71723847 Um Lirico No Auge Do Capitalismo Charles Baudelaire
Charles Baudelaire
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Charles Baudelaire
Vida y obra
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Biografía
Nace en París el 9 de abril de
1821. Su padre, Joseph
François, era un sacerdote
que había colgado los
hábitos. Hombre de amplia
cultura, fue luego preceptor,
profesor de dibujo, pintor y
jefe del Despacho de la
Cámara de los Pares. Fue
quien le enseñó las primeras
letras. Cuando nació
Baudelaire tenía más de
sesenta años y otro hijo de
su primer matrimonio llamado
Claude Alphonse. Su madre,
Caroline Archimbaut-Dufays,
no había cumplido los treinta
años al nacer el poeta. Hija de emigrados franceses a Londres
durante la revolución del 93, enseñó inglés a su hijo.
Es criado por Mariette, sirvienta de la familia, a la que evoca en el
poema "A la sirvienta de gran corazón que te daba celos" de su
conocido poemario Las flores del mal.
El poeta tiene 6 años cuando su padre muere en 1827 dejando una
discreta herencia. Su viuda se cambia de domicilio y a los veinte
meses de enviudar, contrae matrimonio con el comandante Jacques
Aupick, vecino suyo, de cuarenta años, un oficial que llegará a ser
general comandante de la plaza fuerte de París.
Este nuevo matrimonio de su madre producirá un profundo impacto
emocional en Baudelaire, que lo vivió como un abandono,
manifestando siempre aversión por este padrastro con el que nunca
llegará a tener buenas relaciones.
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En 1830 con las jornadas revolucionarias Aupick es ascendido a
teniente coronel por su participación en la campaña de Argelia, y
dos años después nombrado jefe de Estado Mayor y se traslada
con su familia a Lyon, donde vivirá cuatro años.
Se forma un consejo de familia para decidir sobre el futuro del niño,
que inicia sus estudios en el Colegio Real de Lyon, de cuyo
ambiente no guardará buen recuerdo: se aburre y escapa soñando
de su en cierro, dando rienda suelta a su imaginación.
En 1836 Aupick asciende a general de Estado Mayor, volviendo con
su familia a París, donde el niño es internado en el Colegio Louis-le-
Grand. Su madre se va volviendo cada vez más rígida y puritana,
haciéndose a la personalidad de Aupick.
Durante dos años y medio permanece en el Colegio Louis-le-Grand.
Allí lee a Sainte-Bauve, a Chenier y a Musset, a quien criticará
mucho más tarde. Es expulsado del colegio por una falta cuyo
carácter se desconoce. En agosto obtiene el título de Bachiller
superior.
Barrio Latino. Francia
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En 1840, con 19 años, se matricula en la Facultad de Derecho,
comienza a frecuentar a la juventud literaria del Barrio Latino y
entabla sus primeras amistades literarias con Gustave Le
Vavasseur y Ernest Prarond. También conoce a Gérard de Nerval,
de Sainte-Beuve, de Théodore de Banville y a Balzac y empieza a
publicar en los periódicos en colaboración y anónimamente. Intima
con Louis Menard, dedicado a la vivisección de animales y a la
taxidermia. Comienza también a llevar una vida disipada,
caracterizada por sus continuos choques con el ambiente familiar y
por su inclinación hacía las drogas y el ambiente bohemio. Empieza
a frecuentar los prostíbulos. Mantiene una extraña relación con una
prostituta judía del Barrio Latino llamada Sarah, a la que denomina
Louchette por su bizquera, y que probablemente contagió su sífilis
al poeta. Aparece en el poema "Una noche que estaba junto a una
horrible judía" de Las flores del mal.
Sus calaveradas horrorizan a su familia burguesa, especialmente al
probo militar que es Aupick. A pesar de que su padrastro le apoya,
rechaza entrar en la carrera diplomática. No quiere ser sino escritor.
La conducta desordenada del joven mueve a sus padres a
distanciarle de los ambientes bohemios de París. Le envían a
Burdeos para que embarque en el paquebote Mares del Sur, al
mando del comandante Sauer, en una travesía que había de
llevarle a Calcuta y durar dieciocho meses. Viaja con comerciantes
y oficiales. El joven Baudelaire adopta actitudes provocativas e
impertinentes; se siente aislado y sólo habla para expresar su
deseo de regresar a París. El barco ha de afrontar una violentísima
tempestad. Estancia en la isla Mauricio, al este de Madagascar,
donde conoce a una señora casada para quien escribe "A una
dama criolla". Asustado el comandante del barco por el efecto
psicológico negativo que el viaje produce en el poeta, consiente en
hacerle regresar a Francia desde la isla Reunión en otro barco,
L´Alcide. Escribe "El albatros". El viaje dura desde finales de marzo
de 1841 hasta febrero de 1842.
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Para alejarlo de este ambiente y librarse de este joven conflictivo,
su familia lo envían a Calcuta, pero Baudelaire, nostálgico y
enfermo se detiene en la Isla Mauricio y regresa a Francia. Un
consejo de familia, bajo la presión del general Aupick, lo envía a las
Indias, en 1841, a bordo de un navío mercante. Pero Charles
Baudelaire no quiere probar la aventura en el confín del mundo. No
desea más que la gloria literaria. Durante una escala en la Isla de la
Reunión, no acude a presencia del capitán
En 1842, nuevamente en París, entabla amistad con Thèophile
Gautier y Thèodor de Banville. Alcanza la mayoría de edad, percibe
la herencia paterna de 75.000 francos y se independiza. Abandona
el piso familiar, instalándose en un pequeño apartamento.
Creación Artística.
Reanuda su vida bohemia y ejerce de dandy. Vuelve al ambiente de
los bajos mundos. Las mujeres que llenan este periodo de su vida
son pequeñas aventureras y prostitutas, como Jeanne Duval, una
actriz mulata que representa un papel muy secundario en un vodevil
del Teatro Partenon a quien conoce en 1843. A pesar de la
vulgaridad, de frecuentes desavenencias y de las infidelidades de la
mulata, Baudelaire vuelve siempre a ella y durante toda su vida
estaría ligado a este insignificante mujer. Desempeñará un papel
fundamental en la vida del poeta. sus mejores poemas son
paradójicamente el fruto de estos oscuros amores, que aparece en
los poemas "Perfume exótico", "La cabellera", "Te adoro igual que a
la bóveda nocturna", "Meterías al universo entero en tu callejuela",
"Sed non satiata", "Con sus ropas ondulantes y nacaradas", "La
serpiente que danza", "El vampiro", "Remordimiento póstumo", "El
gato", "Duellum", "El balcón", "Un fantasma", "Te doy estos versos
para que si mi nombre" y "Canción de primeras horas de la tarde".
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Probablemente inspira también al poeta los poemas "El bello navío",
"La invitación al viaje" y "La Beatriz".
Económicamente va de fracaso en fracaso, dilapidando la fortuna
heredada de su padre. Baudelaire es brillante, de conversación
sorprendente, pero su gran imaginación lo convierte en mitómano;
su viaje a la India, sus amores inauditos, su vicio y perversidad, su
homosexualismo, sus proyectos editoriales, forman parte de su
vida.
Dilapida la herencia y contrae numerosas deudas, por lo que su
madre y el general Aupick obtienen en 1844 de los tribunales que
sea inhabilitado y sometido a un consejo judicial. Su dinero pasa a
ser administrado por su padrastro. Se le entrega una cantidad
trimestral de seiscientos francos.
Para eludir el control financiero publica anónimamente artículos en
la prensa. En colaboración con Prarond escribe un drama en verso,
Ideolus, que deja sin acabar. Baudelaire, privado de recursos y
humillado, no se repondrá. Se ve obligado a rehuir a sus
acreedores, mudándose, escondiéndose en casa de sus amantes,
trabajando sin descanso sus poemas intentando mientras tanto
ganarse la vida publicando.
Baudelaire escribió sus primeros poemas a la vuelta de su viaje del
Caribe aunque en un principio se dedicó sobre todo a la crítica
artística. Fruto de esto fue la publicación en 1846 de algunos de sus
ensayos, llenos de sensibilidad y de penetración, bajo el título de
"Los Salones". En ella loa a su amigo Delacroix, entonces aún muy
discutido, critica a los pintores oficiales, y analiza las obras de otros
artistas contemporáneos suyos como una serie sobre caricaturistas
franceses, en los que defiende con pasión a Honoré Daumier.
También se interesa por el pintor impresionista Edouard Manet y
por la música de Wagner, de quien fue el primer introductor en
Francia. Le escribió una carta expresándole su admiración, tras
haber asistido a tres conciertos, además de un ensayo.
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Publica sonetos, uno de ellos, "A una dama criolla", con su
verdadero nombre, así como un artículo sobre Balzac.
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Publica en Le Corsaire-Satan un conjunto de aforismos y en
L´Espirit Public, Consejos a los jóvenes literatos. Fustiga a los
autores moralistas y moralizantes.
Aparece su novela corta "La fanfarlo", donde el poeta, tras el
personaje de Samuel Cramer, se retrata como un dandy.
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En 1845, histérico, ensaya el suicidio en un cabaret ante un grupo
de amigos, donde se hace un corte con un puñal. Su padrastro, por
miedo al escándalo, le paga sus deudas y le lleva a vivir con él y
con su madre en la elegante plaza Vendôme. Pero pronto volverá a
vivir solo.
Descubre la obra de Edgar Poe, que muere poco después y a quien
no pudo conocer, a pesar de considerarle su alma gemela. Poe se
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le asemeja, y, durante diecisiete años, va a traducirla y revelarla.
Así comienza a ganarse el reconocimiento de la crítica.
Conoce a Marie Daubrun, muchacha bonita y honesta, actriz del
Teatro de la Gaîte, que sostiene con su trabajo a su familia. El
poeta sentirá por ella un amor platónico o una amistad idílica. Le
dedicará el poema "Canto de otoño".
Asiduo a círculos literarios y artísticos, uno de ellos en casa de
Aglae Sabatier, llamada la Presidenta, amante de un banquero, por
la que el poeta experimentará un amor ideal y platónico. A ella
dedicará posteriormente los poemas "A la que es demasiado
alegre", "Reversibilidad", "El alba espiritual" y "Confesión". Visita
muy a menudo el salón de la viuda Marie Sabatier y conoce a
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Musset, Flaubert y Gautier, entre otros artistas. Un breve idilio con
una mujer interesante, Madame Sabatier, amante de un amigo del
poeta que reunía en su casa a un grupo de escritores y artistas, lo
quiebra rápidamente. Cuando madame Sabatier accede a las
pretensiones amorosas del poeta, éste la rechaza, pero sigue
manteniendo con ella una entrañable amistad.
Durante la revolución de 1848 Baudelaire es visto en las barricadas
y tratando de agitar al pueblo para que fusilen a su padrastro.
Publica en Le Salut Publique, periódico de tendencia socialista, y se
afilia a la Sociedad Republicana Central, fundada por Blanqui.
Durante la revolución hace amistad con el pintor Courbet, que
pintará un retrato del poeta, y con Poulet-Malassis, también que
participó activamente en la insurrección e influirá en su vida, será el
editor de Las Flores del Mal, por lo que resultará multado.
Cuando en 1851 Luis Napoleón da un golpe de estado y asume
todos los poderes, lo que indigna a Baudelaire, quizá porque
nombre a su padrastro embajador en Madrid.
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Las Flores del Mal
Aunque escribió sus poemas con 23 años, Las Flores del Mal, título
que el editor le impusieron en lugar de Los limbos, que era el
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original, se publicaron en junio de 1857. Cuanto escribió hasta su
muerte no sobrepaso este trabajo, son solo un complemento a su
obra. Inmediatamente después el gobierno francés acusa al poeta
de ofender la moral pública y juzgadas obscenas. El poeta fue
procesado en medio del escándalo general. Aun cuando Baudelaire
obtuvo el apoyo de sus colegas, seis de sus poemas fueron
eliminados de las ediciones siguientes. La edición es confiscada por
mandato judicial. Parece que el escándalo se inició desde el
periódico conservador Le Figaro. En agosto, proceso de Baudelaire
y de sus dos editores, que son condenados a sendas multas por
ultraje a la moral pública y a las buenas costumbres. Se ordena la
supresión de seis poemas ("Las joyas", "El leteo", "A la que es
demasiado alegre", "Lesbos", "Mujeres condenadas", Delfina e
Hipólita" y "Las metamorfosis del vampiro"). Baudelaire debe pagar
una fuerte multa. Sólo Hugo (que le escribirá "Usted ama lo Bello.
Deme la mano. Y en cuanto a las persecuciones, son grandezas.
¡Coraje!"), Sainte-Beuve, Teófilo Gautier y jóvenes poetas
admirados le apoyan.
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A pesar de condenarle por obscenidad y blasfemia, en 1859 y 1860
el Ministerio de Instrucción Pública le concede por dos veces sedas
ayudas de trescientos francos. Pero ante el público quedará
identificado, aun mucho después de su muerte, con la depravación
y el vicio. Amargado, incomprendido, Baudelaire se aísla aún más.
En su soledad donde él se ha encerrado, dos luces: los escritos
admirados de dos escritores todavía desconocidos, Stéphane
Mallarmé y Paul Verlaine. Escribe un ensayo sobre Madame
Bovary, de Flaubert, que también ha sido juzgado por inmoral.
Empieza la época de sus enfermedades que durará hasta su
muerte. Sufre trastornos nerviosos y dolores musculares. Se ahoga,
sufre crisis gástricas y una sífilis contraída diez años antes
reaparece. Para combatir el dolor, fuma opio, toma éter. Sufre el
primer ataque cerebral. Físicamente, es una ruina. Recurre a
cápsulas de éter para combatir el asma y al opio para los fuertes
cólicos. Ante su precaria salud, pasa cortas estancias en Honfleur
con su madre y en Alençon con su amigo y escritor Poulet-Malassis.
Su próximo trabajo "Paraísos artificiales", escrito en 1860, es un
relato de las experiencias personales del poeta con drogas como el
opio. Da a conocer Encantos y torturas de un fumador de opio,
sobre Thomas de Quincey, segunda parte de Los paraísos
artificiales.
En 1961 presenta su candidatura a la
Academia Francesa. Desea rehabilitarse y
obtener un salvoconducto de dignidad
profesional y solvencia. Busca el
reconocimiento oficial de su labor, más allá
del círculo de los cafés literarios que
empiezan a agobiarle. Fracasa en su
postulación por la oposición y los consejos de
los académicos.
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Últimos años.
Nervioso, enfermizo, arruinado y desconocido, unido siempre a su
mulata alcoholizada y luego parapléjica, Baudelaire arrastra una
vida de fracasado.
En 1864 viaja a Bégica, donde vivirá durante dos años en Bruselas.
Allí trata de ganarse su vida dictado conferencias sobre arte, que
son un fracaso y se unen a las anteriores. En la primavera decide ir
a Bélgica, donde se encuentra su editor, a dar conferencias en los
círculos intelectuales de diversas ciudades y a. Sólo llega a dar tres
conferencias sobre Delacroix, Gautier y Los paraísos artificiales,
con asistencia muy escasa de público. Intentar una edición de su
obra completa pero fracasa y se venga de la falta de acogida
escribiendo un panfleto titulado ¡Pobre Bélgica!
En 1865 Mallarmé y Verlaine elogian Las flores del mal, pero
Baudelaire desconfía de estos jóvenes poetas. Y no le faltaba razón
porque, por el contrario, Los Pequeños Poemas en Prosa nunca
supieron valorarlos.
En su correspondencia expresa su deseo de recurrir al suicidio.
Pese a una nueva subvención estatal, su economía es muy
precaria. Miserable y con sífilis, su existencia es una gran ruina. Su
salud está ya completamente minada y en 1866 sufre un ataque de
parálisis general que lo deja casi mudo. Su madre viaja a Bruselas y
de regreso a París interna a su hijo moribundo en un hospital. La
enfermedad se agrava rápidamente, y su vida no es ya más que
una lenta agonía que se prolonga durante un año. Para ayudarle a
sobrellevar el dolor, sus amigos acuden junto a su lecho a
interpretarle Wagner. Paralizado, mudo y medio imbécil, sobrevive
varios meses hasta que el 31 de agosto de 1867 muere tristemente
a los 46 años, en brazos de su madre en el mismo hospital en el
que estaba ingresado.
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Fue enterrado en el cementerio de Montparnase, junto a la tumba
de su padrastro, a quien siempre odió.
Póstumamente, en 1868, se publicaron sus "Pequeños poemas en
prosa".
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Las Flores del Mal 1857
“Al poeta impecable, al
perfecto mago de las letras
francesas. A mi muy querido y
muy venerado maestro y
amigo THEOPHILE GAUTIER
con los sentimientos de la más
profunda humildad Yo dedico
estas flores enfermizas”.
Charles Baudelaire
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Índice del Libro.
Al lector.
I. Spleen e Ideal.
II. Cuadros Parisinos.
III. El vino.
IV. Flores del Mal.
V. La Rebelión.
VI. La Muerte.
VII. Poemas agregados.
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Prólogo del Libro
Al lector.
La necedad, el error, el pecado, la tacañería Ocupan nuestros espíritus y trabajan nuestros cuerpos,
Y alimentamos nuestros amables remordimientos Como los mendigos nutren su miseria.
Nuestros pecados son testarudos, nuestros arrepentimientos cobardes:
Nos hacemos pagar largamente nuestras confesiones Y entramos alegremente en el camino cenagoso,
Creyendo con viles lágrimas, lavar todas nuestras manchas.
Sobre la almohada del mal está Satán Trismegisto Que mece largamente muestro espíritu encantado,
Y el rico metal de nuestra voluntad Está todo vaporizado por este químico sabio.
¡Es el diablo quien empuña los hilos que nos mueven! A los objetos repugnantes encontramos atractivos;
Cada día hacia el infierno descendemos un paso, Sin horror a través de las tinieblas que hieden.
Cual un libertino pobre que besa y muerde
El seno martirizado de una vieja ramera, Robamos al pasar un placer clandestino
Que exprimimos bien fuerte cual naranja vieja.
Oprimido, hormigueante, como un millón de helmintos, En nuestros cerebros bulle un pueblo de demonios,
Y, cuando respiramos, la Muerte a los pulmones Desciende, río invisible, con sordas quejas.
Si la violación, el veneno, el puñal, el incendio,
Todavía no han borrado con sus placenteros diseños El canevás banal de nuestros tristes destinos,
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Es porque nuestra alma, ¡ah! No es bastante osada.
Pero, entre los chacales, las panteras, los podencos, Los simios, los escorpiones, los gavilanes, las sierpes,
Los monstruos chillones, aullantes, gruñones, rampantes, En la jaula infame de nuestros vicios.
¡Hay uno más feo, más malo, más inmundo!
Si bien no produce grandes gestos, ni grandes gritos, Haría complacido de la tierra un despojo
Y en un bostezo tragaríase el mundo:
¡Es el Tedio!, los ojos preñados de involuntario llanto, Sueña con patíbulos mientras fuma su pipa, Tú conoces lector ese monstruo delicado,
-Hipócrita lector, -mi semejante- ¡mi hermano!
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SECCIÓN 1: SLEEN E IDEAL.
La primera y más extensa de las secciones establece la postura de
Baudelaire sobre la poesía. “El mal del siglo” que eran la melancolía
y la atracción por la soledad se convierten en Spleen, algo más
profundo e irrecuperable que debe entenderse como el hastío de
vivir. Como contrapartida, oscilando entre los opuestos está el Ideal
que aparece siempre dependiendo de un ansia de trascender.
El poema “El albatros” identifica y define al poeta romántico que se
siente en soledad frente a la sociedad. Baudelaire no pertenece por
entero a ninguna corriente ya que tiene lo mejor de cada una.
El albatros.
A menudo, por divertirse, los marineros
Cazan albatros, grandes pájaros de los mares,
Que siguen su viaje, indolentes compañeros,
Al barco en los amargos abismos de los mares.
Pero ni bien sobre las tablas los arrojan,
Esos reyes del cielo, torpes y avergonzados,
Sus grandes alas blancas penosamente aflojan,
Y las dejan cual remos caer a sus costados.
¡Qué torpe y qué débil ese viajero alado!
Él, antes tan hermoso, ¡qué cómico y qué feo!
¡Con una pipa, uno el pico le ha quemado,
Otro remeda, renqueando, del inválido el vuelo!
El Poeta es como ese príncipe de las nubes
Que desdeña las flechas y que atraviesa el mar;
En el suelo, entre ataques y mofas desterrado,
Sus alas de gigante le impiden caminar.
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SECCIÓN 2: CUADROS PARISINOS.
La ciudad es la protagonista especial de “Las Flores del Mal”, un
escenario de la miseria pero también de la derrota del hombre ante
lo absoluto. En la ciudad, más denudo e indefenso que en contacto
con la naturaleza, el hombre se pone en contacto directo con su
situación ante el destino.
La ciudad es París. Sólo una metrópolis de este tipo de este tipo y
aspiraciones le podía parecer la total sustitución de la naturaleza.
La ciudad es el lugar de los desamparados y es también el lugar del
descubrimiento del amor.
A una transeúnte.
La calle aturdidora, en torno de mí, aullaba.
Alta, fina, de luto, dolor majestuoso.
Una mujer pasó, que con gesto faustuoso,
Recogía las blondas que su andar balanceaba.
Ágil y noble, con sus piernas de escultura.
Por mi parte bebí, como un loco crispado,
En su pupila, cielo de huracán preñado,
Placer mortal y aun tiempo fascinante dulzura.
¡Un relámpago… y noche! Fugitiva beldad
Cuya mirada me ha hecho de golpe renacer,
¿No he de volver a verte sino en la eternidad?
¡Lejos de aquí! ¡O muy tarde! ¡O jamás ha de ser!
Pues donde voy no sabes, yo ignoro a donde huiste.
¡Tú, a quien yo hubiese amado, tú, que lo conprendiste!
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Baudelaire y La poesía de la ciudad:
Uno de los temas más destacados de "Las Flores del Mal" es el de
la ciudad con su misteriosa fascinación pero también con sus
miserias, sus criminales y sus malvivientes. Baudelaire no solo
incorpora los productos más degradados de esa nueva sociedad,
sino que afirma incluso que debemos buscar en ellos los "nuevos
héroes de nuestro tiempo". Ha descubierto en París una nueva
fuente de poesía: la existencia de los seres marginados.
Él mismo se caracterizó por el rechazo y la actitud desafiante que
enfrenta a "la civilización", por eso nos presenta subproductos del
mundo civilizado. Nos muestra cuál ha sido el precio de la gran
industria y de la enorme concentración humana. Es decir, a costa
de qué miserias fue construida la gran ciudad.
Reconoce la fascinación que produce la ciudad, la cual puede
provenir hasta del horror. Aparece la dualidad de la modernidad
donde los seres pueden ser "decrépitos y encantadores". La gran
industria lleva a una sobreabundancia de estímulos que nuestra
conciencia no tiene tiempo ni energía suficiente para asimilar. El
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artista es el único que puede captar la singularidad de esos
"shocks", ya que la belleza está en ese carácter único e irrepetible
de esas experiencias fugaces.
Cuando los estímulos son excesivos, como sucede en la sociedad
moderna, en lugar de experiencia vivida lo que se produce es una
serie de shocks y la repetición de esos sobresaltos, de esos
impactos no asimilados. El espanto es uno de los aspectos
centrales de la experiencia de Baudelaire."El estudio de la belleza,
dice Baudelaire, es un duelo donde el artista grita de espanto antes
de ser vencido". Se trata de una lucha, un duelo con el mundo que
lo rodea pero también con las palabras que serán las que le
permitan expresar por lo menos su derrota
Baudelaire explica: "Al poeta le toca traducir en un lenguaje
magnífico, distinto al de la prosa y al de la música, las conjeturas
eternas de la curiosa humanidad (...) es un alma colectiva que
interroga, que llora, que espera y que adivina, a veces".
La presencia de la multitud
La multitud que está siempre presente en su obra es la de la
metrópolis superpoblada y ofrece el aspecto de algo amorfo,
impersonal e indiferente. La soledad del hombre en medio de la
multitud y el carácter amenazante de esta ya había sido tratado por
otros autores como Poe ("El hombre de la multitud"). En el caso de
Baudelaire la diferencia está en que el poeta se vuelve cómplice de
la multitud, se interna en ella y allí busca rescatar lo que esta tiene
de embriagador y al mismo tiempo sufre por su indiferencia y su
aspecto amenazador. No es una realidad que le es ajena sino una
de las condiciones de su propia vida.
La despersonalización aparece tan clara que las personas son
tratadas como "fantasmas" en muchos de sus poemas, no solo son
indiferentes sino también hostiles.
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La visión de la muchedumbre de Baudelaire siempre será ambigua,
por un lado la rechaza pero por otro encuentra en ella una belleza
deslumbrante y enloquecedora, maravillosa en sus posibilidades
pero efímera, fugaz, irreal y sobre todo inhumana.
La vida en la ciudad lleva a la pérdida del encuentro humano en el
amor, la destrucción de la posibilidad de un contacto humano
libremente desarrollado. En medio de la multitud las necesidades
del hombre persisten, pero las posibilidades de establecer un
contacto humano verdadero disminuyen. Es más, al aumentar los
estímulos se multiplican los encuentros casuales y fugaces lo cual
resulta más hiriente aún y lleva a una sensación permanente de
frustración e insatisfacción.
Por otra parte el confort contribuye también al aislamiento del
hombre al volver cada vez más inútiles determinados actos que
antes nos ponían en contacto con los demás.
Material extraído de "Apuntes de Literatura: La poesía de Charles
Baudelaire" Ed. Hontanar.
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LA MODERNIDAD MALDITA.
El escritor, hasta el siglo XIX, era un ser respetable y normalmente
sofisticado, de elevada posición social y alto nivel de cultura, que
cultivaba el arte para mayor gloria de Dios y de los hombres. Los
mecenas, nobles, príncipes, aristócratas, financiaban a los artistas y
sus obras. El capitalismo acabó con todo eso. El capital tiene como
fin en sí mismo multiplicarse, engendrar plusvalía, acumular, una
dinámica reñida con el despilfarro y el ocio. La producción artística
pasa a tener un valor de cambio y no ya solamente valor de uso
como antes. Y no solamente el arte se mercantiliza sino que la
nueva situación envuelve al artista, que pasa a depender del valor
de cambio de sus creaciones. Junto a él, y a veces por encima de
él, aparecen las editoriales, los agentes literarios, las galerías de
arte, los derechos de autor, la propiedad intelectual, esto es, las
fábricas de la cultura que pretenden extraer una rentabilidad de los
capitales invertidos.
En el siglo XIX aparecen los primeros autores que escriben por un
nuevo motivo, que es el de ganar dinero, que firman contratos a
destajo, a tanto por palabra, que deben escribir día y noche para
pagar sus deudas y que deben entregar sus cuartillas repletas en la
fecha fijada. Desprovista de sus ropajes, hoy tan mitificados, la
modernidad no es más que una visión mercantilista de la literatura.
Lo que se hizo impostergable con la modernidad fue la conversión
de la poesía en mercancía, traficar con los versos. Para cobrar
derechos de autor hay que ser original y es sólo por eso que la
modernidad literaria no quiere copiar y tiene que innovar como
cualquier otro negocio. Y si hay algo que vende, que resulta
inmensamente atractivo, es ese concepto de la vida bohemia, ese
disfrute de la decadencia, la perversión y el morbo por persona
interpuesta, que tan bien se ajusta al voyeurismo moral. Las
vanguardias no son más que una consecuencia del afán
mercantilista de renovación de la maquinaria cultural, el incremento
de la fabricación artística, el aumento de su productividad.
Alcanzamos así a otro componente de la modernidad, que es la
artificiosidad, que es el punto de llegada no sólo de las exigencias
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productivas capitalistas en el ámbito de la cultura, sino también de
la exacerbada subjetividad del artista que, igual que el capitalismo,
debe reconstruir la naturaleza a su imagen y semejanza. El artista
impone su versión del paisaje lo mismo que el capitalismo lo sepulta
bajo las vías férreas o lo horada con negros túneles. Y a pesarde
que recrea el entorno, el artista se siente enfrentado a él
hostilmente. El mundo que le rodea no le gusta.
Mientras, de manera cínica y desvergonzada, nos hablan del arte
por el arte y rehúyen como al peste cualquier asomo de finalidad
cognoscitiva, ética o didáctica en la creación cultural.
La imagen maldita del artista es sin duda expresión de su
desamparo (más económico que otra cosa), forzado a llevar una
vida de marginado, más cerca del lumpen que de la aristocracia.
Ciertamente esa es la imagen que presentan los literatos del siglo
XIX (Dickens, Balzac, Dostoyevski), acuciados por graves
problemas económicos, perseguidos por sus acreedores, siempre al
borde del desahucio.
Malditismo y mercantilismo no son conceptos antagónicos. Pero
para romper esa imagen mitificada hay que subrayar que todos
esos escritores eran malditos a su pesar, "cortesano de rentas
escasas", como se autodefine Baudelaire. En realidad quieren ser
aristócratas, príncipes absolutos, pisar mullidas alfombras y
frecuentar la alta sociedad. Su desgarro interno es que no pueden
pasearse por los salones cantando a los prostíbulos, los hospitales
y los presidios, que es el mundo que frecuentan, el único que
conocen, porque su amada aristocracia concibe a los poetas
malditos como los malditos poetas.
Brota en aquel momento una escisión desde entonces repetida
hasta la saciedad en la literatura: yo y el mundo como dos entes
antagónicos y enfrentados. Esta reducción del arte a una crónica de
los estados anímicos del omnipresente yo, que no es más que una
expresión de individualismo exacerbado, se describe hoy como una
forma de inconformismo, e incluso de rebeldía. Y en muchos de
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ellos hay una descripción minuciosa e incluso una crítica a la
sociedad burguesa desenvuelta en hermosas páginas.
No es el caso de Baudelaire, y de otros como él, quienes se
lamentan de que los académicos y los críticos no sepan valorar sus
creaciones, porque es consciente de su genialidad, de la revolución
poética que está iniciando. Marx decía que el progreso de la
sociedad hace que imperen "ideas cada vez más abstractas". Y
este sí es el caso de Baudelaire, uno de los más conspicuos
impulsores del arte por el arte. Este principio que comienza a
desarrollarse en Francia a mediados del siglo XIX sí es una
novedad histórica dentro de las teorías estéticas, desprovisto de
cualquier objetivo extrínseco a él mismo de tipo moral, político,
social o pedagógico. El arte -dicen Gautier y Baudelaire- no es un
medio para lograr algún fin predeterminado, sino que es un fin en sí
mismo.
Esta abstracción se viene abajo al primer embate: aunque
Baudelaire presenta su creación como arte puro, los académicos y
los críticos no le admitieron en el selecto foro de los consagrados,
precisamente porque consideraron que distaba mucho de resultar
"puro". El poeta sigue colisionando con su entorno porque la
burguesía aún no estaba preparada, carecía de los instrumentos
ideológicos para asimilar la miseria como componente del arte.
Estos pensaban, como aquí pensaba también Valera, nuestro
paladín del arte puro, que lo que había que lograr era embellecer la
realidad sacando del arte los espectáculos purulentos que yacían
en ella. Así quedaban delineadas las dos posiciones artísticas
"puras" de la burguesía frente a la miseria y las lacras capitalistas: o
bien se ocultaban los trapos sucios, o bien se decía que eran
limpios. Esta segunda fue la posición de Baudelaire.
Como buen explorador urbano, Baudelaire decía haber encontrado
belleza en lugares que los demás rehuían. El poeta parisino le
demuestra a la burguesía que esas zonas oscuras de
descomposición y desesperación también existen bajo el
capitalismo, y que como no se pueden ocultar, lo mejor es afirmar
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su encanto. Es más, quizá sean el motivo estético por antonomasia
del capitalismo, lo verdaderamente bello. A diferencia de otros
literatos, realmente críticos con las lacras sociales de su tiempo, él
fue el primero que cultiva asuntos literarios exquisitamente
putrefactos, el primero que se regodea, que se recrea en una
decadencia estética perfectamente estudiada.
Fuentes consultadas:
Baudelaire, Charles. “Las Flores del Mal”. Colección Clásicos.
Ediciones Cruz del Sur.Uruguay, 2006. Prólogo de Leonardo
Garet.
Alonso, R. y Orlando, F. “El Mundo de Baudelaire”. Centro
Editor de América Latina. Buenos Aires, 1980.
"Apuntes de Literatura: La poesía de Charles Baudelaire" Ed.
Hontanar.
Página:
http://www.baudelaire.galeon.com/