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    R D I G E R S A F R A N S K I

    Naci en 1945 en Rottwei l , Baden-Wrtten-

    berg (Alemania) . Fi lsofo, ensayista y autor

    de prestigiosas biografas dedicadas a grandes

    personajes de la cultura alemana, estudi filo-

    sofa, historia, germanistica e historia del arte

    en Frankfiirt del Meno y Berln. Desde 2002

    modera, junto al tambin fi lsofo Peter Slo-

    terdijk el popular programa televisivo Das

    Philosophische Quartett. Sus obras le han va-

    lido premios como el Friedrich Mrker 1995,

    el Ernst Robert Curtius 1998 y el Friedrich

    Nietzsche 2000. Adems de los ensayosEl mal

    y Cun ta globalizacin podemo s soportar?,Tus-

    quets Editores ha pubhcado sus clebres bio-

    grafas tituladas Un maestro de Aleman ia. Hei-

    degger y su tiempo\ Nietzsche. Biografia d e su pen-

    samiento-,Schiller oLainvencind el idealismoale-

    mn-,

    Schopen hauer y los aos salvajes de lafiloso-

    fia y Goethe y Schiller. Historia d e una amistad.

    La magistral traduccin de

    Romanticismo,

    de-

    bida a Ral Gabs, ha merecido el Premio

    ngel Crespo 2011.

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    Rdiger Safranski

    en Fbula

    1 8 1 . N i e t z s c h e

    Biografa de su pensamiento

    2 0 9 . U n m a e s t r o d e A l e m a n i a

    Martin Heidegger y su t iempo

    2 4 6 . E l m a l

    3 2 9 . S c h o p e n h a u e r

    y los a os salvajes de la filosofia

    3 3 3 . S c h i l l e r

    o La invencin del ideal ismo alemn

    3 4 1 . R o m a n t i c i s m o

    Una odisea del espri tu alemn

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    IBR^t

    teat/

    Rdiger Safranski

    Romanticismo

    U n a o d i s e a d e l e s p r i t u a l e m n

    Traduccin del alemn de Ral Gabs

    F A B U L A

    T U S Q U E T S

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    Ttulo original:Romantik. Eine

    deutsche

    Affre

    1.' edicin en coleccin Tiempo de Memoria: mayo de 2009

    1." edicin en Fbula: febrero de 2012

    Cari Hanser Veriag, Munich - Viena, 2007

    de la traduc cin: R al Gabs Palls, 2009

    Diseo de la coleccin: adaptacin de FERRATERCAMPINSMORALES

    de un diseo original de Pierluigi Cerri

    Ilustracin de la cubierta:

    A uf

    dem

    ^Zw (1818-1819), de Caspar David Friedrich, leo sobre lienzo,

    71

    X

    56 cm. de la fotografia: The State Hermitage Museum, San Petersburgo.

    Reservados todo s los derechos de esta edicin para

    Tusquets Editores, S.A. - Cesare C ant , 8 - 08023 B arcelona

    www.tusquetseditores.com

    ISBN: 978-84-8383-386-5

    Dep sito legal: B. 420-2012

    Impresin y en cuadem acin: Liberdplex, S.L.

    Impreso en Espaa

    Que da rigurosamente proh ibida cualquier forma de reproduccin, distribucin, com unicacin pblica o transfor-

    macin total o parcial de esta obra sin el permiso escrito de los titulares de los derechos de explotacin.

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    A D V E R T E N C I A

    ESTA ES U NA COPIA PRIVA DA PARA FINES EXCLU SIVAMEN TE

    EDUCACIONALES

    QUEDA PROHIBIDA

    LA VENTA, DISTRIBUCIN Y COMERCIALIZACIN

    El objeto de la biblioteca es facilitar y fomentar la educacin otorgando

    prstamos gratuitos de libros a personas de los sectores ms desposedos

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    discapacidades fsicas no tienen posibilidad para acciBII|^ bibI iotecas

    pblicas, universitarias o gubernamentales. En^ PnliP^lncla , una vez

    ledo este libro se considera vencido el prst

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    Quin recibe u.

    igual que qui

    a oscuras

    lo y deber ser

    :os perjuicios que

    mos que lo compre en

    recibe instruccin sin disminuir la ma;

    hu vela con la ma, recibe luz sin que yo quede

    Thomas Jefferson

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    ndice

    Prlogo 13

    P r im er a p a r t e : E l R o m an t i c i s m o

    1 19

    C om ien zo rom ntic o: H erder se hace a la m ar - Inventa r de nu evo la

    cultura - Individualismo y las voces de los pueblos - Sobre al balan-

    ceo de las cosas en el torrente del tiempo

    2 30

    De la revolucin poHtica a la esttica - Impotencia poltica y auda-

    cia potica - Schiller incita al gran juego - Los romnticos preparan

    su entrada en escena

    3 47

    El siglo manchado de tinta - Despedida de la sobriedad ilustrada -

    De lo extraordinario a lo prodigioso - Friedrich Schlegel y la carre-

    ra de la irona - El bello caos - La hora de los dictadores crticos -

    Convertir el mundo en una obra de arte

    4 66

    Fichte y el placer romntico de ser un yo - Exuberancia del corazn

    - Creaciones de la nada - La sociabilidad romntica - La legendaria

    comunidad de morada en Jena - Vuelos a las alturas y miedo a la

    cada

    5 82

    Ludwig Tieck - En la fbrica de literatura - Los excesos del yo en

    W illiam Lovell - Stiras literarias - El virtuoso de la pluma se en-

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    cuentra con un Wackenroder devoto del arte - Dos amigos a la bs-

    queda de la realidad de sus sueos - Noche mgica bajo el resplan-

    dor de la Luna y la poca de Durer - El Monte de Venus en el cre-

    psculo -

    Las

    peregrinaciones

    de

    Franz Sternbald

    6

    100

    Novalis - Amistad con Schlegel

    Junto al lecho de Schiller enfermo

    - Sophie von Khn - Amor y muerte - Sobre el placer de trascen-

    der - Himnos a la noche - Al descubierto, subterrneo - Los miste-

    rios de la montaa -

    La

    cristiandad o Europa - All donde no hay dio-

    ses, acechan los fantasmas

    7 121

    Religin romntica - Inventar a Dios - Experimentos de Schlegel -

    La entrada en escena de Friedrich Schleiermacher: religin es senti-

    do y gusto para lo infinito - Religin ms all del bien y del mal -

    Eternidad en el presente - Redencin por la belleza del mundo - En

    torno a la vida de un virtuoso de la religin

    8 136

    Lo bello y la mitologa - El ms antiguo programa de un sistema

    del idealismo alemn - Mitologa de la razn - De la razn del fu-

    turo a la verdad del origen - Grres, Creuzer, Schlegel y el descu-

    brimiento del Oriente - La otra antigedad - Los dioses de Hlder-

    Un - Su presente y su pasado - Desaparecer en la imagen

    9 155

    Poltica potica - De la revolucin al orden catlico - Idea romn-

    tica del imperio - Schiller y Novalis sobre la nacin cultural - La na-

    cin de Fichte - Del yo al nosotros - La sociedad como seno ma-

    terno - Ada m M ller y Edm un d Burke - Lo pop ular - Rom anticismo

    de Heidelberg - Guerra de liberacin - Romanticismo en armas -

    Odio a Napolen - Kleis t como genio del odio

    10 174

    Malestar romntico por la normalidad - Desencanto ilustrado - Lo

    racional y lo instrumental - Orgullo y sufrimiento de los artistas -

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    Kreisler - Crtica de los filisteos - Prdida de la diversidad - Espri-

    tu de la geometra - Ab urrim iento - El dios rom ntic o contra el gran

    bostezo - El lrico como si

    11 189

    Marchas e interrupcione s rom nticas - Eichend orfF - Viaje sin rum -

    bo - Cantos de sirenas - Confianza en Dios - En la ventana - El

    poeta y sus compaeros - Poesa de la vida - Irona piadosa - Tu-

    nante - El loco en Cristo - E.T.A Hoffmann: con mano suave - Sin

    arraigo firme - El juga dor - Esttica del terror - El para so est al la do ,

    pero tambin el infierno -

    La

    princesa Brambilla y la gran risa - So-

    ador escptico

    S e g u n d a p a r t e : L o r o m n t i c o

    2 2

    Mirada retrospectiva al caos de ideas - Hegel como crtico del Ro-

    manticismo - Mandato del espritu del mundo y sujeto pretencioso

    - Biedermeier y la Joven Alemania - En el camino hacia la realidad

    autntica - Luchas de desenmascaramiento - Crtica del cielo, des-

    cubrimiento de la tierra y del cuerpo - Futuro romntico, presente

    prosa ico - Strauss - Feuerbac h, M arx - H ein e entre los fi-entes - Ca n-

    cin final a la escuela romntica y defensa de los ruiseores - Sol-

    dado en la guerra de liberacin de la humanidad y nada ms que

    un poeta

    13 234

    El joven alemn Wagner - Rienzi en Pars - Revolucionario romn-

    tico en Dresde - Realizacin de los sueos del Romanticismo tem-

    prano: la nueva mitologa - Elanillode losNibelungos - Cmo el

    hombre libre produce el ocaso de los dolos - Anticapitalismo y an-

    tisemitismo - La experiencia mtica - Tristn y la noche romntica -

    La embriaguez simblica - Ataque general a los sentidos

    1 4 2 5 0

    Nietzsche sobre Wagner: el arte da la primera vuelta al mundo - Un

    espritu de la poca nada romntico: materialismo, reaUsmo, histo-

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    ricismo - Prisioneros dei trabajo - El Romanticismo de lo dionisia-

    co - La msica como lenguaje universal - Nietzsche se aleja de Wag-

    ner: se redime del redentor - Permanecer fiel a la tierra - El juego

    del nio del mundo en Herclito y Schiller - El final de la resis-

    tencia irnica - Derrumbamiento

    15 272

    Vida, nada ms que vida - Movimiento de la juventud - Reforma de

    la vida - Landauer - Irrupcin de una mstica - Hugo von Hof-

    mannsthal, Rilke y Stefan George - Magia guillermina de bastido-

    res: el acerado Romanticismo de la casa de la armada - Las ideas de

    1914 - Thomas Mann en la guerra - El aire tico, el aroma fustico,

    cruz, muerte y tumba

    16 294

    De la montaa mgica a la llanura - Langemarck - El caminante

    entre dos mundos - Dos corazones aventureros: Ernst Jnger y

    Franz Jung - Pasin de baile en Turingia - El viaje al Oriente - Ob-

    jetividad esforzada - La espera del gran instante - Antigedades ex-

    plosivas al final de la repblica - El Romanticismo poltico de Hei-

    degger

    17 314

    Acusacin contra el Romanticismo - En qu medida era romn-

    tico el nacionalsocialismo? Disputa en tomo al Romanticismo en

    el aparato cultural del nacionalsocialismo - Modernidad del nacio-

    nalsociaUsmo: Romanticismo de acero - Romanticismo del impe-

    rio - Nuremberg - Actitud romntica del espritu como prehistoria

    - Vida dionisiaca o biologismo - Extraeza ante el mundo, actitud

    devota frente al mundo y furor demoledor del mundo - La inter-

    pretacin superior del crudo acontecer - Heidegger como ejemplo -

    Hitler y el sueo febril del Romanticismo - Locura y verdad

    18 333

    La catstrofe y su interpretacin romntica: DoktorFaustus, de Tho-

    mas Mann - Interpretaciones superiores del acontecer crudo - De-

    sencanto - En guardia contra la embriaguez - La generacin escp-

    tica - Nueva objetividad otra vez - El vanguardismo, la tcnica y las

    masas - Adorno y Gehlen en el estudio de noche - Cunto tena

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    de romnt i co e l mov i mi ento de l 68? Sobre Romant i c i smo y po l -

    tica

    Apndices

    Referencias 357

    n d i c e o n o m s t i c o 3 7 5

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    Prlogo

    La escuela romntica recibi esta denominacin hacia el ao

    1800 . Se en t iende con semejan te nombre e l movimien to congregado

    en tomo a los hermanos Schlegel , que tom conciencia de s y a ve-

    ces cuerpo doctr inal en su revis ta Athenum, de duracin tan breve

    como vehemente . Se denomina as la l lamarada especula t iva que se en-

    ciende con el comienzo f i losfico de Fichte y Schell ing; tambin lo

    que fascin en las tempranas narraciones de Tieck y Wackenroder

    como aoranza del pasado y sent ido renacido de lo prodigioso , o la

    inclinacin a la noche y a la mst ica potica en Novalis . La escuela ro-

    mnt ica es ese sent imiento propio de un nuevo comienzo, e l espr i tu

    alado de una nueva generacin que sa l i a la luz preada de pensa-

    mientos y a la vez con nimo juguetn, dispuesta a l levar el temple de

    la revolucin al mundo del espr i tu y de la poesa. Ahora bien, es evi-

    den te que todo ese movimien to t i ene una p reh i s to r ia , un comienzo

    antes del comienzo.

    Las jvenes promesas, que no andaban fal tas de arrogancia, que-

    r an es tablecer un nuevo pr incip io , pero tambin dieron cont inuidad

    a lo que una generacin anter ior haba in ic iado con e l lema de

    Sturm

    und Drang

    ( tormenta e mpetu) . Johann Got t f r ied Herder , e l Rousseau

    alemn, haba dado e l impulso para e l lo . En consecuencia , podemos

    decir que la h is tor ia del Romant ic ismo alemn comienza en e l ao

    1769, en el momento en que Herder se hizo a la mar para viajar a Fran-

    cia, adonde l leg tras una precipitada travesa, a la manera de un fugi-

    t ivo, harto de la vida opresiva de Riga, donde el joven predicador tena

    que d iscut i r con los or todoxos y verse envuel to en enojosas cont ien-

    das literarias. En el trayecto se le ocurren ideas que le darn alas y que

    se las darn tambin a otros .

    As pues, Herder se hace a la mar. Comienza aqu nuestro viaje tras

    las huel las del Romant ic ismo y de lo romnt ico en la cul tura a lemana,

    13

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    u n via je que no s co ndu cir a Ber l n , a Jena , a Dre sde, do nd e los ro-

    mnticos instalaron sus cuarteles generales y donde dispararon los fue-

    gos ar t if iciales de sus ideas; donde soaron, cr i t icaron y fantasearon.

    La poca del Romant ic ismo en sent ido es t r ic to termina con Eichen-

    dor f f y E .T .A. Hof fmann , a r t i s t as romnt icos de l desencadenamien to

    y, s in embargo, a tados segn ot ros aspectos . E l pr imero era un buen

    catl ico y consejero gubernamental ; e l segundo, un consejero l ibera l

    del t r ibunal imper ia l . Ambos compaginaban una exis tencia doble , no

    f i jada a lo romnt ico . Era una forma de Romant ic ismo prudente y l le-

    vadera.

    Es te l ibro t ra ta del Romant ic ismo y de lo romnt ico . E l Romant i -

    c ismo es una poca. Lo romnt ico es una act i tud del espr i tu que no

    se c i rcunscr ibe a una poca. Cier tamente hal l su perfecta expres in

    en e l per iodo del Romant ic ismo, pero no se l imi ta a l .

    Lo romnt ico s igue exis t iendo hoy en d a . No es un fenmeno ex-

    c lus ivamente a lemn , aunque exper iment una acuac in espec ia l en

    este pas , hasta tal punto que fuera de Alemania a veces se equipara

    la cu l tu ra a lemana con e l Romant ic i smo y con lo romnt ico .

    Lo romnt ico se encuentra en Heine, que a la vez quiere superar -

    lo, lo mismo que en su amigo Karl Marx. El periodo previo a la revo-

    lucin de marzo (1848) lo l lev a la pol t ica y a los sueos nacionales

    y sociales . Luego vienen Richard Wagner y Friedrich Nietzsche, que no

    quer an ser romnt icos , pero que, como disc pulos de Dioniso , en rea-

    Hdad lo fueron. E l movimiento de juventud en torno a l ao 1900 fue

    romnt ico s in t rabas . En 1914, a l comienzo de la guerra , Thomas

    Mann y o t ros se s in t ieron obl igados a defender la cul tura romnt ica de

    Alemania f rente a la c iv i l izacin occidenta l . Los inquie tos aos vein te

    son un suelo nutr icio para las excitaciones romnticas; lo son en sus

    santos inflacionarios, en las sectas y ligas, en los viajeros al Oriente; se

    espera e l gran momento , la redencin pol t ica . La v is in de una pol -

    t ica adecuada a l ser que encontramos en Heidegger desemboca en un

    fata l Romant ic ismo pol t ico , que le hace tomar par t ido por la revolu-

    cin nacionalsocia l is ta . Qu grado de Romant ic ismo era inherente a l

    nacionalsocia l ismo? No era un racional ismo perver t ido ms que un

    R om an t ic ism o salvaje? N o es e lDoktorFaustus, d e T h o m as M an n , u n a

    interpretacin demasiado alta del acontecer crudo, o sea, un l ibro ro-

    mnt ico que l leva e l Romant ic ismo a ju ic io? Un poco ms tarde apa-

    recen los desencantos de la poca de posguerra; sale a escena la ge-

    neracin escptica con sus reservas frente a lo romntico. El viaje a

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    travs del fantstico paisaje alemn del espritu termina en la, por ahora,

    l t ima i rmpcin de lo romnt ico: e l movimiento es tudiant i l de 1968

    y sus consecuencias .

    La mejor def in ic in de lo romnt ico s igue s iendo la de Noval is :

    En cuanto doy a l to sent ido a lo ordinar io , a lo conocido dignidad de

    desconocido y apariencia inf ini ta a lo f ini to, con todo el lo romantizo

    Ich romantisiere).

    En es ta formulacin se advier te que e l Romant ic ismo mant iene

    una relacin subterrnea con la rel igin. Pertenece a esos movimientos

    de bsqueda que, durante doscientos aos de perseverancia , quis ieron

    contraponer a lguna cosa a l mundo desencantado de la secular izacin.

    El Romant ic ismo, entre o t ras muchas cosas , es tambin una cont inua-

    cin de la rel igin con medios estt icos , por lo que lo imaginario ha

    alcanzado con l una a l tura s in precedentes . E l Romant ic ismo t r iunfa

    sobre el pr incipio de real idad. Es bueno para la poesa y malo para la

    pol t ica, en el caso de que se extrave en lo pol t ico. Ah comienzan

    los problemas que nos p lantea lo romnt ico .

    El espr i tu romnt ico es mul t i forme, musical , r ico en prospeccio-

    nes y tentaciones, ama la lejana del fiituro y la del pasado, las sorpre-

    sas en lo cotidiano, los extremos, lo inconsciente, el sueo, la locura,

    los laberintos de la ref lexin. El espr i tu romntico no se mantiene

    idnt ico; ms b ien , se t ransforma y es contradic tor io , es aorante y c -

    n ico , a locado has ta lo incomprens ib le y popular , i rnico y exal tado,

    enamorado de s mismo y sociable , a l mismo t iempo consciente y d i -

    solvente de la forma. Goethe, cuando ya era un anciano, deca que lo

    romnt ico es lo enfermizo.

    Pero lo enfermizo tampoco era demasiado extrao para l .

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    Primera parte

    El Romanticismo

    Y el mundo comienza a cantar,

    si das con la palabra mgica.

    Joseph von Eichendorff, Varita mgica

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    Captulo 1

    Dos s iglos y medio despus de Coln y un s iglo antes del lema de

    Nietzsche -Filsofos, a la mar - , en un aventurero del espr i tu ger-

    min la necesidad de hacerse a la mar e irmmpir en lo terr ible que

    exis te en la real idad. El 17 de ma yo d e 1769, Jo h a n n G ottf r ied H erd er

    se despide de su comunidad con es tas palabras : Mi nica in tencin

    es conocer desde ms perspect ivas e l mundo de mi Dios. Herder par -

    t i a bordo de una nave que l levaba centeno y l ino a Nantes , aunque

    para l mismo la meta del viaje era incier ta todava. Pensaba en la po-

    s ib i l idad de desembarcar en Copenhague, pero tambin en la de cam-

    biar de barco en la costa del norte de Francia para dirigirse hacia des-

    t inos ms lejanos. La incert idumbre le avivaba la imaginacin: Igual

    que los apstoles y los f i lsofos, voy al mundo para verlo s in preocu-

    pacin.

    Hacerse a la mar s ignif icaba para Herder cambiar el elemento de la

    vida, t rocar lo f irme por lo f luido, lo cier to por lo incier to, conquis tar

    dis tancia y extensin. Tambin se agitaba la pasin de un nuevo co-

    mienzo. Estaba en juego la vivencia de una conversin, un viraje in-

    ter ior , enteramente a la manera como Rousseau exper iment su gran

    inspiracin veinte aos antes , bajo un rbol , de camino a Vincennes :

    el redescubrimiento de la verdadera naturaleza bajo la corteza de la ci-

    v i l izacin. Por tanto , antes de que Herder conozca a o t ros hombres ,

    o t ros pases y cos tumbres , l lega a un renovado conocimiento de s mis -

    mo, de su mismidad creadora. Balanceado por los vientos suaves del

    mar del Nor te , se entrega a la tormenta de sus pensamientos :

    En cuntas esferas hace pensar una nave que flucta entre el cielo y el

    mar Aqu tod o da al pen sam iento alas, m ov im ien to y dim ension es at-

    mo sfricas El aleteo de la vela, la nav e siempre vacilante, las nu bes en lo

    alto, la inm ens ida d de la atm sfera infinita En la tierra estam os atados a

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    un punto muerto y encerrados en el crculo estrecho de una situacin.. .

    Alma ma , cmo te encontrars cuando salgas de este mundo?

    Herder escr ibe que se embarc para ver e l mundo, aunque lo

    cier to es que a l pr incip io ve muy poco, en todo caso e l des ier to en mo-

    vimiento de las aguas y algunas l neas de la costa. Encuentra, en cam-

    bio, t iempo y ocasin para destruir su anter ior saber l ibresco, para

    aver iguar e inventar lo que p ienso y creo. E l encuentro con un mun-

    do extrao se convier te en un encuentro cons igo mismo. Ah es t lo

    caracter s t ico de esta ir rupcin alemana: a part ir de los medios l imita-

    dos que hay a bordo y en medio de la so ledad en a l ta mar , nues t ro

    predicador , a t rapado por la aoranza de la le jana , engendra para s

    m i s m o u n n u ev o m u n d o . N o en cu en t r a a n in g n in d io , n o d e r r i b a a

    ningn azteca o el imperio de los incas , no descubre tesoros de oro ni

    esc lavos , no emprende n inguna nueva medic in de l mundo; su nuevo

    mundo es de t a l ndo le que en un san t iamn tomar o t ra vez fo rma

    de l ibro. Herder , que haba dejado atrs unas estanter as l lenas de l i-

    bros cuyo nico lugar era el cuarto de estudio, al final vuelve a ser

    presa del mundo de los l ibros , pues tambin en el barco se regala con

    pro yec tos l i terar ios: '

    Qu obra sobre el gnero humano , sobre el espritu humano , sobre la

    cultura de la Tierra , sobre tod os los espac ios Tiem pos Pueblos Fuer-

    zas M ezclas Figuras Re ligin asitica , y cro no log a, po lica y filoso-

    fa . .. Todo lo griego Todo lo roma no Religin del norte. Der echo ,

    costum bres, guerra, ho nor poca papista, m onjes, eru dic in .. . Poltica

    de Ch ina, de Jap n Ciencias naturales del nu ev o m un do Costum bres

    americanas, etctera Historia universal de la for m ac in del m u n do

    Herder se nutr i durante toda su v ida de las ideas que haban acu-

    d ido a su mente en medio de l mar en movimien to . Escr ib i un d ia r io

    que es un importante documento de l i teratura y f i losofa de la segun-

    da mitad del s iglo XVIII, aunque las notas compues tas no aparecie-

    ron has ta despus de su muer te , con e l t tu lo de Diario de mi viaje del

    ao 1769. Despus de aquella travesa, el autor de esas anotaciones se en-

    con t r en e l ao 1771 en Es t rasburgo con un joven muy prometedor :

    Goethe; s te se s in t i poderosamente a t ra do por aquel torbel l ino de

    ideas y d i f i indi y desar rol l mucho de lo que escuch de boca de Her-

    der . En el l ibro dcimo de Poesa y verdad, Goethe recuerda e l pr imer

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    y casual encuentro cuando suba las escaleras en una posada de Es-

    t rasburgo, donde Herder se hospedaba en e l curso de su largo y dolo-

    roso tratamiento de las glndulas lacr imales . Goethe escribe que Her-

    der le pareci un abate, con sus cabellos empolvados y recogidos en

    rizos; y aade que suba con elegancia las escaleras, con el extremo del

    abr igo de seda indolentemente met ido en los bols i l los de los panta lo-

    nes . Goethe era entonces el receptor , el que aprenda. Le superaba en

    cinco aos de edad, pero se senta infer ior en casi todos los campos.

    La relacin era difcil . Es cierto que apreciaba los amplios conoci-

    mientos, los profundos puntos de v is ta de Herder , pero , por o t ra

    parte, haba de soportar que le r iera y reprendiera. No estaba acos-

    tumbrado a es to, pues, hasta ahora, escr ibe Goethe, las personas supe-

    r iores y de ms edad haban intentado instmirlo esclarecindole las

    cosas y mostrndole flexibil idad e incluso indulgencia. En cam-

    bio, de Herder , que con sus ideas le reorganizaba la cabeza, no se po-

    da esperar nunca una seal de aprobacin, comoquiera que uno se

    comportara. Por tanto, s i quera que diar iamente, incluso de hora en

    hora , aqul le t ransmit iera nuevos puntos de v is ta , Goethe tendr a que

    superar su vanidad.

    Vea en Herder al aventurero del espr i tu, que haba regresado de

    alta mar y traa el viento fresco del viaje, una brisa que est imulaba la

    fantasa. Con ese temple de nimo Goethe le escribe el 10 de jul io

    de 1772:

    Todava en la ola con mi pequeo bote, y cuando las estrellas se escon-

    den floto en las manos del destino, y en mi pecho alternan el valor y la

    esperanza, el miedo y el sosiego.

    El hecho de que Herder se pusiera en marcha y tuviera un co-

    mienzo tan explos ivo, s in duda br ind a l joven Goethe e l modelo para

    la escena en el cuarto de estudio del

    Fausto originario,

    que haba surgi-

    do bajo la impres in del pr imer encuentro con Herder : Ay , todava

    estoy encerrado en la pr is in? / [ . . . ] / Limitado por l ibros y ms l i-

    bros , / [ . . . ] / H uye Sal fuer a, hacia la di latada regi n. . . . Del m ism o

    modo que Faus to escapa por un boquete en e l muro de su sofocante

    cuar to de es tudio , tambin Herder haba huido de la ca tedral de Riga.

    Multitud de ideas se le ocurrieron a lo largo del viaje. Todo se le

    apareca en bella confusin y s in separaciones n t idas . Todava busca-

    ba la lengua adecuada para captar el ir y venir interior. La razn, es-

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    cribe, es s iempre una razn poster ior. Trabaja con conceptos de cau-

    sal idad y en consecuencia no puede comprender e l todo creador . Por

    qu? Porque los procesos causales son previs ibles , pero los creadores

    no. De ah que Herder busque un lenguaje que se a jus te a la mis ter io-

    sa movi l idad de la v ida; y que ms que conceptos busque metforas .

    Muchas cosas slo se per f i lan , se ins inan, se bar runtan . Algunos de

    sus coetneos se escandalizan por lo fluctuante y errante de su len-

    gua je . Kan t , por e jemplo , esc r ibe en tono i rn icamente comedido a

    Hamann, rogndole que le expl ique qu p iensa su amigo Herder ,

    pero si es posible, en el lenguaje de los hom bres [...], pues yo, pob re hijo

    de la tierra, no estoy organizado para el lenguaje divino de la razn in-

    tuitiva. Lo que yo alcanzo es aquello que se puede deletrear a partir de

    los conceptos comunes segn reglas lgicas.

    Herder tena la suf ic iente ar rogancia para pre tender renovar e l con-

    cepto de razn, aunque f i iera contra Kant , con quien haba es tudiado

    y a quien le unan lazos de amis tad . Herder se s in t i in te lectualmente

    unido a Kant mientras s te, en su periodo precr t ico, desarrollaba es-

    peculaciones cosmolgicas sobre el or igen del universo, del s is tema so-

    lar y de la Tierra, as como investigaciones antropolgicas , etnolgicas

    y geogrf icas . Es ta admiracin ante la mul t ip l ic idad del mundo feno-

    mnico responda a su gusto. Pero sus caminos se separaron tan pronto

    como el f i lsofo de Knigsberg empez a trazar l mites al entendimien-

    to y a infravalorar la importancia de la intuicin y de los sentidos. La

    Crtica de la razn pura era para Herder palabrera vaca y expresin

    de problemas insolubles y es tr i les . Objet a Kant , como lo har He-

    gel una generacin ms tarde, que el temor a errar podra ser l mis-

    mo el error . En todo caso, Herder no aceptaba las trabas prel iminares

    en el plano de la teora del conocimiento, y quera captar de l leno la

    vida. Habla de lo vivo en contraposicin a la razn abstracta. Desde

    su punto de vis ta, la razn viva es concreta y se sumerge en el elemento

    de la exis tencia, de lo inconsciente, de lo irracional , de lo espontneo,

    o sea, en la vida oscura, creadora, propulsora y propulsada. En Herder

    la vida adquiere un tono nuevo, un tono entusiasta. El eco se oir

    desde muy le jos . Goethe, poco despus del encuentro con Herder ,

    pondr en boca de Werther es ta exclamacin: Por doquier encuentro

    vida y nada ms que v ida . . . .

    La filosofa de la vida de Herder estimul el culto al genio en el

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    m o v i m i e n t o Sturm undDrangy mis tarde en el Romanticismo. En el los

    se considera genio a aquel en quien la vida brota con l ibertad y se de-

    sar ro l la con fuerza creadora . Comenz entonces un cul to midoso a los

    l lamados genios del mpetu. Haba en e l lo mucho de escenif icacin

    y pretensin, pero a la vez destel los de bro y confianza en uno mis-

    mo. El espr i tu del

    Sturm und Drang

    quiere ser comadrona de lo genial

    que, se supone, dormita en la persona como una d ispos ic in super ior

    y est a la expectativa de elevarse al mundo.

    En el l ibro doce de

    Poesa y verdad,

    Goethe, de manera re t rospect i -

    va, enjuiciar el tumulto de aquellos aos con cier ta displicencia, af ir-

    mando que el genio es la solucin general para esa poca tan fa-

    mosa, cacareada y desacreditada de la l i teratura en la que una masa de

    jvenes geniales irmmpieron con toda valenta y petulancia, para per-

    derse en lo carente de lmites.

    De hecho, Goethe y sus amigos se desbocaron un tanto en esa po-

    ca genial . Despus de su encuentro con Herder y de su tras lado a Wei-

    m ar en 1776, G oe the conv ir t i po r u n t iem po esa sede os tento s a de

    las musas en cuartel general de lo genial . Atrajo como una cola de co-

    meta a Lenz, a Kl inger , a Kaufmann y a los hermanos Stolberg , que

    entonces todava no se haban entregado a la devocin pot ica . Hubo

    notables fes t ividades, que decenios ms tarde seguirn en Boca de los

    fiUsteos de Weimar. Segn cuenta Cari August Bottiger, testigo de aque-

    llos das,

    entre otras cosas se celebr una bacanal del genio, a la que se daba co-

    mienzo arrojando todos los vasos por la ventana, para convertir en copa

    un par de sucias umas funerarias que haban sido extradas de un tmu-

    lo cercano.

    Los asis tentes pujaban en gestos y entradas en escena que preten-

    dan l lamar la a tencin con imper t inencia . Lenz h izo de bufn, Kl in-

    ger d io la nota devorando un t rozo de carne de cabal lo cmda, Kauf-

    mann se sentaba a la mesa ducal con e l pecho descubier to has ta e l

    ombligo, los cabellos revueltos y un colosal bastn nudoso. Entre las

    andanzas geniales de Goethe figura la de un viaje a caballo con su

    amigo e l duque . En e l camino cambiaron su a tuendo y buscaron aven-

    turas erticas . Bott iger narra que en Stuttgart tuvieron la ocurrencia

    de dir igirse a la corte, con lo que, de pronto todos los sastres hubie-

    ron de t rabajar d a y noche para confeccionar les una indumentar ia cor-

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    tesana. Y luego ambos aparecieron en la fiesta de final de curso de la

    Academia de Stut tgar t . Al l es taban de paso los dos genios admirados ,

    el duque de Weimar y su amigo Goethe, y se les vea sentados en la

    t r ibuna junto a Kar l Eugen. Desde a l l contemplaban con t ranqui la con-

    descendenc ia una conces in de p remios en la que ob tuvo una d i s t in -

    cin un alumno cuya carrera de genio an estaba por l legar: Friedrich

    Schiller. Tambin l celebrar y desplegar la vida fiierte en su fase

    de Sturm und Drang.

    La vida en una efervescente y germinante inquie tud t iene tambin

    algo de mons truoso, ante lo cual la conciencia se asus ta . Herder apun-

    ta, como ms adelante har Nietzsche, al abismo angustioso de lo

    vivo:

    Tampoco hay duda de que [. . .] la raz ms profiinda de nuestra alma est

    cubierta de noche. Nuestra pobre pensadora ciertamente no estaba en

    condiciones de captar cada estmulo, la semilla de cada sensacin en sus

    primeros componentes . No estaba en condiciones de or en todo su fra-

    gor el zumbante mar del mundo con olas tan oscuras, sin verse cercada

    por el estremecimiento y la angustia, por la prevencin de todos los mie-

    dos y la pusilanimidad, sin que se le cayera el timn de las manos. Por

    tanto, la naturaleza maternal alejaba de ella lo que no poda insertarse en

    su conciencia clara [. . .]. El alma se encuentra en un abismo de infinitud

    y no sabe que est sobre l; gracias a esta dichosa ignorancia se mantiene

    firme y segura.

    El concepto de naturaleza viva en Herder abarca lo creador, a lo

    que nos conf iamos eufr icamente , pe ro t ambin lo inqu ie tan te , que

    nos amenaza. Son es tas sensaciones mezcladas las que se imponen a

    Herder en su viaje mar t imo. Las ideas principales que, en medio del

    tumul to de pensamientos , desgrana Herder con c lar idad en a l ta mar y

    en la poca s iguiente, y que luego inf luirn en los romnticos, son s-

    tas . En primer lugar , todo es his tor ia. Y esto ha de decirse no slo del

    hombre y de su cul tura , s ino tambin de la natura leza . Pensar la h is -

    tor ia como el proceso de una evolucin que produce la mul t ip l ic idad

    de formas natura les es una novedad, pues con e l lo la creacin div ina

    del mundo se in t roduce en e l desar ro l lo de la natura leza . La natura le-

    za misma pasa a ser aquella potencia creadora que antes se desplazaba

    a un mbi to extramundano. La evolucin recorre d iversos n iveles , e l

    mineral , el vegetat ivo y el animal. Cada nivel t iene su derecho en s ,

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    pero contiene a la vez el germen del respectivo estadio superior . Y to-

    dos los niveles son estadios previos del hombre. ste se dis t ingue por

    el hecho de que puede tomar en sus propias manos la potencia crea-

    dora que acta en la naturaleza. Puede hacerlo gracias a la intel igencia

    y al lenguaje, y t iene que hacerlo porque es pobre en inst into y est

    desprotegido. Por tanto, la potencia creadora de cultura es expresin

    tanto de una fuerza como de una debi l idad.

    Con este pensamiento, con la idea de que el hombre es el ser de-

    fectuoso que crea cul tura , Herder promueve la antropologa moder-

    na. La his toria cultural del hombre pertenece, segn l , a la his tor ia de

    la naturaleza, s i bien a una his toria de la naturaleza en la que la fuer-

    za natura l , que has ta ahora actuaba s in conciencia , ha tomado con-

    ciencia de s misma por medio del pensamiento y de su in tencionada

    fuerza creadora . La t ransf iguracin del hombre por medio de s mismo

    y la formacin de la cul tura como medio de v ida es en trminos de

    Herder l a promocin de l humanismo. E l humanismo no es t f r en te

    a la naturaleza, s ino que en lo referente al hombre es la verdadera rea-

    l izacin de su naturaleza. Herder leg al s iglo xix el concepto de una

    his tor ia d inmica, abier ta . No concibe n ingn sueo de una prehis to-

    r ia paradis iaca a la que sea deseable retomar. Todo instante, toda po-

    ca contiene sus propios desafos y una verdad que es necesario captar

    y conf igurar . De ese modo, Herder se hal la en profunda contradiccin

    con Rousseau, para quien la civi l izacin actual representa una forma

    de decadencia y al ienacin: En todas las pocas, y en cada una a su

    manera , e l gnero humano t i ene como meta comn la f e l i c idad ; de-

    sat inar amos s i , como Rousseau, ensalzramos t iempos que ya no son

    y nunca fueron, escr ibe Herder en e l Diario.

    La his toria tampoco es , como piensan los material is tas franceses ,

    un aproximado ms o menos, conf iado a l azar y a l mecanismo s in

    alma. Por el contrar io, t iene sentido, aunque no est ordenada a un f in

    que podamos comprender de an temano . La rea l izac in de l a humani -

    dad es una especie de exper imento del mundo, un proceso abier to

    cuyo t ranscurso depende de los hombres , aunque en e l t ras fondo ac-

    te una in tencin de la natura leza . Pues to que esa in tencin no pue-

    de captarse de manera explci ta , no queda s ino realizar la obra de la

    propia conf iguracin segn patrones que e l hombre mismo se seala .

    Tal props i to acta como un comps in terno que indica la d i reccin

    respect iva , en la que puede encontrarse un mximo de autoconf igura-

    c in comuni tar ia . E l proceso h is tr ico no t ranscurre l inealmente , s ino

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    que se real iza a travs de rupturas y ajustes . Hay que contar con gol-

    pes y revoluciones. . . , con experiencias que aqu y al l l legan a la exal-

    tacin, se vuelven violentas e incluso repugnantes, escribe Herder . No

    hay que asustarse por el lo, pues as son las formas volcnicas en las

    q u e i r m m p e lo n u ev o .

    Nunca la h i s to r ia hab a s ido en tend ida en una fo rma tan d inmi-

    ca y enft ica , y sorprende que es to sucediera precisamente en una Ale-

    mania escindida en pequeos es tados , en una Alemania que se haba

    quedado a t rasada, donde la h is tor ia real , en c ier to modo, se haba con-

    gelado. Se produca en Herder una d ispos ic in del nimo para e l gran

    acontecimiento de la Revolucin f rancesa , pues por pr imera vez se l le-

    gaba a una real idad donde pareca cumplirse en la his tor ia lo que Her-

    der se haba promet ido de e l la dos decenios antes .

    En segundo lugar , despus del concepto de h is tor ia d inmica, la

    ot ra idea de Herder que ha tenido una repercus in poderosa es su des-

    cubr imiento del individual ismo (o e l personal ismo) , y en consecuen-

    cia, la pluralidad.

    El hombre es una abs t raccin, s lo hay hombres . La v ida en su

    conjunto t iene en cada es tadio evolut ivo su propio derecho y su pro-

    pia s ignif icacin, y lo mismo sucede con e l gnero humano. Cada in-

    dividuo acua en una forma especia l lo que e l hombre es y puede ser .

    Herder def iende un per sona l i smo rad ica l . Se da l a humanidad como

    dimens in abs t racta , y se da la humanidad que cada uno puede res -

    petar en s mismo y l levar a una f igura individual . De esta l t ima se

    trata. Desde esta perspectiva, la his tor ia ya no es slo el gran panorama

    res pe cto del cual se des lind a el in di vi du o. Las fiindamentales fiierzas

    motrices de la his tor ia, que descubrimos f i iera de nosotros , pueden y

    deben ser descubier tas por e l individuo en l mismo como to ta l idad

    creadora , hecho que Herder exper iment ext t icamente durante su t ra-

    ves a mar t ima. Slo e l que exper imenta e l pr incip io creador en su pro-

    pio cuerpo, lo descubrir tambin f i iera, en el curso del mundo y en

    la naturaleza. Ms tarde, en las Mximas, Goethe resumir es te pensa-

    miento con la frase: Slo puede juzgar sobre his tor ia el que en s mis-

    mo ha exper imentado his tor ia .

    El ser s ingular que se conf igura como individuo es y se mant iene

    como un centro de sent ido , por ms que neces i te s iempre de una co-

    munidad, cosa que no puede negarse . Pero , segn Herder , s ta deber a

    estar organizada de tal manera que cada uno pueda desarrollar su ger-

    men individual de v ida . En es te desar rol lo la comunidad es una unin

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    para la ayuda recproca. La unin de los individuos en la comunidad

    no da s implemente una suma, s ino que, a t ravs de la accin conjun-

    ta, forma en cada caso un espr i tu especial , que brota de la unin y

    confiere a los individuos un cl ima espir i tual de vida. Para Herder el

    hombre como ind iv iduo es t enmarcado en la comunidad , que es una

    especie de individuo mayor. Se trata de un conjunto de crculos con-

    cntricos, a saber, la familia, las tribus, los pueblos, las naciones, que en

    su respectivo nivel constituyen una sntesis espiritual. En relacin con

    los pueblos , Herder habla del espr i tu de los pueblos . Pero es impor-

    tante resal tar que estas unidades superiores son pensadas desde el indi-

    viduo. Lo mismo que los individuos part iculares entre s , tambin las

    unidades superiores forman una plural idad, la del espr i tu del pueblo.

    Para seguir las huellas de este espritu del pueblo, durante su viaje

    en barco Herder concibi e l p lan de recoger canciones populares y

    otros tes t imonios culturales . Lo l levar a la prctica y con el lo pasar

    a ser un acicate y un modelo para los romnticos en orden a es ta ac-

    t ividad coleccionis ta.

    Tambin en la coleccin de ant iguas canciones del reper tor io po-

    pular , Herder s igue s iendo individualis ta. Pues con el espr i tu del pue-

    blo ocurre lo mismo que con los individuos, a saber , que el desarrollo

    de la propia peculiar idad no slo ha de respetar la peculiar idad de los

    otros , s ino que adems debe cons iderar la como una ganancia . De la

    mul t i tud de pueblos emergen muchas voces . Por pr imera vez la mul t i -

    pl icidad hace que bri l le la r iqueza de lo humano. Herder es taba lejos

    de practicar un patr iot ismo estrecho de miras . Lo que quiere es ayudar

    a comprender mejor a los o t ros pueblos en sus t radic iones :

    He rastreado la manera de pensar de las naciones, y lo que he averigua-

    do sin sistema ni cavilosidad es que cada una de ellas gest documentos

    segn la religin de su pas, la tradicin de sus padres y los conceptos de

    las naciones, y que estos documentos aparecen en un lenguaje potico, en

    revestimientos y ritmos poticos, o sea, que en cada una de ellas se for-

    maron canciones mitolgicas nacionales sobre el origen de sus ms anti-

    guos monumentos .

    Herder haba vivido en Riga en medio de una abigarrada mezcla de

    rusos, l ivonios y polacos. El es trato superior , pol t icamente decis ivo en

    el gobierno republ icano de la c iudad, que se hal laba bajo soberana

    rusa, era alemn. Al vivir rodeado de otros pueblos , se agudiz para la

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    t radic in de la cul tura a lemana; s in embargo, como pas tor , in tent im-

    pedir por cur ios idad y por sent imiento de jus t ic ia que la comunidad

    alemana se encapsulara en s misma frente a los l ivonios y msos, los

    cuales en su mayor a v iv an en una inmensa pobreza . En la in t roduc-

    cin a la coleccin de canciones Vocesde los pueblos, Herder se remite a

    las experiencias en Riga con la cultura y la poesa nativa del pueblo:

    Sepa usted, pues, que yo mismo he tenido oportunidad de ver restos vi-

    vos de este antiguo y salvaje canto, ritmo y danza entre pueblos vivos, a

    los que nuestras costumbres no les han permitido que se convirtieran

    completamente en lenguaje, canciones y usos, dndoles a cambio algo

    muy muti lado o s implemente nada.

    Herder , el coleccionis ta de canciones populares , cier tamente se ase-

    gur de sus propias races culturales y aspir a fomentar y vivif icar

    la peculiar idad y la cultura alemanas, pero s in arrogancia. Cuando la

    percib a en o t ros , o cuando no poda menos de adver t i r que a l lo en-

    tendan de es ta forma, reaccionaba con gran enojo:

    Qu es una nacin? Un gran jardn descuidado, l leno de hierbajos y ma-

    leza. Quin aceptar indiscriminadamente este punto de reunin de ne-

    cedades y defectos, de exquisiteces y virtudes, y [ . . .] romper una lanza

    contra otras naciones? Dejadnos contribuir al honor de la nacin en la

    medida de lo posible; y tambin hemos de defenderla cuando se le infl i-

    ge injusticia. Pero ensalzarla ex profeso me parece un acto de vanagloria

    [. . .] . Sin duda la naturaleza ha dispuesto que un hombre, y tambin un

    linaje y un pueblo, aprenda de otro y junto con otro [ . . .] , hasta que fi-

    nalmente todos hayan comprendido la dif c i l leccin: no hay ningn pue-

    blo que sea el pueblo escogido por Dios en exclusiva; todos han de bus-

    car la verdad, el jardn de la mejor comunidad ha de ser cultivado por

    todos 1.. .] . Ningn pueblo de Europa puede cerrarse frente a los otros y

    decir neciamente: en m y slo en m mora toda la sabidura.

    El pat r io t ismo de Herder era democrt ico y se apoyaba en la mul-

    t ip l ic idad de las cul turas . Hacia dnde conducen los muchos cami-

    nos? Sin duda, no l levan a l dominio de un pueblo sobre o t ros , s ino

    que, de acuerdo con la imagen ideal de Herder , conducen a un jar -

    d n de la mul t i formidad, donde las cul turas de los d iversos pueblos

    desar rol lan sus mejores pos ib i l idades en un c l ima de del imi tacin, in-

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    tercambio y fer t i l izacin recprocos. El pr incipio creador, que l vea

    en accin dentro de las culturas populares , le hizo tan s imptica la de-

    mocracia , que su toma de par t ido a favor de la Revolucin f rancesa

    disgust ms adelante a Goethe, quien calif icaba a veces a su amigo

    Herder de jacobino de pura cepa.

    El descubrimiento de la his tor ia dinmica, con todo lo que de el la

    se s igue, desde un orgulloso individualismo hasta la humildad ante los

    ant iguos tes t imonios de la cul tura popular , produjo una cesura real en

    el espr i tu occidental . Desde entonces la vis in his trica de las cosas

    ha pasado a ser algo obvio. La his toria lo reduce todo a un plano re-

    lat ivo. Y as se convierte el la misma en algo absoluto: f rente a la his-

    tor ia n ingn dios , n inguna idea , n inguna moral , n ingn orden socia l ,

    n inguna obra pueden af i rmarse como algo absoluto . Incluso e l b ien ,

    lo verdadero, lo bello, enclavados antes en el cielo de las ideas y reve-

    laciones inmutables, caen en la resaca del devenir y del perecer. Tam-

    bin lo bello t iene que morir, leemos en Schil ler , y el crepsculo de

    los dioses y la transvaloracin de los valores sern tambin una con-

    secuencia de la conciencia his tr ica. Por tanto, podemos decir que los

    pensamientos de Herder en a l ta mar son ya romnt icos , pues nos d is -

    ponen para el vaivn de las cosas en el torrente del t iempo.

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    Captulo 2

    Entre e l v ia je por mar de Herder y e l pr imer Romant ic ismo acon-

    tece una gran cesura temporal , la Revolucin francesa. Apenas ha exis-

    t ido o t ro acontecimiento capaz de t ransmit i r , como s te , tanto impulso

    a la v ida in te lectual de Alemania . La pr imera i rmpcin del pr imer Ro-

    mant ic ismo es tormenta e impulso

    Sturm und Drang),

    y trans curri a tra-

    vs de la experiencia de la Revolucin.

    En Francia haban sucedido acontecimientos a los que los coet-

    neos , tambin en Alemania , a t r ibuyeron impor tancia para la h is tor ia

    universal . Tambin las generaciones fu turas vern esos acontecimientos

    con cons ternacin y admiracin. Se t ra ta de sucesos que ya en e l mo-

    mento de acon tecer emi ten un resp landor m t ico y pueden in te rp re -

    tarse como escenas or ig inar ias del nacimiento de una nueva poca. Son

    acon tec imien tos que , apenas se han p roduc ido , s e perc iben por todas

    partes , incluso en las lejanas ciudades de Tubinga, Jena o Weimar,

    como dignos de regis trarse, como clsicos. Fueron de esta ndole: el

    Ju ra m en to del Jueg o de pelo ta e l 20 de jun io de 1789, cu an do los d i -

    putados del tercer es tado se cons t i tuyen en Asamblea Nacional y se

    con juran para permanecer un idos has ta l l evar a t rmino una Cons t i tu -

    ci n; el 2 de jul io la de st i tuc in de Necker , m inis tro l iberal de f inan-

    zas , como pr imer acto de la contrar revolucin y e l pos ter ior asal to a

    la Bastilla el 14 de julio; la furia de la justicia del linchamiento; los pri-

    meros ahorcamientos de ar is tcra tas ; la formacin de la guardia na-

    cional; el 17 de jul io, la pr imera capitulacin del rey, que se doblega

    ante la Guardia Nacional y comienza a luci r la escarapela ; e l dermm-

    bamiento del poder es tatal en las provincias , la revuelta de los campe-

    sinos y la subversin en las ciudades; el gran miedo, que mantiene

    el pas en vilo; el comienzo de la emigracin de la nobleza, con la hui-

    da del ornamento de la antigua Francia por la carretera de Turn, y con

    los dos hermanos del rey a la cabeza de un squito de mil lares de per-

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    sonas ; la noche memorable del 3 a l 4 de agos to , cuando la Asamblea

    Nacional , ebr ia de su propia audacia , t r i tura con numerosos decretos

    l lenos de patet ismo el secular s is tema feudal de Francia; la declaracin

    solemne de los derechos del hombre y del c iudadano e l 26 de agos to ;

    el segundo gran alzamiento en Pars el 5 de octubre, cuando las tende-

    ras obligan al rey y a la Asamblea Nacional a trasladarse de Versalles a

    Pars.

    Desde la le jana de un t iempo pos ter ior , los aos comprendidos en-

    t re 1789 y 1804, ao en que Napolen es coronado emperador , apare-

    cen como un gran ins tante h is tr ico; en cambio, para sus contempo-

    rneos se trat de un proceso largo y complicado. Se suplantaron las

    formas de gobierno, pasando de la democracia absoluta a la cons t i tu-

    cional , y luego a la parlamentaria, que a su vez se transform en la dic-

    tadura jacobina. Le sigui el Directorio autoritario y, finalmente, el im-

    per io napolenico, que una e lementos res taurat ivos y revolucionar ios .

    Entretanto, el rey es ejecutado y se suceden el Terror y las guerras, que

    l levaron a Alemania tanto los logros como el horror de la Revolucin.

    En Alemania no se daba la opor tunidad de una revolucin desde

    abajo , s i prescindimos del per iodo in termedio de la Repbl ica de Ma-

    guncia (1793) , que pudo mantenerse a lgunos meses con la proteccin

    de Francia. La prensa se implic intensamente en aquel episodio, en el

    que cooper Georg Forster , escr i tor y natural is ta que haba circunna-

    vegado el globo. El final fiie fatal para la repblica y para Georg Fors-

    ter. Las tropas aliadas, en cuyo squito figuraban Goethe y el duque de

    Weimar , reconquis taron la c iudad en e l verano de 1793 y emprendie-

    ron una batida de republicanos. Georg Forster , que haba s ido envia-

    do a Pars para negociar la adhesin de la ciudad a Francia, muri al l

    amargado y empobrecido en enero de 1794. En consecuencia , no f i ie

    pos ib le n inguna revolucin desde abajo , pero tanto ms incis iva resul-

    t la revolucin desde ar r iba . En pocos aos se der rumb el ant iguo

    orden es ta ta l . Se hundi e l Sacro Imper io Romano Germnico, y se

    form en Alemania un nuevo s is tema es ta ta l . Napolen despoj de

    su poder a las casas regentes, las instrumentaliz; en los estados de la

    Confederacin del Rin se ins taur e l Cdigo Civi l de la Francia na-

    polenica .

    La mayora de escri tores e intelectuales de Alemania vieron con cla-

    r idad y de inmediato que los sucesos en Francia s ignif icaban el co-

    mienzo de una nueva poca. Apenas era posible sustraerse al arrebato

    de la hora his tr ica. Kant escribe:

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    Semejante fenmeno en la historia de la humanidad ya no se olvida, pues

    ha descubierto en la naturaleza humana una disposicin y una facultad

    para lo mejor, algo que ningn polt ico haba desentraado por el curso

    anterior de las cosas.

    Ta m bin H egel , al igual qu e K ant, co nte m pla la Re volu cin france-

    sa como el comienzo de una nueva poca en la h is tor ia de la huma-

    n idad :

    Desde que el sol est en el firmamento y los planetas giran a su alrede-

    dor, no se haba visto que el hombre se sostuviera sobre su cabeza, es de-

    cir, sobre el pensamiento y construyera la realidad de acuerdo con l.

    La Revolucin se percib i como una escena or ig inar ia de la accin

    ftmdadora de la socied ad. Lo qu e hasta aqu el m o m e n to las teoras i lus-

    tradas del contrato social , dentro de las cuales Rousseau era el caso ms

    reciente , haban proyectado en una prehis tor ia abs t racta y en un espa-

    cio igualmente abs t racto , ahora desper taba de pronto en los hombres

    la fe en una realizacin inminente, en un presente al alcance de la

    mano. En trminos de Kant , es to confer a a aquel acontecimiento e l

    aura de una his toria vaticinadora. Quien ya antes profesaba las ideas

    filosficas de la liberta d y de la igua ldad p od a ver en la R ev olu ci n el

    tr iunfo prctico de la f i losofa, de acuerdo con el antirrevolucionario

    Fr iedr ich Gentz . Por tanto , pues to que eran los propios pensamientos

    los que aqu se traducan a la accin, vis to desde lejos era posible sen-

    t i r se todava como un actor que haba par t ic ipado en los aconteci -

    mientos . F inalmente , se demostraba que e l pensamiento y la escr i tura

    no slo in terpretan e l mundo, s ino que adems lo cambian, y es to ,

    quizs , hasta tal punto que en general la idea y el espr i tu r igen el mun-

    do, y as se t ra ta s lo de encontrar los pensamientos adecuados para

    tocar el nervio del t iempo. Muchos intelectuales , tambin f i iera de

    Francia , v ieron la Revolucin como su revolucin, pues cre an que

    hab an con t r ibu ido a p roduc i r la . Tenemos un caso concre to en Kant ,

    que a pesar de sus reparos en detal les part iculares , mantuvo su s impa-

    t a para con la Revolucin hasta el f nal de sus das , una s impata fun-

    dada en un sent imiento de par t ic ipacin y responsabi l idad, ta l como

    lo hemos descri to. Desde su punto de vis ta, Francia, en cier to sentido,

    haba real izado en representacin de la humanidad entera e l gran in-

    tento prctico de sal ir de una culpable minora de edad.

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    Y de esa manera la Revolucin, por lo menos a l pr incip io , v ino a

    dar alas al idealismo. El idealismo, escribe Schlegel, no es otra cosa

    en sentido prctico que el espr i tu de esa Revolucin; y Hegel af ir-

    ma que la razn perfor como un topo a t ravs del pesado re ino de la

    tierra y ahora se ha abierto paso hasta la luz del da. Esta imagen de

    la Revolucin como luz del da o aurora se encuentra en casi todos

    los escritores durante los primeros aos noventa del siglo XVIII. Quizs

    el que la proclam con ms energa f i ie el anciano Klopstock, que trans-

    form la Revolucin en una tarda primavera l r ica:

    Ya la dieta del galo imperio alborea,

    lluvia matutina en los esperanzados cala,

    por mdula y huesos el nuevo sol venga,

    el consolador que nadie a soar llegara.

    En un pr imer momento los jvenes romnt icos se hal lan entre los

    entusiastas del amanecer his tr ico. Hlderl in, Hegel y Schell ing plan-

    tan en Tubinga un rbol de la l ibertad. Schell ing se propone renunciar

    a sus estudios de teologa, quiere escapar de curas y escribanos y ao-

    ra los aires libres de Pars. El estudiante de bachillerato Ludwig Tieck

    compone un d rama sobre e l a lzamien to popu la r :

    Acrcate, libertad,

    que yo a tus brazos

    me quiero entregar...

    Y tres aos ms tarde, en 1792, escribe a Wackenroder:

    Si yo fuera ahora francs , no me quedara aqu sentado, pero por des-

    gracia estoy en una monarqua que lucha contra la libertad, entre hom-

    bres que todava son lo bastante brbaros para despreciar a los franceses.

    Oh , encontrarse en Francia tiene que ser un gran sentimiento. Comba-

    tir a las rdenes de Dumouriez y poner en fiiga a los esclavos, e incluso

    caer; qu es una vida sin libertad?

    Wackenroder , un joven de sensibil idad a f lor de piel , comparte de

    todo corazn el entusiasmo de Tieck, y cuando ya ha cado la cabe-

    za del rey, anota con fr ialdad:

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    La ejecucin del rey ha hecho que Berln entero se asustara por el asun-

    to de los franceses; pero yo no he sido presa del espanto. Sobre tales

    acontecimientos s igo pensando como antes .

    Sin embargo, a diferencia de Tieck, Wackenroder confiesa que le

    fal ta valor para luchar a favor de la Revolucin. En cualquier caso, tam-

    bin e l entus iasmo de Tieck se mant iene dentro de l mi tes romnt icos

    y no l lega a una conf i rmacin prct ica . Tambin e l joven Schle ierma-

    cher condena a l comienzo de la pr imera guerra de coal ic in las in-

    tenciones despt icas de los pr ncipes europeos , que in tentan sofocar

    la revolucin; y e l hecho de que un monarca sea ungido no le pa-

    rece motivo suficiente para que no se le pueda cortar la cabeza. Fichte

    publica sus Aportaciones para rectificarlos juicios del pblico sobre la Revo-

    lucin francesa,en las qu e atr ibu ye de m an era explcita al pu eb lo el

    derecho a la revolucin y afirma que en ella se puede actuar con violen-

    cia. En el t ratado

    Ensayo sobre el

    concepto

    de republicanismo,

    aparecido

    en 1796, Friedrich Schlegel , superando la defensa kantiana de la demo-

    cracia representat iva, propugna la democracia directa, que a su juicio

    puede renunciar a la d iv is in de poderes , que para Kant es un com-

    ponente esencia l del republ icanismo. En cualquier caso , cuando Schle-

    gel compuso es te escr i to , mantena un v nculo muy es t recho con los

    sucesos revolucionar ios , pues es taba enamorado de Carol ine Bhmer ,

    que, como amiga de Georg Fors ter , haba cooperado act ivamente con

    la Repbl ica de Maguncia , y por esa razn tuvo que esconderse cuan-

    do las autoridades intervinieron. Ms tarde. Caroline se casar con

    Augus t Wi lhe lm, hermano de Sch lege l , y luego , en e l momento cum-

    bre de la sociabil idad ro m n tica en Jen a, acabar en brazos de Schell ing.

    Tambin en las cartas de Novalis se desborda el entusiasmo revo-

    lucionario. Se habla en el las de ardor de la l ibertad, de esclavitud, de

    odio a los t i ranos. Novalis se regala con metforas revolucionarias .

    Cuando el 1 de agosto de 1794 confiesa a su amigo Friedrich Schlegel

    su anhelo de noche de bodas , matr imonio y descendencia , descr ibe

    la real izacin de sus sueos como una especie de revolucin, que lo l i -

    berar a por f in de la tutela domstica:

    Si el cielo quisiera que mi noche de bodas fiiera una Noche de San Bar-

    tolom para el despotismo y las mazmorras, entonces celebrara dichoso

    mi entrada en el estado matrimonial.

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    La revolucin tena una irradiacin tan colosal porque traa consi-

    go las esperanzas de el iminar no slo un s is tema de poder injusto, s ino

    el poder en general . Cunda la esperanza de que el cambio de las ins-

    t i tuciones pol t icas terminara sacando a la luz al hombre mejor , al

    hombre l ibre . Los contemporneos cre an ser tes t igos de un exper i -

    mento en la his tor ia universal , de un experimento en el que se deba-

    t an las preguntas de has ta qu punto es pos ib le la autodeterminacin

    y qu l mites exter iores y rdenes pol t icos se requieren.

    Muchos de los que a l pr incip io sa ludaron la revolucin con entu-

    s iasmo, le dieron despus la espalda cuando el terror y la nueva opre-

    s in en nombre de la l ibertad superaron todos los excesos. Incluso

    Georg Forster escribe desde Pars el 16 de abril de 1793:

    Al mundo le espera la tirana de la razn, quiz la ms frrea de todas

    [...]. C uanto ms no ble y eximia es la cosa, tanto ms diablico es el abu-

    so. Los incendios y las inundaciones, los efectos nocivos del fuego y del

    agua, no son nada en comparacin con el infortunio que instalar la

    razn.

    En efecto, la razn se muestra t i rnica en su intento de hacer t -

    bula rasa , de des t ru i r t radic iones , condicionamientos y cos tumbres , o

    sea, la his tor ia entera en la que estamos inmersos. Se s iente inducida

    a una l impieza general , a el iminar las tradiciones, que se le presen-

    tan como meros tras tos viejos de antiguos t iempos. La razn ajena a la

    his toria, que se arroga la potestad de hacer todas las cosas de nuevo y

    mejor es , pues, t i rnica. Asimismo, la razn es t i rnica cuando alza la

    pretens in de desar rol lar una imagen verdadera del hombre, cuando

    presume de saber en qu se cifra el inters general , cuando en nombre

    del bien general es tablece un nuevo rgimen de opresin.

    El transcurso de la revolucin descubrir es ta t i rana de la razn.

    Es c ier to que se proclamarn los derechos fundamentales del hombre,

    a saber, la seguridad de la vida, de la propiedad y de la libre expresin,

    pero es tos derechos no of recen ninguna proteccin contra la arb i t ra-

    r iedad de los nuevos representantes del pueblo, que presumen de ser los

    intrpretes de su verdadera voluntad y estampan el es t igma del terror

    en los supuestos enemigos del mismo, entre los cuales puede hallarse

    pronto a todo aquel que no f igura en el Comit de Salvacin Pblica,

    o que por otras razones cae en descrdito ante los que l levan las r ien-

    das del poder .

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    Esta t i rana de la razn la ejerce una nueva el i te intelectual , que

    sabe aprovechar los ins t rumentos modernos para la movi l izacin de las

    masas . Como resul tado de la Revolucin f rancesa , las masas entran por

    primera vez en el escenario de la his tor ia. Los pogromos durante el go-

    biemo jacobino son la consecuencia inmediata de es ta nueva a l ianza

    his tr ica entre e l i te y populacho, que cons t i tuye un preludio de los ex-

    cesos totalitarios en el sigloXX.

    Con la revolucin surge una nueva comprens in de la pol t ica , pr i -

    mero en Francia y luego por doquier en Europa. La pol t ica , que an-

    tes era una especia l idad de la cor te , puede entenderse ahora como una

    empresa capaz de conver t i r se en asunto del corazn. Es necesar io ver

    con clar idad la cesura colosal que esta explosin de lo pol t ico conlle-

    va. Las preguntas relat ivas al sentido, que antes competan a la rel igin,

    se dir igen ahora a la pol t ica, lo cual t rae consigo un empuje secular i-

    zador , que t ransforma las l lamadas preguntas l t imas en cues t iones

    sociales y pol t icas: l ibertad, igualdad y fraternidad son soluciones po-

    l t icas que apenas pueden negar su origen rel igioso.

    Hasta la l legada de la Revolucin francesa, la his tor ia era para la

    mayor a e l acontecer de un des t ino que se desencadena sobre nosotros

    como una epidemia o una cats t rofe natura l . Los sucesos de 1789 des-

    pier tan en los coetneos una comprens in de los procesos h is tr icos a

    gran escala, unos procesos que se aceleran paralelamente con su poli-

    t izacin. Los e jrc i tos revolucionar ios , que inundan Europa, represen-

    tan el f inal de las antiguas guerras de gabinete protagonizadas por mer-

    cenarios; y adems, el ejrci to del pueblo, segn la expresin usada en

    una nacin armada hasta los dientes , s ignif ica que ahora la his tor ia re-

    c lu ta como actores tambin a los miembros de c lase baja . La mayor a

    de los escri tores alemanes caen en la resaca de esta poli t izacin, bien

    se entusiasmen con la Revolucin, como los jvenes romnticos, bien se

    compor ten con escept ic ismo, como, por e jemplo , Wieland, b ien se con-

    vier tan en acrr imos adversar ios , como Mat th ias Claudius . Durante un

    breve per iodo , en todas par tes p redomina e l r azonamien to po l t i co , y

    no son pocos los autores que se ven forzados a poner el ar te de su pa-

    labra al servicio de la accin pol t ica. En los primeros aos aparece

    todo un con jun to de esc r i tos , poemas y d ramas cuya no ta p redomi-

    nante cons is te en tomar par t ido pol t ico , has ta ta l punto que con f re-

    cuencia presentan rasgos panfietar ios o de escri tos de agitacin.

    Era precisamente es ta a tmsfera de agi tacin pol t ica la que tanto

    repugnaba a Goethe. Para s te la Revolucin no s ignif icaba o t ra cosa

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    que el comienzo deplorable de la poca de las masas, poca que l

    odiaba y tema , aun cuando viera que era inevi table . La Revolucin

    f rancesa t ambin h izo poca en Goethe , aunque no en e l s en t ido po-

    si tivo de Kan t y Hegel . El 3 de m ar zo de 1790 escribe a Jac ob i: C om o

    puedes suponer , tambin para m la Revolucin f rancesa fue una re-

    volucin. Tal como advier te con mirada retrospectiva en los

    Cuader-

    nos demorfologa,neces i t m uchos aos para elaborar po t ica m ente

    este suceso, el ms terrible de todos, a partir de sus causas y conse-

    cuencias. El apego a es te asunto interminable, aade, consumi

    casi inti lmente mi capacidad potica. De hecho en casi todas sus

    obras de los aos noven ta l a r evo luc in ocup un pues to muy impor -

    tante, en parte como tema explci to, as en

    Los exaltados. El ciudadano

    general, o La hija natura l,

    en par te como t ras fondo y hor izon te de los

    problemas , as en Herm ann y Dorotea, o en Conversaciones de emigrados

    alemanes.

    Qu es eso tan terr ible de la Revolucin para Goethe?

    Este autor no se obstina con los intereses y puntos de vis ta de los

    nobles y de la sociedad bien s i tuada; advier te claramente la indignan-

    te injust icia y la explotacin. Algunos aos antes del es tal l ido de la Re-

    volucin, el 17 de abri l de 1782 le haba escri to a Knebel:

    Sabes muy bien que cuando el pulgn se pega a los brotes de las rosas y

    se alimenta de ellas hasta ponerse gordo y verde, llegan luego las hormi-

    gas y chupan el jugo que se filtra de su cuerpo. Y as marcha todo; he-

    mos ido tan lejos que arriba se consume en un da ms de lo que puede

    aportarse abajo.

    Pero su rechazo de la revolucin no lo convierte en abogado del

    A nti gu o R gim en. Refir ind ose a la ca m pa a en Francia, escr ibe a Ja-

    cobi que no le quita el sueo en absoluto ni la muerte de los peca-

    dores aristocrticos, ni la de los democrricos (18 de agosto de 1792).

    Lo terr ible de la Revolucin no es para l que se cuest ionen antiguas

    y pos ib lemente in jus tas s i tuaciones de propiedad. Eso puede jus t i f icar -

    se. Para l, lo terrible es la irrupcin volcnica de lo social y poltico.

    No es casual que en los meses poster iores a la Revolucin se ocupe del

    inqu ie tan te f enmeno na tu ra l de l vu lcan ismo en con t rapos ic in a l

    neptunismo, a la teora del progresivo cambio de la superf icie terrestre

    debido a la accin de los ocanos. Le atraa lo paulat ino y le repug-

    naba lo sbi to y v io lento , tanto en la natura leza como en la sociedad.

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    Soportaba las transiciones, no las rupturas . Era un amigo de la evolu-

    cin, no de la revolucin.

    Pero el carcter forzado de la revolucin no era lo nico que le

    asustaba. Le resultaba terrible la idea de que las masas sean suscepti-

    bles de seduccin, pues los hombres de la revolucin, segn la de-

    nominacin que Goethe daba a los demagogos y doctr inar ios , las ar ras -

    tran a una regin desconocida para el las . La pol t ica se ref iere a los

    asun tos de l a soc iedad en con jun to . Eso p resupone una manera de

    pensar que no slo s igue los intereses privados, s ino que adems es ca-

    paz de asumir la responsabi l idad por e l todo. Pero , segn Goethe, e l

    hombre corr iente no puede elevarse a es te punto de vis ta, y por eso se

    convierte en masa para las maniobras de los agitadores . La poli t izacin

    general favorece la ment i ra , e l engao, de los dems y de uno mismo.

    Se pre tende dominar e l todo, y uno ni s iquiera es capaz de dominar-

    se a s mismo. Se pone en marcha e l proyecto de mejorar la sociedad,

    pero quien p lanif ica es te cambio se n iega a comenzar por mejorarse a

    s mismo. En la borrachera de las masas sucumbe la razn y se favo-

    rece la irmpcin de bajos inst intos . El terror es tatal que vocifera a tra-

    vs de Francia en el ao 1793, las ejecuciones masivas , los pogromos,

    los saqueos en los ter r i tor ios ocupados son e jemplos e locuentes de

    todo el lo. Qu he de tolerar? De la masa es golpear . Es entonces res-

    petable . En juzgar es miserable . Donde la Revolucin no cor t cabe-

    zas , su poder f t ie suficiente para confimdir las . Para Goethe, la poli-

    t izacin de la opinin pbl ica era deplorable . La cons ideraba una

    incitacin al poli t iqueo. Sufr i con las habladuras y los debates s in

    f in sobre unos acontecimientos en los que no poda inf lu i r n inguno

    de los que marcaban el tono en el peridico o en ter tul ias , y se indig-

    naba por e l desconocimiento absurdo de las real idades pol t icas en Ale-

    mania entre los amigos de la Revolucin. Odiaba toda la prensa po-

    l i t izada y acerca de la campaa de Francia escribi: Por desgracia

    los peridicos l legan a todas partes , sos son ahora mis enemigos ms

    peligrosos (18 de agosto de 1792). Se indignaba por la falsedad de los

    que cr i t icaban a los pr ncipes , pues no quer an reconocer que eran be-

    nef ic iar ios de su gobierno, como por e jemplo , Herder o Wieland.

    El rechazo de la revolucin por par te de Goethe expresa la per -

    suasin de que la poli t izacin general en la incipiente poca de masas

    tena como consecuencia una confi is in f i indamental en la percep-

    cin de lo prximo y lo le jano. En Los aos de aprendizaje de Wilhelm

    Meister, l eemos :

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    El hombre ha nacido para una situacin limitada; es capaz de ver fines

    sencil los, prximos, determinados, y est acostumbrado a uti l izar los me-

    dios que tiene a mano inmediatamente; pero tan pronto como l lega a la

    lejana, no sabe ni lo que quiere ni lo que debe hacer, y da lo mismo por

    completo que se disperse por la multitud de los objetos, o que quede hie-

    ra de s por la altura y dignidad de los mismos. Redunda en su desdicha

    toda incitacin que lo l leva a apetecer algo con lo que no puede unirse

    por su actividad regular.

    A la pas in pol t ica contrapone Goethe la conf iguracin de la per -

    sonalidad individual que crece de la f t ierza de la l imitacin. Puesto que

    no podemos abarcar e l todo y lo le jano nos d ispersa , la consecuencia

    es que el individuo ha de formarse para consti tuir un todo. sa es la

    mxima de Goethe, de manera que: Sea solamente la personal idad

    la dicha suprema de los hijos de la tierra

    Divn de Oriente y Occiden-

    te).

    En este ideal casi obstinado de la personalidad se esconde tambin

    aquella br i l lante ignorancia al servicio de la vida que Nietzsche ensal-

    z en Goethe, y que pertenece a su prometeica f t ierza de configura-

    cin. Esa f t ierza de configuracin corresponde a la frmula vital : t rans-

    fo rmar e l mundo conv i r t i ndo lo en nues t ro p rop io mundo , pero s lo

    tomar de l en la medida en que nos podemos apropiar de l . De ah se

    sigue que hemos de abandonar s in escrpulos lo que no nos corres-

    ponda. El mundo y la vida de Goethe f t ieron lo bastante espaciosos,

    a pesar de sus gestos de rechazo y l imitacin.

    En real idad, Goethe no puede cons iderarse por completo l ibre de

    los inf lujos del espr i tu poli t izado de la poca; incluso l leg a com-

    prar una guil lot ina de juguete para su hijo August; pero, f rente a las

    maquinaciones de la poca, es t f irmemente decidido a buscar ref t igio

    en las tranquilas consideraciones de su investigacin de la naturaleza.

    El 1 de ju n io d e 1791 escribe a Ja co bi s obre sus trab ajo s en la p tica

    y sobre la teora de los colores.

    Ahora me entrego a diario, cada vez ms, a estas ciencias, y ten-

    go la sensacin de que en lo sucesivo posiblemente me dedicar a el las

    en exclusiva. No quiere separarse del arte ni de la literatura; estos m-

    bitos , junto con la observacin de la naturaleza, consti tuyen el segundo

    baluarte frente al alterado espritu de la poca. Las alegras estticas

    nos mant ienen en fo rma, mien t ras cas i todo e l mundo es t somet ido

    a la pasin pol t ica, escribe con provocativa irona a Reichardt , com-

    positor y editor de revis tas de tendencias jacobinas . Y a un conocido

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    de Trveris, ciudad ocupada por los franceses, le recomienda: Necesi-

    tamos ms que nunca aquel la moderacin y quie tud del espr i tu que

    slo podemos agradecer a las musas. Cuando reemprende su t rabajo

    en la novela Los aos de aprendizaje de Wilhelm Meister, que haba que-

    dado aparcada, el 7 de diciembre de 1793 comunica a Knebel: Estoy

    pensando y decidiendo con qu in ic iar e l ao que v iene; hay que a tar -

    se a algo por la fuerza. Yo creo que ser mi antigua novela.

    Los romnt icos , a pesar de sus e logios a Goethe, no s iempre apro-

    baron su ret irada de la his tor ia revolucionaria. Novalis no puede asen-

    t ir cuando Friedrich Schlegel , en su famoso fragmento del

    Athenum,

    pone e l Wilhelm

    Meister,

    jun to con la

    Doctrina de la

    ciencia de Fichte, en

    parale lo con la Revolucin f rancesa , y ent iende esas obras como ex-

    pres in de una tendencia revolucionar ia , que no es mater ia lmente

    explci ta, pero s es muy persis tente. Novalis consideraba que el quie-

    t i smo de Goethe en WilhelmM eister se t radujo en una ausencia de poe-

    sa. Calif ica la obra de novela prosaica y echa de menos la audacia

    potica, que a su juicio ser a lo que correspondera al entusiasmo re-

    volucionar io en e l mundo pol t ico . Escr ibe que, en sus obras , Goethe

    es muy senci l lo , a t i ldado, cmodo y duradero, que se preocupa ms

    de acabar por completo a lgo ins ignif icante , que de in ic iar un mundo

    y empezar a lgo donde pueda preverse que no lo l levar a trmino a la

    perfeccin. . .. Bien se trate de poesa o de filosofa, para Novalis ini-

    c iar un mundo no s ignif ca o t ra cosa que hacer que e l impulso revo-

    lucionar io acte en e l mundo. Con ese temple revolucionar io escr ibe

    a Friedrich Schlegel en agosto de 1794: Hoy da hay que ser cauto con

    la af irmacin de que algo es un sueo. De hecho, se real izan cosas que

    hac e diez a os eran envia das al m an ic o m io f ilosfico.

    Aprox imadamente a l mismo t i empo que Goethe escoge la l i t e ra tu -

    ra como asi lo frente a la Revolucin y los romnticos la celebran toda-

    va con entus iasmo, Schi l ler encuentra en la Revolucin un es t mulo

    para desarrollar una nueva teora es tt ica. Con el lo inicia el ensayo ro-

    mnt ico , emprend ido poco ms ta rde , de tomar l a r evo luc in no s lo

    como tema, s ino tambin como un p r inc ip io p roduc t ivo en e l mun-

    do literario y filosfico. Dicho de otro modo, la teora del juego en

    el Schiller del ao 1794 es el preludio de la revolucin romntica en la

    l i teratura en tomo a 1800.

    Tambin Schi l ler sa lud a l pr incip io la Revolucin, pero su de-

    sarrollo posterior le repeli. Poco despus de los asesinatos de septiem-

    bre en 1792, cuando e l populacho par is ino mat a cas i dos mil perso-

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    as, y despus de la ejecucin del rey, el poeta empez a concebir una

    terapia es tt ica que haba de ayudar en la tarea de hacer a los hombres

    capaces de l ibertad. Los excesos de la Revolucin demuestran feha-

    cientemente, segn Schil ler , que an carecen de dicha capacidad: Ru-

    dos inst intos s in ley se desencadenaron al disolverse el vnculo del

    orden burgus y corr ieron con rabia indcil a sat isfacerse de forma

    animal. Por tanto, no se trataba de ciudadanos l ibres que el Estado

    haba oprimido; s ino de animales salvajes a los que aqul puso una

    cadena salvadora. Como respuesta a la Revolucin francesa, Schil ler

    intenta con arrogancia superar la Francia revolucionaria con una revo-

    lucin alternativa de tipo espiritual. Por primera vez el juego del arte,

    d ice Schi l ler , puede hacer a los hombres verdaderamente l ibres . Con-

    seguir su meta primero en su inter ior y ms tarde, cuando las circuns-

    tancias hayan madurado en Alemania , tambin externamente . Schi l ler

    cifra grandes esperanzas en la accin liberadora del arte y de la litera-

    tura. La primera generacin de romnticos podr apoyarse en esta ele-

    vacin s in parangn del rango de lo es tt ico.

    Para Schil ler , la Revolucin francesa fue un instante generoso que

    encontr una generacin insensible. Era insensible por carecer en su

    inter ior de l ibertad. Pero qu s ignif ica ser inter iormente l ibre? Impli-

    ca la independencia de las pas iones , prescindiendo de que los hombres

    las s igan de forma ruda e incivil izada, o con el ref inamiento de la ci-

    v i l izacin. De una manera u o t ra e l hombre es t dominado por su na-

    tura leza , s in poder dominarse a s mismo. Pero no viv imos en una

    p oc a ilustrada y cien tfica, en un pe rio do de florecimiento del espri-

    tu libre e investigador? La respuesta de Schiller es negativa; a su juicio

    no han de sobrevalorarse los logros actuales. La Ilustracin y la cien-

    cia no han pasado de ser una mera cultura terica, un asunto exter-

    no para gentes que inter iormente s iguen s iendo brbaras. La razn

    pbl ica todava no ha aprehendido y t ransformado e l ncleo de la per -

    sona. Qu hemos de hacer? No es la lucha poldca por la l ibertad ex-

    tema el nico camino para la l iberacin del hombre in ter ior? Parece

    que la l ibertad slo se aprende luchando pol t icamente por el la , o al

    menos eso es lo que objetarn Fichte y otros amigos de la l ibertad con-

    tra Schil ler , que rechaza este concepto delearning hy

    doing

    (aprender ha-

    ciendo), como decimos hoy. Su argumento es que s i se debil i ta o se

    anula demasiado pronto la p inza autor i tar ia del Es tado (del Es tado

    natural) mediante la lucha pol t ica, la consecuencia necesaria es la

    anarqua y con el lo la violencia mult ipl icada y la arbitrar iedad de los

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    egosmos: La sociedad desatada, en lugar de acelerar su paso hacia la

    vida orgnica, cae de nuevo en el reino elemental. Ms bien hay que

    abr i r para e l hombre un campo de prct icas de la l iber tad . Mientras

    pervive el Estado natural, que asegura la existencia fsica del hom-

    bre , ha y qu e crear los fimdamentos espirituales sob re los cuales se eri-

    gir en el ftituro el Estado libre. No es posible destmir primero el me-

    canismo del Es tado y luego andar a la bsqueda de o t ro ; ms b ien ,

    hay que cambiar l a meda en movimien to duran te l a ro tac in .

    Y por qu ha de ser precisamente el ar te y la relacin con ste lo

    que produzca e l cambio de la meda en ro tacin, es deci r , una revolu-

    cin en la manera de pensar? Porque precisamente