comprensión caracteriza la situación escatológica. Ya no habrá más preguntas.

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El misterio de la existencia humana se halla definitivamente aclarado a la luz de la fe en Jesús

muerto y resucitado. Es la respuesta a todas las preguntas, a todas las ilusiones de futuro de la

humanidad.

3. La oración es siempre escuchada

Continúa describiendo Jesús con mayor precisión la alegría que embargará a los suyos. Al

don inestimable de la comprensión del misterio de Jesús, que hará inútiles las preguntas,

añade ahora la invitación a que pidan al Padre en su nombre, porque todo lo que pidan les será

concedido por el Padre. Una oración semejante no puede tener como objeto más que bienes en

orden al reino de Dios. Todo lo que contribuya al bien del hombre, tomado como individuo y

como colectividad, y a la comunicación de ese bien-vida a otros puede ser objeto de petición.

¿Les será concedido directamente lo que pidan o les dará la fuerza para conseguirlo por su

esfuerzo? Creo que lo segundo está más de acuerdo con lo vivido por Jesús mientras vivió en

Palestina.

Esta oración sólo es posible después de su glorificación. Por eso puede decirles: "Hasta ahora

no habéis pedido nada en mi nombre", y "os conviene que yo me vaya" (Jn 16,7). Sólo

entonces podrán recibir el Espíritu, y con él los bienes que pidan en su nombre, porque sólo

entonces habrán comprendido el sentido de la vida del Maestro y querrán continuarla.

Deben pedir con la seguridad de recibir lo que pidan. El Padre concede todo a sus hijos.

"Pedid y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa". Aunque vivan bajo constantes

amenazas en medio del "mundo", la experiencia que tendrán del Padre, a través de la oración,

les dará una alegría que nada ni nadie podrá quitarles (Jn 16,22). Una alegría-felicidad que irá

aumentando en la medida en que vayan conformando su vida con la voluntad del Padre.

"Os he hablado de esto en comparaciones: viene la hora en que ya no hablaré en compara-

ciones, sino que os hablaré del Padre claramente". Les ha hablado de forma velada, pero en

adelante les hablará con toda claridad. Su información sobre el Padre no va a

consistir en explicaciones de palabra, sino en la comunicación de su propia experiencia del

Padre por el don del Espíritu, que hará superfluas todas las comparaciones y todas las

palabras. El conocimiento del Padre les será connatural.

"La hora" a que se refiere Jesús es la de su resurrección. Pero es de observar que en sus

apariciones a los discípulos, Jesús no les comunica a éstos revelaciones nuevas acerca del Padre,

ni habla de sí mismo con mayor claridad que antes. Por ello debemos deducir que su intención al

pronunciar estas palabras no pudo ser otra que la de afirmar que únicamente en la nueva

situación, en la que se encontrarán como fruto de la pascua y de Pentecostés, los discípulos

serán capaces de comprender su mensaje gracias a la acción del Paráclito (Jn 16,12-13). Hasta

ahora los discípulos no han comprendido porque no podían captar el sentido de sus

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palabras, debido a que su fe era todavía muy deficiente -estaban colocados en otro plano: el

triunfalista- y no porque fueran incapaces de comprender el modo de hablar de Jesús.

"Aquel día pediréis en mi nombre, y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues

el Padre mismo os quiere, porque vosotros me queréis y creéis que yo salí de Dios". Por

tercera y última vez habla Jesús de "aquel día" (las dos anteriores: Jn 14,20; 16,23). Se refiere a

un período de tiempo que se inaugura en Pentecostés y continúa de modo indefinido hasta el

final de los tiempos. Pedirán al Padre en nombre de Jesús, y serán escuchados sin necesidad de

que Jesús intervenga en su favor. Los discípulos no tienen ya necesidad de su intervención,

porque el Padre los ama, como lo ha amado a él (Jn 17,23-26). Esto no suprime en absoluto su

función de mediador, ya que la oración hecha en su nombre es, en cierto modo, su propia

oración, y si el Padre los ama es precisamente por la relación que guardan con Jesús. Con estas

palabras expresa la íntima comunión que existe entre el Padre y él, la identidad de intereses

entre ambos. Su presencia junto al Padre se convierte en vínculo de unión entre Dios y la

humanidad. No existe un Padre severo y un hijo mediador, sino un Dios Padre que ama a los

hombres y quiere para ellos toda clase de bienes. El amor del Padre y el de Jesús son uno mismo;

cuando actúa Jesús, actúa también el Padre. Amar a la humanidad y amarse a sí mismo es amar

a Jesús, es responder al amor del Padre. El Padre quiere a los discípulos como a amigos,

igual que Jesús (Jn 15,13-15). Ni uno ni otro dominan al hombre; ambos quieren su máximo

bien.

El Padre ofrece su amor al mundo entero (Jn 3,16); amor que se hace amistad -amor

compartido- si el hombre responde. Este amor no es completo hasta que sea correspondido. Si

no se acepta, queda frustrado. Sólo se hace realidad cuando encuentra respuesta. Dios nunca se

impone, se ofrece al hombre como don gratuito. Toda la creación es expresión concreta del

amor de Dios como don, y ese amor es la fuerza que la sostiene. Si el hombre, la gran expre-

sión del amor divino, rechaza su propia realidad -creado por amor y para el amor-, se hace

violencia a sí mismo y a la creación. Al arrastrarla fuera del ámbito del amor, se destruye con

ella. El Padre nos quiere. ¡Qué distinto es el Dios de Jesús, Padre y Amor, al dios que presenta-

mos muchas veces nosotros! El día que descubramos de verdad al Dios de Jesucristo, nuestra vida

cambiará totalmente de dirección.

Rezar no significa pedir esto o aquello, sino conformar la propia vida a la voluntad del

Padre, porque el Padre sabe mejor que nosotros lo que realmente necesitamos.

"Salí del Padre y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo y me voy al Padre". Estas

palabras no aluden directamente a la generación eterna del Hijo, como piensan algunos

exegetas. Se refieren principalmente a su venida al mundo por la encarnación. Jesús resume en

ellas su itinerario: desde el Padre hasta el Padre (Jn 13,3). "Salir del Padre" No sólo significa

ser enviado por él (Jn 5,36.38; 8,42; 16,30; 17,8) para llevar a cabo una vocación única, sino

también ser él la plena realización del proyecto creador que Dios tenía desde el principio (Jn

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1,1-3), fruto de su fidelidad a esa misión encomendada. Jesús es uno con los hombres por estar

en el mundo, y uno con el Padre, de quien ha venido y a quien se dispone a volver, porque

el único objetivo de su vida -su alimento- fue cumplir con total fidelidad su voluntad (Jn

4,34). Es el "puente" que une al hombre con Dios. Jesús procede del Padre en cuanto es la

realización plena de su proyecto.

4. "Yo he vencido al mundo"

Las palabras de Jesús a lo largo de los cuatro evangelios han encontrado normalmente la

incomprensión de sus discípulos. Jesús les ha dicho que se acercaba la hora de creer plena-

mente, no que hubiera llegado ya. Han interpretado mal sus palabras -¿cuántas veces van?-, se

figuran entender ya del todo: "Ahora sí que hablas claro y no usas comparaciones. Ahora

vemos que lo sabes todo y no necesitas que te pregunten; por ello creemos que saliste de

Dios". Siempre creen entender; jamás entienden que no entienden. Es lo que nos pasa constan-

temente a los cristianos, incluidos los que ocupan los puestos más importantes en la Iglesia. La

comprensión de Dios va siempre por otros caminos...

La frase "lo sabes todo y no necesitas que te pregunten" parece que está mal formulada.

Debería referirse a que Jesús, que lo sabe todo, no necesita preguntar. Ellos, sí, porque no lo

saben todo, ni mucho menos. Ahora, en lugar de seguir preguntándole, afirman algo que es

falso, como les va a demostrar Jesús a continuación.

Jesús muestra conocerlos mejor que ellos mismos se conocen. La insuficiencia de su fe se

va a mostrar muy pronto: cuando se enfrenten con la realidad de su pasión y muerte:

"¿Ahora creéis? Pues mirad: está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado, en que os disper-

saréis cada cual por su lado y a mí me dejéis solo. Pero no estoy solo, porque está conmigo el

Padre". La interrogación no es pregunta, sino muestra de no estar conforme con la euforia

y autosuficiencia de sus discípulos, expresión de su escepticismo. Y les anuncia de nuevo el

abandono (Mt 26,31-35; Mc 14,27-31; Lc 22,31-34; Jn 13,31-34), que se cumplirá en Getsemaní. La

fe es inseparable del "escándalo" de la cruz. Ahora ya no nos escandalizamos porque nos hemos

fabricado "otro crucificado" y "otra fe": sabemos que Jesús murió asesinado, pero no acaba-

mos de descubrir las fuerzas ocultas que lo llevaron a esa situación y siguen llevando en la

actualidad a los que siguen sus pasos, muchas veces fuera de nuestra Iglesia. La verdadera fe

en él tiene que unir la pasión-muerte y la resurrección como expresión del verdadero amor-

vida. Lo irán entendiendo en la medida en que su amor se vaya identificando con el del

Maestro. Entonces experimentarán las consecuencias: el odio y las persecuciones de todos los

que se sienten interpelados y perjudicados en sus intereses y rehúsen convertirse. Los

discípulos consideran a Jesús como a un Maestro excepcional, y se admiran de su saber y de sus

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obras, pero siguen ignorando que Jesús es Maestro desde la cruz: no con doctrinas, sino con la

entrega total de su vida en favor de la nueva humanidad: el reino de Dios. Mientras no

aprendan -no aprendamos- esta lección no podrán -no podremos- llamarnos de verdad

discípulos suyos. Más aún: si no la aprendemos podemos correr el riesgo de perseguir y

eliminar a los verdaderos seguidores suyos actuales, podemos repetir aquel increíble juicio y

condena que realizaron el sanedrín y Pilato. Creo que en nuestra Iglesia y en nuestra sociedad

no han sido pocas las veces que esto ha ocurrido a lo largo de la historia.

Se imaginaban ser verdaderos discípulos, antes de aceptar su muerte y recibir el Espíritu.

Lo dejarán solo, pero no quedará solo, porque con él estará el Padre. Jesús les evoca la imagen del

rebaño disperso. Cuando sea detenido y asesinado se irán cada uno por su lado, al ver destruida

toda esperanza de triunfo terreno. Será obra del Espíritu reunirlos de nuevo.

La situación histórica de los discípulos, dispersados por la muerte de Jesús, es la situa-

ción repetida constantemente en los creyentes. ¿No tenemos la impresión de que la victoria

es del "mundo"? Ante esta experiencia cotidiana, el creyente siente la tentación de abandonar a

Jesús y buscar refugio en "el mundo", aceptando sus planteamientos. ¡Cuántas veces hemos

caído los cristianos en este error!

El cristiano auténtico siempre aspira a más de lo que vive, siempre aspira a más de lo

que le rodea..., "ve" más allá. Por eso se muestra insatisfecho e incomprendido, sin poder comu-

nicarse en plan de igualdad. Y esto pasa en la medida en que se vive más. Quiere hacer reali-

dad la común-unión que es la eucaristía.

Jesús solo, signo del cristiano solo... Pero el Padre está con él.

Creo que llega un momento en la vida en que Dios Padre es la única tabla de salvación, en

que las palabras dejan de ser vehículo de expresión, porque la vida que se vislumbra va más allá

de todo lo que nos rodea, y se siente como una incapacidad de explicarlo. Es entonces cuando

surge la contemplación, la oración de simplicidad, de "estar"... que lleva de lleno al compromiso

con el mundo.

"Os he hablado de esto para que encontréis la paz en mí". Este versículo termina el

desarrollo sobre la persecución de los discípulos por parte del "mundo", comenzado en el

capítulo anterior (Jn 15,18). Encontrarán su paz si son capaces de comprender el sentido de su

mesianismo. Esa paz, distinta de la que da el mundo (Jn 14,27), y que incluía para los

hebreos todo tipo de venturas, sinónimo de la más amplia felicidad. Esa paz que se logra por la

fidelidad a su mensaje, por posponerlo todo a él, por tenerlo como única norma de actuación y

de vida. Una paz que debe ser una realidad en ellos ya ahora, gracias a la unión que mantienen

con él.

"En el mundo tendréis luchas; pero tened valor". Esta paz inalterable que Jesús desea

para los suyos estará cercada constantemente por "el mundo". Ya no se refiere sólo al mundo

judío. La fe de sus discípulos estará sometida a duras pruebas en toda época y lugar, siempre

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que se mantengan fieles a él; pero no deben perder nunca la esperanza. La hostilidad del mundo

no es señal de derrota. Deben poner continuamente la confianza en él, porque sólo con él podrán

superar las dificultades que "el mundo" les prodigará. No deben acobardarse por ellas, sino

hacerles frente con valor. Irán experimentando la victoria, como la experimentó el Maestro.

¿Siempre después de la muerte? De vez en cuando suceden hechos que hacen experimentar ya

ahora que seguir a Jesús merece la pena.

"Yo he vencido al mundo". Lo ha vencido dando la vida, a través de un aparente y

escandaloso fracaso. Si perseveran en permanecer fieles a él, también ellos vencerán al mundo

(1Jn 5,4-5).

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Índice de lecturas

Mateo (tomo y páginas)

1,1-17 5- 20-26 1,18-25 1- 53-62 2,1-12 1-80-91 2,13-23 1-99-102 3,1-12 1-115-133 3,13-17 1-134-139 4,1-11 1-140-155 4,12-22 1-231-241 4,23 1-249-256 4,24-25 2- 4-16 5,1-12 2- 4-16 5,13-16 2- 17-19 5,17-37 2- 20-29 5,38-48 2- 20-29 6,1-18 5- 59-69 6,19-21 5- 70-71 6,22-23 5- 72 6,24-34 2- 30-32 7,1-2 5- 72 7,3-5 2- 33-35 7,6 5- 74-75 7,7-11 5- 76-77 7,12 5- 77 7,13-14 5- 77-78 7,15-20 2- 33-35 7,21-27 2- 36-39 7,28-29 5- 79

8,1-4 1-265-269 8,5-13 2- 40-43 8,14-17 1-249-256 8,18-22 2- 73-80 8,23-27 2-179-185 8,28-34 5-109-114 9,1 2-186-193 9,2-8 1-270-276 9,9-13 1-277-280 9,14-17 1-281-286 9,18-26 2-186-193 9,27-34 5-115-118 9,35-10,1 2-261-265 10,2-4 2- 4-16 10,5-15 2-261-265 10,16-25 5-129-131 10,26-33 2-266-268 10,34-36 5-132-133 10,37-42 2-269-272 11,1-11 2- 51-61 11,12-19 5- 80-84 11,20-24 2- 81-91 11,25-30 2-92-96

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12,1-14 1-287-292 12,15-21 5- 53-58 12,22-32 2-124-132 12,33-42 5-85-89 12,43-50 2-124-132 13,1-23 2-133-139 13,24-43 2-140-147 13,44-52 2-175-178 13,53-58 2-194-204 14,1-12 5-134-138 14,13-21 3- 4-15 14,22-33 3- 16-22 14,34-36 5-139-140 15,1-20 3- 48-57 15,21-28 3- 58-63 15,29-39 5-141-146 16,1-12 5-147-154 16,13-20 3- 69-77 16,21-28 3- 78-90 17,1-13 3-91-100 17,14-21 5-157-164 17,22-23 3-101-108 17,24-27 5-165-166 18,1-5 3-101-108 18,6-11 3-115-117 18,12-14 2-227-232 18,15-20 3-118-120

18,21-35 3-121-123 19,1-15 3-192-204 19,16-30 3-205-218

20,1-16 3-219-226 20,17-19 3-240-248 20,20-28 3-240-248 20,29-34 3-249-252 21,1-11 4- 5-13 21,12-13 1-185-193 21,14-16 5-231-233 21,17-22 5-234-241 21,23-27 5-242-249 21,28-32 4- 25-31 21,33-46 4- 32-38

22,1-14 4- 39-44 22,15-22 4- 45-50 22,23-33 4- 51-57 22,34-40 4- 58-64 22,41-46 5-250-253 23,1-12 4- 65-71 23,13-32 5-254-264 23,33-39 5-265-267 24,1-14 4- 75-82 24,15-36 4- 83-90 24,37-51 4-91-96 25,1-13 4-97-100 25,14-30 4-101-104 25,31-46 4-105-107

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26,1-13 4-108-114 26,14-29 4-115-128 26,30-35 4-144-149 26,36-46 4-206-213 26,47-56 4-214-219 26,57-75 4-220-229 27,1-30 4-230-248 27,31-66 4-249-270 28,1-15 4-271-285 28,16-20 4-318-328

Marcos

1,1-8 1-115-133 1,9-11 1-134-139 1,12-13 1-140-155 1,14-20 1-231-241 1,21-28 1-242-248 1,29-39 1-249-256 1,40-45 1-265-269

2,1-12 1-270-276 2,13-17 1-277-280 2,18-22 1-281-286 2,23-3,6 1-287-292 3,7-12 5- 53-58 3,13-19 2- 4-16 3,20-35 2-124-132 4,1-20 2-133-139 4,21-25 5-90-93 4,26-34 2-140-147 4,35-41 2-179-185 5,1-20 5-109-114 5,21-43 2-186-193 6,1-6 2-194-204 6,7-13 2-261-265 6,14-29 5-134-138 6,30-34 3- 4-15 6,35-44 3- 4-15 6,45-52 3- 16-22 6,53-56 5-139-140 7,1-23 3- 48-57 7,24-30 3- 58-63 7,31-37 3- 64-68 8,1-10 5-141-146 8,11-21 5-147-154 8,22-26 5-155-156 8,27-30 3- 69-77 8,31-9,1 3- 78-90 9,2-13 3-91-100 9,14-29 5-157-164 9,30-37 3-101-108 9,38-41 3-109-114 9,32-48 3-115-117 9,49-50 5-167-168

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10,1-16 3-192-204 10,17-31 3-205-218 10,32-34 3-240-248 10,35-45 3-240-248 10,46-52 3-249-252 11,1-10 4- 5-13 11,11-15a 5-234-241 11,15b-17 1-185-193 11,18-26 5-234-241 11,27-33 5-242-249 12,1-12 4- 32-38 12,13-17 4- 45-50 12,18-27 4- 51-57 12,28-34 4- 58-64 12,35-37 5-250-253 12,38-40 4- 65-71 12,41-44 4- 72-74 13,1-13 4- 75-82 13,14-32 4- 83-90 13,33-37 4-91-96 14,1-9 4-108-114 14,10-25 4-115-128 14,26-31 4-144-149 14,32-42 4-206-213 14,43-52 4-214-219 14,53-72 4-220-229 15,1-19 4-230-248 15,20-47 4-249-270 16,1-11 4-271-285 16,12-13 4-286-294 16,14-20 4-318-328

Lucas

1,1-4 5- 5-9 1,5-25 5- 10-15

1,26-38 1- 25-43 1,39-56 1- 44-52 1,57-80 5- 16-19 2,1-21 1- 63-79 2,22-40 1-92-98 2,41-52 1-103-114 3,1-18 1-115-133 3,19-20 5-134-138 3,21-22 1-134-139 3,23-38 5- 20-26 4,1-13 1-140-155 4,14-21 1-222-230 4,22-30 2-194-204 4,31-37 1-242-248 4,38-44 1-249-256 5,1-11 1-257-264 5,12-16 1-256-269 5,17-26 1-270-276

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5,27-32 1-277-280 5,33-39 1-281-286 6,1-11 1-287-292 6,12-26 2- 4-16 6,27-36 2- 20-29 6,37-38 5- 72 6,39-45 2- 33-35 6,46-49 2- 36-39 7,1-10 2- 40-43 7,11-17 2- 44-50

7,18-28 2- 51-61 7,29-35 5- 80-84 7,36-8,3 2- 62-72 8,4-15 2-133-139 8,16-18 5-90-93 8,19-21 2-124-132 8,22-25 2-179-185 8,26-39 5-109-114 8,40-56 2-186-193 9,1-6 2-261-265 9,7-9 5-134-138 9,10-17 3- 4-15 9,18-21 3- 69-77 9,22-27 3- 78-90 9,28-36 3-91-100 9,37-43a 5-157-164 9,43b-48 3-101-108 9,49-50 3-109-114 9,51-62 2- 73-80 10,1-20 2- 81-91 10,21-24 2-92-96 10,25-37 2-97-107 10,38-42 2-108-114 11,1-13 2-115-123 11,14-28 2-124-132 11,29-32 5-85-89 11,33-36 5-90-93 11,37-54 5-94-98 12,1-12 5-99-103 12,13-21 2-148-153 11,22-31 2- 30-32 12,32-48 2-154-161 12,49-53 2-162-169 12,54-59 5-104-105 13,1-9 2-170-174 13,10-17 5-106-108 13,18-21 2-140-147 13,22-30 2-205-209 13,31-35 5-119-121 14,1-14 2-210-217 14,15-24 5-122-126 14,25-35 2-218-226 15,1-10 2-227-232 15,11-32 2-238-243 16,1-13 2-244-253

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16,13 2- 30-32 16,14-18 5-127-128 16,19-31 2-254-260 17,1-2 3-115-117 17,3-4 3-121-123 17,5-10 3-124-129 17,11-19 3-130-135 17,20-37 5-211-216 18,1-8 3-169-174 18,9-14 3-175-182 18,15-17 3-192-204 18,18-30 3-205-218 18,31-34 3-240-248 18,35-43 3-249-252 19,1-10 3-253-258 19,11-28 5-221-224 19,28-40 4- 5-13 19,41-44 5-228-230 19,45-46 1-185-193 19,47-48 5-231-233 20,1-8 5-242-249 20,9-19 4- 32-38 20,20-26 4- 45-50 20,27-40 4- 51-57 20,41-44 5-250-253 20,45-47 4- 65-71 21,1-4 4- 72-74 21,5-19 4- 75-82 21,20-33 4- 83-90 21,34-36 4-91-96 21,37-38 5-276 22,1-2 4-108-114 22,3-30 4-115-128 22,31-38 4-144-149 22,39-46 4-206-213 22,47-53 4-214-219 22,54-71 4-220-229 23,1-25 4-230-248 23,26-56 4-249-270 24,1-12 4-271-285 24,13-35 4-286-294 24,36-49 4-295-307 24,50-53 4-318-328

Juan

1,1-18 1- 8-24 1,19-28 1-156-160

1,29-34 1-161-166 1,35-51 1-166-177 2,1-12 1-178-184 2,13-25 1-185-193 3,1-21 1-194-208

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3,22-36 5- 27-33 4,1-3 5- 27-33 4,4-42 1-209-221 4,43-54 5- 34-37 5,1-18 5- 38-46 5,19-47 5- 47-52 6,1-15 3- 4-15 6,16-21 3- 16-22 6,22-71 3- 23-47 7,1-13 5-169-173 7,14-30 5-174-181 7,31-36 5-182-184 7,37-39 5-185-187 7,40-53 5-188-192 8,1-11 3-136-140 8,12-20 5-193-197 8,21-59 5-198-210 9,1-41 3-141-154 10,1-21 3-155-168 10,22-42 3-183-191 11,1-46 3-227-239 11,47-54 5-217-220 11,55-57 5-225-227 12,1-11 4-108-114 12,12-19 4- 5-13 12,20-36 4- 14-24 12,37-50 5-268-275 13,1-20 4-129-137 13,21-30 4-115-128 13,31-35 4-138-143 13,36-38 4-144-149 14,1-14 4-150-156 14,15-31 4-157-168 15,1-8 4-169-176 15,9-17 4-177-183 15,18-25 5-277-282 15,26-27 4-184-188 16,1-4a 5-277-282 16,4b-11 5-283-286 16,12-15 4-184-188 16,16-33 5-287-295 17,1-26 4-189-205 18,1 4-206-213 18,2-11 4-214-219 18,12-27 4-220-229 18,28-19,16 4-230-248 19,17-42 4-249-270 20,1-18 4-271-285 20,19-31 4-295-307 21,1-25 4-308-317

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Índice

Introducción 4 Prólogo de Lucas (Lc 1, 1-4) 5 1. Lucas y su evangelio 5 2. “Ilustre Teófilo” 8 Anuncio y nacimiento de Juan Bautista (Lc 1, 5-25) 10 1. En los umbrales de la buena noticia 10 2. El templo de Jerusalén y su culto 11 3. Dios nos habla en la oración, si vivimos abiertos a sus exigencias 12 Nacimiento de Juan Bautista y “Benedictus” (Lc 1, 57-80) 16 1. Dios cumple lo que promete 17 2. Zacarías comprende y alaba a Dios 18 3. Juan se prepara en el desierto 19 Genealogía de Jesús (Mt 1, 1-17; Lc 3, 23-38) 20 1. Mateo y su evangelio 20 2. Ni racismo ni pureza de sangre 24 Último testimonio de Juan Bautista (Jn 3, 22-36; 4, 1-3) 27 1. Juan y su evangelio 27 2. Los bautismos de Juan y de Jesús 29 3. Jesús pertenece a una categoría única 31 4. Los fariseos al acecho 32 Curación del hijo del funcionario real (Jn 4, 43-54) 34 1. El destino del profeta auténtico es el rechazo de los cercanos 34 2. El funcionario sólo entiende el lenguaje del poder 35 3. Jesús no hará ningún alarde de poder 35 4. Una dura prueba 36 5. Es el “segundo signo” 37 La curación del paralítico y reacción de los oyentes (Jn 5, 1-18) 38 1. Los milagros tienen un sentido 38 2. Entre seis fiestas 39 3. El templo y la “piscina” 40 4. “Era sábado” 42 5. La curación aún no es completa 44 6. Cuando hay mucho que defender el diálogo se hace imposible 45 Discurso sobre la misión del Hijo (Jn 5, 19-47) 47 1. Las obras de Jesús se identifican con las de Dios 48 2. El futuro del hombre depende de su conducta con los demás 48 3. Testimonios en favor de Jesús 49 4. Jesús no busca puestos ni honores 51 Resumen de la actividad de Jesús junto al lago (Mc 3, 7-12;Mt 12, 15-21) 53 1. Marcos y su evangelio 53 2. Los discípulos y la masa 56

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3. Jesús trae esperanza al pueblo 57 La limosna, la oración y el ayuno (Mt 6, 1-18) 59 1. La rectitud de intención en el obrar 60 2. La limosna que Dios quiere 60 3. La oración cristiana 62 4. La oración dominical 63 a) Introducción 64 b) Peticiones relativas a la gloria de Dios 65 c) Peticiones en favor directo de los hombres 66 5. El ayuno 68 Actitud cristiana ante diversas situaciones 70 1. El cristiano ante las cosas temporales (Mt 6, 19-21) 70 2. Sólo se ve bien con el corazón (Mt 6, 22-23) 72 3. Actitud cristiana ante las acciones del prójimo (Mt 7, 1-2;Lc 6, 37-38) 72 4. El evangelio no se debe anunciar a todos (Mt 7, 6) 74 5. El Padre escucha siempre la oración que brota del corazón

de sus hijos (Mt 7, 7-11) 76 6. El amor, norma suprema (Mt 7, 12) 77 7. Los dos caminos (Mt 7, 13-14) 77 8. Final del sermón de la montaña (Mt 7, 28-29) 79 Incredulidad de los judíos (Mt 11, 12-19; Lc 7, 29-35) 80 1. Dios no puede circular libremente en nuestro mundo 80 2. Juan encarna la figura de Elías 81 3. Excusas nunca nos faltan 82 4. A pesar de todo, los planes de Dios siguen adelante 84 Sigue manifestándose la maldad de los dirigentes (Mt 12, 33-42; Lc 11, 29-32) 85 1. De la abundancia del corazón habla la vida 85 2. Las palabras pierden significado si no van acompañadas por las obras

del que habla 86 3. El sensacionalismo y el triunfalismo jamás llevan la marca divina 87 4. El signo del profeta Jonás 88 Parábola de la lámpara sobre el candelero (Mc 4, 21-25;Lc 8, 16-18; 11, 33-36) 90 1. El evangelio se entiende cuando se vive 90 2. El mensaje del reino llegará a todos los pueblos 92 3. Para oír de verdad hemos de prestar la máxima atención 92 4. Hacia la plenitud o hacia el fracaso 93 Banquete en casa de un fariseo (Lc 11, 37-54) 94 1. El lenguaje de los profetas 94 2. La verdadera limpieza interior 95 3. Diatriba contra los fariseos 96 4. El turno de los juristas o letrados 97 5. La comida acabó mal 98 El cristiano debe hablar con franqueza y sin miedo (Lc 12, 1-12) 99 1. Han de mostrarse por fuera como por dentro 99 2. Ningún poder del mundo podrá sofocar la palabra de Dios 100 3. La misión del Espíritu Santo 102 Sólo entendemos lo que nos interesa (Lc 12, 54-59) 104

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1. Las señales de Jesús deben ser interpretadas correctamente 104 2. El tiempo de rectificar se acaba con la muerte 105 Curación de una mujer encorvada (Lc 13, 10-17) 106 1. Jesús tiene un interés especial por curar en sábado 106 2. El sábado está al servicio del hombre 107 El endemoniado de Gerasa (Mt 8, 28-34; Mc 5, 1-20; cf Lc 8, 26-39) 109 1. Una salida al extranjero 110 2. El colmo de la marginación 111 3. El mal siempre puede ser vencido 112 4. El precio de la liberación 113 5. Debemos dar testimonio entre los nuestros 114 Curación de dos ciegos y un mudo (Mt 9, 27-34) 115 1. Jesús realiza todas las esperanzas humanas 115 2. Comprenden el verdadero mesianismo de Jesús 116 3. El camino estaba abierto 117 4. Reacciones contradictorias del pueblo y de los dirigentes 117 Política de Herodes y de Jerusalén (Lc 13, 31-35) 119 1. La astucia de Herodes 119 2. El camino de Jesús sólo lo determina Dios 120 3. Jerusalén no acepta a Jesús 120 Parábola del gran banquete (Lc 14, 15-24) 122 1. Comer juntos, signo del reino 122 2. Israel rechaza los verdaderos planteamientos de Dios 123 3. Todo nos parece bueno para evadirnos de Dios 124 4. Son invitados los marginados y los paganos 124 5. ¿Entendemos los cristianos? 125 Dios detesta la arrogancia (Lc 16, 14-18) 127 1. La burla como defensa 127 2. El dominio espiritual 128 Las persecuciones serán inevitables (Mt 10, 16-25) 129 1. Vivirán “como ovejas entre lobos” 129 2. Un triple grupo de enemigos 130 3. No hay lucha sin esperanza 131 Jesús, signo de contradicción (Mt 10, 34-36) 132 La paz y la justicia son inseparables 132 Asesinato de Juan Bautista (Mc 6, 14-29; Mt 14, 1-12; Lc 3, 19-20; 9, 7-9) 134 1. Lo ocurrido con Juan anticipa lo que sucederá con Jesús 135 2. Jesús no puede ser confundido con ningún otro profeta 136 3. Así actúan los tiranos 137 Curaciones en Genesaret (Mt 14, 34-36; Mc 6, 53-56) 139 1. La cuna del evangelio 139 2. Camino de Cafarnaún 140 Segunda multiplicación de los panes (Mt 15, 29-39; Mc 8, 1-10) 141

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1. Los destinatarios son los paganos 143 2. ¿Hubo en realidad una segunda multiplicación? 144 3. Saciar el hambre es la primera exigencia de la justicia del reino 144 La ceguera crónica de los hombres (Mt 16, 1-12; Mc 8, 11-21) 147 1. Jesús no es el Mesías que esperan los dirigentes 148 2. Las señales de Jesús son claramente proféticas 149 3. Su marcha es ya un juicio 150 4. Los que ya lo saben todo terminarán por no comprender nada 151 5. Por fin entienden de qué se trata 153 Curación de un ciego en Betsaida (Mc 8, 22-26) 155 1. Valor de signo 155 2. El ciego se deja llevar 155 3. El lento progreso de la fe 156 Curación de un niño epiléptico (Mc 9, 14-29; Mt 17, 14-21;Lc 9, 37-43a) 157 1. Una magnífica catequesis sobre la fe 158 2. Es imposible discutir con una persona que responde con hechos 158 3. “¿Hasta cuándo os tendré que soportar?” 159 4. No hay fe sin dudas y desfallecimientos 160 5. La fe necesita a la oración 162 6. La fe mueve montañas 163 El tributo al templo (Mt 17, 24-27) 165 1. La condición de Hijo de Dios libera de toda imposición 165 2. Hay escándalo y escándalo 166 Parábola de la sal (Mc 9, 49-50) 167 1. El seguidor de Jesús debe estar dispuesto a todo 167 2. La sal-amor, elemento indispensable en las comunidades 168 Jesús abandona Galilea definitivamente (Jn 7, 1-13) 169 1. La fiesta de los campamentos 169 2. Sus parientes tampoco le comprenden 170 3. La “hora” de Jesús no será de gloria humana 171 4. Sube a la fiesta para enseñar al pueblo 172 Jesús, enviado de Dios (Jn 7, 14-30) 174 1. Enseña en el templo 174 2. Tercer enfrentamiento con los dirigentes de Jerusalén 175 3. Dos razones para demostrar que su doctrina es de origen divino 176 4. Incoherencia de los dirigentes 178 5. Origen del Mesías 179 La razón de la fuerza (Jn 7, 31-36) 182 1. Los dirigentes quieren prenderlo 182 2. Le buscarán y no le encontrarán 183 Jesús, “agua viva” (Jn 7, 37-39) 185

1.Jesús responde a lo que buscamos en lo más profundo del corazón 185 2. El “agua” brota del interior del creyente que ha “bebido” de Jesús 186 Distintas opiniones sobre Jesús en sus oyentes (Jn 7, 40-53) 188 1. Triple reacción 188

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2. “Jamás ha hablado nadie así” 190 3. Los dirigentes se atrincheran en su ley 190 4. Protesta de Nicodemo 191 5. En lugar de responder a Nicodemo, lo insultan 191 Jesús, “luz del mundo” (Jn 8, 12-20) 193 1. Jesús ilumina esencialmente la vida humana 193 2. Se trata de aceptar una experiencia íntima 195 3. Entiende quien esté a favor del hombre 195 4. El único rostro visible de Dios es el de Jesús 197 Jesús, Mesías de Dios (Jn 8, 21-59) 198 1. Rechazar a Jesús tiene unas consecuencias desastrosas 199 2. Jesús es el “yo soy” de Dios 201 3. “¿Quién eres tú?” 201 4. “La verdad os hará libres” 203 5. ¿Cómo puede ser liberado uno que es libre? 204 6. “Quien comete pecado es esclavo” 205 7. Ser hijo significa comportarse como el padre 206 8. Calumnia, que algo queda 207 9. Su mensaje es espíritu y alumbra un nuevo nacimiento 208 10. Antes que Abrahán existía el Hijo 209 11. Quieren apedrearlo 210 La venida del reino de Dios y del Hijo del hombre (Lc 17, 20-37) 211 1. El reino ya está presente en el mundo 211 2. Entre la posesión y la esperanza 213 3. La venida será inesperada 214 4. En todas partes y en cualquier momento 216 Se estrecha el cerco (Jn 11, 47-54) 217 1. Se reúne el sanedrín 217 2. Interviene Caifás 219 3. Deciden darle muerte 219 4. Jesús se retira en espera de su “hora” 220 Parábola de las diez onzas de oro (Lc 19, 11-28) 221 1. Similar a la parábola de los talentos 222 2. El don de la vida 222 3. El examen será sobre el amor 223 Mandan prenderle (Jn 11, 55-57) 225 1. Entramos en los últimos días 225 2. Se acerca la Pascua de Jesús 226 3. Muchos le buscan 226 El llanto de Jesús (Lc 19, 41-44) 228 1. Las lágrimas revelan su impotencia 228 2. La destrucción de Jerusalén es signo de una condena 229 Cura y enseña en el templo (Mt 21, 14-16; Lc 19, 47-48) 231 1. Comprendieron el verdadero significado de los acontecimientos 231 2. Se llenaron de “santa” indignación 231 3. Congrega y enseña a su pueblo 232

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La misión de la higuera es dar higos (Mt 21, 17-22; Mc 11, 11-15a. 18-26) 234 1. Pasa las noches en Betania 235 2. Jesús condena a una higuera a la esterilidad 235 3. Inutilidad religiosa ¿de Israel? 236 4. Los dirigentes no descansan 238 5. La fe que mueve montañas 238 6. La oración que el Padre siempre escucha 240 7. Perdonar para ser perdonado 241 La autoridad de Jesús (Mt 21, 23-27; Mc 11, 27-33; Lc 20, 1-8) 242 1. Se le acercan representantes de los tres grupos del sanedrín 243 2. Todo estaba en orden 244 3. Quieren saber dos cosas íntimamente relacionadas 245 4. Origen del bautismo de Juan 246 5. “No sabemos” 247 6. Sin lealtad, cualquier revelación es inútil 248 Doble origen del Mesías (Mt 22, 41-46; Mc 12, 35-37; Lc 20, 41-44) 250 1. Jesús no es sólo “hijo de David” 251 2. Procede también de Dios 252 3. Reacciones 252 Ocho anatemas contra letrados y fariseos (Mt 23, 13-32) 254 1. La hipocresía es la gangrena de la espiritualidad 254 2. Ni entran en el reino ni dejan entrar 256 3. Simulan largas oraciones y se apropian los bienes de las viudas incautas 257 4. Su apostolado no lleva a Dios 258 5. Son ciegos que creen tener buena vista 258 6. Se escudan en minucias para evadirse de lo fundamental 260 7. Es inútil querer estar limpios por fuera sin estarlo por dentro 261 8. Se parecen “a los sepulcros encalados” 262 9. Veneran a los antiguos profetas porque están lejanos, idealizados y vaciados 263 Castigos a letrados y fariseos y a Jerusalén (Mt 23, 33-39) 265 1. Futuro de letrados y fariseos 265 2. Futuro de Jerusalén 266 Incredulidad de los judíos ante el mensaje de Jesús (Jn 12, 37-50) 268 1. La manipulación de los pueblos 268 2. Causas de la incredulidad 269 3. Cobardía y traición de los jefes 271 4. Necesidad de creer en Jesús 272 5. Jesús es la luz que comunica la vida plena y para siempre 273 6. Su mensaje es el del Padre 274 Resumen de las últimas actividades de Jesús (Lc 21, 37-38) 276 El odio del mundo (Jn 15, 18-25; 16, 1-4a) 277 1. El odio del mundo es inevitable... 277 2. ... E inexcusable después del mensaje y actividad de Jesús 279 3. Sufrirán persecuciones 280 El Espíritu juzgará al mundo (Jn 16, 4b-11) 283 1. “Os conviene que yo me vaya” 283 2. El Padre tiene la última palabra 284

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Dolor por la ausencia y alegría por la nueva presencia de Jesús (Jn 16, 16-33) 287 1. La tristeza acabará en alegría: “Dentro de un poco...” 288 2. En constante alumbramiento 289 3. La oración siempre es escuchada 291 4. “Yo he vencido al mundo” 293 Índice de lecturas 296 Índice 303