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3. LA HISTORIA COMO SISTEMA DE ESCRITURA.
3.1. LECTURAS DE LA HISTORIA.
Planteemos ahora el asunto de la escritura. Al seguir la lógica de la teoría de
los sistemas sociales entendemos a la comunicación como una acción selectiva,
donde la selección actualizada constituye su propio horizonte y donde la información
es un momento del proceso comunicacional, por lo que entendemos que la historia
como recuerdo reproduce su propia selección que se puede o no manifestar a
través de la escritura; sin embargo cuando el sistema la ha seleccionado129 lo que
obtenemos de él es la forma como se ha manifestado en el tiempo, de ahí que,
nuevamente, lo que nos interesa desde esta perspectiva es la forma de la
manifestación no el hecho en sí, como si fuera un objeto dado130.
El giro historiográfico propone así, no sólo una forma nueva de escritura131
sino una forma nueva de lectura de la historia donde lo que interesa es lo latente132,
129 “Mediante la escritura, la comunicación se mantiene independiente de la memoria viva de los participantes, y aún más independiente de la interacción en general. La comunicación puede llegar hasta los no presentes y seleccionársele a voluntad, sin que medien para tal efecto cadenas de interacción (mensajeros, rumores, narradores). Luhmann, Sistemas Sociales... op., cit., p. 100. 130 “La noción de hecho histórico, como objeto dado, ya no es sostenible. El pasado concebido como el conjunto de lo que verdaderamente sucedió está fuera del alcance del historiador. El historiador debe asumir que los documentos no nos dan acceso directo al pasado, ni son el pasado, son sólo huellas, <<textos culturales>>, producidos dentro de los sistemas culturales específicos, por eso no pueden ser usados como repositorios de <<datos>> sin que sean contextualizados y reubicados mediante todo un trabajo historiográfico. En otras palabras, no están hechos para hacerlos decir algo en contextos comunicativos diferentes de los que son producto.” Norma Durán, Formas de hacer la historia. Historiografía grecolatina medieval, México.: Ediciones Navarra, 2001, pp. 12-13. 131 “El ‘giro historiográfico’, a diferencia del positivismo, se propone trabajar con observaciones de observaciones y, debido a esto, orienta sus análisis hacia lo latente. En la medida en que los historiadores contemporáneos se preguntan por el punto ciego de las descripciones y narraciones del pasado que produce o produjo la ciencia histórica se destaca la historicidad de toda escritura de la historia”. Alfonso Mendiola, "El Giro Historiográfico. La Observación de Observaciones del Pasado.," en Historia y Grafía. 2000. no. 15.
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de tal forma que posibilita la presencia del sistema observador, que no es una
entidad aislada sino que se constituye en un lugar social determinado que lee y
escribe la historia a partir y en relación a su temporalidad.
La comunicación puede llegar hasta los no presentes y seleccionársele a
voluntad; de esta manera la lectura de la historia se convierte ella misma en una
selección. El historiador cuando escribe sabe que está escribiendo en el entorno de
una recepción inmediata; pero también sabe que su texto puede ser leído en el
entorno de una recepción mediata. De ahí que su selección esté determinada por
esta doble condición de la escritura que queda subsumida a las condiciones del
tiempo en que se produce.
Pongamos un ejemplo alrededor del texto que Álvar Nuñez Cabeza de Vaca
escribe a Vuestra Majestad: la “Relación de la jornada que hizo a la Florida con el
Adelantado Pánfilo de Narváez”133. Mientras que para Julieta Carranza de Amante
el autor de la relación además de ser indómito, valeroso, académico, piadoso y
humanitario134 se constituye en “nuestro primer historiógrafo”135, para Francisco
132 El mundo contemporáneo es el que ha creado la noción de lo latente, y esta noción implica la necesidad de que haya un espectador que observe nuestra observación para que nos diga cual es el punto ciego de la misma. Ese es el problema que nos plantea la epistemología contemporánea. Tradicionalmente, la epistemología académica, concretamente la positivista, no ha sabido que hacer con lo latente, ya que socavaba la noción de objetividad que ésta enarbolaba. Finalmente, la reflexión epistemológica tradicional no lo introduce, lo ignora, a la manera de tercer excluido. Lo que esa epistemología hizo fue dejar fuera al observador de la observación. Durán, Formas… op., cit., p. 29. 133 Álvar Nuñez Cabeza de Vaca, Naufragios y Cometarios., ed. Enrique Vedia, "Sepan Cuantos..." México: Porrúa, 1998. 134 El sentido común permite hacer ese tipo de observaciones, como ya se han hecho antes y se van a repetir en otros autores; por ejemplo, Enrique Vedia en Apuntes sobre la vida del Adelantado: “Es Álvar Nuñez una de las figuras más bellas, nobles y bondadosas […] su mansedumbre y dulzura con los indios demuestran que era un hombre excelente y humano”. En Cabeza de Vaca, op., cit., p. XIII.
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Luna acompaña en la travesía malograda al “Cid en Carabela” que busca Cíbola y
Quivira136.
Las apreciaciones tanto de Carranza como de Luna a la fecha ya no son
sostenibles, aunque son reveladoras de la recepción a la que escriben. Sus lectores
posibles van a leer en relación al conjunto de valores y preferencias vigentes, por lo
que esos autores les proporcionan el texto para leer esa historia bajo ese sentido de
historicidad; lo que escriben corresponde al lugar social y a la recepción en la que
se encuentran, de tal manera que los destinatarios están localizados tanto en el
contexto como en el entorno de esas producciones historiográficas. Sus
observaciones se pierden en la ficción de lo que quieren leer en la relación, y que a
su vez presentan al lector inmediato a quien también le atrae esa lectura en el lugar
social en que está leyendo.
Carranza de Amante está escribiendo para historiadores en su mayoría
aficionados quienes se han reunido en octubre de 1975, en el Primer Simposio de
Historia de Sonora, por lo que el discurso está orientado a esa audiencia a la que
propone el origen de la historiografía sonorense. Luna escribe para literatos, de ahí
que la imagen del Cid en Carabela sea el resultado del encuentro de dos imágenes 135 Julieta Carranza de Amante, "Historiografía Crítica del Siglo XVI, 1532-1542.," en Memoria del I Simposio de Historia de Sonora., ed. Juan Antonio Ruibal Corella, Hermosillo.: Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad de Sonora, 1976, pp. 22-40. 136 “Narváez, el adelantado, ‘El Cid en Carabela’, le toca estar al ras del suelo en la rueda de la fortuna. Su empresa, la búsqueda de las míticas ciudades de oro de Cíbola y Quivira, termina en el naufragio ocurrido al entrar en el Golfo de México…” Francisco Luna, Tres de Asada... op. cit., p. 28. Sin embargo, se puede constatar que el tema de las ciudades de oro no era parte de la empresa, sino que fue una creación posterior hasta que Cabeza de Vaca se encuentra frente al Virrey Antonio Hurtado de Mendoza alrededor de 1536, cuando se ha operado en él una singular transformación, como lo describe Rafael Manzano en El Conquistador: “Habla por contagio del ambiente: quieren sus interrogadores que existan estas ciudades y él las describe sobre los viejos relatos fabulosos de los indios. Así nacerá el mito de las Siete Ciudades de Cíbola, que lanzará sobre sus huellas a Vázquez de Coronado”. Cabeza de Vaca, op., cit., p. XXVII.
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contrapuestas que resulta atractiva en el discurso literario, el cual, a su vez, trae a la
memoria el origen mítico de las expediciones tanto de Fray Marcos de Niza como de
Vázquez de Coronado, que se proponen para abonar en la construcción de la
mitología sonorense; Sin embargo, ya en 1938 Eduardo W. Villa había propuesto a
Juan Mateo Mange como uno de los “más antiguos historiógrafos que se han
ocupado de estas tierras”137, y en cuanto a la leyenda de las ciudades de oro las
considera como una alucinación “llegando hasta el ridículo los protagonistas”138en
su afán de encontrar riqueza fácil.
Una lectura alternativa, que no se está presentando bajo esa temporalidad—
como tampoco bajo esos criterios valorativos—resulta más precisa puesto que nos
permite por medio del texto observar el entorno de quien escribe la relación en el
contexto del fracaso de la empresa139. Leer la relación de Cabeza de Vaca en su
temporalidad permite un acercamiento al mundo que le tocó vivir y al significado del
acto de escribir más como justificación y defensa que como un ejercicio de
historiador o literato.
137 Eduardo W. Villa, Historia del Estado de Sonora., Hermosillo, Sonora, México: Gobierno del Estado de Sonora, 1984, p. 24. La primera edición de esta obra se llamó Compendio de Historia del Estado de Sonora, y fue publicada en 1938. 138 Ibid., p. 76. 139 “El narratario del escrito se hace explícito [En estas partes nunca otra cosa tan medrosa se vió; y yo hice una probanza de ello, cuyo testimonio envié á vuestra majestad.]: Cabeza de Vaca escribe al rey y para él (como antes lo ha hecho, según los documentos). El narrador, del escrito, expresa, de diversos modos, que debe justificar las causas de su fracaso y los motivos de los hechos, ante una instancia de legitimación. Uno de los rasgos del texto: un documento dirigido al rey, corresponde a la gran mayoría de cartas, crónicas y relaciones de Conquista y Descubrimiento”. Carmen Vidaurre Arenas, «La interacción de diversos tipos textuales en la obra de Álvar Nuñez,» Sincronías, ed. Gilbert Stephen W. et al., Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades, 2000, http://sincronía.cucsh.udg.mx/otono00.htm.
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Para Gonzálo Fernández de Oviedo—como lo presenta Rolena Adorno—
encontrarse con Cabeza de Vaca en la Corte en 1547 era una oportunidad de
contrastar lo escrito por uno de los sobrevivientes del naufragio, con lo que él estaba
escribiendo sobre el asunto para la Historia general y natural de las indias140. Pero
Fernández de Oviedo está escribiendo un documento a un público lector al que hay
que satisfacer sus demandas y lo que trata es de probar la veracidad de su relato;
no así Cabeza de Vaca para quien escribir era parte de sus responsabilidades como
Alguacil Mayor en la empresa, cuyos códigos retóricos correspondían a un reporte a
las autoridades141.
La historiografía, como lo señala Michele de Certeau nos presenta tanto la
realidad conocida como la implicada sin reducirse la una a la otra; sin embargo es la
escritura la que nos da cuenta de ambas142. Esto no significa que en el estilo
particular de historiar se encuentre la historia—como puede interpretarse a partir de
Hayden White143—sino que en la operación historiográfica la escritura ocupa un
140 Es importante ver como, en principio se trata de dos textos, uno escrito de manera conjunta por De Vaca, Dorantes, y Alonso del Castillo, alrededor de 1536, y otro, el que publica Álvar Nuñez en 1542: “Oviedo referred to the Joint Report as ‘the first relación’ and to the Cabeza de Vaca’s printed account as the ‘second’ relación’”. Rolena Adorno y Patrick Charles Pautz, Álvar Núñez Cabeza De Vaca. His Account, His Life, and the Expedition of Pánfilo De Narváez., 3 vols., vol. 3, Lincoln & London.: University of Nebraska Press, 1999, p. 3. 141 “..the rethorical codes on wich Cabeza de Vaca’s writing consciously or involuntarily drew consisted on the mundane codes of official reporting to royal, viceregal and conciliar authorities.” Ibid., p. 172. Rolena Adorno y Patrick Charles dedican todo el volumen tres al estudio de los textos y, particularmente, el capítulo 12 se concentra a la creación y recepción de la relación. 142 “Por una parte, lo real es el resultado del análisis, y por otra, es su postulado. Estas dos formas de la realidad no pueden ni eliminarse ni reducirse la una a la otra. La ciencia histórica se apoya precisamente en su relación mutua. Su objetivo propio es el desarrollo de esta relación en un discurso.” De Certeau, La Escritura… op., cit., p. 51. 143 Para Hyden White las “afinidades electivas se basan en las homologías estructurales que pueden discernirse entre los posibles modos de tramar, de argumentación y de implicación ideológica.” White, Metahistoria, op. cit., p. 39.
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lugar importante en el proceso de comunicación144 del sistema, sea como
historicidad, sea como sistema de conocimiento.
Hemos propuesto que el aspecto literario de la historia ha propiciado no
únicamente un debate prolongado sino la acepción del giro lingüístico en el abordaje
de los objetos historiográficos (en cuanto realidades) que, como se sabe, parte de
que el conocimiento del pasado ya no es posible por la tradicional vía racional, de tal
manera que propicia el replanteamiento de las cuestiones concediéndole al
lenguaje y su estudio un lugar central a partir del linguistic turn145. También hemos
propuesto que el lugar intermedio entre la historicidad y el conocimiento se presenta
en ese elemento, es decir, en el relato; de ahí que al abordar cualquier objeto
historiográfico tendemos a confundir los campos debido al sentido polisémico del
término historia. Al dejar de aislar el argumento del lugar social donde se genera
hacemos posible una observación de segundo orden que nos permite ubicar el
discurso tanto en su contexto de producción como en el entorno en que se produce,
144 “Para la teoría de los sistemas sociales sólo hay comunicación cuando hay comunicación. Esta frase que puede parecer absurda, no lo es, pues la concepción de la comunicación impide que la fragmentemos; ya que para Luhmann la comunicación es una realidad emergente que no se puede derivar del conjunto de las conciencias. De manera más clara, no hay emisor, ni receptor, ni mensaje más que dentro de la comunicación. Ninguno de los elementos de la comunicación existen de manera previa a ella. Ésta es un sistema autopoiético; es decir, la comunicación misma produce los elementos que necesita para operar”. Alfonso Mendiola, Retórica, Comunicación y Realidad. La Construcción de la Retórica de las Batallas en las Crónicas de la Conquista, México: Univ. Iberoamericana, Depto. de Historia, 2003, p. 68. 145 Jaume Aurell, La escritura de la memoria: De los positivismos a los postmodernismos (Valencia: Universitat de València, 2005), p. 121. La filosofía analítica encuentra al lenguaje como la condición misma del pensamiento y, junto al estructuralismo se considera que tiene un papel preponderante en la construcción de lo que llamamos realidad. Tomás Ibáñez García, "El Giro Lingüístico.," en Análisis del Discurso: Manual para las Ciencias Sociales., ed. Lupicino Íñiguez Rueda (UOC, 2006.)., pp 23-45.
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lo cual nos revela el lugar social al que originalmente pertenece, así como a los
intereses a los que corresponde146.
El asunto de la escritura de la historia está vinculado directamente con el de
narración, en cuanto a que la historia se narra. Esta condición ha conducido a
establecer una dependencia que apunta a imposibilitar por un lado el carácter
científico de la historia y, por otro, a sobrevalorar el aspecto ficticio de la narración.
Cuando se establece una relación simétrica entre la historia y la ficción como
perteneciendo ambas al mismo campo narrativo y se asume a la intencionalidad
histórica como el estatuto epistemológico del acontecimiento el resultado es que “el
saber histórico procede de la comprensión narrativa sin perder nada de su ambición
científica"147.
3.2. EN TORNO A LA RECEPCIÓN.
Veamos ahora cómo operan los actores del proceso comunicativo y cómo se
formula la recepción. Para ello proponemos como inicio un ejemplo sencillo de
transmisión de información en un trámite administrativo de la vida cotidiana en
nuestras instituciones de educación superior. He aquí el ejemplo.
146 “Los argumentos y su validación quedan vinculados al razonamiento de la persona que habla, y a la institución desde donde lo hace. Es por eso que la argumentación deja de ser pensada como algo abstracto, como algo independiente desde donde se profiere e independientemente de los cuerpos y de las personas, redescubriéndose con ello una relación de poder en toda situación de habla”. Durán, Formas… op., cit., p. 33. 147 Configuración del tiempo en el relato histórico, TN I., ed. Cristiandad, Madrid, 1987 (Temps et récit. I. Editions du Seuil, Paris, 1983), p. 134. “El fundamento de esta relación derivada entre historia y relato estaría finalmente en la intencionalidad del pensamiento histórico, que apunta indirectamente al campo mismo de la acción y a la temporalidad inscrita en ella.”Margarita Vega Rodríguez, « Tiempo y narración en el marco del pensamiento postmetafísico,» Espéculo. Revista de estudios literarios, Universidad Complutense de Madrid, 2001, http://www.cm.es/info/especulo/numero 18/ricoeur.html.
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El 19 de enero de 2010 un grupo de maestros becarios de la Universidad de
Sonora recibió un correo electrónico de parte de una funcionaria de la Dirección de
Desarrollo Académico, en el cual se leía:
“Mtros (as): para decirles que ya salió el cheque por el trámite que hicieron ante esta Dirección, para si pueden parar por él. gracias”148
Este texto está redactado a partir de un uso singular del español hablado en
Sonora—en Hermosillo, particularmente—y que es traspuesto al español escrito a
partir de las formas lingüísticas entendibles en esta región. ¿En qué consiste ese
uso? Una vez que se establece el vocativo (si los destinatarios del mensaje
estuvieran presentes al momento de la conminación, el vocativo quedaría implícito),
se parte a comunicar la información: a) El cheque ya ha sido expedido, “para
decirles que ya salió el cheque por el trámite que hicieron ante esta Dirección”, y b)
ya pueden recogerlo, “para si pueden parar [pasar] por él”. Para un destinatario
hermosillense no resulta extraño este enunciado que puede entender perfectamente
a pesar de que se ha omitido en el texto una alocución relacionada con el sentido de
la información. Una variante que exprese el contenido implícito puede ser: [Me
comunico con ustedes] “para decirles…”, o cualquier otra que implique la acción
comunicativa. Sin embargo para un lector a quien no va dirigido este mensaje, y que
además, desconoce el uso particular de este localismo, le sería un tanto difícil 148 Al margen de cuestiones estructurales del texto, y tomando en cuenta que la redacción de correos electrónicos es casi siempre casual e informal cuando se trata de comunicar una indicación, o bien, cuando tiene una función conminativa, lo que interesa resaltar aquí es que el texto fue escrito por alguien y está dirigido a alguien, que porta información y que tiene sentido inmediato únicamente para aquellos involucrados en el trámite que se ha hecho ante esa Dirección.
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entender a cabalidad el contenido de la información, y procedería a interpretarla—
con los riesgos que esto implica en el acto de interpretación; es decir utilizaría su
bagaje lingüístico mínimo para poder interpretar y así optar por lo que él entiende de
la información.
¿Qué mecanismo o mecanismos ejecuta el lector real de semejante mensaje
para poder captar la información sin el riesgo que implica distorsionar su sentido?
Sabemos que el lenguaje opera diferentes funciones que están en relación directa
con los elementos y participantes del acto lingüístico, así como en el contexto de su
realización, de tal forma que la función otorga el carácter no sólo al ejercicio
lingüístico sino, incluso, a la carga semántica y, por tanto, al contenido que porta la
enunciación. Así encontramos desde la más sencilla función informativa hasta la
más compleja función metalingüística que requiere de los participantes de la acción
comunicativa diversos grados de complejidad para estar seguros que se ha cerrado
lo que hasta hace poco se ha entendido como el circuito de la comunicación149.
Ahora bien, si en el proceso comunicativo se construyen significados, los
elementos que los constituyen deben estar indefectiblemente compartidos por los
involucrados en el proceso, a fin de reducir la incertidumbre para que los
participantes puedan distinguir la carga enunciativa y el carácter denotativo o
connotativo (según sea el caso) del enunciado—y por extensión del conjunto de
enunciados que constituyen el texto que estructura y materializa un discurso150. De
149 Sobre este punto ver el esquema de la comunicación ya clásico de Roman Jacobson, y las funciones del lenguaje en Pierre Guiraud, La Semiología, México: Siglo XXI, 1989. 150 Es interesante observar como el texto es considerado como una construcción de sentido, de forma tal que el tejido construido por la relación de palabras es lo que constituye el habla y la escritura; es decir, el discurso: “The word ‘text’ is derived from the Latin verb texo, meaning to weave
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esta manera lo que en el ejemplo anterior es aparentemente un vacío, un “hueco”,
(ya que no se enuncia), resulta ser un contenido de la comunicación (sin que
necesariamente sea una función fática) entre los involucrados en el trámite, puesto
que todos participan del sistema administrativo y conocen tanto los mecanismos de
operación como los elementos que operan, así como la temporalidad, la duración
del proceso y las formas que adopta el sistema para comunicar, pero además
comparten los valores implícitos en el entorno de la enunciación; es decir:
comparten el horizonte de expectativas. Hasta aquí el ejemplo.
Es justamente a partir de la necesidad de explicar qué constituyen los
“huecos” o vacíos que se producen en la comunicación, como surge la teoría de la
recepción que si bien originalmente está orientada a la estética, se ha extendido a la
recepción literaria151. Esta posición ha colocado especial énfasis en los
consumidores de textos literarios y cómo han sido recibidos históricamente, tanto or twine together, and to construct or build something. The Latin noun textum means woven cloth or fabric, but was also used to denote speech and writing. A written or spoken text, then, is like a woven cloth - a construction of meaning made out of words.” Klaus Bruhn Jensen, ed., A Handbook of Media and Communication Research: Qualitative and Quantitative Methodologies, London: Routledge, 2002, p.,117. 151 “Wolfgang Iser sostiene que los textos literarios siempre contienen ‘huecos’ que sólo el lector puede llenar.[…]El acto de interpretación es necesario para rellenar este vacío. Un problema para esta teoría deriva del hecho de si es el propio texto el que provoca el acto de interpretación por parte del lector o si son las estrategias interpretativas de los lectores las que imponen soluciones a los problemas planteados por el texto.” Raman Selden et al., La teoría literaria contemporánea: España, Ariel, 2001, p., 68. Un célebre caso de interpretación literaria lo presentó Gabriel Zaid en una encuesta a universitarios, cuyo resultado publicó en Leer Poesía: México, Joaquín Mortiz, 1972. Sobre ella, rememora José-Miguel Ullán: “De nuevo nos reímos al acordarnos, a propósito de claridades y oscuridades, de aquella encuesta que hizo Gabriel Zaid, entre estudiantes y profesores de una Facultad de Letras, para saber qué veían, entendían y pensaban éstos al leer el siguiente verso de un poema de Octavio Paz: ‘Un gato cruza el puente de la luna’. Citó Paz de memoria una de las respuestas más pedantes, aunque no la más disparatada del animado conjunto: ‘Es la lucha incansable del hombre con la ciencia’. Hice, a mi vez, despliegue de la acaso más fácil de retener: ‘¡Mariguanadas!’ Yo defendía en tal respuesta no su lado chistoso, sino la sinceridad del sujeto emisor, su capacidad de empatía, la ‘comprensión’ depositada en semejante exclamación.”. José-Miguel Ullán, Octavio Paz: la palabra dicha, en www.elcultural.es/ version_papel/LETRAS/12836/Octavio_Paz-_la_palabra_dicha.
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por ellos como por quienes los producen, es decir, por los escritores. Los teóricos de
la recepción se interesan especialmente en el ‘horizonte de expectativas’ por medio
del cual es consumida la obra literaria, de tal forma que la recepción como producto
se inicia, según Iser, a partir del texto, y a través de ella se muestran la disposición
así como las preferencias y predilecciones del lector152.
Estamos entonces ante tres elementos del proceso comunicativo: el escritor
como productor de textos, el texto como mediador en el proceso y el lector como el
consumidor. Si bien es cierto que en la narración literaria de ficción es posible la
presencia de diversas clases de narrador, que puede o no ser el mismo escritor de
la obra, como Ernesto Sábato encontrándose consigo mismo como personaje
incidental de novela153, también existen varios tipos de lectores que se distinguen
del narratario; piénsese en el caso por demás típico de la narradora Scherezade en
Las Mil y Una Noches que requiere la atención del Califa, su narratario, para poder
continuar con vida154. Entre éstos se encuentran el lector virtual, el lector ideal, el
152 “”Reception theorists study the ways in which WORKS have been received historically, as well as the ways in which the history of reception of TEXTS has shaped the production of writers. Reception theorists are especially concerned with a reader's ‘horizon of expectation,’ that is, the familiar ways in which WORKS are consumed, and how this horizon may expand.” Thomas Patin, y Jennifer McLerran, Artwords: A Glossary of Contemporary Art Theory, Westport, CT: Greenwood, 1997, p., 113. Aquí debemos entender las obras como textos literarios, de tal forma que quien participa del texto, participa por extensión del trabajo artístico. Vale también aquí una disgreción, que no por ser tal cobra menor importancia: El horizonte de expectativas bien se puede entender como los recursos y herramientas con los cuales cuenta el consumidor para llenar los huecos a los que hacer referencia Iser y que constituyen justamente los elementos de la recepción. De ahí que podemos tomar la referencia que él mismo hace al respecto: “Therefore, what I call reception is a product that is initiated in the reader by the text, but is modeled by the norms and values that govern the reader's outlook. Reception is therefore an indication of preferences and predilections that reveals the reader's disposition as well as the social conditions that have shaped his attitudes.” Wolfgang Iser, Prospecting: From reader’s response to literary anthropology: Baltimore, The Johns Hopkins University Press, p., 50. Las negritas son mías. 153 Ernesto Sábato, Abbadon, el exterminador: México, Seix Barral-Artemisa, 1985. 154 Un ejercicio contemporáneo por demás interesante es el que nos ofrece Orhan Pamuk en Me llamo Rojo, en el cual se presentan diversos narradores y narratarios a lo largo de la novela cuyo leit motiv es la importancia superlativa que tiene la ilustración de la historia frente al papel cuestionable y
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lector real—que no deberán confundirse entre ellos155. Sin embargo, de alguna
manera el escritor-narrador selecciona a quien dirige su discurso y, por tanto, va
configurando el texto en relación a lo que él mismo espera de quien lo lee o
escucha. Este mecanismo en el texto literario de ficción puede conducir
recursivamente hacia diferentes opciones, de manera tal que la contingencia es una
operación recurrente y necesaria156.
Sin embargo un mecanismo importante, y que se debe considerar, es la
diferencia que existe entre la recepción y la interpretación; Para Iser, interpretar es
reunir significados, es traducir semánticamente a partir de los supuestos que
subyacen en la interpretación; la recepción, en cambio, no es un proceso semántico
sino que es un acto de experimentación a partir de la actualidad que arroja el texto; de menor valor que tienen los calígrafos en el mundo musulmán de la edad media. Orhan Pamuk, Me llamo Rojo: México, Alfaguara, 2006. 155 “Gerald Prince plantea la siguiente pregunta: ¿por qué cuando leemos novelas nos tomamos tanto trabajo en distinguir entre las distintas clases de narrador (omnisciente, poco fible, autor implícito, etc.), pero nunca nos preguntamos por las diferentes clases de personas a quienes se dirige ese discurso? Prince llama a esta persona el narratario, término que no hay que confundir con el de <<lector>>”. Raman Selden, La teoría literaria…op., cit., p., 68. Por otro lado también debemos enfrentarnos a la categoría destinatario, que no siempre es el lector real—puesto que no sabemos quien termina leyendo el texto. Si bien es cierto que el texto científico tiene mejor definido a su destinatario (sobre todo tratándose de textos especializados), no se puede asegurar lo mismo del texto literario cuyo lector, a fin de cuentas termina inefinido; de ahí que Charles Baudelaire retando al lector y a sus valores (la recepción) se haya tomado la licencia poética de escribir en el epígrafe para un libro condenado: “Lector apacible y bucólico,/Sobrio e ingenuo hombre de bien,/Tira este libro saturnal,/Orgiástico y melancólico./[…]Alma singular que sufres/Y vas buscando tu paraíso,/¡compadéceme!... si no, ¡te maldigo!”. Y, más adelante, en el poema al lector: “Tú conoces, lector, a ese monstruo delicado,/hipócrita lector -mi semejante- mi hermano!”. Charles Baudelaire, Las Flores del Mal: Madrid, Unidad Editorial, 1999. 156 “El narrador puede aparentemente dirigirse el relato a sí mismo (...) Puede dirigirla a un receptor o receptores representados como personajes (...) EI receptor-personaje puede ser un oyente (...) o un lector (...); él mismo puede tener un papel importante en los sucesos que le son narrados (...) o, por el contrario, no tener nada que ver (...) puede ser influenciado por lo que lee o escucha. (...) pero igualmente puede no serlo. A veces el narrador puede tener a un receptor en mente, luego a otro y luego a otro más (...) A veces su narración puede estar destinada a un receptor y caer en manos de otro (...) Muchas veces, el narrador dirige su relato a un receptor que no está representado como personaje, un potencial receptor real (...) se puede referir a este receptor directamente o no; puede ser un oyente (narrativa oral) o un lector (narrativa escrita); y así sucesivamente” (Prince, 1975:117-122). Alicia Perdomo H. Un constructo: el narratario, en Revista Virtual Contexto, Vol. 6, N° 8, año 2002, www.monografías.com
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es así una producción de quien recibe los objetos estéticos157. La teoría de la
recepción involucra entonces tanto a receptores como a emisores; pero además
tanto la interpretación como la recepción son operaciones que deben ubicarse en su
temporalidad, aunque cada una obedece a procesos que bien se pueden relacionar,
pero que conducen a objetivos diferentes.
Por su parte Hans Robert Jauss se concentró en teorizar sobre la forma en
que una colectividad puede determinar el valor estético de una obra de arte y
describó como el intérprete, sea crítico o historiador, puede otorgar valor al
horizonte de expectativas del período en que fue creada la obra—tanto la foma
artística como la situación histórica que determinó su recepción original. Para Jauss,
el crítico y el historiador buscan establecer el valor estético de una obra sobre la
base de cómo el que se le atribuye en su horizonte histórico puede cruzarse con los
valores estéticos del presente158. Coloca el énfasis en la importancia de la
interpretación por parte del lector, y ve a la literatura desde la perspectiva del
consumidor como un proceso dialéctico de producción y recepción, o como la
interacción entre autor y público. Para él, y a partir de Gadamer, la “fusión de
horizontes” se presenta entre las experiencias pasadas que se encuentran en el
texto, y los intereses de los lectores actuales; con ello discute la relación entre la
157 “Reception, on the other hand is not primarily a semantic process. It is a process of experiencing the imaginary gestalt brougth forth by the text. Reception is the recipient's production of the aesthetic object along structural and functional lines laid down the text.” Wolfgang Iser, Prospecting … op., cit., p. 234. 158 Keith Moxey, The Practice of Theory: Poststructuralism, Cultural Politics, and Art History: Ithaca, NY, Cornell University Press, 1994, p. 38.
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recepción original y la que se da durante diferentes etapas de la historia hasta
nuestros días159.
Este asunto es particularmente observable en Mijail Bajtin y su estudio sobre
Francois Rabelais, en el cual destaca las diferentes interpretaciones o lecturas
sobre el autor francés en relación a las temporalidades en que es leído; es decir, en
relación a la historia de la recepción de su obra. Al ubicarse en la temporalidad de la
creación del texto y su recepción, así como en las diferentes interpretaciones
reconstruye el ‘contexto verbal-semántico’ de la producción textual. Se puede así
explicar la serie de prácticas simbólicas y su recepción por un público específico o
por una comunidad determinada de lectores160. De alguna manera, entonces, se
traduce la temporalidad y el entorno en que se lee. De ahí que los contextos de
producción semiótica-lingüística y la recepción están incorporadas a la historia, por
lo que para Bajtin el acto de comprender en sí mismo es histórico por naturaleza, de
forma que está en concordancia a la demanda hermenéutica por una dialéctica
interpretativa entre el texto y las circunstancias históricas que lo producen161. Bajtin
reconoce la fuerza retórica de una expresión, por lo que el lenguaje debe ser
159 K.M. Newton (ed.), Twentieth-Century Literary Theory. A Reader: New York, St. Martin press, 1997, p. 187. 160 “En la práctica la fiesta oficial miraba sólo hacia atrás, hacia el pasado, de que se servía para consagrar el orden social presente. La fiesta oficial, incluso a pesar suyo a veces, tendía a consagrar la estabilidad, la inmutabilidad y la perennidad de las reglas que regían el mundo: jerarquías, valores, normas y tabúes religiosos, políticos y morales corrientes. La fiesta era el triunfo de la verdad prefabricada, victoriosa, dominante, que asumía la apariencia de una verdad eterna, inmutable y perentoria.” Mijail Bajtin, La Cultura Popular en la Edad Media y el Renacimiento: El contexto de Francois Rabelais: México, Alianza editorial, editorial Patria, 1993, p. 15. 161 Michael Gardiner, The Dialogics of Critique: M.M. Bakhtin and the Theory of Ideology New York: Routledge,1992, p. 103.
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conceptualizado como una forma específica de práctica social la cual siempre está
inmersa en contextos sociales e históricos particulares162.
Actualmente dentro de los estudios de la comunicación, los mensajes se han
abordado como si fueran textos; se han hecho aproximaciones cualitativas a la
literatura de ficción, mientras que los géneros literarios de no-ficción (entre los
cuales podemos ubicar los textos de historia) se han examinado en una
combinación de aproximaciones cualitativas y cuantitativas. En este sentido las
audiencias, el público, la recepción, han sido estudiadas por la ciencia social con
enfoques cuantitativos, por medio de experimentos y metodologías de encuestas.
Sin embargo, también, la investigación cualitativa ha comenzado a examinar las
audiencias de forma empírica, a efecto de ubicar la recepción y el impacto de los
medios en las audiencias163. Este punto es importante destacarlo, dado lo que
asentábamos párrafos arriba, en el sentido de la doble significación que puede tener
la palabra “recepción”, sea como entorno en la producción de contenidos, o bien sea
como audiencia específica que recibe un mensaje determinado.
El asunto a discutir aquí tiene que ver con el sentido que otorgamos a la
recepción como concepto, por un lado, y por otro, como comunidad en la cual hay
162 “For Bakhtin, not all discourses are ‘equal’, or equally valid, because such discourses have real effects in society, and because they are connected to linguistic, cultural and social phenomena which are simply too powerful to ignore.” Ibid., p. 136. 163 Klaus Bruhn Jensen, ed., A Handbook of Media and Communication Research: Qualitative and Quantitative Methodologies. London, Routledge, 2002, p. 60. A este efecto, Alberto Acevedo señala que los análisis de recepción “constituyen el enfoque más sintético de los estudios culturalistas y expresan el desarrollo más reciente de los estudios de audiencia” que se explica porque “su punto de partida son las lagunas manifestadas tanto por las investigaciones literarias, como por las investigaciones sciológicas”. Alberto Acevedo, Cultura y comunicación. La relación entre el capital cultural, el consumo nacional y la recepción televisiva: Hermosillo, Sonora, Editorial UNISON, Colección Textos Académicos, 2000, pp. 45-46. Las negritas son mías.
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productores y consumidores164. Pareciera, entonces que estamos abordando la
palabra recepción en esta doble acepción que utilizamos de manera indistinta. Iser,
ya lo hemos visto, entiende la recepción como un indicador de las preferencias y
predilecciones que revelan la disposición del lector, e igualmente las condiciones
sociales que han conformado sus actitudes; es decir: la recepción, como un todo, es
perceptible por la via del horizonte de expectativas.
Ahora bien, Alfonso Mendiola interpretando a Luhmann, propone que un libro
se realiza en la recepción, en la medida en que el libro en cuanto a texto es parte de
una operación comunicativa, que “depende del horizonte de expectativa de los
lectores”165. Estaríamos, entonces hablando de comunicación a partir de un modelo
interaccional; y en este sentido, sólo si asumimos la propuesta de Nancy Vázquez
extrapolada al lector real quien al interactuar selecciona lo que lee para los
propósitos que le interesan.
Visto así, el significado se encuentra tanto en él como receptor (en su acto y
disposición hacia la lectura) como en quien produce los textos (en su acto y
disposición a la escritura), teniendo a la recepción como el entorno (no en lo 164 Aunque Nancy Vázquez se refiere a receptores cuya participación en el discurso es acústica, bien se puede extrapolar esta mínima taxonomía al lector y, ahí, aunque con variantes, se puede decir que existen tres tipos de lectores como existen tres tipos de oyentes: El oyente abstracto cuyo papel es esencialmente pasivo. El oyente real en segundo grado y el oyente real en primer grado. Éste último es un “oyente cuya presencia se deja ver, ya sea porque de alguna manera condiciona la producción lingüística del hablante (real en segundo grado), ya porque, además de influir en el hablante, es junto con él el responsable del producto final (real en primer grado)”. Esta distinción a su vez corresponde a modelos teóricos: En el modelo de código la comunicación se consigue mediante la codificación y descodificación de mensajes; en el modelo inferencial la comunicación se consigue cuando el emisor proporciona indicios a partir de los cuales el oyente infiere cuáles son sus intenciones; y en el modelo interaccional en el cual la comunicación se consigue cuando el emisor expone información contextualizada que es interpretada por un receptor. Nancy Vázquez Veiga, Marcadores discursivos de recepción: España, Universidad de Santiago de Compostela, 2003, p. 88. 165 “El libro, como operación comunicativa, se realiza en el momento de la recepción. Es decir, toda afirmación verificable sobre el sentido de un libro depende del horizonte de expectativa de los lectores. Por ello, los enunciados sobre la interpretación de un texto son siempre relativos a la comunidad de lectores.” Alfonso Mendiola, Retórica… op., cit., p. 13.
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abstracto sino en la concreción de los procesos y operaciones que se presentan en
los otros sistemas sociales cuyos límites son distinguibles en el ejercicio
comunicativo).
Ahora bien, si desgregamos en sus elementos constituyentes la definición de
Iser sobre la recepción obtenemos que a) es un producto que se inicia con el lector
por medio del texto; b) está moldeada por las normas y valores que gobiernan la
perspectiva del lector; por lo que c) indica las preferencias y predileccciones del
lector; d) revela la disposición del lector, así como; e) las codiciones sociales que
han configurado sus actitudes.
Y, entonces podemos elaborar un perfil del lector que es, según Iser, donde
se inicia la recepción a partir del texto. Esta operación nos conduce nuevamente al
espacio social donde se produce, pero también nos conduce a los espacios sociales
donde se recibe, que pueden o no coincidir con el espacio social de producción ya
que nos encontramos no sólo con un lector sino con una comunidad de lectores en
espacios sociales diferenciados166.
166 Ver, por ejemplo, las actitudes y preferencias de los lectores en los resultados del estudio desarrollado por el Centro Regional para el Fomento del Libro en America. “Comportamiento, lector y consumo en Iberoamérica” en El Espacio Iberoamericano del Libro, 2008., pp., 211-253., www.cerlalc.org/secciones/libro_desarrollo/sier_estudios.htm. La comparación de los resultados de diversos indicadores para varios países muestran igualmente las diferencias entre las preferencias de los lectores. Se asienta en el estudio que “si bien existen variables estrictamente cuantitativas para comprender el comportamiento lector: el porcentaje de la población lectora de un país, la media de libros leídos y comprados al año, preferencias de los lectores por tema, lugar de acceso o compra, lugares de lectura, etc., es fundamental que estas estadísticas sean complementadas con métodos y análisis cualitativo que den información sobre las prácticas de lectura. p. 212. Ver igualmente, entre otros documentos estadísticos, el informe de resultados de la Encuesta a públicos de librerías, 2008. “El informe permite conocer si los visitantes asisten habitualmente a las librerías seleccionadas, si conocen otras, su preferencia a la librería, el tipo de material comprado. Asimismo, ofrece información sobre sus hábitos de lectura, estrechamente relacionados con su frecuencia lectora por tipo de material, el número de libros leídos, sus motivos principales para leer, sus preferencias temáticas, sus posibles compras por internet y su pertenencia a programas de cliente frecuente. También se aborda la asistencia a otros recintos y se presentan a grosso modo rasgos de naturaleza sociodemográfica.” CONACULTA, Coordinación Nacional de Desarrollo Institucional, Febrero 2009,
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La mayoría de los elementos que constituyen la definición de Iser están fuera
del texto, a pesar de que la recepción es un producto que se inicia en el lector por
medio del texto; sin embargo, no olvidemos que la historia de la recepción ha
configurado la producción de escritores. Nos encontramos así ante un sistema
cuyas operaciones son recursivas y permiten su autorreproducción. En efecto, quien
interpreta el texto es el lector; no obstante toda interpretación depende de su
horizonte de expectativas—y este elemento es extra literario y, por tanto,
nuevamente, forma parte del entorno167.
Al formar parte del entorno estamos frente a condiciones previas que
posibilitan la operación del sistema; Si tomamos el caso del sistema historiográfico
en Sonora apartir de la definición de Iser acerca de “recepción”, y una vez que
desagregamos sus elementos podemos afinar la observación para hacer operativa
tanto la definición como los conceptos que la conforman a efecto de estructurarlos
para precisar los indicadores como manifestaciones objetivamente localizables168.
p. 4, http://sic.conaculta.gob.mx/estadistica.php 167 En la “anatomía de la república de las letras”, Robert Darnton muestra cómo por medio de los documentos de Joseph D’Hémery (inspector de comercio de libros que vigilaba a quienes los escribían: “investigó a tantos individuos que su archivo constituye un censo virtual de la población literaria de Paris, desde los más famosos philosophes hasta los más oscuros escritorcillos”) se puede inferir el entorno en que se movían los sistemas intelectual y social de Francia a mediados del siglo XVIII. Los reportes se refieren básicamente a los escritores y sus costumbres; sin embargo, esta información nos acerca a las codiciones sociales que han configurado sus actitudes (en cuanto que también son lectores). Con esos documentos Dartorn hace una construcción cuantitativa sobre las edades, lugar de nacimiento, así como la posición social y ocupación de los autores, que nos permiten ver entre otras características que “todo el que aparecía en los archivos de la policía estaba buscando, recibiendo u otorgando protección, desde los príncipes y las amantes del rey hasta los folletistas de segunda clase; Mma. de Pompadour le consiguió una abadía a Bernis y éste le consiguió una sinectura a Duclos. Así funcionaba el sistema. La policía no cuestionaba el principio del tráfico de influencias. Se daba por supuesto: y nadie lo comentaba en la república de las letras ni el la sociedad en general”. Robert Darnton, La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia cultural francesa: México, Fondo de Cultura Económica, 2002, p. 168. 168 Ver Raymond Quivy, Manual de investigación en Ciencias Sociales, México: Limusa-Noriega, 1992, pp, 115-118.
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Tenemos en a) que [la recepción] es un producto que se inicia en una
persona [el lector] por medio de un instrumento [el texto]. En esta parte tenemos que
definir al lector como receptor de textos, de manera tal que debemos responder,
¿quién es el lector?, y ¿de cuántos lectores de trata?; pero además también
tenemos que responder, ¿cuál es el texto? Y ¿de cuántos textos se trata? Hasta
aquí encontramos a la persona que lee, no obstante aún no conocemos su perfil. Al
tomar como caso el espacio social que propicia el Simposio de Historia de la
Universidad de Sonora de 1975 a 1995 obtenemos varias de las respuestas.
1. El lector es estudioso de la historia.
2. Se trata de 136 participantes, todos ellos expositores y destinatarios a la
vez de los textos que se presentan en cada edición, por tanto, posibles
lectores169.
3. Los textos son ponencias con temáticas específicas.
4. Se trata de 793 textos.
En b) obtenemos que [la recepción] está moldeada por las normas y valores,
por lo que se debe definir qué es una norma, cuántos tipos de normas aplican; pero
igualmente debemos definir lo que es un valor y de la misma forma saber qué tipos
y cuántos valores aplican, ya que gobiernan la perspectiva del lector.
169 Los datos extremos nos arrojan la información de que 1 ponente ha asistido a 16 ediciones, el 80%, considerando que se han organizado 20 ediciones del simposio, y que este ponente representa el 0.30 de la población de 335 participantes. Por otra parte, los datos también nos informan que el 59.40% (199 de la población) de los ponentes han asistido a 1 edición del simposio, que representa el 5% del total de las ediciones. Esto nos lleva entonces a reducir el número de participaciones y a considerar al 40.60% del total, es decir a 136 participantes como los lectores intencionales, o los destinatarios de los trabajos que se presentan, dado que participan como expositores y público a la vez—es decir como emisores y receptores en un mismo circuito de comunicación. Fuente: Base de datos elaborada por el autor a partir de las Memorias de los Simposios de Historia de 1975 a 2000.
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Si aceptamos las definiciones generales de norma170 obtenemos que para
nuestro caso aplica únicamente la normatividad específica que se expresa en la
convocatoria a la participación al Simposio, en cuanto a reglas y medidas para la
realización y consecución de algo, podemos identificar la selección de la temática,
extensión de la ponencia, tiempo de exposición, etcétera171. E igualmente, si
aceptamos una de las trece entradas de la Real Academia Española sobre valor172
como significación, podemos observar que el significado que se le otorga al
simposio está en relación directa con la recuperación del pasado173.
170 Norma (lat. norma). Cierta regla o medida para la realización o consecución de algo. Así, se dice de la ley que es norma objetiva de moralidad, y de la conciencia que es su norma subjetiva. En http://lengua-y-literatura.glosario.net/terminos-filosoficos/norma-%28lat.-norma%29-5937.html. o bien, Norma f. Regla de obligado cumplimiento, en www.wordreference.com/definicion/norma. 171 “Cuando menos durante los primeros quince años, los temas se dejaron a elección de los participantes y el resultado fue que, junto a ensayos excelentes de especialistas, de cuando en cuando se entregaron escritos superficiales sobre asuntos estudiantiles, gastronómicos, deportivos o literarios. Posteriormente se limitó la época de estudio y, por otra, se propuso un gran tema para cada simposio. Las reuniones mejoraron notablemente en calidad científica pero mermó la asistencia de público.” Carlos Moncada, Sonora Bronco y Culto. Crónica de la Cultura en Sonora de 1831 a 1997. Hermosillo, Sonora, México: Fondo Editorial El Libro Sonorense, Instituto Sonorense de Cultura, 1997, p., 163. 172 valor. (Del lat. valor, -ōris). 3. m. Alcance de la significación o importancia de una cosa, acción, palabra o frase. En www.wordreference.com/es/en/frames.asp?es=valor 173 Además de las alocuciones de Ruibal Corella y Hopkins que ya hemos presentado, y que muestran el sentido del simposio, así como la carga valorativa que lo sustenta, tenemos, por ejemplo como de José Abraham Mendívil Rincón al presentar su ponencia “La huelga de Cananea: Jornada obrera, revolucionaria y patriótica”, hace uso de la plataforma para vindicar el pasado: “Creo que no hay mejor espacio tribuna que esta, de nuestra máxima casa de estudios, ni mejor fecha que la de este Simposio de Historia, para que se inicie la reparación de este olvido histórico, tratando de conseguir, que además de jornada obrera y revolucionaria, se dé al aniversario de la Huelga de Cananea, el muy merecido honor de figurar entre las fechas históricas de México.” (Mendívil Rincón, 1976: 309) . El simposio tuvo una connotación ideológica que se expresaba en las ponencias, mismas que habrían de permear en los destinatarios, para estructurar un discurso historiográfico recursivo y autorreferencial, en cuanto a que quienes lo proponían se veían a sí mismos como los epítomes de una tradición renovada que se debía rescatar del olvido. Pero, más adelante, trascurridos veinte años, Sergio Ortega Noriega señala que: “Estamos analizando los procesos fundamentales de nuestra historia; estamos descubriendo la dinámica de la integración de una sociedad, esto es, de una sociedad que coexiste con otras, y que no depende de otras, a tal grado que por sí misma no pueda explicarse” (Ortega Noriega, 1995: 27).
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En c) al indicar las preferencias y predileccciones del lector nos conduce a la
selección que hace de tipos de textos sobre tipos de temáticas; por ejemplo:
ensayo, novela, poesía, crónica, etcétera, acerca de temas específicos de historia,
sociología, literatura en períodos particulares. Estas preferencias pueden obtenerse
a partir de las temáticas presentes durante las ediciones del simposio que estamos
tomando por caso174.
En d) al revelar la disposición del lector, nos dará indicaciones sobre el
tiempo que dedica a la lectura, así como sus formas de adquisición y exposición a
los textos: Los compra, los pide en préstamo, etcétera.
En e) al indicar las codiciones sociales que han configurado sus actitudes,
obtenemos información sobre el entorno en el que se ha desarrrollado el lector. Una
lectura que nos permite aproximarnos a ese entorno nos la ofrece Darío Galaviz al
expresar su visión acerca de las condiciones sociales en las cuales han trabajado
los escritores sonorenses representativos de una generación cuyos valores literarios
se han formado a partir de los años sesenta del siglo XX y que en los setenta
inciden de manera directa no sólo en la literatura sino en el entorno periodístico,
educativo y artístico del Estado. Estas condiciones son equiparables a las de los
historiadores autodidactas que desde la Universidad de Sonora crearon el espacio
del Simposio, justamente a partir también de los años setenta175.
174 De las 25 temáticas distribuidas entre las ponencias, se destacan los temas regionales, económicos y culturales (16, 12 y 11 por ciento respectivamente, en relación al resto), y destaca el género de la crónica como el más utilizado, (8.5% del total).
175 “Leyendo lo expuesto por los autores puede indicarse que han trabajado, literariamente, a base de aislados y enormes esfuerzos; que las instituciones pertinentes, entre ellas el Estado, no conciben un aparato infraestructural suficientemente vasto y coherente para la labor artística”. Darío Galaviz
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La historiografía por definición y por su objeto mismo trabaja con textos, y,
por tanto trabaja con construcciones lingüísticas que son producidas por los
historiadores y que son recibidas por consumidores de historias. Sin embargo, la
teoría de la recepción no fue creada como un utillaje para abordar los objetos de la
historia, por lo que debemos diferenciar el texto literario de ficción del texto de
historia con pretensiones científicas, pero “al delinear el condicionamiento histórico
de las reacciones del lector, una estética de la recepción convierte a la literatura en
una herramienta para reconstruir el pasado”176.
De esta manera es de suma importancia poner atención a la función que
juega el texto en la historiogafía—dado el caracter narrativo en la escritura de la
historia—de forma tal que según sea la teoría de la historia que se adopte, la
narración es lo que marca el estatuto de la investigación y le otorga cientificidad al
conocimiento. Desde mi punto de vista, esta situación excede al programa de
trabajo del historiador ya que en sentido estricto no le corresponde verificar a qué
categoría pertenecen los textos de historia pero, lo que es más, tampoco es parte de
su campo investigar si la preminencia de una tipología sobre otra le otorga el
estatuto de cientificidad a la práctica historiográfica—lo cual invariablemente
conduce a la heterorreferencialidad177. Quezada y Karel Van Horn Kopka, Protagonistas y coprotagonistas de la literatura sonorense, Hermosillo, Sonora, México: Cuadernos de Humanidades No. 3, Departamento de Humanidades, Universidad de Sonora, pp., XI-XII. 176 Wolfgang Iser, How to do theory: Malden MA, Blackwell Publising, 2006, p. 57. 177 Ver el análisis sobre las diferencias de tipología textual que presentan diversos académicos que desarrollan estudios sobre pragmática en Catalina Fuentes Rodríguez, Lingüística pragmática y Análisis del discurso: España, Arco Libros, 2000, pp. 116-190.
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Desde mi perspectiva se trata de un dilema falso y, como señala Jörn Rüsen,
“esta confrontación es insostenible porque la narración y la teoría no son opciones
alternativas que se excluyan reciprocamente”178. La propuesta que estoy haciendo
es que la escritura de la historia se presenta como un sistema, diferenciado, sí, pero
no opuesto a la historia como sistema de conocimiento (la investigación), ni a la
historia como sistema que opera acontecimientos (la historicidad). Podemos
obtener, entonces, que las secuencias de la operación historiográfica concluyen una
vez que es leído e interpretado y comprendido el texto como elemento del sistema
por un receptor que pertenece a una comunidad de lectores—y por tanto a un
espacio social determinado. A partir de aquí se inicia una nueva secuencia de
operaciones que constituyen un proceso; y en este sentido la operatividad del
sistema es recursivo, por lo que se puede hablar de una cerradura operacional.
El lector lee a partir de su horizonte de expectativas que, como asentamos
arriba, están fuera del texto; y al estar fuera de él constituye otros sistemas como
entorno y condición previa al sistema historiográfico. De ahí que la propuesta es leer
por mediación de la escritura el horizonte de expectativas de los lectores originales
hacia quienes se dirigía el discurso, tanto como las formas de su comunicación. Así,
entonces, el papel que juega el texto constituye una parte importante de las
operaciones del sistema, pero no es la explicación completa de la operación
historiográfica. 178 Jörn Rüsen, “La escritura de la historia como problema teórico de las ciencias históricas”, en Silvia Pappe, (coord.) Debates recientes en la teoría de la historiografía alemana: México, UIA-UAM Azcapotzalco, 2000, p. 252. Y, más adelante: “La escritura de la historia y la investigación histórica ya no son opuestos; la investigación misma está siempre (en sus puntos de vista que la guían) ajustada a la forma de la ‘historia’ como estructura de afirmaciones históricas, y la escritura de la historia es la continuación de la investigación con otros medios (literarios)”. Ibid., p. 253-254.