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    PARA UN PROGRAMA

    DE HISTORIA INTELECTUAL

    y otros ensayos

    por

    Carlos Altamirano

    )3K

    Siglo

    veintiuno

    editores

    Argentina

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    ndice

    Siglo veintiuno editores Argentina s. a.

    TUCUMN 1621 r N C1050AAG), BUENOS AIRES, REPBLICA ARGENTINA

    Siglo veintiuno editores s.a. de c.v.

    CERRO DEL AGUA 248, DELEGACIN COYOACN, 04310, Iv EXICO, D F.

    Altamirano, Carlos

    Para un programa de historia intelectual y otros ensayos -

    ed. - Buenos Aires : Siglo XXI Editores Argentina, 2005.

    136 p. ; 19x14 cm. (Mnima)

    ISBN 987-1220-27-8

    1. Ensayo Argentino I. Ttulo

    CDD A864.

    Portada: Peter Tjebbes

    2005 , Siglo XXI Editores Argentina S. A.

    ISBN 987-1220-27-8

    Impreso en Artes Grficas Delsur

    Alte. Solier 2450, Avellaneda

    en el mes de octubre de 2005

    Hecho el depsito que marca la ley 11.723

    Impreso en la Argentina Made in Argentina

    Presentacin

    9

    1.

    Ideas para un programa de historia intelectual

    13

    2.

    Introduccin al

    Facundo

    25

    3.

    Intelectuales y pueblo

    63

    4.

    Jos Luis:Romero y la idea de la Argentina aluvial

    77

    5.

    Amrica Latina en espejos argentinos

    105

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    Presentacin

    He reunido aqu cinco ensayos de historia intelectual ar-

    gentina. Corno lo adverta Roger Chartier en un trabajo que

    tiene ya sus aos, proponerse cuestiones de definicin en el

    terreno de la historia intelectual es entrar en dificultades. "A

    las certezas lexicales de las otras historias (econmica, social,

    poltica) la histori intelectual opone una doble incertidum-

    bre del vocabulari

    -

    Jque la designa: cada historiografa nacio-

    nal posee su proniaconceptualizacin, y en cada una de ellas

    diferentesnoCiori

    -

    es, apenas diferenciables unas de otras, en-

    tran eff -

    competencia". No era seguro tampoco, continuaba

    Chartier, que detrs de esas diferencias de lenguaje terico hu-

    biera un mismo objeto de conocimiento, si bien era posible

    reconocer corno elemento comn un vasto e impreciso domi-

    nio, que abarcaba el conjunto de las formas de pensamiento.

    ]

    Me parece que fue Hilda Sabato quien emple por prime-

    ra vez entre nosotros con el sentido aludido este termino,

    en un artculo publicado en el nmero 28 de la revista

    Punto

    de vista: "La historia intelectual y sus lmites". Examinaba all el

    Roger Chartier, "Intellectual History or Sociocultural History", en Domi-

    nick LaCapra y Steven Kaplan (eds.),

    Modem European Intellectual History, I

    t-

    haca, Cornell University Press, 1982, pp. 13 y 15.

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    C

    arlos Altamirano

    Presentacin

    debate que por entonces remova este campo donde se regis-

    traba desde la segunda mtadde la dcada de 1970una gran

    renovacin Adems de

    Metahistoria,

    de HaydenWhite, y

    La

    gran matanza de gatos,

    de Robert Darnton enel centrode ese

    debate se hallaba el volumende ensayos que en1982haban

    compiladoDomnickLaCapra ySevenKaplanconel objeto

    de mostrar las nuevas perspectivas tericas ylos desarrollos de .

    la investigacinenla historia intelectual. E volumen que lle-

    vaba por ttulo

    Modern European Intellectual Histmy,

    se abra con

    el trabajode Roger Chartier que citamos antes ytena para sus

    compiladores el carcter de unmanifiesto noporque

    ofre-

    ciera unmensaje ounprograma compartido sinoporque des-

    cubra unconjuntode cuestiones ypreocupaciones comu

    -

    nes.2

    La compilacinde LaCapra yKaplandejaba ver noslo

    la diversidadde planteos, estudios yorientaciones que podan

    reagruparse bajoel signode la historia intelectual, sinoel eco

    yla reelaboracindel pensamentofrancs postestructuralista

    enlos departamentos de humanidades del universoacadm-

    conorteamericano Mchel Foucault yJacques Den

    ida eran

    los ms citados ysloFreudiba a la par.

    Eni=122weitr-mng

    historia intelectual

    indica un

    c_zpezsio1

    42ass

    0lina ounasubdiscipli-

    AunqUe inscribe slabor dentro_

    de la histoi

    -

    iCia, su

    et.CCri:Sten

    e

    os

    1materiales quetrabaja, por el modorique los interroga opor

    las facetas que explora enellos) cruza el lmte yse mezcla con

    otras disciplinas. Suasuntoes el pensamento mejor dichoel

    trabajodel pensamentoenel senode experiencias histricas.

    Ese pensamento sinembargo nicamente nos es accesible

    enlas superficies que llamamos discursos, comohechos de dis

    -

    2

    Dominick LaCapra y Steven Eaplan, Prefacio a

    Modern European...,

    cit., p.

    7.

    curso producidos de acuerdoconciertolenguaje yfijados en

    diferentes tipos de soportes materiales. Dentrode los varios

    horizontes tericos que conoce hoyla historia intelectual, Io

    que tienenencomnsus distintas versiones es la conciencia

    de la importancia del lenguaje para el examenyla compren

    -

    sinhistrica de las significaciones. De ah que se asocie la ac

    -

    tivacinde este campode estudios conel llamado

    girolin

    -

    gstico

    de las disciplinas del mundosocial.

    Nocreoque el objetode la historia intelectual sea resta-1

    blecer la marcha de ideas imperturbables a travs del tiempo

    Por el contrario debe seg

    uirlasanzarlasenlosconflicos

    yscebateszlansL

    turbaciones ylos cambios de sentidoi

    Aue les hace sufrir suasopor la historia. Las ideas, envueltas1

    Comoestn

    en

    as contingncilsdlas pasiones ylos inTerel,

    se alteran y comoha escritoJeanSarobinski:

    se hacenms

    sutiles ose exaltan; se hacenobedientes ose vuelvenlocas, y

    sobre todo ya contamnadas por ideas extranjeras, ya retoma

    -

    das por nujev6

    -

    izaciores, ya adaptadas a las circunstancias

    por lolhombres de accin conformanla historia ysonense

    -

    guida deformadas por ella

    3

    Una perspectiva pragmtica noes

    pues menos necesaria que la buena filologa eneste terreno

    Por timo dos palabras sobre los ensayos incluidos enes

    -

    te volumen Salvoel timo que es indito los dems hanco

    -

    nocidouna versinanteriorya publicada.

    4

    Estos fueronrevi

    -

    Ivijneggyieu,154~,-,EGL.1939, P.P-

    2 2 2 3 _

    4

    Referencias: los artculos "Ideas para un programa de historia intelectual"

    y

    "Jos Luis Romero y la idea de la Argentina aluvial" fueron publicados por

    primera vez en

    Prismas. Revista de historia intelectual,

    n

    2

    3 (1999) y n2

    5 (2001),

    respectivamente. La "Introduccin al

    Facundo

    pertenece a la edicin que

    la editorial Espasa Calpe hizo de la obra de Sarmiento en 1993; "Intelectua-

    les y pueblo" form parte del volumen colectivo

    La Argentina en el siglo

    xx,

    Buenos Aires, Ariel, 1999.

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    arlos Altamirano

    sados y corregidos. Respecto de la concepcin que los orien-

    ta, no voy a repetir lo que digo en el primero de ellos. Como

    se ver, trato en cada caso de ubicar las significaciones anali-

    zadas en contextos ms amplios, pues ellas no se producen ni

    circulan en el vaco social. La introduccin al

    Facundo

    retoma

    el texto que escrib en 1994 para una edicin popular de esta

    obra. En su primera versin, como en la actual corregida y al-

    go ampliada, he buscado mostrar que la insercin del texto de

    Sarmiento en la historia no implica la renuncia a su lectura in-

    terna. El tercer ensayoy el quinto exploran algunos tpicos

    de la cultura intelectual argentina: argumentos y relatos (mi-

    croargumentos y microrrelatos, frecuentemente) donde se en-

    tretejen elementos del entendimiento y la sensibilidad, de la

    percepcin y lo imaginario. El dedicado a Jos Luis Romero

    ofrece una interpretacin de los trabajos que el historiador

    consagr a la Argentina

    ;

    situndolos en relacin con la ensa-

    ystica sobre el

    ,

    carcter nacional.

    1

    Ideas para un programa de historia

    intelectual

    Es sabido que la historia intelectual se practica de muchos

    modos y que no hay, dentro de su mbito, un lenguaje terico

    o maneras de proceder que funcionen como modelos obliga-

    dos ni para analizar sus objetos, ni para interpretarlos ni aun

    para definir, sinteferencia a una problemtica, a qu objetos

    conceder priinaclaDesde este punto de vista, el cuadro no

    es muy difereutedel que se observa hoy en el conjunto de la

    prcticakistoriogrfica y, ms en general, en el conjunto de dis-

    ciplinas que hasta ayer designbamos como ciencias del hom-

    bre, donde reina tambin la dispersin terica y la pluralizacin

    de los criterios para recortar los objetos. Ms aun: puede de-

    cirse que la diseminacin y el apogeo que conoce en la actuali-

    dad la historia intelectual no estn desconectados de la erosin

    que ha experimentado la idea de un saber privilegiado, es de-

    cir, de un sector del cono

    cimiento que obre como fundamen-

    to para un discurso cientfico unitario del mundo humano.

    Se puede juzgar que este estado de cosas es provisional y

    confiar en que el futuro traer un nuevo ordenamiento; o se

    lo puede celebrar, resaltando las posibilidades que crea la

    emancipacin de todo criterio de jerarqua entre los saberes.

    Decir, por ejemplo, como dice el historiador Bronislaw Bacz-

    ko, que el tiempo de las ortodoxias est caduco y que eso abre,

    "por suerte", una nueva poca, "la poca de las herejas eclc-

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    arlos Altamirano

    deas para un programa de historia intelectual

    5

    ticas".

    1

    Pero, se lo celebre o se lo imagine slo como un esta-

    do interino que est en busca de un paradigma o de una nue-

    va sntesis, el hecho que no puede ignorarse es esa pluralidad

    de enfoques tericos, recortes temticos y estrategias de inves-

    tigacin que animan hoy la vida de las disciplinas relativas al

    mundo histrico y social, entre ellas la historia intelectual.

    El reconocimiento de este paisaje ms proliferante que es-

    tructurado es el punto de partida de nuestra presentacin.

    Destinada a alegar, es decir, a citar y traer a favor de un pro-

    psito, como prueba o defensa, algunos hechos, argumentos

    y ejemplos, no tiene otra pretensin que la de esbozar un pro-

    grama posible de trabajo que comunique la historia poltica,

    la historia de las elites culturales y el anlisis histrico de la "li-

    teratura de ideas", ese espacio discursivo en que coexisten los

    diversos miembros de la familia que Marc Angenot denomina

    gneros "doxolgicos y persuasivos".

    2

    Como postulado gene-

    ral, no hallo mejor base para un programa as que esta afirma-

    cin de Paul Ricoeur: "Si la vida social no tiene una estructu-

    ra simblica, no es posible comprender cmo vivimos, cmo

    hacemos cosas y proyectamos esas actividades en ideas, no hay

    manera de comprender cmo la realidad pueda llegar a ser

    una idea ni cmo la vida real pueda producir ilusiones...". El

    propio Ricoeur refuerza despus su afirmacin con otra, a la

    que da forma de pregunta: "Cmo pueden los hombres vivir

    estos conflictos sobre el trabajo, sobre la propiedad, sobre

    el dinero, etc. si no poseen ya sistemas simblicos que los

    ayuden a interpretar los conflictos?".

    3

    1

    Bronislaw Baczko,

    Los imaginarios sociales,

    Buenos Aires, Nueva Visin, 1991,

    p. 25.

    2

    Marc Angenot, La parole parnphletaire,

    Pars, Payot, 1982.

    Ricoeur,

    Ideologa y utopa,

    Buenos Aires, Gedisa, 1991, p. 51.

    La historia poltica experimenta desde hace ya unos aos

    un verdadero renacimiento, dentro del cual hay un inters re-

    novado no slo por las elitesolticas, simtambieri_por las eli

    tes intelectuales. Refirindose a ese renacimiento de la histo-

    ria poltica,Jean-Francois Sirinelli ha escrito que su riqueza

    descansa en la "vocacin por analzar comportamientos colec-

    tivos diversos, desde el voto a los movimientos de opinin, y.

    por exhumar, con

    fines

    odo el zcalo: icleasCul-

    turas mentalidades".

    4

    Es en el marco de esa vocacin

    globali-

    zante donde, de acuerdo con el mismo Sirinelli, hallara su lu-

    gar una historia de los intelectuales. Pero el estudio histrico

    de stos, de sus figuras modernas y de sus "ancestros", se ha

    desarrollado tambin por otra va, la de la, sociolo_la 4e la cul-

    tura, sobre todo con el impulso de la obra de Pierre Bourdieu

    y sus discpulos..

    ,

    to del nt

    -

    f4impulso de la historia poltica como de los

    instrumentos

    de

    fOoliologa de las elites culturales debera

    beneficiar

    pe

    MIT

    historia intelectual que no quiera ser histo-

    ria puKmente intrnseca de las obras y los procesos ideolgi-

    cos, ni se contente con referencias sinpticas e impresionistas

    a la sociedad y la vida poltica. Ahora bien, como ha escrito

    Dominick LaCapra, "la historia intelectual no debera verse

    como mera funcin de la historia social". Ella privilegia cierta

    clase de hechos en primertrmino los hechos de discurso-

    .

    porque stos dan acceso a un desciframiento de la historia que

    no se obtiene por otros medios y proporcionan sobre el pasa-

    do puntos de observacin irremplazables.

    En el caso del programa que trato de acotar, los textos son

    ya ellos mismos objetos de frontera, es decir, textos que estn

    4

    Jean-Francois Sirinelli,

    Intellectuels et passions francaises,

    Pars, Fayard, 1990,

    p. 13.

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    Carlos Altamirano

    en el linde de varios intereses y de varias disciplinas: la histo-

    ria poltica, la historia de las ideas, la historia de las elites y la

    historia de la literatura. El contorno general de ese dominio

    en el mbito del discurso intelectual hispanoamericano.ha si-

    do trazado muchas veces, y basta citar algunos de sus ttulos

    clsicos para identificarlo rpidamente: el

    Facundo, de Sar-

    t miento; "Nuestra Amrica", de Mart; el

    Ariel, de Rod; la Evo-

    lucin poltica del pueblo mexicano, de Justo Sierra; los

    Siete ensa-

    yos de interpretacin de, la realidad peruana,

    de Maritegui;

    Radiografa de la pampa,

    de Martnez Estrada;

    El laberinto de la

    soledad,

    de Octavio Paz.

    - En su

    Indice crtico de la literatura hispanoamericana, Alberto

    Zum Felde coloc esa zona bajo la ensea de un gnero el

    ensayojel volumen que le consagr lleva por subttulo "Los

    - ensayistas". No creo, sin embargo, que todos los escritos que

    se sitan en ese sector fronterizo puedan, a la vez, agruparse

    como exponentes o variantes del ensayo, por elstica que sea

    la nocin de este gnero literario. Nadie dudara, por ejem-

    plo, en situar los discursos de Simn Bolvar en esa zona de

    linde. Pero qu ventaja crtica extraeramos llamando "ensa-

    yos" a textos que identificamos mejor como proclamas y ma-

    nifiestos polticos? Sera preferible hablar de "literatura de

    ideas".

    ---

    "Se acostumbra tambin a registrar ese conjunto de tipos

    textuales bajo el trmino "pensamiento", lo que se correspon-

    de, sin duda, con el hecho de que tenemos que vrnosla con

    textos en que se discurre, se argumenta, se polemiza. En efec-

    to, cmo considerar sino como objetivaciones o documentos

    del pensamiento latinoamericano al menos del pensamien-

    to de nuestras elites textos como los mencionados? Sin em-

    bargo, cuando se define de este modo el mbito de pertenen-

    cia de esos escritos, lo regular es que se los aborde pasando

    por sobre su forma (su retrica, sus metforas, sus ficciones),

    Ideas para un programa de historia intelectual

    7

    es decir, por sobre todo aquello que ofrece resistencia a las

    operaciones clsicas de la exgesis y el comentario. Si aun el

    menos literario de los textos ha sido objeto del trabajo de su

    puesta en forma, si no hay obra de pensamiento, por consa-

    grada que est a un discurso demostrativo, que .escape a la

    mezcla y, as, a las significaciones imaginarias, cmo olvidar

    todo esto. al tratar con los escritos que suelen ordenarse bajo

    el ttulo de.

    ensamiento latinoamericano?

    Esteban Echeverra, el pensador y poeta con cuyo nombre

    se asocia el comienzo Cietzericanismo intelectual y literario

    en,...g1Rodela Plata, nos proporciona la posibilidad de ilus-

    trar rpidamente este punto. Es frecuente que Echeverra se

    refiera a la realidad americana mediante imgenes que evo-

    can lo corporal. En 1838, en el texto que rebautizar.despus

    como

    Dogma Socialta,

    enuncia una de las frmulas ms cita-

    das de su ameriCknan: "Pediremos luces a la inteligencia eu-

    ropea, pero con cifiiIcondiciones. [...] tendremos siempre

    un ojo clayad ri el progreso de las naciones, y otro.en las en-

    trarig.te nuestra sociedad".

    5

    Algunos arios ms tarde, en la

    Ojeada retrospectiva sobre el movimiento intelectual en el Plata,

    la

    imagen orgnica se,repite: "Nttestrorn~ocle-obsentacin

    est aqu---escribe-_,Jo_palpamos...

    sentimos~alpitar, pode.

    mos observarlo estudiar su organismo y sus condiciones de vi-

    da (p, 195).

    Esta imaginera, entendida slo como un modo de hablar,

    dio lugar a una primera y bsica interpretacin/parfrasis del

    americanismo echeverriano: por un lado las "luces": el saber,

    1a ciencia europeos; por el otro, la realidad local: nuestras cos-

    5 Esteban Echeverra,

    Dogma Socialista, Obras escogidas, Caracas, Biblioteca

    Ayacucho, 1991, pp. 253-254. Todas las citas de Echeverra remiten a esta

    edicin.

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    Carlos Altamirano

    tumbres, nuestras necesidades. El encuentro, o la sntesis, de

    esos dos factores resume el programa de una elite moderni-

    zante que cree descubrir en el historicismo

    a7asa-

    11

    TerajoiirTrlriMriercW

    nterio

    generacion de la revolucin y la independencia. Puede aa-

    dirse aun que la equiparacin de la sociedad con un cuerpo,

    y con un cuerpo visto como campo de estudio, se inspiraba en

    un modelo de conocimiento cuyo nacimiento era todava re-

    ciente: el de la clnica cientfica moderna.

    Pero si la palabra "entraa" evoca el cuerpo, no lo evoca

    como paradigma de unidad y proporcin, segn una vieja re-

    presentacin de la armona social, sino como materia viva y

    como cavidad. Se trata de un cuerpo que envuelve un interior:

    el mundo oscuro, aunque palpitante, de las vsceras. Lo que

    hay que aprehender nos lleva hacia ese interior (a "las entra-

    as de nuestra sociedad"), es aquello que hay que "desentra-

    ar". Desentraar es sacar las entraas, pero tambin llegar a

    conocer el significado recndito de algo. Ese organismo que

    era la sociedad americana, al que se poda palpar y al que se

    senta palpitar, encerraba, pues, un secreto que deba ser des-

    cifrado.

    Ahora bien, si volvemos al enunciado en que Echeverra

    resumi su programa americanista, cmo pasar por alto ese

    lenguaje en que lo prximo, lo que est aqu las costumbres

    y las tradiciones propias, aparece figurado en trminos de

    un ncleo vivo, pero oculto? Lo ms inmediato es mediato, po-

    dramos decir, o sea, est mediado por una envoltura externa,

    mientras lo lejano, lo mediato las "luces de la inteligencia

    europea" parece darse sin mediaciones. Ms an: cmo sus-

    traerse al encadenamiento de sentido que va de las "entraas"

    de la sociedad a El matadero? En este relato Echeverra nos

    ofrece, con el espectculo de un mundo brutal y primitivo de

    matarifes, carniceros y achuradoras que se disputan las vsce-

    Ideal Para un programa de historia intelectual

    99

    ras, lo que a sus ojos es la verdad social

    y

    poltica del orden ro-

    sista. El "foco de la federacin estaba en el Matadero" (p_ 139),

    escribe al concluir el relato. El foco, es decir, el centro, el n-

    cleo, las entraas, en otras palabras, de la federacin rosista.

    Podramos agregar, entonces, que aquello que el autor del

    Dogma Socialista define como las "entraas", y que se compro-

    n-lete a escrutar, no se asocia nicamente con lo desconocido,

    aun ue prximo, sino am

    s hostil.

    Habra que probar sin duda, la consistencia de esta inter-

    pretacin relacionndola con el resto de la obra ideolgica y

    literaria de Echeverra. Si el propsito que gua la interpreta-

    _cin es un propsito de conocimiento hay que precaverse, co-

    mo ensea Jean Starobinski, de la seduccin del discurso ms

    o menos inventivo y libre, que se alimenta ocasionalmente de

    la lectura. Ese discurS0 "sin lazos tiende a convenirse a s mis-

    mo

    en literatura,

    y:19,:bjeto

    del que habla slo interesa como

    pretexto, COMO

    CIWiriOdente".

    6

    Perg rli creo que haya que ceder a la crtica literaria_ esa

    zona& frontera que es la "literatura de ideas" para admitir /

    que sta no anuda slo conce tos raciocinios, sino tambin

    la sensibilidad. Por cierto, pres-

    tar atencin a los rasgos ficcionales de un texto, as como a la

    retrica de sus imgenes, solicita los conocimientos y, sobre

    todo, el tipo de disposicin

    e cultiva en la crtica litera-

    ria. Los textos de la "literaiura de ideas", sin embargo, no po-

    dran tampoco ser reducidos a esos elementos, como si el pen-

    samiento que los anima fuera un asunto sin inters, demasiado

    trivial o demasiado montono, es decir, demasiado vulgar pa-

    ra hacerlo objeto de una consideracin distinguida. Dicho bre-

    6

    Jean Starobinski, "El texto y el intrprete", J. Le Goff y P. Nora,

    Hacerla his-

    toria. H. Nuevos enfoques,

    Barcelona, Lata, 1979, p. 179.

    ementos de la im nacion

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    Carlos Altamirano

    vemente: una interpretacin que privilegiara slo las propie-

    dades ms reconocidamente literarias no sera menos unilate-

    ral que aquella que as ignorara.

    Pero, veamos, qu es lo que podemos consignar, dentro

    de nuestra historia intelectual, en ese linde que llamamos "li-

    teratura de ideas"? Desde los textos de intervencin directa en

    el conflicto poltico o social de su tiempo a as expresiones de

    esa forma ms libre y resistente a la clasificacin que es el en-

    sayo, pasando por as obras de propensin sistemtica o doc-

    trinaria. Lo comn a todas as formas del discurso "doxolgi-

    co" es que apalabra se enuncia desde una posicin de verdad,

    no importa cunta ficcin alojen las lneas de los textos. Pue-

    de tratarse de una verdad poltica o moral, de una verdad que

    reclame la autoridad en una doctrina, de la ciencia o los ttu-

    los de la intuicin ms o menos proftica. Los primeros de en-

    tre esos escritos proclamas, como as de Simn Bolvar, o

    panfletos, como a "Carta a los espaoles", del jesuita. Juan Pa-

    blo Viscardo parecen indisociables de a accin poltica. Son

    llamados a obrar y se dira que ellos mismos son actos polti-

    cos. Sin embargo, para esclarecer el sentido intelectual de los

    escritos (o los sentidos, si se quiere) no basta con remitirlos al

    camp cte_lkaccino, como suele decirse, a su contexto. o-;

    nerlos en, con.exin con su "exterioxr, con sus condiciones

    pwgkticascntribuye..sinclulas

    r

    no ahorra el trabaj de la Lectura interny de la interpreta-

    cin corresporicriente,,auncuandoniC~1954~-

    ino documentssleWiistoria--poltica-o~ Lobcp.wos del

    histonglr Pra_ncis Xavier, Guerra re_unidos,.en_Modern~

    independencias son muy ilustrativos respecto de loque_puede

    ensenar una historia poltica sensible a.114.1mnsin,sirablir

    ca cr la ;itlaTslaij7cljaaccin histrica. ("relacin entre ac-

    .15 -

    rs

    --h

    -SCritei

    -

    uerra, no slo est regida por una rela-

    I cin mecnica de fuerzas, sino tambin, y sobre todo, por

    -Ideas para un programa de historia intelectual

    cdi

    es, e_n un moient ado").

    Se trate de escritos de combate o de escritos de doctrina,

    durante el siglo XIX todos ellos se ordenan en torno de la po-

    ltica y la vida pblica, que fueron durante los primeros cien

    aos de existencia independiente los activadores de la litera-

    tura de ideas en nuestros pases. Un ensayista argentino,

    R.

    A.

    Murena, escribi que hay en Amrica Latina una gran tradi-

    cin literaria que, pradjicamente, es no literaria. "Es la tradi-

    cin de subordipar_elarte_de escribilLast.c...de_l_kpltjca

    :

    8

    Durante esa centuria, nuestra literatura estuvo, agrega Mure-

    na, "fascinada por la Gorgona de la poltica". Se podra obser-

    var que hay en estas definiciones de Murena la nostalgia de

    otra tradicin, la nostalgia de aquello que nuestros pases no

    fueron o no tuvron, falta que ha sido un tpico del ensayo

    latinoamericano De. todos modos, el hecho es que nuestras

    elites, no slglallitl polticas y militares, sino tambin las eh-

    tes istplttuales (nuestros letrados", nuestros "pensadores"),

    nryfron que afrontar ef

    -

    roblemafunclanentaLycIsieolle

    ca

    -struir un orden plticgusederciera:t.22.cl2minzin

    efectiva y duradera.

    Esquematizando al mximo podra decirse que esa preo-

    cupacin por la construccin de un orden poltico, preocupa-

    cin dominante en la reflexin intelectual latinoamericana

    hasta la segunda mitad del siglo xix, estuvo regida por dos

    cuestiones, o dos preguntas, sucesivas. La primera podramos

    formularla as: qu es una autoridad legtima y cmo instau-

    7

    Francois-Xavier Guerra,

    Modernidad e independencias,

    Madrid, Mapfre, 1992,

    p.14.

    8

    H. A. Murena, "Ser o no ser de la cultura latinoamericana",

    Ensayos de sub-

    versin,

    Buenos Aires, Sur, 1962, pp. 56-57.

    os culturales de un grupo o un con

    -

    unto de

    4c

  • 7/25/2019 Carlos-ALtamirano-Para-Un-Programa-de-Historia-Intelectual.pdf

    10/65

    Carlos Altamirano

    Ideas para un programa de historia intelectual 3

    rarla, ahora sin la presencia del rey? La segunda, que surge

    cuando se han experimentado las dificultades prcticas para

    resolver la primera, sera: cules el_orclenlegtimo quesea,

    a la vez, urkorden,posible?

    - Paralelamente, a veces confundindose en los mismos tex-

    tos con esta preocupacin poltica irn cristalizando otros n-

    cleos de reflexin dentro de la literatura de ideas en nuestros

    pases. En algunos escritos, sobre todo cuando toman la for-

    ma del ensayo, esos ncleos se expanden y, a veces, dominan

    sobre cualquier otro tpico. De qu ncleos hablo? De aque-

    llos que parecen ordenarse en torno de la pregunta por nues-

    tra identidad. Hablo, en otras palabras, del ensayo de

    tern retyatitolef~ Del ensayo d interpretacin

    gdramos decir que est impulsado a responder una dean

    m

    da de identidad: quienes somos los hispanoamencanos?

    Quines somos los argentinos? Quines sotros los mexica-

    nos? .Quines somos los_pesuaros

    En algunos discursos de Bolvar se pueden encontrar pa-

    sajes que anuncian esta ensaystica de autoconocimiento y au-

    tointerpretacin. Leamos, por ejemplo, este pasaje clsico del

    discurso de Bolvar ante el Congreso de Angostura:

    .. no somos europeos, no somos indios, sino una especie media

    entre los aborgenes y los espaoles. Americanos por nacimien-

    to y europeos por derecho, nos hallamos en conflicto de dispu-

    tar a los naturales los ttulos de posesin y de mantenernos en el

    pas que nos vio nacer, contra la oposicin de los invasores; as

    nuestro caso es el ms extraordinario y complejo.

    9

    9

    Simn Bolvar, "Discurso pronunciado por el Libertador ante el Congreso

    de Angostura",

    Discursos, proclamas y epistola?io poltico,

    Madrid, Editora Na-

    cional, 1981, p. 219.

    A travs de esta problemtica, la que se activa alrededor

    de la pregunta, explcita o implcitamente formulada, por

    nuestra identidad colectiva, pueden hacerse una serie de ca-

    las en nuestra literatura de ideas. La tarea de definir quines

    somos ha sido a menudo la ocasin para el diagnstico de

    nuestros males, es decir, para denunciar las causas de deficien-

    cias colectivas: "Entrad lectores", escriba, por ejemplo, Carlos

    Octavio Bunge, en un ensayo de psicologa social que se que-

    ra cientfico,

    Nuestra Amrica.

    "Entremos, segua, sin miedo

    ya, al grotesco y sangriento laberinto que se llama la

    poltica

    criolla.

    10

    En este caso, ya no se trata de responder slo a la pregun-

    ta de quines somos?, sino tambin por qu no somos de de-

    terminado modo: por qu nuestras repblicas nominales no

    son repblicas verdaderas? Por qu no logramos alcanzar a

    Europa, ni sornosiOmo los americanos del Norte? En esta li-

    teratura de atitgaiii

    en y diagnstico, que comienza muy

    ternpran:Ifiente en el discurso intelectual latinoamericano, la

    bsqueda llevar a la indagacin de nuestro pasado.

    Si pensamos en AlfonsoY.e.,yes,eAjogge.141is,,Bor,ges,..en

    Lezama Lima o en j211Bianco, podemos decir que en el siglo

    xx la tradicin- de subordinar el arte de escribir al arte de la

    poltica rigi ya slo parcialmente aun en el campo del ensa-

    yo. De todos modos, la vetadel ensayo social Lppltico no se

    ha agotado y ha logrado sobrevivir affieCIO que hace cuaren-

    ta aos pareca condenarlo a la desaparicin: la implantacin

    de las ciencias sociales, con su aspiracin a reemplazar la doxa

    del ensayismo por el rigor de la episteme cientfica.

    Digamos

    ms: ledos con la perspectiva del tiempo transcurrido, mu-

    10 Carlos Octavio Bunge, Nuestra Amrica,

    Buenos Aires, Librera Jurdica,

    1905, p. 241.

  • 7/25/2019 Carlos-ALtamirano-Para-Un-Programa-de-Historia-Intelectual.pdf

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    24

    arlos Altamirano

    chos de los textos que nacieron de ese nuevo espritu cientfi-

    co pueden ser colocados en el anaquel de los ensayos de in-

    terpretacin de la realidad de nuestros pases que inaugur

    en gran estilo el

    Facundo

    de Sarmiento. En otras palabras, pue-

    den ser ledos como sus grandes ancestros, es decir, tambin

    como textos de la imaginacin social y poltica de las elites in-

    telectuales.

    2

    Introduccin al

    acundo

    La identificacin de historia y biografia fue un fecundo ha-

    llazgo de Sarmiento, observ Ezequiel Martnez Estrada,

    quien lamentabaque esa forma de indagacin de la realidad

    nacional hubieido tan poco imitada. Sarmiento escribi

    numerosas biogr~ la del fraile Aldao, la del "Chacho" Pe-

    rialoz,

    n'anklin, la de San Martn, la de su hijo Domin-

    guittr entre otras. Uno de sus grandes libros,

    Recuerdos de pro-

    vincia,

    entreteje la evocacin histrica con el relato de varias

    vidas, entre ellas la suya propia. "Gusto, a ms de esto, de la

    biograffa", escribi en la introduccin a sus recuerdos. Y agre-

    gaba enseguida: "Hay en ella algo de las bellas artes, que de

    un trozo de mrmol bruto puede legar a la posteridad una es-

    tatua. La historia no marchara sin tomar de ella sus persona-

    jes, y la nuestra hubiera de ser riqusima en caracteres, si los

    que pueden, recogieran con tiempo las noticias que la tradi-

    cin conserva de los contemporneos".

    De todas las que compuso hay una, sin embargo, que re-

    sult impar. "La vid de Quiroga": as titul Sarmiento el avi-

    so en que anunciab, el 1 de mayo de 1845, la aparicin del

    Facundo, que al da siguiente comenz a publicarse en forma

    de folletn en el diario chileno

    El Progreso.

    Tras esta aparicin

  • 7/25/2019 Carlos-ALtamirano-Para-Un-Programa-de-Historia-Intelectual.pdf

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    26

    arlos Altamirano

    Introduccin

    al acundo

    7

    por entregas, el texto vio la luz en un volumen editado tam-

    bin por

    El Progreso

    el mismo ao. Iba precedido de la Intro-

    duccin que hoy lo acompaa, y llevaba el largo ttulo de

    Ci-

    vilizacin y barbarie, vida de Facundo Quiroga, y aspecto fsico,

    costumbres y hbitos de la Repblica Argentina.

    Cuando Sarmiento dio a conocer la obra, ya se haba he-

    cho de una reputacin en la prensa

    y

    en la vida intelectual de

    Chile, as como en los crculos de emigrados polticos argen-

    tinos en ese pas. Lo sac de la oscuridad, segn lo contara

    despus, un artculo afortunado sobre el aniversario de la ba-

    talla de Chacabuco, publicado en

    El Mercurio

    en 1841.

    1 Hasta

    ese comienzo en el camino de la notoriedad literaria y polti-

    ca, Sarmiento haba experimentado las alternativas y las con-

    trariedades de un joven

    decente,

    pero sin fortuna,

    2

    que aspira-

    ba a hacerse un lugar sobresaliente en la azarosa vida pblica

    de la sociedad que emergi, a fines de los aos veinte, del fra-

    caso de Rivadavia y del ascenso federal.

    Haba nacido en San Juan, en 1811. Hijo de un matrimo-

    nio que uni a dos vstagos de familias empobrecidas, si bien

    1

    D.

    E Sarmiento,

    Recuerdos de provincia,

    Buenos Aires, W. M. Jackson Edito-

    res, 1944, pp. 293-295. El artculo mencionado 12 de febrero de 1817",

    El Mercurio,

    11/2/1841 encabeza las

    Obras de D. E Sarmiento,

    t. I, pp. 1-7.

    Advertencia: en todas las citas extradas de estas

    Obras...

    que aparecern en

    adelante, la ortografa del original ha sido normalizada.

    2

    La condicin de

    decente

    remite a las divisiones y jerarquas sociales propias

    de la estructura social vigente en la colonia, en que no era slo la fortuna la

    que trazaba las fronteras entre las diferentes categoras, sino tambin la raza

    y el color. La gente decente se identificaba como blanca frente a la poblacin

    de origen indio, africano o mestizo. Si bien quienes ocupaban la cumbre de

    la estructura social eran decentes, no todos los decentes pertenecan a esa

    cumbre. La distincin sigui obrando despus de la independencia, y Sar-

    miento era uno de esos descendientes de las ramas pobres de la gente decen-

    te. Vase Tulio Halperin Donghi,

    Revolucin y guerra. Formacin de una elite di-

    rigente en la Argentina criolla,

    Buenos Aires, Siglo XXI, 2005 (1972), pp. 52-75.

    ligadas por las redes del linaje con parientes de rango en la so-

    ciedad sanjuanina, Sarmiento conoci desde la infancia las tri-

    bulaciones de una vida mantenida en la penuria. Los nueve

    aos en que concurri a la Escuela de la Patria le proporcio-

    - naron la nica enseanza regular que habra de recibir. Ms

    tarde recordara, no sin amargura, cmo la falta de fortuna,

    en el doble sentido de esta expresin, puso fuera de su alcan-

    ce la posibilidad de proseguir estudios ordenados: No obstan-

    te, otras lecciones, transmitidas de manera informal, comple-

    mentaron y prolongaron ms all de la niez la educacin

    escolar: las que le impartieron sus tos sacerdotes, en particu-

    lar Jos de Oro, mezclando los textos y la enseanza devotos

    con ejercicios de gramtica, nociones de geografia y de civis-

    mo patritico. Y del medio familiar, que se ampliaba en la pro-

    teccin de los parientes, extrajo la aficin a la lectura, el "po-

    deroso instrumehempleemos sus palabras que le abri

    la ruta de los libr41,

    ' libros trajeron consigo no slo el sa-

    ber imprpso; siti tambinla imagen y el sueo de los hroes

    con-luienes Sarmiento se habra de identificar cuando ingre-

    sara en la juventud: los hroes civilizadores. Para hacerse de

    un nombre en la sociedad y en la vida pblica elegir el culti-

    vo y la difusin del saber letrado, la carrera del talento, que

    emprendi con la pasin de un autodidacta voluntarista e in-

    saciable.

    Pero es su pasaje por la experiencia de la poltica provin-

    ciana lo que habr de imprimirle su curso a esa eleccin, in-

    troduciendo a Sarmiento en las vicisitudes de las luchas civi-

    les de la Argentina y proporcionndole los contrincantes, los

    objetos y los temas, de la empresa civilizadora que suruiren

    Su iniciacion prctica en la divisin entre unitarios y

    federales

    tuvo lugar de man

    i

    racasuarggriffIrevocacion que

    har ms tarde, y se encontr del lan

    iinitario casi sin preme-

    ditarlo, como si se hubiera limitado a poner el pie en una hue-

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    28

    arlos Altamirano

    I

    n

    troduccin al

    acundo 9

    Ha que ya estaba trazada. Algo lo predispona a seguir esa di-

    reccin, opuesta no slo a la causa que tena a su cabeza a los

    caudillos rsticos de la campaa, sino tambin a las inclinacio-

    nes polticas familiares? Muchos aos despus Sarmiento offe-

    ci una respuesta muy a menudo citada: el efecto revelador

    que tuvo para l, cuando era todava un adolescente, el ingre-

    so de la montonera en la ciudad "con el alarde que da el pol-

    vo y la embriaguez". Estrpito de caballos, gritos y blasfemias.

    Fue una iluminacin: "Todo el mal de mi pas se revel de

    pl

    ..

    ovi~to..n_ces: la Barbarie ".

    3

    Este recuerdo de los quince aos aparece demasiado cons-

    truido, el producto elaborado de una memoria ideolgica (en

    Recuerdos. de provincia

    la escena no se registra y es otra la que

    desempea una funcin de revelacin equivalente: la prdica

    fantica del sacerdote federal. Castro Barros, que le hace en-

    trever la figura de la intolerancia, hasta entonces ignorada, y

    que despierta en el adolescente las primeras dudas acerca de

    las ideas religiosas en que fue criado)

    .

    En verdad, estamos re-

    ducidos a conjeturar respecto del esclarecimiento que ofrecen

    estos episodios rescatados y utilizados como premoniciones, a

    las que Sarmiento era muy afecto. Menos conjeturalmente, s-

    lo se puede decir que hubo afinidad entre el papel al que lo

    inclinaban los medios de que dispona el papel del hroe

    civilizador y el partido de la ciudad, el de los unitarios.

    El hecho es que su primera experiencia poltica, tras em-

    barcarlo en escaramuzas militares y en el "laberinto de muer-

    tes" que eran parte de la guerra civil que atormentaba a la Ar-

    gentina, lo llev a su primer exilio en Chile, en 1831. All

    desempe los oficios ms dispares, desde maestro de escuela

    3

    D. E Sarmiento, "En los Andes (Chile)",

    Obras...,

    t xxn, p. 238.

    4

    D. E Sarmiento,

    Recuerdos. ..,

    pp. 243-248.

    a capataz de minas, siempre escaso de recursos y sin renunciar

    ala voluntad de saber: yendo en pos de esa cultura que se MI-

    :

    pliala en idiomas extranjeros haba hecho el aprendizaje del

    francs no mucho antes de las peripecias que lo condujeron al

    y ahora, mientras trabajaba como dependiente en una

    tienda de Valparaso, toma lecciones para leer en ingls.

    Una enfermedad y el orden poltico ms benigno que per-

    cibe en su provincia bajo la gobernacin federal de Benavidez,

    16 traen de regreso a San Juan en 1836. En los cuatro aos que

    permaneci all antes de emprender el camino de un nuevo

    Sarmiento despleg iniciativas que muestran ya la con-

    eCipein de la cultura que haba hecho suya y que sera la de

    tOda su vida: la_cultura

    meho_pblieo, activamente in-

    culcada por medios pblicos, generadora de costumbres que

    ordenan los impulsos y las pasiones del hombre natural tradu-

    cindolos en los tlfinipos de un valor civil. En este terreno Sar-

    Miento no innovaWyjas actividades que emprendi fun-

    dar un

    ujeres, una sociedad dramtica, un

    perichro,

    El Zonda

    pueden ser vistas como las propias de un

    heredero de la Ilustracin rivadaviana (y ms atrs, de los pos-

    riiiados ilustrados de la Independencia), cuyo

    elan

    de pedago-

    tiPblica retorna con los medios a su alcance. Sin embargo,

    el descubrimiento de un nuevo horizonte de doctrinas, que se

    ahi;e a sus ojos en los dos lfimos arios de su permanencia en

    San Juan, transfiri ese ncleo iluminista al contexto de una

    nueva representacin de la historia y la poltica. Para Sarmien-

    t; de 1838 a 1840 se opera el pasaje a su adultez intelectual:

    Hice entonces, y con buenos maestros a mi fe, mis dos aos de

    filosofia e historia, y concluido aquel curso, empec a sentir que

    mi pensamiento propio, espejo reflector hasta entonces de las

    ideas ajenas, empezaba a moverse y a querer marchar. Todas mis

    ideas se fijaron clara y distintamente, disipndose las sombras y

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    30 arlos Altamirano

    vacilaciones frecuentes en la juventud que comienza, llenos ya

    los vacos que las lecturas desordenadas de veinte aos haban

    podido dejar, buscando aplicacin de aquellos resultados adqui-

    ridos a la vida actual, traduciendo el espritu europeo al espri-

    tu americano, con los cambios que el diverso teatro requera.

    5

    As resume en Recuerdos de provincia su ingreso en la madu-

    rez ideolgica, adquirida en las lecturas y las discusiones con

    otros jvenes ilustrados de las novedades intelectuales que lle-

    v a San Juan uno de ellos, Manuel Quiroga Rosas. Este haba

    formado parte del Saln Literario en Buenos Aires y, de regre-

    so a su provincia, no slo llev el mensaje de la Joven Genera-

    cin, sino una biblioteca con los autores, las revistas y los li-

    bros de la hora. En ese "curso", como lo llama Sarmiento,

    acaso para subrayar que su saber no era improvisado aunque

    no lo obtuvo en las aulas (ste sera siempre un punto sensi-

    ble para l), toma conocimiento de esa literatura de ideas que

    acompaaba al movimiento romntico en Francia y en la que

    se mezclaban los estudios histricos con la filosofia de la his-

    toria, el eclecticismo y la crtica del eclecticismo, el humanita-

    rismo socializante y el liberalismo, las teoras de la literatura)

    las del, derecho. Los autores y los ttulos que cita al recordar

    esa etapa de descubrimientos son los que ingresaron en el Rc

    de la Plata como eco de la revolucin de julio de 1830, es de

    dr, los autores y los ttulos a los que se colocaba bajo el nom

    bre aglutinador de

    filosofa de Julio: Francois Guizot y Victo'

    Cousin, la Revue Encyclopdique y La democracia en Amrica de

    Tocqueville, Pierre Leroux y Eugen e Lerminier...

    En pocos aos mostrar en sus escritos lo que extrajo pare

    su propio bagaje de esas lecturas. La historia ocup el centrc

    5 D. F. Sarmiento,

    Recuerdos-.-, p. 258.

    introduccin

    al acundo

    1

    de ese bagaje. Mejor dicho, una concepcin nueva de la histo-

    - -

    ria que discerna en ella un vasto drama, una contienda ince-

    sante entre tendencias colectivas a travs de la cual marchaba

    o gnero humano. Francia era el centro en que se forj, en-

    7 tre los aos veinte y treinta del siglo xIx, ese discurso sobre el

    pasado que cautivara a Sarmiento. En un artculo de 1844 l

    resumir lo que constitua a sus ojos el valor de esta nueva cien-

    ca

    cle la historia, cuya edificacin remita a los nombres de Au-

    gstin

    rancois Guizot, Jules Michelet: "la historia, tal

    : como la concibe nuestra poca, no es ya la artstica relacin de

    los hechos, no es la verificacin y confrontacin de autores an-

    :tiguos, como lo que tomaba el nombre de historia hasta el si-

    .11.6 pasado... El historiador de nuestra poca va a explicar con

    l auxilio de una teora, los hechos que la historia ha transmi-

    tido sin que los mismos que la describan alcanzasen a com-

    . - - .

    'Prenderlos".

    Wel-4411-w de esa concepcin, el conflicto po-

    Stico se haca inteltible en trminos sociales o, ms bien,

    ..sdc.i

    -

    o~rl::P -

    ero esta historia social deba darrazn del

    -

    1....desarffillo del espritu humano, del movimiento de la civiliza-

    : .: dn, y quien la encarnaba como su hroe se inscribira en ese

    .

    f'elato dramtico, que si tena dimensiones colectivas, tena

    tambin individualidades representativas.

    Sera dificil atribuir a una sola "fuente" la amalgama de ele-

    mentos que acabo -de comprimir al mximo y que Sarmiento

    .espig de aqu y de all de las obras de historia, de literam-

    T a;

    de las especulaciones histrico-filosficas, asimilndolas

    segn un filtro personal, con el nimo de quien quiere no s-

    lo pensar con las ideas de su poca, sino actuar, "traduciendo

    el espritu europeo en el-espritu americano, con los cambios

    6 D. E Sarmiento, "Los estudios histricos en Francia , en

    Obras..., t. II, p.

    199.

  • 7/25/2019 Carlos-ALtamirano-Para-Un-Programa-de-Historia-Intelectual.pdf

    15/65

    32

    arlos Altamirano

    ntroduccin al

    acundo

    3

    que el diverso teatro requera".

    7

    (Parafraseando sus propias

    palabras podra decirse que a la hora de interpretar ese "diver-

    so teatro" Sarmiento se esforzara por traducir el "espritu ame-

    ricano" al "espritu europeo", esto es, al lenguaje del conoci-

    miento por excelencia). En este punto de inflexin de sus

    ideas habra que situar la toma de distancia respecto de los uni-

    tarios, si entendemos ese distanciamiento segn los trminos

    en que l representar a la elite unitaria en

    Facunde_una.

    elite

    de miras elevadas pel'o de mentalidad abstracta y formalista,

    eX1Faradaeii1;;Tnedios de accin

    x avos

    de ria-

    filasofraliratern

    i

    nirs

    r&porha-

    cerla impotente frente al avance de los caudillos rsticos. El

    corolario resultaba obvio: la ciudad necesitaba intrpretes ms

    competentes. En esa representacin puede identificarse el eco

    de la crtica que los iniciadores de la Joven Generacin, la del

    37, hicieron a los de la generacin precedente. Pero Sarmien-

    to, que lleg tarde a la querella y slo conoci la estela del mo-

    vimiento que haba tenido su foco en Buenos Aires y sus guas

    intelectuales en Esteban Echeverra y en Juan Bautista Alber-

    di, fue ajeno al fervor que los iniciadores pusieron en la pol-

    mica antiunitaria. Tambin en

    Facundo

    se puede leer el saludo

    de reconocimiento a esa empresa juvenil, tanto como el juicio

    de quien la considera como un captulo superado.

    Sarmiento vea en el gobernador federal de San Juan, el

    general Benavdez, un caudillo moderado a quien incluso

    tratara de persuadir de que rompiera con Rosas y se sumara

    a la coalicin militar contra el poderoso gobernador de Bue-

    7

    Se puede leer una excelente reconstruccin del conjunto de doctrinas po-

    lticas y sociales que formaron el horizonte de ideas de Sarmiento en Nata-

    lio Botana,

    La tradicin republicana. Alberdi, Sarmiento y las ideas polticas de su

    tiempo,

    Buenos Aires, Sudamericana, 1984, pp. 21-259.

    nos Ares. Pero el margen de tolerancia

    que sus actividades an-

    trrosistas encontraron bajo ese orden menos riguroso que en

    o

    tras provincias acab, finalmente, por mostrar sus lmites. En

    1840 fue a la crcel y, tras salvar apenas la vida, a su segundo

    destierro en Chile. En la "Advertencia" que precede al texto

    de

    Facundo

    har referencia al maltrato ultrajante al que lo so-

    meti en la ocasin un squito de partidarios de Benavdez.

    En Chile, tras aquel artculo afortunado sobre el aniversa-

    rio de la batalla de Chacabuco, fue introducido en el crculo

    de Luis Mont, la primera figura poltica del partido de gobier-

    no, el partido conservador, que se convirti en su protector, y

    a: quien Sarmiento prestara apoyo y colaboracin. Una vez

    con acceso a la prensa, un medio que ya no abandonara a lo

    largo de su vida, demostr en poco tiempo que escribiendo

    era una potencia y_qme en la polmica se senta a sus anchas.

    Las tuvo de todo

    1:416,,

    ,Mayores y menores. "Viva la polmi-

    cal", escribe en meclitii,dela primera que librara en Chile y que

    comenz

    cwAirdrs

    Bello y sigui con sus discpulos. Es un

    "campo= e baWa:de la civilizZion" a

    7

    iav&del cual la opi-

    nin pblica se esclarece y se forma un juicio sobre las ideas y

    los contendores en presencia.8

    YSarmiento hace lo suyo para

    que las lides en que toma parte no se pierdan en la intrascen-

    dencia. As, la controversia con Bello, que se haba iniciado

    por una disidencia en torno a su opinin sobre la lengua y los

    derechos del pueblo frente ala autoridad legislativa de los gra-

    mticos, se ensanch bajo su pluma y se volvi un debate so-

    bre la literatura en las sociedades en formacin como las ame-

    ricanas, sobre el retraso de la cultura espaola y su lengua,

    desprovista de los recursos para expresar el espritu del tiem-

    po, en fin, sobre "qu estudios ha de desenvolver nuestro jo-

    8

    D. E

    Sarmiento, "El comunicado del otro quidam",

    Obras..., t 1, p. 231.

  • 7/25/2019 Carlos-ALtamirano-Para-Un-Programa-de-Historia-Intelectual.pdf

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    34

    arlos Altamirano

    ntroduccin al

    acundo

    5

    ven pensamiento, qu fuente debe alimentarlo

    y

    qu giro ha

    de tomar nuestro lenguaje".

    9

    Ya en esa primera polmica, al inscribir lo que llam la

    "cuestin literaria" en un combate de grandes proporciones

    puso de manifiesto un modo de aprehender los hechos del

    mundo social

    y

    un modo de argumentar que le seran carac-

    tersticos. Si la cuestin literaria se enlazaba con otras cuestio-

    nes hasta involucrar, a travs de una cadena de identificacio

    nes, el sentido histrico del perodo

    y

    la pugna por la

    orientacin que deba presidirlo, era porque a sus ojos en ca-

    da segmento de la vida social se reflejaban

    y

    se diriman--

    las tendencias de una sociedad

    y

    una poca: cada parte en

    parte' de una totalidad,

    pars totalis,

    de acuerdo con la leccin,'

    historicista que haba hecho suya. Sin embargo, no todo en su

    estrategia de polemista que no daba cuartel obedeca a la per-:

    cepcin globalizante del historicismo. Al moverse en ese "cam=.

    po de batalla de la civilizacin", Sarmiento hara uso de todos

    los argumentos que pudiera movilizar, lo que dotara a sus es-

    critos de una gran riqueza y variedad de registros, aunque no

    siempre de coherencia.

    Pero en Chile no slo prob, apenas tuvo ocasin, sus do-

    tes de polemista. En poco tiempo mostr tambin que no te

    na rival en la composicin de crnicas y cuadros de costur

    bres. Ahora bien, estas formas, como en general las que si.

    prosa logr dominar

    y

    de las que hara un empleo libre y mez-

    clado, Sarmiento las ensay en el oficio de redactor periods:'

    tico. En la prensa encontr el medio para esa vocacin con la

    que tena "afinidad qumica" y que prolongara en sus libros;

    la del

    escritor pblico

    (la expresin es suya): el que escribe de

    cara a la opinin para dar forma a las ideas, e ilustrar, comba,

    tir; apoyar, predican Tambin para obtener de esa opinin el

    r

    econocimiento y la gloria.

    No haremos aqu el inventario de su labor en el mbito de

    la educacin en Chile, que fue mltiple y defini el otro cam-

    p que encarara como una misin y que tampoco abandona-

    r

    a

    ya por el resto de sus das. Un alegato autobiogrfico,

    Mi

    defensa

    (1843), y su primer ensayo de biografa consagrada a

    evocar la vida de un caudillo, el cura Flix Aldao,

    Apuntes bio-

    grficos

    (1845), precedieron la publicacin de

    Facundo.

    Tras la

    aparicin de esta ltima obra, en cuya repercusin tanto lite-

    raria como poltica nadie confiaba tanto como Sarmiento, el

    gobierno chileno lo comision para que estudiara

    in situ

    la or-

    ganizacin de la enseanza primaria en Europa y los Estados

    Uidos. De regreso de ese viaje que, despus de algunas esca-

    las latinoamericana Montevideo, Ro de Janeiro), lo llev a

    Francia, Alemania ZSpaa, Italia y, finalmente, a los Estados

    Unidos, donde enc.clittalla un nuevo y ms promisorio mode-

    lo de refe.0;1;Iia social y poltico, public, en 1849, dos de sus

    libros iras

    ducacin popular,

    que fue el informe

    que present al gobierno de Chile como resultado de la mi-

    sin, y

    Viajes,

    una recopilacin de cartas escritas a sus amigos

    durante el periplo. Yen ese gnero epistolar, en que es posi-

    ble pensar a la par que se siente y "pasar de un objeto a otro,

    siguiendo el andar abandonado de la carta, que tan bien cua-

    l'a con la natural variedad del viaje", Sarmiento vuelve a mos-

    trarse

    como un maestro."

    En 1850, cuando la proximidad de la cada de Rosas se ins-

    tala en el horizonte, da a conocer otros dos libros. El primero

    es

    Argirpolis,

    escrito poltico destinado a ofrecer un programa

    a la coalicin antirrosista en gestacin. El otro es

    Recuerdos de

    9Ideen,

    p. 232.

    0

    D . F .

    Sarmiento,

    Viajes,

    Buenos Aires, Universidad de Belgrano, 1981, p. 15.

  • 7/25/2019 Carlos-ALtamirano-Para-Un-Programa-de-Historia-Intelectual.pdf

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    36

    arlos Altamirano

    ntroduccin al

    acundo

    7

    provincia,

    que para algunos crticos es el mejor compuesto de

    sus libros y que para muchos de sus contemporneos era la

    presentacin indisimulada de un candidato para el orden pos-

    rosista. Aunque la sospecha no era infundada, el escrito auto-

    biogrfico de Sarmiento posea una complejidad irreductible

    a esa motivacin. Sin embargo, el fin del gobierno de Rosas,

    al que cree haber contribuido por medio de la prensa y sus li

    bros, no le abre inmediatamente el campo para la accin po-

    ltica en su pas. Tras 1a tentativa frustrada de ser reconocido

    por Urquiza como el Ola intelectual de la hora, regresa a Chi-

    le y en

    Campaa en el Ejrcito Grande Aliado de Sud Amrica

    d2

    cuenta de su participacin en la operacin militar que culmi-

    n en la batalla de Caseros y del juicio que le merece el resul-

    tado: se haba puesto fin al dominio de Rosas, pero no al do-

    minio de los caudillos brbaros, que ahora tenan en Urquiza

    a su nuevo jefe. Entonces estalla su clebre polmica con Al:

    berdi, cuyas

    Bases

    haban sido adoptadas por los vencedore--

    como texto inspirador de la organizacin constitucional del

    pas.

    Finalmente, en 1855 retorna y se instala en Buenos Aires,-

    por entonces un estado separado del ordenamiento poltico'

    nacional, el de la Confederacin presidida por Urquiza. Una

    vez all se inicia para l la carrera de los cargos pblicos: con-

    rejero municipal, varias veces senador, ministro de gobierno

    miembro de la Convencin que reforma la Constitucin Na-

    cional (1860), gobernador de San Juan. Permanece dos aos

    en este ltimo cargo (1862-1864) y cuando su administracin,

    ms voluntarista que eficiente, parece a punto de hundirse ro-

    deada de una oposicin que tena varios focos, el gobierno na=

    cional, presidido por el general Mitre, le proporciona una sa;

    lida ofrecindole el cargo de ministro argentino en los Estados

    Unidos. Se desempeaba an en esta misin cuando el gene-,

    ral Lucio V. Mansilla, en nombre de numerosos jefes y oficia-

    les del ejrcito, le ofrece la candidatura a la presidencia en la

    eleccin a la que dara lugar el fin del mandato de Mitre en

    1868. Sin otro patrocinio que se y el del diario

    La Tribuna,

    es

    decir, sin partido propio, el nombre de Sarmiento es visto co-

    ra

    o adecuado para una frmula poltica de transaccin, desti-

    nada a impedir tanto el triunfo del candidato mitrista como

    el de Urquiza. Sarmiento resulta electo.

    Desde su regreso hasta el fin de su presidencia en 1874 pa-

    saron casi veinte aos que no fueron apacibles: la vida pbli-

    _ da del pas sigui siendo turbulenta, el "laberinto de muertes"

    de la guerra civil conoci nuevos episodios y cuando a Sar-

    miento le toc reprimir las sublevaciones provinciales al or-

    den

    que surga asociado a la hegemona de Buenos

    Aires ya

    corno director de guerra en la campaa contra el Chacho Pe-

    aloza, ya como ~dente ante el levantamiento de Lpez

    Jordn actu a

    sangre

    fuego. Bajo su presidencia transcu-

    rri asimismo la ltima

    -

    p

    '

    arte de la guerra contra el Paraguay,

    el -cOnfliclinternacional en que participaba el pas desde

    1865. Pro en esos aos agitados la Argentina fue introducin-

    dose tambin en el curso que le dar su fisonoma moderna

    cuando, en 1880, culmine su unidad estatal. La accin pbli-

    ra de Sarmiento en el terreno de la educacin y las comuni-

    caciones se inscribe y da impulso a ese curso.

    Durante y despus de ese perodo no abandon su medio

    favorito, la prensa peridica, donde sigui escribiendo incan-

    sablemente. La polmica sobre la ley de educacin, en la d-

    cada- del 80, le ofrece, cuando ya es un marginal en la vida po-

    ltica, una de las ltimas ocasiones para seguir en ese "campo

    de batalla de la civilizacin". No obstante, la poca de los gran-

    des libros qued atrs, en los arios del exilio. Su proyecto lite-

    rario ms ambicioso,

    Conflicto

    y

    armonas de las razas en Amrica

    (1883), revela el tributo que paga al clima positivista, pero no

    est a la altura de aqullos. Muri en 1888.

  • 7/25/2019 Carlos-ALtamirano-Para-Un-Programa-de-Historia-Intelectual.pdf

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    38

    arlos Altamirano

    I I

    Facundo

    es una obra singular. Se ha sealado muchas ve-

    ces que era imposible colocarla bajo el signo de un solo pro-

    psito o de un solo gnero de discurso. Cmo encuadrar, en

    efecto, segn el designio de un solo propsito, una obra que.

    de modo manifiesto, aparece animada por varios: exponer el

    gobierno de Rosas a la condena universal; explicar, a un lec-.

    tor que es el de su pas, el de Chile y tambin el de Europa, lag

    guerras civiles de la Argentina y la naturaleza del caudillismo

    sudamericano; contar una biografa novelesca, llena de suce-

    sos raros y dentro de una naturaleza algo extica; difundir

    un esbozo de programa poltico y social? A la vez, cmo defi-

    nir dentro de los lmites de un gnero un escrito que, corno

    dijera Alberto Palcos, contiene un poco de todo? E propio

    Sarmiento que no dej de volver sobre

    Facundo,

    entregn-

    dolo a la imprenta con variantes de importancia en la segun-

    da edicin y en la tercera comentara, al dar indicacione:-

    para una cuarta, que el libro era "una especie de poema, pan-

    fleto e historia".

    11

    Dada esta heterogeneidad que la constitu-

    ye, se pens que la unidad de la obra radicaba en el estilo. Pe-

    ro qu estilo, si ste vara segn la marcha del discurso,

    e5

    decir, segn se entregue a la narracin o al comentario ideo-

    lgico, a la evocacin de una escena o al apstrofe, a la propa

    ganda o a la imagen del paisaje sugestivo? Ms que un estilo

    lo que

    Facundo

    deja ver es una variada gama de recursos de es

    tilo o de formas que le dan su particular andadura. En fin,

    11

    Carta de Sarmiento a su nieto , publicada en el anexo documental de I.

    edicin crtica del

    Facunda,

    al cuidado de Alberto Palcos. Cito de la reed

    cin ampliada,

    Facundo,

    prlogo y notas de Alberto Palcos, Buenos Aire:,

    Ediciones Culturales Argentinas, 1961, p. 447.

    'Introduccin al

    Facundo

    9

    - medida que la unidad dej de ser una norma, tanto como un

    principio por discernir en las obras, la cuestin del acuerdo

    - interno del texto perdi inters como problema por resolver.

    Tras la muerte de Sarmiento, desprendido de quien haba

    'Sido hasta ese momento no slo un escritor sino un actor poli-

    - 'tico, inici el

    Facundo

    su vida independiente como libro. La

    multiplicidad de lecturas de que ha sido objeto desde enton-

    ces en la historia intelectual argentina sobre todo a partir del

    Siglo XX, cuando comenzaron a ordenarse los estudios sobre el

    legado ideolgico y literario del siglo anterior no fue ajena

    a esa multiplicidad que habita el escrito. Algunas han privile-

    giado la obra del pensamiento y han buscado en ella la doctri-

    na, la interpretacin histrica, los elementos de una sociologa

    - nacional o aun de una filosofa. Otras han puesto el foco en las

    P

    ropiedades literar4s del texto

    n el trabajo de la imagina-

    . cin, en los au

    -

    ibuto;;de la prosa, en los procedimientos reto-

    ricos que articuldn el dikurso

    Esta agrupacin en dos fren-

    tes-

    no es irs que una simplificacin extrema de las diversas

    perspen.vas a las que se prest la lectura de la obra de Sarrnien-

    to.tero, aunque sea simplificador, el esquema sintetiza muy r-

    pidamente la condicin de

    clsico

    que ostenta el

    Facundo

    en dos

    ..(

    .

    ampos de la cultura argentina: un clsico del pensamiento,

    - mi clsico de la literatura. Acaso fue Leopoldo Lugones el pri-

    mero en asignarle ese lugar de eminencia, como lo hara poco

    despus con

    Martn Fierro

    se atribua y se le reconoca auto-

    . ridad para esos gestos grandilocuentes:

    Facundo y Recuerdos

    de prouin eta

    son nuestra

    Riada

    y nuestra

    Odisea .

    12

    No vamos a acordar al esquema expuesto arriba ms de lo

    - que vale como un primer ordenador. La cmoda simetra que

    establece se complica apenas se tiene presente que, mientras

    1

    ?- Leopoldo Lugones,

    Historia de Sarmiento,

    Buenos Aires, Comisin Argen-

    tina de Fomento Interamericano, 1945, p. 166.

  • 7/25/2019 Carlos-ALtamirano-Para-Un-Programa-de-Historia-Intelectual.pdf

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    4

    arlos Altamirano

    .Introduccin

    al Facundo

    1

    que la maestra literaria le fue reconocida desde el comienzo,

    la interpretacin histrica y la doctrina que la obra contiene

    fueron objeto de polmica e impugnacin. Si no se deja de la-

    do la crtica que le hizo Alberdi, el astro rival de la misma ge-

    neracin, en las

    Cartas quillotanas

    (1853), podra decirse que

    las objeciones tericas comenzaron tambin desde temprano.

    Pero el cuestionamiento ms severo a las ideas del

    Facundo

    sobrevendra cuando, ya en el siglo xx, el conjunto de la em-

    presa poltica y doctrinaria de la que tanto Sarmiento como

    Alberdi haban sido miembros fue puesta bajo proceso por

    obra del nacionalismo y del revisionismo histrico.

    Facundo

    se

    insert entonces en el debate sobre las dos Argentina, donde

    funcionara para admiradores y para detractores como un

    manifiesto del pas progresista, smbolo del antagonismo en-

    tre doctores y caudillos, el conflicto que para algunos resuma

    la historia argentina del siglo xix. As, este libro que naci aso-

    ciado a las pasiones pblicas de su tiempo se inscribi, desde

    la dcada de 1930, en el conflicto de interpretaciones del pa-

    sado nacional, es decir, en las pasiones intelectuales y polti-

    cas de otro tiempo. No suele ser sa la suerte de los clsicos

    del pensamiento poltico? Como sea, el hecho es que la pos-

    teridad no le reserv al

    Facundo

    slo la vida apaciguada de los

    estudios eruditos y la lectura escolar: cuestionado o reivindi-

    cado como su autor, sigui viviendo tambin la vida inquieta

    de la polmica en el pas inestable que fue la Argentina du-

    rante buena parte del siglo

    xx.

    Agreguemos, para subrayar la

    asimetra dentro de la doble pertenencia que posee en la cul-

    tura argentina, que aun quienes objetaran la obra del pensa-

    miento saludaran en el texto de Sarmiento la obra literariaY

    13

    Vase, como ejemplo, el juicio del escritor nacionalista Ramn Doll: "Sar

    miento supli las omisiones y las miopas histricas, con formidables intui

    Este libro singular no engendr, pues, una imagen singu-

    lar, s

    ino varias. Leerlo es entrar en contacto tambin, as sea in-

    - directamente, con esa estela de representaciones y juicios que

    le fueron dando su reputacin, la reputacin con que llega has-

    ta nosotros, ya como miembro sobresaliente de una tradicin

    intelectual la del liberalismo o, como la ha rebautizado re-

    c

    ientemente Natalio Botana, la de la tradicin republicana,

    14

    ya como exponente logrado del historicismo decimonnico, ya

    c

    omo primera obra trascendente de la literatura argentina.

    Ahora, dejemos que la palabra de Sarmiento nos gue por

    un momento en la descripcin de su libro. Nos dice en la In-

    - troduccin, en rStil9 de oratoria elevada que domina esta

    -.parte del texto (culCnianclo por el vocativo grave del comien-

    zo: "iSrrilj-a

    feWIle de Facundo , voy a evocarte..."),

    15

    que

    v a ruar la vida del caudillo para que ella entregue el "se-

    . creto" que atormenta y desgarra la vida poltica argentina.

    - Procediendo ya a ese vaivn entre pasado y presente que le

    confiere a la obra uno de sus movimientos caractersticos,

    .menciona enseguida a aquel en quien Quiroga se sobrevive

    iones estticas, y estas intuiciones, mentiras cientficas, pero verdades arts-

    , fiCas, dieron al libro estilo y grandeza que se sobreponen a los errores y pre-

    jnicios o anacronismos de que hemos hablado" ("El

    Facundo

    [1934], Ra-

    ' nin Doll,

    Lugones el apoltico y otros ensayos,

    Buenos Aires, A. Pea Lillo

    ditOr, 1966,

    p.

    216).

    14

    Natalio Botana,

    La tradicin republicana. _.,

    op. cit.

    Domingo Faustino Sarmiento,

    Facundo,

    Prlogo y notas de Alberto Pal-

    c9s, Buenos Aires, Ediciones Culturales Argentinas, 1961, p. 9. Todas las ci-

    tas siguientes del

    Facundo

    corresponden a esta edicin, aunque la ortogra-

    Ea ha sido actualizada.

  • 7/25/2019 Carlos-ALtamirano-Para-Un-Programa-de-Historia-Intelectual.pdf

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    42

    arlos Altamirano

    -:Irtroduccin al

    acundo

    3

    porque sigue vivo en una tradicin arraigada, Rosas, que

    prolonga y perfecciona en la actualidad lo que en el caudillo

    riojano era slo esbozo, instinto. Con Rosas, la barbarie rural

    se ha instalado en la culta Buenos Aires. Pocas lneas despus

    la imagen del enigma reaparece, pero ahora el interrogante

    que plantea no recae sobre las races del caudillismo y las gue-

    rras civiles, sino sobre la empresa de la organizacin nacional,

    y es Rosas, como la Esfinge, quien lo propone. Cmo buscar

    la solucin para el enigma, que cobra rpidamente otra figu-,

    ra clsica, la figura del "nudo gordiano"? Aunque se trata de

    un nudo que la espada no pudo cortar, es decir, aunque no

    pudieron aun con l las armas de la guerra. Pues bien, la so-

    lucin slo puede llegar desenredando los hilos de la madeja

    que entretejieron los antecedentes nacionales, la fisonoma

    del suelo, las costumbres y tradiciones populares. La solucin

    poltica y militar de la empresa de la organizacin nacional re-

    quiere, entonces, de una previa iluminacin intelectual del

    enigma.

    El secreto que nos revelar la evocacin de la vida de Fa-

    cundo Quiroga, siguiendo esta cadena de transiciones es, por

    lo tanto, de trascendencia. Pero la trascendencia no es pura-

    mente local. Imprimindole al discurso un giro que amplifica

    la resonancia del drama, Sarmiento nos dice que la propia Eu-

    ropa se vio atrada y arrastrada por las convulsiones de esta

    "seccin hispanoamericana", aunque termin por desviar la

    mirada, y los mejores polticos de Francia demostraron no

    comprender el poder americano, el de Rosas, que haba he-

    cho frente a ese pas. Incluso el gran Guizot, observar ms

    adelante, "el historiador de la civilizacin", dio pruebas de no

    entender, en su juicio sobre la intervencin francesa en la po-

    ltica rioplatense, lo que estaba en juego.

    Hagamos aqu un paralelo: Sarmiento proceder a desa-

    fiar en el terreno intelectual, como lo haba hecho Rosas en

    terreno militar, a los sabios y polticos europeos. Una infle-

    'kin de humildad, sin embargo, disimular la exposicin del

    desafio. Hace falta, comenta, alguien con la competencia doc-

    ta. de un Tocqueville para que haga en la Amrica del Sur lo

    que este ltimo llev a cabo en la Amrica del Norte. Y qu

    hubiera logrado el hipottico Tocqueville en el estudio de es-

    t seccin hispanoamericana? Poner al alcance de la curiosi-

    :aad intelectual europea un "nuevo modo de ser", mal conoci-

    ;dO y sin antecedentes. Ms an:

    Hubirase explicado el misterio de la lucha obstinada que des-

    pedaza aquella Repblica: hubiranse clasificado distintamente

    los elementos contrarios, invencibles, que se chocan; hubirase

    asignado su parte a la configuracin del terreno, y los hbitos

    que ella engendra; su parte a las tradiciones espaolas, y a la con-

    ciencia naciorapintima, plebeya, que han dejado la inquisicin

    espaola; sti'prt a la influencia de las ideas opuestas que han

    trastornado_ el,nipridpoltico; su parte a la civilizacin europea;

    su parten

    fin, a la democracia consagrada por la revolucin de

    11, a la igualdad, cuyo dogma ha penetrado hasta las capas in-

    feriores de la sociedad. (p. 11)

    Ahora bien, resultados parecidos a los de ese presunto

    Tocqueville es lo que Sarmiento nos promete, algo ms ade-

    lante, al exponer lo que busca a travs de la biografa de Fa-

    cundo. Aun admitiendo, pues, que carece de la versacin del

    modelo lejano, va a ensearles algo a esos europeos orgullo-

    sos de su saber, que han apartado la vista de estas tierras tras

    juzgar, sin estudio, que slo se advertan all las erupciones

    de un volcn sin nombre.16

    Nos hallamos as frente a lo que

    16

    El

    deseo de dar una leccin a los sabios europeos en realidad, de hu-

    millarlos-- lo formula abiertamente Sarmiento en la carta a Valentn Alsi-

  • 7/25/2019 Carlos-ALtamirano-Para-Un-Programa-de-Historia-Intelectual.pdf

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    troduccin

    al acundo

    5

    4

    arlos Altamirano

    podramos llamar una inversin de la desventaja. Ante la cul-

    tura legtima y sus representantes (polticos y escritores eu-

    ropeos), Sarmiento altera lo que es a sus propios ojos una

    desventaja ser slo escritor sudamericano sin los recursos

    de la ciencia, reivindicando, aunque sin decirlo, el dere-

    cho a un doble reconocimiento: el que se debe al mrito

    (por los orgenes humildes) y el que se debe a lo raro, es de-

    cir, a lo que es escaso y excepcional. Lo que va a descubrir,

    por otra parte, la revelacin de ese modo de ser nuevo, no

    interesa slo por la luz que arroje sobre las convulsiones de

    la vida argentina. Ayudar tambin a comprender las agita-

    ciones de la vida poltica espaola (por la Espaa americana

    se comprender la Espaa europea), y ms all, es decir, des-

    de un punto de vista ms universal, no es importante para

    la historia y la filosofa "esta eterna lucha de los pueblos his-

    panoamericanos"? Sobre el significado trascendente de esa

    lucha necesitan ser ilustrados los hispanoamericanos no me-

    nos que los europeos: aqullos se hacen eco de la propagan-

    da rosista contra el partido de la civilizacin en la contienda

    argentina.

    na que public a manera de prlogo en la segunda edicin de

    Facundo

    (1851). Haciendo referencia a una obra futura, cuyos materiales est reu-

    niendo y que versara sobre Rosas, escribe: "Pero hay otros pueblos y otros

    hombres que no deben quedar sin humillacin y sin ser aleccionados. 10h

    La Francia, tan justamente erguida por su suficiencia en las ciencias histri-

    cas, polticas y sociales: la Inglaterra, tan contemplativa de sus intereses co-

    merciales: aquellos polticos de todos los pases que se precian de entendi-

    dos, si un pobre narrador americano s presentase ante ellos con un libro,

    para mostrarles, como Dios muestra las cosas que llamamos evidentes, que

    se han prosternado ante un fantasma ...". Aqu aparece tambin la frmu-

    la de modestia ,"un pobre narrador americano", que no hace ms que

    agigantar el alcance de la empresa intelectual, y los rasgos de la obra en que

    suea son equivalentes a los del Facundo.

    Casi sin transicin, como si reparara y se adelantara a una

    -

    .Objecin que podra alimentarse de sus propias tesis, Sarmien-

    :

    n

    pregunta si la lucha contra Rosas no es vana, dado que es-

    . 'te ltimo no representa un "hecho aislado, una aberracin",

    sino "una manifestacin social, una frmula de una manera

    de ser de un pueblo". La pregunta (que es una forma de reto-

    mar el juicio que previamente haba atribuido a Guizot: en el

    _Vio de la Plata es el partido "americano" el que goza de apo-

    yo local) desencadena una serie de rplicas en que la afirma-

    - eion del voluntarismo tico-poltico se entrelaza con la afirma-

    -. ein de la ley que no puede dejar de abrirse paso: la ley del

    progreso. La verdad de sta no est menos inscripta en los he-

    hos que la verdad de Rosas. Por otra parte la palabra de

    . Sarmiento hace surgir otro escenario en el horizonte: el de la

    lucha que se libra con las armas dentro del pas, no es

    obli-

    gatorio para los qttelozan de la libertad de prensa, como en

    Chile, asistir por ese medioa quienes combaten directamen-

    te contra. 1*,dicta

    dura? Y la palabra

    prensa

    obra como un me-

    canismo e embrague para pasar a la interpelacin de otro

    destinatario, el propio Rosas: "jLa prensa La prensa He

    -

    aqu, tirano, el enemigo que sofocaste entre nosotros; he aqu

    el vellocino de oro que tratamos de conquistar; he aqu cmo

    la prensa de Francia, Inglaterra, Brasil, Montevideo, Chile, Co-

    rrientes, va a turbar tu sueo en medio del silencio sepulcral

    de tus vctimas" (p. 15).

    Podernos abandonar ya la parfrasis de la clebre Intro-

    duccin. Esta nos ha dejado ver la multiplicidad de destinos y

    destinatarios que Sarmiento imagina para su escrito y una de

    las formas que imprimir a su prosa, la de la prosa oratoria.

    La "Introduccin" nos ha anunciado tambin uno de los pro-

    psitos de

    Facundo:

    el libro va a ofrecer un trabajo de diluci-

    dacin, va a hacer inteligible lo que hasta entonces era un

    enigma. Si la dilucidacin tendr el carcter de una historia

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    arlos Altamirano

    va a contar una vida, esa historia ser iluminada con el au-

    xilio de una teora.

    17

    Sin seguir la marcha del texto, veamos a

    travs de la dilucidacin algunos elementos de esa teora.

    IV

    Si en Amrica Tocqueville haba visto ms que a Amrica,

    en la vida de Quiroga vera Sarmiento ms que a Quiroga. "He

    credo explicar la revolucin argentina con la biografa de Juan

    Facundo Quiroga, porque creo que l explica suficientemente

    una de las tendencias, una de las dos fases diversas que luchan

    en el seno de aquella sociedad singular", dice en la "Introdu-

    cin" (p. 17). Pero si este caudillo no era un caudillo simple-

    mente, "sino una manifestacin de la vida argentina tal como

    la han hecho la colonizacin y las peculiaridades del terreno",

    el personaje y su proyeccin deban ser, a su vez, explicados por

    los hechos del medio fsico e histrico. De ah las dos partes en

    que divide la historia de Facundo: en la primera, que ocupa los

    primeros cuatro captulos, evoca "el terreno, el paisaje, el tea-

    tro sobre el que va a representarse la escena"; en la segunda,

    que abarca los nueve captulos siguientes, aparece el "persona-

    je con su traje, sus ideas, su sistema de obrar" (p. 19). Para Sar-

    miento, que en esto adoptaba uno de los preceptos de la con-

    cepcin romntica de la historia, entre el personaje y su medio

    exista una unidad orgnica: se reflejaban mutuamente.

    17

    Recurdese que el estar asistido por tina teora era, a los ojos de Sarmien-

    to, lo que distingua el avance del saber histrico: "El historiador de nues-

    tra poca va a explicar con el auxilio de una teora, los hechos que la histo-

    ria ha transmitido sin que los mismos que la describan alcanzasen a

    comprenderlos" (D. F. Sarmiento, "Los estudios histricos en Francia",

    Obras..., t.

    II, p. 109).

    Introduccin al

    acundo

    7

    El escenario en que har su aparicin la figura del caudi-

    llo, como su emanacin ms autntica, es la campaa. En esa

    llanura extensa y poco habitada, nos dice Sarmiento, en que

    durante largo tiempo se cruzaron indios y espaoles, se haba

    forjado ya en los aos de la colonia un modo de vida distinto

    l de los ncleos urbanos. Primitivo, spero, expuesto a la pre-

    , sin inmediata de la naturaleza y a las arbitrariedades de la

    fuerza, alejado de la ley y las doctrinas de la ciudad, el modo

    de vida de la campaa pastora haba engendrado sus costum-

    bres y sus tipos sociales, todos los cuales no eran sino varian-

    tes de uno: el gaucho. El saber, las destrezas la del caballo o

    la del cuchillo, las del baqueano o las del rastreador, as co-

    ,.

    mo los valores de los habitantes de este mundo elemental, son

    los requeridos por las faenas rudimentarias de la estancia ga-

    nadera y una vida sometida permanentemente al peligro. Na-

    da estimula all M'asociacin, y la notoriedad de los hombres

    no proviene de la

    Wda

    :

    pblica, que no existe. Lo que produ-

    ce reputnorrsoli las habilidades estimadas por los gauchos y

    las peas del coraje fisico. ste era el ambiente de la

    barba-

    .... re,

    un trmino que en el lenguaje ideolgico de la poca, es

    decir, no slo en Sarmiento, representaba tanto un concepto

    como una invectiva.

    La anttesis del espacio brbaro es la ciudad: "all estn los

    talleres de las artes, las tiendas del comercio, las escuelas y co-

    legios, los juzgados, todo lo que caracteriza, en fin, a los pue-

    blos cultos".

    18

    La ciudad es el mbito de las leyes y de las ideas,

    el ncleo de la

    civilizacin

    europea rodeado por la naturaleza

    americanala pampa, el desierto. "Saliendo del recinto de

    la ciudad, escribe Sarmiento, todo cambia de aspecto: el hom-

    bre lleva otro traje, que llamar americano por ser comn a to-

    18

    D. F. Sarmiento,

    Facundo,

    Buenos Aires, Espasa Calpe, 1993, p. 77.

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    48

    arlos Altamirano

    ntroduccin al

    acundo

    9

    dos los pueblos; sus hbitos de vida son diversos, sus necesida-

    des peculiares y limitadas; parecen dos sociedades distintas,

    dos pueblos extraos uno de otro." No hay, pues, transicin de

    un espacio al otro.

    Hasta 1810 coexistieron en el territorio de la futura Argen-

    tina, una junto a otra, estas dos formas de establecimiento hu-

    mano, dos sociedades, dos "civilizaciones" (aunque una era ca-

    si una no sociedad y la anttesis de la civilizacin). Ambas eran

    producto de la accin conjugada del medio fisico americano

    y la colonizacin espaola y cada una se desenvolva en un es-

    cenario propio: la campaa pastora y la ciudad. Cada una de

    estas dos sociedades alojaba su propio espritu y su propio

    principio. La ciudad, el principio de la civilizacin europea o

    civilizacin a secas; la campaa, el principio de la barbarie, el

    antagonista de la civilizacin. Ambas permanecieron indife-

    rentes una de otra hasta que la revolucin de 1810 las puso en

    activo contacto. La revolucin de la ciudad, impulsada por el

    espritu del tiempo, es decir, por las ideas europeas (libertad,

    progreso...), movi, a su vez, a la campaa y sta introdujo un

    elemento extrao, un "tercer elemento", que trastorn el cua-

    dro clsico de toda revolucin.

    Cuando un pueblo entra en revolucin, dos intereses opuestos

    luchan al principio; el revolucionario y el conservador: entre no-

    sotros se han denominado los partidos que los sostenan, patrio-

    tas y realistas [...] Pero cuando en una revolucin

    una

    de las

    fuerzas llamadas en su auxilio se desprende inmediatamente,

    forma una tercera entidad, se muestra indiferentemente hostil

    a unos y otros combatientes (a realistas o patriotas), esa fuerza

    que se separa es heterognea; la sociedad que la encierra no ha

    conocido hasta entonces su existencia, y la revolucin slo ha

    servido para que se muestre y se desenvuelva.

    A esta tercera entidad no le conviene, dice Sarmiento, nin-

    gimo de los nombres consagrados de la poltica.

    Sobre el fondo de este esquema de las dos sociedades en

    presencia, que desde la revolucin ya no se ignoran mutua-

    mente, Sarmiento formula la interpretacin que revela el se-

    creto de las convulsiones argentinas. El movimiento revolucio-

    nario activ una doble lucha: una, la guerra de las ciudades,

    la que libraron contra el orden espaol los que buscaban abrir

    paso

    al progreso' de la cultura europea; otra, la que libraron

    los caudillos, representantes del espritu de la campaa, con-

    tra las ciudades. El objeto de esta otra guerra no era poner fin

    a la autoridad espaola, sino a toda autoridad y a todo orde-

    namiento civil. Para la campaa, la revolucin slo fue la opor-

    tunidad para desplegar, en un teatro ms vasto que el de la

    pulpera, los hbitos, las tendencias, todo lo que en su mbi-

    to era hostil al.41

    riut civilizado de la ciudad. En fin, "las ciu-

    dades triunfancleM-espaoles, y las campaas de las ciuda-

    des. He alui

    -

    iPlicado el enigma de la Revolucin Argentina,

    dyoptImer tiro se dispar en 1810 y el ltimo an no ha so-

    nado todava". El enigma de las guerras civiles y del poder de

    los caudillos hallaba, pues, su respuesta en la revolucin de la

    independencia y en el dislocarniento que ella haba produci-

    do en los cuadros sociales del Antiguo Rgimen.

    Bajo la luz de esta frmula interpretativa, que esclarece el

    secreto que desgarra la vida poltica argentina, comienza el re-

    lato de la vida de Facundo Quiroga. Si el esquema explica las

    condiciones y las tendencias generales que crearon el escena-

    rio para la trayectoria del caudillo riojano, la biografia se pro-

    pone enlazar en un destino, a la vez singular y representativo,

    los elementos discontinuos y dispersos de una historia colec-

    tiva. En la teora o doctrina que rige tanto la explicacin ge-

    neral como la biografia de Quiroga aparecen los elementos

    que Sarmiento conect para traducir al lenguaje del saber

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    arlos Altamirano

    Introduccin al

    acundo

    1

    o, si se prefiere, a la imagen que l se haba forjado de ese

    nuevo saber, que era el de la ciencia histrica ese "modo de

    ser nuevo", o espritu americano, que an no haba recibido

    una representacin intelectual adecuada. Tomemos slo algu-

    nos de esos elementos.

    En primer lugar, la anttesis clebre entre

    civilizacin y bar-

    barie.

    Los dos trminos no slo introducen una tipificacin

    conceptual de los antagonistas de la lucha, sino que amplifi-

    can el sentido de esa lucha, que se hace parte de una contien-

    da de alcances ms vastos. No menos importante es que la re-

    presentacin de las dos sociedades se inscribe as en un

    espacio simblico donde ambas se ordenan jerrquicamente,

    y la Superioridad de una, aunque aparezca momentneamen-

    te vencida, no puede sino conferirle ttulos de dominacin so-

    bre la otra. Desde el siglo xvin, cuando entra a formar parte

    del vocabulario intelectual occidental, la idea de civilizacin,

    indisociable de la idea de progreso y de perfeccionamiento se-

    cular, supona la marcha ascendente del gnero humano, que

    se desprenda de la barbarie, hacia formas siempre superiores

    de convivencia.

    19

    En el

    Facundo,

    la sociedad rstica aparece

    nombrada a veces como una civilizacin, como si Sarmiento

    admitiera un uso plural del trmino (no haba una, sino dos

    civilizaciones) para describir la unidad de todos los rasgos de

    cada forma de establecimiento humano. Como lo admita Gui-

    19

    Los trminos

    civilizacin

    y barbarie

    formaban parte del lenguaje de las eli-

    tes letradas rioplatenses desde comienzos del siglo XiX: "Aparecen en el

    Tel-

    grafo Mercantil,

    en el

    Semanario de Agricultura, Industria y Comercio,

    y en el

    C o-

    rreo de Comercio, los

    tres primeros peridico; que vieron la luz en Buenos Aires,

    en pleno virreinato (...]. En el

    Mensajero Argentino,

    de 1827, peridico de ten-

    dencia rivadaviana, hallamos por primera vez la dicotoma civilizacin-b