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SVEN HASSEL CAMARADAS DEL FRENTE
Ttulo original: Die Genossen Vorne
Traduccin de Alfredo Crespo
Sven Hassel, 1963
LIBRO TERCERO
Indice:
TREN HOSPITAL AUXILIAR 877 ESTE 4
EL HOSPITAL DEL HOMBRE DE LA GUADAA 10
HERMANITO, DICTADOR 11
TIA DORA 14
EL JUDIO 20
VENGANZA 33
HERMANITO SE ECHA NOVIA 41
VINDSTYRKE II 50
NOCHE DE BOMBAS 59
EL ASESINO DE MUJERES 67
SOLDADOS CON PERMISO 74
EL CAMINO PARALELO 83
REGRESO AL FRENTE 91
TRAS LAS LINEAS ENEMIGAS 100
LOS PARTISANOS 103
EL REGRESO 114
FIESTA EN LAS SS 122
AMOR DE PASO 131
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Sven Hassel naci en Dinamarca en 1917, hijo de un oficial austriaco y de madre danesa.
A los dieciocho aos ingres en el Ejrcito alemn. "La legin de los condenados", "los
panzers de la muerte" y "Batalln de castigo" narran sus experiencias de combatiente
durante la Segunda guerra Mundial, encuadrado en unidades especiales. CAMARADAS
DEL FRENTE es el relato pattico de la vida cotidiana en la retaguardia. Los bombardeos,
el terror policiaco implantado por la GESTAPO, la infidelidad de la mujer amada llevan al
soldado a confiar nicamente en sus compaeros de armas. En este mundo desesperado, al
borde del abismo slo la amistad proporciona al ser humano la sensacin de su propia
dignidad.
El menor sufrimiento de tu dedo meique me causa ms preocupacin que la muerte de
millones de hombres.
Habamos sido conducidos al Centro de Curacin, donde nuestra repugnante suciedad y
los parsitos que pululaban en nuestras heridas abiertas produjeron un arrebato de ira en el
cirujano. -Nunca haba visto cerdos semejantes! -exclam.
Ese mdico, muy joven, y recin salido de la Escuela de Graz, no haba visto, en efecto,
gran cosa. Hermanito le trat de mil nombres de raz escatolgica, lo que aument su
clera, y le hizo jurar por su honor que aquel soldado sera castigado si consegua salir con
vida. Entretanto, se divirti oyndole aullar mientras le extraa las esquirlas del obs que
mechaban aquella montaa de carne.
Aquel joven mdico no conoca nada ms, y slo era un chiquillo que nunca llegara a
crecer. Fue fusilado tres semanas ms tarde, atado a un lamo. Haba operado a un general
que acababa de ser mordido por una vbora, y el general muri bajo el bistur del
adolescente. Como el cirujano del Estado Mayor estaba ebrio no pudo realizar la
operacin, pero alguien exigi un informe, y el cirujano del Estado Mayor se apresur a
acusar a su joven colega. Incompetencia e incumplimiento del deber, declar el consejo de
guerra. El muchacho grit de manera desagradable cuando fue arrastrado hacia el lamo;
hicieron falta cuatro para transportarle, y se observ que su corazn lata
desenfrenadamente. Los soldados le alentaron, benvolos, y le dijeron que haba que ser
hombre. Pero es difcil ser hombre cuando slo se tienen veintitrs aos y la ilusin de ser
alguien, porque se llevan dos estrellas en la bocamanga. Fue una fea ejecucin, dijeron los
del pelotn. Veteranos que las haban visto de todos los colores. Eran la flor y nata del 94.
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TREN HOSPITAL AUXILIAR 877 ESTE
El hielo cortaba toda materia viva o muerta, como si se tratara de cuchillas enrojecidas.
A lo lejos, en el bosque, se oa el crujido de los rboles. La locomotora que arrastraba el
largo tren sanitario silbaba con sonido desgarrador, y su vapor blanco pareca fro aquel
da invernal ruso. Los maquinistas llevaban pesados gorros de piel y chaquetas del mismo
material. Centenares de heridos se amontonaban en los vagones de mercancas, pintados
con grandes cruces rojas, en los que la nieve del balasto, levantada por la velocidad del
tren, penetraba en remolinos por los costados cubiertos de hielo.
Yo yaca en el vagn 48 junto con Hermanito y el legionario. Hermanito haba recibido
metralla en la espalda, y una granada le haba arrancado la mitad de las nalgas. Yaca, de
bruces en la paja. -No crees que me merezco un buen permiso? Por culpa de esa nalga
que me ha rebanado Ivn?; El legionario, que con ayuda de un espejo examinaba varias
veces al da sus mltiples desperfectos personales, se ech a rer suavemente. -Eres tan
cndido como forzudo. En los batallones disciplinarios no se consiguen permisos ms que
cuando lo que se ha perdido es la cabeza Te enviarn otra vez al frente para dejar all la
nalga qu te qued.
Hermanito se desplom en la paja, blasfemando. El legionario le palmote un hombro.
- Calma, gran cerdo, o corres el riesgo de que te expulsen del vagn cuando tenga lugar la
prxima limpia de hroes difuntos. Huber, junto a la pared, haba dejado de gritar -Ha
debido de estirar la pata -murmur Hermanito.
- S, y no ser el ltimo -cuchiche el legionario, secndose la frente sudorosa.
Tena mucha fiebre y el pus brotaba del vendaje de ocho das de antigedad que recubra a
medias su hombro. Era su decimosexta herida. Las catorce primeras procedan de la
Legin Extranjera, en la que haba servido doce aos, de modo que se consideraba ms
francs que alemn con su delgada silueta, su rostro curtido, su pequea estatura y su
eterna colilla pegada a los labios. - Agua, por Dios, agua! -suplic el suboficial Huhn, que
tena el vientre abierto.
Junto a la puerta, alguien lanz una blasfemia: - Chitn! Slo podemos bebernos los
orines, y si lo llegas a hacer, esos canallas te pondrn ante el pelotn por enfermedad
contrada voluntariamente. El hombre del vientre abierto se ech a llorar. Otro soldado, en
el extremo opuesto del vagn, ri malvolamente:
- Si quieres beber, haz como nosotros. Lame el hielo del vagn.
El feldwebel, mi vecino, se incorpor a medias, pese a los dolores que senta en su bajo
vientre, horadado por una bala de ametralladora. - Camaradas!. El Fhrer ya cuidar de
nosotros.
Levant el brazo para hacer un rgido saludo y enton los primeros compases de una
marcha nazi, pero se desplom agotado sobre la paja. Las risas se elevaron hacia el techo
cubierto de escarcha.
- El hroe se cansa -gru una voz-, mientras que Adolfo debe pegarse la vidorra padre. -
Os har juzgar por un consejo de guerra! -vocifer el feldwebel.
Hermanito lanz una cacerola que contena coles amargas a la cabeza del hombre. -
Cllate! Si no tuviera mi culo en ese estado, te cortara lo que te sirve de cerebro para
envirselo a tu Partido.
El tren se detuvo con una violenta sacudida que nos hizo gritar de dolor. El fro penetraba
con ms fuerza, e insensibilizaba las extremidades. La escarcha haca muecas en nuestro
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rostro, implacable. Los haba que se entretenan dibujando en las paredes heladas con la
punta de una bayoneta: animales, lindos animalitos que se borraban poco a poco, pero uno
de ellos, un perrito bautizado inmediatamente Oscar, fue dibujado una y otra vez porque
habamos empezado a quererle. Cuando, resecados por la sed, lamamos la pared helada,
procurbamos no tocar a Oscar. -A dnde vamos? -pregunt el joven soldado de
diecisiete aos que tena los dos pies aplastados.
- A casa, pequeo -cuchiche un suboficial herido en la cabeza. -Has odo? -exclam,
riendo, el marino del mar Negro que tena un fmur destrozado-. Qu es tu casa? El
paraso de Hitler donde los ngeles de Adolfo tocan Horst Wessel con cruces gamadas
sobre el crneo?
Hizo una mueca en direccin a las estalactitas del techo, que brillaban con luz helada.
El tren volvi a arrancar, aquel extrao tren sanitario compuesto por ochenta y seis
vagones de ganado, sucios y helados, llenos de esa miseria humana a la que se da el
nombre de hroes. Hroes que babeaban, blasfemaban, lloraban, ruinas aterradas que se
retorcan de dolor, esa clase de hroes a la que nunca aluden los comunicados oficiales. -
Escucha, rabe! -exclam Hermanito- Cuando estemos en ese hospital de maldicin
empezar por hartarme de lo lindo, y despus menudas juergas me pegar! Sus ojos
brillaban de deseo. Era la primera vez en su vida que iba al hospital, y ese establecimiento
representaba para l una especie de burdel donde los clientes reciban un servicio muy
completo.
El legionario ri secamente.
- Ya recuperars el sentido, muchacho. Para empezar, sudars pedazos de metralla por
todos los codos, y perders el gusto por la juerga, puedes creerme. -Duele mucho cuando
esos carniceros te cortan el pellejo? -pregunt el gigante, asustado.
El legionario contempl el rostro grande y bestial, plido de miedo ante lo que le esperaba.
- Es horrible. Te cortan la carne a rodajas y n siquiera se te permite decir hay! -Santa
Madre de Dios! -gimi Hermanito.
El tren se inclin y chirri a lo largo de una inmensa curva.
- Cuando me hayan apedazado en el hospital -pens en voz alta-, me buscar una amante
pero una amante cara, con abrigo de visn y llena de experiencia.
- Comprendo lo que quieres decir -contest el legionario, haciendo chascar la lengua-.
Un bocado escogido. -Qu es una amante? -pregunt Hermanito. Se lo explicamos
concienzudamente. - Una puta fuera del burdel! lmposible! y es posible encontrarlas?
Cerr los ojos y empez a soar en un batalln de hermosas y contoneantes mujeres. -y
qu cuesta una chica as? -pregunt. abriendo apenas un ojo.
- Todo un ao de paga -cuchiche. y al pensar en mi amante con un magnfico abrigo de
visn, olvid el dolor que me laceraba la espalda.
- Una vez tuve una amante en Casablanca -so en voz alta el pequeo legionario-. Fue
poco despus de haber sido nombrado sargento en la 3 Compaa. Buena Compaa, un
jefe estupendo, y ni un solo mierdoso.. - Al diablo con tu jefe! -rezongu-. Todos los jefes
son unos mierdosos. Pero hblanos de tu chica.
- Era la mujer depravada de un armador muy rico. Ella ya no tena veinte aos, y su gran
placer consista en pagarse amantes, para irlos vaciando uno tras de otro. -y fuiste
liquidado? Como los dems?
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- No -minti el legionario-. Fui yo quien se march. Ella tena la piel de color olivceo,
cabellos de azabache y una ropa interior que te causaba el efecto de un Roederer brut
1926. Si la hubieses visto, muchacho!
El suboficial herido en la cabeza, ri suavemente.
- Eres un experto. Me gustara verte en accin.
El legionario, que tena cerrados los ojos y la cabeza apoyada en un estuche de mscara
antigs, no le concedi ni una mirada.
- Las mujeres ya no me interesan; son viejos recuerdos. -Qu? -pregunt el suboficial,
atnito-. Te has pasado al enemigo?
Sonaron unas risotadas que enfurecieron al legionario. -Y a ti qu te importa, soldado de
mierda?
Furibundo, tir una bota contra el suboficial quien la esquiv. La bota alcanz al aviador
moribundo, pero ste ni siquiera se dio cuenta. - Buena puntera! -dijo riendo el otro. La
silueta gigantesca de Hermanito se incorpor lentamente. Ningn hombre, herido como l
estaba hubiese podido hacer aquel esfuerzo. Con mirada enloquecida, agarr al suboficial
aterrado y lo proyect contra el otro extremo del vagn. -Al nmada le cortaron las
pelotas! -vocifer el gigante-. Fueron aquellos perros del campo de Fagen. Una palabra
ms sobre el nmada y os rompo el cuello as!
Parti la culata de una carabina y tir los pedazos contra la pared del vagn; despus, se
desplom en la paja gimiendo.
El legionario canturreaba a media voz:
- Ven, dulce muerte, ven. Ests muy mal educado, Hermanito.
El gigante se ech a rer.
- As me gusta. Cuntanos ms cosas sobre tu puta de Casablanca. Qu clase de burdel es
Casablanca?
El legionario carraspe.
- Casablanca no es un burdel, es una ciudad de la costa de frica, donde los legionarios de
segunda clase aprenden a beberse el sudor, a comer arena, y donde, por la noche, se pesca
la viruela. En Casablanca, incluso los idiotas que se creen que la Legin es una vida de
aventuras, averiguan que no son ms que unos cerdos, hijos de cerdos como t y como yo,
y como todos los ejrcitos del mundo entero. -Granujas! -grit indignado el feldwebe
nazi-. Veris lo que os ocurre cuando el mariscal Von Manstein rebase Lodz y se dirija
hacia Mosc! -Como prisionero rumbo a Siberia? -pregunt alguien riendo. -Callaos! -
grit Hermanito-. Cuntanos ms cosas sobre frica. -Redis, qu mal educado ests! Era
una mujer deliciosa -dijo el legionario-. Al es testigo de que la amaba. -Inclinse y
murmur-: Es curioso que el amor pueda causar tanto dao. -La tenas metida dentro de
ti? -pregunt Hermanito, mientras se rascaba el trasero con su bayoneta-. Tengo piojos en
el culo -dijo disculpndose.
- Los piojos tienen buenos generales -afirm un manco, cuyo nico brazo estaba podrido
por la gangrena-. Siempre encuentran el mejor sitio para lanzar un ataque. -Olfate su
propio brazo-. Pero no les gustaba la gangrena: les hace vomitar.
- Cuando salga del hospital, algn jefe de intendencia habr de entendrselas conmigo -
manifest Hermanito, en voz alta. -Qu tienes contra la intendencia? -Cerdos inmundos!
Es que no te has dado cuenta de que estamos empapados bajo los impermeables?
Comprendes la combinacin? El in- tendente gana tres marcos en cada impermeable, de
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modo que cuando uno descarta uno o dos para buscar otro mejor, te das cuenta a lo que
conduce?
- Maravillosa combinacin -observ el legionario-. Al! Si me pudiese convertir en
intendente -y tu chica? -exclam Hermanito, olvidndose del intendente. El legionario contest como si hablara consigo mismo:
- Al sabe cunto la amaba. En dos ocasiones intent terminar con todo cuando ella me
hubo dado el pasaporte.
Por encima del ruido del tren, otro ruido de un motor lleg hasta nosotros. De sbito, rein
el silencio. Prestamos odo, como animales acorralados.
- Jabos -cuchiche alguien.
Empezamos a temblar, no de fro, sino porque la muerte acababa de entrar en el vagn.
Un jabo. El avin viraba y el ronroneo aumentaba Con un zumbido, enfil el tren. La
estrella roja contemplaba, helada, las cruces rojas de clemencia que puntuaban los techos
del convoy. El aparato gan altura y despus se lanz en picado. -Ven, Satans rojo! -
vocifer Hermanito- Perro del infierno, que termine todo de una vez!
Como si el aviador le hubiese odo, las balas crepitaron contra las paredes, para salir por el
otro costado. Hubo gritos; despus, estertores. El legionario canturreaba: Ven, dulce
muerte, ven. Alguien solloz, otro gimi mientras se sujetaba el vientre. La locomotora
lanz un pitido. Entramos en un bosque.
El avin desapareca, sin duda, en la hermosa maana clara y helada. Las ruedas sonaban
sobre los rieles, el fro terrible penetraba por los agujeros que haban abierto los
proyectiles. -Alfred! -Haca mucho tiempo que yo no haba pronunciado el nombre del
pequeo legionario, si es que alguna Vez haba llegado a hacerlo- Alfred -Deba de parecer idiota-. Nunca has sentido la nostalgia de un hogar? Con muebles y todo el
resto?
- No, Sven, ya ha pasado el tiempo de eso, -contest con una risotada-. Tengo ms de
treinta aos. A los diecisis, entr en la Legin fingindome dos aos mayor. Soy un cerdo
desde hace demasiado tiempo. Mi elemento es el estircol. La habitacin pestilente de
Sidi-bel-Abbes ser la ltima. -y no lo lamentas?
- No hay que lamentar nada. La vida es hermosa y el tiempo es bueno. -Hace mucho fro,
Alfred.
- Tambin el fro es bueno. Todos los tiempos lo son, con tal de estar vivo. Incluso una
prisin es buena cuando se est vivo y no se piensa en lo qu hubiese podido ser si Es ese si el que trastorna a la gente. -No temes una herida en el cuello? -pregunt el
gangrenado-. Tal vez necesites un collar de hierro.
- Me importa un bledo. Cuando todo esto haya terminado, me buscar un buen enchufe en
algn almacn de la Legin. Una botella cada noche y el mercado negro con el material.
No pensar en el da de maana, y la mezquita dos veces al da. En cuanto a lo dems, que
se vaya al cuerno.
Yo -dijo el portaestandarte-, cuando Hitler est fastidiado me marchar a Venecia. Pas
all doce aos con mi viejo. Es una ciudad estupenda. Quin conoce Venecia?
- Yo -contest una voz suave desde un rincn.
Era la del aviador moribundo. Nos dej helados. El aceite ardiendo haba quemado su
rostro, y los ojos eran dos puntos rojizos en una masa griscea con reflejos malva. El
soldado de Infantera, que babeaba sin mirar al moribundo, pregunt: -De modo que has
estado en Venecia?
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Sigui un silencio que nadie se atreva a quebrar. Era extrao or a un moribundo hablar
de una ciudad.
- El Gran Canal es ms hermoso por la noche. Las gndolas parecen diamantes que hacen
surgir sartas de perlas Es la ciudad ms hermosa del mundo. Me gustara morir en ella -dijo el moribundo, aunque saba que iba a fallecer en un vagn de ganado, en las
proximidades de Brest-Li- towsk.
- Un viejo soldado est siempre contento -dijo el legionario, pensativo-, porque est con
vida y sabe lo que esto significa. Pero no hay demasiados viejos soldados. El hombre de la
guadaa ni siquiera les conoce.
El tren fren con un chirrido. Avanz con breves sacudidas y despus fren de nuevo.
Acab por detenerse en medio de un prolongado aullido y la locomotora desapareci para
abastecerse de todo lo que necesita una locomotora.
Estbamos en una estacin: ruido de botas, llamadas, gritos. Hubo risas, sobre todo una,
una risa autoritaria; no poda ser un pobre soldado el que rea de aquella manera. -Dnde
estamos? -pregunt el zapador.
- En Rusia, imbcil.
Alguien abri la puerta del vagn y apareci un suboficial de Sanidad, de expresin
estpida.
- Heil!, camaradas -relinch. -Agua! -gimi una voz que sala de la paja nauseabunda.
- Un poco de paciencia, tendris agua y sopa. Hay por aqu algn herido grave? -Te
burlas? Estamos frescos como rosas -cloque el portaestandarte-. Volvemos de jugar un
partido de ftbol.
El suboficial desapareci apresuradamente. Transcurri el tiempo, y luego se acercaron
varios prisioneros de guerra bajo la guardia de Un territorial, llevando un cubo de sopa
tibia que vertieron en nuestras escudillas inmundas. Nos la comimos y sentimos ms
hambre an. El territorial prometi traer ms, y no hizo nada, pero llegaron otros
prisioneros para sacar los cadveres. Catorce de ellos, de los que nueve eran debidos al
jabo. Quisieron llevarse al aviador, pero ste consigui convencerles de que an
continuaba con vida.
Ms tarde, compareci un joven mdico rodeado por varios suboficiales de Sanidad.
Echaron una ojeada por aqu y por all, diciendo cada ve: lo mismo.
- Va bien. La cosa no es grave.
Cuando llegaron a Hermanito, estall la tormenta. -Hijos de puta! Me han arrancado la
mitad del culo, pero la cosa no es grave, eh?
Tindete aqu para que te arranque el tuyo y ya me dirs si te gusta Agarr al mdico por
un tobillo y le hizo caer sobre la paja ptrida. -Bravo! -exclam el gangrenado,
ponindose a golpear el rostro del mdico con su brazo podrido del que manaban pus y
sangre mezclados. Sucio, con un aspecto espantoso, el mdico fue salvado a duras penas
por los dos suboficiales. -No es cosa grave! -vociferaba Hermanito-. Especie de besugo!
-Lo pagars caro! -amenaz el mdico, furioso. -Vete al cuerno!
Los tres hombres saltaron fuera y cerraron la puerta. El tren no se puso en marcha hasta el
da siguiente por la maana, pero se olvidaron de darnos el desayuno.
El aviador segua vivo; otro haba muerto durante la noche y dos de los supervivientes se
pelearon por sus botas. Unas hermosas botas muy flexibles, que merecan una pelea,
probablemente botas de antes de la guerra forradas de piel clara. Las consigui un
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feldwebel de artillera. Su puo alcanz la barbilla del suboficial de zapadores y le hizo
olvidar las botas por un buen rato. -Qu hermosas botas! -grit el feldwebel, radiante.
Escupi en ellas y las puli con una manga.
- Ms vale que le des las tuyas al muerto -advirti alguien-. De lo contrario, puedes perder
rpidamente las nuevas. -Que se atrevan! -vocifer el hombre, como un perro que
defiende su hueso.
- Saqueo y desvalijamiento de muertos. Esto significa el consejo de guerra, te lo advierto.
El feldwebel blasfem, pero acab por descalzarse y ponerle sus botas al muerto. Una hora
ms tarde, el cadver no hubiese reconocido su propio equipo, ni en el ms pequeo
detalle.
El suboficial Huhn, que tena el vientre abierto segua reclamando agua. El legionario le
entreg un pedazo de hielo para que lo chupara; en cuanto a m, mis pies empezaban a
arder y unos calambres electrizaban mi cuerpo; las llamas parecan devorar mis huesos.
Conoca aquello; primero, los dolores, que despus se calman y luego las llamas hasta que
los pies se vuelven insensibles. Es la gangrena, y se mueren; entonces, los dolores se
hacen ms agudos. En el hospital Se amputa la parte gangrenada. Me estremec La amputacin Aquello, no! Cuchiche mi terror al legionario, quien me mir. - Sera el fin de la guerra para ti; ms vale los pies que la cabeza S, la guerra habra terminado. Intent consolarme mientras el pnico me atenazaba la
garganta. Los pies, desde luego Las manos sera peor El terror me paralizaba. No, no, nada de muletas! No quiero ser un invlido -Qu mosca te ha picado? -pregunt el legionario, estupefacto.
Sin darme cuenta, haba gritado Invlido! Me dorm. El dolor me despert, pero me
sent contento; me dolan los pies: por lo tanto, estaban vivos. Todava tena mis pies.
Hubo dos paradas. Cada vez, un sanitario me los examin y cada vez o decir:
- No es gran cosa.
- Por el Profeta, qu es gran cosa? -dijo el legionario y seal al aviador, que acababa d
morir-. y l? No es gran cosa?
Nadie contest. El extraordinario tren sanitario auxiliar prosigui su marcha hacia el
Oeste. En Cracovia, el sesenta y dos por ciento de los heridos fueron descargados como
cadveres.
- Hatajo de llorones! -rezong el capelln-. Peds el socorro de Dios, pero, qu tiene que
ver Dios con unos perdidos?
Llam a las enfermeras, que retiraron dos muertos.
Aquella misma tarde, el capelln se cay en la escalera y se rompi un brazo por tres
sitios. -Gime tanto como todos vosotros juntos! -dijo riendo la enfermera.
Aquella enfermera necesitaba acostarse dos veces al da para conservar su buen humor. -
Qu gente ms curiosa! -murmur el pequeo legionario.
Se volvi y nos habl de un santo hombre que se haba retirado al rido desierto del Rif.
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EL HOSPITAL DEL HOMBRE DE LA GUADAA
En un antiguo seminario de Cracovia, que ahora llevaba el nombre de Hospital Auxiliar
nmero 3, los mdicos operaban silenciosos.
El despacho del Superior serva de sala de operaciones. Aquel buen sacerdote jams pudo
llegar a imaginar que tanta gente morira alguna vez all. Yo estaba tendido en una camilla
dura como la piedra, mientras operaban a un herido en la cabeza. Muri.
Despus, le toc el turno a un cazador herido en el vientre. Tambin muri. Tras de l
murieron otros tres; dos fueron retirados vivos. Me lleg el turno. -Cudenme los pies!
Fueron mis ltimas palabras antes de la anestesia. El cirujano call.
Me despert en una habitacin y segua teniendo los pies. Las primeras horas fueron
bastante agradables; pero, luego, vinieron los dolores, dolores atroces, tanto para m como
para los otros.
De la habitacin, que apestaba a yodo y fenol, surga un gemido ininterrumpido, mientras
la oscuridad protectora recubra poco a poco las camas.
Una enfermera se inclin sobre m, me tom e pulso y prosigui su camino. La fiebre
suba, las angustias de la muerte se arrastraban a nuestro alrededor, me atenazaban como
serpientes.
En un rincn de la sala, acechaba, impaciente el Hombre de la Guadaa. Tena mucho
trabajo el Hombre gris envuelto de negro.
- Buena caza, carroa, no es verdad? Buena caza Pero no creas que tenga miedo - Temblaba de pavor. La enfermera volva. Cunto miedo tengo, Dios mo, cunto
miedo! Lrgate, mujer inmunda! Espera a que lleguen los rusos y ya vers la que te
espera, pequea burguesa alemana!
El Hombre de la Guadaa ri roncamente y Se movi. Llegaba al lmite de la paciencia.
El legionario segua canturreando Ven, dulce muerte ven.
Me cubr las orejas con las manos para no escuchar aquel canto maldito, pero millares de
voces entonaron: Ven, dulce muerte El Hombre gris mene la cabeza con expresin satisfecha y prob el filo de su guadaa, una guadaa resplandeciente.
Cortaba como la gran guillotina de Plot zensee o de Le ngries. Sin embargo, fue un hacha
la que cort la cabeza de Ursula en Kolyma -Qu ests diciendo, imbcil? Tu amante estaba en Berln, lo saben bien, la juda que se acostaba con los SS por sentido del
humor Magnfica muchacha! No babees, cretino Hubo un tiempo en que eras soldado, y ahora tiemblas de miedo ante el Hombre de la Guadaa. Haz chocar los
tacones, yergue el cuerpo y despdete, En cuanto traspongas el umbral, todo el mundo te
habr olvidado. Ven, buitre Ven, llvame contigo! Crees que te temo? El Hombre gris se levant. Se envolvi con su capa negra y se acerc a mi cama,
lentamente Lanc un aullido. Acudi la enfermera y me sec la frente. Dios mo, qu fresca era su caricia! Llova. Gotas montonas que sosegaban los nervios. El Hombre de la Guadaa haba desaparecido llevndose a dos de los nuestros.
Siete das ms tarde, cambi de sala y me encontr en la misma habitacin que Hermanito
y el legionario. Hermanito tena ya pendiente un castigo de siete das de calabozo por
haber gritado: Hurra! He aqu las putas! Al catre, camaradas!, cuando compareci la
enfermera jefe rodeada por sus aclitos. Alboroto monumental, como es lgico, y
sanciones por parte del mdico en jefe. Nuestro pobre camarada no lo entenda en
absoluto. An no haba captado la diferencia entre un hospital y un burdel. -Menudas
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cosas se ven aqu! -dijo el legionario, socarrn-. Hay enfermeras que parecen tener ascuas
en el trasero. S todos los chismes por Hansen, que lleva aqu diecisiete meses. Mirad. La
enfermera Lise, por ejemplo, ha probado todo el regimiento con la esperanza de tener un
hijo. No ha conseguido nada, pero ella prosigue impertrrita. Dice que es un deber
nacional!
Un buen da, envueltos en mantas, nos instalaron en una terraza desde donde podamos ver
cmo brillaba el Elba y cmo las gabarras eran haladas contra corriente. Las horas
discurran ante aquel panorama, oyendo el golpeteo rtmico del martillo piln de la fbrica
de Stulpen.
Hubo que reeducar mis piernas paralizadas. El ltimo pedazo de metralla que me alcanz
mientras trepaba por el acantilado me afect la columna vertebral (1). Una enfermera me
ense a andar. Padec lo indecible, pero poco a poco la paciencia de aquella mujer fea y
abnegada, hizo maravillas. Su nombre? Lo he olvidado. Se olvidan los nombres de los
amigos, pero jams los de los enemigos.
Hermanito colocaba su puo nudoso bajo la nariz de sus compaeros de sala. -iY pega
fuerte, prefiero avisroslo! Si alguna vez me dejis sin cerveza, tendris que numerar
vuestras bajas.
HERMANITO, DICTADOR
Rusia o, ms exactamente, lo que nosotros conocamos de Rusia, el frente del Este nos
pareca muy lejos. Aquel nombre segua siendo para nosotros el smbolo del infierno, pero
un infierno cuyo horror rebasaba en sadismo a todos los que las religiones hubiesen
podido inventar para imponer respeto a los pecadores. S, nos hallbamos lejos de l, pero
estbamos heridos, enfermos, lbricos, ebrios de vida y de olvido. Nos burlbamos de
todo, puesto que pronto moriramos.
Hamburgo. Un buen hospital, varios mdicos buenos, otros no tan buenos, enfermeras de
toda ralea. Nos haban atormentado por doquier pero ahora ya estbamos listos. Nos
encontrbamos en pie, con derecho a salida, a alcohol, a burdel, a pelea y a todo. Nos
acostbamos con todas las mujeres que nos caan a mano exceptuando el legionario,
puesto que l ya no poda hacer nada desde que un SS del campo de Fagen le haba
mutilado. Pero Alfred Kalb se diverta de otra forma: beba. Cuando podamos decir:
El nmada est cargado, es que estaba ebrio, tan ebrio como para matar a otro menos
resistente que l.
Tres tascas de la ciudad, nos haban hecho comprender cortsmente que nuestra presencia
no era grata. Aquella cortesa no agrad a Hermanito y vali a sus autores dos
conmociones cerebrales, una nariz rota y varias fracturas menores. Tras de lo cual, el
gigante se derrumb sobre su propios vmitos, detrs de la estatua de Bismarck donde fue
recogido por cuatro schupos. El mdico en jefe consider que necesitaba algo de descanso.
Habitacin aislada durante diez das, da que le dejaron sin fuerza. A diario, lavado de
estmago, a diario, lavajes; cada dos das prueba amibianas, ms dos inyecciones contra
la enfermedad del puerto, lo que vali a todas las mujeres la maldicin del desdichado
Hermanito.
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El doctor Mahler nunca meta a nadie en el calabozo. No, la cmara aislada era suficiente;
era diez veces ms eficaz que las medidas disciplinarias.
Estbamos todos en el hospital a causa de la fiebres: fiebre de las marismas, malaria,
tifoidea, fiebre de Volinia La gente mora como moscas. El asunto del corazn -deca el doctor Maller, que siempre salpicaba sus frases con well o
con O K, lo mismo que el legionario deca bon. El uno haba vivido mucho entre los
ingleses; el otro, con los franceses. Esas manas extranjerizantes exasperaban a ms de
uno, pero inspiraban confianza a otros. Ni el mdico ni el nmada eran como nosotros.
El doctor Mahler no llevaba ninguna de sus numerosas condecoraciones, tambin
extranjeras todas ellas, concebidas por loS enemigos del Tercer Reich. Condecoraciones
gloriosas y humanas, mal vistas bajo el reino de los brutos. Despus del 20 de julio de
1944, se intent. Ahorcar al doctor Mahler, pero tuvo suerte y an sigue en aquel hospital
en el que tanta gente le debe la vida.
En aquel hospital haba de todo, desde lo mejor hasta lo peor: los estudiantes de medicina
nazis, unos incapaces, formados apresuradamente, y los mdicos sin entraas que slo
conocan una cosa: el reglamento.
- Vayamos a mi despacho -deca Mahler. Al cabo de un cuarto de hora, se vea salir al
interlocutor, rojo y avergonzado. -Naderas! -exclamaba Mahler.
Era un jefe minucioso, comprensivo, invisible y omnipresente. Todos lo saban bien,
desde el infame doctor Frankendorf, mdico de Estado Mayor, hasta el soldado Georg
Freytag, de nuestra sala.
Georg tena una extraa enfermedad que no se consegua identificar. Se le extraa sangre
continuamente para realizar anlisis, sin ningn resultado. Cuando se pensaba que todo iba
bien, la fiebre empezaba a subir.
Se realizaban controles, investigaciones, se pensaba en Un fingimiento, pero no, la fiebre
era autntica. Haba incursiones relmpago bajo las rdenes del bandido Frankendorf,
para descubrir el azcar con gasolina u otro medio de provocar fiebre.
Frankendorf diriga la operacin, halagaba, amenazaba, pero se retiraba vencido: Georg
tena fiebre.
Hermanito se pas una tarde prometindole el oro y el moro a cambio del secreto; pero
Georg mova la cabeza:
- Mi fiebre es autntica, te lo aseguro.
Georg era un tipo raro; no beba, no jugaba, no le importaban las mujeres. Siempre
paseaba solo. Era un muchacho guapo y bueno a quien todo el mundo apreciaba, excepto
Frankendorf, que haba empezado a odiar a aquel soldado de veintin aos.
Ocupbamos la sala 72, con vistas a la Reepersbahn y al amenazador Palacio de Justicia,
en el extremo de la calle. El legionario sac de debajo del colchn una botella de cerveza.
De hecho, estaba llena de kummel, y fue pasando de mano en mano. Heinz Bauer estaba
ya borracho. -Habis visto esas chicas que han sido liquidadas? Estaban estupendas! -
exclam Stein, evocando un crimen reciente.
Tres prostitutas acababan de ser asesinadas en Hamburgo durante aquellas ltimas
semanas. Explic que las mujeres haban sido violadas y estranguladas despus con una
media u otra pieza de ropa interior, y finalmente despanzurradas pOr fin con un cuchillo.
Crimen de sdicos, sin duda alguna. La Polica estaba al borde de la desesperacin.
- Tal vez haya sido Frankendorf -opin Hermanito-. Menuda chamba sera! Si
pudiramos ver cmo se balanceaba
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- Todo esto terminar mal, y vosotros tambin -grit el sudete Mouritz, un voluntario al
que detestbamos-. Os pasis todo el tiempo con las putas! Os revolcis en el fango! Me
dais asco!
Mouritz era bastante puritano. -.Decas? -pregunt Hermanito, amenazador-. Judas
checo, vendido a Adolfo!
Hermanito mordisqueaba un pedazo de tocino y tir un pedazo del mismo contra el rostro
plido del checo, dirigindose despus hacia l. Mouritz, con una exclamacin de terror,
se desliz bajo su cama, sobre la que Hermanito se instal sin ni siquiera quitarse las
botas, y sigui mordisqueando su pedazo de tocino, que no consegua reducir. En aquel
instante, una enfermera entreabri la puerta, y slo vio una cosa. El gigante con las botas
puestas e instalado en la cama, por lo que, con los ojos salindosele de las rbitas, corri
en busca de la enfermera jefe. sta lleg tarde al trote. El espectculo del gigante
repantigado con el tocino en una mano y la botella en la otra, la dej sin aliento . -Est
loco? -grit.
Hermanito apart la botella de su boca y escupi por encima de la cama hacia una
escupidera que haba junto a la puerta.
La enfermera esquiv por poco el salivazo. Hermanito resopl violentamente. -Qu hay,
vieja marrana?
Nos quedamos sin aliento. Hermanito estaba ebrio y era capaz de todo. Recientemente, se
haba peleado con una chica en una sala del tercer piso. La chica pretenda hacerle tomar
un bao antes de acostarse con l. A manera de protesta, Hermanito haba echado la
baera por la ventana, y el ruido hizo que todo el mundo se precipitara hacia el stano,
pues dio la impresin de que se trataba de un bombardeo.
Los ojos de la enfermera jefe, apodada Bola de Sebo, desaparecieron en su rostro de luna.
-Te atreves? -silb, inclinndose sobre el gigante que permaneca tranquilamente
tumbado en la cama-. En pie! O te ensear quin soy yo!
- Ahrrate municiones, gordinflona. Te conozco. Te llaman Bola de Sebo y yo Montn de
Grasa. Vamos, lrgate!
La sangre afluy al rostro de la enfermera. -En pie, paquidermo!
Y cogiendo a Hermanito de los hombros, lo levant con gran estupefaccin nuestra y lo
lanz al suelo, donde aterriz con estrpito, y totalmente maravillado Hermanito se sent y
mir a la mujer sin abrir la boca. Bola de Sebo arregl la cama, ech a la basura el tocino
y el kummel y sali sin pronunciar ni una palabra. -Santa Madre de Dios! -exclam el
gran bruto-. Me peleara con ella. -Qu combate! Os lo imaginis, muchachos?
- Te ahogara como un pollito -opin Bauer. -Violar a esa cerda, la violar!
La puerta se volvi a abrir y Bola de Sebo ocup toda la abertura. -Basta de gritos,
animalote. Aqu hay enfermos. Si continas, te las vers conmigo. Y se march dando un
portazo, sin tener en cuenta para nada a los enfermos. -Qu mujer! -dijo Hermanito,
regocijado.
Fue a buscar su botella en el cubo de la basura y la vaci de un trago.
- Un da te romper el cuello a causa de tu mala educacin -dijo suavemente el legionario,
tendido en su cama, junto a la ventana.
Era la mejor de la sala, y la haba ocupado desde el primer minuto de su llegada. La cama
perteneca al checo Mouritz, quien protest cortsmente. El legionario le mir por encima
del hombro, sin contestar. Como Mouritz insistiese, Kalb dej el diario que lea y se
levant lentamente. Mierda, camarada! -Cmo dices? -pregunt Mouritz, con expresin
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de no entenderle. Sentamos que se preparaba una hermosa pelea, Hermanito se acerc
como un oso que olfatea la miel y Mouritz no vio el huracn, pero se sinti aferrado por
unas zarpas de hierro y proyectado sobre la cama peor, situada a la puerta. Su ocupante era
siempre despertado por los otros para que encendiera o apagara la luz.
- No eres ms que un cerdo -dijo suavemente el gigante, y has solicitado esta cama, no?
- S -capitul Mouritz. Hermanito enarc una ceja. Seor soldado de primera clase -se
apresur a aadir el checo.
- Bien -dijo el otro, satisfecho.
Oblig a Mouritz a cantar un salmo de nueve versculos, sobre la redencin del mundo, y
despus le orden que fuera a acostarse. En cuanto a l, empez a vociferar una cancin
que hubiese podido valerle la horca por alta traicin; despus lanz una botella por la
ventana abierta por la que nos llegaron inmediatamente violentas protestas.
Estaba cada vez ms borracho. Un puetazo bien preciso lo aturdi por fin y la
tranquilidad de la noche rein en la sala.
La ta Dora slo pensaba en el dinero. Viva sentada tras el bar, exactamente debajo del
pez espada disecado, y serva incesantemente su aquavit con angostura, sin perderse ni un
detalle de lo que ocurra en SU establecimiento.
El pequeo legionario estaba instalado ante ella, bebiendo su pernod. -Una invencin del
diablo -deca-, pero uno no se da cuenta hasta el octavo vaso.
Se ri y sirvi el noveno a la muchacha.
sta se desnud en uno de los pequeos camarines. Su ropa interior era negra como la
noche y transparente; nicamente sus bragas eran rojas, ' de un rojo coral. Pero slo
estaban Stein y Ewald para verlas.
TIA DORA
Nos pasbamos la vida en el Vindstyrke II. Tras la estacin. Ta Dora, la duea de esa
tasca de lujo, era una mujer dura y fea para la que slo contaba el dinero. Nosotros, novios
de la muerte, no podamos dejar de aprobarla; con el dinero se obtiene cualquier cosa.
- Con el dinero se puede comprar una vida eterna despus de Al, en las colinas azules -
dijo el legionario, inclinando la frente en direccin Sudeste.
- Con dinero se puede venir a casa de ta Dora -dije al tiempo que le enviaba un beso con
la punta de los dedos.
Tenamos mucho dinero, y el mercado negro de Hamburgo era el mejor surtido del
mundo. Se poda comprar cualquier cosa, hasta un cadver. En la tasca de ta Dora, la luz
era rojiza, pese a estar prohibido ya que la Polica se presentaba frecuentemente.
Pero nuestra anfitriona era un diablo con faldas, y los confidentes nunca vean nada. En la
ficha del establecimiento se lea: Local especial sin inters poltico, pero no haba otro
lugar donde ocurriesen ms cosas prohibidas que en el Vindstyrke II.
Acudan a l damas en busca de experiencias prohibidas, y que, muy emocionadas,
vacilaban en franquear su umbral, o bien gente que se embriagaba antes de hacerse
rebanar el cuello pOr alguna mano misteriosa. Despus, su cadver apareca en el Elba y
era recogido en el depsito de Langenbrcke.
Una muchacha, con la falda hasta las rodillas pregunt al legionario si quera bailar.
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Este no se dign ni mirarla. -Bailamos, pequeo? -insisti la muchacha examinando con
curiosidad el rostro brutal atravesado por una larga cicatriz de color rojo vivo. -Al diablo,
hija de puta! -gru el legionario.
La muchacha protest, furiosa. Un joven se coloc tras la silla del legionario y sus manos
Se acercaron a su garganta, pero en el mismo instante una patada en la entrepierna y otra
en la nuez del cuello le tendieron en tierra. El legionario haba vuelto a sentarse y peda
otro vodka. Ta Dora hizo un ademn al portero, un belga corpulento quien levant la
forma inanimada y la lanz tras una puerta, donde otras manos se encargaron de su
transporte hasta un lugar ms lejano. La muchacha recibi la azotaina en una pequea
habitacin contigua a la cocina. No grit, medio asfixiada bajo un almohadn de plumas
sucias que haba sofocado muchos gritos. Fue un antiguo matn quien se encarg del
castigo, con un corto ltigo cosaco adquirido tiempo atrs a un SS.
El SS tena dos de ellos: uno fue adquirido por Ewald, el verdugo de Dora, y el otro por un
agente de la seccin criminal que consider que era un buen instrumento para obtener
confesiones.
En efecto, el ltigo le vali un ascenso, porque en una dictadura es preciso dar
rendimiento. El SS fue capturado cerca de Chitomir y colgado de un lamo encima de una
pequea hoguera. No confes gran cosa, porque las gentes de la GPU haban tensado en
exceso el lamo. Se muri al cabo de veinte minutos.
Ewald azot dos veces a la muchacha y despus se acost con ella, como era costumbre. A
la noche siguiente, volvi a comparecer por el establecimiento de ta Dora, cobrando
segn lo acordado, el treinta y cinco por ciento de lo que ganaba, pero nunca ms invit a
bailar al legionario.
Dos damas bien vestidas vinieron un da a sentarse junto al legionario. No eran unas
cualquiera; una de ellas ech una ojeada a nuestro camarada y cruz las piernas; se
adivin una enagua blanca, almidonada, ropa interior perfumada. Las dos damas beban
champaa; lo haban encargado del mejor. El legionario encendi otro cigarrillo con su
eterna colilla y mir al champaa de reojo: -Chateauneut? Es de verdad el mejor?
Las dos damas fingieron no haberle odo. EI ri entre dientes y se inclin hacia la morena,
a la que su amiga llamaba Lisa, la otra se llamaba Gisele. -Quiere jugar conmigo por cien
marcos?
La dama no contest; pero se ruboriz, y el legionario ri de mejor gana. Ta Dora, que
observaba la operacin a travs de un espejo se ech a rer.
- Si subisemos juntos, le dara doscientos francos y un par de bragas rojas -cuchiche el
legionario.
Ta Dora se atragant con su bebida, compuesta de schnaps dans y angostura. Aquello
limpiaba el alma, deca ella, pero un cura le haba dicho que su alma sera muy difcil de
limpiar. -Debera darle vergenza!
Lisa rechazaba al legionario. Haba vaciado su copa de un solo trago, mientras que su
compaera apenas tocaba la suya.
El legionario ri entre dientes e hizo un ademn a la camarera que ayudaba a ta Dora en el
bar, indicndole con un guio la copa vaca. Dicha copa recibi inmediatamente varias
gotas de cierta botella cuyo contenido era el secreto de ta Dora, pero cuyo resultado era
siempre excelente Mientras Lisa beba inocentemente, llen la copa del legionario y
murmur:
- Eres un marrano, pero buena suerte, las marranadas rinden mucho, muchacho.
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El legionario se ech a rer de nuevo.
- Seora, cuatrocientos marcos y ropa interior nueva procedente de Pars? -pregunt
suavemente lanzando bocanadas de humo.
Trude ech aliento en un vaso muy limpio y empez a frotarlo con afn. Saba tan bien
como nosotros que el legionario no poda ya tener comercio con mujeres.
Ta Dora cogi un largo cigarro.
- Dame lumbre, bastardo de frica.
El legionario obedeci y pregunt, mientras Se manoseaba la nariz:
- En tu opinin, qu debo dar a la dama para un paseo hasta la cama? -Se volvi de nuevo
hacia Lisa-. Tiene bonitas piernas seora, bonitas piernas. Me gustara desnudarla.
Seiscientos marcos por desnudarla. Pero, antes, no querra bailar, seora? -No! Djeme
tranquila, no soy la que usted se figura.
l enarc una ceja. -De veras? Lstima.
Ta Dora lanz una larga bocanada de humo por encima de la cabeza de nuestro camarada,
y sonri: -Por quin tomas a la dama?
- Por una dama noble que busca aventuras, y no por una chica vulgar que sale con los
trapos de su seora.
Lisa peg un salto y abofete dos veces las mejillas del legionario. El la cogi por las
muecas, y sus labios, con una mueca, descubrieron los dientes blanqusimos. -Mierda!
La pequea ensea la uas. En efecto, Hermanito, la seora tiene ganas de bailar.
Hermanito baj pesadamente de su taburete que estaba junto al bar y se adelant con
muchos contoneos. -Insolente! No quiero bailar -susurr Lisa.
Ella intent liberarse, pero los dedos de acero del legionario le apretaban las muecas,
donde un pesado brazalete de oro tintineaba suavemente comO una campana de plata.
Hermanito la cogi por la cintura, la sac a la pista y grit al pianista. -Adelante! Tengo
que poner en forma a mi puta.
Hubo una risotada general. Las muchachas, que consideraban el bar como su feudo, se
burlaban de la desconocida. Esta haba hecho mal en jugar con fuego, y causaba en todas
el mismo efecto que un trapo rojo en un toro. El piano reson con una meloda salvaje, la
pequea pista se vaci y Hermanito se dispar. Frenando con una sacudida, se desliz
hacia un lado con saltitos de pjaro, se detuvo al tiempo que lanzaba un aullido y levant a
Lisa por encima de su cabeza, hacindola piruetear; despus, empez a bailar un vals
alrededor de la sala, sin preocuparse para nada del ritmo. Un frenes de apache se
apoderaba de l. Se peg a su pareja, la solt, escupi en el suelo, volvi a coger a Lisa,
lanz un grito y empez a pegar saltos alrededor de la pobre y aterrada mujer. Con los
puos en las caderas, se balanceaba y daba vueltas como un gallo encelado, canturreando.
El pianista se olvid de tocar. Hermanito agarr a Lisa, la hizo piruetear y al pasar a toda
marcha ante el piano, peg un coscorrn al pianista: - Espabila, animal, qu diablo te
ocurre?
El pianista volvi a concentrarse en las teclas e interpret una danza zngara, pero
Hermanito estaba bailando un tango. Sacuda a Lisa, que haba perdido un zapato, el cual
yaca, azul y solitario, en mitad de la sala. Lisa no poda ms, sus piernas rehusaron
sostenerla. Hermanito se la ech al hombro y sigui bailando slo.
El legionario rea.
- Deja a la dama en el bar.
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Hermanito lanz una risotada y ech a la pobre Lisa, medio desvanecida, sobre el
mostrador de bar.
- Trude -orden el legionario-, la seora necesita algo vigorizante. Otra copa con la droga
de ta Dora. De repente Lisa se encontr en pie, extraamente embriagada de un solo
golpe. Enloqueci. Olvidando Su arrogancia, bail con Bauer, con Stein, con Hermanito,
bebi con el legionario. Su embriaguez aumentaba. Ech su ropa en uno de los pequeos
camarines encortinados y Ewald se la llev al piso de arriba. Ta Dora, con los ojos
entornados, escuchaba las confidencias del legionario, confidencias nada ordinarias, sobre
obscenidades y matanzas. La amiga de Lisa, Gisele, aprovech la oportunidad para
deslizarse a lo largo de la pared en direccin a la puerta, pero sta segua custodiada por el
belga, que le sonri amablemente.
- No est bien dejar as a los amigos, seora.
Gisele no beba, pero fumaba y senta calor. Se sent junto a m y le pregunt si quera
acostarse conmigo, yo tambin estaba ebrio, saba que me portaba mal, pero qu
importaba! Maana estaramos muertos. Ella movi la cabeza, mientras balanceaba un pie
calzado con un escarpn de seda rosa.
Debe de ser rica, pens.
- Acustate conmigo -insist.
Hizo como que no me oa, y aprovech una nueva disputa de Hermanito para desaparecer,
aunque olvidndose su bolso. Este contena una tarjeta de identidad con su direccin y
dinero del que el legionario retir cien marcos.
- Es el precio de la aventura -dijo mientras encargaba su vaso nmero dieciocho-.
Volver en persona a buscar sus documentos a tu casa, por lo que no debes llevrselos -
prosigui como si hubiese ledo mi pensamiento.
Lisa tena un apellido que llevaba von y viva cerca del Alster. Era pues, sin duda, una
mujer rica.
- Debe de estar bien forrada -dijo Ewald relamindose.
- Si la tocas -empez a decir con suavidad el legionario, mientras jugueteaba con su cuchillo.
Ewald se estremeci y ri atemorizado. Sus inmundos ojos de matn giraban como bolas.
Vimos que Hermanito se ergua y lanzaba su cuchillo, que fue a clavarse entre los dedos
de Ewald, pero sin causarle dao. -Qu eres t? -Un perro apestoso -tartamude Ewald,
mirando como hipnotizado el cuchillo vibrante, cogido a un hombre de la lejana Siberia,
un hombre que fue muerto a patadas cerca de Cherkassy porque le haba arrancado un ojo
a un teniente de zapadores del 104. Hermanito haba encontrado el cuchillo en la bota de
aquel hombre y lo utilizaba maravillosamente.
Un da, en el Este, salimos de reconocimiento ms all de un puente que pareca viejo
porque nadie quera cuidarlo. Era un puente de madera y de hierro. Habamos atravesado
ese puente sin prdida de tiempo, nuestras botas resonaban sobre el metal, el ro
murmuraba malvolo a travs de las planchas porque saba lo que nosotros ignorbamos,
la sorpresa que Ivn nos reservaba.
Avanzbamos conversando, como siempre, Hermanito iba en ltimo lugar. Estaba de muy
mal humor porque desde haca tres das no habamos sido reabastecidos, y, sobre todo,
porque el Viejo le haba prohibido violar a una de la mujeres-soldado capturadas la noche
anterior.
- Si la tocas, te mato como a un perro -haba dicho el Viejo, amenazador.
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As, pues, Hermanito, sombro y con la ira en el corazn, avanzaba tras de nosotros por el
puente. Al pasar, peg una patada rabiosa a un montn de barro que cay al agua y
contribuy a retrasarlo an ms. La patrulla haba desaparecido entre la niebla, de donde
llegaba el murmullo de las voces. De repente, Hermanito se detuvo en seco. Surgiendo de
la espesa niebla, una silueta ligera acababa de trasponer el parapeto del puente y se
deslizaba en pos nuestro con habilidad de gato.
Al momento, Hermanito se convirti en Otro hombre, sus botas cesaron de crujir y el
gorila transformado en pantera negra se fundi en el vapor gris, en persecucin del otro
hombre. Un grito ronco. La patrulla, silenciosa, se irgui como un solo hombre. Se oyeron
gemidos y despus pasos que resonaban sobre el hierro. Habamos empuado nuestros
fusiles ametralladores. El Viejo entornaba los ojos, Porta preparaba una granada de mano
y Stege temblaba como siempre que ocurra algo.
De la bruma, surgi Hermanito, que arrastraba por los pies una forma sin vida. La solt
ante nosotros y dijo riendo. -Habais visto esto?
El cuello del siberiano estaba abierto, rojo con las branquias de un gran pez, y la sangre
manaba sobre el puente.
Hermanito se limpi la sangre que le manchaba el rostro.
- Este cerdo me ha ensuciado cuando le mataba.
El Viejo respir profundamente. -Dnde lo has encontrado?
- Sala del ro, detrs de vosotros, pero yo me he cuidado de ese esbirro de Stalin.
- Nos has salvado -dijo el Viejo, al tiempo que mostraba la carga de explosivos que el
muerto llevaba bajo su guerrera.
- Un explorador suicida -tartamude Stege, estremecindose.
Porta lanz un largo silbido.
- Hermanito -dijo el Viejo-, nos has salvado la vida. Ese tipo nos hubiese hecho saltar
como un cohete.
El gigante rebulla, incmodo, no estaba acostumbrado a que se le felicitara.
- Eres muy hbil en el manejo del cuchillo -dijo el legionario, orgulloso.
Era el profesor de Hermanito. Este se hinchaba de orgullo y placer. Mir al Viejo, suplic:
- Entonces, puedo cargarme a esa chica del trasero gordo?
El Viejo mene la cabeza. Le seguimos en silencio. Hermanito gritaba, y su voz
penetrante deba de ser oda por los rusos, desde el otro lado del ro. El Viejo se detuvo y
enarbol su arma bajo la nariz del gigante. Dijo con calma, pero todos sabamos que
hablaba en serio: -Mantente alejado de esas mujeres-soldado, si no quieres que te enve al
infierno, lo que me sabra muy mal, y no bromeo, Hermanito.
Este no se lo hizo repetir, pero an se perfeccion ms con el cuchillo, de lo que el
legionario se senta especialmente orgulloso. Ewald no ignoraba nada de todo esto.
Tambin l manejaba con destreza su cuchillo con muesca de seguridad que haba cogido
un da a un marinero portugus. El marinero estaba borracho y fue el causante de la
condena nmero veinte de Ewald. Una sucia historia. Algo -no saba qu- haba salvado a
Ewald del campo de exterminio de los criminales contumaces. Ewald se mostraba muy
discreto al respecto. El secretario de la seccin criminal, Nauer, de la comisara de Polica
de la Stadthausbrcke 8, haba arrancado una da las orejas a Ewald y le haba roto los
dedos de lo pies uno tras de otro. No por el asesinato del marinero, no. En aquellos
tiempos, eso careca de importancia. Haba tantos marineros asesinados! Mientras los
cadveres no formasen cola, porqu armar jaleo? Pero Herr Nauer crea a Ewald
19
informado sobre las andanzas de la Capilla Rojay deseaba ardientemente ser trasladado
a la seccin anticomunista de la Polica Secreta, con el inspector Kraus, el mayor asesino
que haya existido en la tierra, pero un estupendo sabueso segn las normas del Tercer
Reich.
Kraus fue ahorcado en 1946, un da de lluvia en una celda de Fhlsbttel. Era un da
verdaderamente gris. Kraus grit como una rata que se ahoga y en efecto se pareca a uno
de esos roedores. Hubo que llevarle bajo la cuerda que tena un agradable olor a nuevo
para los que gustan del olor de cuerda. Dos jvenes le sostenan el taburete en el que
Kraus lloriqueaba, y despus dieron una patada al taburete. Kraus gorgote un poco, su
cuello se alarg, sus ojos sobresalieron extraamente. Uno de los jvenes dijo:
- Damn it! -y se march.
El otro se qued para tomar una fotografa, de prisa, porque estaba prohibido. ~ -A
damned good souvenir! -dijo a su amiguita de Harburg, una atractiva muchacha que
adoraba esa clase de fotografas. En la fotografa se vea como la lengua del comisario
Kraus sobresala de la boca.
El joven ri. -Nos hace muecas!
Tambin l ignoraba que el Kriminalrat (consejero criminal) Kraus, de la oficina nmero
60 de la GESTAPO, la seccin anticomunista, hubiese vendido padre, madre, mujer e
hijos por poder ingresar en el servicio secreto de la nacin del joven. Se haba ofrecido y
haba dado informaciones todo un ao, pero ahora sacaba la lengua como hacen todas las
serpientes. Ewald, el matn, el sdico y el mujeriego, consigui salir de la Comisara de
Polica, sin haber conocido al comisario Kraus. Se deca que haba hablado mucho,
mezclando verdades y mentiras. Ta Dora haba manifestado, dando chupadas a su cigarro:
- Esto no me concierne, pero si ese cerdo dice la menor palabra que me ponga en contacto
con el gran Nauer, entonces Sonri y gui un ojo. Era el humo del eterno cigarro o un signo que haca a alguien
sentado junto a los pequeos camarines? Nadie hubiese podido asegurarlo, pero Ewald,
sali caminando hacia atrs, como un bufn despedido. A nuestra llegada al
establecimiento de ta Dora, todo esto perteneca ya al pasado, y en aquel momento el
matn Ewald se encontraba acorralado entre dos taburetes del bar, temblando como el
chacal que era.
Hermanito rea y jugaba con su cuchillo, que Ewald no perda de vista. Ta Dora se
limpiaba los dientes con un tenedor, y su mirada pasaba del uno al otro.
- Nada de alborotos, muchachos. Si queris eliminar a ese perro, sacadle de una vez, pero
aqu quiero tranquilidad.
Ewald intent escapar, pero una zancadilla le hizo caer de bruces. Cuando se incorpor, un
cuchillo le roz la oreja y fue a clavarse en la puerta de la habitacin donde sola flagelar a
las muchachas. Ewald se inmoviliz y cuchiche con voz ronca: -No os he hecho nada!
Stein hizo como que iba a acudir en su ayuda, pero el tembloroso Ewald salt por el aire a
causa de una llave de judo y cay con estrpito en el suelo, donde permaneci inanimado.
Como despedida, Hermanito se inclin sobre la forma cada y le peg una patada, tras de
lo cual nos marchamos del Vindstyrke II, muy satisfechos de nosotros mismos.
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- Vosotros, judos de los campos de Himmler, sois mercancas selectas. Objetos y nada
ms -dijo Brandt, el ferroviario. -Esto no es cierto! -grit el viejo judo con uniforme
rayado.
Todos nos echamos a rer, pero sin alegra.
El viejo judo permaneca boquiabierto, con los ojos hundidos, llenos de desesperacin. -
Esto no es cierto! Las cadenas caern como en tiempos de Moiss, cuando nos liber de
los egipcios.
El Viejo sonri con cansancio.
- Hoy ya no podra hacerlo, y si escapis de los esbirros de Himmler encontraris a otro
Himmler en otro sitio. Seguiris siendo unos perseguidos.
Porta se inclin y dio doscientos marcos al viejo judo.
- Esto es para tu nueva vida, cuando la encuentres. Ese da, envame una tarjeta postal!
El judo acarici el dinero con una sonrisita, y dijo: -A dnde deber escribirte?
Porta se encogi de hombros. -Quin sabe? -Su voz se hizo ms grave-.
Cuando veas en el suelo un casco oxidado, golpea encima y pregunta Quin se pudre
aqu? Si es el mo, te contestar: Un pobre imbcil del Ejrcito alemn. Entonces, mete
tu postal bajo el casco y yo vendr a buscarla una noche de luna llena.
EL JUDIO
- Te amo -le dije.
Era por lo menos la vigsima vez. Lo pensaba en realidad? Ella se ech a rer, con lo que
se acentuaron las finas arruguitas de sus ojos, y nos sentamos en el sof para contemplar el
Alster a travs de la ventana. Un barco navegaba por l, un viejo barco lleno de gente.
Ella pas un dedo por mi nariz rota: -Te doli cuando te rompieron la nariz?
- De momento, un poco, pero sobre todo despus.
- Tus ojos son fros, Sven, incluso cuando res permanecen duros. Trata de suavizarlos un
poco.
Me encog de hombros.
- Los soldados de Hitler no deben sentir piedad.
- Vamos, t no tienes nada de un soldado de Hitler. Eres un chiquillo a quien han puesto
un feo uniforme con mucho metal en el pecho. Es la guerra la que es mala, no los
hombres. Bsame, apritame contra ti, demustrame que no eres malo.
La bes una vez ms. La apret contra m. En la calle un tranva fren ruidosamente. -
Qu aspecto tendrs de paisano?
- Aspecto de imbcil.
- Hablas mal.
- Lo s, pero as se habla en mi profesin. No es posible matar cortsmente, no se puede
decir me voy al lavabo, y despus agacharse sobre una va de ferrocarril, con ochocientos
hombres y cincuenta campesinas que te oyen soltar pedos y ve como te limpias con una
hoja. -Eres horrible. -Ella se incorpor sobre su codo y clav su mirada en la ma-: No
consigues imitar a los otros, tienes miedo de ti mismo Volvi a besarme apasionadamente.
Estbamos otra vez tendidos el uno junto al otro y contemplbamos el techo. -Cunto me
gustara ir de caza! -so en voz alta-. Los patos son buenos en esta poca y llegan del
Este.
21
- S, mi marido y yo cazbamos patos a menudo -dijo ella.
Despus, se mordi los labios, pero ya era tarde. -Dnde est tu marido, ahora? -pregunt
pese a que este detalle me dejaba en realidad indiferente.
- En Rusia con su Divisin. Es coronel, con hojas de roble en el cuello.
Sonre.
- Nosotros a esto le llamamos ensalada. Es un hroe tu marido? Es probable, si tiene el
hierro con la ensalada.
- Eres malo, Sven. Es oficial de reserva, lo mismo que t.
- Yo no soy oficial de reserva, Dios me libre -dije escupiendo la palabra.
- Quiero decir que es como t: no le gustan ni la guerra ni el Fhrer. -Es inaudito las pocas
personas que quieren a Adolfo. Uno llega a preguntarse cmo es que hemos de soportarle.
-De verdad no has podido tragarle nunca? -pregunt ella, mirndome escrutadora.
- S, Gisele, en otro tiempo, hace mucho, cre en l. Vlgame Dios! Cmo habr podido
creer en ese bufn? -Bufn? -repiti ella, incrdula-. Ves en l algo risible?
- No, tienes razn, no es risa lo que produce. Pero ahora ya no creo en l. Y tu marido, le
quera?
- Al principio, s. Pensaba que salvara a Alemania. -De qu?
- No s, pero es lo que decan todos. En todo caso, os ha dado pan y trabajo.
- El pan est racionado y el trabajo ha cambiado de naturaleza. Pero cllate ahora, bruja,
no siento deseos de hablar de eso.
- Eres imposible, Sven. Se llama bruja a la que se ama?
- Todas las mujeres son brujas o prostitutas. No fuiste una noche al Vindstyrke II
porque queras tratar de ser prostituta? Necesitabas la prostitucin. Lisa obtuvo lo que
buscaba, pero t, cobardemente, perdiste el valor.
- Eres atroz.
- Seguramente. Puede esperarse otra cosa de los soldados ms repugnantes que hayan
pisado la tierra? Pobre sociedad, que un da recibir nuestra herencia!
Me ech los brazos al cuello y me bes con tanta fuerza que sent el gusto de la sangre de
sus labios. Haba una atmsfera pesada. Ella llevaba una combinacin malva, una
combinacin de prostituta haba dicho yo. Esa clase de combinacin que pone de buen
humor. En la calle, resonaba el ruido de los tranvas. Mi guerrera estaba echada en medio
de la habitacin, negra y fea. Una de las calaveras rea hacia el techo. A lo lejos, una
sirena empez a ulular y nos despert.
- Alarma -dijo la dama de la combinacin malva, contemplando el cielo sin nubes,
enrojecido por la puesta del sol.
- Al diablo la alarma; volvamos a amarnos -dije, doblndola hacia atrs.
Nos hicimos el amor hasta el punto de desgarrar la combinacin. Yo estaba loco, ella
gritaba, yo jadeaba. Habamos olvidado el mundo. Muy arriba, sobre nosotros, los grandes
bombarderos dejaban sus rastros blancos, las bombas caan pero era lejos, tal vez cerca de
la Kaiser-Wilhelms trasse. Ella suspir y volvi a acercrseme. Sent su hermoso y esbelto
cuerpo contra el mo. Era flexible y liso, y ola a limpio. Uno de sus pies en el aire,
mostraba bajo las finas medias sus uas pintadas de rojo. Tena hermosas piernas que mi
mano recorri, desde el tobillo hasta la redondez de la cadera.
- Si se presentara tu marido, nos matara.
- No vendr. Est con su Divisin, una Divisin de ataque, la 28 de cazadores. Tiene un
halcn como distintivo.
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- La conozco; nosotros la llamamos la Divisin del halcn. Estaba en Gomel y en Nicopol,
una verdadera Divisin de la muerte. No volvers a ver a tu marido.
- No digas esto.
Gisele empez a llorar en silencio; las lgrimas brotaban, inagotables, mientras yo le
palmoteaba la espalda y acariciaba su cabello como se acaricia a un gatito.
- Todo esto es culpa de la guerra -murmur ella.
Son el final de la alarma y el rumor de la calle ascendi de nuevo hacia nosotros en el
clido atardecer. La gente rea, tranquilizada; no haba sido ms que una pequea alarma,
con slo unos centenares de muertos y de heridos.
- Cuntame lo que ocurre all.
Insisti mucho y yo no comprenda esa necesidad de saber lo que pasa en el infierno. -
Crees que est bien matar a la gente porque es de otra raza? Por ejemplo, a los judos?
- Hacen ms que matarlos. Puedes comprar un saco de judos o de gitanos muertos, como
Ceniza para abono. -Es imposible! -Lo crees as? y an hay ms. No tienes idea de lo
que hemos llegado a ver. -Por qu detestan de este modo a los judos?
- No lo s. Yo no tengo nada contra ellos; pero, a menudo, he encontrado a gente que no
los toleraban, y no eran nazis, muy al contrario. -Locos?
- Sin duda, pero todos lo estamos. A los que no lo estn, se les encierra tras las
alambradas. El mundo est al revs y slo los locos tienen derecho de ciudadana.
Nunca conseguir olvidar el da en que nos encontramos con el judo, durante una redada
contra los partisanos.
- Cuntame -dijo ella, tendindose perezosamente.
- La historia es larga, pero vate la pena conocerla. En aquel momento estbamos en las
montaas checas, persiguiendo a los partisanos. Un trabajo agradable porque podamos
hacer lo que queramos; formbamos pequeos grupos y no estbamos sometidos a
ninguna vigilancia especial. De vez en cuando, disparbamos al aire por pura frmula.
Ese enorme consumo de municiones justificaba nuestros informes, falsos, pero belicosos,
mas, a decir verdad, nunca nos encontrbamos con nadie. Los partisanos y nosotros nos
eludamos mutuamente. Lo esencial era siempre encontrar comida, y cuando no tenamos
nada, los camaradas salan a cazar cabras salvajes. Esa clase de caza costaba al ejrcito del
Reich una cantidad asombrosa de municiones. Era muy raro que regresramos con una
cabra monts o un ciervo; pero era ms frecuente que fuese un cerdo o un ternero, tanto
ms fciles de alcanzar, cuanto que estaban atados. Una tarde, poco antes de la puesta del
sol, llegamos junto a una cabaa abandonada, en plena montaa, donde tenamos la
intencin de pasar la noche. -Quines erais?
- T no les conoces. Un grupo de posedos de] diablo en un regimiento de locos que tiene
siempre un pie en la tumba. Al entrar en la casa, Un olor dulzn se nos meti en la
garganta. Mientras comamos, el olor empeor. Porta subi a ver y reapareci al poco rato,
risueo, limpiando con la manga un sombrero de copa.
- He encontrado un imbcil muerto, en su cama: l es quien apesta. -Qu vergenza! -
exclam Heide, sonriendo-. Marcharse al cielo desde la cama, en los tiempos que corren!
-Porta llevaba sombrero de copa? -pregunt Gisele muy sorprendida.
- S, haba conseguido ese sombrero en Rumania y no lo dejaba ni en primera lnea. As,
pues subimos los doce para ver al individuo que se haba muerto en su cama. Era un viejo
que yaca, correctamente envuelto en su camisa blanca.
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- Se ha ensuciado en las sbanas -dijo Porta echando una ojeada bajo el pesado edredn
campesino. Qu cerdo! Una cama tan hermosa! -Cmo apesta! -dijo Stege, frunciendo
la nariz. -El estudiante no puede soportar los perfumes? -dijo Porta riendo, mientras
pinchaba el cadver con su bayoneta. -Cuidado! No hagas agujeros por dnde podran
escaparse los gases -advirti el Viejo-; resultara insoportable. Sera mejor que le
enterrramos. Vosotros, cuidad de que se haga as.
Hermanito y Porta cogieron cada uno un extremo de la sbana y se llevaron el cuerpo;
pero la tierra estaba tan helada que fue imposible cavar una tumba. Le enterraron en el
estercolero, lo que resultaba ms fcil, tras de lo cual volvimos a beber y a jugar a los
naipes. -En esta maldita cabaa hay alguna cosa! -gru de repente Heide, quien miraba
nerviosamente a su alrededor. -Chitn! -grit Porta-. Juega, o vete a hacerle compaa al
viejo en el estercolero.
Hermanito gru, peg un amistoso puetazo a Heide y el juego prosigui. Pero se nos
haca difcil concentrar la atencin. Con todos los sentidos alerta, aguzbamos el odo.
Heide no haba hecho ms que expresar lo que nos angustiaba a todos. Algo pona sobre
aviso nuestro instinto milenario, aquella cabaa encerraba un misterio.
Al cabo de media hora, el Viejo, sin poder resistir ms, tir los naipes y grit: -Si hay
alguien, que se adelante!
Silencio. Silencio opresivo. Ni un ruido. Y, sin embargo, haba algo, lo sentamos, algo
vivo, algo que no perteneca a la casa.
- Aqu hay alguien escondido -murmur Stege, y se arrim a la pared con el fusil
ametrallador preparado a la altura de la cadera. Sus labios temblaban de nerviosismo.
Tal vez hayamos cado en un nido de partisanos -murmur el Viejo.
Hermanito sac una carga de dinamita, de las que siempre llevaba en los bolsillos. -Hay
que hacer saltar esta pocilga?
- Domnate -dijo el Viejo-. Vamos a hacer un registro para tranquilizarnos, de lo contrario,
nos volveremos locos.
Ascendimos los peldaos de cuatro en cuatro, con las armas dispuestas a eliminar todo lo
que apareciese ante nosotros. Una puerta fue arrancada de sus goznes de una patada.
Mientras e] pequeo legionario rociaba la habitacin con e] fuego de su metralleta, Heide
lanzaba una granada de mano en la contigua. -A por los demonios! -gritaba Porta.
Los fusiles y las metralletas escupan malvolas llamaradas en la oscuridad. -Viva la
Legin! -chillaba el legionario, mientras daba saltos de tigre.
De repente, omos un ruido espantoso, como si hubiese descubierto todo un nido de
partisanos, pero no era ms que un gran armario lleno de ropa que acababa de carsele
encima, atrapndole como una rata.
Al cabo de un cuarto de hora, la primera planta estaba tan destrozada como si la hubiese
atravesado un huracn. Los pesados edredones campesinos, que en nuestro nerviosismo
habamos despanzurrado, dejaban caer sobre nosotros una lluvia de plumas; pero nosotros,
silenciosos como muertos, seguamos a la escucha. La noche y el silencio reinaban por
doquier.
Sin embargo, un ligero roce nos lleg desde el piso inferior. -Dios mo! -murmur el
legionario.
El miedo se arrastraba a lo largo de nuestra columna vertebral. El primero que perdi los
estribos fue Heide. -Hay alguien ah? Estis cercados, diablos!
Y la casa reson con sus gritos.
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Despus, el silencio volvi a ser absoluto. Temblbamos de pies a cabeza. -
Largumonos! -cuchiche Hermanito, deslizndose hacia una ventana. Ligero ruido bajo
nosotros.
Hermanito lanz un aullido y salt por la ventana, cuyos vidrios rotos cayeron con
estrpito. El pnico se apoderaba de nosotros, nos empujbamos para huir. Heide tir su
metralleta, que se haba encasquillado durante la cacera del fantasma. Al llegar fuera,
vimos que faltaba Stege.
- Hay que volver a buscarle -dijo el Viejo.
Tuvimos que regresar precipitadamente al interior de la cabaa maldita.
- Hugo, dnde ests?
Encendimos una cerilla para prender una lmpara de petrleo, y a su luz temblorosa
distinguimos una alta silueta cubierta con un uniforme a rayas.
El Viejo fue el primero en recobrar la presencia de nimo. -Eh, quin vive!
La miserable silueta se irgui militarmente, con la mirada fija en el Viejo, e hizo su
informe.
- Herr feldwebel, el prisionero nmero 36.789.508 se presenta y se declara fugitivo de su
compaa de trabajadores en la va frrea 4.356 Este. -No es posible! -exclam Porta-.
Hay aqu otros como t?
- No, seor soldado. -Djate de ttulos ridculos! -dijo el Viejo, irritado. -Eh, eh! -
exclam Porta-. Me siento halagado de que se me conceda un grado y el ttulo de seor.
No me haba ocurrido nunca!
El viejo del uniforme rayado miraba medrosamente a su alrededor y permaneca en
posicin de firmes, en el centro de la habitacin. -Sintate -dijo Porta, y le indic la
acogedora mesa-. Coge un pedazo de pan y un poco de tocino, y zmpate un buen trago de
esta cantimplora. El viejo prisionero mova los labios intermitentemente. -Seor soldado
de Estado Mayor, el prisionero nmero 36.789.508 solicita autorizacin para decir algo.
- Vomita, amigo -gru Hermanito.
El viejo guard silencio. Pareca buscar las palabras, conoca el terrible peligro que
supona decir algo que pudiese desagradar. Una palabra errnea, poda significar la
muerte. Para l, ramos enemigos, pese a nuestros brazales con la calavera, distintivo de
las Divisiones penitenciarias. -Eh, rayado! Qu quieres cuchichearnos? -ladr Porta.
Adelant, como un gato, un dedo hacia el rostro gris del anciano descarnado, en el que la
suciedad formaba costras oscuras. El hombre dejaba que sus ojos cansados, inyectados en
sangre, resbalaran sobre cada uno de los asesinos legales que ramos. -Qu quieres decir?
-pregunt riendo Brandt, el ferroviario, que segua oliendo tan mal como siempre.
- No se atreva a ir al dentista, y prefera soportar mil muertes. Le habamos metido en su
muela todo lo que se nos haba ocurrido, desde plvora hasta nitroglicerina, pasando por
excrementos de pjaro. -Callaos de una vez, estpidos! -dijo el Viejo-. Lo estis
atontando con tantas preguntas idiotas. No veis que est muerto de miedo? Si os miraseis
en un espejo, comprenderais por qu. El diablo es hermoso aliado de vosotros!
Se acerc al anciano, le pas un brazo alrededor de los hombros y le dijo a su manera,
mientras se rascaba una oreja con la punta de su pipa -No temas, amigo, no somos tan
malos como parecemos. Qu quieres decir?
El prisionero inspir profundamente y contempl la pequea y maciza silueta de obrero
honesto, el agradable rostro barbudo bajo el casco negro. Sus ojos se encontraron, los del
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prisionero, tan negros, los de el Viejo, tan claros y azules. Vimos como aquellos dos
hombres, con una sencilla mirada, forjaban un lazo que nada podra romper ya.
- Herr feldwebel, coger algo de lo que hay aqu sera robar; he estado tres das escondido,
pero no he cogido nada.
- Olvdate de esas tonteras. Sintate y come.
- El Viejo movi la cabeza y se encar con Heide-. Busca algo para comer, y a toda prisa!
Heide permaneca inmvil, boquiabierto, ante el prisionero, como si hubiese visto algo
anormal. Hermanito se le acerc.
- Espabila, mosca de mierda, si no, recibirs.
Heide reaccion y peg un salto en direccin a la cocina. El Viejo prosigui: -Dnde has
dormido durante esos tres das?
- En el piso de la cocina, Herr feldwebel, porque tengo parsitos y no quera ensuciar esas
camas tan limpias. -Santa Madre de Dios! -exclam Porta, regocijado-. Si todo el mundo
fuese tan delicado, la guerra sera un verdadero placer.
Heide regresaba con las manos llenas de schnaps y de tocino ahumado. Lo ech todo con
estrpito sobre la mesa. Stege descubri un libro en una estantera y lo alarg al Viejo.
- Nuestros anfitriones estn a la moda.
El libro se titulaba Karl Marx.
- Exactamente lo que necesita la GESTAPO -gru Heide.
- A callar, lameculos -gru Porta-, o te rebano el gramfono y habrs chirriado por ltima
vez. No hemos olvidado la poca en que eras un sopln.
Heide lanz una mirada malvola a Porta, pero la metralleta con que jugaba
descuidadamente el pelirrojo del sombrero de copa le mantuvo a raya.
- Es lstima esa bonita mesa -dijo el viejo prisionero al ver que el legionario cortaba su
tocino directamente sobre la madera.
- No nos des la lata -intervino Brandt, quien hizo lo mismo con el pan. -Hay que cuidar las
cosas -insisti el viejo. -A callar, judo mierdoso! -vocifer Heide. Se inclin sobre la
mesa y coloc su rostro frente al del viejo prisionero. Sus ojos de alcohlico estaban
rojizos, eran malvolos.
Eruct-. Eh rayado! Yo, Julius Heide, suboficial del 27 Regiment de Blindado, digo
que eres un judo apestoso. -Mir triunfalmente a su alrededor-. Que dices a eso, basura?
El viejo, sentado en un taburete, contempl al soldado con expresin atnita. No pareca
darse cuenta de que se le insultaba a l; las palabras obscenas le resbalaban; le haban
dirigido demasiadas, ya no penetraban en l, estaba inmunizado.
Heide volvi la cabeza como un toro que va embestir al torero.
- Me dirijo a ti, cadver. -Las palabras silbaban a travs de la comisura de sus labios-.
Eres un sucio judo, un pedazo de mierda juda.
Ech la cabeza hacia atrs y ri con sus propias injurias, que repiti varias veces como una
letana procaz en cuyo estribillo sonaba siempre la palabra judo.
Se acaloraba, despotricaba, chillaba. Nosotros callbamos. El viejo coma, indiferente,
como si no oyese la avalancha de palabras innobles. Porta sonrea, lleno de atencin.
Hermanito se tiraba de una oreja, mientras el legionario canturreaba Ven dulce muerte,
ven. El Viejo distribuy los naipes, lenta, minuciosamente. De sbito, un grueso revlver apareci en la mano de Heide. Quit la muesca de seguridad y se oy un
chasquido que nos hizo a todos el efecto del ruido de una bomba. -Judo! Voy a volarte
tu sucio cerebro!
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Rea, brutal, y levantaba lentamente el revolver, apuntando a la cabeza del anciano
prisionero.
Hubo un silencio amenazador. Entonces el anciano se irgui y mir a Heide con expresin
extraa. -Quiere usted disparar contra m, seor suboficial?" Qu importa? Que me mate
a m o a un perro, lo mismo da. Slo hay una diferencia: el perro teme la muerte, y yo, no.
La he esperado todos los das desde hace aos. Dispare si le parece. Pero antes, salgamos.
Aqu lo ensuciaramos todo; no hay nada que ensucie tanto como el cerebro, seor
suboficial, cuando se esparce con violencia. -Vete al cuerno! -vocifer Heide, quien
curvaba ya su ndice sobre el gatillo.
El Viejo segua callado. Volvi con calma un naipe: era la dama de pique.
- Deja esa arma -orden bruscamente.
Heide pareci asombrarse. -Odio a esos judos! Siempre be deseado matar a uno!
- Deja esa arma. En el acto.
Hermanito se irgui y accion el resorte de su cuchillo de trinchera. El Viejo levant la
cabeza.
- Julius Heide, deja tu revlver.
El legionario canturreaba Ven, dulce muerte, ven con lentitud infinita, Heide baj la mano, el revlver cay y produjo un tintineo; un miedo atroz se lea en su rostro
repugnante; el legionario le hizo la zancadilla y Heide cay al suelo. Hermanito levant su
cuchillo con la firme intencin de clavrselo en la espalda, pero fue detenido por el
prisionero, que le sujet el brazo.
- No, no. No le mates, camarada.
Nos quedamos atnitos. Hermanito se olvid de Heide y contempl al viejo judo, plido y
tembloroso, que se haba aferrado a su brazo. -Por qu me impides que liquide a esta
bestia pestilente? Te ha insultado!
El viejo prisionero movi la cabeza:
- No, camarada, no me ha insultado. Soy judo y l est enfermo. Esto pasar cuando el
mundo se cure. -Enfermo? -dijo Porta-. La expresin resulta algo plida. Es el cerdo ms
grande que ha habido sobre la tierra!
El Viejo hizo un ademn.
- No seis sanguinarios; dejad a estos cerdos y sentaos, a ver si por fin podemos jugar.
Quieres unirte a nosotros? -pregunt al viejo prisionero.
- No, seor feldwebel. -Desdichado! No puedes llamarme camarada, cuando se la has
dicho a ese gran bandido de Hermanito?
El viejo movi la cabeza y abri la boca, pero hubo de esperar un rato para que se le
pudiese or.
- Voy a intentarlo, pero ser difcil.
Jugamos en silencio hasta que Brandt tir sus cartas.
- Ya estoy cansado. Es muy aburrido.
- Eres un imbcil -dijo Porta, furioso-. Voy a aplastarte ese feo rostro.
Agachndose con la velocidad del rayo, Brandt evit una botella lanzada con todas las
fuerzas que fue a aplastarse contra la pared.
- Es una lstima ensuciarlo todo de esta manera -murmur el anciano prisionero-. La gente
que ha abandonado esta casa tiene dos hijos que deben heredarla. -Cmo lo sabes?
- En el armario hay ropa de nio.
- Y para empezar, tienes t casa?
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- Tena una, pero me la quitaron hace mucho tiempo. -Quin? El alguacil? -pregunt
cndidamente Kraus, el SS, a quien haban adscrito a nuestro regimiento por cobarda en
el frente.
Nos atragantamos de risa, pero el viejo judo mene la cabeza.
- El alguacil, se le puede llamar as.
- Tu casa se la debiste birlar a alguien en la poca de Weimar, no? -pregunt Kraus,
irnico.
- No que yo sepa -repuso secamente el prisionero. -Cmo te atraparon? -inquiri Porta.
El viejo judo mordi con gula otro pedazo de carne; despus, apoy la cabeza en una
mano y empez a hablar. Hablaba como si hubiese estado solo, como nicamente pueden
hablar quienes han estado encerrados, aislados, durante mucho tiempo. No hablan; tosen,
proyectan palabras, suean en voz alta.
- Nos cogieron en 1936. Yo escap porque tena amistades.
- Vosotros los de Tierra Santa siempre habis tenido amistades -coment Heide. Su odio
era tal que no vacilaba en arriesgar la vida, para manifestarlo. Enseaba los dientes como
un perro enfurecido-. Debieras ser ahorcado, basura!
El viejo judo segua sin inmutarse.
- Viva en Hamburgo, en la Hoch Allee, cerca de Rotherbaum, un lugar encantador. -
Lanz un suspiro al pensar en Hamburgo, cuando la ciudad huele a sal de mar y a humo de
los barcos, y las risas se elevan de las pequeas barcas de Alster-. Yo era cirujano dentista,
con muchos clientes y amigos. Consegu que el Partido sellara mi pasaporte, y pens
atravesar Rusia para irme a China. -Movi la cabeza-. Mala idea! Tambin all se
persigue a los judos.
El Viejo ri con aire cansado:
- S, se os persigue entre los soviets, se os persegua en Polonia, sois perseguidos en casi
todo el mundo. Por qu? Slo Dios lo sabe! -Se volvi hacia Heide-. Julius, t debes
saberlo, puesto que detestas tanto a los judos. -Son unos cerdos y unos bandidos! -ladr
Heide-. El Talmud lo demuestra.
Julius Heide detestaba a los judos porque el nio ms inteligente de su clase era un judo
llamado Mouritz. El pequeo Mouritz ayudaba al gran Julius; le soplaba las respuestas y le
pasaba papeles clandestinos. En el transcurso de los aos Julius sinti cada palabra
cuchicheada, cada papelito como una derrota vergonzosa, y su odio aument en secreto.
Aparte de eso, Julius Heide saba tan poco sobre ese odio como nosotros mismos. Se haba
limitado a aprender de memoria largas parrafadas nazis.
Volvimos a jugar en silencio, pero sin entusiasmo. Porta sac su flauta, se son, escupi
en sus manos y empez a tocar La pequea msica de Norte. Estbamos bajo el encanto
de aquella msica. Era la belleza de la primavera, el canto de miles de pjaros, lo que
penetraba en la cabaa sombra y la transformacin en un palacio de cristal, en el que
seores vestidos de seda bailaban una especie de minueto. Escuchbamos toda una
orquesta dirigida por el maestro de capilla de la Corte.
El viejo judo empez a canturrear. Su voz el grave y ronca. Soaba, recordaba Una casa, antes de 1938, una mujer con vestido azul plido, la que l amaba, su Anna Cmo saba rer! Rea mostrando sus dientes blancos, y, qu simptica era! Anna, su querida
Anna, a la que haban matado bajo una puerta cochera porque era la vergenza de la raza.
Fueron unos jvenes muy alegres que vestan un uniforme pardo, quienes la haban
matado, lo recordaba muy bien. Una noche, los dos haban ido al teatro, a una
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representacin de Guillermo Tell, y al regresar l se entretuvo para comprar cigarrillos.
Anna se haba adelantado. De repente el ruido de sus altos tacones fue sofocado por el de
unas botas claveteadas. La oy gritar dos veces. Un primer grito largo y estridente, el
segundo como un estertor. Paralizado, vio cmo la remataban.
Escuchaba an los golpes homicidas. Un joven SA, de cabello rubio ceniciento y rostro
exquisito, al que todas las madres hubiesen amado, le golpe la cabeza con una plancha.
Era el 23 de junio de 1935, frente a la Darmtor.
Antes de ese da, a menudo haban celebrado veladas musicales; l tocaba el fagot o el
violn; ella, el piano. Anna interpretaba casi siempre a Mozart, con el mismo sentimiento
profundo que aquel soldado pelirrojo tan sucio y con el sombrero de copa abollado.
El legionario cogi su armnica y acompa un fragmento de msica que no
identificamos, pero que nos hizo soar. De repente, reson una danza cosaca, y toda
melancola desapareci. Nos convertimos en unos salvajes, ebrios de alcohol, y
vociferamos hasta que las paredes de la cabaa temblaron. El viejo judo, ebrio tambin,
rea y olvidaba a su mujer asesinada, su casa robada, los mil golpes que haba recibido de
jvenes vestidos con hermosos uniformes en los que luca la insignia de la calavera.
Quiso bailar, danz con Heide, que haba olvidado por completo su odio hacia los judos.
Se palmoteaban los hombros y se contoneaban siguiendo el ritmo. Todos bailbamos. El
legionario, entusiasmado, gritaba: Viva la Legin!, e intervena en el baile, coreado por
los aplausos. Por fin, extenuados, nos dejamos caer en la silla y bebimos hasta la
borrachera total. Frases de hombres beodos resonaban bajo las viejas vigas.
El anciano judo, que hipaba un poco, empez de nuevo a hablar:
- Mi viaje hacia China termin en una pequea y sucia poblacin. A vuestra salud! -
Levant su taza y bebi. La mitad del lquido le resbal por la barbilla-. Me llamo
Gerhardt Stief, y ahora que estamos entre militares, teniente de Infantera Gerhardt Stief.
Se ech a rer y gui un ojo como si nos confesara un divertido secreto. Soltamos la
carcajada y nos pegamos palmadas en los muslos. Hermanito, de tanto rer, cay en su
silla y vomit. Brandt le ech a la cabeza un cubo entero de agua. El viejo prosigui sin
alterarse:
- Estaba en el 7 de Infantera, cerca de Alton. Queran que fuese a la Guardia, en Potsdan
pero a m la guardia no me importaba ni un bledo; entonces, en 1919, fui licenciado y
reanud los estudios. Fue en Gottihgen, una poca maravillosa.
Bebi otra vez.
- S, se est bien en Gottingen -dijo el Viejo- Estuve all como aprendiz en el taller del
carpintero Radajsak, en la Bergstrasse. Lo conoces, rayado? -Rectific-. Lo conoces,
Gerhardt? Puedo llamarte Gerhardt? O seor teniente?
Todo el mundo ri. El Viejo llen su vieja pipa con tapadera. -Conoces un buen caf que
hay en la esquina llamado Holzauge? -Lo conozco! Y haba una camarera que se
llamaba Bertha! -grit Gerhardt con voz rebosante de jbilo ante el recuerdo de aquella
camarera llamada Bertha. -y qu ocurri despus? -pregunt Brand escupiendo sobre el
dormido Heide.
- Me convocaron en las oficinas de la N.K.V.D. Un tipo pequeajo, amable, me hizo